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1 capitulo:

EL SECTOR AGROPECUARIO Y LA

INTERNACIONALIZACIÓN DE LA ECONOMÍA

El sector agropecuario ha recibido una

consideración y un tratamiento especiales en el

comercio internacional. El Acuerdo General de

Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), entidad

rectora a nivel mundial de los asuntos comerciales

hasta 1994 (hoy sustituida por su sucesora, la

Organización Mundial del Comercio, OMC), permitió

desde sus inicios que los bienes del agro recibieran un

trato diferente al otorgado a las demás mercancías 1.

Diversos artículos del Acuerdo autorizaron la

utilización en el sector agropecuario de prácticas

proscritas para otros sectores productivos: las

restricciones cuantitativas a las importaciones fueron

permitidas, bajo determinadas circunstancias, según

el artículo XI, y los subsidios a las exportaciones—

que tienen el mayor efecto distorsionador de las

condiciones de competencia— fueron aceptados en el


comercio agrícola en virtud del parágrafo tercero del

artículo XVI.

Más aún, varias naciones consiguieron del GATT

un tratamiento excepcional para su sector

agropecuario. Estados Unidos logró en 1955 una

dispensa para imponer restricciones a un amplio

número de productos agrícolas. Los miembros de la

Comunidad Europea (hoy Unión Europea) han hecho

valer su arancel variable a la entrada de bienes del

campo y sus subvenciones a las exportaciones. Japón

no ha sido molestado por sus simpares barreras y

subsidios. Suiza, incluso, pudo introducir en su

Protocolo de Adhesión provisiones especiales que la

autorizaban a utilizar diversas cortapisas al comercio

agrícola.

La octava ronda de negociación del GATT, la

Ronda Uruguay, primera que abocó seriamente el

estudio de las distorsiones en el comercio agrícola

mundial, mantuvo la tradición de establecer

estipulaciones especiales para el sector agropecuario.


En efecto, éste fue objeto de un grupo particular de

negociación, en el cual se concentró la parte más

compleja y tirante de las discusiones, y mereció un

capítulo entero en el Acta Final que se acordó

después de más de siete años de negociaciones. Tal

capítulo incluye disposiciones diferentes para el agro

a las del Acuerdo General en materia de acceso a los

mercados, subsidios internos y a las exportaciones,

salvaguardias y otros tópicos del comercio de

mercancías.

Los acuerdos de integración y los tratados de

libre comercio también han otorgado un tratamiento

especial al sector agropecuario. La Comunidad

Económica Europea —hoy Unión Europea—, el Grupo

Andino, el Acuerdo de Libre Comercio de

Norteamérica (NAFTA), el Grupo de los Tres (G-3),

para mencionar sólo algunos ejemplos, establecieron

provisiones particulares, o completos regímenes

especiales, para el agro. Ellos contemplaron políticas

de protección y de salvaguardia diferentes a las


aplicadas al resto del comercio de mercancías,

reconociendo, así, las peculiaridades del sector.

Diversos procesos condujeron al establecimiento

de políticas preferenciales para el agro en los


2
distintos países. En los Estados Unidos, el papel

fundamental que desempeñó la dramática pérdida de

la capacidad de compra de los agricultores —iniciada

desde principios del segundo decenio de este siglo—

en la gestación de la crisis de sobreproducción

industrial que dio lugar a la Gran Depresión,

concientizó a esa nación sobre la necesidad de

establecer políticas diferenciales que permitieran

mantener un sector agropecuario dinámico, que

demandara bienes industriales y contribuyera a la

estabilidad económica y social del país.

Posteriormente, el rol estratégico que jugaron las

exportaciones de alimentos estadounidenses al Viejo

Continente en la Segunda Guerra Mundial y en la

posguerra, permitió establecer su importancia como

arma política vital. Más recientemente, su


contribución decisiva a impedir mayores desequilibrios

en la balanza comercial norteamericana reforzó la

determinación de otorgarle un trato preferencial y

condujo a la sofisticación del complejo andamiaje de

política sectorial que se venía construyendo desde los


3
albores de los años treintas.

Las naciones europeas sufrieron graves

trastornos en su agricultura durante la Segunda

Guerra, por la devastación de sus territorios, la

desorganización de sus economías y el impacto que

tuvo el reclutamiento en las áreas rurales. En

consecuencia, los alimentos escasearon durante la

conflagración y en los primeros años de la posguerra.

El espectro del hambre rondó sobre las poblaciones

europeas con particular intensidad, y sólo comenzó a

desaparecer cuando la masiva ayuda estadounidense,

cuyo aparato productivo agropecuario había sido

fuertemente estimulado a expandirse y tecnificarse,

se hizo presente. No obstante, Estados Unidos

aprovechó la coyuntura y la necesidad de alimentos


europea para consolidar su posición de preeminencia

en el mundo occidental. Ante esta situación, y con el

recuerdo fresco de la hambruna, los europeos

decidieron establecer políticas agrícolas que tendieran

a recuperar su seguridad alimentaria y que les

permitieran no volver a depender tan dramáticamente

del extranjero en esta materia. De tal forma, el

diseño y puesta en marcha de una política agrícola

común, que protegiera al agro europeo e incentivara

la autosuficiencia alimentaria, constituyó prioridad

fundamental de la naciente Comunidad Económica

Europea en el ocaso de la década de los cincuenta y

durante los sesenta. A este argumento se han sumado

recientemente la defensa del ingreso de los

agricultores, de su permanencia en el campo y de la

estabilidad de la economía y de la sociedad europeas

para justificar el sostenimiento del más costoso

armazón de política sectorial de que se tenga noticia.4

Otro tanto ha sucedido en el Japón. Empero, en

este caso se ha argüido, adicionalmente, la vinculación


de elementos culturales y de las tradiciones

nacionales con la agricultura para explicar la

existencia de tratamientos de privilegio a los

productores rurales 5. Tal vez con ellos se completan

los razonamientos de carácter global y estratégico

que han tenido los países desarrollados para

establecer políticas agropecuarias diferenciales y

preferenciales. En cualquier caso, el efecto de ellas

ha sido el de convertir al agro en el sector que

presenta mayores distorsiones en el mercado mundial,

en el cual las barreras protectoras se tornan

infranqueables y los subsidios y transferencias de

toda índole superan los trescientos mil millones de

dólares anuales, cifra que por sí sola explica por qué

sus flujos comerciales no dependen de las ventajas

comparativas entre naciones y regiones, sino de la

capacidad y generosidad de los diversos fiscos para

subvencionar a productores y exportadores.

En efecto, los productos agropecuarios están

sometidos en los países industrializados y en no pocas


naciones en desarrollo a elevados impuestos de
6
importación, a progresividad arancelaria y a una

amplia gama de barreras no arancelarias tales como

restricciones cuantitativas, impuestos internos

selectivos, fuertes regulaciones sanitarias y medidas


7
antidumping . Aunque gracias a lo acordado en la

Ronda Uruguay, las barreras diferentes a las

arancelarias deben desaparecer en virtud del proceso

de tarificación o arancelización establecido, los

altísimos niveles de aranceles resultantes de tal

proceso para varios bienes agropecuarios (superiores

en muchos casos al 100%, y que en no pocas

ocasiones alcanzan cifras 4, 5 o más veces superiores

a ésta) llevan a la virtual prohibición de su

importación. En estos casos, lo único que se podrá

importar en la práctica será una cantidad limitada que

va a tener un arancel más bajo, la cual quedaron

obligados a establecer los países como parte de los

denominados compromisos de acceso mínimo o de

acceso corriente que les exige abrir al menos el 3%

de su mercado -0.5%, al final del período de


8
transición . Lo anterior, prolonga en la práctica la

existencia de las cuotas de importación.

Adicionalmente, en los últimos años han cobrado

creciente importancia las trabas asociadas con la

calidad, la presencia de residuos tóxicos y químicos y

los condicionamientos ambientales, las cuales no están

contempladas en los acuerdos de la Ronda Uruguay.

Los subsidios internos y a las exportaciones, por

su parte, alcanzan montos cada vez más elevados, al

igual que los presupuestos asignados en las naciones

más ricas para sufragarlos. Mientras en 1.980 los

subsidios directos e indirectos otorgados a la

agricultura en los Estados Unidos, la Comunidad

Económica Europea y Japón ascendieron a US

$80.000 millones, en 1987 las transferencias totales

alcanzaban 297.800 millones, en 1990 (año en que

debía concluir la Ronda Uruguay) llegaron a los

298.100 millones y para 1992 a 353.700 millones. De

ellos, US $155.900 millones correspondieron a la

Comunidad Económica Europea; 91.100 a los Estados


Unidos y 74.000 al Japón. Estos últimos datos

equivalen a un subsidio por hectárea cultivada de 97

dólares en Estados Unidos, de 795 en la Comunidad y


9
de 9.708 en el Japón . Del valor total de la

producción agropecuaria, las transferencias a los

productores representan cerca del 48% en la Unión

Europea, 71% en el Japón y 28% en los Estados


10
Unidos . Tales cifras claramente muestran que los

subsidios representan una parte sustancial de los

ingresos de los productores y que, gracias a ellos, los

bienes agropecuarios estadounidenses y europeos se

exportan y se venden a precios inferiores a sus

costos de producción.

Las consecuencias más notables de la mencionada

política de subsidios, fuera de las de haber

trastocado la geografía de la producción mundial de

alimentos y la dirección de sus flujos comerciales, han

sido el deterioro ocasionado en las cotizaciones de los

principales bienes agrícolas, las mayores fluctuaciones

de ellas y el sobredimensionamiento del sector


agropecuario en las naciones industrializadas. En

efecto, de eliminarse los subsidios, se estima que los

precios internacionales subirían en 22% en trigo, 24

% en arroz, 14.1% en maíz, 18% en sorgo, 35% en

azúcar, 5% en soya, 7% en tortas oleaginosas, 11%

en aceites vegetales, 21% en carne roja y 58% en

productos lácteos, según un promedio de seis estudios

de equilibrio parcial y tres de equilibrio general

consultados (Véase Cuadro 1.1). Por efecto

únicamente de la Política Agrícola de la Unión

Europea, las oscilaciones de las cotizaciones

internacionales de los granos son un 20% mayores de

lo que serían en caso de que ella no existiera. De

igual manera, la eliminación de los subsidios

determinaría una contracción de las áreas cultivadas y

de las producciones de bienes agropecuarios que se

estima sería de 24% en el Japón, de 19% en la Unión

Europea, de 17% en Canadá y de 7% en los Estados

Unidos.
Las notables distorsiones reseñadas, ocasionadas

por la política sectorial de varios países

industrializados, han venido a constituir un nuevo

argumento en favor de otorgarle al agro un

tratamiento diferente, pues no se desea enfrentar a

los productores rurales a una competencia externa

tan alterada por las políticas de esas naciones y, por

ende, tan desigual. No sobra recordar, en todo caso,

que un cambio significativo se ha venido presentando

en diversos países en la estrategia y en los énfasis de

la política sectorial. En la mayoría de las naciones la

política agropecuaria se construyó sobre la base del

establecimiento de considerables barreras al acceso

de bienes producidos fuera de sus fronteras y de la

fijación de precios a los cuales el Estado se

comprometía a adquirir las cosechas, los cuales

usualmente no guardaban una relación cercana con las

cotizaciones internacionales.
Cuadro 1.1 : CALCULOS SOBRE EL IMPACTO DE LA

LIBERACION DEL SECTOR AGROPECUARIO SOBRE

LOS PRECIOS INTERNACIONALES

No obstante, los Estados Unidos, primer país

que hubo de lidiar con el problema de colocar en los

mercados externos crecientes y recurrentes

excedentes productivos, inició la modificación de la

política mencionada al sustituir gradualmente el papel

de las barreras protectoras y de los precios de

intervención por el pago de subsidios directos a los

agricultores (deficiency payments), los cuales

permitían mantener su nivel de ingresos a pesar de la

reducción que se presentara en los precios que

percibían por sus productos. Esta reducción facilitó, a

su vez, la colocación de los productos norteamericanos

en los mercados internacionales. En la medida en que

la competencia por los mercados con los países

europeos se agudizó, este cambio en la política

adquirió mayor importancia, razón por la cual la ley

agrícola aprobada el 23 de diciembre de 1985


introdujo nuevas provisiones que relajaron en mayor

medida el papel de los precios de soporte y que

permitieron al gobierno estadounidense dejar fluctuar

aún más los precios internos, de manera que los

bienes agrícolas y agroindustriaies recuperaran

competitividad en los mercados internacionales. Ellas

autorizaron, igualmente, a las autoridades federales

a compensar a los productores con nuevos y mayores


11
pagos y subsidios directos .

La Comunidad Económica Europea, por su parte,

había basado su Política Agrícola Común (PAC) en un

mecanismo que combinaba los precios de intervención

con elevados aranceles variables y otras barreras a

las importaciones, y con considerables subsidios a las

exportaciones. Esta política, muy exitosa en alcanzar

su objetivo inicial de recuperar la seguridad

alimentaria en el Viejo Continente, se había tornado

exageradamente costosa, debido a los considerables

excedentes agropecuarios que debía subvencionar para

colocarlos en los mercados internacionales, y


significativamente onerosa para los consumidores por

los altísimos precios que debían sufragar por los

bienes agrícolas. Por estas razones, y por la presión

ejercida por las otras partes contratantes del GATT

a lo largo de la Ronda Uruguay, las autoridades

comunitarias emprendieron la reforma de la PAC.

Dicha reforma, que se concretó en mayo de 1992,

inició tímidamente el proceso de reducir el papel de

los precios de intervención en la política sectorial y

de reemplazarlos gradualmente por subsidios directos

para sostener el ingreso de agricultores y ganaderos,

y por subvenciones orientadas a proteger los recursos

naturales y el medio ambiente a través de programas

de retiro de tierras reforestación, utilización de

métodos no intensivos de explotación y protección del

paisaje.

Pero no sólo los países industrializados han

acometido la modificación de sus políticas

agropecuarias en la dirección señalada, sino que

también algunas naciones en desarrollo han optado por


seguir ese camino. Este es el caso de México. En

efecto, con el objeto de prepararse para la entrada

en vigor del Acuerdo de Libre Comercio de

Norteamérica (NAFTA), este país cambió

radicalmente su política agropecuaria. De las

significativas barreras al acceso y lo elevados precios

de intervención pasó a una política masiva de

subsidios, conocida como PROCAMPO, que en el

primer año se estimaba costaría cerca de US$4.000

millones Se trata, en síntesis, de permitir que los

precios al productor desciendan a niveles cercanos a

los internacionales para que los productos agrícolas y

agroindustriales mexicanos puedan competir en el

mercado interno, en el ampliado y en el de terceros

países, pero compensando con pagos directos a los

agricultores para que puedan mantener su nivel de

ingreso.

La novedad de este esquema mexicano radica,

sin embargo, en que el subsidio no se va a otorgar

por tonelada producida sino por hectárea,


independientemente de las decisiones de siembra de

los productores, las cuales se deberán basar en las

condiciones del mercado y en sus ventajas naturales y

técnicas. En efecto, PROCAMPO otorga un subsidio a

todas las tierras que en 1993 estaban cultivadas en

nueve cultivos (algodón, arroz, cártamo, cebada,

fríjol, maíz, sorgo, soya y trigo), que cubrían el 85%

de la superficie cultivada en el país, sin importar cual

será su uso futuro. El monto de dicho subsidio

oscilaba entre cien y cuatrocientos dólares por

hectárea para la primera cosecha del programa y se

mantendrá en términos reales en esos niveles durante

diez años, fecha a partir de la cual presumiblemente

se comenzará a desmontar, hasta eliminarlo en el


12
lapso de los cinco años siguientes .

Esta nueva estrategia de política presenta, sin

lugar dudas, algunas ventajas considerables. Los

subsidios si otorgan de manera más clara y directa, o

transparente; su costo recae sobre el fisco y no

sobre los hombros de los consumidores, lo que debe


implicar un incremento en el consumo, aunque

moderado, dada la baja elasticidad precio de los

bienes agrícolas; su administración es más sencilla ya

que no implica el manejo físico de los productos por

parte de agencias gubernamentales; su puesta en

marcha debe llevar a la reducción sustancial de las

barreras al acceso, en especial de las no

arancelarias. No obstante, su costo fiscal la hace de

muy difícil, o de imposible, aplicación por parte de los

países pobres, mientras que los países poderosos

entre más ricos sean, más masiva y generosamente

pueden aplicarla. Esta ventaja se traduce,

innegablemente, en una ventaja competitiva no

asociada con las ventajas comparativas de las

naciones, por cuanto los subsidios abaratan

artificialmente los costos de producción de los bienes

agrícolas, lo que permite la disminución de sus precios

en los países que los otorgan.

Las políticas mencionadas han estado

acompañadas por el desarrollo de otros mecanismos


nuevos de intervención gubernamental en la

agricultura, los cuales buscan que dicha intervención

se haga de manera más ágil, eficiente y oportuna. En

el terreno del comercio exterior, la utilización de

salva guardias, medidas antidumping y contra

subsidios y, en general, de herramientas orientadas a

proteger selectiva y oportunamente a renglones del

agro contra situaciones de competencia desleal, ha

acompañado a las medidas de reducción de la

protección en frontera. En el campo interno, políticas

de incentivo al sector privado para que asuma

actividades que eran realizadas primordialmente por

el Estado, de estimulo para que los productores

almacenen sus cosechas y las entidades

gubernamentales sólo intervengan como última

instancia, de promoción a seguros y coberturas contra

riesgos naturales y de mercado, de facilitar con

pagos compensatorios la adquisición de Las cosechas

por parte del sector privado, de venta de los bienes

del agro sin su presencia física o a futuros, de

cubrimiento de las garantías y de pago de los costos


incrementales para que los pequeños productores

puedan tener acceso al crédito bancario, entre otras,

se han puesto en práctica en diversos países que han

modernizado su política sectorial.

Por su parte, los países que iniciaron el

desmonte de su vieja política sectorial, basada en

barreras a la importación e intervención del Estado en

la compra de las cosechas a precios preestablecidos,

y no la reemplazaron por una nueva política en la

dirección descrita, han afrontado serias dificultades

en su producción agropecuaria, en especial en la

orientada al consumo interno que compite con las

importaciones. Claros ejemplos de tal situación han


13
sido Chile, Brasil, Argentina, entre otros . Este

fenómeno se ha presentado fundamentalmente en

América Latina, ya que los países europeos,

norteamericanos y asiáticos, en términos generales, o

mantienen elevadas barreras proteccionistas y una

activa participación estatal en la comercialización de

las cosechas, o han ido reemplazando estas


herramientas de política por los apoyos y subvenciones

internas directas.

En síntesis, por diversos motivos —que van

desde la necesidad de mantener los ingresos y la

capacidad adquisitiva de los agricultores en bien del

desarrollo del conjunto de la economía y de la

estabilidad social del país, pasando por la importancia

concedida a la seguridad alimentaria nacional o al

dominio de los mercados internacionales de alimentos,

hasta argumentos culturales y relativos a las

tradiciones y valores nacionales— los países

industrializados y muchos en desarrollo han

establecido políticas diferenciales y de privilegio para

el sector agropecuario. Aunque algunos de ellos han

venido modificando y modernizando sus políticas

sectoriales, éstas continúan jugando un papel

fundamental en el apoyo y defensa del sector, y los

pocos países que simplemente las han desmontado han

sufrido situaciones críticas en sus áreas rurales. Los

acuerdos internacionales de comercio han reconocido


también un tratamiento especial al agro. Como

resultado, el comercio mundial de bienes

agropecuarios presenta las mayores distorsiones del

comercio de mercancías, cuya principal expresión son

la elevada protección y los enormes subsidios

otorgados por los países desarrollados, situación que

ha justificado aún más el mantenimiento de políticas

diferentes en el sector.

__________

1. Para un análisis más detallado sobre el tratamiento


diferencial que recibió la agricultura en el GATT ver,
entre otros, Leddy y Reinstein (1987), Zietz y Valdés
(1988) y Perry (1990 y 1994a). (Regresar)

2. Para un mayor detalle sobre los objetivos y la


evolución de la política agrícola en los países
desarrollados, ver Mejía, Millán y Perry Ltda.
(1986), OECD (1990) y Perry (1990 y
1994a).(Regresar)

3. Sobre la política agrícola estadounidense, ver


fuera de los estudios citados en la nota 2, Australian
Bureau of Agricultural and Resource Economics
(1989), OECD (1987), Owens (1985), Perry y
Perfetti (1987 y 1988), Roberts y Andrews (1994) y
United States Department of Agriculture (1984).
(Regresar)

4. Respecto a la política agrícola común ver, fuera de


los estudios citados en la nota 2, Australian Bureau
of Agricultural and Resource Economics (1985),
European Community (1981 y 1983), Koester y Bale
(1983 y 1984), Perry y Perfetti (1987 y 1988) y
Zietz y Valdés (1980).(Regresar)

5. En relación con la política agrícola japonesa ver,


fuera de los estudios citados en la nota 2, Australian
Bureau of Agricultural and Resource Economics
(1988), Ministry of Agriculture, Forestry and
Fisheries of Japan (1992), United States Department
of Agriculture (1988) y Zietz y Valdés (1980 y
1988).(Regresar)

6. La progresividad arancelaría consiste en que entre


mayor sea el grado de elaboración de un producto
mayor es el impuesto de importación que se cobra.
Las naciones en desarrollo se oponen a dicha práctica
a las desarrolladas pues les coarta su posibilidad de
desenvolvimiento industrial.(Regresar)

7. Perry (1990 y 1994a) y UNCTAD


(1989).(Regresar)

8. Debido a que la metodología definida para efectuar


la arancelización consistió en dividir el precio interno
sobre el internacional y que los precios internos en
muchos países industrializados eran muy altos, en
especial en los europeos y en el Japón, los aranceles
equivalentes fueron para muchos productos de tres
dígitos. En estos casos, tal situación conllevaba a la
reducción de las posibilidades de acceso de productos
importados, o en su virtual imposibilidad, al menos en
el período inicial del proceso de reforma. Para
evitarlo se definió que en los productos arancelizados
se debía establecer un contingente arancelario (o sea,
una cuota de importación) a un arancel más bajo, que
garantizara el mantenimiento de las actuales
condiciones de acceso al mercado en cuestión, o que
ofreciera un acceso mínimo en caso de que ellas
fueran muy modestas. En no pocos bienes, estas
cuotas van a ser, en la práctica, la única posibilidad
de acceso mientras el arancel consolidado continúe a
niveles tan elevados.(Regresar)

9. Los datos anteriores se basan en OECD (1991 y


1993), Perry (1990, 1991 y 1994a) y UNCTAD
(1989).(Regresar)

10. Es lo que se denomina el equivalente del Subsidio


al productor (PsP) medido en términos porcentuales.
Ver OECD (1993).(Regresar)

11. El objetivo central del cambio de la política


agrícola estadounidense -el establecimiento de los
subsidios directos (pagos de diferencia) y, en
especial, la disminución del papel de los precios de
soporte y su sustitución por dichos pagos, que se
concretó en la Ley agrícola de 1985- era el de
mejorar la competitividad de los productos
norteamericanos sin afectar el ingreso de los
productores, al permitir mayores fluctuaciones de los
precios que ellos percibían, y por tanto mayores
reducciones de los mismos para hacerlos más
competitivos, pero compensándolos con los pagos
directos. No obstante, este objetivo de la política ha
pasado desapercibido por algunos observadores en
Colombia; ver, por ejemplo, Jaramillo (1994). Que la
competitividad de la producción estadounidense era
preocupación principal de los diseñadores de la política
sectorial lo corroboran diversos estudios, entre ellos
los de Australian Bureau of Agricultural and Resource
Economics (1989), Owens (1985), United States
Department of Agriculture (1985 y 1988), Perry y
Perfetti (1987 y1988), Perry (1990 y 1994a) y
Roberts y Andrews (1994).(Regresar)

12 . Sobre PROCAMPO existen varias dudas y no


pocos malentendidos, que magnifican sus bondades. En
primer lugar, no es tan claro que vaya a ser un
programa temporal (quince años), puesto que el
desmonte de los subsidios en 5 años, luego de haber
acostumbrado a los agricultores a recibirlos
religiosamente, cosecha a cosecha, durante 10 años,
no será tan fácil, en especial si los subsidios agrícolas
otorgados por los socios mexicanos en el NAFTA no
han desaparecido. En segundo término, no es cierto
que el programa no cree distorsiones, ni induzca una
generación de excedentes productivos, por cuanto el
subsidio por hectárea no se otorga si ella no está en
una actividad productiva, de manera que quienes
quieran obtenerlo deberán cultivar, así el cultivo
propiamente dicho les reporte pérdidas (teóricamente
los agricultores seguirán produciendo siempre y
cuando las pérdidas que obtengan por hectárea sean
menores que el subsidio recibido, aunque incluso
pueden hacerlo así sean un poco mayores, para no
dejar inactivos recursos productivos que les reporten
entradas, v.gr., remuneración a la mano de obra
familiar). Otra cosa es que las distorsiones son
mayores cuando los subsidios, se vinculan con la
cantidad producida o con las siembras de un
determinado cultivo. Finalmente, no es claro el
supuesto efecto distributivo que se ha querido asociar
al programa, dado que el subsidio por hectárea no
será igual para todos los productores, sino que será
mayor para las zonas que han reportado mayor
productividad por hectárea, las cuales son
principalmente regiones de grandes productores
empresariales (caso de Sinaloa). Las anteriores
afirmaciones no buscar dementar un programa que,
sin lugar a dudas, es innovativo y tiene ventajas
interesantes, sino precisar sus pros y sus contras.
Sobre Procampo, ver Secretaría de Agricultura y
Recursos Hidraúlicos (1993), Salazar (1994) y
Jornada de Campo, varios números.(Regresar)

13. Sobre los casos de los dos primeros países, ver


Cox (1994) y de Rezende (1994). En relación con el
tercero, ver Obschatko (1994).(Regresar)
2.capitulo:

LA SITUACIÓN DEL SECTOR A PRINCIPIOS DE


1993

Desde los albores de la década del noventa el

sector agropecuario colombiano enfrentó una profunda

crisis, la cual se reflejó en el decrecimiento del

Producto Interno Bruto sectorial, en la contracción de

la superficie cultivada, en el desmesurado incremento

de las importaciones y en la caída de las

exportaciones. Tal situación obedeció al deterioro de

la rentabilidad de un importante número de

actividades agropecuarias y a la pérdida de la

confianza de los productores en su quehacer y en la

política gubernamental. Con su aparición se agudizó un

problema secular del campo colombiano: las malas

condiciones de vida de sus moradores y la brecha que

existe entre sus ingresos y los de la población

urbana. A continuación analizamos estos aspectos.


EL DESEMPEÑO RECIENTE DEL SECTOR: UNA
COMPARACIÓN HISTÓRICA

Tras las dificultades afrontadas por el sector

agropecuario a principios de los ochenta, el Producto

Interno Bruto del sector registró un comportamiento

más satisfactorio en la segunda mitad de la década


1
(Véase Gráfico 2.1) . En 1989 se logró el mejor

desempeño del sector agropecuario no cafetero, con

tasas de crecimiento significativas del producto de los

distintos subsectores y con una expansión

considerable de la superficie cultivada (Véase Gráfico

2.2). Las mejores cotizaciones internacionales, el

favorable comportamiento climático y la política

sectorial ejecutada constituyeron las razones que

contribuyeron a tales resultados positivos.

Gráfico 2.1: EL GIRO DE LA POLITICA


AGROPECUARIA

Gráfico 2.2: VALOR REAL DE LA PRODUCCIÓN

AGRÍCOLA NO CAFETERA
Los precios internacionales de los principales

bienes agropecuarios venían registrando una tendencia

descendente a lo largo de la segunda mitad de la

presente centuria, que se había agudizado desde

finales de la década de los setenta (Véase Gráfico

2.3). No obstante, en cereales y oleaginosas

presentaron una recuperación desde mediados de

1988 debido a los problemas climáticos que asolaron a

las zonas productoras en los Estados Unidos y, en

menor medida, en las naciones exportadoras de

Suramérica y en algunos países asiáticos. Su

incremento fue significativo en varios productos, lo

que estimuló las siembras y el buen comportamiento

de la agricultura en el país.

GRÁFICO 2.3: PRECIOS AGRÍCOLAS

INTERNACIONALES, 1948-1995

La política sectorial, por su parte, había

buscado, desde 1986, estimular la producción

agropecuaria y otorgarle una protección más


razonable. En 1988 se formuló el Plan de Oferta

Selectiva, cuyo componente de corto plazo buscaba

superar las limitaciones que impedían una expansión de

la producción de los bienes seleccionados, otorgando

un estímulo de precios para lograr dicho aumento.

Teniendo en cuenta que los precios internacionales

estaban subiendo de manera sustancial y que los

inventarios nacionales de productos agropecuarios se

hallaban en niveles considerablemente bajos, se

incrementaron los precios de sustentación en términos

reales, en algunos casos en cuantías significativas. No

obstante, estos aumentos se hicieron de tal forma

que los precios fijados no superaran los costos del

producto internado, ni fueran mayores a aquellos que

regían en el mercado internacional. Como resultado, y

a pesar de que la protección implícita de estos bienes

se redujo moderadamente, las áreas cultivadas

mostraron una notoria expansión —la mayor de los

últimos tres lustros— lo que permitió un

abastecimiento holgado, a precios razonables, a pesar

de la delicada coyuntura de las cosechas externas 2.


Como es obvio, los productos que registraron los

mayores incrementos de la superficie sembrada

fueron los que contaban con precios de sustentación,

todos ellos importabIes excepto el arroz, cultivo que

presentó la mayor expansión. Como consecuencia, los

cereales y las semillas oleaginosas —que

representaban el grueso de las importaciones—

aumentaron su participación en el total de la

producción agrícola entre mediados de los ochenta y

1990. En su conjunto, esos productos (cebada, maíz,

sorgo, trigo, soya y palma africana) aumentaron su

participación en la producción agrícola del 12.6% en

1984-1986 al 16.4% en 1990.

Desde principios de la década del noventa los

precios internacionales retomaron, con inusitado

ímpetu, su secular tendencia descendente, y llegaron

en 1992 a su registro histórico más bajo (Véase

Gráfico 2.3). Esta situación coincidió con la

profundización de la apertura de la economía

colombiana y con el desmonte de la política de precios


de sustentación que había prevalecido por muchos

años. Las señales de precios para los productores

fueron desalentadoras. El desempeño del sector se

resintió, como lo mostraron las principales variables,

entre ellas el comportamiento del producto interno

bruto sectorial y el de las superficies sembradas.

La agricultura, excluido el café, mostró claros

síntomas de decaimiento desde 1991, cuando su

producto interno bruto sólo aumentó modestamente,

un 1.5%, mientras el café y el subsector pecuario

continuaban creciendo a tasas superiores (Véase

Gráfico 2.1). La producción del grano aún no parecía

resentirse del rompimiento del pacto de cuotas y del

colapso de las cotizaciones internacionales. Sin

embargo, en 1992 la crisis se agudizó y se

generalizó, pues los tres subsectores mencionados

reportaron tasas de crecimiento negativas. Como

resultado de ello, el sector registró, por segunda vez

en el último cuarto de siglo, una tasa de crecimiento

negativa (-2.0%), particularmente acentuada en el


caso de la agricultura no cafetera (-3.9%).

Las dificultades de la agricultura se hicieron

sentir con particular intensidad en los cultivos

transitorios, cuya valoración de la producción

disminuyó en 1991 (-3.1%) y, en mayor magnitud, en

1992 (-12.2%) (Véase Gráfico 2.2). Aunque en este

último año los rendimientos de diversos cultivos


3
bajaron , principalmente por problemas climáticos,

las dificultades de los cultivos semestrales no se

circunscribieron a este aspecto. La superficie

cosechada también se contrajo en porcentajes

significativos: 5.8% en 1991 y 12.4% en 1992. En

términos absolutos, el área sembrada con cultivos

permanentes se redujo en 436.000 hectáreas entre

1990 y 1992, y en este último año escasamente

superaba la cosechada cinco años atrás (2.062.000

has. en 1992 contra 2.010.000 en 1987).

Todos los cultivos semestrales contrajeron sus

superficies cultivadas en 1992; ya doce de los quince

lo habían hecho en 1991. Particularmente grave se


tornó la situación del algodón, el arroz, la cebada, el

fríjol, el maíz y la soya, aunque, incluso, productos

como la papa, cuyas exportaciones estaban creciendo,

vieron disminuir sus áreas cosechadas. Aunque algunos

cultivos permanentes redujeron las superficies

cultivadas en estos años (caña panelera, coco, fique,

tabaco negro y yuca), el incremento de otros

(especialmente caña de azúcar, banano, plátano,

palma africana y frutales) determinó en un aumento

de las áreas sembradas con este tipo de cultivos. En

conjunto, sin embargo, el área cosechada en la

agricultura colombiana se redujo un 6.1% en 1992,

después de haberse contraído un 3.7% en 1991,

dejando de cultivar 358.000 hectáreas. Esta

reducción de las siembras superó con creces aquella

experimentada durante la crisis agrícola de comienzos

de los años ochenta.

No sobra recordar que son los cultivos transitorios

los que primero se resienten en una crisis sectorial, y

que sus áreas cultivadas constituyen el mejor


termómetro de la situación del agro. Sin lugar a

dudas, son ellos en los que se presenta una mayor

movilidad del capital y de las inversiones. Sus

productores, cuando la situación se complica, dejan

de cultivar, o reducen las superficies que siembran.

Mientras tanto, en los cultivos permanentes, cuyos

gastos anuales son sólo de mantenimiento y el grueso

de la inversión ya se ha realizado, la crisis tiene un

impacto más gradual, que se refleja primero en la

paralización de nuevas siembras y en la disminución de

las actividades de mantenimiento —en especial,

fertilización y control de plagas— y sólo en casos muy

dramáticos en la destrucción del cultivo y la

consecuente contracción de las áreas sembradas. En

la ganadería las dificultades se manifiestan

usualmente en la alteración del ciclo productivo propio

de esta actividad.

La venta y utilización de insumos y maquinaria y la

evolución de la inversión sectorial proporcionan

información adicional sobre la situación del agro


durante estos años. A principios de la década del

noventa disminuyeron significativamente las ventas o

importaciones de tractores, plaguicidas, fertilizantes

y semillas mejoradas, pese a las bajas acaecidas en

los precios reales de todos ellos; particularmente

drásticas fueron las reducciones en las ventas de


4
fertilizantes compuestos y úrea en 1992 . Para el

caso de los tractores importados, mientras en 1988

entraron al país 1.361 unidades, en 1992 tan solo lo


5
hicieron 361 unidades . La inversión sectorial tuvo,

en general, una caída significativa en la fase inicial


6
de la crisis (Véase Gráfico 2.4) . Ello, sumado a las

condiciones climáticas, determinó la caída registrada

en 1992 en los rendimientos de ocho de los trece

cultivos permanentes analizados.

GRAFICO 2.4 : INVERSIÓN AGRÍCOLA COMO

PROPORCIÓN DEL PIB SECTORIAL

(PESOS DE 1975)
LAS CAUSAS DE LA CRISIS

Mucho se ha discutido sobre los factores que

generaron la grave crisis agrícola de principios de los

noventa. Incluso, se han utilizado modelos y se ha

acopiado una cuantiosa información sobre el

comportamiento de las lluvias, de los precios

internacionales, de la protección al sector, de las

acciones violentas, etc., variables todas que han

tenido una mayor o menor incidencia en la gestación

de aquella. Seguramente nadie niega ya que un cúmulo

de elementos negativos se juntaron para causar una

tan fuerte constricción de las labores agropecuarias,

en especial de los cultivos semestrales. Tampoco

nadie se aventura a negar el deterioro sufrido por la

rentabilidad de diversas actividades del sector. No

obstante, hay significativas diferencias de énfasis en

los diversos análisis, y algunos soslayan aspectos que

son dignos de tener en cuenta. A estos temas se hace

referencia a continuación.

La crisis de rentabilidad
Diversos trabajos han ilustrado el desmedro padecido
7
por la rentabilidad agropecuaria en 1991 y 1992 .

El Ministerio de Agricultura construyó, a partir de la

precaria información existente, indicadores de la

rentabilidad de los diferentes cultivos semestrales

desde 1980 y de algunos permanentes desde 1985.

En términos generales, estas series indican que la

rentabilidad experimentó una disminución considerable

entre 1980 y 1982, un período de alza entre 1983 y

1990 y un nuevo descenso pronunciado en 1991 y

1992 para la mayoría de los cultivos de la agricultura

no cafetera (Véanse Gráfico 2.5 y Cuadro 2.1).

