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Recelos y desconfianzas.
Sin embargo, parece evidente también que la práctica de los exámenes ha ido
cayendo en un importante desuso y que la actitud de autoobservación vigilante que ellos
implican, despierta en la actualidad un considerable recelo1.
Múltiples factores han podido contribuir, sin duda, a esta desconfianza frente a una
práctica que había gozado de tan importante tradición en la espiritualidad cristiana. Si nos
atenemos a sus posibles motivaciones psicológicas habría que señalar, sin duda, que el
recelo surge desde el momento en el que se advierte que tales prácticas espirituales han
conducido con demasiada frecuencia al fomento de actitudes obsesivas y perfeccionistas de
las que luego nos ocuparemos, en lugar de alentar una lucha por alcanzar la indiferencia
como libertad para el seguimiento y el Reino.
De modo importante, quizás, nos ha podido afectar también el hecho de que seamos
hijos de una cultura de la sospecha. La conciencia que tratamos de examinar se nos ha
hecho bastante problemática en nuestra cultura contemporánea. Sabemos o sospechamos
que tras determinadas manifestaciones de nuestra conducta que intentamos modificar se
esconden motivaciones poco accesibles a nuestro control y manejo. Un cierto desánimo se
1 Baste indicar quizás como índice elocuente de ese descrédito el hecho de que repasando los índices
de la revista de Espiritualidad Ignaciana MANRESA, desde los comienzos de su publicación (1925)
encontramos tan sólo seis trabajos sobre los exámenes ignacianos y que entre ellos existe un intervalo
que va desde el año 1946 hasta 1985 en el que tan sólo encontramos un artículo concerniente al
examen. En 1985 volvemos a encontrar el último trabajo en el que el examen particular se afronta
desde la vertiente de su analogía con determinadas técnicas de la psicología conductual. Los trabajos
sobre los exámenes ignacianos en MANRESA son los siguientes: S. MANTILLA, La doctrina del Examen
General sobre los pecados del pensamiento: 9 (1933) 244-257; L. PUJADAS, El examen particular: 10
(1934); A. CODINA, El examen particular en tiempos de Ejercicios, ¿Es Examen General? : 13 (1940)
38-49; M. ESPINOSA, Examen particular, 17 (1945) 116-124, y 18 (1946), 269-283; M. SOLE, La
eficacia del examen: 34 (1962) 331-338; y W. SOTO, El examen particular como autoobservación
conductual, 57 (1985) 3-16. Cabe señalar un magnifico trabajo concerniente al examen de conciencia
en general a la luz de la psicología profunda de P. MESEGUER, Autenticidad y examen de
inconsciencia: 31 (1959) 139-149.
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ha podido de ese modo instalar en nosotros a la hora de entrever una contienda meramente
comportamental, sintomática, diría un psicopatólogo, que deja sin tocar las raíces últimas
que originan ese comportamiento. Hace más de veinte años, el trabajo de P. Meseguer
Autenticidad y examen de inconsciencia2 intentó plantear el problema de un conocimiento de
uno mismo (punto de partida para toda ascesis) que se veía forzado a romper los linderos de
la conciencia. Con la paradoja -fecunda según él- de un examen de "inconsciencia" intentaba
hacernos cargo del problema, si bien no se tenían en cuenta quizás en ese momento todas
sus implicaciones y dificultades.
Ello, sin embargo, no debería hacernos olvidar el peligro de una recuperación acrítica
y precipitada, que no tuviese en cuenta los objetivos diferentes con los que se proponen
dichas técnicas de examen: ascético en San Ignacio y clínico en Psicología. Pero, sobre
todo, no podemos olvidar que la propuesta ignaciana se inscribe en un contexto mucho más
amplio de remodelación afectiva (quitar las afecciones desordenadas) en el que se atiende
(a partir, como veremos, de una formidable intuición) a las raíces profundas que escapan del
mero querer y libertad de la persona. Sólo desde esa perspectiva más global y con un
sentido dialéctico con relación al discernimiento, cobra valor y sentido la técnica concreta de
los exámenes4.
Ignacio tuvo una clara conciencia de la división que experimenta todo sujeto humano.
