Sie sind auf Seite 1von 8

Salvador Bayona

XXVII.- EL INSPECTOR ANTONIO GARCÍA

El inspector Antonio García había leído las diligencias de la noche


anterior que le había pasado el comisario Alarcón así como el informe
correspondiente de la policía científica relativo a la toma de muestras en el
lugar de los hechos. A él, como inspector de la policía judicial de aquel
distrito le correspondía llevar a cabo la investigación de lo sucedido, de
manera que se dispuso a visitar al denunciante y a realizar él mismo la
inspección de aquel asalto que, cuando menos, resultaba curioso en alguno
de sus detalles.
Al parecer el propietario de la vivienda, un tal Eduardo Serva, había
encontrado la puerta abierta al volver de viaje aquella mañana y al fijarse se
dio cuenta de que la cerradura había sido forzada, extremo que confirmaron,
como era evidente, los agentes que habían acudido a realizar la inspección
ocular.
La vivienda estaba en un sexto piso de una finca de siete, con
ascensor, con dos puertas por rellano y más de la mitad de los catorce pisos
deshabitados, de manera que reunía condiciones suficientes como para
convertirse en el blanco fácil de alguna de las bandas habituales que se
dedicaban a desvalijar pisos. Pero, si bien en la mayoría de casos de asaltos a
domicilios como aquel, podía intuirse el tipo de banda que había detrás por
la forma de acceder a la vivienda, el informe de la científica había
despertado su interés, precisamente por carecer de contenido, pues no
habían encontrado huella alguna.
Por supuesto, siguiendo la ley de Murphy, las dos viviendas del
piso inferior estaban vacías y la única vecina del séptimo era una abuela
sorda y casi ciega, que casi nunca salía de casa y que habría hecho las
delicias de cualquier abogado en el papel de testigo, de manera que la casa

- 160 –
Todos los capítulos de la novela en http://jungladeasfalto.com
El restaurador y la madonnina della creazione

podía haber permanecido abierta durante la última semana, desde que el


viejo profesor, cerrara la puerta por última vez para irse de viaje, y nadie
habría notado nada sospechoso. Así, no había forma de saber con exactitud
cuándo se había producido el asalto, aunque esto carecía de importancia en
aquel caso, al menos en comparación con las demás circunstancias.
El bombillo de la cerradura había sido reventado con precisión con
un taladro eléctrico y luego retirado para abrir la puerta sin hacer más
destrozo. Trabajo fino. En el interior de la vivienda reinaba un absoluto
desorden. Los libros se encontraban desperdigados por el suelo, algunos de
ellos abiertos boca abajo, como si los hubieran dejado caer tras hojearlos. Los
cuadros estaban descolgados y algunos de ellos con el marco abierto, pero a
cada marca de la sucia pared le correspondía un cuadro, de manera que no
se habían llevado ninguno. Los muebles tapizados habían sido puestos boca
abajo, levantadas las fundas y rajado el forro inferior como si hubieran
querido mirar en su interior. Prácticamente todos los muebles habían sido
retirados de la pared y el contenido de sus cajones vaciado sobre la mesa
central del comedor. Las habitaciones presentaban el mismo aspecto: no
había habido destrozos especiales, pero todo estaba revuelto
El profesor vagaba entre aquellos escombros de papel recogiendo
ocasionalmente algún libro abierto del suelo, cerrándolo, y volviéndolo a
colocar en uno de los montones. A aquel ritmo tardaría años en arreglar
aquel desorden.
- ¿Ha echado a faltar algo?
- ¿La seguridad? –A pesar de todo al viejo aún le parecían quedar
ganas de bromear, pero para él, tras haber repetido aquellas
preguntas cientos de veces en su vida, ciertas ironías carecían de
gracia, de manera que durante la pausa que siguió le dirigió la
mirada más fría que había conseguido aprender a lo largo de sus
años de vérselas con chuloputas y navajeros de pacotilla. En esta
ocasión, como casi siempre, funcionó y el viejo su puso serio de
inmediato:- por ahora sólo un reloj de oro, un par de cadenas
también de oro y unos cuatrocientos euros que había en una mesilla
de noche. Además de eso, nada que reseñar.
El asidero exterior de la puerta, el contorno de la cerradura y el
pomo aún presentaban los restos del carbonato de magnesio que habían
aplicado sus colegas de la científica con la brocha de pelo de camello.
Aunque ya sabía por el informe que no había ninguna muestra, se acercó
para observar con mayor detenimiento.
- 161 –
Todos los capítulos de la novela en http://jungladeasfalto.com
Salvador Bayona

