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Ro 6:6
6
sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que
el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado
1 Corintios 15:55-58
55
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?
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ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley.
57
Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo.
58
Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del
Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano
La lectura de hoy es tomada del Dr. W. H. Griffith Thomas y de Lewis Sperry Chafer, para
examinar el tema de:
más alta clase de vida cristiana; por otra parte enseña que el principio del mal no se
remueve del cristiano.
Este modo de hablar hubiera sido completamente imposible, si el pecado hubiera sido
completamente erradicado.
Este asunto es vital para muchos de los aspectos más prácticos e importantes de la vida;
porque si no tenemos la razón aquí, hay la posibilidad de que no la tengamos en lo
demás. Los puntos de vista superficiales sobre el pecado inevitablemente se inclinan
hacia puntos de vista superficiales con respecto a la obra redentora de Cristo. Por tanto,
tenemos que estar en guardia contra esos extremos: por una parte tenemos que insistir
en que, el principio del mal permanece aun en el regenerado, y permanecerá hasta el fin
de su vida; por la otra, tenemos que ser claros en que este principio del mal no necesita
ni tiene que producir malos resultados en la práctica, puesto que se nos ha provisto la
gracia de Dios para enfrentarnos a él y vencerlo".
La muerte física, como lo observamos ya, es el castigo para el pecado que se le imputa
al pecador y, aunque para el cristiano, el aspecto de juicio que tiene la muerte
desaparece por completo, la experiencia de la muerte les corresponde a los cristianos
hasta el retorno de Cristo, en atención a que éste es el único medio de partida de este
mundo.
El aspecto de castigo o juicio que tiene la muerte ha sido tan perfectamente abolido que
se puede decir de los creyentes cristianos lo que afirman los siguientes versículos:
"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" en Ro. 8:1
“El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque
no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” en Jn 3:18
“38Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni
potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra
cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”
afirma Ro 8:38,39
“mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados
con el mundo” afirma 1 Co 11:32
Así se nos afirma que un poderoso triunfo se ha logrado sobre la muerte y sobre la
tumba. "El aguijón de la muerte es el pecado"; pero el poder de la muerte para hacerle
daño al cristiano fue anulado por la muerte de Cristo.
" ... el poder del pecado, (es) la ley"; pero todo el sistema de méritos lo terminó Cristo
con su muerte en la cruz. El satisfizo todas las demandas de méritos al entregar su
propio mérito perfecto a todos los que creen en El.
Gracias, en verdad, sean dadas a Dios por esta victoria sobre el aspecto de juicio que
tiene la muerte, victoria que ganó Jesucristo por nosotros. La única cura efectiva contra
la muerte es la vida, y, aunque la paga del pecado -del pecado primero de Adán- es
muerte; la dádiva de Dios es vida eterna "en Cristo Jesús Señor nuestro" como dice (Ro
6:23).
Esta relación es sólo un recuerdo. El apóstol Pablo, al escribirles a los cristianos efesios
sobre este mismo asunto, les dice: "Por tanto, acordaos" en (Ef 2:11). El cambio del
estado de perdido bajo pecado al estado de salvo bajo la gracia, no pudiera estimarlo
adecuadamente ninguna mente humana, ni lo pudiera describir cabalmente ninguna
lengua. Lo que una vez fue completamente demérito se cambió por el mérito
infinitamente perfecto de Cristo; el lugar que antes ocupaba en el cosmos el creyente
cristiano se cambió por un lugar en el reino del Amado Hijo de Dios; y la condenación
del juicio contra el pecado se cambió por una posición inmutable en la soberana gracia
de Dios; gracia que no sólo sobreabunda, sino que no cesa. Nos dice la Biblia que los
que están sin Cristo, están sin esperanza y sin Dios en el mundo o cosmos como dice
(Ef 2:12 “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y
ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo”); en cambio,
cuando la Biblia se refiere a los que están bajo la gracia, con respecto a su posición
inmutable, dice: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos
bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo" en (Ef 1:3).