Una clara conciencia que la dedujo, sin duda, de la situación de conflicto que de modo tan
intenso experimentó a la hora de querer iniciar un nuevo rumbo para su vida.
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entre ser actor u espectador de tales movimientos anímicos. Ideas y afectos de signo
contrario circulaban de ese modo por él sin que se parase a ponderar la diferencia, hasta en
tanto que una vez- nos comenta el texto autobiográfico- se le abrieron un poco los ojos, y
empezó a maravillarse desta diversidad, y a hacer reflexión sobre ella5. Ignacio ha
comenzado la decisiva tarea del discernir y del examinar, en cuanto que, a partir de ese
momento de lucidez sobre su experiencia, empezó a situarse ante ella no sólo como actor de
unos procesos internos, sino también como espectador y juez de esos movimientos que
tenían lugar en su escenario interno: empezó... a hacer reflexión sobre ella.
Desde ahí, podríamos decir, Ignacio cobra una conciencia muy agudizada de la
división interna del sujeto humano. (Poco a poco vino a conocer la diversidad de los espíritus
que se agitaban). Desde esa diversidad de pensamientos y afectos que le hacen
maravillarse, sabemos que tuvo todavía que atravesar un largo itinerario para alcanzar un
cierto grado de unificación interior. La progresiva polarización de su dinámica afectiva en un
nuevo objeto condensador (su “Jerusalén” interna frente a su “Babilonia”, interna también)
tuvo que atravesar momentos de extrema dureza 6 en los que la sombra de la
autodestrucción y de la misma de la muerte 7 anduvo muy cercana.
Ignacio fue, al menos durante este intenso período de su vida, lo que tan bellamente
W. James describió como “personalidad heterogénea”, es decir, perteneció a esa clase de
hombres a los que no les es dado nacer una sola vez, sino que a través de terribles
combates internos se ven obligados a “nacer dos veces”. En la religión de los nacidos una
vez -nos dice W. James- el mundo es una especie de asunto rectilíneo y con una sola historia
cuyos relatos presentan una sola denominación... Para la religión de los nacidos en dos
ocasiones, el mundo es un misterio en dos estratos... Hay - continua James- dos vidas, la
natural y la espiritual, y tenemos que perder una antes de participar en la otra. Afirmación,
quizás, teológicamente discutible, pero psicológicamente bastante sugerente para describir
experiencias como las de Agustín o Ignacio en los respectivos procesos de conversión. La
unidad no la lograron sino a través de unos difíciles debates internos. La condición psicoló-
gica para el nuevo nacimiento -concluye James- es la división de la personalidad8.
5 Autobiografía, 8.
6 Cfr. Ibíd., 22-25
7 Cfr. Ibíd., 24.
8 Cfr. JAMES, W., Las variedades de la experiencia religiosa, Barcelona 1986, 131-148.
9 Ignatius of Loyola. The Psychology of a Saint, Yale University Press, New Haven and London, 1992;
con una pésima traducción apareció en castellano: Ignacio de Loyola. Psicología de un santo, Anaya &
Muchnik, Madrid 1995. Un resumen crítico la obra lo publiqué con el título: Ignacio de Loyola
psicoanalizado. Anotaciones a un libro polémico: Proyección 4O (1993) 171-191.
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miento y el examen se convierten para Ignacio en una exigencia ineludible. En el examen,
en efecto, supone un desdoblamiento interior: una parte de nosotros analiza, evalúa y juzga
y otra sólo experimenta la vivencia. Somos así, en esos momentos, sujetos y objetos al
mismo tiempo. Pero ¿Cuál es entonces para Ignacio el sujeto que examina y cual es el
objeto que ha de ser examinado?
Tres pensamientos en mí, tres ordenes diferentes de discursos que nos habitan y de
los que sin embargo no podamos disponer a nuestro antojo. Tan sólo uno de ellos se
corresponde con el de la libertad y querer; tan sólo ese es propio mío. Los otros dos, sin
embargo, sin ser míos, viniendo de fuera, están en mí, me habitan y hablan desde lo
profundo de mi ser. Por decirlo de algún modo, yo soy tan solo el altavoz o la boca de ellos.
