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FILEMÓN

Filemón era un habitante de Colosas, persona de cierta notoriedad y riqueza, convertido


en el ministerio de San Pablo. Onésimo era el esclavo de Filemón que había huido de su
amo, yéndose a Roma donde se convirtió a la fe cristiana por la palabra presentada por
Pablo, que lo tuvo consigo hasta que su conducta demostró la verdad y sinceridad de su
conversión. Deseaba reparar el daño que había infligido a su amo, pero temiendo que se le
infligiera el castigo merecido por su ofensa, pidió al apóstol que escribiera a Filemón. San
Pablo no parece razonar en otro lugar con mayor belleza o exhortar con más fuerza que en
esta epístola.
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VERSÍCULOS 1—7. El gozo y la alabanza del apóstol por la firme fe de Filemón en el Señor
Jesús, y el amor a todos los santos. 8—22. Recomienda a Onésimo, como quien hará ricas
enmiendas por la mala conducta de que fue culpable y por quien el apóstol promete
compensar cualquier pérdida que Filemón haya tenido. 23—25. Saludos y bendición.

Vv. 1—7. La fe en Cristo y el amor a Él debe unir a los santos más estrechamente que
cualquier relación externa que pueda unir a la gente del mundo. Pablo era minucioso para
recordar en sus oraciones privadas a sus amigos. Nosotros debemos recordar, mucho y
frecuentemente, a los amigos cristianos según su necesidad, llevándolos en nuestros
pensamientos y en nuestros corazones ante Dios. Los sentimientos y las maneras diferentes
en lo que no es esencial, no deben constituir diferencia de afecto respecto a la verdad. Él
pregunta por sus amigos, respecto de la verdad, el crecimiento y su fruto en la gracia, de su
fe en Cristo y su amor a Él, y a todos los santos. El bien que hacía Filemón era motivo de
gozo y consuelo para él y para los demás, que en consecuencia deseaban que continuara y
abundara más y más en buenos frutos para gloria de Dios.
Vv. 8—14. Patrocinar a alguien no rebaja a nadie, y ni siquiera suplicar cuando, en
estricto derecho, podríamos mandar; el apóstol argumenta a partir del amor más que de la
autoridad, a favor de un convertido por su intermedio, el cual era Onésimo. Aludiendo a ese
nombre que significa, “provechoso”, el apóstol admite que, antes, éste no había sido
provechoso para Filemón, apresurándose a mencionar el cambio por el cual se había vuelto
provechoso. Las personas impías no son provechosas; no responden a la gran finalidad de
su ser, pero, ¡qué cambio dichoso efectúa la conversión! De lo malo a lo bueno; de inútil, a
útil. Los siervos religiosos son el tesoro de una familia. Estos tendrán conciencia de su
tiempo y su tarea, y administrarán todo lo que puedan para mejor. —Ninguna perspectiva
de servicio debe conducir a que alguien descuide sus obligaciones o deje de obedecer a sus
superiores. Una gran prueba de arrepentimiento verdadero es volver a cumplir los deberes
abandonados. Onésimo se había fugado cuando era inconverso, para menoscabo de su amo,
pero ahora había visto su pecado y se había arrepentido, y estaba dispuesto y deseoso de
regresar a su deber. Poco saben los hombres con qué propósito el Señor permite que
algunos cambien su situación o emprendan cosas, quizá con malos motivos. Si el Señor no
hubiera impedido algunos de nuestros proyectos impíos, fuéramos el reflejo de casos en que
nuestra destrucción era segura.
Vv. 15—22. Cuando hablamos de la naturaleza de un pecado u ofensa contra Dios, no
debemos minimizar su mal, pero en el pecador arrepentido debemos hacerlo así, porque
Dios lo cubre. Los caracteres cambiados suelen llegar a ser bendición para todos aquellos
con quienes residen. —El cristianismo no elimina nuestros deberes para con los demás; nos
enseña a hacerlo bien. Los verdaderos arrepentidos estarán abiertos para admitir sus faltas,
como evidentemente lo hizo Onésimo con Pablo, al ser despertado y llevado al
arrepentimiento; especialmente en caso de haber dañado al prójimo. La comunión de los
santos no destruye las distinciones de la propiedad. —Este pasaje es un ejemplo de lo que
se imputa a uno, pero es contraído por otro; y de uno que está dispuesto a responder por
otro, por compromiso voluntario para que sea liberado del castigo debido a sus delitos,
conforme a la doctrina de Cristo, que por su propia voluntad, soportó el castigo de nuestros
pecados para que nosotros pudiéramos recibir la recompensa de su justicia. —Filemón era
hijo de Pablo por la fe, pero lo trata como hermano. Onésimo era un pobre esclavo, pero
Pablo ruega por él, como si pidiera algo grande para sí mismo. Los cristianos deben hacer
lo que puedan para regocijo de los corazones de unos y otros. Del mundo esperan
problemas; deberán hallar consuelo y gozo los unos en los otros. Cuando nos quiten algo de
lo recibido por misericordias, nuestra confianza y esperanza deben estar en Dios. Debemos
usar diligentemente los medios, y si nadie está a la mano, abundar en oración. Pero, aunque
la oración prevalece, no merece las cosas obtenidas. Si los cristianos no se conocen en la
tierra, aún la gracia del Señor Jesús estará con sus espíritus y pronto se reunirán ante el
trono para unirse para siempre a admirar las riquezas del amor redentor. El ejemplo de
Onésimo puede dar ánimo a los pecadores más viles para regresar a Dios, pero está
vergonzosamente pervertido el que por ello se siente estimulado a persistir en los malos
rumbos. ¿No son muchos quitados en sus pecados mientras otros se endurecen en ellos? No
hay que resistir las convicciones actuales, no vaya a ser que nunca más vuelvan.
Vv. 23—25. Nunca encuentran más gozo de Dios los creyentes que cuando sufren
juntos por Él. La gracia es el mejor deseo para nosotros mismos y para el prójimo; con ella
empieza y termina el apóstol. Toda gracia es de Cristo; Él la adquirió y Él la concede. ¿Qué
más necesitamos para hacernos felices, que tener la gracia de nuestro Señor Jesucristo con
nuestro espíritu? Hagamos ahora lo que debemos hacer en el último suspiro. Entonces, los
hombres están dispuestos a renunciar al mundo y a preferir la porción mínima de gracia y fe
antes que un reino.

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