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CEI
SAN IGNACIO Y LA PASTORAL ORDINARIA
Ed Niessen, S.J.
Se había acostumbrado a dejarle espacio a Dios para que pudiera actuar en los
demás, o, como lo relata Ribadeneira: “Decía a menudo que se debe hacer como el
enemigo malo que entra por la puerta de un hombre para hacerlo salir por la suya propia.
Hay que adaptarse, pues, a los demás, a su carácter y temperamento, a sus inclinaciones
y costumbres, tanto como sea posible y permitido, y hacerlos más disponibles a la
Palabra de Dios y a la causa del Señor”.
1
En el presente artículo, el autor cita a S.Ignacio, Ribadeneira, Nadal en su idioma, como es lógico, y da
frecuentemente las referencias, sin demasiada precisión, en fuentes que no son de acceso fácil. Como no
pretendemos aquí un nivel científico, nos hemos ahorrado el tiempo de buscar de nuevo la letra misma de
esos autores antiguos, salvo cuando aparece en la edición corriente de las Obras completas de S.Ignacio
de la BAC. Encontraremos, pues, a continuación citas formales y otras en castellano de hoy.
Nadal proporciona un informe más detallado de la manera como Ignacio entraba
en contacto con la gente. “No se debería comenzar inmediatamente por hablar del pecado
y de la virtud, sino más bien de cosas neutras, y, si se puede, de cosas que le sean
familiares a la otra persona, por ejemplo, de guerra con los soldados, de comercio con los
negociantes, de gobierno y de política con un noble, de asuntos eclesiásticos con los
sacerdotes, y así sucesivamente con los demás. La conversación debería proseguir de
manera grata más bien que displicente. Mientras se intercambia, hay que tratar de llevar
gradualmente la conversación por un rumbo que ofrezca la posibilidad de hablar del
bienestar espiritual”. ¡Bello programa para una primera visita a domicilio!
1. “Así como en conversar y tratar con muchas personas para la salud y provecho
espiritual de las ánimas con el favor divino mucho se gana, por el contrario, en la tal
conversación, si no somos vigilantes y favorecidos del Señor nuestro, se pierde mucho
de nuestra parte, y a las veces de todas”.
2. “Sería tardo en hablar, considerado y amoroso, mayormente cerca definir las cosas
que se tratan o son tratables en el Concilio”.
3. “Sería tardo en hablar, ayudándome en el oír, quieto para sentir y conocer los
entendimientos, afectos y voluntades de los que hablan, para mejor responder o
callar”.
4. “Cuando se hablare de símiles materias o de otras, dar razones a ambas partes, por no
se mostrar con propio juicio, procurando de no dejar descontento a ninguno”.
Una cosa queda clara: el carácter espiritual de la relación con la gente depende
de la lentitud en hablar y de la asiduidad en escuchar; de este modo, una persona puede
ser llevada a una total conversión de su vida. No se trata, pues, de ser revolucionario o
violento, sino de intentar, atendiendo con gran amor, comprender los pensamientos,
sentimientos y deseos del otro. Esto puede perder importancia cuando el clima es sereno;
pero en una discusión teológica exigente, es mucho más significativo.
2. El ejemplo de todas las virtudes cristianas. Eso, más que cualquier otra cosa, llevará a
las almas que de ello son testigos, a imitar esa vida de fe y ese ejemplo de moralidad."
Como lo muestra la carta citada más arriba, la relación de Ignacio con los demás
tiende siempre a hacer posible un contacto personal. Allí está la fuerza propia de Ignacio.
Lo que no significa la incapacidad de usar métodos más populares, o el desprecio de los
mismos. De hecho, el contacto personal constituye para él el medio por excelencia para
obtener resultados convincentes.
Ahora me voy a detener, brevemente, en dos formas de contacto personal que
Ignacio tenía en vista: la conversación espiritual y la confesión.