GRAFICO 2.5: RENTABILIDAD DE LA


AGRICULTURA

CUADRO 2.1 :

INDICE

DE LA RENTABILIDAD PROMEDIO DE LA
AGRICULTURA NO CAFETERA

La crisis de rentabilidad de comienzos de los


años noventa fue particularmente marcada en los

cultivos transitorios. El menor ingreso neto al

productor estuvo asociado, en estos cultivos, con la

fuerte depresión de los precios reales al productor,

ya que los costos de producción experimentaron una

desaceleración apreciable, gracias a la disminución de

los precios reales de la maquinaria, los insecticidas,

los abonos y fertilizantes agropecuarios, mientras que

los jornales y los precios de los herbicidas tuvieron

una tendencia alcista. De esta manera, las

reducciones arancelarias y de la tasa de devaluación

nominal incidieron favorablemente en la evolución de

los costos agropecuarios, pero no alcanzaron a

compensar otros efectos adversos sobre los ingresos

netos de los productores, en particular la caída de las

cotizaciones internas. La disminución de la

rentabilidad no fue homogénea, sin embargo, para los

distintos cultivos. Fue muy marcada para la soya, el

ajonjolí y la cebada, así como para el arroz, si el

punto de referencia para este último es el lustro

1985-1989. Dicha caída fue más moderada para


otros cereales, en tanto que la papa y el fríjol se

escaparon a dicha tendencia.

Los cultivos permanentes distintos a café no

experimentaron, en conjunto, una disminución de la

rentabilidad durante estos años. La caída de los

precios reales fue compensada, en este caso, por una

disminución de los costos de producción,

especialmente en 1992. No obstante, este

comportamiento global estuvo muy afectado por el

aumento que experimentó el ingreso neto de los

productores de caña de azúcar. Otros cultivos

permanentes también atravesaron una fase de

marcado deterioro de su rentabilidad, en especial la

palma africana, la caña panelera, el tabaco negro, el

cacao y el plátano de consumo interno.

En el caso del café, los ahorros acumulados por el

Fondo Nacional del Café durante los años de bonanza

permitieron defender en gran medida los precios

internos reales del grano durante los dos años

cafeteros posteriores al colapso del pacto de cuotas


de mediados de 1989 (Véase Gráfico 2.6). Durante el

año cafetero 1991/1992, ante la prolongación de la

crisis en el mercado internacional del grano, las

precarias finanzas del Fondo obligaron al Comité

Nacional de Cafeteros a reducir el precio interno en

dos ocasiones (marzo y julio de 1992), con lo cual la

crisis de rentabilidad se extendió igualmente a este

cultivo. Este fenómeno se vio agudizado con los

aumentos en los costos de producción generados por

el desmonte del subsidio a los insumos y la rápida

expansión de la broca. Los efectos plenos de estos

últimos acontecimientos sólo se harían evidentes, sin

embargo, en los años siguientes, ya que el volumen de

la cosecha y, por lo tanto, la productividad media de

la caficultura, se mantuvieron en niveles elevados

hasta dicho año cafetero. En los posteriores, las

presiones sobre los costos generados por los precios

de los insumos y por la broca se vieron acentuados

con la reducción de la productividad inducida por la

disminución en las actividades de mantenimiento de las

plantaciones.
Factores externos e internos de la crisis

Algunos de los estudios desarrollados sugieren

que la principal causa de la crisis y del declive de la

rentabilidad fue la caída registrada en los precios

internacionales. La información disponible confirma

que los niveles alcanzados por los precios mundiales de

productos agrícolas fueron particularmente bajos

entre 1991 y 1993, y que en este último año llegaron

a su menor registro histórico del último medio siglo

(Véase Gráfico 2.3). En efecto, en dicho año, se

ubicaron 16% por debajo del nivel de 1990, 43% por

debajo del promedio del decenio del ochenta y 59%

del promedio del setenta. Los productos más

afectados fueron los cereales y algunos renglones de

exportación — café, algodón, azúcar y cacao —,

mientras que las oleaginosas prácticamente no

sufrieron los rigores de la depresión de las

cotizaciones mundiales.

________________
1. El Anexo Estadístico incluye una recopilación de las
principales estadísticas sectoriales.(Regresar)

2. Para un mayor análisis de lo sucedido en este


período, ver Rosas (1990) y Perry (1990).(Regresar)

3. En la mitad de los cultivos transitorios sucedió


este fenómeno: ajonjolí, algodón, cebada, girasol,
maíz, papa y trigo. Ver el Cuadro A4.(Regresar)

4.Bustamante de Henao (1994).(Regresar)

5. Para un análisis detallado de los problemas de


mecanización agrícola, agudizados a partir de la
crisis, ver Balcázar y Correa (1994).(Regresar)

6.Ver también los Cuadros AB y A9.(Regresar)

7.Ver Jaramillo y Junguito (1993), Jaramillo (1994),


Ministerio de Agricultura (1994e), Ocampo (1993a y
1994) y Sanint (1993).(Regresar) .6: COSTOS,
PRECIOS Y RENTABILIDAD DE LA CAFICULTURA

Empero, lo que estos modelos no han estimado

es el efecto que el cambio de la política de precios

internos tuvo sobre la rentabilidad. Hasta el inicio del

proceso de apertura, los precios de sustentación se

fijaban teniendo en cuenta diversos factores, entre

ellos las cotizaciones externas. No obstante, no

trasmitían la totalidad de sus fluctuaciones a mercado


doméstico, ya que, cuando las cotizaciones

internacionales aumentaban, los precios de

sustentación lo hacían en menor proporción, y cuando

descendían, los precios internos se iban ajustando

gradualmente, de forma que no causaran graves

traumatismos a la producción agrícola nacional. Sin

embargo, la manera como se fijaron desde el primer

semestre de 1991 y su posterior cambio por los

mínimos de garantía —ligados exclusivamente al

comportamiento de los precios externos, aunque con

la corrección que otorgaba el nuevo régimen de

franjas de precios— generaron una caída drástica en

términos reales (Véase Cuadro 2.2). Aunque

teóricamente existía una diferencia conceptual entre

los dos tipos de precios mencionados, en la práctica

ambos tenían el mismo efecto: establecer un piso a

los precios del mercado.

CUADRO 2.2:VARIACIÓN DE LOS PRECIOS


INTERNOS REALES

En consecuencia, el cambio metodológico puesto

en marcha en una coyuntura de bajos precios


externos tuvo un efecto nefasto sobre los precios

percibidos por los productores de los cultivos a los

que se les fijaban dichos precios —arroz, maíz,

sorgo, cebada, trigo, fríjol, soya y ajonjolí. El

mecanismo de estabilización puesto en marcha desde

1991, las franjas de precios, otorgaba una protección

especial para bajas drásticas de los precios externos

a través del sobrearancel. Empero, fue insuficiente

para impedir el fuerte impacto negativo del cambio de

las reglas de fijación de los precios internos en

momentos en los cuales las cotizaciones

internacionales se encontraban particularmente

deprimidas. Además, dadas la falta de armonización

de las franjas y de los aranceles con los países del

Pacto Andino —con quienes se habían eliminado todas

las restricciones al comercio intrasubregional— y las

preferencias arancelarias que algunos de ellos daban a

naciones exportadoras de los bienes cobijados por las

franjas colombianas, en innumerables ocasiones ni el

arancel ni el sobrearancel operaron, lo que hizo poco

relevante la existencia del sistema de franjas.


Los bienes no cobijados por dicho sistema debieron

afrontar el cambio en el esquema sin esa protección

adicional. Tal fue el caso del fríjol, que

anteriormente contaba con precios de sustentación y

con protección para- arancelaria, y que quedó por

fuera del sistema de franjas. Muchos otros productos

vieron desaparecer la protección de las cuotas y de

las licencias previas sin que se les dotara de ningún

mecanismo de defensa. Ni siquiera las herramientas

generalmente utilizadas en estos casos de apertura,

tales como cláusulas de salvaguardia relativamente

automáticas, estuvieron disponibles. Tales productos

debieron enfrentar, por lo tanto, la coyuntura

depresiva de las cotizaciones externas sin las armas

de antaño y sin instrumentos adicionales apropiados

para la nueva situación.

La amplia disparidad registrada en las

condiciones de financiamiento de la comercialización y

el almacenamiento de las cosechas internas con las de

las importaciones de bienes similares o sustitutos


añadió dificultades a la producción doméstica. Las

elevadas tasas de interés prevalecientes en Colombia,

en especial en 1991 y comienzos de 1992, como

resultado de la política monetaria restrictiva, hicieron

poco atractivo comprar los bienes agrícolas nacionales

en comparación con los importados. Ello fue tanto más

notorio cuanto las tasas de interés internacionales se

hallaban particularmente bajas debido a la recesión

en las naciones industrializadas. Para los

procesadores, las importaciones tenían, además, las

ventajas que su arribo al país podía programarse de

acuerdo con los requerimientos de las fábricas y que

sus condiciones de financiación eran incluso más

favorables que las de las bajas tasas de interés


8
predominantes en los mercados internacionales .

Este fenómeno pudo haber deprimido el precio

percibido por los cultivadores de sorgo, maíz, arroz y

algodón en un 14.7% en relación con el del producto


9
extranjero una vez internado .

La situación anterior, y el impresionante


aumento de las importaciones de bienes agropecuarios

en 1992 (Véase Cuadro 2.3), determinaron una

situación de sobre abastecimiento que mantuvo buena

parte de los precios al productor deprimidos hasta el

año siguiente. Como reflejo, los precios al consumidor

subieron muy moderadamente, al punto que los

productos agropecuarios se convirtieron hasta

mediados de 1993 en la fuente principal de

desaceleración de la inflación (Véase Gráfico 2.7).

GRÁFICO 2.7:ÍNDICE DE PRECIOS AL


CONSUMIDOR TOTAL, ALIMENTOS Y RESTO DE
LA ECONOMÍA

La revaluación del peso contribuyó, igualmente,

a deprimir los precios percibidos por los productores

colombianos y a restar competitividad al agro

nacional. En efecto, el abaratamiento adicional de las

importaciones agudizó la competencia a los bienes

nacionales en el mercado interno y, al encarecerlos en

dólares, les restó competitividad en los externos.

Como resultado de ello, y pese a que algunos

productos agropecuarios se beneficiaron de las


preferencias comerciales otorgadas por los países

vecinos, la balanza comercial agropecuaria sin café,

que había arrojado un superávit de US$ 982 millones

en 1991, se deterioró rápidamente, alcanzando sólo

US$ 559 millones en 1993 (Véase Cuadro 2.3).

La lamentable situación de la Caja Agraria, único

banco presente en numerosos municipios y zonas

rurales del país, coadyuvó a la agudización de las

dificultades de los productores agropecuarios. En


10
efecto, a los tradicionales problemas de la entidad

, que se habían agudizado en los años anteriores a la


11
crisis agropecuaria , desde 1990 se agregaron el

enorme aumento en las provisiones del fondo pensional

exigido por la Superintendencia Bancaria; la

suspensión y devolución de las inversiones forzosas

que beneficiaban a la entidad; la puesta en marcha

de un improvisado plan de retiro de personal, que la

dejó sin funcionarios capacitados para atender muchas

oficinas y diversas actividades; las desafortunadas

declaraciones de sus directivos sobre la mala situación


de la entidad, que generaron rumores sobre su posible

cierre y que crearon una gran desconfianza hacia ella.

Como resultado, numerosos ahorradores retiraron sus

depósitos, muchos clientes optaron por no pagar sus

deudas y la capacidad de la entidad de irrigar crédito

se vio seriamente comprometida. El colapso de la

cartera se vio acompañado, así, por un aumento sin

precedentes de la vencida, que alcanzó a representar

rápidamente una cuarta parte de los créditos

otorgados, y por un rápido deterioro de todos los

indicadores operacionales de la entidad (Véase Cuadro

2.4)

CUADRO 2.3: COMERCIO EXTERIOR


AGROPECUARIO, 1990-1994

CUADRO 2.4 : PRINCIPALES CUENTAS DE LA

CAJA AGRARIA

Otros problemas se sumaron a los ya

mencionados. Entre ellos, vale la pena destacar la


12
mayor sequía acaecida en los últimos cinco lustros y

la delicada situación de orden público, que significó


para numerosos productores rurales tener que

sufragar costos —de seguridad o de pago de la

vacuna— que no tienen que pagar sus competidores

externos y tener que manejar sus cultivos a larga

distancia.

Si a la depresión de las cotizaciones

internacionales y al desmonte de los antiguos

esquemas de sustentación y protección se agregan los

otros elementos negativos descritos en los párrafos

anteriores, a los cuales la literatura sobre el tema ha

hecho referencia, se obtendrá un cuadro de la

desalentadora coyuntura que atravesó el agro en los

albores de la década del noventa.

Un balance tentativo

El Cuadro 2.5 resume el resultado de uno de los

ensayos por cuantificar en forma comparativa los

efectos de distintos factores que afectaron la

actividad agropecuaria a comienzos de los años


13
noventa . Los estimativos se expresan en términos

de los efectos de distintas políticas y otros


determinantes de la actividad agropecuaria sobre el

valor real de la producción entre 1990 y 1993,

captando, así, tanto los impactos sobre la producción

física como sobre el precio real de los distintos

renglones sectoriales.

Los estimativos correspondientes indican que los

efectos conjuntos de la política sectorial y la

revaluación fueron devastadores para la producción de

cereales y oleaginosas, los dos renglones donde se

concentró la reducción de las áreas sembradas a

inicios de la década. Para el café y otros renglones

agrícolas (donde se encuentran una parte de los

exportables, como banano y flores, así como materias

primas como el algodón y el tabaco), los efectos

dominantes fueron la caída de los precios externos y

la revaluación. Tanto la producción de alimentos como

la ganadería fueron relativamente inmunes a los

efectos adversos de los factores mencionados, pero

la segunda se vio afectada negativamente por el

desplazamiento de la demanda de los hogares hacia


bienes industriales generado por la apertura en los

sectores no agrícolas.

En conjunto, la política gubernamental afectó

negativamente todos los subsectores agropecuarios

entre 1990 y 1993, generando una disminución en el

valor real de la producción sectorial del 14.4%, un

efecto muy superior al que tuvo la baja de los precios

externos, que deprimió el ingreso agropecuario

nacional en un 6.7% en este mismo período. La

política que tuvo efectos más importantes fue la


14
revaluación, que redujo dicho ingreso en un 9.4% ,

así como la apertura agropecuaria en el caso de los

cereales y las Oleaginosas. Conviene resaltar que la

política sectorial tuvo, según este estudio, efectos

globales modestos, debido a que el modelo utilizado

supone que la mano de obra y parte de las tierras

liberadas por la menor producción de cereales y

oleaginosas se empleó en la producción de otros

renglones agrícolas. Este supuesto parece altamente

debatible, ya que el sector agrícola experimentó


durante estos años una reducción simultánea de las

áreas sembradas y del empleo (ver más adelante). Si

se tuviera en cuenta este desempleo y subempleo de

recursos generado por la crisis, los efectos globales

de la política sectorial serían, sin duda, mayores.

CUADRO 2.5: CAUSAS DE LA CRISIS


AGROPECUARIA

CONDICIONES DE VIDA EN LAS ZONAS RURALES


15

La población que vive en las áreas rurales del

país (centros poblados y áreas dispersas), se redujo

de 10.4 a 9.4 millones de habitantes entre 1985 y

1993, según información de los censos de población,


16
con un decrecimiento del 1.3% anual . Para 1993

se estima que el 26% de la población colombiana se

encontraba en las áreas rurales. Sin embargo, el

concepto de ruralidad del censo no tiene en cuenta las

cabeceras municipales con características rurales,

población que por su sitio de residencia, por su


actividad económica y por sus condiciones de vida

pueden ser considerados como rural. Si esta población

también se incluye como tal, se estima que en 1993

el 36% de la población colombiana vivía en zonas

rurales.

El ingreso y el empleo en la población rural

En el campo colombiano, la población rural

depende fundamentalmente de su propio esfuerzo

laboral para la generación de sus ingresos. En efecto,

las entradas laborales representan el 88% dei ingreso

promedio familiar, 47% por salarios, 35% por trabajo

independiente y 6% por trabajo secundario (Véase

Cuadro 2.6). La creciente salarización de la población

rural es un proceso ya identificado en estudios

realizados desde la década del setenta y está

relacionada con el desarrollo de la agricultura

comercial, con el empobrecimiento de los campesinos y

con la creciente inserción de las familias campesinas

en los mercados laborales.


CUADRO 2.6: FUENTES DE INGRESO DE LOS
HOGARES Y PERSONAS DEL HOGAR POR
TRABAJADOR TOTAL RURAL

Los ingresos no laborales apenas representan el

12% del ingreso promedio de los hogares, siendo más

altos en el decil más rico de la distribución del

ingreso (19%) y en los hogares con jefatura femenina

(21% en promedio vs. 10% en los de la jefatura

masculina). En el caso de los más ricos, estos

ingresos corresponden a rentas de capital, mientras

que en los hogares con jefatura femenina están

relacionados con ayudas y transferencias familiares.

En las últimas décadas se ha observado una

creciente diversificación de actividades económicas en

las áreas rurales, que ha incidido sobre la demanda

laboral y las estrategias de supervivencia de los

hogares. En las zonas dispersas y en los caseríos, las

actividades agropastoriles son más frecuentes,

mientras que, en las cabeceras municipales rurales,

las tareas extraprediales, comerciales y de servicios,

han ganado terreno. Estas posibilidades de empleos


alternativos o complementarios con la actividad

agrícola han permitido, especialmente a la población

de mayores ingresos, compensar en parte los efectos

de la crisis de rentabilidad que ha enfrentado la

agricultura colombiana en los últimos años.

En el período comprendido entre 1988 y 1993, la

evolución del empleo rural presenta dos tendencias

muy diferentes. Mientras que entre 1988 y 1991

creció a un promedio anual del 4.2%, en el año de

1992 disminuyó un 3.7% (poco más de 200.000

empleos), como consecuencia de la agudización de la

crisis agraria (Véase Cuadro 2.7); las regiones más


18
afectadas fueron la Pacífica y la Oriental . En

1993 disminuyó un 0.4% adicional (20.000 empleos),

pero toda la reducción se concentró en la región

Central, sin duda como reflejo de la agudización de la

crisis cafetera; las otras regiones experimentaron, en

cambio, una recuperación del empleo.

CUADRO 2.7: PRINCIPALES INDICADORES DEL


MERCADO LABORAL RURAL
Las disminuciones en las fuentes de trabajo

rurales no se reflejan de manera notoria en

desempleo abierto. En efecto, la tasa de

desocupación se ha mantenido en niveles bajos,

reflejando sólo marginalmente los cambios cíclicos en

las condiciones del mercado de trabajo: se redujo del

4.6 al 4.2% entre 1988 y 1991, y aumentó al 4.4 y

4.9% en los dos años siguientes. Esto indica que el

mercado de trabajo se ha ajustado fundamentalmente

a través de cambios en la participación laboral de la

población y de migraciones internas;

desafortunadamente, este último fenómeno no se

capta adecuadamente en las encuestas de hogares de

carácter periódico.

Condiciones de vida y pobreza

Las condiciones y la calidad de vida de la

población rural han sido, proverbialmente, inferiores a

las de los moradores de las ciudades. La incidencia de

la pobreza es mayor entre los primeros que entre los


segundos, 69.5% y 46.4% en 1992, respectivamente.

El 37% de los habitantes rurales eran indigentes en

ese año, mientras que el 13% lo era en las zonas

urbanas. De esta manera, el 74% de los indigentes y

el 57% de los pobres del país estaban localizados en

las áreas rurales. Si la comparación se efectúa en

términos de necesidades básicas insatisfechas (NBI),

los resultados son similares: en 1993 las familias con

alguna necesidad básica insatisfecha eran el 20.6% en

las cabeceras municipales y el 58.9% en las zonas

rurales; los hogares en situación de miseria eran el

6.1% en las áreas urbanas, al tiempo que en las


19
rurales eran el 30.8% . Numerosas variables

constatan que las condiciones de vida son más difíciles

en el campo. La tasa de analfabetismo era, en 1993,

casi cuatro veces superior en las áreas rurales que en

las urbanas (22.8% y 6.6%, respectivamente). Los

años promedio de educación de los adultos eran más

del doble en las segundas que en las primeras (7.0

vs. 3.2). De la población ocupada en el campo, el 61%

no había terminado sus estudios de primaria, al


tiempo que el 29% no lo había hecho en las ciudades.

La inasistencia escolar llegaba al 12.8% en el primero

y al 2.7% en las segundas. Más aún, la escolaridad

de los jefes de hogar y de los cónyuges es, en

promedio, inferior a dos años y medio en los hogares

pobres rurales, lo que tiene una considerable

incidencia sobre sus ingresos, ya que el ingreso

laboral promedio de los trabajadores con primaria

incompleta equivale al 69% de quienes tienen la

primaria completa, al 42% de los que terminaron

secundaria y al 18% de los que ostentan título


20
universitario .

En 1993, la esperanza de vida era tres años

menor en el primero que en las segundas. La tasa de

mortalidad infantil era un 31.4% mayor en el campo

que en las ciudades. La población sin acceso a

servicios de salud era más del doble en las zonas

rurales que en las urbanas (28.5% y 13.6%) y la que

no contaba con acceso a la seguridad social era el

79.5% y el 45.4%, respectivamente. A las


significativas diferencias en los indicadores educativos

y de salud reseñados se agregan las peores

características de los lugares en que unos y otros

deben habitar. Mientras el 24.1% de las viviendas

rurales carecían de servicios sanitarios en 1992, en

las áreas urbanas esta cifra era del 1%. El

hacinamiento crítico era del veinte por ciento en el

sector rural y del 8.3% en el urbano. En 1993, el

55.6% de las viviendas rurales no contaban con

servicio de acueducto, el 31.9% no lo tenían de

energía y en el 31.1% el piso era de tierra, cifras

que en las viviendas urbanas eran de 10.6%, 3% y

7.1%, respectivamente.

El acceso de los pobres del campo a los recursos

productivos ha sido limitado. Cerca de un millón de

familias campesinas no tienen tierra, o la poseen en

insuficiente cantidad. En 1993 las dos terceras

partes de las explotaciones eran menores de cinco

hectáreas, contaban con un tamaño promedio de 1.8

hectáreas y detentaban únicamente la décima parte


de la superficie agrícola, y no precisamente la de

mejor calidad, ni la más convenientemente ubicada. El

vínculo de esta situación con la pobreza es claro: de

las parcelas poseídas por los habitantes rurales más

pobres —decil 1— el 85% eran menores de cinco

hectáreas.

La escasa y precaria dotación de tierra y de

otros recursos productivos, y los precios poco

remunerativos que con frecuencia perciben por sus

productos, ha llevado a estos labriegos a diversificar

sus fuentes de ingreso y a sobrecargarse de trabajo.

En 1993 las actividades comerciales generaron el


21
13.2% del empleo rural y las de servicios el 14.6%

, cuando en 1978 generaban el 3.5% y el 4.5%,

respectivamente. Cerca de la tercera parte de las

personas del decil más pobre realizaba más de un

trabajo simultáneamente. Los hombres de este decil

laboraban, en promedio, sesenta y siete horas

semanales, casi diez diarias si se incluyen sábados y

domingos, y más de once si se excluyen los domingos


(Véase Cuadro 2.6).

Las difíciles condiciones económicas en las áreas

rurales llevan a que numerosos niños engrosen el

mercado laboral. En 1992 el 25% de los infantes

entre los seis y los nueve anos se encontraban

trabajando; en los tres deciles de menores ingresos,

la proporción de niños trabajadores era cercano al

30%, mientras en los tres de mayores ingresos era

del 18%. Adicionalmente, y en buena medida por

razones asociadas con la violencia y con la migración

interna, los hogares con jefatura femenina

aumentaron del 7% en 1978 al 20% en 1993, lo que

agrava la situación puesto que, en promedio, estos

hogares perciben ingresos mensuales laborales

inferiores en un 23% a aquellos que cuentan con

jefatura masculina.

GRAFICO 2.8: RELACIONES ENTRE LOS JORNALES


AGRICOLAS Y EL DE OBREROS DE LA
CONSTRUCCION

La precaria situación de vida en las áreas

rurales y la brecha rural-urbana se agudizaron como


resultado de la crisis agraria de principios de los

noventa. El porcentaje de personas en pobreza crítica

—indigentes— en el campo, que había bajado de

33.1% en 1988 a 26.7% en 1991, aumentó a 31.2%


22
en 1992 . La brecha entre los jornales reales

urbanos y rurales, que se había reducido en forma

significativa en la década del setenta y, después de

un retroceso, nuevamente en el segundo lustro de los

años ochenta, se deterioró en forma significativa en

los primeros años de la década actual. De hecho,

durante varios años coincidieron la caída del jornal

real en las zonas rurales con un aumento de los

salarios urbanos (Véase Gráfico 2.8). De esta

manera, las penurias de los moradores rurales se

profundizaron con la crisis, y su deficiente calidad de

vida se alejó aún más de la prevaleciente en las zonas

urbanas.

____________

8. Vale la pena recordar que las exportaciones


agropecuarias de los países industrializados, en
especial las norteamericanas y las europeas, ofrecen
condiciones de financiación muy atractivas, con
amplios plazos e intereses subsidiados por los
respectivos gobiernos.(Regresar)

9. Ruiz (1994).(Regresar)

10. La Caja Agraria ha acusado graves dificultades


desde hace varios años, relacionadas parcialmente con
su función social y en parte con deficiencias
administrativas. En el primer aspecto, la entidad ha
debido mantener una serie de oficinas o de
actividades crediticias que le reportan pérdidas, por
los escasos volúmenes de operación y de préstamos,
respectivamente, pero que se han considerado
fundamentales desde el punto de vista social, por
cuanto es la única entidad que atiende numerosas
regiones apartadas e innumerables pequeños
productores. En el segundo, la Caja ha contado con
costos administrativos y de personal superiores a los
del resto del sistema financiero, mala calidad de la
cartera y diversas actividades no rentables ajenas a
su tarea crediticia propiamente dicha. El Gobierno
Nacional la ha tenido que refinanciar
recurrentemente, con papeles y promesas que la
mayoría de las veces no se han cumplido. Ver Perry
(1983 y 1990) y Tobón (1994).(Regresar)

11. En efecto, según lo indica el Cuadro 2.4, varios


indicadores de la Caja Agraria (especialmente en lo
relativo al crecimiento de las captaciones, la calidad
de la cartera y los gastos administrativos) se
deterioraron entre 1987 y 1990.(Regresar)
12. Veáse, al respecto, el Cuadro A14.(Regresar)

13. Lora (1994). Conviene resaltar que este ejercicio


es mucho más preciso que el de Lora y Herrera
(1994), utilizado ampliamente por el Banco Mundial
(1994b), tanto por la mayor desagregación del sector
agropecuario como por la especificación mucho más
cuidadosa de las políticas sectoriales.(Regresar)

14. Es necesario destacar que el autor no clasifica la


revaluación como una política sino como un shock
exógeno.(Regresar)

15. Para un análisis adicional sobre estos temas, ver


Gómez (1993), Henao (1994) y Ocampo (1994), Cap.
II.(Regresar)

16. Conviene recordar que el censo de 1993 está


siendo objeto de revisión, por lo cual la cifra
correspondiente a este año no es definitiva.(Regresar)

18. Para los detalles regionales de la evolución del


empleo, ver el Cuadro A15.(Regresar)

19. DNP (1995 a), Cap. 2(Regresar)

20. Ibid.(Regresar)

21. Los datos de este párrafo se basan en la


Encuesta de Caracterización Socioeconómica de la
política colombiana efectuada en 1993 por el SEI
para el Ministerio de Agricultura.(Regresar)
22. Henao (1994), Cuadro 2; Ocampo (1994), Cuadro
2.11.(Regresar)

3CAPITULO:

LAS BASES DE LA NUEVA POLÍTICA SECTORIAL

Las consideraciones presentadas en los dos

capítulos precedentes se tuvieron en cuenta al

emprender el diseño, en el segundo trimestre de

1993, de una nueva política sectorial, la cual, era

claro, debía desarrollarse en el marco del proceso de

internacionalización de la economía. No obstante, vale

la pena sintetizar las razones que justifican el

establecimiento de una política sectorial activa en tal

escenario y los objetivos que con ella se persiguen.

¿POR QUÉ UNA POLÍTICA SECTORIAL ACTIVA?

Sobre si se requiere contar con una política

sectorial activa en un proceso de apertura, o, si por


el contrario, el establecimiento de tal política se

opone a dicho proceso, ha habido un largo debate. En

este escrito no se pretende reproducirlo en detalle.

Simplemente se desea rememorar los argumentos que

llevaron al equipo directivo del Ministerio de

Agricultura a la decisión de poner en práctica dicha

política.

La primera razón, aunque no necesariamente la

más importante, es de estricto orden económico: la

existencia de considerables fallas, o imperfecciones,

en los mercados internacionales e interno de bienes

agropecuarios. En el primer capítulo quedó

suficientemente ilustrada la presencia de enormes

distorsiones en el mercado mundial, cuya principal

expresión son las elevadas barreras proteccionistas y

los cuantiosos subsidios que otorgan los países

industrializados y algunos en desarrollo a su agro, y

se constató el hecho de que dichos países han

establecido políticas especiales y preferenciales para

su sector agropecuario. Más aún, en ese capítulo se


reseñó el fenómeno de que los países que no han

mantenido una política y un tratamiento diferente

para el agro en procesos de apertura, han sufrido

graves crisis en este sector, precisamente por causa

de las imperfecciones mencionadas.

No obstante, las internacionales no son las

únicas razones, ni las únicas imperfecciones del

mercado de bienes agrícolas, que explican la

necesidad de la intervención estatal. La presencia de

oligopsonios o monopsonios en casi todas las cadenas

agroindustriales es otra de tales fallas. En efecto, en

la mayor parte de los productos agropecuarios, en

especial en aquellos que requieren alguna

transformación o son materias primas para la

industria, una gran cantidad de productores se

enfrentan a un solo o a unos pocos compradores, los

cuales, a su vez, venden el producto con destino a un

amplio número de consumidores. El carácter

monopsónico de los mercados es particularmente grave

a nivel de cada mercado local, lo que es


verdaderamente relevante para productores que

carecen de alguna infraestructura de transporte y

comercialización. De esta manera, la cadena de

comercialización es perfecta únicamente en sus

extremos (productores primarios y consumidores),

pero sufre de considerables imperfecciones en la

parte central, lo que facilita el ejercicio de posiciones

dominantes en el mercado, en perjuicio de

agricultores y consumidores, situación que se presenta

con frecuencia y que amerita la intervención

gubernamental. No sobra recordar que las más

elementales nociones de economía justifican, y

reclaman, la acción del Estado como respuesta a tales

fallas de mercado.

Adicionalmente, en vastas regiones productoras

de Colombia ocurre un fenómeno particular: la virtual

inexistencia de mercado, o de compradores, dada la

carencia de infraestructura vial y de almacenamiento,

la delicada situación de orden público que se vive, y

la falta de servicios bancarios y de servicios públicos.


En ellas, el sector privado no corre el riesgo de tener

puestos de compra, mucho menos de realizar

inversiones en infraestructura de secado y

almacenamiento. Otro tanto sucede con la provisión

de diversos servicios, incluidos los bancarios. Al

Estado le compete facilitar la realización de estas

actividades vitales para los productores, bien sea

efectuándolas directamente o incentivando a terceros

para que las adelanten.

Las características propias de la producción

agropecuaria hacen que la existencia de las

distorsiones e imperfecciones mencionadas sea aún

más grave. Los productos del agro son bienes

homogéneos, con baja elasticidad precio de la

demanda, lo que determina que cualquier pequeño

excedente, o la amenaza de importación en un

mercado bien abastecido, ocasionen una fuerte baja

del precio pagado al productor. Esta característica

puede convertirse en un arma contra los agricultores

si la utiliza alguien que, por su situación monopólica u


oligopólica, puede ejercer posiciones dominantes de

mercado. Además, el hecho que la producción agraria

no es continua, sino estacional, y por ende, que una

vez efectuadas las siembras ya se ha incurrido en

gastos significativos que no se van a recuperar sino

meses después, cuando se venda la cosecha, sin que

sea factible suspender o reprogramar el proceso

productivo, implica que cualquier situación de

depresión que se genere en el mercado luego de

efectuadas las siembras ocasiona perjuicios

difícilmente reparables.

Las especificidades y las distorsiones mencionadas,

unidas a la falta de movilidad de los recursos

productivos en el agro y a la existencia de factores

de concentración de los mismos, determinan que la

sola acción de las fuerzas del mercado, no contribuye

a una asignación eficiente de los recursos, ni a una

distribución más equitativa de ellos. Por el contrario,

los procesos de apertura y de reducción de la

intervención estatal, fuera de generar efectos


económicos adversos (como el desempleo de recursos

productivos, que no se reasignan automáticamente a

otras actividades), pueden concentrar la riqueza y los

medios de producción en el sector rural, a menos que

se acompañen de una Vigorosa acción gubernamental

especialmente en beneficio de los pobladores más

necesitados. Nuevamente el caso chileno constituye un


1
buen ejemplo de este último fenómeno .

En consecuencia, tanto razones de equidad,

como meramente económicas, reivindican la

importancia de otorgar al agro un tratamiento

especial en los procesos de internacionalización, y

sugieren la necesidad de mantener la acción y la

presencia gubernamental más que en cualquier otro

renglón de la economía. En efecto, el segundo

argumento que explica la necesidad de una política

agropecuaria activa trasciende el ámbito de lo

estrictamente económico: el sector agropecuario no es

importante únicamente por razones económicas, sino

que lo es, en igual o mayor medida, por razones


sociales y estratégicas. La importancia económica que

todavía tiene el sector agropecuario colombiano es

obvia. Su contribución al Producto Interno Bruto es

elevada (cercana al 19%, medida a precios de 1975),

su participación en la generación de empleo es

significativa (una cuarta parte del empleo total y un

58% del rural), su aporte a la generación de divisas

es considerable (más de US $3.600 millones en 1994,

si se incluye los productos agroindustriales, que

representan en conjunto más del 40% del total de

exportaciones de bienes), su papel como abastecedor

de alimentos y de materias primas y como

demandante de bienes industriales y de servicios es

fundamental para el desarrollo global del país.

Empero, la trascendencia del agro es aún mayor

en el área social. Según vimos en el capítulo anterior,

en las zonas rurales, incluidas las cabeceras que viven

de actividades de campo, vive aún un 36% de la

población colombiana, y es en ellas donde se

presentan los mayores problemas y porcentajes de


pobreza y los peores índices de calidad de vida. La

cobertura de infraestructura, servicios educativos y

de salud, servicios públicos y actividades recreativas

es deficiente, cuando existe, y los problemas de

hacinamiento, baja remuneración de la mano de obra,

trabajo infantil y falta de seguridad social, entre

otros, son bastante generalizados. La presencia y la

acción del Estado han sido precarias e insuficientes,

y lo modesto de la inversión pública efectuada en las

áreas rurales no ha permitido que se superen las

enormes carencias de sus moradores. En una palabra,

la delicada situación social del agro exige una política

gubernamental activa, con recursos presupuestales

adecuados, que permitan a sus habitantes salir del

nivel de vida medieval que aún están padeciendo.

Además las motivaciones de carácter estratégico,

tales como la paz, la soberanía sobre el territorio y

la seguridad alimentaria, se esgrimen en favor del

establecimiento de una política preferencial para el

agro. En efecto, secularmente las zonas rurales han

sido el escenario predilecto de la violencia, tanto en


2
Colombia como en otros países en desarrollo . En el

campo colombiano, específicamente, se han

presentado diversos tipos de conflictos y de

conflagraciones desde fines del siglo XVIII, con

carácter recurrente y en diversas ocasiones con

particular intensidad. Aunque recientemente la

violencia urbana ha aumentado en el país, las áreas

rurales continúan registrando muy altos índices al

respecto. En los ochenta, los costos para el sector

agropecuario asociados con la violencia, y los diversos

problemas que ella genera, se estima que equivalieron


3
a cerca del 16% del PIB sectorial . A principios de

los noventa los índices de violencia rural aumentaron

notoriamente. En no pocas oportunidades tan

dramática situación de orden público se ha explicado,

al menos en parte, por la escasa presencia del Estado

en el campo, o por una pérdida de la credibilidad de

los pobladores rurales en las instituciones y en los

propósitos gubernamentales.