EL CASTIGO
El tema general del castigo, con todas sus amplias aplicaciones, se divide en disciplina,
castigo y retribución. De estos tres, los primeros dos se relacionan con la manera como
Dios se enfrenta a los cristianos impenitentes; y el último se relaciona con el juicio final
de Dios para los perdidos. Veamos un esquema general.
LA DISCIPLINA
La doctrina de la disciplina está estrechamente relacionada con la del sufrimiento del
cristiano, aunque no todos los sufrimientos son disciplinarios. Cuando Dios emplea el
El freno rudo se les aplica a los voluntariosos, pues de otro modo, El no pudiera tener
sus ojos fijos en ellos. En el mismo salmo, David relata su propia experiencia como
resultado de demorar su confesión a Dios: "Mientras callé, se envejecieron mis huesos
en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió
mi verdor en sequedades de verano" (versos 3, 4). Inmediatamente después de eso, él
hizo su confesión y fue restaurado. Sobre esto escribe: "Mi pecado te declaré, y no
encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la
maldad de mi pecado" (verso 5).
En el salmo 32, Dios describe a algunas personas como el caballo o como el mulo que
necesitan ser controladas por frenillos y cabestros. En vez de permitir que Dios las guíe
paso a paso, le dejan obstinadamente una única opción. Dios debe usar la disciplina y el
castigo para que le sigan siendo útiles. Dios desea guiarnos con amor y sabiduría, en
lugar de castigo. Nos ofrece guiarnos a lo largo del mejor camino para nuestra vida.
Acepte el consejo escrito de la Palabra de Dios y no permita que su obstinación le
impida obedecerle
Hay cierta forma de corrección que puede evadirse mediante la confesión. Sobre este
particular, está escrito: "Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos
juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos
condenados con el mundo" en (1 Co 11:31, 32). La confesión es el juicio que uno hace
contra sí mismo, y sirve para obviar la disciplina dolorosa que tiene que imponérseles a
los rebeldes para que no sean condenados con el mundo o cosmos.
Nadie será afligido de ese modo sin que al mismo tiempo esté consciente de que está
resistiendo a Dios y de la razón por la cual se encuentra bajo corrección. La disciplina,
en una forma o en otra, es experiencia universal de todos los que son salvos. Aun la
rama que da fruto es limpiada para que lleve más fruto como enseña (Jn 15:2-3 “2Todo
pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará,
para que lleve más fruto. 3Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”).
Jesús establece una diferencia entre dos tipos de poda: (1) quitar, y (2) limpiar las
ramas. Las ramas que llevan fruto se limpian a fin de promover el crecimiento. En otras
palabras, a veces Dios debe disciplinarnos para fortalecer nuestro carácter y nuestra fe.
Pero las ramas que no llevan fruto se quitan del tronco porque no solo son inútiles, sino
que a menudo afectan el resto del árbol. Las personas que no llevan fruto para Dios o
que intentan bloquear los esfuerzos de los que lo siguen, serán cortados de su poder
vitalizador
Este pasaje da testimonio sobre la necesidad de que todos los que verdaderamente son
hijos de Dios reciban la disciplina. Sobre este pasaje de Heb 12:4-15, la Biblia del
diario vivir interpreta de manera práctica comentando lo siguiente:
¿Quién ama más a sus hijos, el padre que les permite hacer lo que les causa daño o el
que los corrige, disciplina y castiga para ayudarles a aprender lo que es correcto? Nunca
es agradable ser corregido y disciplinado por Dios, pero su disciplina es un indicio de su
amor profundo por nosotros. Cuando Dios le corrige, tómelo como una prueba de su
amor y pídale que le muestre lo que está tratando de enseñarle
Podemos responder a la disciplina de diversas formas: (1) aceptarla con resignación; (2)
aceptarla con compasión de sí mismo, pensando que en realidad no lo necesitamos; (3)
resentirnos y ofendernos con Dios por eso; o (4) aceptarla con gratitud, como la actitud
apropiada hacia un Padre amoroso
Dios no es sólo un padre que disciplina sino también un instructor exigente que nos
estimula a alcanzar lo máximo y demanda una vida disciplinada. Aunque pudiéramos no
sentirnos lo bastante fuertes como para alcanzar la victoria, sentiremos la capacidad
para continuar a medida que seguimos a Cristo y dependemos de su fortaleza. Así
