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IDEA DEL PECADO COMO FUENTE PARA BUSCAR LA REINVINDICACION.

El Pecado del
intelectual es al paradoja de que tratad e hablar por otros que esoera reinvincdicar como posbiles de
hablar por si mismo. Que para reinvidincarlos debe exluirse del tiempo. El tiempo para pensar. El tiepo de
la trnauilidad. Gramsci en su celda. La diferencia que hace entre el comentario de la carta y el escrito
cientifico.
Aquii lo que hay es el arrepentimiento que nso permite vernos a nosotros mismos y a al vez es una
parte de bsucar al otro. La contradicción insalvable del esdpacio para quererlo.
Catecismod e la iglesia catolica
El nombre de este sacramento
1423 Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la
conversión (cf Mc 1,15), la vuelta al Padre (cf Lc 15,18) del que el hombre se había alejado por el
pecado.
Se denomina sacramento de la Penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión,
de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador. No se si este sentimiento de necesidad
de reparacion existe en todos. ¿Qué legiotimidad tenog para hablar por mi? Esta es la pregunta central, si
mi trbajo no cumple con los cánones clásicos que el permiten considerarse un texto históricoç, entocnes
por que yo peudo denominarlo como tal. La fuente es mi proppia memoria, y esto ya me pone en el lugar
dodne la legitimidad de mi recuerdo com fuente requiere algun tipod e trbajo especial metodologico. Pero
todavía más ¿por qué necesito una metodología, cuando puedo dar una razón? Como en uhna elección
estética esta debe ser lógica, ¿Cuál es la diferencia entre la lógica del trabajo histórico y la del arte de la
interpretaciónb artística? (aquí no se puede dejar de pensar que el texto de historia es un texto literario y
en este mismo sentido un texto artístico).
Aún más, basta con que yo narre la experiencia (¿qué es esta expereicjia,? Puede ser llmada
sencillamente recuerdo o como señala thompson necesita ser primero lo acontecido para ser luego un
acontecimiento pensado y ordenando dentro de un marco determinado. Si la forma de mi narración es ya
una interpretación y una selección entocnes ¿cómo usar mi propia memoria como fuente, cuando mi
propia interpretación vive ya en mi narración, en el recuerdo que me propongo investigar y hacer hablar
con un sentido determinado?. Hay un sentido –o varios- ya otorgado ne mi recuerdo, su forma, el orden
de la narración, lo recordado específicamente (más cuando el momento resalto por el propio sentido que
ya iniciaba a tener para mi al momentod e producirse, cuando, de hecho, yo lo clausuré como un
acontecimiento específico, narrable, un corte en el tiempo); y hay un sentido otorgado en al interpretación
explícita que intento luego de la narración y en ella propia cuando al vuelco al papel y la trabajo para sert
leída frente a un público.
Este problema del público es también uno a pensar ¿por qué deboi narrarlo para otros? ¿Cuál es el
sentido de narrarlo a otros? ¿Por qué puedo arrogarme la autoridad de pensar que esto deberia ser
escuchado? Es más, si esto esconde un acto de contrición –si al metáfora de la contriccion sirve para
pensarlo, ¿por qué debe esta ser pública, por que los sacerdotes iniciados, al igual que yo mismo deben
escuchar mi pecado para perdonarme públicamente con su propia accion de escucharme? ¿Por que la
necesidad de convertirme en profeta de mi propia pena? ¿Qué derecho tengo a utilizar la memoria de la
exclusión, de la exclusión que yo mismo cuase para producir mi propio perdon? Decirlo lo vuelve
presente y en al presencia sano algo del olvido que yo mismo ayude a crear. Sin e3mbargo, mi propio
decir esla marca de su no-poder. Si soy yo el que lo nombra, el que le permite existir en el púlibco que lo
lee, entonces, hay algo de esta recompensa que no es él mismo, sino yo hablando de él. Esta sustituciones
tal vez la base del perdón.
1424 Es llamado sacramento de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los
pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este
sacramento es también una "confesión", reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su
misericordia para con el hombre pecador. La confesión del pecado se hace ante los pares: lo sacerdotes-
iniciados. Todos ellos no-él. No específicamente ante aquel a quien borre y evite en un lugar, aquel al cual
no di lugar (este no dar lugar debe ser revisado, ¿verdaderamente yo lo excluí o es la propia relación –tal
vez una forma de lavarme las manos- la que lo excluye? Tal vez su exclusión no surge sino de unas
relaciones que son más amplias que las que nos tenían ahí sentados y que solo estan presentes en ese
momento. Tal vez, él no quiso hablar, no le importaba o no tenía nada para decir –esto no puedo saberlo
de ninguna forma. De hecho toda la estructura del trabajo radica en el punto fundamental de mi
presupuesto: él hubiese querido hablar si yo –nosotros- lo hubiera dejado (de aquí nace la culpa, por esto
puedo hablar de pecado). Aquí vale la pena preguntarse si una explicación que me lleve a situar als
relaciones que conforman este acontecimiento y que nos determinan no son una forma de escapar a
nuestra propia personalidad como hombres con rostros, con voces –escritas, la mayoria de las veces-, con
lugares especificos…
Este es un sacramento laico, por eso la confesión de la verdad, no reconoce Dios, es una sacramento sin
Dios. O, por lo menos, uno en el cual Dios es la propia acción de llevarlo a cabo (cuando digo llevarlo a
cabo ¿a que me refiero? A la accion de pensar, de decir al verdad, de recordarlo, al significado o la
multiplicaidad de ellos que el otrogo a esta redencion.
Se le llama sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al
penitente "el perdón y la paz" (OP, fórmula de la absolución). Aquí volvemos a lo mismo, pues la
absolución nso la concedemos nosotros mismos por medio del trabajo. Trabajo que implica a su vez el
ámbito y la necesidad –por escrito- de ser publico. Al ser escrito y no quedar recluído en nuestra
conciencia, el trabajo es solo siendo pulico. Esta es su misma forma de ser. Este público es lo que lo hace
una herramienta de confesión. ¿Por qué necesita ser dicho para ser un elemento expiatorio? En el caso
puntual uno puede decir que la aparicion publica de esta situación es tambien al aparicion publica de la
persona que intento ser borrada o corrida de ella, es uan forma de concederle vida en un espacio en que
no deberia estar presente, sin embargo, su presencia no puede darse como la de su propia palabra, su
propio rostro hablante. Este es un problema central: ¿qué clase de presencia permite esta forma? No es
una presencia sino mediatizada por mi propio recuerdo y reconstrucción. No es nunca la presencia de su
propia palabra, como una reivindicación de su propia libertad, sino la de una presencia circunstanciada –
esta es la diferencia entre sentirnos por fuera de la historia que narramos como un hecho acotado, con
termino y por tanto ya circunscriptor dentro de una estructura, mas no sea la de su marco temporal; y, la
de formar parte y poder escribir al sensaiconde eleccionç, de libertad y de opciones al involucrarnos-,
narrada en palabras ajenas, que por la misma forma de la experiencia, depende de la presunción de
intenciones en el hombre que se intenta rescatar del olvido.
Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia:
"Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a
responder a la llamada del Señor: "Ve primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt 5,24). Esta noción de
reconciliación es la fundamental. La reconciliación se da pues nos hacemos cargo de nuestra culpa y por
tanto volvemos público aquello que quedaba sepultado en el silencio y el olvido. La memoria de nuestro
propio acto como injusto, mas que la del hombre que fue ajusticiado en una condena de silencio –incluso
anterior a nuestro ignorarlo- fue el eje de este trabajo. Una memoria de las injusticias mas que una de los
hombres que las sufrieron. No es un lista de desaparecidos, sino de acciones atroces que los hacen
desaparecer. ¿Cuál seria el valor de consignar el nombre? (Esto tiene que ser respondido)

