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encausarlas por medio de la virtud. Tanto el control de las pasiones, como la virtud de la
templanza, tienen en común el dominio de la razón. Pero mientras el excesivo control
las reprime; la virtud de la templanza las transforma y ordena hacia los fines que le
corresponden. Por lo tanto, el fin primordial del ayuno, está en ofrecer nuestros
sacrificios y la orientación de nuestras pasiones, para encontrarnos con Dios. No es una
lucha o destrucción de sí mismo, sino el descenso en la profundidad de la fe, donde nos
encontramos con Dios.
Jesús critica la inflexible actitud de los fariseos, que respetaban las prescripciones del
ayuno, pero tenían un corazón alejado de Dios. Así, la correcta interpretación de esta
práctica, le hace decir a Isaías, que el verdadero ayuno consiste en “soltar las cadenas
injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los
yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al
que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne” (Is 58, 6-7). Por ello Jesús
nos dice que el más genuino ayuno, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre
que “ve en lo secreto y te recompensará” (Mt 6,18). Él mismo nos da ejemplo al
responder a satanás, que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale
de la boca de Dios” (Mt 4,4). El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como
finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (Jn 4, 34).
La práctica del ayuno está muy presente tanto en la primera comunidad cristiana
como en los Padres de la Iglesia y en un gran número de santos de todos los tiempos.
Ellos consideran que la fuerza del ayuno, es capaz de frenar el pecado, de reprimir los
deseos del hombre viejo y abrir el corazón del creyente.
En nuestra actual cultura superficial y materialista, la práctica del ayuno ha perdido
un poco su valor espiritual. Ha adquirido el valor de una medida terapéutica, para el
cuidado del propio cuerpo. Está más bien asociada a la vida sana, al bienestar físico y a
la calidad de vida, que a un camino de purificación espiritual. En cambio, para los
creyentes es una práctica que permite curar todo lo que nos impide conformarnos a la
voluntad de Dios. Ella nos ayuda a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al
amor de Dios y del prójimo.
La práctica del ayuno contribuye además a dar unidad a la persona y a evitar el
pecado. Privarse del alimento material, permite una disposición interior de escucha a
Cristo y a su palabra. Con el ayuno y la oración le permitimos que venga a saciar
nuestro hambre más profundo; que consiste en el hambre y la sed de Dios.
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Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que
viven muchos de nuestros hermanos. En su primera carta san Juan nos dice: “Si alguno
que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus
entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (I Jn 3,17). Al escoger
libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que
el prójimo que pasa dificultades no nos es lejano.
El ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar
contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad
propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo
a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos
negativos afectan a toda la personalidad humana.
Pero la función es espiritual del ayuno, no debe conducirnos a la anorexia, que
consiste en un trastorno de la conducta alimentaria. Esta excesiva pérdida de peso
provocada por el propio enfermo, lo lleva a un estado de inanición. La anorexia se
caracteriza por el temor a aumentar de peso, y por una percepción distorsionada y
delirante del propio cuerpo, que hace que el enfermo se vea gordo aun cuando su peso
se encuentra por debajo de lo recomendado. De este modo, busca alcanzar una
disminución de su peso mediante ayunos y la reducción de la ingesta de alimentos.
A estas medidas drásticas se le pueden sumar otras conductas asociadas como la
utilización de diuréticos, laxantes, purgas, vómitos provocados o exceso de ejercicio
físico. Esta enfermedad suele asociarse con alteraciones psicológicas graves que
provocan cambios de comportamiento, de la conducta emocional y una estigmatización
del cuerpo. A diferencia de lo que acontece en esta enfermedad; el ayuno cristiano es
un signo de equilibrio espiritual y de una virtuosa entrega a Dios. Está regido por la
racionalidad y es un medio saludable para el psiquismo humano.
Todas las religiones, reconocen al ayuno como una sana medida para el desarrollo
espiritual. La tradición budista mantiene algunos días especiales de ayuno y práctica
espiritual, conocidos como uposatha. Estos días comprometen a los laicos, a una forma
de disciplina moral más elevada, que se asemeja a la regla que practican los monjes. El
ayuno para el budismo, permite el desapego de los bienes terrenos, puesto que el cuerpo
en sí mismo se convierte en origen de sufrimientos. Tanto los peregrinos como los
fieles, utilizan el ayuno como una herramienta que les permite mantener la pureza
mental y física. El monje debe desacostumbrarse a la sed de las cosas creadas, a
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abandonar el deseo y las inquietudes que de él se derivan, a matarlas dentro de sí
mismo”, para así llegar al Nirvana, que consiste la extinción completa de los deseos.
Pero el ayuno no debe ser excesivo ni extremo, sino más bien moderar nuestros
deseos. Así el Buda (Gautama), durante su período de asceta peregrino, ayunó hasta el
extremo de convertirse en un esqueleto viviente. Pero luego de seis años de intenso
ayuno, abandonó esa vida y descubrió el camino medio. Este consiste en la moderación
del espíritu, que rechaza tanto la sensualidad como la mortificación extrema.
También para el Islam, el ayuno es uno de los cuatro preceptos más importantes que
deben respetarse y una práctica obligatoria durante el mes de Ramadán. Consiste en la
abstinencia de comida y bebida, desde el amanecer hasta la puesta del sol. Su fin está
tanto privarnos de los excesos, como en ejercer actos de solidaridad (zakat) con quienes
padecen.
Pero lo importante de todas estas medidas de purificación; no está asociado al
esfuerzo y la tortura física, sino más bien a un gesto de esperanza. No se trata de
mortificar nuestro cuerpo de manera masoquista, sino de acercarnos a Dios. Por ello,
mantener la alegría cristiana resulta fundamental. Es así que Jesús nos dice: “Cuando
ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para
que se note que ayunan… Tú, en cambio, cuando ayune perfuma tu cabeza y lava tu
rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en
lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 16-18). Esta debe
ser nuestra actitud fundamental, tanto en los tiempos difíciles como en medio de la
tranquilidad. Es la actitud que manifestaban los apóstoles en cada eucaristía (Hech 2,
46), aún en medio de las más terribles persecuciones. En medio de un mundo atravesado
por la desesperación y la angustia, mantener la alegría puede parecer algo difícil. Pero
quizá, este sea un signo de santidad. Y el centro de esta actitud, está en que somos hijos
de Dios y más allá de nuestras cruces cotidianas, nadie puede perturbarnos.
Horacio Hernández.
http://horaciohernandez.blogspot.com/