- ¿Estaba la puerta abierta cuando llegó usted?


- Completamente. Prácticamente los noventa grados que permiten los
goznes.
- De manera que usted no la empujó para entrar a la vivienda.
- No señor. Pero sus compañeros la movieron un poco para examinar
la parte interior de la hoja.
No era esta participación de sus compañeros lo que le inquietaba.
De hecho, conocía bastante bien a aquellos dos hombres y hubiera podido
asegurar que habían sido lo suficientemente profesionales como para no
destruir las muestras.
Y este era realmente el punto donde aquel simple asalto parecía
convertirse en algo más, puesto que la puerta carecía completamente de
huellas. Esto era profundamente anormal puesto que, al menos, debería
haber encontrado las de una persona: el propietario, quien seguramente
utilizaría sus manos desnudas para abrir la puerta al marcharse, y la
sujetaría desde el asidero exterior para cerrar con llave antes de irse de viaje.
Por tanto, la única explicación posible era que quien hubiera llevado a cabo
el trabajo había utilizado guantes, y éstos habían borrado las huellas del
profesor.
Éste no era el procedimiento de ninguno de los grupos que él
conocía; en realidad ninguno de ellos se molestaba en trabajar tan
meticulosamente sólo para borrar unas huellas que sólo podrían
incriminarles en un caso de hurto, con un botín menor de mil euros. Era
absurdo que nadie se tomara tantas molestias.
Por lo tanto era de suponer que el asalto había sido llevado a cabo
por alguien, posiblemente ya fichado, que no quería bajo ningún concepto
que se le relacionara con aquello. Además, la forma en la que había sido
registrada la casa daba a entender que quien fuera el autor andaba a la
búsqueda de algo concreto y, desde luego, nadie revisaría el interior de unos
libros si está buscando baratijas de oro, o dinero en efectivo.
- ¿Guardaba usted algo de valor en la casa?, ¿algún objeto en especial
en lo que alguien pudiera estar interesado?
- ¿Valor? –el profesor pareció sorprendido por la pregunta-. Eso que
está usted a punto de pisar es una plancha original de Goya. Allí, en
el recibidor, si mira usted tras la puerta verá un Antonio López.
Aquellos de allí, en del suelo y el que han dejado apoyado en la
cortina son dos del taller de Vergara, y el de encima de la mesa un
Ribera original, y así por toda la casa.

- 162 –
Todos los capítulos de la novela en http://jungladeasfalto.com
El restaurador y la madonnina della creazione

