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Los Griegos y la idea de la libertad

¿Qué es el mundo? ¿qué es la realidad?... Estas preguntas en


realidad, son la misma pregunta, ¿qué es el ser?, es necesaria e
indispensable, porque alguna idea debo tener del mundo si
quiero vivir en él, y si no, ¿cómo lograré vivir y sobrevivir, como
individuo y como especie? Y la situación es la misma para todo
ser vivo. Aunque no se lo pregunte, todo ser vivo, desde la
célula más elemental, resuelve, tiene que resolver, el problema
de cómo vivir y, obviamente, lo logra o desaparece. Hay,
entonces, un mundo para cada ser vivo y cada ser vivo acciona
y reacciona ante ese mundo: es agua lo que hace crecer la
planta y oxígeno lo que respira un pulmón. Pero, de repente,
surge el hombre, un ser vivo particular que se hace la pregunta:
¿qué es el ser?, nadie la hizo antes. Y, al hacerla, desata,
origina, inventa, crea, otro “mundo”, “mundo de conceptos”,
“mundo de ideas”, “mundo ideal”, “mundo humano”…

Claro, hecha la pregunta, surgen las respuestas y, con ellas, por


necesidad, algunas “correctas”, otras “incorrectas”, unas
“verdaderas”, otras “falsas”…Surge así la necesidad de decir
“eso es falso”. Estamos entonces frente a la “cuestión de la
verdad”.

Por regla general, encontramos que el hombre donde se quiera y


siempre que medite sobre el mundo y sobre él mismo, de alguna
manera, debe preguntarse: ¿Qué es la verdad? y, a
continuación, ¿quién pregunta? ¿qué es el “ser humano”? Se
trata de la “cuestión de la verdad”, porque hay “algo” que
“conocer” y, a la vez, “alguien” que “conoce”. Hay pues un
“objeto” y un “sujeto”. La implicación necesaria es que tendrá
que haber una relación entre ambos y que esa relación debe ser
del orden del “conocimiento”: una cosa que debe ser conocida y
una persona que logra conocerla.

Este noble atrevimiento a no dejarse castrar, a impedir que algo


diferente a lo humano sea el “factor instituyente” de lo humano
y del conocimiento, que C. Castoriadis llama “Proyecto de
Autonomía”, se inicia en la Grecia clásica, cuando como
producto de un imaginario muy particular se origina una actitud
a la vez trágica y liberadora: Todo proviene del “caos”, todo, el
orden del mundo, hombres y dioses. Además, todo vuelve al
“caos”. Entonces, ni los hombres pueden responder por los
dioses ni, y esto es lo más importante, los dioses pueden
responder por los hombres, porque, en el origen, no habría
diferencia ontológica entre ellos. No es que para los griegos los
dioses y los hombres fuesen iguales, sino que ambos responden
al mismo origen y, por añadidura, a la misma “moira”, especie
de fuerza o potencia impersonal, legalidad suprema, que se
impone a todos. En consecuencia, no hay revelación divina, ni
verdad absoluta ni dogma proveniente de una “autoridad
trascendente”. Si no hay verdad absoluta que seguir ni dioses
que respondan por los hombres, entonces hay un “vacío” que
llenar. Si no hay verdad absoluta, soy libre para crearla. Si no
hay instituciones sagradas, entonces soy libre para auto
instituirme. Y este es el origen del proyecto de autonomía.

Castoriadis afirma que los griegos instituyeron su imaginario a


partir de textos que eran poesía, no profecias, no textos
sagrados. En el origen de sus significaciones constituyentes no
tuvieron profetas sino poetas. Y esto marcó la diferencia. Sus
textos muestran la impotencia del hombre ante la muerte. La
muerte como experiencia universal y como un dato simple y sin
adornos. No creen en una vida “mejor” después de la muerte y
ni siquiera una garantía de felicidad en esta vida.

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