De igual manera, esa presencia deficiente del


Estado, o su virtual inexistencia, en vastas regiones

del territorio nacional determina que los labriegos y

colonos colombianos son los únicos que lo están

ocupando físicamente y, por lo tanto, son el único

factor de soberanía en ellas. Esta es la realidad de

la casi totalidad de las zonas fronterizas colombianas

—en las regiones de la Amazonía y la Orinoquía, en la

Guajira, en parte de Norte de Santander y en todo

el límite con Panamá—, las cuales, con contadas

excepciones, han sido olvidadas por la acción

gubernamental y viven en condiciones de miseria y

marginamiento alarmantes. La seguridad alimentaria,


4
por su parte, ha sido un concepto bastante discutido

. Sus definiciones van desde quienes la entienden

como el más completo autoabastecimiento de

alimentos para la población de un país, hasta quienes

consideran que es un problema exclusivamente de

ingresos y capacidad de compra de los sectores más

pobres. Al parecer, su definición más adecuada no

está en ninguno de estos dos extremos. La seguridad

alimentaría de la nación, entendida como la garantía


de disponer de alimentos suficientes para los

moradores de un país, depende de la producción

interna de alimentos, de la disponibilidad de divisas,

de las facilidades físicas para importar y de la

posibilidad de encontrarlos en los mercados externos.

Diversas fórmulas se han inventado para medirla. En

cualquier caso, sin embargo, todos los países la

asocian con algún grado de auto abastecimiento,

hasta el punto de que así tuvo que consignarlo el

acuerdo final de la Ronda Uruguay del GATT. La

seguridad alimentaria de los individuos, por su parte,

no depende tan sólo de la disponibilidad de alimentos,

sino que está mayormente asociada con la distribución

del ingreso y con la consiguiente capacidad de compra

de los pobladores más pobres. Empero, tanto la

seguridad alimentaria nacional como la individual

requieren, para alcanzarlas, de la intervención del

Estado y del establecimiento de políticas específicas,

tal y como lo ha demostrado la experiencia

internacional.
De manera que razones económicas —asociadas

principalmente con las distorsiones prevalecientes en

los mercados internacional e interno—, sociales —

relativas a la lucha contra la pobreza— y estratégicas

—vinculadas con la paz, la soberanía territorial y la

seguridad alimentaria— demandan la presencia del

Estado y la ejecución de una política sectorial activa.

OBJETIVOS FUNDAMENTALES DE LA POLÍTICA

SECTORIAL

La política sectorial diseñada y desarrollada en

1993 y 1994 tenía cinco objetivos fundamentales.

Ellos eran la reactivación del sector, el mejoramiento

de su competitividad, una mayor equidad en su

desenvolvimiento, la sostenibilidad en su desarrollo y

el incremento de la eficiencia en la labor de las

entidades gubernamentales agropecuarias. El primero

de ellos, de corto plazo, se consideraba básico para

alcanzar los otros cuatro en el mediano plazo. En

efecto, la superación del clima de crisis y de

desesperanza que se vivía en el agro en 1992 y


principios de 1993, y la consecuente reactivación de

su producción, era prerrequisito sine qua non para

poner en marcha planes ambiciosos que buscaran

resolver problemas de fondo del sector y que

tendieran a enrutarlo por una senda de crecimiento

sostenido. Sin lugar a dudas, tales planes exigen

inversiones y compromisos de los sectores público y

privado que sólo se dan en un ambiente propicio al

desarrollo sectorial, el cual estaba lejos de primar

cuando se inició el diseño de la política que nos ocupa.

No obstante, dicha política no perseguía tan solo

una recuperación pasajera de la actividad

agropecuaria, sino que aspiraba a sentar las bases

para resolver los problemas centrales que podrían

comprometer en el futuro el buen desempeño

sectorial. En tal sentido, la posibilidad de que el

sector sobreviviera y creciera en un mundo cada vez

más interdependiente, y de que contribuyera al

crecimiento de la economía nacional y al mejor estar

de la población, dependía críticamente de mejorar su


competitividad. Sin ella, las fuentes de crecimiento

del sector —tanto en el mercado doméstico, como en

los externos— se agotarían y se retornaría a la

situación de crisis. Por lo tanto, a promover una

mayor competitividad del agro se encaminaron los

mejores esfuerzos de la política implantada, y el

componente de mediano plazo del Plan de Reactivación

puesto en marcha.

La reactivación y la mejora de la competitividad

sectorial debían favorecer a todos los productores

rurales, independientemente de su tamaño y

actividad. Sin embargo, ellas no eran suficientes para

combatir la pobreza y las desigualdades sociales, ni

para ofrecer un nivel de vida digno a los moradores

del campo. Para esto se requería otorgar una atención

preferencial a los sectores más deprimidos de la

población, en especial a los pequeños productores, a

los pescadores artesanales y a los jornaleros rurales,

a través de una estrategia coherente que tendiera a

superar las tradicionales carencias que los han


mantenido en esa situación de marginalidad. Este fue

el cometido del Programa de Desarrollo Rural

Campesino que se diseñó y se puso en ejecución. De

su éxito y de la resolución de tales problemas

dependía que el desarrollo agropecuario propugnado

fuera viable, o sostenible, socialmente.

Además de la factibilidad económica y social del

desarrollo promovido, era indispensable asegurar su

sostenibilidad ambiental. Tal vez el futuro de ninguna

actividad productiva depende tan dramáticamente de

la preservación y del adecuado aprovechamiento de

los recursos naturales renovables como la

agropecuaria, entendida esta en su sentido más

amplio. Y tal vez ninguna otra puede aprovechar la

megadiversidad presente en la heterogénea geografía

colombiana como ella. La conservación de esta ventaja

comparativa, el mantenimiento y mejoramiento de la

productividad y de la competitividad de los diversos

agroecosistemas e, incluso, la posibilidad de acceso


futuro de los bienes del agro colombiano a los

mercados internacionales más dinámicos y exigentes,

están asociados con la puesta en marcha de una

estrategia de desarrollo sostenible como la que

conformó el tercer plan, o línea de acción, definido

por el Ministerio de Agricultura.

Finalmente, para que la política y las estrategias

esbozadas tuvieran el impacto deseado era

indispensable hacer más eficiente al sector público

agropecuario, adecuarlo a los nuevos requerimientos

que al Estado le impone el modelo de desarrollo

implantado y, en especial, prepararlo para

relacionarse con una sociedad civil más actuante,

exigente y deliberativa. El cuarto gran campo de

trabajo del Ministerio se ocupó de este tópico, no

sólo con base en el impulso a los procesos de

modernización, o de reestructuración, del Ministerio y

de sus entidades adscritas y vinculadas, sino

apoyados en un conjunto de medidas y de actividades

tendientes a abrir espacios de participación y de


concertación y a modificar la cultura institucional de

dichas entidades. Los cuatro programas mencionados,

complementados con una cuantiosa legislación expedida

por el Congreso en 1993 y 1994, que le dio viabilidad

jurídica a varias de las propuestas e inquietudes del

Ministerio y de los gremios, conformaron el núcleo de

la política sectorial puesta en práctica en procura de

los cinco objetivos antes citados.

________

2. El fenómeno de que las áreas rurales han sido


escenario favorito de la violencia en numerosos países
ha sido ilustrado por numerosos investigadores
sociales, entre los que se destacan Eric Wolf y Eric
Hobsbawm. Los conflictos agrarios, o rurales, en
Colombia han sido objeto, igualmente, de una
abundante literatura. Para una síntesis de ellos ver,
entre otros, Perry (1994c) y los diversos artículos
publicados en Ministerio de Agricultura
(1994a).(Regresar)

3. Ver Misión de Estudios del Sector Agropecuario


(1990).(Regresar)

4. Sobre el tema de la seguridad alimentaria ver,


entre otros, Perry (1994b) y lo relativo al tema en el
informe de la Misión de Estudios del Sector
Agropecuario.(Regresar)

Capítulo 4

EL PLAN DE REACTIVACIÓN Y LA LEY AGRARIA

La crisis por la que atravesaba el sector en los

primeros años de los noventas generó la pérdida, o la

significativa disminución, de la rentabilidad de buena

parte de las actividades agropecuarias y de la

confianza de los productores en su quehacer y en la

política gubernamental. Se imponía, en consecuencia,

recuperarlas ambas, si se deseaba coadyuvar

prontamente a la reactivación agraria. Con este fin,

el Ministerio de Agricultura diseñó y puso en marcha

el Plan de Reactivación, el cual incorporaba, además,

una estrategia de mediano plazo orientada a


1
incrementar la competitividad sectorial . Para

lograrlo, llamó a los gremios del sector a discutir la

propuesta, a enriquecerla con sus aportes y a


promover conjuntamente las iniciativas en ella

incluidas.

Sin embargo, no era posible implantar algunas de

las medidas que se consideraban convenientes, pues el

marco legal existente no lo permitía. Por eso, cuando

los agricultores del país recolectaron un millón de

firmas para, por primera vez en Colombia, presentar

un proyecto de ley de iniciativa ciudadana, el

Ministerio de Agricultura acogió la idea y trabajó

mancomunadamente con los gremios y con el Congreso

para mejorar la propuesta y para incluir en ella las

normas que hicieran posible utilizar las herramientas

de política deseadas. Como resultado de esta labor de

concertación, se expidió la Ley 101 de 1993,

conocida como la Ley Agraria, la cual se erigió,

conjuntamente con la nueva Ley de Reforma Agraria,

en las normas más importantes para el sector

aprobadas por el Congreso durante el período que nos

ocupa. Conjuntamente con otras normas legales

aprobadas y la reglamentación de otras (la Ley de


Adecuación de Tierras, en particular), completó de

forma muy adecuada los instrumentos de política

puestos en marcha, los cuales conformaron el nuevo

marco de política sectorial. A describir los principales

aspectos del Plan de Reactivación y de la Ley Agraria

está dedicado este capítulo.

EL CORTO PLAZO: RECUPERACIÓN DE LA


RENTABILIDAD Y LA CONFIANZA

La recuperación de la deteriorada rentabilidad

de las actividades agropecuarias sólo podía lograrse,

en breve tiempo, incidiendo sobre las dos variables

que la determinan: los precios y los costos de

producción. No obstante, no existía una acción única

que permitiera resolver el problema, sino que era

necesario ejecutar un conjunto de acciones que

contribuyera a elevar los primeros y a abaratar los

segundos. No se deseaba, además, generar grandes

diferencias entre las cotizaciones internas y las

internacionales de los bienes del agro, pues ello,

aunque podría mejorar de manera inmediata la

rentabilidad, en poco tiempo crearía un problema más


grave que el que se estaba enfrentando, al provocar

flujos masivos, legales o de contrabando, de

productos agrícolas hacia el mercado colombiano

provenientes de países vecinos, o incluso de algunos

no tan cercanos, alentados por dicho diferencial. De

manera que no era suficiente, ni aconsejable, recurrir

al expediente de incrementar significativamente los

precios a los que compraba el gobierno y aumentar

enormemente tales compras, sino que se debía buscar

que, de manera moderada y selectiva, las cotizaciones

domésticas subieran, estimuladas por diversas

medidas gubernamentales, al tiempo que los costos de

producción disminuían.

Mejoramiento de los precios al productor

Con el fin de mejorar los precios percibidos por

los productores rurales se diseñaron y pusieron en

marcha una serie de medidas, algunas de las cuales

se enmarcaban en los tradicionales instrumentos de

política, y otras constituían herramientas nuevas,

diseñadas como parte de la nueva política sectorial.


Dentro de las primeras, decretó un reajuste adicional
2
en los precios mínimos de garantía para fríjol, maíz

blanco, maíz amarillo, sorgo, arroz y soya, con lo cual

su incremento anual se situó, en todos los casos,

cercano a la inflación de dicho año. Más aún, para

productos que se encontraban en una situación

particularmente crítica, incluidos algunos en que

tradicionalmente no había intervenido el IDEMA, se

fijaron precios de intervención, superiores a los

mínimos de garantía —arroz, algodón y capullo de

seda—, se suscribieron convenios con mandatos de

compra para su adquisición y procesamiento a precios

preestablecidos —leche—, o se determinó la compra

por parte del Instituto del producto procesado —

empaques de fique—.

Estas decisiones fortalecieron nuevamente al

IDEMA como agente de comercialización interna y se

tradujeron, por lo tanto, en un aumento de las

compras de dicho Instituto (Véase Cuadro 4.1). Esta

intervención se consideró necesaria, tanto por las


condiciones críticas que atravesaba la agricultura

como por las fallas de mercado analizadas en el

capítulo anterior. De manera complementaria, el

Ministerio propició la prórroga de los convenios de

absorción del trigo y la cebada y la posibilidad de

suscribir convenios similares para otros productos

cuando se considerara necesaria, decisión que sólo se

desarrollaría en forma plena a comienzos de la

Administración Samper (ver, al respecto, el capítulo

noveno). No obstante, al tiempo que se hacía un uso

activo de estos viejos mecanismos de la política

sectorial, en la Ley Agraria se diseñaron nuevos

instrumentos que permiten realizar una intervención

más ágil, oportuna y eficiente, sin una intervención


3
directa del IDEMA en el mercado de físicos .

La Ley 101 definió, en primer término, los

elementos que se deben considerar al fijar, cada

semestre, los precios mínimos de garantía, con base

en el cambio metodológico que ya había hecho el

ministerio y que había contribuido a que se


presentaran mayores incrementos en ellos —las

cotizaciones internacionales, el margen de protección

otorgado por el régimen arancelario, los costos

portuarios y los costos de almacenamiento de las

cosechas nacionales.

Adicionalmente, creó, a sugerencia del

Ministerio, dos nuevos mecanismos que pueden

contribuir a la recuperación de los precios percibidos

por los agricultores colombianos sin necesidad de que

el Estado intervenga en la compra de las cosechas. En

efecto, la Ley estableció que cuando los precios

mínimos de garantía, o los de intervención, sean

superiores a los del mercado, el IDEMA deberá,

adquirir las cosechas a esos precios, o pagar a los

productores una compensación equivalente a la

diferencia entre ambos. Esta última modalidad —

existente en otros países— permite al Instituto

facilitar, a través de un subsidio directo, las

transacciones entre agricultores y transforma. Edores

de las materias primas agrícolas cuando no se han


puesto de acuerdo en los precios, haciendo que los

precios fijados por la entidad actúen efectivamente

como mínimos del mercado. De esta manera, se

abarata la intermediación, se disminuyen las compras

directas del IDEMA y se garantizan remuneraciones

mínimas a los productores. En 1994 y fue utilizada

por vez primera por el Instituto para contribuir a la

venta de las cosechas de los productores del Ariari,

afectados por la caída de un puente que aisló la


4
región .

La otra disposición que obra en igual dirección es

la autorización, otorgada por la Ley Agraria, para que

los fondos de estabilización de precios de productos


5
agropecuarios de exportación pudieran actuar en el

mercado interno. Estos fondos, con los dineros del

capital semilla aportados por el Estado y de las

retenciones efectuadas en las épocas de altos

precios, incrementan con unas compensaciones los

precios de mercado en períodos de baja. Así,

estabilizan parcialmente los precios recibidos por los


productores de bienes agrícolas que registran fuertes

fluctuaciones de sus cotizaciones, sin que medie la

compra estatal de sus cosechas, y contribuyen a su

venta a precios no muy ruinosos cuando ellas se hallan

deprimidas. El que existía para el cacao de

exportación impidió la quiebra generalizada de los

cultivadores en una de las peores coyunturas del

mercado internacional. Y el que se creó para el

algodón con cualquier destino, aprovechando la

disposición de la Ley Agraria mencionada, contribuyó,

conjuntamente con la intervención del IDEMA en el

mercado de la fibra, a aliviar la crisis de este

renglón productivo afectado por una drástica caída de

su precio externo. Hacia el futuro, el Fondo de

Estabilización de Precios del Algodón contribuirá a

suavizar los fuertes ciclos de bonanza y depresión que

ha experimentado la fibra en las últimas décadas.

CUADRO 4.1: COMPRAS ANUALES DEL IDEMA EN


TERMINOS DE PRODUCTO SECO
En algunas ocasiones se requiere de la

intervención gubernamental en la comercialización de

las cosechas. Por ejemplo, cuando existe en el

mercado interno un pequeño excedente de un

determinado bien que, por las características

anotadas de la actividad agropecuaria, está

deprimiendo considerablemente el precio doméstico, y

que no es posible exportarlo por el nivel de las

cotizaciones externas. Para conjurar tal eventualidad,

la citada ley autorizó al IDEMA a exportar a pérdida

esos excedentes. Con esta norma se completaron los

instrumentos de política sectorial establecidos para

reducir el impacto negativo de los ciclos de bajos

precios sobre la producción agropecuaria nacional.

A las decisiones anteriores se sumaron varias

medidas de comercio exterior orientadas a combatir

las prácticas de competencia desleal y a perfeccionar

los instrumentos de protección de la producción

doméstica, las cuales debían coadyuvar a la tarea de


recuperar los precios internos de los bajos niveles que

ostentaban. Fue así como el Consejo Superior de

Comercio Exterior adoptó, a solicitud del Ministerio

de Agricultura, precios oficiales mínimos de

importación para sesenta posiciones arancelarias en

las que se presentaba evidencia de subfacturación de

las importaciones, elevó el arancel al fríjol, producto

muy sensible de la economía campesina, e introdujo

modificaciones al sistema de franjas de precios, de

tal manera que se pudiera expresar el sobrearancel

para los productos sustitutos y derivados en términos

advalorem, y no específicos, de forma que se

ofreciera una protección más razonable y coherente a

toda la cadena agroindustrial y se evitara la

preferencia que se estaba presentando a importar

bienes procesados o semi elaborados por el menor

arancel que debían de sufragar. A través de un

cambio en el precio de referencia utilizado, el

Ministerio elevó, además, la protección a la

producción de leche, captando, a través del

sobrearancel que genera el sistema de franjas, todo


el subsidio que los países más desarrollados conceden

a dicho producto. Por su parte, en octubre de 1992,

el Consejo Superior de Comercio Exterior había

adoptado una nueva franja para maíz y sorgo que

elevaba la protección a la producción interna de estos

cereales. Como consecuencia de estas medidas,

durante 1993 se aumentaron los márgenes de

protección para varios productos agropecuarios (Véase

Cuadro 4.2).

También en el seno del Consejo se sentaron las

bases para la creación de un régimen general de

salvaguardia que amparara las actividades

agropecuarias en aquellos casos en los que exista

amenaza de perjuicio para la producción nacional y en


6
los que dicho perjuicio efectivamente ocurra . Esta

normatividad fue usada por primera vez en junio de

1994 contra las importaciones de arroz vietnamita,

cuyos bajos precios respondían a subsidios implícitos

en el sistema económico prevaleciente en ese país.

Con anterioridad a la expedición de esta norma, había


sido necesario trasladar al régimen de licencia previa

cuatro posiciones arancelarias correspondientes a

trozos de pollo y aves y catorce de leche. En el

segundo caso, que se hizo de manera temporal, tal

decisión equivalía a la aplicación de medidas de

salvaguardia para la producción lechera nacional

afectada por una sobreproducción estacional,

ocasionada, parcialmente, por importaciones mayores

de las normales. No fue esta la consideración

utilizada en el caso de los trozos de pollo, a los

cuales se les otorgó el tratamiento de segundas o

saldos 7
, debido a que sus cuartos traseros son

vendidos en el exterior a bajos precios por los

Estados Unidos, dado el escaso consumo que registran

en su mercado interno. Según veremos en el capítulo

siguiente, el régimen andino de franjas de precios

habría de adoptar un mecanismo similar al de la leche

para captar, a través del sobrearancel, la diferencia

entre los precios del pollo entero y los trozos de

pollo, corrigiendo, así, por la vía arancelaria, la

competencia desleal generada por los segundos.


CUADRO 4.2: ARANCEL TOTAL PARA ALGUNOS
PRODUCTOS AGROPECUARIOS

La contribución de la Ley Agraria en esta

materia fue importante, ya que reiteró el trabajo que

venía adelantando el Ministerio de Agricultura. En ella

se señalaba que se debían crear mecanismos de

protección para el sector que permitan establecer,

entre otras medidas, derechos compensatorios,

precios de referencia y restricciones para-

arancelarias para neutralizar los subsidios que

distorsionan los precios, y que se debía diseñar un

régimen de salvaguardia que proteja la producción

nacional frente a incrementos considerables en las

importaciones o a caídas significativas de los precios

internacionales.

En el caso del café, entre agosto de 1993 y

comienzos de junio de 1994, es decir, antes de las

heladas brasileñas que generaron un fuerte aumento

de los precios internacionales, los precios internos se

incrementaron en cuatro ocasiones, para un total del

54.6%. Estos aumentos tuvieron como sustento la


reactivación de los precios internacionales, apuntalada

en parte en las acciones de los países productores,

liderados por Colombia, a través de retenciones del

grano asociadas a objetivos explícitos de sus

cotizaciones internacionales. Cabe resaltar, sin

embargo, que las finanzas cafeteras se mantuvieron

en déficit durante este período, lo que indica que

estos reajustes representaron también un esfuerzo

consciente del Comité Nacional de Cafeteros de

recuperar la menguada rentabilidad de los

productores; de hecho, en varias ocasiones, las alzas

internas antecedieron a las externas, en un claro

intento del Comité de trasladar por anticipado a los

productores las alzas esperadas en las cotizaciones

internacionales. Por su parte, ante las heladas

brasileñas, el 18 de julio de 1994 se estableció un

sistema por medio del cual el precio estaría sujeto a

las oscilaciones de las cotizaciones internacionales,

manteniendo como piso el precio de $142.000 por

carga establecido con anterioridad. Este sistema

permitió una recuperación rápida de los precios


internos en los meses siguientes, que se comenzó a

debilitar en los últimos meses del año debido a la

baja de los precios internacionales. En cualquier caso,

a fines de 1994, el precio interno al productor era un

111% superior al promedio de 1993. Como elementos

complementarios de la reactivación del precio interno,

el Ministerio de Agricultura incluyó a las zonas

afectadas por la broca del café en el programa de

emergencia para la generación de empleo, del cual se

habla más adelante, se abrieron nuevas líneas de

crédito de FINAGRO para la renovación de cafetales

y se trataron de articular los programas de

diversificación impulsados por la Federación Nacional

de Cafeteros con las políticas del Ministerio de

Agricultura. Para el mejoramiento de los precios

percibidos por los productores de otros bienes

agrícolas de exportación había menos opciones de

política sectorial. Fuera de explorar la factibilidad de

crear fondos de estabilización para productos que aún

no contaran con ellos, el Ministerio de Agricultura

solicitó al Gobierno Nacional mantener el CERT para


las exportaciones agropecuarias, y racionalizar su

asignación, pedido que fue aceptado, a pesar de la

decisión que se había tomado previamente de

sustituirlo por un sistema de devolución de impuestos


8
indirectos . Además, participó activamente en las

negociaciones internacionales y en las gestiones

orientadas a conseguir mejores condiciones de acceso

a los mercados externos para los bienes del sector.

Este tópico, por su trascendental importancia, en

especial en un modelo de internacionalización de la

economía, se aborda en detalle en el siguiente

capítulo de esta obra.

Reducción de costos

Alternativas para reducir de manera rápida los

costos de producción agropecuarios no había muchas,

en particular si se tiene en cuenta que ya a finales de

los ochentas esta estrategia había sido central en la

política sectorial y que las reducciones de los costos

de insumos y maquinaria generadas por la apertura y

la revaluación se había agotado en gran medida sin


aumentar la rentabilidad de los productores, debido a

la caída más severa que experimentaron

simultáneamente los precios internos reales en la


9
mayoría de los productos . Por otra parte, las

principales actividades que contribuyen a una

disminución significativa y permanente de dichos

costos no reportan resultados en un plazo breve, sino

que hacen parte de las estrategias tendientes a

mejorar la competitividad sectorial, elemento que hizo

parte del componente de mediano plazo del Plan de

Reactivación. No obstante, el Ministerio identificó

algunas acciones, dentro de las cuales se destacaba

un plan para difundir masivamente tecnologías

existentes que no habían sido suficientemente

adoptadas por los productores. El lanzamiento del

Plan de Choque Tecnológico, como se le denominó, se

llevó a cabo en el mes de julio de 1993 y tuvo una

duración inicial de un año. Gracias a él se aspiraba a

que los productores que adoptaran las tecnologías

transferidas redujeran en promedio en 20% sus

costos de producción, según estimativos del ICA. En


desarrollo de este plan se realizaron numerosos días

de campo en distintas zonas del país, se organizaron

cientos de conferencias y se elaboraron diversos

folletos y manuales.

También con el objetivo de reducir los costos

que gravaban al sector agropecuario se adoptaron

medidas tributarias y arancelarias importantes. Se

redujeron los impuestos a la importación de los

plaguicidas y de sus principios activos, previa la

celebración de un acuerdo con la industria de que tal

rebaja sería transferida a los precios que los

productores del agro debían sufragar por estos

insumos. Para supervisar el cumplimiento de este

compromiso se estableció un comité con los gremios

más representativos del sector. Al rebajar en tres

puntos la tasa de interés del crédito de fomento para

medianos y grandes productores, derogando las

normas que imponían una contribución para la

asistencia técnica obligatoria, la ley que creó el

seguro agropecuario, la 69 de 1993, contribuyó


igualmente al propósito de reducir los costos de las
10
actividades agropecuarias . Así mismo, se eliminó la

retención en la fuente para transacciones inferiores a

$390.000 y para las que se efectuaron a través de la

Bolsa Nacional Agropecuaria; posteriormente se

redujo para las restantes ventas de bienes

agropecuarios del 3 al 1.5%.

La Ley 101 de 1993, por su parte, concedió

autorización al Gobierno Nacional para eximir del IVA

a los servicios intermedios de la producción

agropecuaria, de la adecuación de tierras y de la

comercialización, la cual fue reglamentada por el

Decreto 621 de marzo de 1994. Con esta decisión se

dio cumplimiento a uno de los puntos comprendidos en

el Plan de Reactivación, desde su versión inicial, y que

no había podido concretarse por falta del instrumento

legal para llevarlo a cabo. La Ley Agraria consagró,

de la misma forma, disposiciones relativas al

tratamiento preferencial que requiere el agro para

adecuarse a la internacionalización de la economía,


algunas de las cuales deberían contribuir a reducir

costos y a restituir la rentabilidad sectorial. Tal es

el caso de los artículos que permiten el

establecimiento de subsidios directos a los

productores, tarifas preferenciales de energía

eléctrica y condiciones especiales para la

determinación del ajuste anual del avalúo catastral en

los predios rurales.

Medidas crediticias

Para lograr la reactivación del sector no

bastaba con restaurar la rentabilidad y la confianza

de los productores en su quehacer. Se requería,

asimismo, facilitar el acceso de los productores al

capital de trabajo, ya que muchos de ellos durante la

crisis habían incumplido el pago de sus obligaciones

bancarias, por lo que perdieron toda posibilidad de

recurrir al crédito institucional. Mucho menos podían

pensar en que sus propios recursos, menguados por la

crisis, les permitirían contar con el capital de trabajo

necesario para reactivar su proceso productivo. La


misma situación difícil por la que venía atravesando la

Caja Agraria y el aumento de su cartera vencida

habían contribuido a agudizar dicho problema, pues la

notoria disminución de su actividad y de su capacidad

para otorgar préstamos había coadyuvado a la

insolvencia de no pocos productores que se

encontraban ya en una posición financiera delicada.

11
Por esa razón, entre otras , el saneamiento

financiero y la capitalización de la Caja Agraria

constituyeron prioridad impostergable del trabajo del

equipo directivo del Ministerio. Para lograr este

propósito, a la capitalización por $24.060 millones

que se había llevado a cabo en diciembre de 1992, se

agregaron un año después nuevos recursos de capital

por $ 89.740 millones, que se hicieron mediante la

transferencia de acciones de BANCOLDEX, $7.854

millones en mayo de 1994, correspondientes a la

capitalización de multas impuestas por la

Superintendencia Bancaria, y $30.000 millones

adicionales apropiados en el presupuesto de 1994.


Adicionalmente, la Nación asumió temporalmente el

costo del pasivo pensional de la institución, para lo

cual se apropiaron $40.000 millones adicionales en el

presupuesto de 1994. A estas operaciones de apoyo

se sumo un programa de modernización y

descentralización de la entidad, que incluyó la

sistematización general de sus labores, el desarrollo

de instrumentos de operación y de control más

efectivos, el fortalecimiento de sus regionales y el

montaje de setenta y cuatro unidades de operación y

control, a las cuales se les delegaron las tareas


12
contables y administrativas . Con todas estas

acciones se buscaba que la Caja, antes que un

obstáculo, fuera un pivote del dinámico desempeño del

sector, al facilitar la ampliación de la cobertura del

crédito y el acceso a él.

Asimismo, con el objeto de permitir el arreglo

de la situación de los numerosos productores con

deudas vencidas, se puso en marcha un ambicioso plan

de refinanciaciones. En él se incluyeron la
profundización del programa de reestructuraciones

previsto por la Ley 34 de 1993, al ampliar su

cobertura a doce productos y extender los plazos

para acogerse al programa y para cancelar los

créditos; las realizadas por la Caja en condiciones

más favorables que las de la citada ley, en lo que se

conoció como el plan de choque de recuperación de

cartera; y las que beneficiaron a los productores

cafeteros dentro del programa adelantado por el

Fondo Nacional del Café y la Caja Agraria. De

manera puntual, la Caja llevó a cabo procesos de

refinanciación en condiciones excepcionales e algunas

regiones donde las condiciones que enfrentaban los

productores se consideraron particularmente críticas

(algunos municipios del Tolima y el Huila). Las líneas

establecidas por el IFI y BANCOLDEX para las

Comercializadoras de banano, que se encontraban en

una dramática situación de iliquidez por las

dificultades afrontadas en los mercados externos,

completaron las acciones relacionadas con el

saneamiento y el fortalecimiento de la capacidad


crediticia del sector. El resultado de dicho plan fue

la refinanciación de $ 266.000 millones de deudas de

productores —incluidos los cafeteros— y poco más de

$ 20.00 millones de las comercializadoras bananeras

(Véase Cuadro 4.3).

La refinanciación de las deudas vencidas

enfrentaba un escollo: la falta de garantías de los

productores par acceder a préstamos nuevos, con los

cuales pudieran adelantar el proceso productivo y

pagar las deudas, por cuanto sus garantías quedaban

comprometidas en los créditos refinanciados. La Ley

Agraria estableció disposiciones que contribuyen a

resolver dicho círculo vicioso, al autorizar al Fondo

Agropecuario de Garantías para que aval los créditos

refinanciados, de manera que se liberen las garantías

de los agricultores para que ellos puedan accede a

nuevos préstamos. Además, estableció un nuevo

programa de refinanciaciones en condiciones aún

mejores que las del plan de choque de la Caja (diez

años de plazo, tres de gracia, a la tasa de interés


inicialmente pactada y con condonación obligatoria de

los intereses penales) y un específico para refinanciar

a los usuarios de la reforma agraria que se hallaran

vencidos en los créditos de producción que les hubiera

otorgado el INCORA con sus recursos propios.

CUADRO 4.3: REFINANCIAMIENTO DEL SECTOR


AGROPECUARIO SEGÚN INTERMEDIARIO

___________

1. Ver Ocampo (1993b), Cap. II.(Regresar)

2. El incremento adicional de los precios mínimos de


garantía fue adoptado mediante la resolución número
248 del 20 de abril de 1993.(Regresar)

3. Algunos de los nuevos instrumentos creados por la


ley, en especial el Fondo EMPRENDER, serán objeto
de atención más adelante.(Regresar)

4. Con anterioridad a la expedición de la Ley Agraria


se intentó utilizar un procedimiento como el descrito
para facilitar la comercialización de la cosecha de
algodón, pero legalmente no era posible. En
consecuencia, el IDEMA debió comprar la fibra de
algodón a un determinado precio a los agricultores y
venderla a los industriales a un precio inferior, el cual
era el máximo que ellos estaban dispuestos a pagar
por el producto. Esta fue la única manera de poder
ayudar a los agricultores para que recibieran un
precio que no fuera ruinoso.(Regresar)

5. Estos fondos estaban regulados previamente por el


Decreto 1226 de 1989, pero sólo eran aplicables a
las exportaciones de los productos
respectivos.(Regresar)

6. El Decreto de salvaguardia, el 809 del 21 de abril


de 1994, estableció la amenaza de perjuicio como
causal para invocarla únicamente para los bienes
agropecuarios. En los demás sectores económicos,
solamente se puede invocar la salvaguardia en casos
de perjuicio demostrado a la producción
nacional.(Regresar)

7. Cabe recordar que, desde el Decreto-Ley 444 de


1967, el régimen de comercio exterior colombiano ha
reservado la licencia previa para los bienes usados,
segundas y saldos.(Regresar)

8. De hecho, la decisión de no llevar a cabo dicha


sustitución para los productos agrícolas llevaría a la
decisión posterior del gobierno de aplazar la adopción
del sistema de devolución de impuestos
indirectos.(Regresar)

9. Sobre el primero de estos períodos, ver Perry


(1990); sobre el segundo, ver las consideraciones
contenidas en el capítulo segundo de esta
obra.(Regresar)
10. Esta medida fue ampliamente controvertida pues,
si bien nadie dudaba del efecto que tendría en
abaratar el costo del crédito, diversas personas la
criticaban argumentando que debilitaría la
tecnificación dei sector. El Ministerio, por su parte,
consideraba que la manera de fomentar la utilización
de la asistencia técnica no era haciéndola obligatoria,
sino con el mejoramiento de su calidad y con el apoyo
que se le brindara a través del sistema nacional que
se montó para ello, del cual se habla más adelante.
Más aún, la obligatoriedad de su utilización se
consideraba contraproducente, tal y como lo había
sido la de uso de otros insumos (v.gr., agroquímicos
atados a la concesión de crédito), por cuanto no
contribuye a incrementar su uso, la asocia a una
imposición onerosa del Estado y no a un elementos
indispensable para mejorar la competitividad y la
rentabilidad de los productores, atenta contra la
calidad en su prestación e, incluso, propicia la
creación de prácticas indebidas en la
profesión.(Regresar)

11. Sin lugar a dudas, la importancia concedida a


este tema tuvo que ver con muchos factores, entre
los que se cuenta, en lugar principalísimo, que la
mayoría de los pequeños productores agropecuarios y
del conjunto de productores ubicados en zonas
marginales no tienen acceso a ninguna otra fuente de
crédito institucional. Hoy, al parecer, ya nadie duda
de la importancia que tiene para el agro y para el
desarrollo rural mantener una Caja Agraria activa y
moderna, aunque se considere necesario modificar y
complementar diversos aspectos de su funcionamiento
y de la política crediticia para el sector. Algunos
analistas, incluso, consideran ésta como una de las
principales enseñanzas de la crisis (Jaramillo,
1994).(Regresar)

12. Para un análisis detallado de las medidas de


recuperación de la Caja Agraria, ver Tobón
(1994).(Regresar)

Aunque las medidas mencionadas facilitaron la

normalización de las condiciones crediticias a

numerosos productores, el peso de los pasivos

acumulados durante el período de crisis siguió siendo

un lastre para la reactivación sectorial. De hecho,

muchos deudores, especialmente de la Caja Agraria,

no se acogieron a los diferentes mecanismos de

refinanciación que se diseñaron. Dadas las

regulaciones cada vez más estrictas sobre provisión


de cartera de las entidades financieras, el

mantenimiento de una cartera vencida elevada y el

peso de los pasivos pensionales impidieron que la

recuperación de las captaciones y de los márgenes

financieros y la reducción de los gastos

administrativos de la entidad se reflejaran

plenamente sobre sus estados financieros (ver, al

respecto, el Cuadro 2.4 del capítulo segundo). Ello

llevaría a la nueva Administración a adoptar medidas

de refinanciación aún más radicales en 1995 y a

capitalizar de nuevo a la entidad.

Aún más importante, el cúmulo de decisiones en

materia crediticia poco avanzó en el terreno de

ampliar la cobertura del crédito institucional a un

mayor número de te pequeños productores. Aunque se

fortaleció el Fondo Agropecuario de Garantías y se

discutió extensamente la posibilidad de fomentar en

forma agresiva la participación de las cooperativas de

ahorro y crédito y otras entidades del sector

solidario en la financiación sectorial, el despegue al


del primero siguió siendo lento y poco se avanzó en el

segundo por limitaciones legales, en especial por la

incapacidad legal de las entidades mencionadas para

acceder directamente a los recursos de redescuento

de FINAGRO. Este tema ha sido posteriormente

objeto de algunas iniciativas gubernamentales y

parlamentarias y es, sin lugar a dudas, uno de los

principales problemas a resolver en el futuro cercano

por parte de los responsables de la política sectorial


13
.

Programas específicos para productos críticos

Los efectos de la crisis se manifestaron con

mayor virul encia en algunos renglones agropecuarios,

razón por la es cual, en el marco del Plan de

Reactivación, se diseñaron y ejecutaron programas

particulares, con medidas puntuales específicas, para

contribuir a su rescate. Tal vez el producto más

afectado por el duro trance que vivió el sector fue el

algodón. En el feraz valle del Cesar, otrora escenario

de la fabulosa bonanza del oro blanco, como se le


motejó, las tierras algodoneras quedaron desocupadas

o, cuando mucho, dedicadas a ganadería extensiva.