Más tarde, al regreso de su primer viaje a Flandes, donde había ido a mendigar,
comenzó Ignacio a consagrarse más intensamente a conversaciones espirituales. Vuelto a
España en 1536, se alojó en una hospedería cerca de la casa de su hermano, y
conversaba de las cosas de Dios con numerosas personas que venían a visitarle, y, con su
gracia, hizo mucho fruto. Por el mero hecho que Ignacio practicase tanto las
conversaciones espirituales, podemos ver la importancia que les atribuía, pero eso se
verifica también por una observación suya, en una carta a Francisco de Borja: "en ciertas
circunstancias, una conversación espiritual es más importante para el progreso de un
alma que la oración".
La actitud de Ignacio en sus relaciones con la gente, nos la revela una carta a
Teresa Rejadell, religiosa benedictina de Barcelona, el 18 de Junio de 1536: “Decís que
por amor de Dios nuestro Señor tome cuidado de vuestra persona. Siento que muchos
años ha que su Divina Majestad, sin yo lo merecer, me da deseos de hacer todo placer
que yo pueda a todos y a todas que en su voluntad buena y beneplácito caminan. Así
mismo de servir a los que en su divino servicio trabajan; y porque yo no dudo que vos
seáis una dellas deseo hallarme donde lo que digo en obras lo pudiese mostrar”.
A Jacqueline de Croy, Duquesa de Bergen, escribe: "Dios que lo sabe todo, aun
los secretos de los corazones, sabe bien cuánto deseo me ha dado de la salvación y
progreso de las almas". Manifestaba esa actitud de manera discreta, "al mismo tiempo
digna y gozosa, que fascinaba y alegraba a quienes lo visitaban". El progreso de las
almas era la finalidad de sus relaciones con la gente, sin olvidar su propio progreso en el
Señor.
Error! Reference source not found.II. Principal medio utilizado por Ignacio en su
trabajo pastoral de base
Los ejemplos que siguen muestran que esta manera de describir el trabajo
pastoral de los primeros jesuitas corresponde a la realidad. En una carta, mandada
desde Roma el 19 de diciembre de 1539 a Isabel Roser, leemos: "Hace más de un
año que hemos llegado a Roma, tres de nuestra Compañía, como recuerdo habérselo
escrito". Los compañeros han decidido comenzar su trabajo y "hacer todo lo posible
para obtener el permiso de predicar, enseñar la doctrina cristiana y oír las
confesiones... Habiéndolo obtenido, comenzamos, de a cuatro o cinco, a predicar,
los días feriados y los domingos, en diversas iglesias, así como a explicar a los niños
los mandamientos, los pecados mortales y lo demás... A todos esos sermones acudía
bastante gente, más de lo que habíamos pensado; por tres razones. La primera: no
era el tiempo habitual; comenzábamos, cuando Pascua de Resurrección ya había
transcurrido y los demás predicadores de la cuaresma y los días festivos habían
terminado; en este país, se tiene costumbre de no predicar sino en tiempo de
cuaresma y de adviento. Segundo, porque, generalmente después de haber aguantado
las fatigas y sermones de la cuaresma, mucha gente, por causa de nuestros pecados,
tiene más inclinación a las diversiones y a los placeres del mundo que a devociones
de este tipo u otras nuevas. Tercero, porque no nos preocupábamos en modo alguno
de elegancia y artificio, habiendo aprendido de muchas experiencias que, sin ello,
nuestro Señor, en su infinita y soberana bondad, no nos olvida, y da su favor y
ayuda a otras personas por medio de nosotros que somos tan poca cosa y contamos
tan poco."
Nada aquí estila sensacionalismo, nada que sea excitante o difícil, sino más
bien algo simple y claro, aun para una persona limitada. Que la prédica no deba ser
aburrida hasta el punto de provocar la somnolencia, lo sabemos por una carta ya
citada, escrita a los PP. Canisio, Lejay y Salmerón, antes de su partida para
Alemania: “Además de las lecciones escolásticas (respecto de las cuales Ignacio
agregó que debían contener algo piadoso que alimentase el corazón, de modo que los
oyentes volvieran a casa no sólo más sabios sino mejores), parece oportuno que los
domingos y fiestas haya sermones o lecciones sacras que tengan por intento más
bien mover el afecto y formar las costumbres que ilustrar el entendimiento”. Ignacio
hace también notar que “será muy oportuno elegir un lugar cómodo donde celebren,
oigan confesiones y prediquen, y donde, cuando los buscan, los puedan hallar”.
