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TEXTOS Y DOCUMENTOS Clasicos del Pensamiento y de las Ciencias Epicteto Enquiridion ANTHROPOS | TEXTOS Y DOCUMENTOS Clasicos del Pensamiento y de las Ciencias Coleccién dirigida por Antonio Alegre Gorri 14 Epicteto ENQUIRIDION Edicion bilingiie Estudio introductorio, traduccion y notas de José Manuel Garcia de la Mora En Apéndice, la versién parafrastica de D. Francisco de Quevedo y Villegas Al ANTHROPOS dic jicteto ; estudio introductorio, traducién y notas de José jiaseel Sarena ta Mora jen Apéndice, la versién parafrastica de D. Francisco de Quevedo y Villegas. — Edicion bilingtie. — [segunda edicién]. — Rubf (Barcelona) : Anthropos Editorial, 2004 XXIV + 198 p. ; 20cm. — (Textos y Documentos ; 14) ‘Tit. orig.: Exzetptdtov. — Bibliografia p. XXI-XXIV ISBN 84-7658-687-6 te Bstoicis sa griega-S. 1 1. Quevedo 1. Filosofia griega -S.1 2.Estoicismo_ 3. Prosa griega- S. ; y Villegas, Francisco de. Doctrina de Epicteto : puesta en espafiol, con consonantes It, Garcia dela Mora, José Manuel, ed. IIL Titulo IV. Coleccion 875 Epicteto Primera edicién: 1991 Reimpresion: 1999 Segunda edicién: 2004 © dela introduccién, traduccién y notas: José Manuel Garcia dela Mora, 1991 © de la presente edicién: Anthropos Editorial, 1991 Edita; Anthropos Editorial. Rubi (Barcelona) \www.anthropos-editorial.com ISBN: 84-7658-687-6 isl sito legal: B. 16.593- resin Saati Vivaldi, 5, Montcada i Reixac Impreso en Espajia - Printed in Spain ‘ods i ida, ni en todo ni en derechos reservados. Esta publicacién no puede ser reproducida, ni en todo mt Tears ‘en, o transmitida por, un sistema de recuperacién de informacién, en Finguna forma ni por ningrin medio, sea mecénico, fotoquimico, eleetrénico, magntico, elee- trodptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial ESTUDIO INTRODUCTORIO El Enquiridion o Manual «de Epicteto» es un libri- to que ha venido siendo lefdo, comentado, glosado, re- editado y traducido a casi todas las lenguas cultas de Occidente a lo largo de los siglos. Sus paginas, trilladas por la critica, desfiguradas a menudo por la ignoran- cia o el descuido de los copistas, la incomprensi6n de los intérpretes y escoliastas o las solicitaciones y for- zaduras de sentido mas diversas, han inspirado a mu- chos personajes ilustres, proporcionado a multitud de gentes alivio o fuerza para resistir en las luchas de la vida y servido como arsenal de citas mds o menos opor- tunas a una pléyade de escritores y de oradores sagra- dos o profanos, laicos 0 religiosos. Los griegos llamaban enkheiridion a todo lo que, pudiendo tenerse en la mano (en kheirt), fuera facil de asir y manejar y estuviera disponible. Equivaldria, pues, a nuestro «manual», adjetivo y sustantivo. Sig- nificarfa, por tanto, desde un ramillete de flores has- ta cualquier objeto pequefio y leve, instrumento, arma ligera 0, también, vademécum siempre a punto para prestar auxilio. Pero, con el tiempo, se llamé asf, en castellano enquiridién, por antonomasia, al libro ma- nual que en poco volumen contuviera mucha doctrina. Designacién para la que serviria, seguramente, de pro- totipo —si no unico, sf muy caracteristico y ejemplar— el librito que aqui nos ocupa. Porque su texto, ademas VIL de cumplir a la perfeccién ambas condiciones de bre- vedad y enjundia, goz6 muy pronto de singular pres- tigio, al ser la doctrina contenida en él un habil re- sumen de las principales directrices de la ética es- toica segtin la profesara, confirmando sus ensefian- zas con el ejemplo de su propia virtuosa y austerisima vida, el ferviente y original filosofo y educador que fue Epicteto, cuya doctrina era, ademas, muy afin ala cristiana. Constituye, pues, este