Otros departamentos sufrieron rigores similares,

aunque no tan dramáticos. En su apoyo se puso en

marcha un programa que incluyó la destrucción


14
gubernamental de las socas ; el establecimiento de

líneas especiales de crédito para pozos profundos, que

comprendían un subsidio equivalente al 30% del valor

del pozo y la garantía del FAG para quienes ya las


15
tuvieran comprometidas la intervención del IDEMA

en la comercialización de las cosechas de la fibra, y

la puesta en funcionamiento del Fondo de

Estabilización de Precios del Algodón, cuya cobertura

se amplió al mercado interno.

En el caso del arroz, otro de los cultivos

duramente afectados por la crisis, se promovieron

sucesivos acuerdos entre el Ministerio, Fedearroz, y

los industriales para el manejo de las cosechas, los

cuales incluían la fijación de precios mínimos de

intervención y el establecimiento de cupos para las


compras de arroz blanco del IDEMA, y se celebró un

convenio con Venezuela para el adecuado manejo del


16
comercio binacional de este producto .

La morera-seda fue objeto de un plan de

salvamento global, del cual hicieron parte la

capitalización de Cocosilk y el aporte de nuevos

recursos por parte del IFI a esta empresa, única

compradora del capullo; la refinanciación de las

deudas de los productores; la intervención temporal

del IDEMA en este mercado; la participación del Plan

Nacional de Rehabilitación en la financiación de la

extensión técnica en el Cauca y en Risaralda, y el

combate a los problemas fitosanitarios existentes en

este subsector.

El sector tabacalero atravesaba una profunda

crisis. Al problema recurrente de la disminución de la

demanda interna y externa por tabaco negro,

ocasionado por cambios en los hábitos de los

fumadores, se agregaba el enorme incremento del

contrabando de cigarrillos, que había llevado a las


compañías colombianas a reducir sus compras y que,

de continuar, las iba a poner a las puertas de un

cierre d sus operaciones. Cigarrillos de todas las

marcas y las procedencias, en especial venezolanos,

se habían tomado más de la mitad del mercado

doméstico, mientras los nacionales perdían terreno

agobiados por una carga impositiva de 124%, que

determinaba que tuvieran precios al público no

competitivos. Con el fin de resolver esta dificultad, la

Ley Agraria concedió facultades extraordinarias al

Presidente de la República para revisar el régimen

tributario aplicable a los cigarrillos y para crear el

Fondo de Compensación, cuyo objetivo era neutralizar

los efectos que esa revisión pudiera tener sobre las


17
finanzas departamentales . Tras una ardua

negociación entre los gobiernos nacional y seccionales,

que incluyó a la industria de cigarrillos, finalmente se

llegó a un acuerdo para reglamentar esta disposición,

rebajar los impuestos al 45% y aliviar, así, la

delicada situación de los cultivadores de la hoja.

Desafortunadamente, esta rebaja fue declarada


inexequible por la Corte Constitucional a mediados de

1995, por lo cual deberá ser objeto de una nueva ley.

Otro producto cultivado por indígenas y

campesinos de regiones muy pobres, que sufría una

severa crisis, era el fique. El desarrollo del mercadeo

a granel, la creciente utilización de empaques de

polipropileno y la competencia de fibras duras

importadas, venían agudizando las dificultades de

este cultivo, ya afectado por problemas tecnológicos,

fitosanitarios y de pobreza de suelos y aguas en las

zonas productoras. La reciente tendencia a revitalizar

su uso por razones ecológicas no había logrado

contrarrestar la caída en su consumo. La Ley Agraria

consagró un mecanismo orientado a promoverlo, al

establecer que quienes no empleen empaques

elaborados con este producto en el porcentaje que

determine el Ministerio de Agricultura, no podrán

acceder a ciertos beneficios fiscales. Además, el

IDEMA inició la adquisición de un millón cien mil

empaques de fique para sustituir los costales con


algún grado deterioro, con el fin de coadyuvar a

superar la negativa coyuntura del mercado.

Obviamente que productos como el tabaco negro

y fique requieren de soluciones mucho más completas,

complejas y de largo plazo, las cuales son el objeto

del programa de modernización y diversificación

diseñado algunos productos de economía campesina por

el Ministerio de Agricultura, cuya descripción se hace

en el sexto de este escrito.

El inicio de la reactivación sectorial

Las medidas anteriores sentaron las bases para

que el agro empezara a mostrar signos positivos. Pese

a la fuerte caída de la producción cafetera, el

Producto Interno Bruto sectorial experimentó un

crecimiento del 2.7% en 1993. Si se excluye el

grano, el PIB agropecuario se incrementó en un 5.7%,

el segundo mayor aumento de los últimos diez años.

La agricultura no cafetera creció en un 3.3%,

mientras el subsector pecuario lo hizo en un 7.9%. El

valor de la producción agrícola no cafetera aumentó


en 2.2% —1.8% los transitorios y 2.4% los

permanentes— y la superficie cosechada detuvo su

tendencia descendente (Véanse Cuadro 4.4 y Gráfico

2.3 del Capítulo 2). Excepto el algodón, el arroz y el

sorgo, los demás cultivos transitorios expandieron sus

áreas cultivadas en 1993. Todos los cultivos perennes

también incrementaron sus superficies, con la

excepción de arracacha y ñame, que registraron

contracciones moderadas.

En 1994, por su parte, la superficie cultivada

con transitorios aumentó en un 1.1%, el primer

incremento después de tres años seguidos de

contracción. Por segundo año consecutivo, el valor de

la producción de los dos grupos de productos de la

agricultura no cafetera registró un incremento: 1.1%

en el caso de los transitorios y 3.4% en el de los

permanentes. En su conjunto, el sector agropecuario

no cafetero creció un 3.7%, tasa que, aunque inferior

a la de 1993, supera el promedio de las dos últimas

décadas. Debido a la contracción de la producción


cafetera, el resultado global del sector fue, sin

embargo, mucho más modesto (un crecimiento del

1.9%).

Vale la pena resaltar que este incremento de la

producción coincidió con una recuperación de la

menguada rentabilidad de la agricultura no cafetera,

especialmente de cultivos semestrales. En efecto,

gracias a las medidas de política y a otras

circunstancias, tales como el mejoramiento de los

precios internacionales y el más normal

comportamiento de las lluvias, la rentabilidad de una

gran parte de los renglones de la producción sectorial

se incrementó en 1993 y 1994. En el primero de

estos años aumentó la rentabilidad de todos los

cultivos transitorios, excepto arroz y algodón, que

continuaron su descenso. Especialmente significativo

fue el incremento en la rentabilidad de los cultivos

transitorios importables. En los permanentes continuó

aumentando la del azúcar y se logró una recuperación

de la del tabaco negro, la palma africana y el


plátano. En 1994 se mantuvo la tendencia a la

recuperación de la rentabilidad de los cultivos

transitorios. En especial se mantuvo, con una pequeña

pérdida, la que se había logrado en los importables y

se inició la de los exportables en crisis (arroz y, más

tímidamente, algodón). En el de los permanentes, la

historia fue un tanto más compleja, pues la

recuperación de la rentabilidad del cacao coincidió con

la reversión de las ganancias que se habían logrado en

otros cultivos en 1993 (ver, al respecto, el Cuadro

2.1 y el Gráfico 2.5 del capítulo segundo).

Gracias a la recuperación de los precios, la

rentabilidad de la caficultura también se recuperó

parcialmente en el año cafetero 1993/94. Sin

embargo, la caída en la productividad, generada por

la rápida extensión de la broca y la reducción de los

cuidados culturales durante los años anteriores, se

tradujo en un aumento significativo en los costos

reales, que impidió que el aumento de los precios se

tradujese en un incremento firme de la rentabilidad.


CUADRO 4.4: COMPORTAMIENTO DE LAS
PRINCIPALES VARIALBLES SECTORIALES

La recuperación estuvo acompañada de un

aumento en los niveles de inversión. Este proceso

estuvo jalonado por el aumento en las importaciones

de maquinaria y las mayores inversiones, públicas y

privadas, en adecuación de tierras, ya que las

inversiones en nuevas plantaciones de cultivos

permanentes se redujeron. Por el contrario, aunque la

información disponible es incompleta, hay evidencia de

que el consumo de fertilizantes se mantuvo en niveles

bajos y que en algunos casos —el más notorio de los

cuales es el del arroz—, la recuperación de las

siembras coincidió con una reducción en el uso de

semillas mejoradas, lo cual afectó los rendimientos

por hectárea.

Conviene resaltar que la evolución de la tasa de

cambio real no apoyó el proceso de reactivación. En

efecto, pese a las medidas de protección, las


importaciones siguieron creciendo hasta 1994,

particularmente en el caso de los cereales. No

obstante, gracias al dinamismo de algunos renglones

de exportación, el ritmo de deterioro de la balanza

comercial agropecuaria no cafetera se redujo en dicho

año —cuando arrojó un superávit de US$ 517 contra

US$ 559 millones en 1993—, en tanto que la

recuperación de los precios del café permitió una

mejoría de dicha balanza para el conjunto del sector

(Véase Cuadro 4.4).

Por último, es necesario anotar que, aunque el

empleo rural se redujo en 1993, lo hizo a un ritmo

muy inferior al de 1992 y se concentró

exclusivamente en la región central. En 1994, el

empleo rural aumentó un 1.4%, equivalente a cerca de

80.000 empleos, colocándose, así, por encima de los

niveles alcanzados en 1992. Este proceso coincidió,

además, con un aumento real de los jornales

agropecuarios, por primera vez en varios años. Sin

embargo, en las regiones Central y, especialmente,


Atlántica, los niveles de empleo siguieron siendo

inferiores a los de 1992. Además, la tasa de

desempleo abierta aumentó tanto en 1993 como en

1994, colocándose en este último año en el 5.6%. Ello

indica que el aumento del empleo coincidió en 1994

con una recuperación de la tasa de participación

laboral, que había disminuido apreciablemente en los

dos años anteriores (Véanse Cuadros 4.4 y 2.7 del

Capítulo 2).

Así las cosas, para 1994 se habían logrado

avances importantes en el camino de la reactivación.

Sin duda se mantenían problemas muy importantes:

tanto el empleo como las áreas sembradas seguían

siendo inferiores a los característicos antes de la

crisis; la rentabilidad de algunos cultivos, incluido el

café, seguía siendo baja; faltaba bastante camino por

recorrer en materia de reconvertir la agricultura

colombiana para adaptarla plenamente al nuevo

contexto de apertura; y sobrevivía el lastre del sobre

endeudamiento heredado de los años de la crisis. Sin


embargo, el sector ya había aumentado la producción

por dos años consecutivos y la rentabilidad,

particularmente de los cultivos semestrales, los más

afectados por la crisis, estaba en recuperación. Lo

que es más importante, como lo ilustra el resto de

esta obra, se había avanzado considerablemente en el

diseño de una nueva política sectorial acorde con la

nueva etapa que enfrenta la agricultura colombiana.

CRECIMIENTO SOSTENIDO DEL AGRO:

CAPITALIZACIÓN Y COMPETITIVIDAD

Las medidas de corto plazo esbozadas, y la

incipiente reactivación sectorial que ellas ayudaron a

gestar, podían verse truncadas si no se ponía en

marcha un conjunto de disposiciones que contribuyeran

a consolidar las actividades agropecuarias y que

propendieran por su competitividad. Por eso, la

política trazada por el Ministerio tenía como

componente principalísimo el diseño y ejecución de

programas y proyectos orientados a incidir en las

variables claves que determinan la competitividad del


agro colombiano. Este esfuerzo, de largo aliento,

constituía, en realidad, el núcleo central de la política

sectorial. Aspiraba sentar las bases de estrategias

tecnológicas, de adecuación de tierras, de

comercialización, que permitieran, como se señaló en

el capítulo precedente, capitalizar al sector y

promover su crecimiento sostenido, en un contexto de

equidad, sostenibilidad y eficiencia.

Fortalecimiento y reforma del sistema de generación

y transferencia de tecnología

Las labores de investigación y de

transferencia de sus resultados, críticas en el

desempeño y en la competitividad sectoriales, venían

afrontando innumerables problemas. Su concepción

continuaba basándose, primordialmente, en la filosofía

de la revolución verde, cuyo modelo, luego de

importantes contribuciones al desarrollo agropecuario,

afrontaba serias limitaciones. Los nuevos paradigmas

de desarrollo tecnológico tenían, en cambio, incipiente

presencia en el país. Su estructura institucional no se


adecuaba a los requerimientos del agro nacional, pues

no existía una instancia apropiada de definición de

política y de asignación de recursos públicos, y el ICA

se había recargado de funciones y de tareas, se

había centralizado y aislado de la sociedad rural a la

que debía servir, se hallaba limitado por su carácter

de entidad oficial, que tiene que regirse por las

normas y los trámites burocráticos que les son

propias, y ostentaba un inconveniente monopolio de la

ejecución gubernamental de la investigación sectorial.

Adicionalmente, el sistema que se había diseñado para

la transferencia tecnológica desde finales de la

década anterior no despegaba.

En consecuencia, la puesta en marcha de la

reforma a las concepciones y a la estructura

institucional de la investigación agropecuaria, que se

había formulado aprovechando los decretos de

modernización del Estado que se expidieron en

desarrollo del artículo 20 transitorio de la

Constitución de 1991, y el impulso al funcionamiento


del Sistema Nacional de Transferencia de Tecnología

Agropecuaria (SINTAP), eran fundamentales dentro

de la estrategia de mejoramiento de la competitividad

sectorial. Con la reforma mencionada se aspiraba

superar los problemas que afrontaba la generación de

tecnología agropecuaria en el país, puesto que ella

contemplaba la renovación de las concepciones que

guiaban esta labor —adoptando una visión integral,

que tuviera en cuenta los diversos componentes

biológicos, económicos, sociales y ambientales que

conforman los sistemas productivos presentes en el

agro colombiano— y de su organización institucional.

Esto último lo hacía con el establecimiento de

una instancia única, técnicamente capacitada para

definir las prioridades de investigación y para asignar

los recursos públicos destinados a esta actividad y

con el montaje de un esquema ágil y competitivo para

su ejecución. Gracias a la utilización de la novedosa

legislación de ciencia y tecnología que se había

expedido en el país en los albores del decenio del


18
noventa , se fomentó la creación de entidades

mixtas que realizaran la tarea investigativa financiada

por el Estado, las cuales debían competir por los

recursos presupuestales, y asociar a productores y a

universidades para hacer más relevantes los tópicos

de investigación y fortalecer la capacidad regional de

desarrollo tecnológico. Al basarse en disposiciones del

derecho privado, se facilitaba, además, una labor

investigativa más eficiente.

La puesta en marcha de este nuevo sistema de

generación de tecnología agropecuaria enfrentaba

diversas dificultades, cuya solución constituyó

prioridad del Ministerio. El fortalecimiento del

Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología Agropecuaria

era fundamental para que pudiera actuar como la


19
única instancia de definición de política y de

asignación de recursos públicos para la investigación

sectorial, por lo que el Ministerio propendió por

cambios en su forma de funcionamiento que le

permitieran cumplir técnica, estable y objetivamente


tal función. El despegue de CORPOICA —la principal

entidad de investigación agropecuaria que surgió como

resultado del proceso de reforma analizado— y de las

demás corporaciones mixtas que se habían creado, o

que estaban en proceso de creación, el traslado a

ellas del personal y de los equipos e infraestructura

requeridos que venían haciendo parte del ICA y, en

especial, la delimitación y la precisión de las

funciones y actividades que debería adelantar cada


20
entidad , indispensable para el buen funcionamiento

del nuevo esquema, ocuparon lugar prominente entre

las preocupaciones y esfuerzos del Ministerio.

Por su parte, la transferencia de la tecnología

generada y de la adaptada en el país continuaba

siendo un cuello de botella para el mejoramiento de la

productividad y de la competitividad sectoriales.

Desde mediados de los ochentas se identificó este

escollo, por lo que en 1987 se dieron los primeros

pasos para descentralizar esta función, al trasladarla

a los municipios, y para implantar un sistema de apoyo


que les permitiera realizarla eficientemente. En

1989, el decreto 1946 creó y reglamentó dicho

sistema y, al poco tiempo, el Ministerio inició

conversaciones con la banca multilateral con el fin de

conseguirle financiación. En el transcurso de las

dilatadas negociaciones se fue formulando un completo

programa para facilitar el montaje del sistema y para

apoyar sus puntos débiles, al cual se motejó

PRONATTA (Programa Nacional de Transferencia de

Tecnología Agropecuaria) —enriqueciendo así las

innumerables siglas que se manejan en el sector. No

obstante, en 1993 la negociación del crédito aún no

había terminado, lo que obstaculizaba el adecuado

funcionamiento del SINTAP y su aporte a la

tecnificación del agro.

El equipo directivo del Ministerio se propuso

culminar la formulación del PRONATTA y la

negociación del préstamo con el Banco Mundial, lo que

logró en el primer semestre de 1994. En dicho año se

inició, además, la financiación de los proyectos


prioritarios que formaban parte de dicho programa

con recursos del presupuesto nacional y se fortaleció

la estructura institucional para su manejo,

adscribiendo su funcionamiento directamente al

despacho del viceministro y creando una unidad

técnica especializada, pequeña y de alto nivel.

Comenzó, también, un ambicioso programa de

formación de capacitadores que apoyen a las Unidades

Municipales de Asistencia Técnica Agropecuaria

(UMATA), encargadas de prestar el servicio a los

pequeños productores, y se incrementó

sustancialmente la partida de cofinanciación del DRI

para contar con recursos de asistencia técnica en

todas las secretarías departamentales de agricultura

y en la gran mayoría de los municipios del país.

Gracias a esta activa promoción del Ministerio, la

cobertura de las UMATA, que se había estancado en

los primeros años de la década, se amplió de 570 a

980 municipios.

Las acciones descritas sentaron las bases para


que los procesos de generación, adaptación,

transferencia y adopción de tecnología superen las

dificultades que afrontaban y puedan hacer un aporte

decisivo al mejoramiento de la productividad y de la

competitividad sectoriales. La promoción de los nuevos

paradigmas de desarrollo tecnológico y la puesta en

marcha de una estructura institucional moderna y ágil

para los sistemas de generación y de transferencia de

tecnología eran indispensables para ello. Se requería,

igualmente, incrementar sustancialmente los recursos

públicos asignados a estas actividades, ya que han

sido históricamente muy bajos, no sólo comparado con

los destinados por países desarrollados, sino incluso

en relación con los sufragados por naciones con similar

grado de desarrollo. Esta prioridad, iniciada en el

gobierno anterior, en especial con la negociación del

crédito del PRONATTA, va a recibir nuevos aires en

el actual gobierno, según se desprende de los diversos

documentos CONPES sobre política agropecuaria y


21
política científico - tecnológica .
La protección a las obtenciones vegetales

El avance de las actividades de investigación, el

fortalecimiento de las labores de transferencia y la

mayor competencia en la oferta de semillas mejoradas

a los agricultores colombianos requería, Igualmente,

que se protegieran los derechos de propiedad

intelectual sobre los resultados de investigación en el

campo del mejoramiento genético. El hecho de que en

Colombia no existiera legislación al respecto

desestimulaba al sector privado a invertir

recursos en investigación en este terreno, y

desincentivaba, por lo tanto, a los investigadores que

trabajaban en fitornejoramiento. Así mismo, las

variedades desarrolladas por el ICA y otras entidades

no contaban con suficiente difusión, dado que nadie

estaba dispuesto a invertir dinero en abrir mercado y

comercializar nuevos productos, que luego cualquier

competidor podía vender sin haber realizado las

inversiones iniciales requeridas para posicionar la

semilla en el mercado.
Más aún, diversas variedades obtenidas en el

país eran, después de probadas y difundidas en el

mercado nacional, comercializadas en otras naciones,

sin que quienes habían realizado el esfuerzo y la

inversión en Colombia recibieran alguna retribución.

En general, a las entidades públicas de investigación,

y a sus científicos, no les estaba reportando ninguna

gratificación la labor desarrollada en esta materia, y

eran terceros, que ningún esfuerzo habían hecho, los

que se beneficiaban económicamente de los

resultados.

En consecuencia, se imponía expedir una

legislación que protegiera la actividad investigativa.

Tras realizar numerosos seminarios y talleres, en los

que se asesoró de expertos nacionales e

internacionales en la materia, el Ministerio presentó

al Congreso un proyecto de ley para proteger las

obtenciones vegetales, al tiempo que inició la discusión

del tema con sus similares del Grupo Andino. Cabe

resaltar que, al promover la adopción de este


mecanismo de protección, implícitamente se desechó

la fórmula de patentar las innovaciones agrícolas,

fórmula que sólo ha sido adoptada por muy pocas

naciones. En octubre de 1993, se aprobó finalmente

la Decisión 345 del Grupo Andino sobre el tema, la

cual contenía sólo modificaciones menores respecto al

texto debatido y aprobado en primer debate en la

Comisión Quinta del Senado. Por esta razón, y

teniendo en cuenta que la norma andina se convirtió

de inmediato en legislación colombiana, se suspendió

el trámite del proyecto de ley en el Congreso.

Mediante el Decreto 533 del 8 de marzo de 1994, el

Gobierno colombiano dio plena aplicación a la Decisión


22
345, encargando al ICA el registro de obtentores .

De manera consciente con esta decisión, el país inició

en abril de 1994 las gestiones para adherirse a la

convención de la Unión de Protección a las


23
Obtenciones Vegetales (UP0V) firmada en 1974 .

La normatividad aprobada buscó proteger a

quienes inviertan en investigación genética, pero sin


afectar los derechos de los investigadores, de los

agricultores y de las comunidades nativas. Para el

primer caso quedó establecido que una variedad

obtenida y registrada puede utilizarse en procesos de

investigación posteriores tendientes a generar nuevas

variedades, sin tener que pagar por ello, las cuales,

una vez obtenidas, deberán demostrar sus

características propias —y diferentes respecto a las

demás— para poder ser incluidas en el registro

respectivo. En relación con el segundo, se definió que

un agricultor que utilice semillas provenientes de una

variedad registrada podrá, sin sufragar nada

adicional, seleccionar los mejores frutos para

continuar usándolos como semilla en posteriores

siembras, de manera indefinida. Respecto a las

terceras, la norma no abocó el caso de los recursos

genéticos nativos, o de los que han sido conservados,

o incluso mejorados, por las comunidades donde ellos

se encuentran, sino únicamente el de las variedades

que se han obtenido a través de un proceso

científico. De acuerdo con la Decisión 345, este tema


deberá ser objeto de normatividad andina especial

que aún no ha sido expedida.

De esta manera, se garantizó la propiedad

intelectual sobre los resultados de la investigación —

lo que, a no dudarlo, dará un impulso a la labor

pública y privada de fitomejoramiento—, sin generar

sobrecostos para los agricultores, ni poner en peligro

los principios de protección a los recursos genéticos

nativos y los derechos de las comunidades nativas

consagrados por la Cumbre de la tierra en 1992.

Impulso a la adecuación de tierras

Otra herramienta fundamental para mejorar la

competitividad de la producción agropecuaria es la

adecuación de tierras, en particular la dotación de

sistemas de riego y drenaje. En Colombia la actividad

realizada en esta materia ha sido escasa, y ha

afrontado numerosos problemas. De los cerca de

6.600.000 hectáreas que se estima son

potencialmente adecuables, únicamente se han

adecuado 768.000 hectáreas, 40% ni por parte del


Estado y 60% por el sector privado (Véase Cuadro

4.5). La labor gubernamental en esta materia ha sido

lenta, intermitente y costosa. En el pasado, incluso,

se llegó a dar un mantenimiento tan insuficiente a los

distritos construidos que fue necesario destinar

cuantiosos recursos de crédito internacional a la

rehabilitación de muchos de ellos, cuando las

necesidades de construcción de nuevos proyectos eran

apremiantes. Varios distritos se definieron más con

criterios políticos que técnicos —agronómicos,

económicos y sociales— y en algunos se presentaron

graves deficiencias técnicas en su diseño y ejecución


24
.

Con el objeto de superar dichos problemas, el

Ministerio promovió una nueva política de adecuación

de tierras que buscaba incentivar al sector privado a

invertir en este campo, promover la participación de

más entidades públicas y, sobre todo, privadas en la

ejecución de los proyectos y vincular a los usuarios dé

las obras a todo el proceso, desde la identificación y


diseño hasta el posterior manejo de los distritos. La

base de tales cambios fue la expedición de la Ley 41

de 1993, la cual creó el Consejo Superior de

Adecuación de Tierras (CONSUAT) corno instancia de

coordinación de la actividad sectorial y órgano

consultivo del Ministerio para la definición de la

política, en cuyo seno cuentan con vocería los

usuarios, los gremios y los campesinos; constituyó el

Fondo Nacional de Adecuación de Tierras (FONAT),

como ente financiador; estableció como organismos

ejecutores, además del HIMAT, —transformado

posteriormente en el Instituto Nacional de Adecuación

de Tierras, INAT—, a las entidades públicas o

privadas autorizadas por el CONSUAT; reglamentó

las asociaciones de usuarios y su forma de

participación en todas las etapas de los proyectos, la

cual se vuelve obligatoria; señaló los parámetros a

tener en cuenta en la determinación de los proyectos

prioritarios, y definió los incentivos a otorgar al

sector privado para que adecue tierras, desarrollando

un sistema de subsidios que, aunque beneficia a todos


los productores, tiene una incidencia claramente

redistributiva.

_________

13. Véanse algunas consideraciones adicionales sobre


estos temas en el capitulo sexto de este
libro.(Regresar)

14. Dadas las dificultades por las que atravesaban los


algodoneros, no destruyeron buena parte de las socas
de la cosecha en la Costa, lo que amenazaba con
crear un problema sanitario de características mucho
mayores al ya existente. Para atacar el problema, el
gobierno procedió a destruir las socas que quedaban,
y a establecer regulaciones, incluida la declaratoria
de emergencia sanitaria en la zona.(Regresar)

15. La competitividad del algodón del Cesar, y de


otros departamentos, en especial del Caribe seco, se
había deteriorado por diversos factores, dentro de
los que se contaban la muy escasa utilización de riego
-que determinaba la obtención de rendimientos muy
inferiores a los reportados con riego- y la virtual
inexistencia del control integrado de placas -lo que
había conllevado a la necesidad de fumigar hasta
veinte y más veces en una misma cosecha,
incrementando desmesuradamente los costos de
producción. Por eso, el plan establecido para este
cultivo hizo énfasis en incentivar la construcción de
pozos, opción más económica para regar en la zona, e
inició con los algodoneros la discusión relativa al
control de las plagas por métodos diferentes a los
químicos. Aunque esta línea fue utilizada muy
parcialmente, fue el primer ejemplo del incentivo a la
capitalización rural, que tendría precisamente su
desarrollo inicial más destacado en el caso de
inversiones en riego (ver más adelante).(Regresar)

16. A pesar de que el arroz es uno de los cultivos en


que el país presenta altas productividades y ventajas
comparativas, fue golpeado por la crisis. Fuera una
cosecha abundante y de unas importaciones previas
del IDEMA de dudosa necesidad, el mercado interno
recibió flujos del grano procedentes de Venezuela que
contribuyeron a su sobre abastecimiento. Inicialmente
los arroceros colombianos demandaron por subsidios al
vecino país ante la Junta d Acuerdo de Cartagena,
demanda que fue apoyada por el gobierno. No
obstante, luego de un informe preliminar que
reconocía la existencia de subsidios en ese país
cercanos al 10% del valor de la producción, se logró
negociar un acuerdo con el gobierno venezolano para
administrar el comercio fronterizo, por lo que se
desistió de la demanda. Acuerdos similares ya se
habían efectuado en el caso de la papa y el azúcar
colombiano, aunque en este último no habían
participado los gobiernos.(Regresar)

17. Una parte sustancial de los impuestos al consumo


de cigarrillos iban a engrosar los fiscos
departamentales, razón por la cual los mandatarios
territoriales se oponían a la rebaja de ellos. El
Gobierno Nacional argumentaba que la rebaja
permitiría a la industria colombiana recuperar una
porción fundamental del mercado, por lo que el
impacto de las finanzas departamentales no debería
ser muy grande, pues, aunque disminuía el impuesto
pagado por unidad, aumentaba la base gravable. Este
argumento no venció, por completo, la resistencia de
los gobernadores a la medida, por lo que fue
necesario completarla con mecanismos que los
compensaban del riesgo de deterioro de dichas
finanzas.(Regresar)

18. La Ley 29 de 1990, y los decretos que la


desarrollan, tales como el 393 y el 591 de 1991,
establecieron un marco normativo y flexible para la
labor de investigación y desarrollo tecnológico, el cual
fue propuesto por grupos de investigadores como
solución a los problemas que enfrentaba la actividad
oficial en este campo.(Regresar)

19. En sentido estricto, la definición de la política es


potestativa del Presidente de la República y de su
respectivo Ministro. No obstante, el Consejo
mencionado, que es presidido por el Ministro de
Agricultura -o por su delegado, que debe ser un
viceministro- y en el cual tiene asiento el Director de
Colciencias, debería en la práctica cumplir el papel de
definir la política científica y tecnológica para el
sector.(Regresar)

20. La complejidad y profundidad de la reforma


abocada generó, como es obvio, numerosos problemas
durante el período de transición. Estos fueron más
graves porque la reforma se basó en una disposición
que consagraba facultades muy limitadas para
efectuarla, dado que no permitía crear nuevas
entidades, ni dividirlas existentes. Por ello, aunque lo
que se deseaba era especializar completamente al
ICA en labores de prevención y control (sanidad y
control de calidad de insumos) y relevarlo de
actividades en el campo de investigación y
transferencia tecnológica, fue necesario dejarle
algunas funciones en este terreno, en particular en la
financiación y el seguimiento a las actividades de
investigación de las corporaciones mixtas en las que
participa como socio. Esta situación hizo aún más
compleja la reforma y contribuyó a generar conflictos
en el proceso de transición, a los cuales el Ministerio
debió dedicar considerable tiempo. El nuevo gobierno
decidió culminar este proceso de separación de
funciones, como se desprende del documento CONPES
"Programa de Modernización Agropecuaria y Rural"
(DNP y Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural,
1994b), para lo cual tendrá que tramitar un proyecto
de ley.(Regresar)

21. Departamento Nacional de Planeación y Ministerio


de Agricultura y Desarrollo Rural (1994b y 1995);
Departamento Nacional de Planeación y
COLCIENCIAS (1994).(Regresar)

22. Cabe anotar, sin embargo, que por demoras


administrativas, este registro sólo se abrió en forma
definitiva a mediados de 1995.(Regresar)
23. Se prefirió ésta a la convención de 1991, que se
acerca más al principio de patentabilidad y que ningún
país ha ratificado todavía.(Regresar)

24. Para un análisis de este tema, ver Departamento


Nacional de Planeación (1977 y 1985) y Perry (1983
y 1990).(Regresar)

CUADRO 4.5 : ÁREA PARA RIEGO Y DRENAJE

POTENCIAL Y ACTUAL

La nueva estructura, más competitiva y participativa,

inició operaciones contando con recursos

significativos. Gracias a las exitosas negociaciones

efectuadas con la banca internacional, se avanzó

sustancialmente en la negociación de un crédito del

BID por US$140 millones con destino al programa de

adecuación de tierras, el Banco Mundial aceptó

reestructurar el crédito para pequeña irrigación

firmado en 1990 cuya ejecución se hallaba entrabada

por las condiciones estipuladas en el contrato del

empréstito —su monto total era de US$ 36.3

millones, suma que se agregaba a los US$ 55.6

millones de otro préstamo del Banco que estaba en

ejecución—, y el Japón entró a financiar con US$49


25
millones el proyecto Ariari I . Aunque los nuevos

recursos del BID y el Japón sólo estarán disponibles

en 1995, los recursos del Banco Mundial y las

contrapartidas del presupuesto nacional permitieron un

incremento sustancial de los recursos del HIMAT,

cuyo presupuesto aumentó un 111% en 1993 y otro

48% en 1994. Si a lo anterior se agregan los créditos

internos firmados con FONADE —$2.325 millones— y

los asignados por FINAGRO para préstamos en este

campo, se completa el panorama del esfuerzo

financiero que se inició en 1993 y 1994 para

dinamizar la actividad de adecuación de tierras.

Con los fondos públicos y externos mencionados,

con los subsidios y estímulos establecidos para los

particulares y con la vinculación de más entidades a la

actividad, se esperaba incrementar sustancialmente la

modesta labor de adecuación de tierras que se ha

realizado en el país. Con la participación de los

usuarios en todas las fases de los proyectos, y no

únicamente en la administración de los distritos una


26
vez construidos , se aspiraba a hacer más eficiente

esta labor, a garantizar un mayor compromiso de los

beneficiarios, a volver menos costosa la construcción

y la administración de los distritos y a establecer un

control social sobre los recursos asignados por el

gobierno.

Quizá uno de los principales temas que definió

el CONSUAT fueron los subsidios que recibirían los

productores agropecuarios por sus inversiones en

adecuación de tierras a través de dos mecanismos

creados por la Ley: el 50% de subsidio a pequeños

productores y la posibilidad de recuperar

parcialmente las inversiones realizadas por el INAT y

otros organismos ejecutores tras un proceso de

concertación al interior del CONSUAT y de discusión

con las entidades multilaterales, se diseñó un sistema

de subsidios que tiene dos características

sobresalientes: (a) beneficia con mayores incentivos a

los pequeños y medianos productores, de acuerdo con

una estratificación basada en el número de Unidades


Agrícolas Familiares, UAF, que posean dentro del
27
distrito y (b) otorgan un subsidio del 100% a las

obras principales de beneficio general, uno intermedio

(hasta el 70% para los predios más pequeños) para la

red de obras principales pero de uso exclusivo de los

usuarios y para las obras secundarias, y uno más

reducido (hasta el 30%) para las prediales. Este

esquema se perfeccionó en la nueva Administración y,

sin duda, deberá ser objeto de ajustes posteriores

con base en las experiencias que se desprendan de su

aplicación.

Otros tres temas ocuparon la atención del

Ministerio en cuanto a adecuación de tierras. El

primero fue cambiar el énfasis en las regiones andina

e interandina hacia la Costa Atlántica y la Orinoquia,

zonas en las que un menor porcentaje de suelos se

han adecuado de los potencialmente adecuables,

dando prioridad a estas dos regiones en la realización

de los estudios de identificación, factibilidad y

diseño. El segundo tópico fue el relativo a la urgencia


de proteger las cuencas en las que existen o se van a

desarrollar proyectos de irrigación, de manera que no

vaya a escasear el recurso hídrico y a quedar

subutilizada una costosa infraestructura. El tercero

fue el de fortalecer la investigación en manejo de

aguas y utilización del riego, única forma de lograr

que las inversiones en este terreno se utilicen

adecuadamente y contribuyan a diversificar la

estructura productiva de las regiones donde se

efectúan, en especial hacia cultivos de alto valor

unitario.

Las actividades enunciadas sentaron las bases

para que la cantidad de tierras adecuadas en

Colombia aumente de forma notoria, y para que las

inversiones en este campo se utilicen racional y

eficientemente, aspectos ambos fundamentales para

mejorar la competitividad de la producción

agropecuaria nacional.

El incentivo a la capitalización rural

Tal vez la herramienta más novedosa que se


constituyó para fomentar la tecnificación del agro

colombiano y para propender por su competitividad

fue el Incentivo a la Capitalización Rural. En virtud

de este mecanismo, creado en la Ley Agraria por

propuesta del Ministerio, toda persona natural o

jurídica que realice proyectos de inversión en el

sector agropecuario, en actividades que propendan por

el mejoramiento de la competitividad y por el

establecimiento de un sistema sostenible de

producción, recibirá un subsidio gubernamental

equivalente, como máximo, al 40% del valor del

proyecto. El incentivo se abona al capital de la

deuda, una vez se cumplan las etapas de elegibilidad,

otorgamiento y verificación de la ejecución de las

inversiones propuestas en el respectivo proyecto. La

reglamentación inicial, expedida por la Comisión

Nacional de Crédito, definió como elegibles los

proyectos de adecuación de tierras, de mejoramiento

de la comercialización y de modernización y

reconversión tecnológica y/o de cultivos. Para el

primero estableció un subsidio del 30% y para los dos


últimos de 20%, excepto para proyectos de pequeños

productores, en cuyo caso se elevaba al 30% - Estos

últimos proyectos podían ser amparados, además, por

el Fondo Agropecuario de Garantías.

Adicionalmente, el Ministerio efectuó un análisis

detallado del tipo de proyectos de mejoramiento

tecnológico a los cuales se les podría extender el

beneficio del subsidio. Empero, la Comisión consideró

prudente no hacer una reglamentación muy compleja

en sus primeras fases. Con base en el trabajo

realizado y en otros que se llevaron a cabo bajo la

nueva Administración, el 17 de noviembre de 1994 la

Comisión amplió el incentivo a una serie de actividades

tendientes a producir insumos u ofrecer servicios

fundamentales para adelantar una agricultura

competitiva y sostenible cuyo desarrollo en el país


28
es aún incipiente , y elevó los montos a 40% para

pequeños productores y 30% para los demás, en

cualquiera de los proyectos elegibles.