Porque sabe Ignacio lo que quiere: su tarea es realmente la de una pastoral de base.
La gente debe saber dónde encontrar a los padres; y los padres los encaminan,
mediante pláticas y sermones, al examen de conciencia, la confesión y la comunión.
Error! Reference source not found.III. Algunos otros medios ignacianos para la cura
ordinaria de almas
Error! Reference source not found.A partir de un breve encuesta acerca de su trabajo
pastoral directo como General.A partir de un breve encuesta acerca de su trabajo
pastoral directo como General.
Los años que Ignacio pasó en Roma (1539-1556) están marcados por la
responsabilidad del gobierno que asumió; pero esto no significa que se haya olvidado del
cuidado ordinario de las almas. No lo podía olvidar porque, en todos sus contactos, era
un pastor. “Si no hubiese escuchado más que su celo apostólico, el hombre de Dios
hubiese pasado en el confesonario una gran parte de su día” escribía el P. Dudon.
Mientras fue posible y necesario, Ignacio siguió mostrando el mismo cuidado de la gente,
como lo hacía anteriormente, prestando atención hasta a los pequeños y humildes
detalles.
“Así mismo debe ser ayudado con oraciones de todos los de casa muy
especiales, hasta que haya dado el ánima a su Criador. Y sin los otros que
podrán entrar a ver morir el enfermo en más o menos número como al
Superior pareciere, deben ser deputados algunos especialmente que le
acompañen, animándole y dándole los recuerdos y ayudas que conviene en
aquel punto. Y cuando en lo demás no podrá ser ayudado, encomendándole a
Dios nuestro Señor, hasta que reciba su ánima apartada del cuerpo El que la
revivió con tan caro precio de su sangre y vida”.
Error! Reference source not found.Dos "notas al margen" de Ignacio sobre la pastoral
de baseDos "notas al margen" de Ignacio sobre la pastoral de base
2. Los jesuitas deben ser móviles: “Porque las personas de esta Compañía deben
estar cada hora preparadas para discurrir por unas partes y otras del mundo, adonde
fueren enviados por el Sumo Pontífice o sus superiores, no deben tomar cura de ánimas,
ni menos cargo de mujeres religiosas o de otras cualesquiera, para confesarlas por
ordinario o regirlas; aunque por una pasada no repugne confesar un monasterio por
causas especiales." “Ni obligación de misas perpetuas en sus iglesias ni cargos
semejantes, que no se compadecen con la libertad que es necesaria para nuestro modo de
proceder en el Señor” (Const. VI, 588-589). Ese argumento de no tomar cura regular de
almas entre religiosas con vista a la movilidad requerida, es utilizado literalmente por
Ignacio mientras Teresa Rejadell sigue insistiendo para poder, con sus diez compañeras,
vivir bajo la dirección de los jesuitas. El P. Araoz, Provincial de España, evocaba lo
mismo del modo siguiente: nada de dirección espiritual regular para las comunidades de
religiosas, porque los jesuitas "deben estar siempre preparados para partir de inmediato".
Error! Reference source not found.IV. ¿Qué tiene de notable la pastoral de Ignacio?
Lo notable:
•es que no tiene nada de notable; es al fin y al cabo muy ordinaria, es decir, de ningún
modo espectacular; al contrario, todo lo que va en ese sentido se evita;
•es que no tiene más que una finalidad: el progreso espiritual de las almas, que
consiste en esto: que el alma crezca en virtud, especialmente en el amor, la humildad,
la resignación y la misericordia;
•es que no propone devociones especiales: la oración, el examen de conciencia, la
misa y los sacramentos, y eso es todo;
•es que confía en el trabajo pastoral ordinario de la Iglesia, en los medios ordinarios.