IV La penitencia interior

1430 Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer
lugar, a las obras exteriores "el saco y la ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión
del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por
el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles,
gestos y obras de penitencia (cf Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18). Aquí nuevamente el problema
de la visibilizacion. Indudablemente atada a la idea de verdad proclamada, dicha frente a los demás que
necesitan saberla. Ellos lo necesitan. Pero también atada a que los demás nos sepan a nosotros como
justos, que sufrimos por neustro arerpentimiento y que este sufrimiento es la marca de nuestro
compromiso, nuestro martirio y nuestra salvación, todo en al mirada de los otros.

1431 La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios
con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las
malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de
vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión
del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron "animi cruciatus"
(aflicción del espíritu), "compunctio cordis" (arrepentimiento del corazón) (cf Cc. de Trento: DS 1676-
1678; 1705; Catech. R. 2, 5, 4). Este dolor o pena es real. No es un como si, no es una tortura, no nos
iguala de ninguna forma con la persona que sufrió nuestro desdén o ignoración, sencillamente es una
experiencia propia, que nos habla, o mejor, nos permite hablar de la forma en que vivimos nuestro propio
compromiso (mi propio compromiso). Y sin embargo se une al placer estético de componer un texto, de
publicarlo… todo ello en el mismo momento. Es en esta multiplicidad contradictoria.

1432 El corazón del hombre es rudo y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo
(cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a él
nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lc 5,21). Dios es quien nos da la fuerza
para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el
horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El
corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za 12,10). Esta
conversión surge de la orden moral implicita al momento de mirar. Esta orden esta inscripta en nuestra
mirada. Como puede verse enla lectura de Zacarias: “Dispondre le animo de kis descendientes de David y
de los habitantes de jerusalem para que vuelvan a mi con amor y confianza. Llorarán por aquel que
transpasaron, como se siente la muerte de un hijo unico”. Aquí se esconde un mandamiento que al ser
aceptado y hacerse carne guarda ya su propia pena y el sentimiento de su propia ruptura. El mandamiento
que me pesa ¿Cuál es? Es el mandamiento de la igualdad de los hombres. La conciencia democratica y de
la dignidad de los hombres. Esta lucha contra la desigualdad y la autoridad se da en el plano de la
aparición de los desaparecidos con el fin de que su aparición sea una reivindicación de los hombres
comunes, de mi mismo –aunque esto no se sabe enteramente, por eso es tan difícil hablar de uno mismo
en primera persona, nunca se trata de uno, peor siempre se esta presente- como con derecho a hablar, a no
ser excluido como hombre. Es la presencia de un rostro que implica mi humanidad, mi derecho a
expresarme, en fin, mi igualdad.

Si este presupuesto no estuviese no habría necesidad de esta culpa. Ella no existiria. Sin embargo, ella
esta presente, motiva mis palabras, es lo que me hace hablar ¿es lo que me hace hablar? Esta culpa, es
real o es solo una metáfora que me permite pensar un problema y como tal solo una retorica vacia ¿no
sera algo a medio camino?

Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque,
habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del
arrepentimiento (S. Clem. Rom. Cor 7,4).

1433 Después de Pascua, el Espíritu Santo "convence al mundo en lo referente al pecado" (Jn 16, 8-9), a
saber, que el mundo no ha creído en el que el Padre ha enviado. Pero este mismo Espíritu, que desvela el
pecado, es el Consolador (cf Jn 15,26) que da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la
conversión (cf Hch 2,36-38; Juan Pablo II, DeV 27-48). La lectura de Juan 15 dice: “Yo les enviare,
desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre. Este intercesor cuando venga, presentara
mi defensa. Y ustedes también hablaran en mi favor, pues han estado conmigo desde le principio”.