- ¿Y? –si algo le molestaba era que alguien diera por supuesto que
conociera cosas que no tenía porqué conocer-.
- Bueno, nadie se podría retirar de por vida, pero cada uno de esos
cuadros vale como mínimo veinte veces más que lo que se han
llevado. Así que no estaban interesados en los objetos de valor...
El profesor pareció interrumpir su frase antes de acabarla y por sus
ojos a Antonio le pareció que discurría alguna cosa, pero no dijo nada más, y
a partir de aquel momento se mostró un tanto esquivo ante sus preguntas.
Llevaba suficiente tiempo en la policía como para haber detenido a
casi cualquier tipo de delincuente que pudiera imaginarse, y para haberse
reencontrado con ellos poco tiempo después, en las mismas labores. No es
que se las diera de buen policía, pero había asistido ya a dos relevos
generacionales de delincuentes y a dos de la estructura de mando, y era de
los más veteranos en su puesto, por lo que habían pocas cosas que pasaran
en la ciudad que él no supiera, al menos, por donde empezar a buscar, pero
en aquella ocasión, a pesar de lo extraño del caso, prefirió concentrarse en
cualquiera de los otros millones de casos que tenía sobre la mesa.
Dos semanas más tarde Martín Alarcón, el comisario de distrito, le
llamó a su despacho.
Martín no era un simple comisario de distrito, sino que más bien se
mantenía en este puesto por una romántica cuestión vocacional y tal vez por
un buen sentido de la prudencia, pero se sentía irremediable atraído hacia el
aspecto político de los cargos superiores para los que, a pesar de haber
renunciado en numerosas ocasiones, estaba especialmente dotado en
opinión de Antonio y de otros muchos, y su opinión acerca de las nuevas
políticas policiales se convertía casi de inmediato en voz de autoridad para
muchos de sus colegas e incluso superiores. El comisario de distrito Alarcón
se había convertido así en un personaje mucho más influyente de lo que su
rango podría dar a entender. Y Antonio estaba seguro de que disfrutaba con
ello más de lo que le daba a entender.
Frente a él, en una de las dos sillas, había sentado un hombre calvo,
de aspecto severo y mirada inteligente, al girar el asiento pudo ver por su
uniforme que se trataba de un guardia civil. Por su trabajo y su prestigio
dentro del cuerpo el comisario solía tener un contacto frecuente con altos
mandos de la guardia civil, pero no era tan común que este contacto se
produjera de manera personal y dentro de la propia comisaría, y mucho
menos que ninguno de sus subordinados estuviera presente durante
aquellas reuniones. Por otra parte Antonio sabía que durante los últimos
- 163 –
Todos los capítulos de la novela en http://jungladeasfalto.com
Salvador Bayona

meses se había estado preparando una reorganización completa de los


cuerpos y la estructura de mando, y que Martín había jugado un papel
importante en ella, de manera que al principio se sintió intimidado al
considerar que aquella reunión formaba parte de las pequeñas
conspiraciones políticas a las que Martín era tan aficionado, no obstante el
mismo comisario se encargaría de deshacer esta impresión con sus primeras
frases.
- Permíteme que te presente al capitán Gramaje –ambos se
estrecharon la mano-. Nos hemos permitido leer tu informe sobre el
asalto a la casa de Eduardo Serva.
Al menos se trataba de un asunto estrictamente profesional. Pero
aquello, lejos de tranquilizarle, le enervó aún más. Por regla general, Martín,
un buen tipo y amigo por otra parte, confiaba en la pericia de sus
subordinados y evitaba intervenir personalmente salvo casos de especial
relevancia, pero sobre todo, a pesar de su personalidad política, no hubiera
permitido que otro cuerpo como la guardia civil accediera directamente a
sus informes originales, aunque fueran los relativos a un caso tan poco
importante como ése, sin tener motivos muy justificados y siempre a través
del procedimiento habitual.
- Como tú mismo insinúas, no se trata de un asalto normal. Todos
estamos de acuerdo. La guardia civil –dijo inclinándose hacia el
capitán Gramaje con un sutil cinismo imperceptible- se ha
interesado por el tema. Mejor dicho, el capitán Gramaje, de la
brigada de investigación de patrimonio artístico, está convencido de
que este caso tiene raíces muy profundas.
- No se llevaron ningún cuadro –intervino él- y eso que parece ser que
los había importantes.
- Lo sé, pero el tema es otro, si me permite explicarle –Gramaje había
comenzado ya a hablar, como si aquel fuera el lugar al que
pertenecía, y Martín se reclinó y se dedicó a escuchar-. Al parecer el
profesor Serva se dedica a encontrar obras de arte perdidas por toda
Europa: las compra baratas, las restaura y luego las saca a subasta.
Actúa a través de una sociedad con otras dos personas, una galería
de arte y antigüedades básicamente. Hasta ahora todo ha sido legal:
han tramitado los necesarios permisos de exportación, declarado los
valores correspondientes, suscrito los seguros, arreglado las fianzas,
liquidado sus impuestos... en fin, todo legal.
- ¿Y entonces?