Eso tiene que haber sido notado en la época, porque muchos no tenían consideración
por esos medios. Ignacio creía en ellos; estimaba esos medios considerados por
algunos como ingenuos e irreales, tales como los sacramentos, la oración, la devoción,
el ayuno, las buenas obras, o, en una palabra, la conversión. Y lo que hizo Ignacio era
en esa época aparentemente extraordinario, es decir, que toda una Compañía de
hombres creyera en ese programa, se prestara mutuo apoyo en ese sentido y viviera de
ese ideal. Era tan extraordinario que causó una formidable renovación, la que tuvo
influencia en la Iglesia entera.
El trabajo pastoral de Ignacio manifiesta claramente la importancia que atribuía
a los medios mencionados más arriba. Lo que caracteriza mejor su visión son sus reglas
para tener el sentido verdadero en la Iglesia (Ejercicios 352-370). A título de
comparación con un contemporáneo, recordemos estas palabras de Erasmo: “No dé por
sentado que el amor consiste sólo en ir a la iglesia, arrodillarse ante las imágenes de los
santos, encender velas o multiplicar el rezo de oraciones. Dios no tiene necesidad de esas
cosas”2.
• “Alabar el confesar con sacerdote y el recibir del Santísimo Sacramento una vez en el
año, y mucho más en cada mes, y mucho mejor de ocho en ocho días, con las
condiciones requisitas y debidas” (EE. 354).
• “Alabar el oír misa a menudo, así mismo tantos salmos y largas oraciones en la
iglesia y fuera de ella...” (EE. 355).
2
Desde luego, sobre este punto, Erasmo tenía razón -Sto Tomás Moro era su amigo y lo apreciaba
mucho- pero el énfasis crítico de su obra abonaba objetivamente el terreno para la Reforma. Ignacio
prefería la alabanza, como lo muestra el autor del presente artículo. No vayamos, sin embargo, a interpretar
las citas de S.Ignacio con espíritu fundamentalista, al pie de la letra. A nosotros nos toca encontrar el
equivalente para el día de hoy, con el mismo respeto y amor al pueblo cristiano, el que, con su jerarquía, es
el Cuerpo de Cristo.
Además:
• “Alabar ornamentos y edificios de iglesia; así mismo imágenes, y venerarlas según
que representan” (EE. 360).
• “Alabar, finalmente, todos preceptos de la iglesia teniendo ánimo pronto para buscar
razones en su defensa y en ninguna manera en su ofensa” (EE. 361).
Eso es lo que cumplía él con una certeza tranquila, inalterable, como lo prueba
todavía un fragmento de carta escrita cuando se aproximaba a la muerte:
“Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer
que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina, creyendo que entre Cristo
nuestro Señor, Esposo, y la Iglesia su Esposa es el mismo espíritu que nos
gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas, porque por el mismo Espíritu y
Señor nuestro que dio los diez mandamientos es regida y gobernada nuestra santa
madre Iglesia” (EE. 365)3.
3
Esta regla provoca a veces rechazo por ser mal leída. Ignacio no me pide declarar negro lo que es
blanco, lo cual sería absurdo, sino ser capaz de declarar negro con la Iglesia lo que yo veo blanco.
ESPIRITUALIDAD Y PASTORAL
De partida, quiero decir que hay muchas maneras de describir o definir lo que es
la espiritualidad, según sea la experiencia de la fe de sus autores y la Sitz im Leben4
desde la cual escriben y para quienes escriben. Algunos manuales antiguos la definían
como aquella parte de la teología que trata de la perfección cristiana y de los medios que
conducen a ella. Dentro del conjunto de la teología, la conectaban con la dogmática y la
moral5.
Hoy día sigue habiendo diversidad de definiciones. Pero de una u otra forma
todas introducen en la definición el vivir el llamamiento a seguir y trabajar con Cristo por
el reinado de Dios, en la Iglesia, bajo la guía del Espíritu.
4
Expresión alemana por la que los exegetas designan el ambiente vital, el lugar real, desde donde un
escritor piensa y escribe.
5
P.Pourrat, La Spiritualité chrétienne, París, 1917, p.7.
6
O.Boulnois, Spiritualität oder christliches Leben im Geist? en Communio 23, 1994, p.199.
especie. En vez de ello, recordemos en pocas pinceladas la abundancia de espiritualidades
existentes y las circunstancias de las cuales surgen.