V Diversas formas de penitencia en la vida cristiana

1434 La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres
insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan
la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la
purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de
los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la
preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5,20), la intercesión de los santos y la práctica de la
caridad "que cubre multitud de pecados" (1 P 4,8). Tb 12,8: “Es buena la oración con ayuno, limosna y
justicia. Es mejor tener poco con honradez que mucho con injusticia. Es mejor dar al pobre que
amontonar tesoros, ya que la limosna libra de la muerte y purifica todo pecado. Los que no dan limosna
se dañan a si mismos”. ¿Qué ocurriría si en este acto constrictorio interior se necesitase un signo que nos
privase de algo de lo adquirido –en este sentido lo adquirido seria la voz y rostro de otro del que me
apropio al narrarlo? El trabajo intelectual se convertiría en una forma de limosna. Una privación personal,
que no es entregada a los necesitados sino por intermedio de la lectura de un cuerpo de iniciados que
constituyen la imagen del público como cuerpo entero de la razón y de “los otros”. La sanación es en este
sentido simbólica por atribución de un bien que radica en al devolución de una presencia en el marco del
espacio publico, peor siempre pasando por mi intermediación. Esta intermediación es el problema central
que desencadena la culpa y la necesidad, pero también la forma misma de la limosna. De todas maneras
sigue sin quedar claro el hecho de por que debemos devolver a los que no están en nuestra situación.
¿Cómo se racionaliza, cómo se pone en una moral secular este mandamiento (producto probable de la
redistribución y reciprocidad clásica de la antigüedad)? Existe la posibilidad de que sea el conocimiento
de esta distancia unido a la idea de la igualdad de los hombres lo que nos lleve a pensarnos en falta. La
desigualdad es un conocimiento que esta en la propia practica excluyente que nos caracteriza, peor
también en la propia reivindicación de aquellos que son oprimidos y explotados (ver punto 2446). Esta
herencia sea probablemente la que ns lleve también hacia la imagen acética del intelectual, consumido por
su trabajo, pero pobre –que además es la imagen de una realidad social argentina.
*******(Sobre la limosna) VI El amor de los pobres

2443 Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se niegan a hacerlo: ‘A quien te
pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda’ (Mt 5, 42). ‘Gratis lo recibisteis, dadlo
gratis’ (Mt 10, 8). Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres (cf Mt 25,
31-36). La buena nueva ‘anunciada a los pobres’ (Mt 11, 5; Lc 4, 18)) es el signo de la presencia de
Cristo.

2444 ‘El amor de la Iglesia por los pobres... pertenece a su constante tradición’ (CA 57). Está inspirado en
el Evangelio de las bienaventuranzas (cf Lc 6, 20-22), en la pobreza de Jesús (cf Mt 8, 20), y en su
atención a los pobres (cf Mc 12, 41-44). El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de
trabajar, con el fin de ‘hacer partícipe al que se halle en necesidad’ (Ef 4, 28). No abarca sólo la pobreza
material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa (cf CA 57).

2445 El amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta:

Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros.
Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están
tomados de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como
fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad: el salario que no habéis
pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado
a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a
los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo;
él no os resiste (St 5, 1-6).

2446 San Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: ‘No hacer participar a los pobres de los propios
bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos’. Es preciso
‘satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo
que ya se debe a título de justicia’ (AA 8):

Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les
devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de
justicia. (S. Gregorio Magno, past. 3, 21).

2447 Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales socorremos a nuestro
prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58, 6-7; Hb 13, 3). Instruir, aconsejar,
consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con
paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento,
dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los
muertos (cf Mt 25,31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17, 22) es
uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a
Dios (cf Mt 6, 2-4):

El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo
(Lc 3, 11). Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros (Lc 11,
41). Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les
dice: ‘Id en paz, calentaos o hartaos’, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? (St 2,
15-16).

2448 ‘Bajo sus múltiples formas -indigencia material, opresión injusta, enfermedades físicas o psíquicas
y, por último, la muerte -, la miseria humana es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que se
encuentra el hombre tras el primer pecado y de la necesidad que tiene de salvación. Por ello, la miseria
humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar sobre sí e identificarse con los
«más pequeños de sus hermanos». También por ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un amor
de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus
miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante
innumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables’ (CDF,
instr. "Libertatis conscientia" 68).
2449 En el Antiguo Testamento, toda una serie de medidas jurídicas (año jubilar, prohibición del
préstamo a interés, retención de la prenda, obligación del diezmo, pago cotidiano del jornalero, derecho
de rebusca después de la vendimia y la siega) corresponden a la exhortación del Deuteronomio:
‘Ciertamente nunca faltarán pobres en este país; por esto te doy yo este mandamiento: debes abrir tu
mano a tu hermano, a aquél de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra’ (Dt 15, 11). Jesús hace
suyas estas palabras: ‘Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis’ (Jn
12, 8). Con esto, no hace caduca la vehemencia de los oráculos antiguos: ‘comprando por dinero a los
débiles y al pobre por un par de sandalias...’ (Am 8, 6), sino que nos invita a reconocer su presencia en los
pobres que son sus hermanos (cf Mt 25, 40):

El día en que su madre le reprendió por atender en la casa a pobres y enfermos, santa Rosa de Lima le
contestó: ‘Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de
ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús’. **********

1435 La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los
pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (Am 5,24; Is 1,17), por el reconocimiento de
nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la
dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia.
Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23).

1436 Eucaristía y Penitencia. La conversión y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en


la Eucaristía, pues en ella se hace presente el sacrificio de Cristo que nos reconcilió con Dios; por ella son
alimentados y fortificados los que viven de la vida de Cristo; "es el antídoto que nos libera de nuestras
faltas cotidianas y nos preserva de pecados mortales" (Cc. de Trento: DS 1638).

1437 La lectura de la Sagrada Escritura, la oración de la Liturgia de las Horas y del Padre Nuestro, todo
acto sincero de culto o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y de penitencia y
contribuye al perdón de nuestros pecados.