Sin duda, es sorprendente la analogía de esta concepción del ser humano que tiene
San Ignacio con la descripción de la personalidad que nos propuso Freud en la llamada
Segunda Tópica, es decir, en la división del aparato psíquico en las tres instancias del Yo, el
Ello y el Superyó.
Esta analogía entre los dos esquemas antropológicos, freudiano e ignaciano, y que se
deja entrever en más de una ocasión en el texto de los Ejercicios nos ayudarán a
comprender más adelante las funciones y los riesgos que el examen como técnica y el
examinar como actitud pueden representar.
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Examen y examinar en el texto de los Ejercicios.
Examinar constituye una de las ocupaciones más importantes que Ignacio propone al
ejercitante11. Desde el mismo comienzo, según ya vimos a propósito de la primera
anotación, Ignacio hace referencia al examinar la conciencia como primera tarea que
desarrollará el ejercitante (por este nombre, ejercicios espirituales, se entiende todo modo
de examinar, de meditar, de contemplar...).
Esta actitud general de examinar que debe mantener el ejercitante presenta, como
sabemos, dos concreciones fundamentales que son el Examen particular y el Examen
General.
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Pero según ya vimos en el capítulo anterior, esta conciencia de pecado, surge en un
contexto relacional y salvífico, razón por la cual Ignacio, en el primer punto indicativo sobre
el modo de hacer dicho Examen General, sitúa al ejercitante en la toma de conciencia de la
salvación que ya ha recibido y, desde ahí, en el agradecimiento profundo por ella (el primer
punto es dar gracias a Dios por los beneficios recibidos).
Junto al Examen Particular y General tenemos todavía que añadir el Primer modo de
orar [238-248] que, como sabemos, se presenta también como una modalidad de examen
en el que, en actitud de oración, el ejercitante pasa revisión ante Dios de su comporta-
miento, abarcando las diversas dimensiones de su conducta y las diversas funciones de la
personalidad (mandamientos, pecados y virtudes, potencias del ánima y sentidos).
Discernimiento y examen.
Como podemos observar, Ignacio no quiere dejar ni una sola área de la conducta, ni
un sólo rincón del pensamiento, fuera del control del sujeto que se ejercita. La propuesta
resulta, sin duda, nada fácil, bastante comprometedora y también, como hemos señalado
desde el principio, saturada de riesgos cuando se acomete olvidando otras dimensiones de la
dinámica global en la que se inserta.
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sujeto para el servicio de Dios, pretende de modo específico que éste, en su soledad más
radical delante de Dios, averigüe el modo concreto, único y singular, en el que él debe
comprometerse a salvar su ánima. De este modo, la elección, se sitúa en el centro mismo
de toda la dinámica de los Ejercicios.
Pero ya hemos advertido la conciencia que tiene Ignacio de la dificultad con la que
cuenta el sujeto para ejercitar su libertad: en él hablan dos pensamientos que se escapan de
la esfera de su voluntad y de su libre albedrío. Para poder elegir, la persona tendrá
previamente que llevar a cabo una difícil tarea del discernimiento, de análisis de las varias
mociones que en la ánima se causan, y que le mueven, desde su interior, en sentido
opuestos. Pero -ese es el grave problema que se nos plantea en la segunda semana- no
siempre son transparentes en su dirección.
Porque el pensamiento que desde nuestro interior manifiesta la actividad del mal
espíritu no ceja nunca en sus intenciones. Ese pensamiento, por lo que es la mismas
condición humana, no podremos considerarlo nunca abolido. Allí está y siempre dispondrá de
un terreno, mayor o menor, de nosotros. El discernimiento entonces, como actividad
analítica que lo detecte y el examen como actividad evaluativa que lo juzgue y someta
constituyen, pues, desde estas perspectivas, dos tareas ineludibles y permanentes.
De este modo, discernimiento y examen hay que considerarlos como dos ejercicios
inseparables e íntima y dinámicamente relacionados. El examen, de modo particularmente
decisivo, podrá pervertirse errando en sus objetivos, si pretende operar con independencia
de un previo discernimiento que le indique cuál es en realidad la voz del mal espíritu que
habla desde el interior. Y ya sabemos con qué facilidad el pensamiento de la mera libertad y
querer puede confundir las voces que le vienen de fuera.