Manual epicteteo —y Je da- mos tal calificativo 0 ponemos entre comillas de Epic- teto porque, como en seguida se dira, siendo cabal- mente suyo todo su contenido, sin embargo, parece que no fue é1 sino un discipulo el autor material de la redaccién— constituye, digo, un auténtico tesoro des- de el punto de vista del historiador de la filosoffa. Es, sin lugar a dudas y pese a su escuetez, el tratado mas importante, por lo sistematico y preciso, que de la mo- ral estoica nos ha legado la antigitedad. Y ofrece tam- bién no poco material de estudio tanto a los grecistas como a los historiadores de la espiritualidad y, en ge- neral, de la cultura. Pero en lo que consiste sobre todo su atractivo, lo que le hace un verdadero joyel de la sabidurfa heléni- ca tardoclasica, son sus inapreciables valores practicos en orden a conseguir la libertad interior, la tranquili- dad de espiritu, la paz de la conciencia... siempre y cuando —eso si— se acaten y cumplan esforzadamen- te los preceptos estoicos. Enumerando junto a estas cualidades las de una amable sencillez y una cierta amenidad del estilo se ha- bran reconocido los principales méritos de la obrita. El insigne literato, cultisimo filélogo y sagaz criti- co que fue Giacomo Leopardi comienza el «Preambo- lo del volgarizzatore» a su postumamente famosa y di- fundidisima versi6n italiana del Manual con esta apreciacion: «Non poche sentenze verissime, diverse con- siderazioni sottili, molti precetti e ricordi sommamente Vit utili, oltre una grata semplicita e dimestichezza del dire, fanno assai prezioso e caro questo libricciuolo». eee Epicteto nacié6 (ca. 50 d.J.C.) en Hierapolis, ciudad de las mas populosas y ricas de la Frigia meridional provincia a la saz6n del Imperio romano. Fue llevado, probablemente de nifio, a Roma como esclavo, y allf es. tuvo al servicio de Epafrodito, un liberto que era se- cretario de Ner6n. «Tal fue Nerén —comenta nuestro Quevedo— que en su tiempo ser esclavo en Roma no era nota, sino ser ciudadano; pues era esclavo en la Republica, que era esclava. Todos lo eran: el Empera- dor, de sus vicios; la Reptiblica, del Emperador; Epic- teto, de Epaphrodito. jOh alto blasén de la filosofia, que cuando el César era esclavo y la Reptiblica cautiva, sélo el esclavo era libre!» , Las relaciones con su amo no serfan muy grat i ha de darse crédito a la anécdota divulgada oe nae. dicion, segtin la cual, como se divirtiera aquél bestial- mente retorciéndole a Epicteto una pierna con un ins- trumento de tortura, el bueno de nuestro filésofo se habrfa limitado a advertirle que se la iba a romper, y luego, cuando eso sucedié, a exclamar por todo repro- che: «jYa te dije que me la romperias!». Seguramente se trata de una leyenda emblematica yun tanto caricaturesca, grdfica sintesis del lema epic- teteo ‘Avéyou Kol dnéxov, Sustine et abstine!: «Resis- te (o aguanta) y abstente (de pasiones, afectos y de- seos)», recomendacién que compendia gran parte de su filosofia y de su actitud. La cojera 0 lisiadura que pa- decié de por vida atribiyenla otras fuentes a enferme- dad, al reima en concreto. Frente a la brutalidad que supone la referida anéc- dota, esta el hecho de que a nuestro hombre se le per- mitiera asistir, siendo todavia esclavo, a las lecciones que daba el caballero romano y filésofo estoico Muso- Xx nio Rufo, muy famoso por aquel entonces (ca. 70 d.J.C.) en la Urbe. Allf, de los labios del que ya para siempre seria su querido maestro Rufo —como le llamara cari- fiosamente—, aprendio Epicteto los ideales y dogmas estoicos junto con muchas virtualidades de una peda- gogia muy vivida y eficaz. En la Roma de la €poca, la oposici6n a la tiranfa de los Césares era preponderantemente de