1438 Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada
viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia
(cf SC 109-110; ⇒ CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883). Estos tiempos son particularmente apropiados
para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia,
las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras
caritativas y misioneras).

1439 El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la


parábola llamada "del hijo pródigo", cuyo centro es "el Padre misericordioso" (Lc 15,11-24): la
fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se
encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos,
y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes
perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la
acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de
conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura,
digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la
Iglesia. Sólo el corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el
abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.

VI El sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación

1440 El pecado es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con él. Al mismo tiempo, atenta
contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el perdón de Dios y la
reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia
y de la Reconciliación (cf LG 11).
Reconciliación con la Iglesia

1443 Durante su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados, también manifestó el efecto de este
perdón: a los pecadores que son perdonados los vuelve a integrar en la comunidad del pueblo de Dios, de
donde el pecado los había alejado o incluso excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho de que
Jesús admite a los pecadores a su mesa, más aún, él mismo se sienta a su mesa, gesto que expresa de
manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios (cf Lc 15) y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf Lc
19,9).

1444 Al hacer partícipes a los apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da
también la autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se
expresa particularmente en las palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: "A ti te daré las llaves del
Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra
quedará desatado en los cielos" (Mt 16,19). "Está claro que también el Colegio de los Apóstoles, unido a
su Cabeza (cf Mt 18,18; 28,16-20), recibió la función de atar y desatar dada a Pedro (cf Mt 16,19)" LG
22).

1445 Las palabras atar y desatar significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión, será excluido
de la comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo en vuestra comunión, Dios lo acogerá
también en la suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios.

El sacramento del perdón

1446 Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia en favor de todos los miembros pecadores de su
Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así hayan perdido
la gracia bautismal y lesionado la comunión eclesial. El sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una
nueva posibilidad de convertirse y de recuperar la gracia de la justificación. Los Padres de la Iglesia
presentan este sacramento como "la segunda tabla (de salvación) después del naufragio que es la pérdida
de la gracia" (Tertuliano, paen. 4,2; cf Cc. de Trento: DS 1542).

1447 A lo largo de los siglos la forma concreta, según la cual la Iglesia ha ejercido este poder recibido del
Señor ha variado mucho. Durante los primeros siglos, la reconciliación de los cristianos que habían
cometido pecados particularmente graves después de su Bautismo (por ejemplo, idolatría, homicidio o
adulterio), estaba vinculada a una disciplina muy rigurosa, según la cual los penitentes debían hacer
penitencia pública por sus pecados, a menudo, durante largos años, antes de recibir la reconciliación. A
este "orden de los penitentes" (que sólo concernía a ciertos pecados graves) sólo se era admitido
raramente y, en ciertas regiones, una sola vez en la vida. Durante el siglo VII, los misioneros irlandeses,
inspirados en la tradición monástica de Oriente, trajeron a Europa continental la práctica "privada" de la
Penitencia, que no exigía la realización pública y prolongada de obras de penitencia antes de recibir la
reconciliación con la Iglesia. El sacramento se realiza desde entonces de una manera más secreta entre el
penitente y el sacerdote. Esta nueva práctica preveía la posibilidad de la reiteración del sacramento y
abría así el camino a una recepción regular del mismo. Permitía integrar en una sola celebración
sacramental el perdón de los pecados graves y de los pecados veniales. A grandes líneas, esta es la forma
de penitencia que la Iglesia practica hasta nuestros días.

1448 A través de los cambios que la disciplina y la celebración de este sacramento han experimentado a lo
largo de los siglos, se descubre una misma estructura fundamental. Comprende dos elementos igualmente
esenciales: por una parte, los actos del hombre que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, a saber,
la contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción; y por otra parte, la acción de Dios por
ministerio de la Iglesia. Por medio del obispo y de sus presbíteros, la Iglesia en nombre de Jesucristo
concede el perdón de los pecados, determina la modalidad de la satisfacción, ora también por el pecador y
hace penitencia con él. Así el pecador es curado y restablecido en la comunión eclesial.

VII Los actos del penitente

1450 "La penitencia mueve al pecador a sufrir todo voluntariamente; en su corazón, contrición; en la
boca, confesión; en la obra toda humildad y fructífera satisfacción" (Catech. R. 2,5,21; cf Cc de Trento:
DS 1673) .
La contrición

1451 Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es "un dolor del alma y una
detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar" (Cc. de Trento: DS 1676).

1452 Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama "contrición
perfecta"(contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el
perdón de los pecados mortales si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la
confesión sacramental (cf Cc. de Trento: DS 1677).

1453 La contrición llamada "imperfecta" (o "atrición") es también un don de Dios, un impulso del
Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y
de las demás penas con que es amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el
comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución
sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados
graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia (cf Cc. de Trento: DS 1678, 1705).

1454 Conviene preparar la recepción de este sacramento mediante un examen de conciencia hecho a la
luz de la Palabra de Dios. Para esto, los textos más aptos a este respecto se encuentran en el Decálogo y
en la catequesis moral de los evangelios y de las cartas de los apóstoles: Sermón de la montaña y
enseñanzas apostólicas (Rm 12-15; 1 Co 12-13; Ga 5; Ef 4-6, etc.).

La confesión de los pecados

1455 La confesión de los pecados, incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos libera y
facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que
se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la
Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro.