Aunque inicialmente la entrega del lCR enfrentó


algunos problemas asociados con la falta de una buena

difusión a los productores y a los intermediarios

financieros, hasta mayo de 1995 se han otorgado o

declarado elegibles proyectos que recibirán $ 4.362

millones en subsidios, que corresponden a inversiones

en el sector de unos $23.781 millones. Los proyectos

de adecuación de tierras han sido los más

beneficiados con el incentivo y para finales de 1995

se espera que dicho estímulo financiero se extienda a

la adquisición de maquinaria y equipo en el sector

(Véase Cuadro 4.6).

CUADRO 4.6 : INCENTIVOS A LA

CAPITALIZACIÓN RURAL (lCR) OTORGADOS

Con este mecanismo, Colombia inició la

aplicación d lo que tiende a ser, en la órbita

internacional, la nueva política sectorial: el

otorgamiento de subvenciones, o pagos directos, a los

productores, de los que conforman el conjunto de

ayudas permitidas por el GATT de 1994. Pero lo hizo

de una manera modesta, como corresponde a un país


con su situación fiscal, y sin incurrir en algunos de los

aspectos más criticados de políticas similares. En

efecto, los recursos presupuestales asignados al

incentivo en el Plan de Desarrollo para el período

1995-1998 —$91.399 millones, expresados en pesos

de 1994—, son cifras perfectamente manejables,

pero pueden generar un efecto considerable en

términos de capitalización del sector.

De esta manera, la primera crítica que se le

hace a este tipo de política, relativa a sus elevados

costos presupuestales, no viene al caso en el esquema

colombiano. Tampoco la referente a que los subsidios

no tienen ningún impacto sobre el mejoramiento


29
productivo del agro , por cuanto este es un subsidio

a la inversión en actividades que tengan incidencia

positiva en la competitividad y en la sostenibilidad de

la producción. En particular, la subvención está

orientada a estimular la inversión privada en aquellos

renglones considerados como limitantes severos a la

competitividad sectorial, esto es, adecuación de


tierras, mejoramiento tecnológico y modernización de

la comercialización y del procesamiento primario.

La crítica relacionada con la presunta

concentración del subsidio en los agricultores grandes

fue tenida en cuenta por el Ministerio en la

reglamentación de la ley, al establecer un tope

máximo a lo que puede recibir como incentivo un

productor (400 salarios mínimos), porcentajes

diferenciales de subsidio para los pequeños

productores y facilidad de acceso al FAG para

resolver el problema de las garantías de los

campesinos. Además, se inició un proceso de difusión

para que las secretarías de agricultura, las UMATA y

otras entidades promovieran y asesoraran la

presentación de proyectos por parte de pequeños

productores.

Modernización de los canales de comercialización

Otro de los puntos estratégicos para el

mejoramiento de la competitividad sectorial es, sin

lugar a dudas, el fortalecimiento y la modernización


de los canales de comercialización, puesto que con

mucha frecuencia lo que se gana en competitividad a

nivel de finca se pierde en el mercadeo de los

productos. Diversos fenómenos inciden en tal

situación, desde las gigantescas deficiencias que en

infraestructura de transporte y de comercialización

tiene el país, hasta la falta de organización de los

productores y su escaso interés en mejorar el proceso

a todo lo largo de la cadena y, por ende, en adecuar

el producto desde la finca para su mercadeo. Las

pérdidas en que se incurre por esto último son

enormes, y los sobrecostos cuantiosos, pues

usualmente se transporta más basura, agua y

productos dañados, o deteriorados, que bienes

preparados para su consumo fi nal o para su

procesamiento industrial.

La estrategia diseñada por el Ministerio

buscaba atacar los diversos impedimentos que se

erigían para que el país contara con una moderna y

eficiente comercialización de las cosechas. Además de


la puesta en marcha de instrumentos novedosos de

intervención del IDEMA, a la que ya ir se hizo

referencia al comienzo de este capítulo, tal

estrategia incluyó, entre otras actividades, la

propuesta de crear una instancia de concertación del

desarrollo de la infraestructura de transporte entre

el Ministerio del ramo, el de Agricultura y Planeación

Nacional, para que las necesidades del sector se

tuvieran en cuenta en los planes generales; el

fortalecimiento de mecanismos de transacción de las

mercancías sin su presencia física, y de ventas a

futuros y coberturas de riesgos; el desarrollo del

mercadeo a granel; el establecimiento de un marco

institucional y normativo para el adecuado

funcionamiento de las centrales de abasto; y el

impulso a la Corporación Colombia Internacional.

No obstante, su elemento más novedoso fue la

creación de un nuevo mecanismo para promover la

conformación de empresas de comercialización de

propiedad de los productores, las cuales deberían ser


los vehículos por excelencia para la modernización de

las respectivas cadenas, desde la fase de la

preparación del producto en finca hasta su entrega a

los procesadores o a los vendedores finales.

La experiencia internacional, y la vivida por el

agro colombiano, han demostrado la importancia de

que los productores agropecuarios participen del

proceso de comercialización de sus productos a través

de empresas especializadas en el tema, de las cuales

sean accionistas. Esta modalidad permite que los

productores, con la parte del margen de

comercialización que se apropian, se defiendan mejor

en los períodos de bajos precios y puedan capitalizar

más rápido y tecnificarse en los de altas

cotizaciones. Empero, su ventaja no se limita a dicho

aspecto, sino que es fundamental para que los

productores agreguen volúmenes, ganen poder de

negociación frente a unos procesadores o

intermediarios generalmente concentrados y se

empapen de los problemas y requerimientos de la


comercialización. Esto último coadyuva a que preparen

cada vez mejor en su finca el producto para

mercadearlo, pues les va a permitir enterarse de las

significativas disminuciones de ingreso que tienen, y

del problema que generan a lo largo de toda la cadena

por no hacerlo. De igual manera, facilita que estén al

tanto de los cambios que se están presentando en el

mercado para que se adecuen a ellos.

Para promover esta estrategia, la Ley Agraria

autorizó al IDEMA a constituir un fondo con el fin de

que, actuando como inversor de riesgo mediante el

aporte de capital semilla y de recursos de

preinversión, fomente la creación y el fortalecimiento

de empresas de comercialización y de procesamiento

primario en las que los productores participen como

accionistas. Dicho fondo, denominado Fondo

EMPRENDER, debe vender su participación en las

empresas una vez ellas comiencen a dar utilidades y

se estabilicen económicamente, de forma que los

productores consoliden su dominio accionario en ellas.


Como se verá en el capítulo relativo a la política de

desarrollo rural, los pequeños productores deben ser

los principales beneficiarios de esta iniciativa, aunque

no necesariamente los únicos.

El tema de la infraestructura de transporte

constituyó preocupación del equipo directivo del

Ministerio desde cuando se comenzó a diseñar la

nueva política. El atraso que el país registra en esta

materia, el casi nulo desarrollo de sistemas de

transporte multimodal y de las modalidades más

baratas de transporte de bienes agrícolas —la fluvial

y la férrea—, los enormes costos que se registran en

el transporte de los productos, en especial desde la

finca hasta los puntos de compra de procesadores o

expendedores al público, y el hecho de que la política

de transporte privilegiaba la construcción de

infraestructura para unir los mercados internacionales

con los centros de consumo detrimento de la conexión

de estos últimos con las zonas productoras, llevaron

al Ministerio de Agricultura a proponer, en la versión


inicial del Plan de Reactivación, la conformación de un

comité de alto nivel, integrado por Ministerios de

Transporte y Agricultura y por el Departamento

Nacional de Planeación, para discutir las prioridades

de inversión y para garantizar que en ellas se tuviera

en cuenta los intereses y las necesidades del sector

agropecuario. Sin embargo, las urgencias del día a día

no permitieron que a tópico tan vital para el agro se

le pusiera la atención que requería, por lo que su

puesta en marcha continua siendo una de las

prioridades de la política para el sector.

Aspecto fundamental para modernizar la

comercialización agropecuaria es el desarrollo de las

bolsas especializadas y de mecanismos de ventas a

futuro y de cobertura de riesgos. Las primeras, en

sus etapas iniciales, permiten que las transacciones

de productos no tengan que efectuarse con su

presencia física y constituyen un vehículo para

relacionar, de manera amplia y rápida, a vendedores

con compradores, con lo que contribuyen a romper


factores monopólicos asociados con los mercados

regionales que cuentan con escasa presencia de

compradores. En Colombia se había creado una Bolsa

Nacional cuyo desempeño había dependido casi

totalmente de la realización de ventas del IDEMA en

ella. Su desarrollo era, en consecuencia, incipiente e

inestable, a pesar de ser considerado como uno de los

pioneros en Latinoamérica. Su fortalecimiento hacía

parte de la estrategia de modernización de la

comercialización trazada por el Ministerio. En

consecuencia, se apoyaron los planes que los

directivos de la entidad se habían propuesto, se

coadyuvó al desarrollo de planes de los directivos en

la entidad se había propuesto, se coadyuvó al

desarrollo y reglamentación de la cámara arbitral —

esencial para que hubiera confianza en un sistema de

intercambio no presencial de las mercancías—, y se

promovió la expedición de un decreto que exceptuaba

del pago de la retención en la fuente a las

transacciones efectuadas en la Bolsa, con lo que se le

extendía un tratamiento tributario especial del que ya


gozaban las bolsas de valores. Las acciones

mencionadas, en especial la última, contribuyeron al

significativo incremento de las transacciones

efectuadas en la Bolsa Nacional Agropecuaria, cuyos

volúmenes se multiplicaron casi siete veces entre

1992 y 1994, al tiempo que los valores de las

mercancías transadas se multiplican más de diez

veces (Véase Cuadro 4.7).

Adicionalmente, el Ministerio propendió por el

desarrollo y la vinculación entre organismos similares

en el Grupo Andino, e inició, con los directivos de la

Bolsa, el estudio de la posible utilización de los

mecanismos de ventas a futuro y de cobertura de

riesgos por parte de la entidad. En este aspecto, se

consideró preferible prolongar la fase de consolidación

y de perfeccionamiento de los mecanismos iniciales de

venta de físicos, aún incipientes a pesar de los

avances reportados, antes de abordar el montaje de

procedimientos más complejos, los cuales, sin

embargo, deben impulsarse en un futuro cercano. En


todo caso, para permitir el surgimiento de tales

mecanismos, la Ley Agraria autorizó a las Bolsas de

Productos Agropecuarios a desarrollar mercados de

futuros y opciones de cobertura de los riesgos

inherentes a las fluctuaciones de precios.

La deficiencia en infraestructura moderna de

comercialización de granos y de perecederos ha sido

otro de los inconvenientes que ha enfrentado el

mercadeo agrícola. En relación con la primera, en

numerosas zonas, en especial de reciente vinculación a

la producción agropecuaria, existe aún déficit de

capacidad de almacenamiento, no obstante el esfuerzo

emprendido por el IDEMA desde finales de los

ochentas para subsanarlo, y las facilidades para el

manejo de graneles es insuficiente, en casi todo el

país. En algunas regiones es posible que el sector

privado construya de esa infraestructura, o esté

dispuesto a hacerlo en asocio con el Estado. En otras,

por diversos motivos, principalmente de orden público,

es previsible que los particulares no inviertan en esta


actividad, por lo que le corresponde al Estado

adelantarla. Por esta razón, como uno de los aportes

para resolver esta dificultad, la Ley Agraria facultó

al IDEMA para que, en cumplimiento de su función de

apoyo a comercialización, construya o cofinancie la

construcción de infraestructura física comercial.

Adicionalmente, otros mecanismos creados en

desarrollo de dicha ley, como Fondo EMPRENDER y el

Incentivo a la Capitalización se presume que deben

ayudar a estimular al sector privado para que invierta

en infraestructura de mercadeo, tanto para granos

como para perecederos.

Con respecto a los mercados mayoristas, y

especialmente a las centrales de abastos, la Ley

Agraria reiteró política definida en los decretos de

modernización del Estado de cesar la participación

accionaria de entidades oficiales del orden nacional en

ellas, aunque amplió el plazo para que el proceso se

pudiera adelantar de forma adecuada y cuidadosa, y

autorizó al Gobierno Nacional para reglamentar los


objetivos de interés público y los mecanismos de

vigilancia sobre tales mercados. De esta manera se

propendía por implantar un esquema que había

demostrado resultados positivos, en el cual el

gobierno apoyaba o promovía proyectos de mercados

mayoristas, pero su propiedad en manos de los

comerciantes que invirtieran ellos. Esto le permitía

dejar de tener una enorme inversión que terminaba

subvencionando a comerciantes grandes, y entrar, ya

sin intereses accionarios, a reglamentar las centrales,

de forma que se propugnara por su modernización y

por el rompimiento de monopolios y carteles en la

formación de precios.

CUADRO 4.7: Principales productos transados en la


bolsa popular agropecuaria

La creación de nuevos renglones agroindustriales de

exportación fue un objetivo central de la creación de

la Corporación Colombia Internacional en diciembre de

1992, como un instrumento conjunto de acción de los

sectores público y privado. La concresión de este

objetivo requería, sin embargo, la realización de


diversos estudios orientados E a definir una

estrategia en este campo. La realización de estos

análisis permitió, a comienzos de 1994, definir un

claro derrotero a las actividades de este nuevo

instrumento de la política sectorial, que se

materializó en la promoción y posterior conformación

de PROMAGRO en abril de 1995. Simultáneamente, la

Corporación llevó a cabo, con la asesoría de la

Fundación Chile, entidad líder en su ramo, los

estudios orientados a desarrollar un sello de calidad

para los productos agroindustriales de exportación. En

marzo de 1994, la Superintendencia de Industria y

Comercio autorizó a esta entidad a expedir

certificados de calidad para frutas y hortalizas

frescas y productos orgánicos, con lo que se

constituyó, con ICONTEC, en los primeros organismos

de certificación autorizados para operar en el marco

del Sistema Nacional de Normalización, Certificación

y Metrología.

Herramientas complementarias para fomentar la


competitividad sectorial
El incremento de la modernización agropecuaria

demandaba la realización de acciones en otros

campos, así como el establecimiento de estímulos y de

instrumentos para que los productores afrontaran

exitosamente el reto propuesto Dentro de las

numerosas herramientas utilizadas, tres merecen

especial mención, por la importancia que se les

concedió en el conjunto de la política sectorial. Se

trata del fortalecimiento de la parafiscalidad, del

mejoramiento de la sanidad agropecuaria y de la

creación del seguro agropecuario.

Los fondos parafiscales, basados en

contribuciones que voluntariamente se impone un

gremio de productores, venían funcionando para

algunos cultivos desde hace varios años y habían

contribuido, en unos más que en otros, al


30
mejoramiento de su productividad . El Ministerio

consideró que esta era una herramienta interesante

para que el sector privado pudiera jugar un papel más

protagónico en la política y en el desarrollo sectorial,


por lo que promovió la creación de nuevos fondos y

propendió por su reglamentación, a través de un

marco legal común. En el primer aspecto, concertó

con los gremios y presentó al Congreso de la

República siete proyectos de ley de creación de

nuevos fondos: ganadero, avícola, hortofrutícola,

palma africana, de leguminosas (incluido el fríjol

soya), algodonero y porcícola. Los cinco primeros

fueron aprobados y los dos últimos quedaron en

trámite. Con ellos y los ya existentes, más de tres

cuartas partes de la producción sectorial ha quedado

cobijada por este mecanismo.

Con el fin de establecer un marco legal global

para los distintos fondos, el Ministerio incorporó en la

Ley Agraria un capítulo, el quinto, dedicado al tema.

Entre las materias que trata se destaca la definición

de las áreas a las que se deben destinar los recursos

que se recauden por concepto de estas

contribuciones, las cuales buscan superar diversos

escollos para el mejoramiento de la competitividad y


de los ingresos de los subsectores objeto de cada

fondo. Ellas son la investigación, la transferencia de

tecnología, la asesoría y la asistencia técnica; la

adecuación de la producción y el control sanitario; el

desarrollo y mejoramiento de la comercialización; el

fomento de las exportaciones; y la ejecución de

programas económicos, sociales y de infraestructura

para beneficio del subsector objeto de la

contribución.

De igual manera, la Ley estableció que los

fondos para fiscales deben ser administrados por los

gremios que gocen de representatividad a nivel

nacional, pero permite que lo hagan también las

colectividades beneficiarias de las contribuciones,

previa la celebración, en cualquiera de los dos casos,

de contratos que se firmen para el efecto con la

Nación. La determinación de esta segunda opción es

funda mental para los casos en los cuales no haya

gremios suficientemente representativos, o de que

sea necesario declarar la caducidad del contrato con


ellos, pues abre la posibilidad de otra alternativa en

que también sean los interesados quienes tengan el

manejo de los recursos que aportan.

En relación con la sanidad agropecuaria, el

Ministerio adelantó diversas labores para mejorarla,

consciente de la importancia que tiene para el sector


31
en cualquier esquema , pero en especial en uno de

apertura, en el cual se presentan mayores riesgos de

introducción de plagas y enfermedades. Además de

fortalecerla institucionalmente, con la especialización

determinada en la reforma del ICA, se amplió la

infraestructura de experimentación, en especial con

los laboratorios de Mosquera e Ibagué; se impulsó un

ambicioso programa de investigación aplicada; se

promovieron convenios y trabajo de cooperación con

diversos países y organismos internacionales, y se

introdujeron dos iniciativas importantes en la Ley

Agraria. La primera fue la creación del Fondo

Nacional de Protección Agropecuaria, administrado

por el ICA, cuyo objetivo es el de facilitar un manejo


mas ágil y oportuno de las actividades de sanidad, ya

que en numerosas ocasiones la falta de recursos, o

las demoras del proceso presupuestal, determinaban

que las actividades de prevención, control o

erradicación no se efectuaran con la celeridad y con

la oportunidad que ellas requieren. La segunda

consistió en autorizar al ICA para adelantar su labor

a través de otras entidades oficiales o particulares,

mediante delegación o la celebración de contratos o

convenios, lo que permitirá descentralizar esta

función, o no efectuarla de manera directa por el

Instituto cuando ello no sea conveniente. De esta

manera, se inició la creación de un verdadero sistema

de sanidad agropecuaria con cobertura nacional, que

pueda aglutinar diversas entidades —públicas y

privadas, nacionales, departamentales y municipales—

y sumar esfuerzos para la realización de una labor en

la que los privados tienen una responsabilidad

fundamental.

Por su parte, la Ley 69 de 1993, estableció el


seguro agropecuario y creó el Fondo Nacional de

Riesgos Agropecuarios. Dado el cúmulo de

experiencias desfavorables con el manejo de esquemas

de este tipo, a nivel nacional e internacional, esta

Ley previó el montaje gradual y cuidadoso de esta

herramienta de protección contra los riesgos

naturales y climáticos. La Ley Agraria determinó en

forma complementaria, que el Estado podría subsidiar

el pago de las primas, lo que debe facilitar su puesta

en marcha y hacerlo accesible a todos los

productores. Ordenó, por otra parte, que las partidas

provenientes del Presupuesto Nacional con destino al

mencionado Fondo sean asignadas a título de

capitalización, disposición que busca garantizar, desde

el comienzo, su solvencia y buen funcionamiento.

Mejoramiento de los sistemas de información y

estadística

La información con que se cuenta en el sector

agropecuario es incompleta y poco fiable, por decir lo

menos. Innumerables decisiones de política deben


tomarse por intuición, pues las estadísticas y las

cifras disponibles poco ayudan. En estas condiciones,

acertar en la solución de los problemas coyunturales

del agro y en el diseño de una política de largo

aliento es bastante difícil. Prever las dificultades

es poco menos que imposible, por lo que ellas

toman de sorpresa al sector, lo que con información

adecuada no sucedería. Además, las discusiones entre

gobierno y gremios

acerca de la validez de los datos que cada uno

esgrime son

recurrentes y desgastadoras.

Por esas razones, el Ministerio se propuso

adoptar un sistema estadístico más completo, técnico

y confiable. En diversos campos se trabajó para

conseguirlo. Se emprendió el diseño de una red

nacional de información agropecuaria, a la cual se

involucren las entidades descentralizadas y las del

orden territorial, que permita organizar toda la

información sobre el sector, garantizar su


disponibilidad para los distintos usuarios, promover su

constante actualización y establecer procedimientos

de control y chequeo, todo ello con base en sistemas

modernos de comunicación e informática. Para su

coordinación se creó, por Resolución 1048 de 1993, el

Comité Asesor del Sistema de Información del Sector

Agropecuario.

Bajo dicha orientación, se montó un sistema de

información georeferenciado, cuya utilidad es bien

conocida para el mejoramiento de la información física

y de infraestructura, y que facilita la identificación

de las regiones con mayores necesidades para la

priorización, o focalización, de acciones e inversiones.

Por su parte, para la generación de información sobre

áreas, producción y rendimientos —sin duda la mayor

fuente de controversias—, el Ministerio suscribió un

contrato con el DANE, gracias al cual esta entidad

llevó a cabo, a partir de 1994, el proceso de

actualización

metodológica que debe servir de base para la


realización

de modernas encuestas agropecuarias, las cuales

sustituirán, a partir de 1996, el obsoleto esquema de

estadísticas por consenso, que ha sido objeto de

inútiles polémicas sobre su confiabilidad.

Con el fin de contar con mejor información sobre

costos de producción se hizo una evaluación de las

diversas metodologías empleadas, con el fin de definir

la que resulte más apropiada a las características del

sector, de manera que se pueda iniciar el proceso de

unificación y validación de dicha metodología y de tal

información. El montaje de un sistema de información

de precios y mercados fue, también, parte de dicho

esfuerzo. Después de numerosos intentos por

iniciarlo, finalmente se logró ponerlo en marcha con

base en una labor conjunta y articulada con todas las

centrales de abasto existentes en el país, para lo que

se firmó un convenio con el organismo que las

agremia, Acoabastos. La creación de una unidad de

inteligencia de mercados, que conozca lo que está


sucediendo en los principales países competidores o de

destino de las exportaciones colombianas, se enunció

como una necesidad, pero no se logró avanzar en este

terreno.

____________

25. En 1995 esta cifra se amplió a US$ 69.8


millones.(Regresar)

26. Anteriormente la participación de los usuarios se


limitaba a administrar algunos distritos, luego de
varios años de finalizada su construcción. En diversos
casos los usuarios se negaban a administrar obras con
las que no tenían un real compromiso desde su
iniciación, algunas de las cuales presentaban fallas
técnicas y no era factible mantenerlas con las tarifas
recaudadas por el agua.(Regresar)

27. La Unidad Agrícola Familiar se define como la


cantidad de tierra necesaria, en una región
determinada, para generar un ingreso familiar
equivalente a tres salarios mínimos. Aunque fue
diseñado originalmente como un concepto para la
reforma agraria, su uso se ha extendido a
prácticamente todas las áreas de la política
agropecuaria.(Regresar)

28. Tales como la producción de agentes de control


biológico, material vegetal in vitro, derivados de la
biotecnología, semillas mejoradas para campesinos,
embriones, alevinos, abonos biológicos y orgánicos,
maquinaria de cosecha y poscosecha y para pequeña
agricultura, y el establecimiento de laboratorios de
análisis de suelos, vegetales y calidad de
aguas.(Regresar)

29. Esta es una de las criticas que con mayor


frecuencia se le hacen en México a PROCAMPO. Ver,
por ejemplo, las críticas de varios analistas en la
Jornada del Campo del 26 de octubre dé
1993.(Regresar)

30. En estos casos, la decisión de establecer la


contribución es voluntaria de un gremio, pero su pago
es obligatorio una vez la cree la ley. En Colombia
existían fondos parafiscales para el café, el arroz,
los cereales (diferentes al arroz), el cacao y, más
recientemente, la panela. El primero de ellos ha
contado con características muy peculiares desde su
fundación, mientras que los otros presentan muchas
similitudes. Aunque no se dispone de una evaluación
sobre su desempeño y su impacto, parece existir
consenso en que han reportado ventajas a sus
contribuyentes en mejoramiento productivo, aunque
con experiencias muy diferentes en distintos
sectores.(Regresar)

31. Los problemas sanitarios aumentan costos y


pérdidas, restan posibilidades de colocación a los
bienes agropecuarios en los mercados externos,
influyen en su calidad, etc. En algunas actividades en
Colombia llegan a ser determinantes en su
rentabilidad (v. gr. ganadería y algodón).(Regresar)

Capítulo 5

EN PROCURA DE MEJORES CONDICIONES

EXTERNAS PARA LA INTERNACIONALIZACIÓN

DEL AGRO

Pese al relativo aislamiento que ha

caracterizado a la economía nacional durante la mayor

parte de su historia, el desarrollo del agro colombiano

ha estado siempre relacionado, en mayor o menor

medida, con la situación de los mercados


1
internacionales . Desde los tiempos remotos de las

bonanzas decimonónicas del tabaco, del añil y de la

quina, pasando por la época de la irrupción del país

como exportador cafetero en la segunda mitad de la

pasada centuria y de su dramática dependencia de los


ciclos del grano para fomentar su desenvolvimiento

económico, hasta los períodos más cercanos de

diversificación de la estructura productiva y

exportadora, cuando diversos cultivos comenzaron a

civilizar las planicies cálidas y feraces de las regiones

interandina, costera y orinocense, y a quitar así, la

preeminencia agrícola a las laderas y mesetas de los

Andes, las condiciones externas han incidido

decisivamente en el devenir agropecuario colombiano.

Los mercados internacionales ofrecieron oportunidades

de crecimiento fundamentales para diversas ramas de

la producción y para diferentes regiones agrícolas, en

especial a medida en que se fueron agotando las

posibilidades y las políticas de sustitución de

importaciones, y aunque no constituyeron el destino

mayoritario de las cosechas colombianas, si fueron,

en numerosos casos, el elemento dinámico del

desarrollo de las mismas.

Tal influencia debe ser mucho mayor en un

escenario de internacionalización de la economía


colombiana, cuyo telón de fondo son los avances en

las comunicaciones y en los transportes que relacionan

crecientemente los mercados, incluidos los más

lejanos y desconocidos. Su conocimiento se convierte,

en consecuencia, en elemento fundamental para los

productores y para los responsables de la política

sectorial, y la realización de conversaciones de

negociaciones internacionales con miras a conseguir

condiciones externas propicias al desarrollo

agropecuario exige cada vez mayor atención. Dichas

negociaciones tornan cada vez más frecuentes y

complejas, y lo que en ellas se define condiciona

crecientemente el desempeño sectorial. Ya no sólo

definen las condiciones de acceso de los bienes del

agro colombiano a los mercados internacionales, o la

política arancelaria y para-arancelaria aplicable al

sector, lo que de por sí es suficientemente

importante sino que incluso pueden limitar las opciones

de la política sectorial de manera significativa.

Por las razones anotadas, el Ministerio dedicó


considerables tiempo y esfuerzos a tales

negociaciones. Las principales, aunque no las únicas,

se analizan a continuación. Ellas fueron la Ronda

Uruguay del GATT y las relativas a acuerdos de

integración o de libre comercio. El objetivo

fundamental perseguido fue el de propender por el

establecimiento de condiciones favorables para el

desarrollo agropecuario, en especial la creación de

mayores facilidades para la colocación de los bienes

agrícolas exportable colombianos, actuales y

potenciales, en los mercados internacionales, y el

mantenimiento de márgenes importante para futuras

negociaciones y para el manejo de la política sectorial

doméstica, en especial aquella orientada a los

productos sensibles caracterizados por mercados

internacionales altamente distorsionados.

La agricultura y la ronda Uruguay del GATT

La octava ronda de negociación del GATT se

lanzó en Punta del Este (Uruguay) en septiembre de

1986, como respuesta a la agudización de tendencias


proteccionistas que se venían presentando en los

últimos años, las cuales se manifestaban,

especialmente, en la intención europea de crear un

bloque comercial aparentemente cerrado, en la

creciente utilización de barreras no arancelarias, en

la cada vez más frecuente violación de las reglas y

disposiciones del Acuerdo General y en la

impresionante elevación de los subsidios y de las

trabas al comercio agrícola en las naciones

industrializadas.

La Ronda Uruguay abordó por primera vez con

seriedad el tema del comercio de bienes

agropecuarios. En efecto, en las anteriores

negociaciones este tópico sólo se había tratado de

manera marginal y los pocos resultados que se

obtuvieron, en especial en productos agropecuarios

tropicales, fueron muy modestos. Por esta razón,

como se señaló en el primer capítulo, la agricultura se

hallaba virtualmente al margen de las regulaciones del

GATT, y muchas prácticas terminantemente


prohibidas para otros sectores de la producción de

mercancías eran permitidas en el caso del agro.

Incluso, varios países consiguieron del GATT

dispensas y tratamientos excepcionales que los

autorizaban a imponer diversas cortapisas al comercio

de productos agrícolas. Por todas las razones

anteriores, el agropecuario era el sector que más

distorsiones y barreras al acceso —arancelarias y no

arancelarias, comerciales y técnicas— registraba al

comenzar la Ronda Uruguay. Además de que su

comercio internacional no contaba con reglas de juego

claras y con mecanismos de solución de controversias.

Adicionalmente, la guerra de subsidios entre varios

países industrializados, para lograr el dominio de los

mercados internacionales, se había agudizado

considerablemente, con lo que los tradicionales

exportadores de bienes del agro que no lo subsidiaban

perdían ingresos y mercados.

La situación descrita, y en particular la presión de


2
los países del Grupo Cairns , que se constituyó en
las primeras fases de la Ronda como un bloque de

países exportadores d de bienes agrícolas que

abogaban por la mayor liberación del comercio

agrícola mundial, determinó que a la agricultura se le

otorgara una significativa importancia en las

negociaciones y que se crearan considerables

expectativas. No obstante, los intereses en juego

eran grandes y contrapuestos, lo que dificultó desde

un principio la negociación. Mientras los países del

Grupo Cairns, los Estados Unidos y algunos otros

países que cuentan con ventajas comparativas

abogaban por una reforma profunda y una amplia

liberación del comercio agrícola, la Comunidad

Económica Europea, otros países del viejo continente

y Japón deseaban que el acuerdo al que se llegara

fuera muy limitado y parcial, pues no querían

enfrentar a sus agricultores a una competencia

internacional sin subsidios.

La desaveniencia agrícola determinó el fracaso de

la Revisión de Mitad de Período, en Montreal en


1988, de la que se esperaba un impulso sustancial en

las negociaciones, y la frustración de la prevista

terminación de la Ronda en la reunión ministerial de

Bruselas, en diciembre de 1990, por lo que al

Presidente de la reunión le tocó prorrogar

indefinidamente las negociaciones en espera de

condiciones más propicias. Un año después, en un

nuevo y desesperado intento por culminar la Ronda, el

entonces Director General del GATT, Arthur Dunkel,

presentó un proyecto de Acta Final que incluía muchos

de los puntos y de las formulaciones que finalmente

se aprobaron, y proponía, específicamente, en el caso

de la agricultura, la tarificación de todas las medidas

de protección frente a las importaciones; una

reducción del 36% en promedio para los aranceles

tarificados y una reducción mínima de 15% por

partida arancelaria; un compromiso de acceso mínimo

(es decir, de participación de las importaciones en los

mercados nacionales) para todos los productos del

3%, que se aumentaría gradualmente hasta alcanzar

un 5%; una disminución del 20% en los montos de la


ayuda interna, del 36% en los de los subsidios a las

exportaciones y del 24% de las cantidades

subvencionables; y un acuerdo para evitar que las

normas fitosanitarias fuesen utilizadas con propósitos

proteccionistas. De acuerdo con esta propuesta,

dichas reducciones y la apertura del mercado tendrían

lugar en forma gradual durante el período 1993-

1999. Se proponía, igualmente, exceptuar de los

compromisos de reducción a una amplia lista de

subvenciones internas, en lo que se denominó como la

caja verde, bajo el supuesto de que ellas no

generaban distorsiones en el comercio agrícola

internacional.

El acuerdo definitivo, alcanzado a finales de 1993

y suscrito en Marrakech en abril de 1994, tras una

intensa negociación final bilateral entre Estados

Unidos y la Unión Europea, que dejó como

espectadores a todos los demás países, cambió muy

marginalmente tales porcentajes, aunque efectuó

otras modificaciones de fondo. En efecto, la única


modificación presentada en los porcentajes —

indudablemente importante— fue la de disminuir del

24 al 21% el compromiso de reducción de las

cantidades exportadas con subsidio. No obstante, se

ampliaron las ayudas no sujetas a compromisos de

reducción (caja verde), con lo que se legalizó buena

parte de los subsidios internos que hacen parte

central de la política agrícola de los países

industrializados, en especial de Estados Unidos y la

Unión Europea. Igualmente, se incluyó una norma

nueva, conocida como cláusula de paz, que será

aplicable durante nueve años, con la cual se hace más

difícil la imposición de derechos compensatorios, o de

cualquier otra medida correctiva de defensa contra

los subsidios internos y externos establecidos por los

países que estuviesen cumpliendo los compromisos de

reducción. La mayoría de estas modificaciones había

sido convenida previamente en el llamado Acuerdo de

Blair House entre Estados Unidos y la Unión Europea,

o adoptadas bajo presión intensa de Francia en las

últimas semanas de las negociaciones.


En síntesis, lo finalmente acordado dista mucho de

lo que deseaban en un principio la mayoría de

naciones. Aunque no se puede negar que se presentó

un avance, en especial en la incorporación de la

agricultura a las disciplinas del GATT y en contar con

mayores reglas y disciplinas, los compromisos de

reducción de la protección y especialmente, de los

subsidios, fueron muy modestos. En consecuencia, los

países industrializados podrán seguir subsidiando su

agricultura, aunque con algunas restricciones, lo que

les permitirá mantener en buena medida su

participación en los mercados mundiales, a pesar de

sus dudosas ventajas comparativas, en tanto que el

resto de países se verán limitados para utilizar

mecanismos de defensa contra la competencia desleal

de aquellos.

Cabe anotar que, al igual que otros actores, el

Grupo de Cairns fue abrumado por el bilateralismo

que caracterizó la fase final de las negociaciones.

Tanto en la reunión de Bangkok, que tuvo lugar en


junio de 1993, como en la de Ginebra, de octubre del

mismo año, que contó con la participación del nuevo

Director del GATT, Peter Sutherland, el Grupo

reclamó la conveniencia de retornar a la mesa

multilateral. Defendió, además, la necesidad de un

acuerdo definitivo en el cual se respetaron los

principios básicos del proyecto de Acta Final de

Dunkel en materia agrícola — el mayor acceso a los

mercados, la reducción de los subsidios a la

producción y a las exportaciones, y normas

fitosanitarias que no obstaculicen el comercio— y

rechazó las propuestas de aquellos países, en especial

Francia, quepretendían debilitar aún más el acuerdo

agrícola e incluso posponer nuevamente las

negociaciones agrícolas. No obstante, la cohesión del

Grupo se había debilitado. En Bangkok, los miembros

latinoamericanos tuvieron que ejercer una presión

considerable para evitar que Australia y Nueva

Zelandia consignaran en el comunicado un apoyo del

Grupo de Cairns al Acuerdo de Blair House. Indonesia

presentó, además, una propuesta orientada a


exceptuar de la liberación ciertos productos agrícolas

de particular interés nacional (el arroz). En el

comunicado de Ginebra, Canadá consignó, por su

parte, el rechazo al principio general de tarificación.

Gracias al éxito final, la cohesión se restableció en la

reunión de Montevideo, en mayo de 1994, en la cual

los países miembros acordaron mantener el Grupo

como un instrumento de seguimiento y presión para el

cumplimiento de los compromisos adquiridos por los

países firmantes de la Ronda en materia agrícola.

Estrategia negociadora de Colombia a lo largo de la

Ronda

Desde un principio Colombia fue un participante

activo en los temas agrícolas de la Ronda. Cuando se

inició la conformación del Grupo de Cairns, Colombia

decidió entrar a participar en él. Dos razones

fundamentales motivaron tal determinación: la

primera, que se comprendía que el mejor escenario

para el desarrollo de la agricultura colombiana es

aquel en el cual no se presentan trabas al acceso de


sus productos a los principales mercados externos y

los precios internacionales no se hallan deprimidos por

los subsidios; la segunda, que se entendía que, sin

formar parte de una alianza estratégica que tuviera

un peso significativo, el país difícilmente podría jugar

un papel relevante en las negociaciones y defender de

manera adecuada sus intereses.

