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LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DEL 11-M

Por MIKEL BUESA. Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.

LOS estudios acerca de la influencia del terrorismo en la economía de los países en los que se
localizan sus estragos han destacado que, por lo general, estos últimos suelen tener una significación
limitada -siempre que se consideren caso por caso-, aunque, por el contrario, si la amenaza de la
violencia es persistente, dan lugar a un empeoramiento de las expectativas de los consumidores y
empresarios, lo que se refleja en una reducción de las inversiones y, por esta vía, en un crecimiento
económico menor que el correspondiente al nivel potencial. Esta pérdida en el crecimiento será tanto
mayor cuanto más explícitas sean las amenazas y cuanto más alta sea su probabilidad de
materializarse en una sucesión de atentados.

El caso del 11-M debemos evaluarlo dentro de este marco conceptual. Por ello, lo primero que ha de
establecerse es una valoración realista de los daños causados; y, en ausencia de datos oficiales,
realizarla bajo supuestos razonables. Así, tomando en consideración el número y la evolución de las
víctimas -muertos y heridos-, la dimensión de los efectivos humanos movilizados para auxiliarlas, los
costes medios de la atención sanitaria, el nivel salarial de la Comunidad de Madrid, la experiencia
precedente en cuanto a los daños materiales y el marco jurídico de la protección a las víctimas del
terrorismo, estimo que el coste total derivado de los atentados se acabará situando en unos 173
millones de euros, de los que la mayor parte corresponden a las indemnizaciones que han de percibir
las víctimas. Y dado el sistema institucional actualmente vigente, no cabe duda de que lo principal de
esa cifra recaerá sobre el sector público -sobre todo, el Estado y el Consorcio de Compensación de
Seguros-, quedando una parte marginal para el sector privado.

La referida cifra es, en términos relativos, pequeña, pues sólo supone el 0,02 por 100 del PIB español
-o, si se prefiere, el 0,14 por 100 del PIB de la Comunidad de Madrid-. Estamos pues, una vez más,
ante unos atentados cuya significación económica es muy limitada, incluso por comparación con otras
tragedias de la misma naturaleza. Así, en el caso del 11-S, las estimaciones más conservadoras de su
impacto se establecieron en el 0,53 por 100 del PIB norteamericano, llegándose en algunos estudios
hasta el 1,03 por 100 de esa macromagnitud. Por tanto, los ataques contra Madrid han ocasionado
unas pérdidas cuya dimensión económica es entre 25 y 50 veces más pequeña que la que causaron
los que tuvieron como objetivo a Nueva York y Washington.

En estas circunstancias, no debe sorprender que los efectos económicos inducidos de manera
inmediata por los atentados, sean de momento pequeños y más bien circunscritos a la economía local.
Así, en el sector turístico, Madrid ha visto cancelar sus reservas hoteleras en un 23 por 100 durante la
primera semana, cayendo ese porcentaje a la mitad con relación a la Semana Santa. Pero no parece
que esta prevención de los consumidores se haya extendido al resto de la oferta turística nacional. En
el sector asegurador, debido a la reducida traslación de los costes de la siniestralidad sobre el sector
privado, apenas ha existido repercusión de los atentados. Otro tanto puede decirse del sector del
transporte, pues el tráfico aéreo aumentó alrededor del 10 por 100 en la quincena ulterior a la
tragedia, y sólo el ferroviario de cercanías, aún habiendo recuperado buena parte de su normalidad,

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parece que se ha resentido. Y, como síntesis de todo ello, la reacción de los mercados financieros ha
sido más bien moderada, con caídas iniciales de entre el 2 y el 7 por 100 en las cotizaciones de las
principales Bolsas de Valores durante los días siguientes al 11-M, que transcurridas tres semanas ya
se han recuperado.

Sin embargo, a pesar de estas reacciones más bien mesuradas, no cabe descartar que las
consecuencias económicas de los atentados en Madrid acaben teniendo un mayor alcance. A este
respecto, los mensajes emitidos por las autoridades monetarias del Banco Central Europeo, sin ser
inquietantes, apuntan a una posible pérdida de confianza entre los consumidores e inversores
europeos. En igual sentido se han pronunciado la Comisión Europea y, dentro del ámbito nacional, el
IFO alemán o el Banco de España, llegándose incluso más lejos en el caso de algunas entidades
financieras privadas que apuntan una rebaja en sus previsiones de crecimiento.

De momento, en ausencia de estimaciones fiables de los principales indicadores coyunturales, todo


esto no son más que especulaciones basadas tanto en la experiencia precedente como en la
constatación de que el impacto emocional de los atentados ha sido muy intenso. Señalemos a este
respecto que, según un estudio dado a conocer por la Universidad Complutense, dos semanas después
del suceso cerca de la mitad de los madrileños se encontraban todavía afectados; y que en el 17 por
100 de ellos la tristeza y el sentimiento de soledad interferían sobre vida cotidiana y laboral. Y es
precisamente ese impacto emocional el que puede acabar tornándose en desconfianza si el terrorismo
se llega a percibir como un fenómeno persistente a largo plazo. En tal caso, la sociedad española -y
tal vez la europea- pagará un costoso precio bajo la forma de un menor crecimiento de su economía.

Cabe preguntarse, por ello, de qué depende la apreciación de que el terrorismo es una amenaza
constante y no resuelta. Dos son los elementos a considerar a este respecto: por una parte, la efectiva
materialización de esa amenaza bajo la forma de nuevos atentados; y, por otra, la contundencia y
eficacia de la política desarrollada por el Gobierno para impedirla. Con respecto al primero, aunque la
intervención policial ha sido, de momento, exitosa, no cabe duda de que los acontecimientos vividos
desde el 11-M -con un atentado frustrado sobre el AVE, una explosión suicida en Leganés, en la que
ha habido que lamentar nuevas víctimas y damnificados, y una colección de amenazas, al parecer
creíbles, procedentes de organizaciones vinculadas al terrorismo islamista- son inquietantes. Y, en
cuanto al segundo, más allá de la movilización de todos los medios de seguridad y defensa disponibles
para realizar tareas de vigilancia y prevención, debe esperarse a las decisiones que, en su momento,
tome el nuevo ejecutivo emanado de las últimas elecciones. Es este Gobierno el que debe tener en
cuenta, con relación al tema que aquí se trata, que la principal lección del 11-S en Estados Unidos fue
que sólo a partir de una política de ambiciosos objetivos, tanto en el terreno de la seguridad como en
el de la defensa, dotada con generosos recursos, se pudo restaurar la confianza de los ciudadanos y
evitar así que las consecuencias económicas del terrorismo se extendieran más allá de su inmediato y
transitorio impacto.

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