Porque espiritualidades en la Iglesia hay muchas. Lo que no puede ser de otra
manera, si tenemos en cuenta la inmensidad del misterio de Cristo, vivido a través de las
edades de la historia de la salvación. El esbozar su diversidad, su modo especial de nacer
y sus circunstancias nos ayudará a comprender su raigambre histórica y el carácter
fundamental de servicio a la Palabra de Dios y a la edificación del Pueblo de Dios que
ellas tienen.
Las espiritualidades, llamadas clásicas, son las que se remontan a los grandes
fundadores de órdenes religiosas antiguas, como la benedictina, la franciscana, la
carmelitana, la ignaciana.
Están también las recientes que nacen de personas carismáticas y que han dado
origen a movimientos eclesiales que son muy vivos en la Iglesia de hoy. Pienso en el
Opus Dei, Schoenstatt, Cursillos, Neocatecúmenos, Oasis y otros por el estilo.
Esto no constituye una novedad, sino que ha sido así a lo largo de la historia de
la Iglesia. Pensemos en la espiritualidad martirial del cristianismo, de la Iglesia, en las
persecuciones de los primeros siglos, que reaparece cuando los cristianos son perseguidos
en los tiempos actuales. La época bizantina imprime un rostro pantocrático7 -muy
relacionado a su imagen del emperador- a todas las dimensiones de la vida espiritual y
humana. El monaquismo misionero proveniente de Irlanda, junto con su celo
evangelizador, enfatiza el rigor de la penitencia en los pueblos germánicos misionados
por aquellos monjes.
7
Conforme a la representación de Cristo como Pantocrator, término que equivale a omnipotente.
Y sin salirnos de nuestro territorio nacional, sabemos que es muy diversa la
espiritualidad de gente de las poblaciones periféricas de Santiago, Valparaíso o
Concepción, de la de los que han superado las barreras de la pobreza y viven la cultura
del mundo profesional.
Cada época histórica tiene no sólo una sino varias espiritualidades que son
válidas, cada cual para las diversas “subculturas” espirituales. Porque nunca podemos
vivir todos y al mismo tiempo el Evangelio según una modalidad única. La razón de ello
es, por una parte, su riqueza infinita y, por otra, la diversidad tan grande de situaciones
de tiempos, lugares y personas que atravesamos.
A veces sucede que una de estas subespiritualidades emerge como una estrella
nova, que parece va a invadirlo todo, arrastrando y absorbiendo a las demás en su
deslumbrante amanecer. La realidad -al menos la santiaguino-chilena en la que hay
sectores muy propensos a dejarse deslumbrar por las corrientes espirituales nuevas- suele
ser menos espectacular. Porque el astro nuevo es percibido en sólo algunos sectores y
continúa habiendo hueco y necesidad de las otras subespiritualidades más antiguas o más
locales según el punto de vista étnico, cultural o geográfico.
A) Reafirmemos, primero que nada, que la vida espiritual es vida, es encuentro vital
del hombre todo entero con su Dios. Esto significa que concierne a toda la persona, en
todos sus niveles, profundidades y relaciones. No es sólo cosa de ideas, de adherir a
“cosas sabidas”, lo que William James nombraba "second-hand religión" (religión de
segunda mano)8. Tampoco es cosa de puros sentimientos religiosos ni de sólo algunas
“devociones” ni de algo meramente cultural.
Están muy bien y son necesarios los contenidos de la fe, los sentimientos, la
cultura religiosa y las devociones. Pero de suyo estos aspectos no constituyen “toda la
vida” sino aspectos particulares de la vida. La vida espiritual, por ser vida, no se limita a
un sector de la persona, sino que la toma toda entera, en todas sus relaciones a sí misma,
a los demás, a Dios, al universo entero.
8
The Varieties of Religious Experiencies, Nueva York, Penguin, 1982, p.6.
También los remordimientos de conciencia y la percepción del pecado son voz y
don del Espíritu Santo. Porque cuando no vivimos conformes a los impulsos del Espíritu,
chirrian todos nuestros goznes, se nos producen fricciones y estridencias por todas partes.