podemos usar nuestras crecientes fuerzas para ayudar a quienes están cerca de nosotros
que son débiles y que están luchando
Los lectores de la epístola a los hebreos conocían el ritual de la limpieza que los
preparaba para la adoración, y sabían que debían ser «santos» o «limpios» a fin de
poder entrar en el templo. El pecado siempre obstaculiza nuestra visión de Dios; por lo
tanto, si queremos ver a Dios, debemos obedecerle y renunciar al pecado (véase Salmo
24.3, 4). Vivir en santidad armoniza con vivir en paz. Una buena relación con Dios
conduce a una buena relación con la comunidad de creyentes. Aunque no siempre
vamos a sentir amor por todos los creyentes, debemos buscar la paz a medida que
logramos ser más semejantes a Cristo
Así como una raíz pequeña crece hasta convertirse en un gran árbol, la amargura brota
en nuestro corazón y eclipsa aun nuestras más profundas relaciones cristianas. Una «raíz
de amargura» se apodera de nosotros cuando permitimos que los desacuerdos crezcan
hasta volverse resentimiento, o cuando alimentamos rencores por heridas pasadas. La
amargura trae consigo celos, disensiones e inmoralidad. Cuando el Espíritu Santo llena
nuestra vida, puede sanar la herida que causa la amargura
EL CASTIGO
LA RETRIBUCION
Toda forma de disciplina tiene por objeto el mejoramiento o desarrollo del sujeto, con la
finalidad de que en él se cumplan los altos y santos propósitos que Dios ha determinado
para los que son salvos. Pero no hay ningún propósito de instrucción ni de preparación
en la retribución que se les ha de dar a los perdidos. Las dos clases de personas a las
cuales se refieren estos castigos en general se identifican en los dos pasajes que ya
citamos.
Hebreos 12:6-8 “6Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe
por hijo. 7Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel
a quien el padre no disciplina? 8Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido
participantes, entonces sois bastardos, y no hijos”
En Hebreos 12:6-8, de una clase se nos dice que son "hijos"; mientras que a los de la
otra clase se los llama los "no hijos". El juicio cae sobre ellos como vindicación de la
dignidad de Aquel al cual toda criatura le debe su existencia, cuya voluntad se ha
revelado, la cual ha sido violada por el pecado. Es bueno recordar que todo miembro de
la familia humana estuvo una vez en la misma condenación, y siempre lo estaría si no
fuera por la redención divina. Igualmente es justo reconocer que la oferta de gracia se
extiende ahora al mundo entero, que está perdido. El castigo de los no regenerados se
les inflige como una retribución por su ofensa contra Dios; así que llega a ser más que
una imposición de las consecuencias del pecado.
El orden moral del universo hay que sostenerlo, y en efecto, será sostenido. Pero algo
mucho más profundo es la vindicación del deshonor que se la hace a la Persona de Dios.
Si se reconoce la verdad de que los hombres más iluminados son incapaces de
comprender la verdadera naturaleza del pecado, o su efecto sobre Aquel que es
infinitamente santo, todos deben admitir que el castigo vindicativo está fuera de la
comprensión humana. Eso se nos revela claramente en la Biblia, y más por medio de los
labios de Cristo que de los de cualquiera otra persona. Esta revelación permanece no
sólo por la autoridad con que habla la Biblia, sino también por el hecho de que no hay
hombre que puede discutirla.
"Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor en (Ro 12:19). En este versículo bíblico,
Dios afirma primero su propia reacción hacia el pecado, en las palabras: "Mía es la
venganza." Pero también afirma la necesidad de castigo, cuando dice: "Yo pagaré". Esta
recompensa o castigo es más que un simple abandono del pecador. Es cierto que la
"muerte segunda", que es la muerte eterna, es una separación de Dios, y que el estado
eterno de los perdidos es un castigo inmensurable, a la luz del hecho de que las almas
perdidas tendrán que recordar lo que la gracia hubiera podido hacer a su favor. El
castigo es una imposición definida sobre el curso natural de los eventos; es una
retribución que corresponde al castigo requerido. Así como el carácter de Dios es justo,
así cualquiera que sea la pena que El imponga tiene que ser justa, y todos han de
reconocerlo así. Dios no cometerá ningún error en el juicio, así como no lo comete en
ninguna otra de sus obras.