- 164 –
Todos los capítulos de la novela en http://jungladeasfalto.com
El restaurador y la madonnina della creazione

- Bueno. Hace algunos meses se subastó una de sus obras, una tabla
llamada La Madonnina Della Creazione, por una importante
cantidad de dinero. Según un artículo de una revista especializada,
firmado por el propio profesor, la obra iba incluida en el lote
mobiliario de una casa en la Lombardía italiana y, efectivamente, la
empresa del profesor compró la casa... y la revendió poco después
por un precio menor que el que pagaron por ella.
- No veo nada especialmente extraño. Llegaron, cogieron lo que les
importaba, y se deshicieron del resto.
- El caso es que uno de nuestros colaboradores internacionales, un
anciano profesor de arte de Ginebra, revisó recientemente el
catálogo de la subasta y creyó reconocer la tabla en cuestión. Al
parecer la vio en Suiza, en casa de la familia Mantin, unos parientes,
a finales de la década de los cuarenta, en su época universitaria.
- ¿Y qué?. Hace más de cincuenta años de eso. No es una información
demasiado fiable.
- No opinaría así si conociera la memoria del colaborador cuya
identidad, lógicamente, no puedo desvelar. En todo caso lo
importante es que esto no casa en absoluto con lo que dice el propio
Serva en su artículo.
- ¿Es por eso?. ¿Sospechan que fue robada en Suiza?. Eso no es
problema nuestro –dijo mirando a Martín el cual, sin embargo, no
movió ni un músculo, como si hubiera estado esperando este
momento del espectáculo-. Yo sólo soy un inspector de comisaría de
distrito: Si ha sido robada, que se ocupe la brigada de patrimonio o
los carabinieri o quien quiera ocuparse.
- No. No lo creemos. No hay ninguna denuncia ni orden de búsqueda
de una obra ni tan siquiera similar, y el comprador, por otra parte,
tampoco ha dado señales de vida para indicar que se trate de una
falsificación. Además, contaba con todos los certificados de
autenticidad y propiedad, de manera que, en principio, no tenemos
indicios de que se haya producido un delito. Aunque, como usted
bien dice, desde quien desconoce la fiabilidad de nuestro
colaborador suizo, no parece un argumento con la solidez necesaria
como para destinar hombres y recursos extraordinarios.
- ¿Entonces?. Personalmente creo que estamos perdiendo el tiempo.

- 165 –
Todos los capítulos de la novela en http://jungladeasfalto.com
Salvador Bayona