1456 La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la
penitencia: "En la confesión, los penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen
conciencia tras haberse examinado seriamente, incluso s i estos pecados son muy secretos y s i han sido
cometidos solamente contra los dos últimos mandamientos del Decálogo (cf Ex 20,17; Mt 5,28), pues, a
veces, estos pecados hieren más gravemente el alma y son más peligrosos que los que han sido cometidos
a la vista de todos" (Cc. de Trento: DS 1680):

Cuando los fieles de Cristo se esfuerzan por confesar todos los pecados que recuerdan, no se puede dudar
que están presentando ante la misericordia divina para su perdón todos los pecados que han cometido.
Quienes actúan de otro modo y callan conscientemente algunos pecados, no están presentando ante la
bondad divina nada que pueda ser perdonado por mediación del sacerdote. Porque `si el enfermo se
avergüenza de descubrir su llaga al médico, la medicina no cura lo que ignora' (S. Jerónimo, Eccl. 10,11)
(Cc. de Trento: DS 1680).

1457 Según el mandamiento de la Iglesia "todo fiel llegado a la edad del uso de razón debe confesar al
menos una vez la año, los pecados graves de que tiene conciencia" (⇒ CIC can. 989; cf. DS 1683; 1708).
"Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave que no celebre la misa ni comulgue el Cuerpo del
Señor sin acudir antes a la confesión sacramental a no ser que concurra un motivo grave y no haya
posibilidad de confesarse; y, en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición
perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes" (⇒ CIC, can. 916; cf Cc. de Trento: DS
1647; 1661; CCEO can. 711). Los niños deben acceder al sacramento de la penitencia antes de recibir por
primera vez la sagrada comunión (⇒ CIC can.914).

1458 Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda
vivamente por la Iglesia (cf Cc. de Trento: DS 1680; ⇒ CIC 988,2). En efecto, la confesión habitual de
los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar
por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este
sacramento, el don de la misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él también
misericordioso (cf Lc 6,36):
El que confiesa sus pecados actúa ya con Dios. Dios acusa tus pecados, si tú también te acusas, te unes a
Dios. El hombre y el pecador, son por así decirlo, dos realidades: cuando oyes hablar del hombre, es Dios
quien lo ha hecho; cuando oyes hablar del pecador, es el hombre mismo quien lo ha hecho. Destruye lo
que tú has hecho para que Dios salve lo que él ha hecho...Cuando comienzas a detestar lo que has hecho,
entonces tus obras buenas comienzan porque reconoces tus obras malas. El comienzo de las obras buenas
es la confesión de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la Luz (S. Agustín, ev. Ioa. 12,13).

La satisfacción

1459 Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo,
restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas).
La simple justicia exige esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus
relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los
desórdenes que el pecado causó (cf Cc. de Trento: DS 1712). Liberado del pecado, el pecador debe
todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe
"satisfacer" de manera apropiada o "expiar" sus pecados. Esta satisfacción se llama también "penitencia".

1460 La penitencia que el confesor impone debe tener en cuenta la situación personal del penitente y
buscar su bien espiritual. Debe corresponder todo lo posible a la gravedad y a la naturaleza de los pecados
cometidos. Puede consis tir en la oración, en ofrendas, en obras de misericordia, servicios al prójimo,
privaciones voluntarias, sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos llevar.
Tales penitencias ayudan a configurarnos con Cristo que, el Unico que expió nuestros pecados (Rm 3,25;
1 Jn 2,1-2) una vez por todas. Nos permiten llegar a ser coherederos de Cristo resucitado, "ya que
sufrimos con él" (Rm 8,17; cf Cc. de Trento: DS 1690):

Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por nuestros pecados, sólo es posible por medio de Jesucristo:
nosotros que, por nosotros mismos, no podemos nada, con la ayuda "del que nos fortalece, lo podemos
todo" (Flp 4,13). Así el hombre no tiene nada de que pueda gloriarse sino que toda "nuestra gloria" está
en Cristo...en quien satisfacemos "dando frutos dignos de penitencia" (Lc 3,8) que reciben su fuerza de él,
por él son ofrecidos al Padre y gracias a él son aceptados por el Padre (Cc. de Trento: DS 1691).

IX Los efectos de este sacramento

1468 "Toda la virtud de la penitencia reside en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une con él con
profunda amistad" (Catech. R. 2, 5, 18). El fin y el efecto de este sacramento son, pues, la reconciliación
con Dios. En los que reciben el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito y con una
disposición religiosa, "tiene como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña
un profundo consuelo espiritual" (Cc. de Trento: DS 1674). En efecto, el sacramento de la reconciliación
con Dios produce una verdadera "resurrección espiritual", una restitución de la dignidad y de los bienes
de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad de Dios (Lc 15,32).

1469 Este sacramento reconcilia con la Iglesia al penitente. El pecado menoscaba o rompe la comunión
fraterna. El sacramento de la Penitencia la repara o la restaura. En este sentido, no cura solamente al que
se reintegra en la comunión eclesial, tiene también un efecto vivificante sobre la vida de la Iglesia que ha
sufrido por el pecado de uno de sus miembros (cf 1 Co 12,26). Restablecido o afirmado en la comunión
de los santos, el pecador es fortalecido por el intercambio de los bienes espirituales entre todos los
miembros vivos del Cuerpo de Cristo, estén todavía en situación de peregrinos o que se hallen ya en la
patria celestial (cf LG 48-50):

Pero hay que añadir que tal reconciliación con Dios tiene como consecuencia, por así decir, otras
reconciliaciones que reparan las rupturas causadas por el pecado: el penitente perdonado se reconcilia
consigo mismo en el fondo más íntimo de su propio ser, en el que recupera la propia verdad interior; se
reconcilia con los hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se reconcilia con la Iglesia, se
reconcilia con toda la creación (RP 31).

1470 En este sacramento, el pecador, confiándose al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta
manera el juicio al que será sometido al fin de esta vida terrena. Porque es ahora, en esta vida, cuando nos
es ofrecida la elección entre la vida y la muerte, y sólo por el camino de la conversión podemos entrar en
el Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5,11; Ga 5,19-21; Ap 22,15). Convirtiéndose a Cristo
por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida "y no incurre en juicio" (Jn 5,24).