Los exámenes poseen una función primordialmente objetivadora. Con ellos se trata,
como tan acertadamente afirma Adolfo Chércoles, de convertir en zonas de presencia lo que
eran experiencias ausentes13. En ese sentido se trata de un trabajo con el que se persigue
reeducar la atención dispersa.
13 En el presente apartado vamos a seguir en más de una ocasión las ideas de A. CHÉRCOLES
extraídas de unos apuntes titulados La concepción del hombre en San Ignacio de Loyola y
Comentarios a la primera semana, lamentablemente no dados a la luz. Sí disponemos del mismo autor
un trabajo en el que nos ofrece un análisis detenido del concepto de “merescer” en San Ignacio: Cf.,
Examen General de conciencia para limpiarse y para mejor se confesar MANRESA 64 (1992) 355-360.
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sobre el tema14, el pecado se presenta a los ojos de Ignacio como algo objetivo y no como
una realidad que concierna exclusivamente a la subjetividad. El pecado aparece de este
modo como un hecho del que mi conciencia puede estar ausente, razón por la que Ignacio
nos insta a pedir luz en orden a su conocimiento [25, 43, 240]. El examen, entonces, debe
convertirse en un tiempo de lucidez y de revelación15 En otro orden de cosas, merece la
pena recordar también aquí cómo Freud distingue también el sentimiento de culpabilidad y
la falta objetiva, Cfr. El malestar en la cultura, O.C., 3054 o Varios tipos de carácter
descubiertos en la labor analítica, O.C., 2427..
Hemos visto también cómo Ignacio encuadra la dimensión examinadora de la
conciencia en un contexto relacional y salvífico. El examen, pues, no es un recuento
escrupuloso de faltas para alcanzar una perfección que me justifique y que satisfaga,
egocéntricamente, mi narcisismo. Se trata de constatar cual ha sido, de hecho, la pobre
respuesta dada a las oportunidades salvíficas que he recibido.
Los pensamientos que vienen de fuera se convierten en los retos fundamentales para
el pensamiento que procede de mi libertad y querer. De ese modo, incluso el mal
pensamiento que, desde mi interior, escapa de mi querer y libertad, puede convertirse en
una oportunidad (causa de merecimiento) o en un fracaso. Pecar, desde esta perspectiva,
supone, pues, implicarse desde la mera libertad y querer a la dinámica del mal pensamiento
que viene de fuera. Merescer, al contrario supone, bien impedir la complicidad con ese mal
pensamiento, o bien, aliarse con la oportunidad salvífica que, expresándose desde mi
interior, procede de la parte de Dios.
En el Examen General por su parte, más allá de una contienda directa contra una
“conducta-problema”, pretende Ignacio que, en el momento final de la primera semana, el
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sujeto exprese simbólica y sacramentalmente su decisión de abandonar sus antiguos y
pervertidos objetos de amor. Amores desordenados que, considerados ahora en el conjunto
global de su biografía, han estorbado su indiferencia, es decir, han impedido su libertad para
el Reino. Con esta visión retrospectiva sobre la totalidad de su vida pretende Ignacio que el
sujeto intente sumarse, en totalidad también, a un nuevo proyecto que se tendrá que
detallar a partir de la segunda semana.
Con el primer modo de orar, parece pretender Ignacio que, en un contexto relacional,
el sujeto revise ante Dios cuál es de hecho su visión de la realidad, concretada en sus
relaciones de valor, hábitos, actitudes y modos de entender, recordar, querer y sentir.
En este sentido, parece claro que Ignacio aspira a que el ejercitante no descuide el
más mínimo sector de la conducta, sea en el ámbito de sus concreciones manifiestas, como
en el de sus raíces más profundas. El Yo ha de estar activado al máximo de su potencialidad,
reconociendo, paralelamente, su impotencia y su ignorancia por la apertura a la luz y a la
gracia que sólo le viene de Dios. Una vez más, el Sic Deo Fide,...