- Cállate y escucha al capitán –conocía a Martín lo suficiente como


para poder captar las inflexiones de su voz que indicaban que
aquello iba en serio-.
- Bien. Lo realmente importante viene ahora: la pista de la tabla nos
llevó a averiguar que el comprador de la misma es un tal Enzo
Mantin, hijo de la familia Mantin, en cuyo poder presuntamente se
encontraba la obra a finales de los cuarenta.
- ¡Ya! –la cosa parecía comenzar a tomar forma, aunque todavía
incierta-.
- Y Enzo Mantin es un gran amigo y muy estrecho colaborador, y
ahora testaferro, de un tal Francesco Scarampa, un sujeto cuyas
aficiones son el tráfico ilegal de bienes y personas, el blanqueo de
dinero, la falsificación, la especulación inmobiliaria, y desde hace
unos años también algunos aspectos de la hostelería y el arte.
- Desde luego parece extraño, pero no acabo de ver qué pinto yo en
todo esto.
- Parece ser que Scarampa ha comprado la mitad de la empresa de
Serva –intervino Martín viendo que las explicaciones de Gramaje se
alargaban- a través de una de sus sociedades. Y tú vas a encargarte
de seguir el caso.
El capitán Gramaje asintió satisfecho
- ¿Yo?, ¿porqué yo?. Hay otros organismos con más medios y menos
trabajo, -Antonio se mordió la lengua para no decir “como la
guardia civil”- y si no, los propios de documentoscopia deberían
tomar cartas en el asunto. ¿Porqué he de perder mi tiempo haciendo
su trabajo?. Yo ni tengo competencias, ni entiendo del tema, ni me
pagan para ello.
- En primer lugar –Martín sabía ponerse serio en momentos como
aquel- porque tú tienes acceso al profesor Serva gracias al asalto, en
segundo lugar porque la guardia civil solicita nuestra colaboración y
nosotros se la vamos a dar y en tercer lugar, por si no te basta lo
anterior, porque es una orden y las órdenes se acatan sin chistar.
- Para su tranquilidad –Gramaje intervino con tono conciliador
aunque poco convincente- debo decirle que bajo ninguna
circunstancia deberá intervenir. Su cometido se limita a intentar
averiguar a través del profesor Serva lo que se propone Scarampa. Si
averigua algo simplemente deberá comunicármelo de forma...
extraoficial.

- 166 –
Todos los capítulos de la novela en http://jungladeasfalto.com
El restaurador y la madonnina della creazione

- No. No me tranquiliza en absoluto. ¿Trabajo ahora para la guardia


civil?. Y si descubro algo el mérito, por supuesto, será atribuido a
ustedes. No veo que resulte un buen negocio...
- ¡Gracias por su opinión, inspector García! –interrumpió
tajantemente Martín-.
No era nada habitual que Martín empleara con él un tono tan
autoritario de manera que Antonio decidió callar hasta que llegara el
momento oportuno. Unos minutos más tarde el capitán Gramaje estrechaba
su mano y salía acompañado de Martín, quien lo guió hasta la calle.
- ¡No me jodas más, García! –dijo al volver apuntándole con el dedo
conforme cerraba la puerta de su despacho-. Limítate a hacer lo que
te ordenan y a callar. Eres un insensato. ¿Cómo se te ocurre ir al
choque directo?. Te diré una cosa: ése es el motivo de que sigas
desde hace años estancado en el mismo puesto. No te sabes callar.
- ¿Es ese el precio que has tenido que pagar tú?
Si las miradas matasen, como suele decirse, Antonio habría caído
fulminado en aquel momento, pero desde hacía años le unía a Martín una
amistad casi a prueba de bombas y miradas. Tras unos segundos de tensión
también el comisario pareció recordarlo y los ánimos se serenaron.
- Es posible. Mejor dicho, es exactamente ése. Escucha: estoy obligado
a hacerle este favor a Gramaje. Hace tiempo él me prestó su apoyo y
ahora no puedo negárselo. Espero que te baste esta explicación.
- Me basta, Martín, me basta. Pero me gustaría que no olvidaras que
soy tu amigo por encima de todo.
- Gracias. Y recuerda que es algo extraoficial, de manera que se
impone la discreción.
- Sólo una cosa más, a título personal –Antonio se detuvo en la puerta
del despacho- ¿te parece a ti tan extraño este asunto como a mí?
- Sí. Me lo parece –dijo Martín suspirando profundamente-.
- Gracias por tu sinceridad, y no te preocupes: estaré atento.
- Otra cosa, Antonio –la voz de Martín le interrumpió cuando ya
había abierto la puerta-.
- Dime
- ¿Si no fuéramos amigos y yo siguiera siendo tu superior te
empeñarías tanto en tocarme los huevos?
- Lo haría de cualquier forma... pero siendo mi amigo me divierto un
poco más.

- 167 –
Todos los capítulos de la novela en http://jungladeasfalto.com

Das könnte Ihnen auch gefallen