El Evangelio nos invita a entrar en la unidad de la Trinidad: “Te pido que todos
vivan unidos. Padre, como Tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a
nosotros... Yo en ellos, y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta; así el mundo
reconocerá que tú me has enviado y que los amas a ellos como me amas a mí” (Jn 17, 21
y 23).
Por ser trinitaria, la vida en el Espíritu es recibir el amor del Padre por el Hijo en
la fuerza del Don vivo que los une y que nos une con El y entre nosotros.
Por eso la fidelidad a la conducción del Espíritu tiende a suscitar en nosotros los
sentimientos hondos de Cristo (Fil 2, 3-11) y a grabar sus rasgos en nosotros y en nuestro
mundo y entorno:
• Hijo-Hermano-Señor (la tríada de Don Enrique Alvear)9
• Fe, esperanza y amor (Padre, Hijo y Espíritu Santo)
• Sentido de misión (=apostolado): trabajar con el Cristo pascual por el
reinado del Padre (1 Cor 15).
• Amor a todos los llamados a la reunión, a toda la Iglesia, esposa y cuerpo de
Cristo.
• Amor a todas las demás tradiciones religiosas que en diversas formas son
también conducidas por el mismo Espíritu del Señor hacia la meta final
(Diálogo Interreligioso: Redemptoris missio 10,55).
• Amor al mundo, por cuya salvación Dios envía a su Hijo (Jn 3,16): quiere
que
todos se salven (Tito).
• Amor al kosmos y a la creación entera, destinada a sumarse al triunfo
definitivo de Dios (Rm 8).
9
El hombre es llamado a ser hijo de Dios, hermano de los hombres y señor de las cosas.
todos nos ama y pretende reunirnos en El, formando un solo cuerpo, una sola hermandad
divinizada, un mismo y común destino de inacabable felicidad.
Quiero citarles a este propósito unas palabras del P.Carlos Hallet en un artículo
próximo a aparecer en la revista Progressio, órgano mundial de la CVX:
“Más bien que preocuparse de su perfección personal como tal, el cristiano buscará
ante todo la perfección de la unidad en Dios, lo que cambia totalmente la perspectiva. En
efecto, el que piensa en su propia perfección puede hacerlo de manera inmadura y
egocéntrica. Podría aun estar buscando, sea por inseguridad psicológica o por
contaminación con el ambiente competitivo o por una cierta vanidad espiritual, una
perfección personal que se oponga a la de los otros... Esto iría contra la unidad y no es la
perfección deseada por Jesús... Lo que cuenta para el hombre perfecto es su propia
perfección y la de los demás concebida como un todo, como la de seres humanos que
participan de la unidad gloriosa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Los otros
cuentan tanto como yo, y para mí, más que yo, porque el amor auténtico me vacía de mí
mismo y me centra sobre los demás conforme al dinamismo del amor de Dios que suscita
el anonadamiento del Hijo para salvar la humanidad”.
No hay pues verdadera vida en el Espíritu sin solidaridad con todos los demás.
Pero “los demás” es una categoría demasiado genérica, poco operativa. Por eso el
evangelio habla del prójimo (Lc 19, 29-37). Mi prójimo es aquel que me está cercano por
diversas razones: por salirme al paso con una necesidad impostergable, como en la
parábola del Samaritano; por vínculos de parentesco, como nuestros padres y hermanos;
por cercanía geográfica, como los vecinos; por simpatía, como los amigos; por
pertenencia a instituciones, como los colegas, los compatriotas, etc. Los medios de
comunicación nos acercan a los necesitados -pensemos en Ruanda- y nos los convierten
en prójimos para que los ayudemos en sus necesidades10.
10
Ver Carlos Hallet, art.cit.
nuestra vida y de sus acontecimientos, y, por tanto, sólo gradualmente: en cierto sentido,
de día en día” (Christifidelis Laici 58).
G) Es no sólo saber sino hacer. El Espíritu que nos impele es el Espíritu creador y
energizador del Logos Jesucristo. En cuanto tal, no se limita a suscitar en nosotros
sentimientos o ideas, sino que nos mueve a la acción.
11
C.Hallet, art. cit.