XI La celebración del sacramento de la Penitencia

1480 Como todos los sacramentos, la Penitencia es una acción litúrgica. Ordinariamente los elementos de
su celebración son: saludo y bendición del sacerdote, lectura de la Palabra de Dios para iluminar la
conciencia y suscitar la contrición, y exhortación al arrepentimiento; la confesión que reconoce los
pecados y los manifiesta al sacerdote; la imposición y la aceptación de la penitencia; la absolución del
sacerdote; alabanza de acción de gracias y despedida con la bendición del sacerdote.

1481 La liturgia bizantina posee expresiones diversas de absolución, en forma deprecativa, que expresan
admirablemente el misterio del perdón: "Que el Dios que por el profeta Natán perdonó a David cuando
confesó sus pecados, y a Pedro cuando lloró amargamente y a la pecadora cuando derramó lágrimas sobre
sus pies, y al publicano, y al pródigo, que este mismo Dios, por medio de mí, pecador, os perdone en esta
vida y en la otra y que os haga comparecer sin condenaros en su temible tribunal. El que es bendito por
los siglos de los siglos. Amén.".

1482 El sacramento de la penitencia puede también celebrarse en el marco de una celebración


comunitaria, en la que los penitentes se preparan a la confesión y juntos dan gracias por el perdón
recibido. Así la confesión personal de los pecados y la absolución individual están insertadas en una
liturgia de la Palabra de Dios, con lecturas y homilía, examen de conciencia dirigido en común, petición
comunitaria del perdón, rezo del Padrenuestro y acción de gracias en común. Esta celebración
comunitaria expresa más claramente el carácter eclesial de la penitencia. En todo caso, cualquiera que sea
la manera de su celebración, el sacramento de la Penitencia es siempre, por su naturaleza misma, una
acción litúrgica, por tanto, eclesial y pública (cf SC 26-27).

1483 En casos de necesidad grave se puede recurrir a la celebración comunitaria de la reconciliación con
confesión general y absolución general. Semejante necesidad grave puede presentarse cuando hay un
peligro inminente de muerte sin que el sacerdote o los sacerdotes tengan tiempo suficiente para oír la
confesión de cada penitente. La necesidad grave puede existir también cuando, teniendo en cuenta el
número de penitentes, no hay bastantes confesores para oír debidamente las confesiones individuales en
un tiempo razonable, de manera que los penitentes, sin culpa suya, se verían privados durante largo
tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada comunión. En este caso, los fieles deben tener, para la
validez de la absolución, el propósito de confesar individualmente sus pecados graves en su debido
tiempo (⇒ CIC can. 962,1). Al obispo diocesano corresponde juzgar s i existen las condiciones
requeridas para la absolución general (⇒ CIC can. 961,2). Una gran concurrencia de fieles con ocasión
de grandes fiestas o de peregrinaciones no constituyen por su naturaleza ocasión de la referida necesidad
grave.

1484 "La confesión individual e íntegra y la absolución continúan siendo el único modo ordinario para
que los fieles se reconcilien con Dios y la Iglesia, a no ser que una imposibilidad física o moral excuse de
este modo de confesión" (OP 31). Y esto se establece así por razones profundas. Cristo actúa en cada uno
de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada uno de los pecadores: "Hijo, tus pecados están
perdonados" (Mc 2,5); es el médico que se inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad
de él (cf Mc 2,17) para curarlos; los restaura y los devuelve a la comunión fraterna. Por tanto, la
confesión personal es la forma más significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia.

Párrafo 7
LA CAÍDA

III El pecado original

La prueba de la libertad
396 Dios creó al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura espiritual, el hombre no
puede vivir esta amistad más que en la forma de libre sumisión a Dios. Esto es lo que expresa la
prohibición hecha al hombre de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, "porque el día que
comieres de él, morirás" (Gn 2,17). "El árbol del conocimiento del bien y del mal" evoca simbólicamente
el límite infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe reconocer libremente y respetar con
confianza. El hombre depende del Creador, está sometido a las leyes de la Creación y a las normas
morales que regulan el uso de la libertad.

El primer pecado del hombre

397 El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (cf. Gn 3,1-
11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado
del hombre (cf. Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de
confianza en su bondad.

398 En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios: hizo
elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura y, por tanto, contra su
propio bien. El hombre, constituido en un estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente
"divinizado" por Dios en la gloria. Por la seducción del diablo quiso "ser como Dios" (cf. Gn 3,5), pero
"sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (S. Máximo Confesor, ambig.).

399 La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva
pierden inmediatamente la gracia de la santidad original (cf. Rm 3,23). Tienen miedo del Dios (cf. Gn
3,9-10) de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas (cf. Gn 3,5).

400 La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el
dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra (cf. Gn 3,7); la unión entre el
hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf. Gn 3,11-13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo
y el dominio (cf. Gn 3,16). La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el
hombre extraña y hostil (cf. Gn 3,17.19). A causa del hombre, la creación es sometida "a la servidumbre
de la corrupción" (Rm 8,21). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de
desobediencia (cf. Gn 2,17), se realizará: el hombre "volverá al polvo del que fue formado" (Gn 3,19). La
muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cf. Rm 5,12).

401 Desde este primer pecado, una verdadera invasión de pec ado inunda el mundo: el fratricidio
cometido por Caín en Abel (cf. Gn 4,3-15); la corrupción universal, a raíz del pecado (cf. Gn 6,5.12; Rm
1,18-32); en la historia de Israel, el pecado se manifiesta frecuentemente, sobre todo como una infidelidad
al Dios de la Alianza y como transgresión de la Ley de Moisés; e incluso tras la Redención de Cristo,
entre los cristianos, el pecado se manifiesta, entre los cristianos, de múltiples maneras (cf. 1 Co 1-6; Ap 2-
3). La Escritura y la Tradición de la Iglesia no cesan de recordar la presencia y la universalidad del
pecado en la historia del hombre:

Lo que la revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar
su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de
su Creador, que es bueno. Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió
además el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda su ordenación en relación
consigo mismo, con todos los otros hombres y con todas las cosas creadas (GS 13,1).

Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad

402 Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. S. Pablo lo afirma: "Por la desobediencia
de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores" (Rm 5,19): "Como por un solo hombre entró el
pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto
todos pecaron..." (Rm 5,12). A la universalidad del pecado y de la muerte, el Apóstol opone la
universalidad de la salvación en Cristo: "Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la
condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una justificación
que da la vida" (Rm 5,18).
403 Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los
hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de
Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es
"muerte del alma" (Cc. de Trento: DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la
remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal (Cc. de Trento: DS
1514).

404 ¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo el género humano
es en Adán "sicut unum corpus unius hominis" ("Como el cuerpo único de un único hombre") (S. Tomás
de A., mal. 4,1). Por esta "unidad del género humano", todos los hombres están implicados en el pecado
de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado
original es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que
Adán había recibido la santidad y la justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza
humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la
naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído (cf. Cc. de Trento: DS 1511-12). Es un pecado
que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza
humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado "pecado"
de manera análoga: es un pecado "contraído", "no cometido", un estado y no un acto.

405 Aunque propio de cada uno (cf. Cc. de Trento: DS 1513), el pecado original no tiene, en ningún
descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia
originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas
naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta
inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra
el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e
inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.

406 La doctrina de la Iglesia sobre la transmisión del pecado original fue precisada sobre todo en el siglo
V, en particular bajo el impulso de la reflexión de S. Agustín contra el pelagianismo, y en el siglo XVI, en
oposición a la Reforma protestante. Pelagio sostenía que el hombre podía, por la fuerza natural de su
voluntad libre, sin la ayuda necesaria de la gracia de Dios, llevar una vida moralmente buena: así reducía
la influencia de la falta de Adán a la de un mal ejemplo. Los primeros reformadores protestantes, por el
contrario, enseñaban que el hombre estaba radicalmente pervertido y su libertad anulada por el pecado de
los orígenes; identificaban el pecado heredado por cada hombre con la tendencia al mal
("concupiscentia"), que sería insuperable. La Iglesia se pronunció especialmente sobre el sentido del dato
revelado respecto al pecado original en el II Concilio de Orange en el año 529 (cf. DS 371-72) y en el
Concilio de Trento, en el año 1546 (cf. DS 1510-1516).

Un duro combate...

407 La doctrina sobre el pecado original -vinculada a la de la Redención de Cristo - proporciona una
mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado
de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca
libre. El pecado original entraña "la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es
decir, del diablo" (Cc. de Trento: DS 1511, cf. Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza
herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la
acción social (cf. CA 25) y de las costumbres.

408 Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres confieren al
mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de S. Juan: "el
pecado del mundo" (Jn 1,29). Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa que
ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los
pecados de los hombres (cf. RP 16).

409 Esta situación dramática del mundo que "todo entero yace en poder del maligno" (1 Jn 5,19; cf. 1 P
5,8), hace de la vida del hombre un combate:
A través de toda la historia del hombre se extiend e una dura batalla contra los poderes de las tinieblas
que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día según dice el Señor. Inserto en esta
lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la
ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo (GS 37,2).

IV “No lo abandonaste al poder de la muerte”

410 Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf. Gn 3,9) y le
anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (cf. Gn 3,15). Este
pasaje del Génesis ha sido llamado "Protoevangelio", por ser el primer anuncio del Mesías redentor,
anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta.

411 La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán" (cf. 1 Co 15,21-22.45) que, por
su "obediencia hasta la muerte en la Cruz" (Flp 2,8) repara con sobreabundancia la descendencia de Adán
(cf. Rm 5,19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en
el "protoevangelio" la madre de Cristo, María, como "nueva Eva". Ella ha sido la que, la primera y de una
manera única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda
mancha de pecado original (cf. Pío IX: DS 2803) y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial
de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Cc. de Trento: DS 1573).

412 Pero, ¿por qué Dios no impidió que el primer hombre pecara? S. León Magno responde: "La gracia
inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio" (serm. 73,4).
Y S. Tomás de Aquino: "Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto
después de pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De
ahí las palabras de S. Pablo: `Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia' (Rm 5,20). Y el canto del
Exultet: `¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!'" (s.th. 3,1,3, ad 3).

Artículo 8
EL PECADO

I La misericordia y el pecado

1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf Lc 15).
El ángel anuncia a José: ‘Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados’
(Mt 1, 21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: ‘Esta es mi sangre
de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados’ (Mt 26, 28).

1847 “Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido salvarnos sin nosotros” (S. Agustín, serm. 169,
11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. ‘Si decimos: «no
tenemos pecado», nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel
y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia’ (1 Jn 1,8-9).

1848 Como afirma san Pablo, ‘donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia’ (Rm 5, 20). Pero para
hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos ‘la justicia
para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor’ (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida
antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:

La conversión exige el reconocimiento del pecado, y éste, siendo una verificación de la acción del
Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la
dádiva de la gracia y del amor: ‘Recibid el Espíritu Santo’. Así, pues, en este ‘convencer en lo referente al
pecado’ descubrimos una «doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la
redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito. (DeV 31).

II Definición de pecado

1849 El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero
para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del
hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como ‘una palabra, un acto o un deseo
contrarios a la ley eterna’ (S. Agustín, Faust. 22, 27; S. Tomás de A., s. th., 1-2, 71, 6) )

1850 El pecado es una ofensa a Dios: ‘Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí’ (Sal
51, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de El nuestros corazones. Como el
primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse ‘como dioses’,
pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3, 5). El pecado es así ‘amor de sí hasta el
desprecio de Dios’ (S. Agustín, civ, 1, 14, 28). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es
diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (cf Flp 2, 6-9).

