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El profesor pierde el año, cuando sus alumnos al final del período escolar
no le respetan ni le estiman. Un profesor pierde el año, cuando en las
jornadas educativas solo se ha preocupado de transmitir una ciencia sin
sentido y sin alma, si solo se preocupó de llenar cabezas con contenidos de
histología, anatomía, microbiología, o de cualquier otra asignatura de un
programa que hay que cumplir a marcha forzada, cuando entrega “retazos
científicos” que va colocando en un casillero de un horario y en un
currículo desarticulado y desintegrado.
Pierde el año también el profesor, que podrá ser muy eminente en sus
clases como también en su ciencia, pero que en lo más mínimo influye
positivamente en el comportamiento y aprovechamiento de sus alumnos, no
les ayuda a estructurar su carácter, menos aún su personalidad. No los
cuestiona, no los indaga, no crea, no presenta un pensamiento lateral, no
suscita el espíritu crítico y creativo.
Quienes pasan por los salones de clase como anónimos, sin dejar estela y
después sus alumnos no le recuerdan ni para bien ni para mal. Aquellos
maestros de relleno, con una personalidad precaria, aburridos por
cansancio, con apuntes añejos, simples cumplidores de un contrato laboral,
cuyos alumnos son fichas, números, masa bulliciosa, desadaptados, vagos.
Profesores de estas clases, también pierden el año. Ni regalándoles puntos
se quedan para supletorio.