En palabras de Christifidelis Laici: “... no se trata sólo de saber lo que Dios
quiere de nosotros... es necesario hacer... Y para actuar con fidelidad a la voluntad de
Dios hay que ser capaz y hacerse cada vez más capaz. Desde luego con la gracia de
Dios, que no falta nunca...; pero también con la libre y responsable colaboración de cada
uno de nosotros” (Ch.L.58).
Es todo el campo del juego adecuado entre la ortodoxia y la ortopraxis, para que
del actuar según el Espíritu surjan frutos abundantes. Una vida espiritual que no da este
paso es vida seudoespiritual, no lleva el sello del Espíritu creador y de amor, que busca
con ahinco el bien de los que ama.
Estos diez puntos nucleares de lo que constituye la vida según el Espíritu nos
sirven para reflexionar acerca del paso que viene, es decir, sobre las preguntas que la
espiritualidad recibe del tiempo presente y que ella, a su vez, plantea a la teología.
Lo mismo sucede con los mensajes religiosos. Nuestra época tiene hambre de
espiritualidad, pero no de discurso religioso. Sólo se acepta lo vivencial, la experiencia.
12
Salvo que se trate de satisfacer un impulso irreflexivo nacido de una pasión y estimulado justamente
por la publicidad (Nota del editor).
De aquí que el primer gran desafío a la pastoral -usando la ya mencionada
categoría de William James- sea el de cómo pasar de la second-hand religion a la first-
hand religion (religión de primera mano).
En la clase de apertura del año académico de 1973 desarrollé el tema “la oración
en la teología”13. Allí, combatiendo el pietismo y los intentos de apartar la teología de la
Universidad, desarrollaba ideas muy semejantes. Para hacer mejor teología -decía- se
requiere:
13
Publicado en Teología y Vida, 1973, pp.165-179.
“... mayor amor, mejor oración, más santidad. Estos no son adornos que un teólogo
puede o no llevar consigo. Son condiciones necesarias del ser teólogo de veras... Le toca
(al teólogo) hacer theologia orans (orante), porque es la única que no distorsiona ni al
sujeto ni a su finalidad, respetando así plenamente un método teológico sacado de la
misma revelación trinitaria... La oración da al estudio de la teología esa dimensión
experiencial que es indispensable para que sobrepase el nivel del conocimiento nocional...
y suba de ciencia a sabiduría, vale decir, que se convierta en cognitio per contactum,
conocimiento inmediato, proveniente del hecho de que Dios se nos da en su Espíritu para
que con Cristo y en El respondamos a Dios: Abba!” (Ibid., pp.177-178).
¿A qué apunto con esto? A que la espiritualidad tiene algo importante que decir
y que hacer en la Dogmática. La describíamos arriba como una experiencia vital,
producida por el Espíritu, trinitaria, centrada en el Cristo pascual, que pide conversión
continua y mucha abnegación, generadora de comunión eclesial, enraizada en la historia,
transformadora de la Iglesia y del mundo, unificante del sujeto y de su entorno, que se
alimenta de la escucha de la Palabra, la oración y la vida sacramental.
Tal vez en un primer momento nos asombre esta suma tan vasta de
“ingredientes” que entran en la espiritualidad. Si vemos en ella la fuerza que nos permite
“sentir y gustar de las cosas internamente”, podríamos relacionarla con la sabiduría
teológica, y decir que ella pertenece a la Dogmática desde adentro, como una dimensión
suya y no como un contenido añadido. Por eso debiéramos decir que ella constituye un
locus theologicus y que es la que hace la última relectura del verbo teologal. Como don
que es, del Espíritu del Padre y de Jesucristo, es portadora de sus signos: libertad, amor,
alegría, esperanza, paz, paciencia, afabilidad, bondad, dominio de sí, deseo de servicio
(un cóctel entre EE 316 y Gal 5,1-14.22-25).
14
Heurístico, es decir en vista de la búsqueda o la investigación.
15
Se sobreentiende: recordar lo oportuno, y no cualquier cosa. De ahí el párrafo siguiente en el texto.
(Nota del editor).
dispuesta a archivar ciertas cosas, que en otro tiempo fueron importantes, en el disco
duro de las grandes bibliotecas, -atenta, sin embargo, a desenterrarlas cuando los tiempos
lo requieran-.