1851 En la Pasión, la misericordia de Cristo vence al pecado. En ella, es donde éste manifiesta mejor su
violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y del pueblo, debilidad
de Pilato y crueldad de los soldados, traición de Judas tan dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono
de los discípulos. Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe de este mundo (cf Jn 14,
30), el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de
nuestros pecados.

III La diversidad de pecados

1852 La variedad de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas. La carta a los Gálatas opone
las obras de la carne al fruto del Espíritu: ‘Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza,
libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias,
embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que quienes
hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios’ (5,19-21; cf Rm 1, 28-32; 1 Co 6, 9-10; Ef 5, 3-5; Col 3,
5-8; 1 Tm 1, 9-10; 2 Tm 3, 2-5).

1853. Se pueden distinguir los pecados según su objeto, como en todo acto humano, o según las virtudes
a las que se oponen, por exceso o por defecto, o según los mandamientos que quebrantan. Se los puede
agrupar también según que se refieran a Dios, al prójimo o a sí mismo; se los puede dividir en pecados
espirituales y carnales, o también en pecados de pensamiento, palabra, acción u omisión. La raíz del
pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad, según la enseñanza del Señor: ‘De dentro del
corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones. robos, falsos testimonios,
injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre’ (Mt 15,19-20). En el corazón reside también la caridad,
principio de las obras buenas y puras, a la que hiere el pecado.

IV La gravedad del pecado: pecado mortal y venial

1854 “Conviene valorar los pecados según su gravedad. La distinción entre pecado mortal y venial,
perceptible ya en la Escritura se ha impuesto en la tradición de la Iglesia. La experiencia de los hombres
la corroboran.”

1855 El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de
Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.

El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la hiere.

1856 El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio vital que es la caridad, necesita una nueva
iniciativa de la misericordia de Dios y una conversión del corazón que se realiza ordinariamente en el
marco del sacramento de la Reconciliación:

Cuando la voluntad se dirige a una cosa de suyo contraria a la caridad por la que estamos ordenados al fin
último, el pecado, por su objeto mismo, tiene causa para ser mortal... sea contra el amor de Dios, como la
blasfemia, el perjurio, etc., o contra el amor del prójimo, como el homicidio, el adulterio, etc... En
cambio, cuando la voluntad del pecador se dirige a veces a una cosa que contiene en sí un desorden, pero
que sin embargo no es contraria al amor de Dios y del prójimo, como una palabra ociosa, una risa
superflua, etc., tales pecados son veniales (S. Tomás de A., s. th. 1-2, 88, 2).
1857. Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: ‘Es pecado mortal lo que tiene como
objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado
consentimiento’ (RP 17).

1858 La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la respuesta de Jesús al joven rico:
‘No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre
y a tu madre’ (Mc 10, 19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más grave que
un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la violencia ejercida contra los padres es
más grave que la ejercida contra un extraño.

1859. El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento. Presupone el conocimiento del
carácter pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de Dios. Implica también un consentimiento
suficientemente deliberado para ser una elección personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del
corazón (cf Mc 3, 5-6; Lc 16, 19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado.

1860. La ignorancia involuntaria puede disminuir, si no excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero
se supone que nadie ignora los principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo
hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente reducir el carácter voluntario y
libre de la falta, lo mismo que las presiones exteriores o los trastornos patológicos. El pecado más grave
es el que se comete por malicia, por elección deliberada del mal.

1861 El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana como lo es también el amor.
Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si
no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la
muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin
retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las
personas debemos confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios.

1862 Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la medida prescrita por la ley
moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia grave, pero sin pleno conocimiento o sin entero
consentimiento.

1863 El pecado venial debilita la caridad; entraña un afecto desordenado a bienes creados; impide el
progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la práctica del bien moral; merece penas temporales. El
pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el
pecado mortal. No obstante, el pecado venial no nos hace contrarios a la voluntad y la amistad divinas; no
rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la gracia de Dios. ‘No priva de la gracia
santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna’ (RP 17):

El hombre, mientras permanece en la carne, no puede evitar todo pecado, al menos los pecados leves.
Pero estos pecados, que llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los
pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos objetos pequeños hacen una gran masa; muchas gotas de agua
llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es entonces nuestra esperanza? Ante todo, la
confesión... (S. Agustín, ep. Jo. 1, 6)..

1864 “El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca, antes bien será reo de pecado
eterno” (Mc 3, 29; cf Mt 12, 32; Lc 12, 10). No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega
deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus
pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo (cf DeV 46). Semejante endurecimiento puede
conducir a la condenación final y a la perdición eterna.

V La proliferación del pecado

1865 El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De ahí
resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien
y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral hasta
su raíz.
1866 Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser
referidos a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Casiano
y a san Gregorio Magno (mor. 31, 45). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios.
Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza.

1867 La tradición catequética recuerda también que existen ‘pecados que claman al cielo’. Claman al
cielo: la sangre de Abel (cf Gn 4, 10); el pecado de los sodomitas (cf Gn 18, 20; 19, 13); el clamor del
pueblo oprimido en Egipto (cf Ex 3, 7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano (cf Ex 22,
20-22); la injusticia para con el asalariado (cf Dt 24, 14-15; Jc 5, 4).

1868 El pecado es un acto personal. Pero nosotros tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos
por otros cuando cooperamos a ellos:

— participando directa y voluntariamente;


— ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos;
— no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo;
— protegiendo a los que hacen el mal.

1869 Así el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la
concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones
contrarias a la bondad divina. Las ‘estructuras de pecado’ son expresión y efecto de los pecados
personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico constituyen un
‘pecado social’ (cf RP 16).

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