Con dicha participación, Colombia buscó dos

objetivos básicos. Uno, de carácter general, era

contribuir al logro de la mayor liberalización posible

del comercio agrícola, en especial en lo relativo al

desmonte de los subsidios y a la desgravación en los

grandes mercados de los bienes que exporta. El otro

consistía en conseguir unas disposiciones

particularmente favorables para los países en

desarrollo, de manera que se hiciera realidad lo que

se llamó el trato especial y diferenciado para estas

naciones. Este segundo objetivo, fuera de basarse en

un enunciado global del GATT que pretende favorecer

a las naciones en desarrollo, partía del supuesto de


que las distorsiones en el comercio agrícola

internacional no las han creado dichos países, sino que

son consecuencia fundamental de la política sectorial

de los países industrializados y que, en consecuencia,

es a ellos a quienes corresponde corregirlas.

Para luchar por estos objetivos, la estrategia

seguida fue la de apoyar los planteamientos del Grupo

de Cairns en los temas generales, pero dejando que

el protagonismo y lo central de la negociación lo

llevaran otros países, en especial Australia, como

Presidente del Grupo, y concentrar los esfuerzos

colombianos en lo relativo al trato especial y

diferenciado para los países en desarrollo, tópico en p

el cual no todos los miembros de Cairns estaban

interesados. En este segundo aspecto, vale la pena

señalar que Colombia y Brasil tuvieron el protagonismo

durante la Ronda, y que nuestro país fue el principal

actor en lo relativo a la defensa de los productos

tropicales.

En efecto, dentro del grupo de agricultura,


Colombia y Brasil fueron quienes más insistieron en el

establecimiento la de normas especiales y más

favorables para las naciones en desarrollo. Muchas

de las propuestas formuladas por estos n dos países

fueron incorporadas en los planteamientos del Grupo

de Cairns, en el proyecto Dunkel y, posteriormente, a

en el acuerdo final sobre la agricultura. Algunas otras

fueron recortadas o desechadas. No obstante, en

buena medida lo que se logró en esta materia —que

fue importante, como se verá más adelante— se debió

al esfuerzo colombo-brasilero y a que, por propuesta

suya, el Grupo de Cairns acogió y defendió esas

iniciativas.

En el caso de los productos tropicales, Colombia

propendió, desde la reunión ministerial de Punta del

Este, porque este fuera un grupo especial y

prioritario de la negociación. Gracias a ello, y al

apoyo de otros países en desarrollo, las declaraciones

de esa reunión y de la Revisión de Mitad de Período

recogieron tales planteamientos, a pesar de la


oposición, generalmente velada, de algunas naciones

desarrolladas, en especial de Estados Unidos. Esta

última quería que el grupo de tropicales fuera

absorbido por el de agricultura, lo que finalmente

logró. Al fin de cuentas, lo único que quedó en el

Acta Final fue una enunciación gaseosa de que los

países desarrollados deberían otorgar mayores

reducciones en las barreras al acceso para los bienes

de interés de los países en desarrollo, incluidos los

productos tropicales. Y ni siquiera esta formulación se

cumplió en todos los casos. Empero, gracias a la

insistencia de Colombia, a veces solitaria, algunos

países sí otorgaron mayores desgravaciones en algunos

de los productos tropicales.

Respecto a las ofertas de negociación, Colombia

hizo propuestas acordes a lo que estuvieran

dispuestos a ofrecer otros países. Cuando, en octubre

de 1991, se pusieron sobre la mesa las primeras

ofertas de negociación que cuantificaban los

compromisos de reducción, Colombia apoyó la oferta


del Grupo de Cairns, la cual proponía compromisos de

reducción de los subsidios y de la protección muy

significativos. Posteriormente, en 1992, cuando se

veía que los resultados de la negociación iban a ser

inferiores a los esperados, porque muchos países

desarrollados no estaban dispuestos a ofrecer más,

Colombia presentó una oferta bastante más modesta.

Finalmente, una vez efectuadas las últimas

modificaciones al acuerdo después de las

negociaciones bilaterales de Estados Unidos con la

Unión Europea, Colombia modificó su oferta,

haciéndola aún más magra.

En esencia, la oferta definitiva presentada

buscaba que los compromisos asumidos no

comprometieran el mantenimiento de una adecuada

protección a los productos más sensibles, no quitaran

posibilidades de modificación de la política —incluida

la arancelaria— a los gobiernos siguientes y otorgaran

un amplio margen de negociación para el futuro. Este

último punto se consideró vital cuando se pudo prever


que las naciones industrializadas iban a arancelizar a

niveles muy altos, y que, en consecuencia, en las

próximas negociaciones —previstas para fines de siglo

— partirían de aranceles consolidados elevados, por lo

quienes no tengan una situación similar se van a ver

en dificultades en la negociación. Las características

específicas de dicha oferta se resumen más adelante.

El trato especial y diferenciado a los países en


desarrollo

Como se señaló, la presión de los países en

desarrollo, y especialmente de Colombia y Brasil,

permitió que el enunciado general del trato especial y

diferenciado para los países en desarrollo se hiciera

realidad en el grupo agricultura. Sin él, dichos países

hubieran salido mal librados de la negociación

agrícola, por cuanto visto reducir modestamente la

protección y los subsidios los países desarrollados,

quedándose sin mecanismos defensa y con la obligación

de abrir sus mercados en la proporción. Por eso, las

cláusulas especiales que se revisten fundamental

importancia.
En virtud del trato especial y diferenciado, los

países desarrollo cuentan con mayores plazos (diez

años en vez. seis) para aplicar sus compromisos de

reducción, los a su vez, son inferiores a los de los

países desarrollados —las dos terceras partes de los

porcentajes mencionados anteriormente—.

Adicionalmente, se estableció la posibilidad de que

iniciaran a niveles altos la reducción arancelaria para

los productos que no tenían consolidados —lo que se

denominó tipos máximos— y que no contaban con

restricciones arancelarias al momento del acuerdo

agrícola. Este punto era de fundamental importancia,

ya que muchos países en desarrollo habían adelantado

durante la Ronda procesos de apertura económica,

que los había conducido a eliminar la mayoría de las

restricciones no arancelarias y a reducir aranceles,

de manera que si hubieran tenido que partir de los

aranceles vigentes, habrían tenido que consolidar la

inmensa mayoría de su arancel agropecuario a niveles

muy bajos, y sólo hubieran tenido la posibilidad de

consolidaciones más altas en los productos que, por


disponer de restricciones no arancelarias, podían

arancelizar. Tal era el caso colombiano.

Así mismo, se consiguió la exclusión de los

compromisos de reducción de una serie de subsidios

internos y a las exportaciones no permitidos a los

países desarrollados. En efecto, quedaron exentas

de los compromisos de reducción las subvenciones a la

inversión de disponibilidad general (como nuestro

incentivo a la capitalización rural), la ayuda para

estimular la diversificación con el objeto de

abandonar cultivos ilícitos y las subvenciones a los

insumos agrícolas para productores pobres, siempre y

cuando ellas hagan parte de los programas de

desarrollo agrícola y rural. Además, cuando la ayuda

interna sea inferior al 10% el valor de la producción,

en vez del 5% que rige para los países desarrollados,

no tiene que incluirse en los compromisos de

reducción. Finalmente, los subsidios para reducir los

costos de comercialización de las exportaciones

agropecuarias y las subvenciones a fletes y tarifas de


transporte, internas e internacionales, para los

productos exportables,quedaron excluidas de los

compromisos de reducción de los países en desarrollo.

Los países más pobres, o menos adelantados, como se

les llamó, quedaron exentos de los compromisos de

reducción. Se estableció, por su parte, que se

tomarán medidas para no perjudicar a los países en

desarrollo importadores netos de alimentos, o para

buscar alguna forma de compensación por los mayores

precios que presumiblemente tendrán que pagar por

sus importaciones.

La oferta agrícola colombiana

Con base en las disposiciones mencionadas sobre

trato especial y diferenciado y en los magros

resultados de la negociación agrícola, Colombia

presentó su oferta definitiva.

Ella le otorga un amplio margen de juego para

mover su política agrícola, incluida la de comercio

exterior, pues el arancel consolidado más bajo al final


del período de reforma (año 2004) será del 70% para
3
los productos agropecuarios .En síntesis, la oferta

colombiana, en lo que respecta a acceso a los

mercados, arancelizó los productos más sensibles —los

de franjas y los que cuentan con precios mínimos de

importación— a niveles que fluctúan entre 83% y

332% para 1995, que se reducirán hasta quedar

entre el 75 % y 227 % en el año 2004. Los restantes

productos, excepto las tres partidas que ya se habían

consolidado en la Ronda Tokio y cuyos aranceles

quedaron iguales, se consolidaron a un nivel de 100%

—basados en la posibilidad de ofrecer topes máximos

—, el cual se irá reduciendo hasta 70%, como máximo

en el año 2004. Para cumplir con las disposiciones

relativas a acceso mínimo y corriente se

establecieron, para los productos arancelizados, unos

contingentes arancelarios, o aranceles cuota, cuyo

arancel consolidado más bajo será del 75% en el

período 1995-2004 (Véase Cuadro 5.1).

En lo relativo a ayuda interna y subsidios a las


exportaciones, la oferta colombiana partió de niveles

elevados en los cuales se cuantificaron todas las

subvenciones que existían en el período de base

(1986-1988), y muchas de las cuales ya se han

eliminado o reducido. De esta manera, el país no va a

tener ninguna dificultad para cumplir con sus

compromisos de reducción —la mayoría los ha cumplido

ya—, máxime si se tiene en cuenta que, como se

mencionó el trato especial y diferenciado autoriza a

utilizar una serie de subvenciones, internas y a la

exportación, que podrían aplicarse en caso necesario.

CUADRO 5.1: Oferta agrícola colombiana


arancelizada en la ronda Uruguay y del GATT

En resumen, y si se tiene en cuenta que el país

consiguió algunas reducciones arancelarias importantes

para productos que le interesan en mercados claves,

se puede decir que Colombia, gracias a su estrategia

de negociación, logró beneficios en la Ronda, a pesar

de los magros resultados de ella en materia agrícola y

del modesto impacto que va a tener sobre los precios

internacionales en los mercados altamente


distorsionados. Los consiguió, además, sin poner en

riesgo a su sector agropecuario y conservando un

margen sustancial para hacer cambios en su política

agropecuaria y para futuras negociaciones.

EL AGRO Y LOS ACUERDOS DE INTEGRACIÓN Y

DE LIBRE COMERCIO

En el ocaso de la década del ochenta se vivió

un resurgir de los procesos de integración en todas

las regiones del globo, como resultado de las

dificultades afrontadas por las negociaciones

multilaterales de la Ronda Uruguay del GATT y del

hecho de que los países europeos lucían más

interesados en su bloque comercial, que en los

resultados de las negociaciones multilaterales. Su

influencia se hizo sentir en estas latitudes, y el país

emprendió una dinámica actividad integracionista. Se

revitalizó el desfalleciente Pacto Andino, se

promovieron acuerdos de libre comercio con. México y

Venezuela (Grupo de los Tres), Chile, Centroamérica y

Caribe, y se manifestó el interés de entrar a


participar del Tratado de Libre Comercio de América

del Norte (TLC o NAFTA), conformado por Estados

Unidos, Canadá y México. La importancia de estos

acuerdos, y de estos mercados, para la agricultura se

hizo más evidente cuando se constató lo modesto

de los resultados de la Ronda Uruguay en esta

materia.

La armonización de la política agropecuaria andina

A principios de 1992, los países del Grupo

Andino eliminaron todas las restricciones para el

intercambio de mercancías entre ellos, tanto

arancelarias como no arancelarias con la excepción de

Perú, que se marginó temporalmente de este proceso.

Por la misma época comenzó la negociación de un

arancel común frente a terceros países - el Arancel

Externo Común, AEC— con el cual se debería

completar una verdadera Unión Aduanera Andina. La

integración, incluso, superó el terreno puramente

comercial al extenderse a otros campos, tales como el

de transporte.
La armonización de algunos elementos de la

política agropecuaria hizo parte de tal proceso.

Especialmente importante se consideró la de las

franjas de precios, por cuanto, además de ser parte

del AEC, constituía la herramienta de defensa de los

productos sensibles del agro frente a las

fluctuaciones de las cotizaciones internacionales y,

parcialmente, a los subsidios que otorgan las naciones

industrializadas a estos bienes. También se tuvo en

cuenta la necesidad de eliminar las subvenciones

internas que alteraban las condiciones de competencia

entre los países miembros, y cualquier otra política

que tuviera un efecto similar. No obstante, por su

importancia y complejidad, los mayores esfuerzos se

orientaron hacia la armonización de las franjas.

Conviene resaltar que Colombia era el país más

interesado en lograr la armonización de la política

agropecuaria. El poseer la agricultura más grande de

los países andinos—genera cerca del 60% del PIB

agropecuario de la subregión—, así como la de mayor


tradición y experiencia, y presuntamente la más

competitiva, hacía que las distorsiones existentes al

interior del Grupo, y la competencia desleal de

terceros países que pudiera presentarse, podrían

afectar sus posibilidades de colocación de sus

productos en los mercados nacional y subregional. No

sobra recordar que los mercados de los países del

Pacto —en especial el venezolano y, en menor medida,

el peruano— presentan posibilidades de exportación

nada despreciables para numerosos bienes

agropecuarios, algunos de ellos de considerable

importancia para el agro colombiano. En consecuencia,

la falta de armonización de la política podría incidir

negativamente en su expansión potencial e, incluso,

poner en peligro su producción actual.

El Ministerio, obrando en concordancia con tal

prioridad, lideró las negociaciones y fue el promotor

del acuerdo preliminar al que se llegó, en las

reuniones de viceministros de agricultura en

Cartagena, y de ellos y de los ministros en Caracas,


en septiembre y octubre de 1993, respectivamente.

Desafortunadamente, las controversias que se

suscitaron posteriormente en Venezuela en torno a

este acuerdo impidieron que fuese acogido por la

Junta del Muerdo de Cartagena. La segunda fase de

negociaciones, que se llevó a cabo con el nuevo

gobierno venezolano, acogió, con ligeras

modificaciones, el convenio anterior. Así se

protocolizó en la reunión de viceministros de

agricultura y representantes alternos ante la Junta

del Acuerdo (Viceministro de Comercio Exterior en el

caso colombiano) el 5 de agosto de 1994 en Caracas.

En este acuerdo, se unificaba el número de franjas,

los productos marcadores y los que cubría cada una

de ellas, los mercados de referencia, y se establecía

una metodología común para fijar los pisos y los

techos de cada franja y para calcular el sobrearancel

o el descuento arancelario, según fuera el caso. Como

resultado, el número de productos cobijados por las

franjas aumentaba moderadamente en Colombia, pero

la mayoría de los pisos se establecían en niveles muy


cercanos a los existentes y los sobrearanceles para

los bienes derivados se calculaban de acuerdo a la

metodología utilizada por nuestro país.

De esta manera, los preacuerdos no implicaban

cambios sustanciales para Colombia y, más bien, en

varios casos mejoraban y racionalizaban la protección

otorgada por las franjas. Incorporaban a ellas algunos

productos que no estaban cobijados por las franjas

colombianas y que era necesario incluirlos, pues ello

garantizaba una protección más coherente a lo largo

de las diversas cadenas (v.gr el pollo y los sebos).

Establecían, no obstante, un periodo de transición

para que Venezuela adoptara las franjas de la leche y

el maíz amarillo y Ecuador la de trigo, pues ambos

países consideraban traumático hacerlo desde un

principio por la magnitud del ajuste requerido.

Empero, determinaban también un mecanismo de

defensa relativamente automático para que los países

que cumplían con la franja armonizada pudieran

establecer derechos correctivos a las exportaciones


de quienes no lo hacían, equivalentes a las diferencias

en los niveles de protección que unos y o otros

otorgaban. De esta forma, se buscaba que la puesta

en práctica del nuevo esquema no ocasionara

sobresaltos adicionales en el agro de los países

miembros.

Igualmente, señalaban la necesidad de renegociar

juntamente los acuerdos de alcance parcial que

diversos socios del Pacto tenían en el marco de

ALADI, los cuales podían crear perforaciones al AEC

y al sistema andino de franjas. Dichos acuerdos eran

los responsables, por ejemplo, de la presencia de

oleaginosas, aceites y cereales de terceros países en

el mercado venezolano, que entraban pagando

aranceles inferiores al nominal y que creaban

competencia en dicho mercado y en el nacional a las

cosechas colombianas. Así, los preacuerdos sobre el

sistema andino de franjas propendían porque las

ventajas de un mercado ampliado para la agricultura

no se vieran afectadas por tratamientos especiales o


por incumplimientos del arancel común.

Con algunas modificaciones, en especial en los

plazos concedidos a Venezuela para que ponga en

funcionamiento las franjas armonizadas del maíz y de

la leche, estos preacuerdos fueron aprobados

finalmente por la Comisión del Acuerdo de Cartagena

mediante la Decisión 371 del de diciembre de 1994.

Desafortunadamente, no fue ni ha sido posible desde

entonces acordar un mecanismo común para que los

países apliquen los derechos correctivos asociados al

mantenimiento de distintos niveles de protección a los

productos que hacen parte del sistema de franjas.

Por este motivo, cada país ha sido autorizado para

hacerlo de manera unilateral. En uso de dicha

facultad, el gobierno colombiano estableció, por

primera vez, derechos correctivos para algunas

importaciones provenientes de Venezuela a mediados

de 1995.

La agricultura en el Grupo de los Tres

El mercado mexicano es, probablemente, el más


atractivo de América Latina, por su tamaño, por su

ubicación geográfica y por su participación en el

Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte

(TLC o NAFTA). Por esta razón, se le otorgó tanta

importancia a las negociaciones adelantadas en el

marco del Grupo de los Tres con miras a firmar un

tratado de libre comercio. No obstante, la

participación en el TLC tornaba cualquier

negociación con México delicada y compleja, pues

podía conducir a la triangulación de productos de

Estados Unidos y Canadá, que podrían generar una

competencia no deseada a los bienes nacionales. Este

aspecto es particularmente delicado en el campo

agropecuario, donde los cuantiosos subsidios de los

norteamericanos distorsionan las condiciones de

competencia de manera sustancial.

_______

1. Sobre la escasa vinculación de la economía


colombiana con los mercados internacionales en el
ocaso de la colonia y durante todo el siglo XX, ver
Ocampo (1984).(Regresar)
2. El grupo Cairns lo conformaron catorce países, de
muy diversos grados de desarrollo y de los distintos
continentes, la mayoría de los cuales no
subvencionaban su agro y estaban perdiendo mercados
frente a los bienes subsidiados. Estos países eran
Australia, Nueva Zelanda, Hungría, Canadá, Malasia,
Tailandia, Filipinas, Indonesia, Fiji, Argentina, Brasil,
Colombia, Chile y Uruguay. Ellos respondían por cerca
del 25% de las exportaciones mundiales de productos
agropecuarios.(Regresar)

3. El arancel consolidado no es necesariamente el que


se deba aplicar en el país, pero este último no puede
superar al nivel consolidado, a menos que se invoque
una salvaguardia, con base en un procedimiento
complejo.(Regresar)

Como consecuencia de que los bienes agrícolas

norteamericanos, una vez culminado el período de

transición que establece el TLC, entrarán a

México sin arancel, los precios internos de estos

productos descenderán en dicho país al nivel de los

internacionales, por lo que, si no se deseaba arruinar

buena parte de la agricultura mexicana, era necesario


otorgarles subsidios a sus productores que les

permitieran competir en las nuevas circunstancias. Tal

situación fue una de las principales razones que

determinaron al gobierno mexicano a modificar su

política agraria y a crear PROCAMPO. Ello, sin

embargo, alteró las condiciones de competencia con

este país, pues, si bien sus subsidios son menos

distorsionantes que los estadounidenses, tienen el

efecto de reducir los costos de producción por


5
hectárea .Con ello, la negociación con México se

tornaba aún más compleja y delicada, y requería de

un tratamiento diferente para la agricultura del que

recibieron otros sectores económicos en las

negociaciones del Grupo de los Tres.

El acuerdo al que finalmente se llegó reflejó ese

trato particular. La mayoría de los productos en

franja y otros productos sensibles para Colombia y

Venezuela, así como los que lo eran para México,

quedaron al margen del proceso de desgravación. A

otro grupo de bienes delicados, pero de gran interés


para alguna de las partes, se le definió un esquema

especial de desgravación a quince años, el cual se

aplica siempre y cuando una comisión de trabajo que

se creó pueda llegar a un acuerdo sobre la manera

como el azúcar de Colombia y Venezuela entre a

participar del arancel —cuota que México establecerá


6
como resultado del TLC . Los demás productos

agropecuarios quedaron cobijados por el esquema de

desgravación lineal a diez años que se definió para el

resto de mercancías.

De conformidad con lo así dispuesto, el 76.3% de la

oferta agrícola exportable colombiana tendrá acceso

preferencial al mercado mexicano, incluidos productos

tan significativos como el café, el azúcar, las flores y

el cacao y sus derivados, y otros que tienen potencial

exportador, tales como arroz, aceite de palma, jugos

y pulpas de frutas tropicales, lácteos y productos

forestales. Este logro se obtuvo, sin embargo, sin

poner en peligro a los sectores más sensibles de la

producción agropecuaria nacional, ya que el 57.5% de


las importaciones colombianas de dichos productos

quedaron exceptuadas del proceso de desgravacion 7 .

Otros acuerdos y otros temas de comercio exterior

Como parte de la actividad integracionista

emprendida, el gobierno colombiano entabló

negociaciones con Chile, los países centroamericanos y

los del Caribe, tendientes a establecer acuerdos de

libre comercio. En el caso de Chile, las perspectivas

son más importantes para la industria que para el

agro, en especial para la fabricante de bienes

intermedios. No obstante, en virtud del convenio

establecido, el 80.8% de la oferta agrícola

exportable colombiana fue incluida en la nómina de

desgravación inmediata, y otro 12.8% adicional en las

de desgravación a tres y cinco años. Mientras tanto,

el 58.4% de las importaciones sectoriales se exceptuó

del programa de liberación, el 32.1% se incluyó en las

listas de desgravación gradual y únicamente el 9.5%

quedó incorporado en la de liberación inmediata.

Aunque esta negociación abre, también, interesantes


posibilidades de exportación al agro nacional, sin

comprometer de manera riesgosa a los productos más

sensibles del sector, dos de los bienes con mayores

posibilidades quedaron cobijados por la lista de

excepciones: el azúcar y la carne de bovino. Las

conversaciones futuras con los chilenos deben, en

consecuencia, realizar esfuerzos importantes por

conseguir algún tipo de acceso preferencial para estos

productos, bien sea incorporándolos a las nóminas de

desgravación, o estableciendo un contingente a un tipo

arancelario especial para las exportaciones

colombianas.

Las negociaciones con las naciones del istmo

centroamericano, por su parte, sufrieron numerosos

contratiempos, que llegaron, incluso, a la revisión de

los avances logrados para volver a comenzar las

conversaciones. Además del escaso tiempo con que

contaban los negociadores, dada la cantidad de

convenios en discusión, las diferencias de intereses y

de opiniones entre los distintos países


centroamericanos, dificultó la negociación. Los

intentos que hicieron de nombrar un sólo país para

que se entendiera con Colombia y Venezuela, cuya

posición había sido previamente unificada, no

prosperaron, y las deliberaciones tuvieron siempre

como contraparte cinco naciones con posiciones

divergentes, lo cual las tomó muy complejas. El sector

agropecuario, en el cual existen escasos espacios de

complementación con dichos países, contó con la mesa

de negociación más difícil y donde mayores

entrabamientos surgieron.

Si a los acuerdos descritos se agregan los

tratamientos preferenciales otorgados por los Estados

Unidos (Ley de Preferencias Arancelarias Andinas-

ATPA) y por la hoy Unión Europea (Programa Especial

de Cooperación de las Comunidades Europeas-PEC),

gracias a los cuales parte fundamental de la oferta

exportable agropecuaria puede entrar sin aranceles a


8
esos mercados , los mayores del orbe, se completa

un panorama halagüeño para las exportaciones del


agro colombiano, a pesar de los pobres resultados de

la Ronda Uruguay en este tópico. Sin embargo,

numerosos interrogantes surgen sobre su desempeño

futuro. En este sentido, el comportamiento del tipo

de cambio, la mejora de la competitividad, el agresivo

aprovechamiento de las oportunidades existentes —

hasta hoy poco utilizadas—, y el surgimiento de

nuevas barreras técnicas al comercio, conforman una

agenda de ternas vitales.

Sobre los primeros de tales tópicos volveremos mas

adelante. En relación con el último de ellos, la labor

que se realice en materia sanitaria, de estímulo a la

agricultura orgánica o biológica y de establecimiento

de un sistema integral de certificación de calidad,

incidirá de manera decisiva en el éxito exportador del

agro colombiano. La tarea ya iniciada por CORPOICA

y por la Corporación Colombia Internacional en este

terreno debe fortalecerse, al igual que la promoción

por parte de la segunda de proyectos piloto de

exportación en productos nuevos, con gran potencial


en los mercados externos. Igualmente, la Corporación

debería estudiar las necesidades de dotación de

infraestructura física para la exportación de estos

bienes, tal como la creación de sistemas de acopio y

de frío en puntos claves de la cadena de exportación

—puertos, aeropuertos, etc.—, tanto en el país como

en los principales destinos, y la forma de promover su

construcción y desarrollo.

_________

5. Ver a este respecto, el primer capítulo de este


libro.(Regresar)

6. Debido a lo acordado en el TLC, México debió


elevar su arancel para azúcar al nivel prohibitivo
consolidado por Estados Unidos en el GATT. Sin
embargo, se estipuló que, cuando una fórmula
definida para el caso determine que la producción
doméstica no alcance a cubrir los requerimientos de
abastecimiento, México podrá establecer un arancel-
cuota por una cantidad equivalente al déficit, a un
tipo arancelario bajo. Aunque es casi seguro que este
déficit será recurrente, era necesario definir
claramente qué porcentaje de la cuota será para los
socios mexicanos en el G-3, cuál será su arancel y
cuáles los procedimientos para hacerla operativa.
Llegar a un resultado satisfactorio para Colombia y
Venezuela en esta materia es la labor de la comisión
de trabajo que creó el acuerdo de libre comercio. En
caso de que esto no sea posible, el azúcar y los
productos cobijados por la desgravación a quince anos
no llevarían a cabo tal desgravación. Entre ellos se
incluyen los productos de mayor interés para México,
y varios de interés para Colombia y
Venezuela.(Regresar)

7. Algunos autores han hablado de un desequilibrio en


la negociación agrícola, porque a Colombia se le
desgrava una menor proporción de su oferta que a
México (Moscardi, 1994). No obstante, la cifra
mexicana en dichas comparaciones incluye ganado en
pié, producto que es exportable a Estados Unidos,
pero no a Colombia. Si se excluye este producto,
sustancial en el conjunto e las exportaciones
sectoriales mexicanas, el porcentaje desgravado a
México reduce notoriamente.(Regresar)

8. El ATPA tiene una duración de diez años y vence


en noviembre de 2004. La única exportación agrícola
colombiana importante exceptuada es el azúcar. El
PEC estaba próximo a vencerse en 1994, por lo que el
gobierno colombiano buscó su prolongación, la cual se
logró a fines de dicho año, aunque ene! caso del
sector agropecuario sólo por doce meses y con una
ampliación de los productos exceptuados o sujetos de
restricciones. El gobierno adelanta nuevamente
negociaciones orientadas a prorrogar dichos beneficios
para el agro.(Regresar)
Ç

Capítulo 6

POLÍTICA PARA EL CAMPESINADO: EL PLAN DE

DESARROLLO RURAL

La persistencia de las inequidades y de la

pobreza en las áreas rurales del país, la ampliación

de la brecha de ingresos por habitante entre las

ciudades y el campo, la condición de marginamiento

que aún ostentan numerosas zonas y moradores

rurales, exigían la formulación de una política

específica para los habitantes pobres del agro

colombiano, que contribuyera a aliviar el impacto que

la crisis había tenido sobre su nivel de vida y a

superar los obstáculos que les impedían convertirse en

productores modernos y mejorar su calidad de vida.

No bastaba con los resultados positivos que la política

de reactivación debería tener sobre el conjunto de

productores del agro. Por eso, se diseñó y se puso en


marcha el Plan de Desarrollo Rural Campesino, con el

que se otorgaba, con base en una concepción holística

de su desarrollo, un tratamiento preferencial a este


1
sector de la población . Este plan buscaba dar

respuesta al objetivo de equidad que la política

contempló desde el inició de su formulación.

Con el fin de combatir el impacto que la crisis había

tenido sobre los productores pobres del campo y de

facilitar su tránsito al modelo de internacionalización

de la economía, se diseñaron los programas de

generación de empleo y de modernización y

diversificación de cultivos. Por otra parte, para

propiciar el mejoramiento de su calidad de vida y su

desarrollo productivo, se implantaron programas y

políticas tendientes a facilitar su acceso a los

recursos productivos, a la infraestructura y a los

servicios sociales y públicos, de los cuales

tradicionalmente no han dispuesto en la cantidad y

calidad necesarias. No obstante, la puesta en

práctica de todos ellos contó con una modificación


sustancial en la concepción que había guiado a las

actividades de desarrollo rural: los campesinos y las

comunidades rurales, de sujetos pasivos de la acción

y de la política gubernamentales, debían pasar a

convertirse en los protagonistas y orientadores de sus

propios procesos de desarrollo. Esta filosofía, básica

en todo el plan, implicó la adopción de cambios

sustanciales en la manera de adelantar los proyectos

y de aplicar las diversas herramientas de política, así

como de modificaciones importantes en la estructura

institucional del sector público agropecuario, tal y

como se ilustra en la descripción de los diferentes

programas que se hace a continuación.

LA NUEVA CONCEPCIÓN Y LA NUEVA

INSTITUCIONALIDAD PARA EL DESARROLLO

RURAL

La atención preferencial que se quería otorgar a

los campesinos en un plan coherente e integral,

basado en una nueva concepción sobre su rol

protagónico en el desarrollo rural, partía del


convencimiento de que sin ella no sería posible

solucionar los problemas sociales del agro. La simple

inclusión del campesinado en las diversas herramientas

de política sectorial, o el establecimiento de algunos

programas específicos para ellos, no había dado,

hasta el momento, el resultado esperado. La acción

paternalista del Estado, en la cual unos funcionarios

bien intencionados definían desde sus despachos lo

que requerían los campesinos de las diversas comarcas

del país, tampoco había resuelto los problemas que

aquejan a este sector de la población. Como cualquier

sociedad, la sociedad rural colombiana debía tomar en

sus manos su propio destino si quería lograr su

desarrollo, pues no es posible imponer desde afuera

el desarrollo de una comunidad. El gobierno debía

facilitarlo, poniendo a su alcance todas las

herramientas que requieren para su avance y

otorgándoles un nivel de interlocución apropiado.

Este último aspecto era crítico, por cuanto no

existía una instancia gubernamental con el nivel


requerido para poder coordinar los diferentes

programas y las diversas entidades oficiales que

tienen que ver con la atención al campesinado. Para

crearla, el Ministerio aprovechó las facultades

extraordinarias que la Ley Agraria concedió al

Presidente de la República para modificar la

estructura interna de la entidad y conformó el

Viceministerio de Desarrollo Rural, al cual adscribió


2
tres direcciones generales y una oficina especial .

Las tres primeras deberían encargarse de propender

por el desarrollo social, productivo y empresarial de

los campesinos, respectivamente, y la última debía

coordinar y encauzar las acciones que el Ministerio

venía adelantando con el fin de que la mujer rural

tuviera un tratamiento adecuado, no discriminatorio,

en todas las políticas y actividades de las entidades

del sector, y que ellas contemplaran sus

características particulares, en lo que se conoce como

la planificación con perspectiva de género. Más aún,

para reflejar el énfasis que se le otorgaba al

desarrollo campesino y de las comunidades rurales, se


modificó el nombre del propio Ministerio, que pasó a

denominarse Ministerio de Agricultura y Desarrollo

Rural.

A la creación del viceministerio se sumó la del

Consejo Nacional de Desarrollo Rural y Reforma

Agraria, efectuada por la Ley de Reforma Agraria,

instancia en la cual, bajo la presidencia de Ministro,

participan todas las entidades que tienen que ver con

el desarrollo rural, tanto las que están adscritas

como las que no lo están. Este Consejo debe facilitar

al Ministerio, y a su nuevo viceministerio, coordinar el

conjunto de la acción del Estado orientada al sector

campesino, de manera que se le pueda dar una

atención integral y coherente.

Las anteriores no fueron las únicas innovaciones

institucionales que se efectuaron para hacer operativa

la nueva política de desarrollo rural. La Ley Agraria

estableció, igualmente, la obligación para los

municipios de crear Consejos Municipales de

Desarrollo Rural, en los cuales se debe discutir y


priorizar los proyectos de inversión locales en las

zonas rurales y, en especial, los que se van a

presentar al sistema nacional de cofinanciación.

Dichos Consejos deben tener presencia mayoritaria de

los representantes de las comunidades campesinas, de

manera que su conformación refleje la filosofía

relativa al rol protagónico de ellas. De igual manera,

la citada ley autorizó al Fondo DRI a cofinanciar

programas de desarrollo rural directamente con las

organizaciones campesinas o con las comunidades

rurales organizadas, con lo que se incrementó su papel

activo y decisorio en esta materia y se hizo posible el

apoyo gubernamental a ellas, así las autoridades

municipales no cumplan con su deber de cofinanciar


3
tales programas .

Finalmente, en la transformación del HIMAT en el


4
Instituto Nacional de Adecuación de Tierras, INAT

, se conformó una subdirección con funciones y

responsabilidades en el trabajo con la comunidad, la

cual debe propender porque los proyectos de


adecuación de tierras, en especial los de pequeña

irrigación, sean concertados con las comunidades

rurales, desde su fase de identificación hasta su

culminación. En las demás entidades, y en todo el

quehacer institucional del sector público agropecuario,

se propugno porque esta nueva concepción se

impusiera, y porque los funcionarios oficiales

promovieran un papel activo en las comunidades

rurales y modificaran su rol al de asesores,

facilitadores y colaboradores de ellas.

ATENCIÓN A SECTORES EN CRISIS

La política de desarrollo rural contempló un

componente coyuntural que, como se mencionó,

buscaba atender a los pequeños productores y a los

pobladores pobres del campo más afectados por la

crisis y por el cambio en el modelo de desarrollo.

Dentro de las diversas acciones que se adelantaron en

este frente, vale la pena destacar los programas de

generación de empleo y de modernización y

diversificación de cultivos, los cuales constaban de


paquetes comprensivos de atención a sectores

específicos, previamente determinados.

El programa de generación de empleo

Una de las manifestaciones más claras, y de las

consecuencias más graves, de la crisis que afectó al

sector a principios de los noventas, fue la reducción

del empleo y los ingresos rurales en varias zonas de

la geografía agraria nacional. Desde los primeros

documentos que planteaban la nueva estrategia de

política, el apoyo a los afectados por este fenómeno

se consideró fundamental. En su procura se formuló el

programa de emergencia de generación de empleo, el

cual, tras identificar los municipios con mayor

incidencia de este problema, concertó con las

comunidades afectadas la financiación de proyectos

intensivos en el uso de mano de obra y que,

preferiblemente, tuvieran un impacto en el buen

desempeño futuro del sector agropecuario o en el

mejoramiento de la calidad de vida en las áreas

rurales.
Los cultivos más golpeados por la crisis de 1991-

1993 fueron el algodón, el arroz, el tabaco, el sorgo

y el café de zonas marginales —este último afectado

por la caída de las cotizaciones internacionales y por

la irrupción de la broca—, cuya superficie cultivada se

contrajo, en conjunto, en cerca de 300.000

hectáreas, lo que, se estima, ocasionó la pérdida de

cerca de 100.000 empleos permanentes. En

consecuencia, los principales municipios que cultivaban

dichos productos, y en los cuales un chequeo realizado

por el Ministerio constató el problema de desempleo,

fueron las áreas seleccionadas para la ejecución del

programa. Cerca de un centenar de municipios de la

Costa Atlántica, el piedemonte llanero y la región

andina se focalizaron como beneficiarios del

programa.

Los proyectos preferidos, por cumplir con las

condiciones arriba esbozadas, fueron los de

construcción y mejoramiento de vías, construcción y

ampliación de acueductos veredales, reforestación de


cuencas degradadas, comercialización y agroindustria

rural, pequeña irrigación, piscicultura, mejoramiento

de la vivienda rural y manejo integrado de la broca.