C) Todo esto supone que la espiritualidad se diga una palabra muy seria a sí
misma. Porque ha sido entendida, y continúa siéndolo, en términos muy individualistas de
crecimiento y perfección de las personas en singular. En la primera parte de esta
ponencia señalé algunos factores, de diverso orden, que inciden en que surja una
espiritualidad en un momento determinado de la historia y con notas [es decir,
características] que obedecen a una necesidad de tal momento. Es un hecho indiscutido,
pero poco tomado en cuenta a la hora de pensar la espiritualidad.
Termino aquí, aunque me cabría difundir otros desafíos tales como el desarrollo
de una espiritualidad que propicie una relación entre cristianos de la jerarquía y cristianos
laicos que no sea de dependencia sino de complementariedad e interacción. Si se tratase
de este punto, se debería tocar el problema debatido hoy de si existe una espiritualidad del
laico, lo que seguramente llevaría a profundizar la antinomia “contemplación-acción” y
la tríada “vocación-carisma-ministerio”.
Otro tema que es eterno, y que se vuelve hoy a poner de actualidad por el
surgimiento de tendencias rigidistas, es el de la ley y la misericordia y la espiritualidad de
la compasión, que tiene mucho que ver con la espiritualidad del Corazón de Dios.
ESPIRITUALIDAD Y PASTORAL II
Guido Jonquières, S.J.
16
Sólo una nota acerca de la antinomia contemplación-acción. Se trata efectivamente de una antinomia
por cuanto son dos actividades distintas que entran en competición a la hora de distribuir mi tiempo entre
la una y la otra, sea yo laico, religioso o sacerdote. Sólo la experiencia, y una experiencia reiteradamente
examinada a la luz de las circunstancuias que me rodean, me permite resolver esta tensión, una y otra vez,
y siempre de manera provisoria.
Pero por cuanto son dos actividades relacionales, es decir, mediante las cuales entro en relación
no sólo con las cosas sino con las personas (humanas y divinas), la antinomia entre contemplación y acción
desaparece. Contemplación y acción brillan y medran, ambas a la vez, por las mismas cualidades (apertura,
acogida, etc.), o adolecen de los mismos defectos (egocentrismo, falta de atención al otro, etc.) y declinan
cualitativamente juntas.
Error! Reference source not found.1. Ante la persona que vive una situación moral
deficiente
Error! Reference source not found.2. Ante la persona que vive de sobra la norma
moral
Estos mismos medios, u otros parecidos, son aun más necesarios cuando se trata
de personas menos excepcionales. Todo discernimiento vocacional, por ejemplo,
corresponde a la situación que estamos examinando, puesto que nadie se salva ni se
condena por el mero hecho de ser o no ser sacerdote o religioso. Se trata de discernir algo
libre pero tremendamente importante para la persona y la Iglesia. Cuando no se percibe el
nivel propiamente espiritual de la pastoral vocacional y de la decisión vocacional, se
llenan los seminarios y noviciados de gente traída por un superego tiránico o por otras
motivaciones equívocas o ambiguas.
Lo mismo ocurre, en realidad, en otras opciones como la de casarse con aquél o
aquella, la elección de carrera -que son también problemas vocacionales-, la aceptación o
el rechazo de una promoción de orden profesional, etc. Aquí tampoco está en juego,
muchas veces, un asunto propiamente moral, de elección entre el bien y el mal, sino de
elección entre lo bueno y lo mejor. Y ocurre con frecuencia que el cristiano o la cristiana
que no compraría un par de zapatos sin buscar y rebuscar, sin consultar sobre cualidades
y precios, se lanza sin discernimiento, o casi, en asuntos que determinarán toda su
vida...y la vida de otros. Esto le sucede, o bien por no despertar aún a un grado suficiente
de sabiduría espiritual, o falta de haber encontrado la ayuda que deseaba. El precio que
pagan más tarde esa persona y su entorno, es a veces exorbitante y, en todo caso, la
pérdida que sufren la Iglesia y la sociedad, a raíz de esos descuidos, resulta desoladora.