El castigo, que es para los cristianos, es una demostración del amor divino; pero la
retribución es una manifestación de la ira divina contra los perdidos. No ha tenido Dios
nunca la intención de permitir que los pecadores se enmienden ahora; ni tampoco la
retribución será para que se enmiendan en la eternidad. El ha provisto, mediante el pago
de un precio infinito, una perfecta regeneración y una nueva creación por medio de la fe
en Cristo. Los hombres tienen libertad de recibir o de rechazar esta provisión. No hay
ninguna palabra en la Biblia que se refiera a la extinción. El estado de los perdidos será
tanto consciente como eterno. Aun la muerte física, de la cual los perdidos pudieran
depender para hallar algún alivio, habrá sido destruida para siempre.
El cuadro negro del fracaso y de la tristeza humana sólo se ha pintado con el fin de que
con más prontitud se reciban las Buenas Nuevas de salvación. Todo lo que Dios ha
revelado con respecto al destino de los perdidos tiene el propósito de llamar a los
hombres a que se vuelvan hacia El y vivan en su gracia para siempre.
"El propósito definido del juicio divino en ninguna manera puede ser el mejoramiento
de la persona que recibe el castigo, puesto que ese es el objeto de la redención. Si el
castigo fuera el apropiado para esta finalidad, no hubiera habido necesidad de la
redención. O, dicho de otro modo, si la redención logra este objetivo, ¿qué necesidad
hay de la severidad del castigo? ¿Hemos de suponer que cuando la redención demuestra
ser inefectiva para el mejoramiento del hombre, tiene que imponerse el castigo para
poder lograr ese objetivo? Entonces habría que deducir que el castigo es más efectivo
para la regeneración del hombre que la redención.
remoción del juicio, se renueve, si el castigo hace también lo mismo? Y sin embargo, la
influencia del castigo en el que sufre, no puede negarse íntegramente.
El castigo, en este caso, por una parte, actúa como una barrera contra las invasiones
desoladoras del pecado, al reafirmar las ordenanzas fijas de la ley; y, por otra, le da
testimonio al pecador de que el poder destructor que hay en el mal se vuelve contra él, y
hace que el pecador tiemble cuando se rinde al pecado. De estas dos maneras, el castigo
prepara al hombre para la obra de la redención. Pero según su naturaleza distintiva, el
castigo no está adaptado ni calculado para que produzca un verdadero mejoramiento,
una renovación interna en el pecador. Por el contrario, estas dos esferas: la de la
redención, que es la única que puede cumplir una verdadera renovación, y la del castigo,
se excluyen mutuamente.
Al respecto el Dr. Julius Müller afirma: "El castigo no es un medio apropiado para la
reforma; porque la verdadera reforma sólo puede realizarse mediante la libre
determinación de la persona. Es de naturaleza voluntaria. La determinación personal, sin
embargo, cuando se produce por el temor de un castigo, no sería moral ni
correspondería a la naturaleza de la virtud.
Cualquier reforma que se efectúa según algún motivo egoísta no es reforma genuina.
Además, si la verdadera reforma pudiera producirse por medio del castigo, ¿por qué no
se dejó como único método legal y punitivo el del Antiguo Testamento? La
administración antigua estaba llena de amenazas y castigos, y de ejemplos terribles en
que realmente se ejecutó el castigo. ¿Por qué envió Dios a su Hijo, y estableció un
nuevo pacto y una administración de misericordia? ¿De qué vale la redención, o sea la
remisión del castigo, si el castigo en sí es saludable y restitutorio?
Así como la muerte temporal, que es la pena máxima en la legislación humana, no tiene
el propósito de reformar al criminal, ni de restaurarlo en la sociedad humana, sino que
lo corta para siempre de ella; así la muerte eterna, según la enseñanza bíblica, no tiene el
propósito de que sirva de medio para educar al pecador ni de adaptarlo para el reino de
los cielos, sino que lo proscribe y lo excluye para siempre de él.