Un equipo de profesionales de alto nivel fueron

contratados para que concertaran con las comunidades

y con la autoridades territoriales los proyectos a

ejecutar, dentro de la constante de darle a las

primeras mayor protagonismo en el manejo de los

asuntos públicos que les competen. El manejo de los

recursos fue asignado al Fondo DRI. Para el arranque

del programa, en 1993, se asignaron $900 millones y

para 1994 $5.800 millones del Presupuesto Nacional,

montos a los cuales se adicionaba la suma

cofinanciada por los municipios. El nuevo gobierno

incrementó estos últimos a $8.800 millones. Todos

ellos fueron ejecutados y permitieron, conjuntamente

con los dineros aportados por otras fuentes, realizar

obras por un valor cercano a los $16.000 millones en

los dos años mencionados, las cuales generaron un

millón y medio de jornales, aproximadamente.


El esfuerzo mencionado, al igual que otros que llevó

a cabo el Ministerio, como el que se describe en el

siguiente aparte, ayudaron a mitigar los efectos

negativos de la crisis sobre los pobladores más pobres

del campo, y constituyeron una novedad, puesto que

en el país no se contaba con experiencias, ni mucho

menos con instrumentos, que permitieran al Gobierno

Nacional acudir con presteza en ayuda de tales


5
moradores en coyunturas como la que se vivió .

El programa de modernización y diversificación de

cultivos

Varios productos cultivados por campesinos e

indígenas venían atravesando una crisis profunda, la

cual, en algunos de ellos, se agravó con el cambio del

modelo de desarrollo. Es el caso del trigo y la

cebada, los cuales afrontaban, de antaño, una difícil

situación, pues la tecnología utilizada en la mayoría

de los cultivos determinaba que los rendimientos

fueran muy bajos y, en ocasiones, la calidad del

producto dejara mucho que desear. Con rendimientos


tan magros no era posible que los agricultores

obtuvieran una remuneración que les permitiera vivir

dignamente, así los precios internos hubieran sido, en

algunas oportunidades, relativamente altos. La

tecnología y las variedades desarrolladas en los

últimos años por el ICA y por CORPOICA podrían

permitir a algunos cultivadores mejorar su

productividad y su nivel de vida. Otros no lo podían

hacer, porque la calidad de su tierra era mala y para

ella no servían las variedades mencionadas, y porque

no contaban con agua para defenderse en caso de

sequía. La situación descrita empeoró desde principios

de la década del noventa, pues el desmonte de los

precios de sustentación, y su sustitución por los

mínimos de garantía, cuyo monto permaneció

estancado en los últimos semestres, deterioró la

remuneración recibida por los labriegos, en especial la

de aquellos que producían volúmenes modestos.

Adicionalmente, la industria cervecera colombiana

comenzó a disminuir las cantidades que compraba de

cebada, dada su preferencia por la cebada


importada.

Los productores de fique, por su parte, nunca han

obtenido ingresos aceptables pues las cantidades que

produce cada familia son insuficientes. Además de la

poca tierra que poseen, generalmente de deficiente

calidad, las tecnologías de producción del fique y, en

especial, las de desfibrado, son muy primitivas, lo

que hace que su productividad sea muy baja. Desde

hace algunos años se ha venido investigando cómo

mejorar dichas técnicas; sin embargo la demanda por

fique ha comenzado a disminuir, tanto por el aumento

de la demanda de empaques de fibras plásticas como

por el mercadeo a granel. Aunque se han buscado

usos alternativos para el fique (fabricación de papel,

cordelería, etc.), y el auge de la ecología puede

llevar a una sustitución creciente de los sacos de

polipropileno por los de la fibra, aún no se prevé que

estos hechos puedan frenar la caída de la demanda

que está ocasionando el aumento del mercadeo a

granel. Para empeorar las cosas, amplias zonas


fiqueras están afectadas por una grave enfermedad:

la macana.

El cultivo del tabaco negro se ha realizado,

secularmente, en pequeñas parcelas, utilizando

métodos rudimentarios de laboreo y de secado de la

hoja. La escasa producción familiar ha hecho

imposible el mejoramiento de la situación de vida de

los productores. En los últimos años, además, han

disminuido las compras de tabaco negro, tanto para el

mercado interno como para la exportación, debido a

que cada vez se consumen menos cigarrillos y cigarros

fabricados con su hoja. En efecto, fuera de que las

campañas en contra de estos productos han llevado a

una disminución de los fumadores, quienes siguen

haciéndolo prefieren cada vez más el tabaco rubio.

Adicionalmente, en Colombia el contrabando ha

reducido el mercado de los cigarrillos nacionales, por

los elevados impuestos que éstos deben pagar, lo que

ha disminuido aún más la demanda de tabaco negro.

Para esos cultivos, y para sus regiones


productoras, el Ministerio formuló el programa de

modernización y diversificación de cultivos, con el que

se proponía tecnificarlos u ofrecer alternativas

productivas más rentables. Se aspiraba, así, a

superar los obstáculos que han impedido a los

campesinos e indígenas de esas zonas mejorar su

producción y su nivel de vida. No obstante, estos

programas tropezaron con una serie de dificultades:

la calidad y la cantidad de tierra que posee cada

familia limita, en la mayoría de los casos, cualquier

cambio o cualquier mejoría; la escasez de agua

dificulta la adopción de cultivos más intensivos y

rentables; y el predominio del minifundio no hace

viable programas de adquisición de más tierra para

cada familia en las actuales zonas productoras. Se

requiere, por lo tanto, el diseño y ejecución de planes

integrales de desarrollo, basados en soluciones

innovativas y no convencionales, que ataquen cada uno

de los limitantes identificados para hacer competitiva

la producción y para mejorar la calidad de vida de

estos moradores del campo.


El programa cubrió más de ochenta municipios en

los departamentos de Nariño, Cauca, Boyacá,

Cundinamarca, Santander, Huila, Tolima, Sucre y

Bolívar. Cerca de 100.000 familias, que sembraban

unas 126.000 hectáreas, constituían su población

objetivo. Con ella, y con las autoridades locales, el

Ministerio debatió y concertó los proyectos a

ejecutar, que conformaban los planes integrales

mencionados. Para financiarlos se apropiaron, en

1994, $1.490 millones del Presupuesto Nacional, a

los que se sumaron más de $3.200 millones

provenientes de los convenios de modernización y

diversificación firmados con las industrias harinera y

cervecera.

El nuevo gobierno incorporó a la yuca a este

programa. El tubérculo es probablemente el principal

cultivo de la economía campesina en la Costa

Atlántica, y desde hace años se ha venido trabajando

en el montaje de pequeñas plantas de secado con el

fin de restarle perecibilidad y, mejorar así, la


capacidad de negociación y los precios de venta de los

campesinos que la siembran. No obstante, subsistían

algunas dificultades, ya que se estaban sembrando

variedades que, aunque de buena calidad para

consumo humano, se estaban destinando a la industria

de alimentos para animales, la cual puede trabajar

con calidades diferentes de tubérculos que dan mayor

rendimiento por hectárea. La industria había

recurrido a importar alguna yuca de Tailandia, cuyos

precios eran bajos y cuya utilización como calorías

para los alimentos balanceados ha crecido

considerablemente. Desde principios de 1994 el

Ministerio intervino con el objeto de promover un

acuerdo entre industriales y agricultores para el

mejoramiento del producto, para promover la siembra

de las variedades más productivas y para garantizar

la absorción de las cosechas.

Pero fue definitivamente la nueva administración la

que le dio un impulso decisivo al programa de

modernización del cultivo de la yuca, al apropiar


recursos por $500 millones en 1994 y formular un

programa a cuatro años con un costo total de $4.700

millones, gracias al cual se aspira a incrementar los

rendimientos, promover la siembra de variedades

adecuadas al uso que se les vaya a dar, fomentar su

procesamiento primario y aprovechar las significativas

y diversas oportunidades para su utilización industrial,

todo lo cual debe redundar en el mejoramiento de la

situación de vida de los campesinos costeños.

MAYOR ACCESO A LOS RECURSOS PRODUCTIVOS,

A LOS SERVICIOS Y A LA INFRAESTRUCTURA

La población pobre del agro ha carecido desde

tiempos inmemoriables de acceso a los recursos

productivos, a la infraestructura de apoyo y a los

servicios sociales y públicos, razón que ha

determinado su incapacidad para convertirse en

productores dinámicos y modernos y de ostentar una

satisfactoria calidad de vida. Mayoritariamente se

localiza en terrenos poco fértiles, que hacen parte de

microclimas ‘deficitarios en agua, o en regiones


aisladas, donde la presencia del Estado, sí la ha

habido, ha sido débil y, en muchas ocasiones, de poca

ayuda y nada amable. La superación de estas

carencias seculares fue objetivo central del plan de

desarrollo rural. Para su puesta en marcha se crearon

nuevos programas, se fortalecieron algunos en curso y

se modificaron varias herramientas de política, de

,modo que se hicieran compatibles con la preeminencia

otorgada a la iniciativa y a la participación decisoria

de las comunidades.

Cambio sustancial en la reforma agraria: la Ley 160

de 1994

Parte fundamental de la política de desarrollo

rural que nos ocupa fue la expedición de una nueva

ley de reforma agraria, que modificó los

procedimientos en la materia, de acuerdo con la nueva

filosofía y las nuevas prioridades. Dentro de los

numerosos cambios que tal ley efectuó, dos son dignos

de resaltar. En primer lugar, se estableció un

procedimiento para la acción reformista que otorga la


iniciativa a los campesinos interesados en adquirir una

parcela. En segundo término, la ley estableció la

obligación de incorporar en los anteproyectos de

Presupuesto Nacional partidas suficientes para

culminar el programa redistribuyo en dieciséis años y

para garantizar que las entidades que hacen parte del

sistema de reforma agraria, que ella misma crea,

puedan cumplir adecuadamente sus funciones y

prestar los servicios complementarios.

En relación con el primer aspecto, vale la pena

destacar que el nuevo procedimiento establecido

permite que los campesinos seleccionen el predio que

desean adquirir e inicien un proceso de negociación

directa y voluntaria con el propietario para comprarlo.

El INCORA debe asesorarlos a todo lo largo del

proceso y otorgar un subsidio para la transacción,

equivalente al 70% del valor de la Unidad Agrícola

Familiar (UAF) en la región. Para financiar el 30%

restante podrán conseguir un préstamo, el cual se

otorgará a la tasa de interés más favorable del


mercado. El Instituto deberá, igualmente, promover

la constitución de inmobiliarias rurales que

contribuyan a facilitar la puesta en marcha de este

mecanismo y que coadyuven a dinamizar el mercado de

tierras.

El procedimiento explicado presenta varias

ventajas. Otorga la iniciativa a los campesinos, tanto

en la selección del predio, como en la iniciación del

proceso de adquisición, de manera que ellos ya no

tendrán que esperar a que el Instituto comience

acciones en la zona y los escoja para ser

adjudicatarios de la reforma. Elimina la

intermediación estatal en la selección de predios y de

usuarios y en la negociación de los predios, lo que

contribuye a agilizar las transacciones y a eliminar

potenciales focos de corrupción. Establece un subsidio

directo para los beneficiarios del programa

redistributivo, con lo que lo hace más claro y


6
transparente . Propicia la negociación voluntaria y

directa, con lo que se combate el elemento de


conflicto que ha estado asociado con esta política,

aspecto vital en un país agobiado por la violencia.

No obstante, la ley mantiene una vía especial para

la intervención del INCORA cuando no exista acuerdo

entre propietarios y campesinos, y conserva la

facultad de efectuar procesos de expropiación por vía

judicial y, cuando se reglamente la norma

constitucional correspondiente, por la vía

administrativa. Empero, privilegia la negociación

voluntaria entre los campesinos y los propietarios,

incluso en las formas de pago estipuladas, por cuanto

en este caso el valor del predio se cancela la mitad

en bonos agrarios y la mitad en efectivo, mientras en

los procesos de negociación entre el Instituto y los

propietarios se paga el 60% en bonos y el resto en

efectivo yen los de expropiación la totalidad en

bonos.

Otros aspectos de la ley que vale la pena resaltar

son los relativos al ordenamiento de la colonización, a

la creación de las “zonas de reserva campesina” y a la


concertación con las comunidades. En torno a la

colonización, la ley estableció normas tendientes a

impedir el acaparamiento de ‘los baldíos nacionales, a

evitar su explotación en contra de la vocación del

suelo o de actividades destructoras de los recursos

naturales, y a reservar determinadas zonas para la

colonización campesina y otras para el desarrollo

agropecuario empresarial. En estos dos últimos casos,

la determinación de unas u otras zonas se hace

depender de las características agroecológicas de los

baldíos y de las socio- económicas de la región en la

cual se hallan ubicados. Solamente en las de

desarrollo empresarial, cuyo objetivo sea un

aprovechamiento económico sustentable, plenamente

demostrable, se pueden titular superficies superiores

a una Unidad Agrícola Familiar. De esta manera, se

aspiraba, con la ley, a que la colonización y la

adjudicación de baldíos se efectué de manera

ordenada, con propósitos redistributivos y con fines

productivos que concuerden con la vocación de sus

suelos y que consulte las necesidades del desarrollo


regional y de las comunidades rurales.

La creación de “zonas de reserva campesina” es

otra de las grandes innovaciones de la Ley. Estas

zonas podrán ser delimitadas en cualquier región

donde se lleve a cabo la“reforma agraria, con el

propósito de evitar la concentración ulterior de la

propiedad. En particular, la norma establece que la

Junta Directiva del INCORA podrá establecer los

tamaños máximos de las propiedades que se podrán

poseer en dichas zonas. Esta figura fue sugerida

inicialmente para evitar el proceso de concentración

de la propiedad en zonas de colonización, que ha

tenido históricamente unos efectos sociales y

ecológicos desafortunados, ya que han obligado a los

colonos pobres a continuar tumbando el monte y, tras

realizar un cultivo civilizador, sembrar pastos que


7
terminan engrosando las propiedades ganaderas .

Sin embargo, su propósito va más allá del

ordenamiento de la colonización. Permite, en

particular, controlar la concentración de la propiedad


en zonas de alto conflicto social donde se lleven a

cabo procesos de reforma agraria.

Por otra parte, la ley creó los Comités

Departamentales de Desarrollo Rural y Reforma

Agraria, dependientes de los Consejos Seccionales de

Desarrollo Agropecuario, como instancias de

concertación de las autoridades territoriales, las

entidades nacionales y las comunidades y

organizaciones campesinas. Con ellos se completan los

escenarios de participación comunitaria para el

desarrollo rural en la órbita territorial, puesto que la

Ley Agraria ya había creado los Consejos Municipales

para tal efecto. La Ley 160, precisó, además, las

funciones y las atribuciones de estos últimos, y les

asignó responsabilidades en materia de reforma

agraria en las localidades donde ella se esté

adelantando. De esta manera, a las comunidades

rurales no sólo se les otorgó iniciativa y protagonismo

en la ejecución de la política reformista, sino que se

les dieron atribuciones en materia de planificación en


el orden territorial.

El programa de pequeña irrigación

Una de las principales restricciones que han

enfrentado los campesinos para mejorar su economía,

además de la escasez de tierra y de su mala calidad,

ha sido la deficiente dotación de agua de sus parcelas

o, en algunas regiones, su indefección frente a las

inundaciones periódicas. La falta de agua limita las

alternativas productivas, determina menores

rendimientos y ocasiona numerosos daños y pérdidas

en las cosechas. Para superar esta carencia, se había

diseñad o y puesto en marcha, desde la segunda

mitad de los ochentas, un programa de pequeña

irrigación, el cual había afrontado dos dificultades: el

fatigoso cumplimiento de los requisitos para la

elegibilidad de los proyectos y la casi nula

concertación de los mismos con la comunidad.

El crédito que se había firmado en enero de 1990

con el ‘Banco Mundial para financiar el programa de

pequeña irrigación (BIRF 3113-co) establecía


condiciones de difícil cumplimiento para que un

proyecto pudiera optar por los fondos. Por esta

razón, muy poco del préstamo se había ejecutado y el

programa andaba a paso lento. El Ministerio decidió,

entonces, emprender su renegociación, la cual se

concretó favorablemente. En efecto, la condición de

que los pequeños usuarios tenían que pagar en

efectivo y por anticipado el 20% del costo del

proyecto, imposible de cumplir para ellos, se modificó

por la de contribuir con el 10% de ‘dicho costo en

mano de obra y pagar otro 10% en un plazo de tres

años. La otra condición de difícil cumplimiento —la de

garantizar que los usuarios contaran con asistencia

técnica— se mantuvo, por su fundamental importancia

para el buen suceso futuro de los proyectos; el

HIMAT (INAT) estableció, entonces, un convenio con

el Fondo DRI que permitiera asegurar tal asistencia.

De esta manera, se sentaron las bases para

desempantanar el programa de pequeña irrigación y

para poder fortalecer la acción de dotar con riego a

los campesinos.
Por su parte, los proyectos de pequeña irrigación

habían sido formulados por los funcionarios públicos

sin contar con la aquiescencia de la comunidad. Por

eso, en innumerables ocasiones, una vez construidos,

la infraestructura era subutilizada, o totalmente

desaprovechada. Las ventajas del riego eran

desconocidas por los beneficiarios y la disposición a

cambiar de cultivos era baja. Para empeorar las

cosas, con frecuencia el Instituto no continuaba

asesorándolos y apoyándolos cuando terminaban las

obras. Como correctivo a estos tropiezos, la Ley de

Adecuación de Tierras (Ley 41 de 1993) y sus

decretos reglamentarios establecieron la participación

obligatoria de los beneficiarios en todas las fases de

los proyectos, el interés de la comunidad como uno de

los criterios de priorización y el requisito de que a los

usuarios se les prestara asistencia técnica después de

culminadas las obras. Además, en la transformación

del HIMAT en INAT se creó una subdirección

encargada de trabajar con la comunidad y de darle la

asistencia técnica requerida.


El programa de pequeña irrigación no se consideró

como la única solución para dotar de agua a los

campesinos. Igualmente importante era su vinculación

a los proyectos de riego medianos y grandes. Por eso,

tanto la mencionada ley como la citada

reestructuración tendieron a modificar el énfasis en

pequeña irrigación por la atención al pequeño

productor, fuera cual fuere el tamaño de los

proyectos. La ley estableció un subsidio del 50% a los

pequeños productores y la reglamentación posterior de

los mecanismos de recuperación de inversiones

establecieron también subsidios diferenciales en favor


8
de pequeños y medianos productores . La

reorganización unificó la subdirección técnica del

INAT, para que se encargara de todo tipo de

proyectos, grandes y pequeños.

Por otra parte, en diversos programas para el

campesinado impulsados por el Ministerio, tales como

el de modernización y diversificación de cultivos, se

promovieron soluciones sencillas y económicas para que


los campesinos pudieran almacenar agua en sus

parcelas, de manera que puedan defenderse en las

épocas de verano. Fue así como en varias zonas

secularmente deficientes en agua, en especial de

Santander y Boyacá, se ejecutaron programas de

construcción de reservorios en las fincas de los

campesinos, los cuales constituyeron el primer alivio

con que estos labriegos han contado frente a la

sequía que desde siempre les ha limitado sus

posibilidades de tecnificación y de diversificación.

En todo caso, las acciones señaladas constituyeron

tan solo un escalón en la labor de propiciar el acceso

al agua de ‘los campesinos. La mayoría de ellos aún no

cuenta con este insumo esencial. En muchos casos las

regiones donde habitan son bastante secas. En ellas,

se requieren soluciones innovativas, que permitan

recolectar y aprovechar la poca agua disponible, las

cuales, seguramente, deben combinarse con la

utilización de variedades y cultivos resistentes a la

sequía y con labores de reforestación de las


respectivas cuencas. En tal sentido, el camino por

recorrer es todavía muy largo y se requieren aún

esfuerzos considerables y persistentes para superar

este escollo.

La asistencia técnica descentralizada y participativa

La prestación de un adecuado servicio de

asistencia técnica a los pequeños productores es

fundamental para incentivar su mejoramiento

productivo y su transformación en agricultores

modernos y exitosos. Como se señaló en el capítulo

cuarto, desde fines del pasado decenio se

introdujeron modificaciones sustanciales en la

organización institucional, de la asistencia técnica,

con el traslado de esta función a los municipios y la

creación del sistema nacional de transferencia

tecnológica que los apoya. Este sistema estableció la

obligación que tenían todos ellos de constituir

Unidades Municipales de Asistencia Técnica

Agropecuaria (UMATA), o de contratar con una

entidad especializada su constitución y la prestación


del servicio, las cuales deberían proveer este insumo

fundamental a los pequeños productores de la

respectiva localidad. Sin embargo, el proceso de

constitución de las UMATA se había estancado, por lo

cual muchos municipios no contaban con este

instrumento de apoyo a los pequeños productores ni

acceso al sistema de cofinanciación para apoyar su

funcionamiento.

Con el fin de solucionar las falencias mencionadas,

el Ministerio promovió activamente la creación de las

UMATA, amplió los recursos de cofinanciación del

DRI para apoyarlas, culminó la formulación del

Programa Nacional de Transferencia de Tecnología

Agropecuaria PRONATTA, y la negociación del crédito

para financiarlo con el Banco Mundial. De esta

manera, se amplió la cobertura de las UMATA de 570

a 980 municipios y se sentaron las bases(para apoyar

en forma estable este esquema de asistencia técnica

descentralizada. Adicionalmente, la Ley Agraria

aportó dos elementos fundamentales para contribuir al


adecuado funcionamiento del sistema. Por una parte,

permitió asegurar la prestación de la asistencia

técnica, ya que en aquellos casos en los que los

municipios no asuman la obligación de crear la

UMATA, los beneficiarios de la asistencia podrán

organizar y contratar el servicio con gremios o

entidades privadas, y tendrán derecho a la

cofinanciación del Fondo DRI. Por otro lado, la ley

previó la creación de la Comisión Municipal de

Tecnología y Asistencia Técnica Agropecuaria,

dependiente del Consejo Municipal de Desarrollo

Rural, en la cual tendrán representación mayoritaria

los usuarios del servicio y contarán con vocería los

gremios de profesionales del agro, y cuyas funciones

son, entre otras, las de velar por el adecuado

funcionamiento de la UMATA, orientar la distribución

de los recursos y determinar las zonas y los

productos que requieran atención prioritaria.

Estableció, además, que la vinculación del personal,

cuando la UMATA haga parte de la estructura

administrativa del municipio, se debe hacer con


sujeción a las normas y procedimientos de la carrera

administrativa, con lo que se propende por su

conformación técnica y por la estabilidad de los

funcionarios.

Las disposiciones explicadas tienden a otorgar una

mayor iniciativa y un mayor control a los campesinos

beneficiarios sobre la prestación del servicio municipal

de asistencia técnica. Les da herramientas para

exigir, y conseguir, su prestación, independizándola

de la voluntad de los gobernantes locales. Les permite

combatir la utilización de la UMATA con criterios

políticos y clientelistas, y propicia una mayor

estabilidad de los asistentes técnicos, problema que

en algunas regiones era una de las mayores trabas

para que ellas funcionaran adecuadamente. Les hace

posible, igualmente, orientar la acción de los

extensionistas hacia los sitios y las actividades que se

consideren prioritarias para el desarrollo rural del

municipio. Por su parte, la presencia de los gremios

de profesionales del agro debe contribuir a una labor


más técnica de dichas unidades. En síntesis, con

estas normas se facilita que los usuarios de la

asistencia técnica, así como los profesionales del

agro, tengan una participación decisoria en la

dirección y orientación de este servicio.

Mayor acceso de los campesinos al crédito

A las actividades e iniciativas desplegadas por la

cartera de agricultura con miras a sanear

financieramente y a modernizar a la Caja Agraria,

tradicional banco de los campesinos, y a

reestructurar y refinanciar los préstamos de los

agricultores vencidos, en especial de los pequeños,

reseñadas en el capítulo cuarto, se sumaron otras

labores que también tenían como objetivo central

facilitar el acceso al crédito a estos productores. La

principal fue la relacionada con el despegue y el

fortalecimiento del Fondo Agropecuario de Garantías

(FAG). Este organismo, creado en 1993, había tenido

un arranque lento y complicado, en buena medida

debido a que los requisitos para obtener sus servicios


eran de difícil cumplimiento para los campesinos y, en

parte, también, en razón al poco interés mostrado

por los intermediarios financieros y a la incipiente

campaña de divulgación sobre su operación.

_________

1. Los principales elementos de esta política quedaron


delineados en el Documento CONPES respectivo. Vero
Ocampo (1993b), Cap. III. (Regresar)

2. En el proyecto de ley de reforma agraria, del que


se habla más adelante, el Ministerio había incluido
unas facultades similares con el objeto de crear dicho
viceministerio. Sin embargo, como la Ley Agraria hizo
un tránsito más rápido, se utilizaron las facultades
que se habían solicitado en ella con el mismo
fin.(Regresar)

3. Como la cofinanciación debe hacerse con las


entidades territoriales, podía presentarse el caso de
comunidades que no tenían acceso a ningún tipo de
cofinanciación nacional, ni de recursos públicos,
porque las autoridades locales no querían apoyar sus
iniciativas.(Regresar)

4. Como resultado de la creación del Ministerio del


Medio Ambiente, el Instituto Colombiano de
Hidrología, Meteorología y Adecuación de Tierras,
HIMAT, se transformó en el Instituto Nacional de
Adecuación de Tierras, INAT, y cedió las funciones
en materia de hidrología y meteorología, a las cuales
hace alusión su antiguo nombre, a un nuevo Instituto
que se constituyó, dependiente de dicho Ministerio,
con funciones de investigaciones e información en
variables ambientales (el IDEAM).(Regresar)

5. Sorprende, en consecuencia, la afirmación de


personas supuestamente bien informadas respecto a
que "reducir el efecto de la crisis sobre la población
rural más pobre" no había parte de los objetivos
centrales de la acción del Ministerio, ni que las
medidas tomadas fueron adecuadas para tal fin. Ver
el prólogo de Armando Montenegro en González y
Jaramillo (1994).(Regresar)

6. En el mecanismo anterior el subsidio estaba


incorporado en la tasa de interés del crédito que se
le daba al beneficiario para la compra de
tierra.(Regresar)

7. Este es uno de los temas centrales de los trabajos


de Alfredo Molano, quien contribuyó decisivamente a
la gestación de esta nueva figura legal.(Regresar)

8.Ver, al respecto, el capitulo cuarto de esta


obra.(Regresar)
Con el fin de superar estos inconvenientes, se

fortaleció el FAG con recursos del presupuesto

nacional, se modificaron y simplificaron sus normas y

procedimientos, se inició su descentralización con la

creación de los comités asesores departamentales y

se inició una agresiva campaña de divulgación entre

los intermediarios financieros, las entidades públicas

y privadas relacionadas con la atención al campesinado

y los potenciales usuarios. A principios de la

Administración Samper se profundizaron estas

acciones, con la decisión de suscribir un convenio

entre FINAGRO y la Caja Agraria, cuyo objetivo era

establecer metas concretas de otorgamiento de

certificados de garantía a pequeños productores, así

como con la determinación de modificar el sistema de

garantías, para comprometer a los intermediarios


9
financieros a que las compartan .

La falta de interés de los intermediarios

financieros en la adjudicación de crédito a los

pequeños productores estaba asociada con el menor


margen que recibían por estos préstamos, en

comparación con el percibido en sus operaciones con

medianos y grandes agricultores y ganaderos. El

Ministerio gestionó, entonces, recursos del

presupuesto nacional para incrementar dicho margen e

igualarlo al de los demás productores —sin

trasladarlo, sin embargo, al costo de crédito—, con lo

que se comenzó a corregir esa discriminación.

En la materia que nos ocupa falta mucho por

hacer. La cobertura del crédito institucional en el

sector campesino y de pequeños productores es aún

muy baja. Su expansión requiere medidas innovativas.

En una de ellas se estuvo trabajando como parte de

la política de desarrollo rural. Se trata de la

ampliación del redescuento de FINAGRO a

cooperativas de ahorro y crédito y otras entidades

del sector solidario, las cuales por sus características

de entidades regionales o muy descentralizadas, por

su estructura financiera y por su notable presencia en

las zonas rurales, pueden llegar a mayor número de


campesinos, a costos más bajos. Sin embargo, las

rígidas normas legales conspiraron contra tal

propósito, puesto que muy difícilmente dichos entes

pueden cumplir los requisitos para ser vigiladas por la

Superintendencia Bancaria, lo que es precondición

para poder redescontar en FINAGRO.

Este escollo debe superarse, si se desea hacer más

accesible el crédito institucional a los labriegos. A

ello apuntan algunas iniciativas legales en trámite.

Pero eso no basta. Se requiere establecer otros

estímulos para interesar a los intermediarios

financieros —a los actuales o a los que puedan surgir

— en llevar crédito a los campesinos, de manera que

se fomente una mayor competencia en esta actividad.

Mecanismos como el utilizado en México, mediante los

cuales el gobierno compensa a los intermediarios por

los costos increméntales que representa llevar crédito

a pequeños productores, deben estudiarse y montarse

a la mayor brevedad. El fomento a las cajas o

cooperativas locales de ahorro crédito, de propiedad


de los propios productores, es otra idea interesante.

El Fondo EMPRENDER: los campesinos y la

modernización del mercadeo

Una de las iniciativas más interesantes y

promisorias aprobadas en la Ley Agraria fue la

creación de un fondo de capital de riesgo en el

IDEMA, para que el Instituto cofinancie a los

productores en la conformación y fortalecimiento de

empresas de comercialización y de procesamiento

primario de sus productos. En ella confluyen dos

estrategias básicas de la política sectorial puesta en

marcha: (a) la de modernización de los canales de

comercialización, atacando los problemas que se

presentan a todo lo largo de una cadena, desde la

finca hasta el consumidor, lo que requiere involucrar a

los productores primarios, tal como se planteó en el

capítulo cuarto; y (b) la de incentivar a los

campesinos y a las comunidades rurales a que se

apropien de sus propios procesos de desarrollo y se

conviertan en sus protagonistas principales, explicada


al principio del presente capítulo.

El Fondo EMPRENDER, creado para el efecto,

aunque no limita su acción a los pequeños productores,

sí hace de ellos sus beneficiarios por excelencia. Lo

hace además, no sólo por razones de índole social,

plenamente justificables, sino porque en la

comercialización de sus productos es donde se

encuentran los mayores atrasos, los más graves

problemas y los más elevados costos del conjunto del

mercadeo agrícola. Los diversos diagnósticos han

ilustrado con lujo de detalle la gran cantidad de

intermediarios que actúan en las cadenas de

comercialización de los bienes de la economía

campesina, las dificultades asociadas con mercadear

productos que se cosechan en bajos volúmenes y se

venden al público en cantidades igualmente magras en

las tiendas de las barriadas, la variedad y el costo de

los medios de locomoción utilizados por los campesinos

para llevar sus productos a los centros de acopio, y

de allí a los de consumo o de mayoreo, la absoluta


falta de selección y de preparación de tales

productos para su comercialización, y las dramáticas

pérdidas en que se incurre en el proceso. Los bienes

de la agricultura comercial, a pesar de los problemas

que aún enfrentan, utilizan, sin lugar a dudas, canales

de mercadeo más modernos.

En consecuencia, el Fondo EMPRENDER otorga

prioridad a los proyectos de pequeños productores,

tal y como lo establece la reglamentación que ya se

ha expedido. Para garantizar que la participación de

ellos sea real y efectiva, el Fondo no realiza aportes

que superen, en conjunto con otras entidades

públicas, el 49% del capital accionario de la empresa,

a menos que consideraciones especiales lleven a su

órgano directivo a autorizar porcentajes superiores.

Puede, también, cofinanciar la preinversión, con lo

que contribuye a la adecuada preparación de los

proyectos hasta que se asegure que cumplen criterios

de rentabilidad económica, pues en caso contrario no


10
son sujetos de cofinanciación . Una vez la
respectiva empresa alcance la estabilidad económica,

técnica y administrativa, la Junta Directiva del

IDEMA ordenará la venta de la participación

accionaria a los socios privados.

De esta manera, con un apoyo inicial del Estado, los

campesinos podrán crear empresas de comercialización

en las cuales sean los mayores propietarios, y las

cuales cumplan con todos los requisitos gerenciales y

técnicos para ser verdaderas sociedades comerciales,

con capacidad para modernizar las cadenas de

comercialización de sus productos y para afrontar con

éxito los avatares del mercado de bienes

agropecuarios. Ello, en conjunto con las otras políticas

de comercialización diseñadas y con las de

infraestructura, debe permitir superar buena parte

de las dificultades que el mercadeo de sus cosechas

ha significado para los pequeños productores.

El programa de vivienda rural

De las políticas ejecutadas para mejorar la

calidad de vida del campesinado, tal vez la más


novedosa fue la de vivienda, puesto que con ella se

modificaron radicalmente los esquemas que se habían

puesto en marcha en el pasado y que habían tenido un

impacto muy reducido en el mejoramiento de las

viviendas de los moradores rurales. El nuevo programa

estableció el otorgamiento de un subsidio para las

familias de bajos ingresos de las áreas rurales que

participaran en proyectos de construcción, o

mejoramiento, de la vivienda que fueran iniciativa de

las respectivas comunidades. El Plan Nacional de

Rehabilitación, el Fondo DRI y las entidades

territoriales se encargaron de su promoción, y ellas y

diversas organizaciones no gubernamentales

trabajaron con las comunidades en el diseño y

tramitación de los proyectos ante la Caja Agraria,

entidad encargada de su ejecución.

Debido a que el problema en dichas zonas es más de

malas condiciones de la vivienda que de déficit

cuantitativo, se privilegiaron los proyectos de

mejoramiento. Dentro de ellos, los que incluían el


componente de saneamiento básico fueron los que

tuvieron mayor demanda. Esta fue tan grande que los

recursos asignados, sin duda cuantiosos, no

alcanzaron para satisfacer todas las expectativas. Lo

sentido de este tema para los moradores del campo y

lo atractivo del programa generó una avalancha de

solicitudes, a pesar de que la reglamentación y la

forma de calificación establecidas hacían las veces de

filtro. Para esta última se estableció una fórmula

según la cual el puntaje obtenido dependía del índice

de necesidades básicas insatisfechas del respectivo

municipio, de la participación e inerés de la comunidad


11
y de las otras fuentes de cofinanciación definidas .

En algo más de año y medio se adjudicaron y

declararon elegibles proyectos que otorgaban

subsidios por $96.173 millones y beneficiaban a más

de 100.000 familias, El valor total de los proyectos

cofinanciados era de $160.273 millones. No

obstante, la demanda insatisfecha de proyectos

elegibles era, a mediados de 1994, superior a los


$100.000 millones, cifra que refleja claramente el

interés despertado por este programa.

Además de que los recursos eran insuficientes,

fuera cualquiera la cantidad asignada al programa, se

contó con una dificultad adicional. Los subsidios se


12
concentraron en unos cuantos departamentos y

muchas regiones pobres y marginadas recibieron

porcentajes muy bajos. En aquellos sitios en que las

autoridades departamentales o locales, o en que el

PNR o el DRI, desplegaron una intensa actividad de

promoción y de acompañamiento a las comunidades

rurales, los proyectos fueron numerosos y bien

elaborados, pero donde ello no ocurrió la cobertura

fue muy modesta. Es necesario, por lo tanto,

establecer mecanismos que permitan una distribución

regional más equilibrada de los subsidios y apalanquen

mayores recursos regionales y locales para expandir

el programa.

La dotación de infraestructura y de servicios

Los restantes programas de apoyo al mejoramiento


de la calidad de vida de la población pobre del campo

siguieron el esquema de entregar la iniciativa a las

comunidades, y fueron ejecutados principalmente a


13
través del Fondo DRI . Las asignaciones

presupuestales del Fondo para proyectos de

construcción y mejoramiento de vías y de acueductos

y saneamiento básico aumentaron notoriamente, y los

proyectos de electrificación, tras varios años sin

presupuesto, volvieron a ser cofinanciados en 1994.

En este año el Fondo adquirió, igualmente, cobertura

nacional, superando la limitación de que sólo

cofinanciaba a algo más de un 60% de los municipios

del país.

El presupuesto del Fondo DRI, que había crecido

un 59% en 1993, se incrementó en un 88% adicional

en 1994, alcanzando, en este último año, más de

$130.000 millones, incluido el programa de vivienda

de interés social del que se habló en el numeral

anterior, y las adiciones presupuestales que para éste

y otros programas del DRI se hicieron a comienzos de


la Administración Samper. Estos recursos, y los

aportados adicionalmente por las entidades

territoriales y las comunidades, contribuyeron al

mejoramiento de la infraestructura y de los servicios

en las áreas rurales, aunque son todavía

insignificantes ante la magnitud de las necesidades

que existen en este terreno. Todos los proyectos

cofinanciados fueron discutidos y concertados con las

comunidades y con las autoridades locales, quienes

lideraron su ejecución, en concordancia con la

filosofía establecida para toda la política de

desarrollo rural. El fortalecimiento de estas

inversiones, basado en el notorio aumento de los

recursos que se le asignen y en la cada vez mayor

participación decisoria de la comunidad en todas las

fases de los proyectos, es uno de los principales

retos que de la política estatal, pues la superación de

las descomunales carencias que aún vive el campo

colombiano en esta materia debe ser una clara

prioridad nacional.
Seguridad social para los campesinos: la Caja de

Compensación Familiar Campesina

Los campesinos colombianos y buena parte de los

jornaleros del agro no han contado con la posibilidad

de acceder a la seguridad social. Sólo el 3.3% de la

población rural estaba cubierta en 1993 por algún

esquema de seguridad social. El subsidio familiar, las

actividades recreativas y culturales, los planes de

capacitación, eran prácticamente desconocidos en el

agro nacional. Las cajas de compensación existentes

cuando mucho cobijaban a los asalariados de las

grandes empresas agrícolas, y no habían demostrado

ningún interés en el resto de la población rural. La

Caja Agraria tenía una dependencia de subsidio

familiar con baja cobertura e infinidad de problemas.