Ahora bien, si al Yo se le invita a que plante cara a las demandas del mundo pulsional
desordenado, a procurar alianzas con las dimensiones ideales del Superyó y a emprender un
minucioso análisis de sus propios puntos débiles, debería quedarnos claro que eso no
significa, como desgraciadamente tantas veces se ha hecho, que se trate de imponer un
imperialismo yoico a costa de lo que sea; es decir, a costa de mutilaciones o de inhibiciones
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neuróticas que progresivamente nos vaya alejando de la realidad. No se trata, por seguir
abundando en la ya vulgarizada terminología freudiana, de que a base de puños, el Yo
intente aplastar al Ello. Porque para Ignacio no es cuestión, como sabemos (y sobre ello
volveremos más adelante), de negar el mundo de los afectos, sino más bien al contrario, de
potenciarlo para ponerlo al servicio del Seguimiento de Jesús y de su Proyecto.
La función del examen (en de este contexto de referencias freudianas), habría que
situarla más en la búsqueda de una sana armonía del conjunto de la personalidad, en la que
las fuerzas del Ello no fuesen sistemáticamente negadas y donde el Yo se esforzase por
construir una buena alianza con un sano Superyó.
Ello implica que las fuerzas del Ello tendría que ser canalizadas y encauzadas según
el esquema del Principio y Fundamento (en un amor tanto cuanto) y culminadas en la
Contemplación para alcanzar amor, como triunfo de las pulsiones de vida, en su vinculación
agradecida y amorosa con Dios a través, y no al margen, de toda la creación.
De otro modo, estaríamos utilizando tanto la técnica del examen como la actitud de
mucho examinar como un instrumento al servicio de objetivos poco claros, que fácilmente se
estarían prestando al juego de los elementos más neuróticos de la personalidad.
16 Freud nos hace caer en la cuenta de la íntima relación existente entre examen crítico y afectividad:
con frecuencia solamente las ideas de proceden de personas amadas son capaces de modificar
nuestras opiniones. Cfr. Introducción al psicoanálisis, O.C., II, 2400.
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continuamente una actividad examinadora17. Las razones de orden espiritual no tendrían ya
otra función que la de camuflar esas motivaciones afectivas inconfesadas.
Por otra parte, sabemos también que el placer de tipo narcisista que puede
proporcionar al Yo un acabado cumplimiento de las normativas superyoicas, puede
embriagarle sobremanera y debilitar de ese modo su función objetivadora de la realidad 18. El
examen particular podría llegar a convertirse entonces en el licor que proporciona esa
especie de borrachera ascética que, por desgracia, la historia de la espiritualidad ha tenido
que reseñar con demasiada frecuencia. El sujeto, en esa situación anda ya lejos del juicio de
realidad que se le pide al Yo en la tarea del examen: ante él sólo encuentra su imagen
reflejada en el espejo. La “conducta-problema” entrevista por la técnica del Examen
Particular para ser erradicada vendría así a ser elegida, no en función de una mejor
adaptación a los intereses del Reino de Dios, sino en función de una mejor adaptación al
ideal narcisista del Yo.
Pero, quizás, desde donde habría que dar con más fuerza la voz de alarma sea desde
la analogía que el comportamiento y la actitud del mucho examinar puede presentar con la
neurosis obsesiva.
En este sentido, a una persona que esté familiarizada con la práctica del Examen
Particular, no puede dejar de chocarle el encontrar en un tratado ya clásico sobre la neurosis
una ilustración de la sintomatología obsesiva que se refiere a un paciente que llevaba
consigo un cuaderno de apuntes, en el que asentaba las calificaciones que merecía su
conducta, para indicar, según el caso, elogio o censura20.
También habría que recordar en este contexto que el recuento, tan importante en la
técnica del Examen Particular, constituye un tipo de actividad predilecta en la dinámica de la
neurosis obsesiva. La “compulsión de contar”, en efecto, se encuentra entre los síntomas
prototípicos de este tipo de afección neurótica.
Junto a todo ello habría que señalar todavía la ambivalencia que fácilmente se puede
ocultar en la conducta de autocontrol. La tensión entre el Ello y el Superyó se puede resolver
por parte del Yo en una alternancia de concesiones ante ambas instancias. Puede surgir así
una especie de pseudomoral automatizada en la que, astutamente, se combina la expiación
con el pecado. Ello tiene lugar mediante la formación de un circulo formado por la
producción de la “conducta problema” que, seguida del autor reproche, da lugar a una nueva
“conducta problema” que precede a un nuevo autor reproche y así indefinidamente. Él Yo
parece moverse entonces en una permanente interrogación ¿obedeceré al Ello o al
Superyó?21.