Un problema afín con estos que acabamos de mencionar es el de la actitud divina hacia
las incontables multitudes que han muerto sin haber oído el Evangelio de la redención.
Este tema también constituye una tentación para muchos. Hay muchos que afirman que
los paganos serán salvos por causa de su ignorancia, o si vivieron según la luz de que
disponían.
El problema llega a ser más profundo cuando se afirma que Dios, por cuanto es
soberano, puede hacer lo que le plazca en estos casos. Esta idea relaciona la redención
con la soberanía de Dios; aunque lo correcto es relacionarla con su justicia. Ni siquiera
Dios puede redimir a nadie aparte de la sangre de su Hijo. Si lo hiciera, sería injusto;
pues no puede haber otra satisfacción para la justicia de Dios por la maldad de las
criaturas que esa sangre.
Si alguien afirma que Dios queda en libertad para salvar, por medio de Cristo, a los que
El quiera salvar, inmediatamente descubrimos la refutación de esa idea en la Palabra de
Dios. Según ella, la gracia salvadora de Dios es algo que depende (excluyendo a los que
mueren inocentes) de que el pecador la reciba.
El elemento de la fe nunca puede faltar: "El que en él cree, no es condenado; pero el que
no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de
Dios" Jn 3:18.
Si fuera verdad que los paganos pueden salvarse por causa de su ignorancia o de su
fidelidad a la luz que tuvieron, no habría necesidad de realizar un programa mundial de
evangelización. En efecto, el mismo hecho de llevarles el Evangelio a aquellos que son
salvos mediante algo que está en ellos mismos sería una imposición de proporciones
colosales; porque si tomamos para nosotros tal tarea, a los paganos, que supuestamente
están salvos mediante sus propias virtudes, habría que transferirlos a un sistema en el
cual probablemente se perderían para siempre, por el hecho de rechazar el Evangelio.
Según el cuadro bíblico, los paganos están absolutamente perdidos hasta el momento en
que reciban el Evangelio. Si eso no fuera cierto, entonces todos los mandatos de ir a
predicar el Evangelio que se encuentran en el Nuevo Testamento serían inútiles, y
tendrían el propósito de perjudicar a las personas a las cuales se les da el mensaje, no el
de ayudarles. El Evangelio engendra una responsabilidad y, para los que lo rechazan,
llega a ser "olor de muerte para muerte", y para los que lo reciben, "olor de vida para
vida" como dice (2 Co 2:16-17 “16a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a
aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente? 17Pues no
somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con
sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo”).
Aquí Pablo pregunta: «¿Quién es suficiente» para la tarea de presentar a Cristo? Nuestra
suficiencia siempre proviene de Dios (1 Corintios 15.10, 2 Corintios 3.5). Él nos
comisionó y envió (véase Mateo 28.18–20). Nos ha dado el Espíritu Santo para hablar
con el poder de Cristo. Mantiene sus ojos sobre nosotros, protegiéndonos mientras
trabajamos para Él. Por lo tanto, si reconocemos que Dios nos hace competentes y
útiles, podemos vencer nuestros sentimientos e insuficiencias. Servirle a Él, sin
embargo, requiere que tengamos en mente lo que Él puede hacer por medio nuestro, no
lo que no podemos hacer por nosotros mismos
Podemos concluir repitiendo a Jn 3:18 "El que en él cree, no es condenado; pero el que
no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de
Dios”
Muchas veces la gente trata de salvarse de lo que teme poniendo su fe en cosas que
tienen o hacen: buenas obras, capacidad o inteligencia, dinero o posesiones. Pero solo
Dios puede salvarnos de lo que en verdad debemos temer: la condenación eterna.
Confiamos en Dios reconociendo la insuficiencia de nuestros esfuerzos por alcanzar la
salvación y pidiéndole que haga su obra en nuestro favor. Cuando Jesús habla acerca del
«que no cree», se refiere a quien le rechaza por completo o hace caso omiso de Él, no al
que tiene dudas momentáneas.