cariz estoico entre las clases mas elevadas y estoico-cinica entre la plebe y los esclavos. Las mismas prédicas de religiones advenidas del Oriente, sobre las que no tardé en des- tacar la cristiana, abundaban en elementos connatu- ralmente proximos al estoicismo. Algunos de los libros sapienciales de la Biblia fueron redactados por buenos conocedores de la Estoa; san Pablo, el Apéstol de las gentes, se habia formado en su ciudad natal, Tarso de Cilicia, famosa por sus centros de ensefianza estoica — la misma Citio, de Chipre, patria de Zen6n el fundador del estoicismo, fue en su origen una colonia tarsense y mantuvo después estrechas relaciones con su metré- poli—. Doctrinas como las de que todos los hombres son hermanos, descendientes 0 hijos de Dios, que lle- van en sf una chispa de la divinidad, que todos son, por tanto, de la misma dignidad y estirpe, sin ninguna di- ferencia natural entre libres y esclavos; que todos de- ben aspirar a la mayor justicia en sus acciones; que el mundo entero es la universal y pasajera patria... debi- an de parecerles muy adversas y subversivas a los en- diosados déspotas imperiales, a los Caligulas y Nerones. Hasta el relativamente tolerante Vespasiano convino en expulsar de Roma a cinicos y estoicos (afio 71). El cruel Domiciano, perseguidor del cristianismo, favorecedor de los delatores y cuyo reinado (81-96) fue una domi- nacién por el terror, emitié igualmente varios decretos contra los filésofos. En el afio 93, Epicteto, que por esta fecha habia sido ya manumitido y, en su nueva condicién de liber- to, habfa decidido imitar a su maestro Rufo vistiendo x los atuendos de filésofo y empezaba a profesar ptibli- camente el estoicismo, hubo de salir de Italia deste- rrado como sus colegas. Pasé asi a establecerse en Nicépolis, ciudad del Epi- ro fundada por Augusto en la ribera del golfo de Am- bracia para conmemorar la victoria de Accio y a la sa- zon muy floreciente. Abrio all Epicteto escuela publica, donde perseveré ensefiando las doctrinas estoicas y dan- do ejemplo de una vida sumamente ascética, contento con lo preciso para subsistir y paupérrimo siempre du- rante mas de cuarenta afios. En su casucha casi ruino- sa no habia mas muebles que una mesa, un jerg6n y un candil o lamparilla de metal que, como se la robasen, sus- tituy6 sin queja por otra de barro. Vivié solo hasta que, habiendo recogido a un nifio abandonado, tomé a su ser- vicio a una pobre mujer para que lo cuidara. Ciertamente la filosofia era entonces una especie de lo que hoy solemos entender por profesi6n religiosa e implicaba, como ésta, exigencias de renuncia, de mor- tificacién, de austeridad y sometimiento a unos prin- cipios y reglas de caracter casi monastico. Los filéso- fos venfa a ser algo asf como predicadores cuyas ensefianzas iban dirigidas tanto o mas al corazon y a la voluntad que a la inteligencia de sus oyentes. Se acu- dia al filésofo en busca de una direccién practica para el espfritu, sintiendo la necesidad de recibir consejos y alientos con que arrostrar animosamente los combates de la existencia, y para que, encareciéndoles a todos su dignidad de hombres, les ayudara a encontrar la paz y la dicha interior en la practica de la virtud. Epicteto ensefié, con gran aceptacién y hasta con una veneracién por sus discfpulos que le granjearia fama de santo —el pagano Celso en sus controversias anticristianas lleg6 a compararle a Jesucristo—, todas las doctrinas estoicas, aunque insistiendo primordialf- simamente en la ética. Cual otro Sécrates, al que pro- curé emular cuanto le fue posible, no dejé nada escri- to para el ptiblico de su época ni para la posteridad, XI

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