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Todo esto no son -podremos decir- sino caricaturas de la propuesta ignaciana. Y así
es, efectivamente. Pero todos sabemos también que tales caricaturas han tenido lugar a
partir de una sesgada aplicación de la técnica de examen y de un falso entendimiento de la
actitud del mucho examinar. Los recelos y desconfianzas frente a este capítulo de la
espiritualidad ignaciana no siempre han estado faltos de justificación, ni han derivado de una
mera cuestión de caprichos o de modas. La mayor conciencia actual sobre los peligros de
perder realidad a base de enclaustramientos solipsistas, fomentados por determinados
modos de entender la espiritualidad, parecen estar en la base de esos recelos y esas
desconfianzas. A este respecto puede ser verdad, a propósito del mucho examinar, lo que
afirma A. Tornos a propósito de determinadas manera de entender la conversión y la culpa:
significan casi estupideces, que el hombre de la calle, realista y endurecido, le hacen
ininteligible lo que los piadosos llaman pureza de conciencia: porque significa como un
individualismo de invernadero22.
Son los rasgos de personalidad de Ignacio que, como los de cualquier otro santo, no
invalidan lo más importante de su experiencia religiosa y de su propuesta espiritual. Tanto
menos, cuanto que, como en el caso de Ignacio, hay una conciencia de esa tendencia y del
riesgo que ella implica en el camino espiritual. Y en este sentido, no deja de ser altamente
significativo que Ignacio enfrente el peligro que la dinámica obsesiva puede plantearle al
ejercitante, cuando se detiene a considerar las reglas para sentir y entender escrúpulos
[345]. Éstos, síntoma obsesivo donde los haya, es considerado por él como pensamiento de
fuera que expresa una tentación que el enemigo pone[347]. Frente a ellos, el ejercitante ha
impregna a los rituales obsesivos. También, en lo que el Examen particular tiene de ritual (manos en el
pecho, anotación gráfica programada, etc.), se puede movilizar la creencia mágica de que ese conjunto
de acciones, automáticamente, harán desaparecer el comportamiento indeseado.
22 A. TORNOS, A., Perspectivas psicológicas de la celebración de la penitencia en F. SEBASTIAN, y
otros, Para renovar la penitencia y la confesión, Madrid 1969, 116.
23 Cf. a este respecto el estudio ya citado de L BEIRNAERT, L., La experiencia fundamental de Ignacio
de Loyola y la experiencia psicoanalítica. En uno de sus apartado estudia Beirnaert los componentes
obsesivos que experimentó Ignacio durante el período de su estancia en Manresa.
24 En uno de los apartados finales de la obra (The personality of Ignatius) Meissner analiza la
personalidad del santo acercándose a seis aspectos fundamentales de su carácter después de la
conversión: severidad superyoica, estructuración obsesiva, conflictos libidinales, conflictos agresivos,
narcisismo e ideal del yo y, por último , características autoritarias. En particular, analiza cómo ese
elemento obsesivo impregna su vida espiritual y también la misma dirección espiritual con sus
seguidores. Los exámenes continuos, la disciplina y la tenacidad obstinada, las dudas y escrúpulos, así
como sus conflictos latentes con la autoridad y la obediencia, parecen apoyar en este sentido el
diagnóstico de carácter obsesivo. Estos conflictos, sin embargo, apunta Meissner, parecen ausentes en
su vida de oración y en su profunda experiencia mística. Cf. W.W. MEISSNER, Ibíd. 369-387.
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de realizar un esfuerzo por evitar el quedar paralizado y bloqueado; debe más bien, alzar el
entendimiento a su Criador y Señor[351] y si no ve nada positivamente en contra de su
servicio, lanzarse hacia adelante, situando la duda en el lugar que le corresponde: como
fuente de interrogación y sospecha, pero nunca como motor de bloqueos obsesivos parali-
zantes.
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