La Ley 101 de 1994 creó la Caja de Compensación

Familiar Campesina —que sustituyó de pleno derecho a

la Unidad de Negocios de Subsidio Familiar de la Caja

Agraria— con el objeto de llevar el subsidio familiar y

de extender la seguridad social a los pobres del


campo. Esta entidad, además de continuar prestando

los servicios de dicha unidad, ampliándolos y

modernizándolos, fue autorizada a adelantar planes

de extensión del subsidio familiar para “trabajadores

del sector primario no asalariados y de menores

recursos” con fondos provenientes del presupuesto

nacional. La misma ley estableció, igualmente, un

mecanismo en virtud del cual las cajas cuya relación

de recaudos a pagos de subsidio en el sector primario

sea superior al promedio nacional deberán redistribuir

sus excedentes hacia las cajas en que dicha relación


14
sea inferior al promedio, de manera que los

sectores y regiones de mayores ingresos colaboren

con la prestación del servicio en los más pobres y en

las más aisladas.

L as disposiciones anteriores buscaban garantizar

que la política de ampliar el subsidio familiar y la

seguridad social a los campesinos y habitantes rurales

de bajos ingresos contara con los mecanismos y los

recursos adecuados para su ejecución. La nueva caja


se creó para adelantar esta política, y constituye el

vehículo idóneo para hacerlo, pues es una entidad

especializada en este terreno, y la única que tiene

experiencia y una infraestructura para este efecto —

la que heredó de la unidad respectiva de la Caja

Agraria. Y los recursos que le puede asignar el

presupuesto nacional deben complementar los que ella

destine a este fin y los que, a ella o a otras cajas,

sean trasladados en virtud del mecanismo de

compensación mencionado. Este mecanismo, debe

estimular, además, a que otras cajas se interesen por

prestar sus servicios en las zonas rurales más pobres

del país.

Con estos instrumentos y con el desarrollo de

aquellos que creó la nueva Ley de Seguridad Social

(Ley 100 de 1993) y con los recursos asignados a la

política social por el nuevo gobierno, debe hacerse

posible, por primera vez en la historia del país, que

los pobladores menos favorecidos del agro cuenten

con servicios de subsidio familiar y de seguridad


social.

POLÍTICA PARA LA MUJER RURAL

La preocupación por las difíciles condiciones de

vida de las mujeres campesinas tiene más de una

década, pero ha ido en aumento con el transcurrir del

tiempo. Además de la mala situación económica que

afecta a los pobres del campo, las mujeres deben

soportar el exceso de trabajo que les significa

participar en las labores productivas y realizar las

tareas domésticas en condiciones particularmente

precarias y arcaicas. La sociedad rural no las valora

con justicia, ni les otorga el trato que se merecen, ni

les reconoce su aporte al progreso y desarrollo de sus

comunidades. Las mujeres jefe de hogar, cuyo número

ha ido creciendo con rapidez, afrontan una situación

especialmente delicada, pues son objeto de la

discriminación existente en la remuneración al trabajo

y en la prestación de los servicios de las entidades

gubernamentales.
La política para atender a las mujeres rurales se

inició, en el decenio del ochenta, con la formulación y

puesta en práctica de proyectos, pequeños y aislados,

que buscaban facilitar su incorporación al proceso

productivo. Aunque tuvieron algún impacto y

contribuyeron, en muchos casos, a la organización de

las mujeres y a crear conciencia sobre su situación y

sobre sus derechos, tales proyectos general-ente se

convirtieron en una actividad marginal de las pocas

entidades públicas que los adoptaron, y un tanto

extraña al conjunto de su quehacer institucional. En

no pocas ocasiones, además, concentraron sus

esfuerzos en trabajos artesanales y de poca

incidencia económica, muchas veces en labores que

constituían una prolongación de las agobiantes y

frustrantes tareas domésticas.

La concepción de la política puesta en marcha por

el ministerio de Agricultura, como parte de la

actividad de desarrollo rural que nos ocupa, aspiraba

a corregir tales fallas y a superar sus limitaciones.


Buscaba que en el diseño de todos sus programas, las

entidades tuvieran en cuenta las peculiares

características de las mujeres para que, en

concordancia con ellas, pudieran ser beneficiarias de

su acción. De esta forma, de los proyectos marginales

se debía pasar a la incorporación de la dimensión de

género en el conjunto de la labor de las entidades, y

las mujeres ya no debían ser usuarias de unos pocos

proyectos específicos sino de todos los programas

institucionales.

Sin embargo, aquellos no debían tampoco

desaparecer, pero debían modificarse para que se

orientaran a actividades económicamente importantes

y rentables, que preferiblemente permitieran a las

mujeres del campo diversificar sus quehaceres hacia

labores distintas a las domésticas, que las pusieran

en contacto con el mundo exterior y les dieran una

visión de él que superara la estrecha que se podían

formar dentro de las cuatro paredes de sus hogares.

Así mismo, los proyectos deberían tender a facilitar y


a acortar las tareas domésticas, las cuales

demandan, en el campo, tiempo y esfuerzos muy

superiores a los exigidos en las ciudades.

La política, en síntesis, partió de tres criterios

fundamentales: que a las mujeres, cuyo papel es

fundamental en la lucha por el desarrollo y por

mejores condiciones de vida en sus comunidades, se

les debe facilitar su participación en dichos procesos,

reconociendo sus diferencias y particularidades; que

la labor del Estado debe propender por el incremento

de la productividad del trabajo doméstico y del

trabajo productivo femenino; y que la acción

gubernamental debe atender prioritariamente a las

mujeres pobres, a las jefes de hogar y a las víctimas


15
de la violencia .

La concreción de la nueva concepción requirió de un

trabajo arduo, que incluyó la realización de un

agresivo programa de capacitación y de difusión, el

establecimiento de una estructura institucional para

impulsarla, y la creación de un equipo especializado


que trabajara con el Ministerio y con sus entidades

adscritas y vinculadas. En el primer aspecto, se

adelantó la elaboración de material pedagógico y

divulgativo, se efectuaron seminarios y talleres

dirigidos a funcionarios públicos y a mujeres rurales y

se dictaron numerosas conferencias. La capacitación a

los funcionarios de las entidades nacionales y

territoriales estaba orientada a sensibilizados en el

tema y a prepararlos en los tópicos de la planeación

con perspectiva de género. La dirigida a las mujeres

rurales se centraba en los aspectos de organización,

participación en las instancias decisorias, formulación

de proyectos e inducción en la política.

Para la implantación de la política se creó una

secretaría técnica en el Ministerio, la cual con la

reestructuración se convirtió en oficina, se estableció

un comité coordinador con la consejería respectiva de

la Presidencia de la República y se firmaron convenios

con UNICEF y con el ICA. En todas las entidades

adscritas al Ministerio se adelantó una labor


tendiente a identificar las modificaciones requeridas

para que los servicios ofrecidos se adecuaran a las

necesidades de las mujeres del campo y a definir los

cambios institucionales que la incorporación de la

perspectiva de género demandaba. En doce

departamentos se inició un trabajo similar, que incluyó

la adecuación de los sistemas de información para que

recopilaran la relativa a las necesidades de las

mujeres. La identificación y preparación de proyectos

productivos que cumplieran con las características

antes esbozadas también hizo parte de las tareas

realizadas.

En fin, se sentaron las bases para rescatar a la

política para la mujer rural de su condición

subalterna, y para emprender una labor que coadyuve

a que a las mujeres del ampo se les facilite, de

acuerdo con sus peculiaridades, restar su decisivo

concurso al desarrollo y al mejorestar de los

moradores rurales y se les reconozca su contribución

y su papel en la consecución de tales objetivos. Sin


ello, la meta de una vida digna y amable en el campo

será una quimera.

____________

9. Departamento Nacional de Planeación y Ministerio


de Agricultura y Desarrollo Rural (1994b).(Regresar)

10.Este criterio es fundamental, pues no se quiere


promover empresas que no sean rentables y a las que,
por ende, deba subsidiar eternamente el
gobierno.(Regresar)

11. Los subsidios podían representar como máximo el


setenta y cinco por ciento del valor de los proyectos.
Sin embargo, como el mayor porcentaje cofinanciado
por otras fuentes representaba aumento del puntaje,
en la mayoría de los casos solicitaban subsidios que
cofinanciaran un porcentaje menor que el máximo
establecido.(Regresar)

12. Tres departamentos -Cauca, Sucre, y Cesar-


recibieron el 37.8% de las subvenciones
asignadas.(Regresar)

13. Otras entidades, entre ellas los demás fondos de


cofinanciación, también la participaron en la
financiación de la infraestructura y los
servicios.(Regresar)
14. A partir de 1994, los recursos para el programa
de vivienda de interés social se asignaron al
presupuesto del Fondo DRI, pero la Caja siguió siendo
la entidad ejecutora. En dicho programa, como se
señaló, el incremento del presupuesto también fue
sustancial.(Regresar)

15. Departamento Nacional de Planeación y Ministerio


de Agricultura (1994a).(Regresar)

Capítulo 7

POR UN DESARROLLO AGROPECUARIO

SOSTENIBLE

La creciente destrucción de los recursos

naturales y el dramático deterioro del ambiente

ocasionado, en buena medida, por los modelos de

desarrollo prevalecientes en el ‘mundo contemporáneo,

despertó un inusitado interés por la ecología y desató

un verdadero fervor por las estrategias de desarrollo

que no los degradan. El desarrollo sostenible, como se

le denominó, se convirtió en un tema central de los

debates públicos y de las políticas gubernamentales.


El sector agropecuario es, tal vez, aquel en el cual se

ha difundido más rápidamente la necesidad de

propender por este tipo de desarrollo, y uno de los

que más ha intentado una aproximación a lo que por él

puede entenderse. No obstante, el debate continua

abierto, una definición clara y universalmente

aceptada del tema no parece existir todavía y, menos

aún, unos lineamientos precisos de la manera como se

puede poner en práctica el deseado desarrollo

agropecuario sostenible.

Entretanto, el Ministerio de Agricultura dió pasos

que contribuyeran a lograr dicho objetivo. Tres

fueron los temas principales que se trabajaron en

este terreno: la reorganización institucional del

sector ambiental y de recursos naturales renovables,

la Estrategia Nacional para la Conservación de la

Biodiversidad y el fortalecimiento de la investigación

tendiente a desarrollar sistemas sostenibles de

producción.

ORGANIZACIÓN INSTITUCIONAL PROPIA DEL


SECTOR AMBIENTAL: LA LEY 99 DE 1993

La debilidad institucional del sector ambiental

fue identificada, en los diversos diagnósticos sobre el

tema, como uno de los problemas que facilitaban el

daño que se estaba registrando en los recursos

naturales del país. La adscripción de las funciones en

esta materia al Ministerio de Agricultura, la poca

jerarquía y las innumerables funciones del

INDERENA, los conflictos de funciones de este

Instituto con las corporaciones regionales, se

reconocían como dificultades que limitaban seriamente

la acción gubernativa. Por eso, desde hace años se

estimaba necesario dotar al medio ambiente de una

estructura institucional propia, independiente de

cualquiera de los demás ministerios, con un apropiado

nivel jerárquico y con la que se resolvieran los


1
conflictos y los vacíos existentes .

La Ley 99 de 1993 —“por la cual se crea el

Ministerio del Medio Ambiente, se reordena el Sector

Público encargado de la Gestión y Conservación del


Medio Ambiente y los Recursos Naturales Renovables,

se organiza el Sistema Nacional Ambiental y se dictan

otras disposiciones”— constituyó una solución a dichos

problemas. Como rector que era hasta entonces de la

política ambiental, correspondió al Ministerio de

Agricultura impulsar la aprobación de esta Ley. Ella

creó una organización institucional independiente,

completa, con una acertada división de funciones y de

tareas y con un nivel jerárquico elevado.”’A la cabeza

de ella se ubicó al Ministerio del Medio Ambiente

como ente de definición de políticas, de planificación,

de coordinación y de decisión en materias ambientales

de gran impacto nacional (la explotación petrolera y la

gran minería; la construcción de vías troncales,

ferrocarriles, puertos y aeropuertos nacionales y de

grandes embalses y distritos de riego; el trasvase de

aguas entre cuencas hidrográficas, etc.). A su cargo

quedó también el manejo del sistema de parques

nacionales, a través de una Unidad Administrativa

Especial. La administración de los recursos naturales

renovables y del ambiente quedó a cargo de ocho


Corporaciones de Desarrollo Sostenible, encargadas

del manejo de los ecosistemas nacionales más


2
estratégicos , dependientes directamente del

Ministerio, y de veintiséis Corporaciones Autónomas

Regionales. Las labores de información, investigación

y transferencia de tecnología fueron asignadas a

cinco entidades especializadas, cuatro de las cuales

tienen la forma jurídica de corporaciones civiles sin

ánimo de lucro, regidas por el derecho privado, en

concordancia con la legislación de ciencia y tecnología

a la que se hizo referencia en el capítulo cuarto.

La ley, así mismo, dotó de recursos económicos a las

entidades y al sistema ambiental, de manera que

puedan ‘financiar su tarea. A las corporaciones

autónomas se les asignaron, entre otros, los recursos

provenientes de las tasas retributivas y


3
compensatorias ; las tasas de aprovechamiento del

agua; un porcentaje del impuesto predial; las

transferencias que les deben hacer las empresas

generadoras de hidroelectricidad; los derechos


causados por el otorgamiento de licencias, permisos,

concesiones y salvoconductos; los derechos,

contribuciones, tasas, tarifas, participaciones y

multas que perciban; las transferencias de las

entidades territoriales efectuadas con recursos

provenientes de la participación en regalías y los

recursos que asigne ,la ley del Fondo Nacional de

Regalías. De igual manera, se crearon el Fondo

Nacional Ambiental y el Fondo Ambiental de la

Amazonía, a los cuales también se les asignaron

recursos y fuentes de financiación. Se aspiraba, con

estas disposiciones, a que los recursos asignados

fueran suficientes para el funcionamiento y para la

actividad propia de las entidades ambientales.

Cabe resaltar los espacios y los mecanismos de

participación ciudadana creados por la ley para la

gestión ambiental. La ley reguló lo referente al

derecho que asiste a los ‘ciudadanos de intervenir en

los procedimientos y trámites administrativos

relacionados con el ambiente, a la necesidad de


publicitar las actuaciones oficiales en la materia, a

las audiencias públicas que se pueden solicitar cuando

existen decisiones sobre este tema en trámite, al

derecho ciudadano de pedir información relacionada

con elementos susceptibles de producir contaminación

y con el monto y la utilización de los recursos

destinados a la preservación ambiental, etc. Creó,

además, el Consejo Nacional del Ambiente, en el cual

tienen asiento representantes de las minorías étnicas,

de los gremios de la producción, de las organizaciones

no gubernamentales, de los municipios, de los

departamentos y de la comunidad académica.

En consecuencia, la Ley 99 de 1993 no sólo creó una

estructura institucional para el manejo de los temas

ambientales, sino que le asignó recursos para su

financiamiento y desarrolló el principio de la

participación ciudadana en su órbita. En su fase de

despegue ha demostrado que el principal objetivo que

se perseguía, el de elevar el nivel de jerarquía y de

prioridad de los temas ambientales, se ha logrado


ampliamente, pero también se han enfrentado

problemas, asociados a la atomización de las


4
corporaciones autónomas regionales , la escasa

capacidad de dirección que sobre ellas tiene el

Ministerio y la interpretación contradictoria de las

competencias de unas y otras. La experiencia servirá

de base para el ajuste que deberá experimentar el

nuevo esquema institucional.

LA ESTRATEGIA NACIONAL PARA LA

CONSERVACIÓN Y USO SOSTENIBLE DE LA

BIODIVERSIDAD

Tras el lanzamiento de la Estrategia Global de


5
Biodiversidad en 1992 y de la Cumbre de la tierra

de Río, donde se suscribió la Convención de la

Biodiversidad, el Ministerio de Agricultura, a través

del INDERENA, emprendió la formulación de una

estrategia nacional en la materia. Su objetivo era

conocer a profundidad el estado de los activos

biológicos del país —los segundos más diversos del

planeta, después de los brasileros— y los factores


causantes de su deterioro, adoptar medidas de

protección de ellos y formular políticas para

propender por su uso sostenible. En una primera fase

constaba de cuatro componentes fundamentales, a

saber: la elaboración de un estudio nacional sobre

biodiversidad, la definición de una estrategia para

conservar y fortalecer el Sistema de Parques

Nacionales Naturales, la expedición de normas legales

sobre recursos genéticos y el desarrollo de la política


6
forestal .

Para la formulación de la Estrategia se creó un

comité coordinador, presidido por el Ministro de

Agricultura y con representación amplia de las

entidades públicas relacionadas con el tema, de la

comunidad científica y de la sociedad civil. La

secretaría técnica se le encomendó al INDERENA, el

cual debería conformarla con personal propio y con

especialistas contratados específicamente para

desarrollar esta labor. Se definió una metodología que

combinaba la deliberación participativa con la


ejecución de estudios y consultorías especializadas

sobre diferentes temas. Y se inició el trabajo en los

cuatro componentes de la fase inicial.

Respecto al primero de ellos, el INDERENA, con la

colaboración del Instituto de Ciencias Naturales y el

Centro de Investigación para el Desarrollo de la

Universidad Nacional, abordó la realización del

estudio, cuyos resultados deberían ser la definición

de las necesidades y de las prioridades de

investigación, la identificación de las amenazas

actuales y potenciales a la conservación de la

biodiversidad, la determinación de las posibilidades de

incorporación de los recursos genéticos a la economía

nacional, el establecimiento de las opciones de

protección y manejo in situ y ex situ de dichos

recursos y la estimación de los costos que la

realización de las acciones de conservación

demandarán en los próximos años.

El diseño de una estrategia para el fortalecimiento

del Sistema de Parques Nacionales Naturales se


consideró una prioridad para el INDERENA y para el

futuro Ministerio del Medio Ambiente, puesto que con

él se busca conservar in situ la biodiversidad de las

áreas más ricas del territorio nacional y en las que

aún existen especies y recursos en peligro de

extinción. El Sistema cubría cerca de nueve millones

de hectáreas protegidas en cuarenta y dos unidades

ubicadas a todo lo largo y ancho de la geografía

colombiana. Sin embargo, su control y manejo

resultaba deficiente por la pobre asignación

presupuestal y por la debilidad institucional del

INDERENA. La estrategia debía mejorar la

planificación de estas áreas, estimar su valor

económico, promover el apoyo regional y de las

comunidades locales, fortalecer institucional y

financieramente el sistema y propiciar la investigación

en ellas.

La Cumbre de Río y su Convención de

Biodiversidad, la creciente tendencia a patentar o a

establecer otra formas de protección a la propiedad


intelectual de las variedades mejoradas y el

desarrollo de la biotecnología, pusieron de presente la

necesidad de establecer formas de protección de los

recursos genéticos, en especial en los países que son

ricos en este campo, de manera que tengan una

participación equitativa en los beneficios económicos

que de ellos se puedan derivar. De allí la importancia

de expedir normas legales que regulen las condiciones

de acceso a los recursos biológicos silvestres y

domesticados por parte de investigadores,

mejoradores y usuarios; que determine las condiciones

para su introducción y salida del país y para su

comercialización; que estipule las regalías u otros

derechos que debe percibir el país por su utilización;

que establezca incentivos para la investigación y para

el desarrollo tecnológico basado en ellos, y que

garantice los derechos de las comunidades campesinas

e indígenas que han mejorado o perpetuado

determinadas especies. Un grupo de trabajo con

funcionarios del Ministerio, el INDERENA, el ICA y

CORPOICA elaboró un primer borrador de dicho


estatuto de protección de los recursos genéticos. De

acuerdo con lo estipulado en la Decisión 345 del

Grupo Andino, por medio de la cual se protegieron las


7
obtenciones vegetales , dichas normas de protección

deben ser presentadas ante la Comisión del acuerdo

de Cartagena para su adopción como norma andina.

En materia forestal, se aceleró la ejecución del

Plan de Acción Forestal en los Trópicos, formulado

desde fines de los ochentas, se fortaleció financiera

y técnicamente la Corporación Nacional de

Investigaciones Forestales (CONIF) y se tramitó la

Ley 139 de 1994, que creó un nuevo incentivo a la

reforestación con fines comerciales, el Certificado de

Incentivo Forestal, CIF. Este mecanismo permite

subsidiar el 75% de los costos de establecimiento de

plantaciones de especies autóctonas, el 50% de dichos

costos para especies introducidas, el 50% de los

costos de mantenimiento hasta el quinto año y el 75%

de los costos de mantenimiento de las áreas de

bosque natural que queden cobijadas dentro de un


proyecto de reforestación. Este incentivo será

manejado por FINAGRO, pero los proyectos deben

ser presentados ante las Corporaciones Autónomas

Regionales y deben incluir un Plan de Establecimiento

y Manejo Forestal, la demostración de que las

plantaciones se van a realizar en suelos de aptitud

forestal en los cuales no ha habido en los últimos

cinco años bosque nativo, y la celebración de un

contrato en el cual se estipulen las obligaciones

emanadas de dicho Plan. Aunque el despegue de este

incentivo ha sido lento, demostrará ser un

instrumento decisivo para el desarrollo de un sector

en el cual se combinan en forma única la protección

ambiental y el desarrollo agropecuario, en una

actividad particularmente promisoria, aunque de larga

gestación.

UNA NUEVA CONCEPCIÓN DEL DESARROLLO

TECNOLÓGICO AGROPECUARIO: HACIA SISTEMAS

SOSTENIBLES DE PRODUCCIÓN

En la segunda posguerra, cuando aún el mundo no


contaba con una disponibilidad holgada de alimentos,

la preocupación por el incremento de la producción

agrícola llevó a la creación de una serie de centros

internacionales de investigación especializados en

diversos cultivos alimenticios, los cuales recibieron

generosa financiación de los donantes públicos y

privados de los países industrializados. Su labor se

concentró en la obtención de variedades precoces de

alto rendimiento, que al permitir un mayor número de

cosechas al año y una mayor producción por hectárea

en cada una de ellas, contribuyeran a alejar las

posibilidades de una escasez global de alimentos. La

investigación incluía la definición de las composiciones

y las cantidades de insumos más adecuadas que

debían agregarse a ellas para lograr las mayores

producciones esperadas. Tales insumos eran,

principalmente, plaguicidas y fertilizantes químicos,

maquinaria autopropulsada y riego.

La revolución verde, como se le motejó, tuvo un

impacto considerable en el incremento de la


productividad y de la producción agropecuarias, y

contribuyó de manera decidida a resolver carencias

de alimentación en diversas regiones del globo.

Empero, ocasionó numerosos problemas de degradación

de los recursos naturales renovables que conformaban

su base productiva. La compactación y salinización de

los suelos, la contaminación química de las aguas, la

reducción de la cobertura arbórea y la deforestación,

la destrucción de la fauna benéfica y de no pocos

microorganismos, fueron algunas de sus más graves

consecuencias ambientales. Pero, incluso, la salud

humana comenzó a verse afectada por los alimentos

producidos con la utilización indiscriminada de insumos

químicos.

En los países en desarrollo, y tropicales, como

Colombia, dicha tecnología presentó un problema

adicional. Por ser inicialmente desarrollada en los

países industrializados y templados, era más

apropiada a sus características agro-ecológicas y a su

dotación de recursos, por lo que las naciones del


trópico debían incurrir en tres costos incrementales:

el de su adaptación a sus peculiares condiciones, el de

importar buena parte de los insumos requeridos y el

de ocasionar deterioros en los ecosistemas en los

cuales se aplicaba una tecnología diseñada para

características ambientales muy distintas.

Las razones anteriores, y la preocupación

creciente por los asuntos ambientales y por una

alimentación más sana, generaron una abundante

crítica a los efectos negativos de la revolución verde,

y determinaron a numerosos investigadores a buscar

nuevos paradigmas de desarrollo tecnológico que

corrigieran los yerros y defectos del hasta entonces

prevaleciente. Surgieron, así, tecnologías de labranza

mínima, control integrado de plagas, incorporación

natural de nutrientes al suelo, fertilización no

convencional, obtención de variedades resistentes y

más eficientes en la toma de nutrimentos,

recirculación y aprovechamiento de desechos,

sistemas mixtos de cultivo y sistemas múltiples de


producción, etc. Poco a poco, una concepción más

integral y un enfoque holístico se fue desarrollando,

en virtud de los cuales los diversos agroecosistemas

deben ser mejor estudiados, para comprender su

funcionamiento e identificar sus limitaciones y sus

potenciales, y los diferentes aspectos biológicos,

económicos, sociales y ambientales de ellos y de los

sistemas productivos, al igual que las relaciones entre

ellos, deben ser tenidos en cuenta en la investigación

y en la generación de la nueva tecnología.

Esta tecnología se espera que sea sostenible

desde los puntos de vista económico, social y

ambiental. No se trata, en consecuencia, de

contemplar exclusivamente el último aspecto, puesto

que si no reporta utilidades a los productores, ni

incorpora los elementos sociales y de equidad que

faciliten su adopción y su perdurabilidad, no pasará

de ser una curiosidad científica sin mayor efecto

práctico. Este es, precisamente, el reto de la

agricultura sostenible: demostrar su factibilidad


económica y social. Ello debe ser posible, ya que el

estudio a fondo de los ecosistemas y el conocimiento

de sus ventajas y potenciales debe permitir generar

una tecnología más apropiada y más rentable para

cada uno de ellos, que sea ambientalmente sostenible,

dado que también se analizan sus limitaciones.

La importancia de dar un vigoroso impulso a las

nuevas tecnologías, absolutamente fundamental para

un país con la diversidad y la riqueza de

agroecosistemas que tiene Colombia, no pasó

desapercibida para el Ministerio de Agricultura.

Diversas actividades promovió o apoyó en tal sentido.

El impulso a la incorporación de estos paradigmas en

la investigación agropecuaria, efectuado tanto en la

reforma del ICA como en los lineamientos de política

aprobados por el Consejo Nacional de Ciencia y

Tecnología Agropecuaria; la activa participación en

eventos de agricultura sostenible, orgánica y

biológica; la creación del Consejo Nacional de

Agricultura Orgánica, y el apoyo al establecimiento de


un sistema de certificación, fueron las principales

realizaciones en la materia.

De los anteriores, tal vez merezca destacarse lo

realizado en CORPOICA, por ser el mayor esfuerzo

sobre el tema, y el más sistemático, que se ha

efectuado en Colombia. En efecto, la Corporación,

principal entidad de investigación agropecuaria del

país, modificó radicalmente los esquemas y las

estrategias de investigación que prevalecían en su

antecesor, el ICA, para dar paso a las nuevas

tecnologías y a las nuevas concepciones. Se

establecieron programas y proyectos nacionales,

regionales y locales de investigación. Los primeros

buscan fortalecer la capacidad científica básica del

país y de la entidad en los diversos tópicos y

aspectos que se consideran estratégicos para mejorar

la competitividad de los diversos agroecosistemas y

para solucionar los problemas que en ellos afrontan

los productores, pero rompiendo la tradicional

aproximación disciplinaria, y dando importancia a los


distintos elementos biológicos, ecológicos y

socioeconómicos. Los segundos tienden a conocer en

detalle los agroecosistemas predominantes en una

determinada región, a identificar y priorizar sus

problemas y a encontrarles soluciones, contando con

el apoyo de los programas nacionales relevantes. Los

terceros aspiran a adaptar esas soluciones a las

condiciones específicas de las explotaciones

agropecuarias, contando con la participación activa de

los productores en el proceso de experimentación, de

manera que se lleguen a generar sistemas de

producción sostenibles en finca.

Los resultados de este novedoso esquema

tardarán un tiempo en conocerse. Numerosos

problemas teóricos y prácticos no se han resuelto

todavía. No obstante, CORPOICA está trabajando

juiciosamente en ellos, en varios en colaboración con

otras entidades nacionales o internacionales. Esta

labor, y la que en sentido similar vienen adelantando

unas cuantas instituciones públicas y privadas y un


número creciente de investigadores, debe contribuir a

que la sostenibilidad se convierta en un concepto

práctico, accesible y atractivo para los productores

del agro, y a que coadyuve a mejorar su rentabilidad

y su competitividad y a elevar la calidad de vida de

todos los colombianos sin comprometer la de las

generaciones venideras.

__________

1. Sobre los antecedentes del tema y los lineamientos


generales de lo que debería ser tal reorganización,
ver Mejía, Millán y Perry Ltda.(1985). En este
estudio se presenta una discusión de diferentes
alternativas de organización institucional, y unas
consideraciones relativas la necesidad de que el
ambiente fuera tratado como un sector diferente de
los demás.(Regresar)

2. Amazonía (dividida en dos Corporaciones), Chocó,


Sierra Nevada de Santa Marta, El Archipiélago de
San Andrés, Providencia y Santa Catalina, Serranía
de la Macarena, Urabá y La Mojana.(Regresar)

3. Las primeras se sufragan cuando se adelantan


actividades nocivas al ambiente de vertimento o
disposición de desechos o desperdicios. Las segundas
para contribuir a pagar los gastos de mantenimiento
de la renovabilidad de los recursos naturales
renovables.(Regresar)

4. Pese a que el Gobierno insistió en la necesidad de


un esquema de corporaciones en el cual su jurisdicción
coincidiera de alguna manera con el de ecosistemas,
este criterio no prevaleció y prevaleció en gran
medida el de hacerlas coincidir con los límites
departamentales.(Regresar)

5. Esta estrategia, de carácter orbital, fue


elaborada por el Instituto de Recursos Mundiales
(WRI), la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN) y
el Programa de las Naciones Unidas para el Medio
Ambiente (PNUMA), luego de la realización de
numerosos seminarios y consultas en las que
participaron entidades nacionales e internacionales,
públicas y privadas.(Regresar)

6. Ver Ocampo (1993b), Cap. IV.(Regresar)

7. Véase, al respecto, la sección correspondiente del


capítulo cuarto de este libro.(Regresar)

Capítulo 8

MODERNIZACIÓN Y DESCENTRALIZACIÓN DEL

SECTOR PÚBLICO AGROPECUARIO


Los cambios presentados en el escenario

internacional y en el entorno nacional determinaron la

necesidad de hacer modificaciones en la organización

institucional del sector. La creciente importancia de

las negociaciones internacionales, tanto las

multilaterales como las regionales y bilaterales; el

incremento de la competencia en todos los ámbitos y

la consecuente exigencia por la mejora de la

competitividad; el Ímpetu que adquirieron los temas

ambientales; el cada vez mayor papel protagónico del

sector privado y de la sociedad civil; la demanda por

mayor eficiencia y por una definición clara del rol del

Estado; la fuerte tendencia a la descentralización y a

la autonomía regional; los requerimientos de una

activa participación de las comunidades en los asuntos

públicos, fueron, entre otros, fenómenos que

conllevaron a la urgencia de que el sector público

agropecuario adecuara su estructura y organización a

los nuevos tiempos.

La constitución colombiana de 1991, que reflejó


varios de tales cambios, en especial los relativos a las

relaciones entre el Estado y la sociedad civil,

estableció la necesidad de modernizar las entidades

gubernamentales de la órbita nacional, para lo cual su

artículo 20 transitorio autorizó al Ejecutivo a

reestructurarlas. Con base en esta disposición, buena

parte de las entidades adscritas y vinculadas al

Ministerio de Agricultura modificaron su estructura

interna: el ICA, el INCORA, el HIMAT, el IDEMA,

el Fondo DRI y la Caja Agraria. Igualmente, en

virtud de ellas se determinó que las entidades

nacionales cesaran su participación accionaria en


1
VECOL y las centrales de abasto .

Posteriormente, el Congreso de la República aprobó la

creación del Ministerio del Medio Ambiente. Esta

novedad tuvo implicaciones sobre el Ministerio de

Agricultura, al cual estaba adscrito con antelación el

tema ambiental; determinó, en particular, el traslado

del INDERENA (durante el período de su liquidación)

al nuevo Ministerio y la especialización del antiguo


HIMAT en la tarea de adecuación de tierras. De

igual manera, la Ley Agraria otorgó facultades

extraordinarias al Gobierno Nacional para

reestructurar al Ministerio de Agricultura, las cuales

fueron utilizadas con la expedición del decreto 1279

del 22 de junio 1994. Asimismo, introdujo cambios a

lo establecido en diversos decretos de modernización

de las entidades con el fin de complementarlos, o

modificar aspectos que ya no se veían convenientes.

El conjunto de normas mencionadas definieron el

nuevo marco institucional del sector. Aunque varios de

los cambios ya han sido explicados, en este capítulo

se analizan diversos tópicos y aspectos de ellos, y se

hace referencia a algunas actividades

complementarias y al apoyo presupuestal que

recibieron las iniciativas del Ministerio.

EL NUEVO MINISTERIO DE AGRICULTURA Y


DESARROLLO RURAL

El primer aspecto digno de una somera explicación

es la reforma del Ministerio de Agricultura, la cual


mantuvo muchos de los aspectos novedosos de la

realizada con el Decreto 501 de 1989 e introdujo

muchos otros, fundamentales para responder a los

cambios en los escenarios nacional e internacional que

se habían presentado, a los problemas que se habían

evidenciado con la estructura vigente y a las nuevas

concepciones de la administración.

De las primeras, tal vez lo más notable fue la

ratificación de una serie de organismos colegiados de

dirección del sector y del Ministerio que facilitan el

trabajo compartido y de equipo que debe caracterizar

a una organización compleja, tales como el Comité de

Gabinete del Ministro, integrado por los niveles

directivos del Ministerio; el Comité de Coordinación

Ejecutiva, conformado por los directivos del

Ministerio, los gerentes y directores de las entidades

del sector y el jefe de la Unidad de Desarrollo

Agrícola del Departamento Nacional de Planeación; y

el Consejo Nacional de Secretarios de Agricultura, al

que asisten directivos del Ministerio y los Secretarios


de Agricultura de los departamentos.

Dentro de las segundas merecen destacarse la

creación de tres viceministerios, la eliminación de

niveles jerárquicos intermedios, el establecimiento de

toda una área de desarrollo rural y el paso a

direcciones generales de temas que habían adquirido

creciente interés. En general, se buscó crear una

estructura más plana, con menos niveles burocráticos

y con grupos de trabajo flexibles y de alto nivel. La

creación de los tres viceministerios, en lugar de uno,

debe servir para descongestionar el trabajo del

Ministro, mejorando al mismo tiempo el diálogo con los

múltiples Interlocutores sectoriales —diversos

gremios, asociaciones campesinas y los Secretarios de

Agricultura—, distribuir mejor las funciones y atender

áreas que no estaban siendo adecuadamente

atendidas. Debe permitir, igualmente, realizar un

trabajo más estrecho entre los viceministros y los

funcionarios del Ministerio, ya que cada uno de

aquellos tiene a su cargo algunas de las direcciones y


oficinas donde se agrupan los profesionales y técnicos

de la entidad.

La creación del Viceministerio de Desarrollo Rural —

con sus direcciones de desarrollo social, productivo y

empresarial y la oficina de mujer—, así como el

cambio de nombre del Ministerio, al que ya se hizo

referencia, reflejan la determinación de darle mayor

prioridad a este tópico, y de contar con una

estructura adecuada para poner en marcha la política

para el campesinado y para el desarrollo rural que se

reseñó en el capítulo sexto. La del Viceministerio de

Desarrollo Agropecuario y Pesquero aspira a

establecer una instancia apropiada de relación con los

gremios y los productores, y de solución de los

problemas específicos y coyunturales que presentan

los diferentes cultivos y las diversas actividades

pecuarias y pesqueras. Los especialistas por producto

se agrupan en las tres direcciones subsectoriales —

agrícola y forestal, pecuaria y pesquera y acuícola—

que dependen de este viceministerio.


El Viceministerio de Coordinación de Políticas tiene

a su cargo el diseño de las estrategias de mediano


2
plazo , y debe trabajar más por instrumentos de

política que por productos específicos. Dos de las

direcciones generales que le están adscritas cubren

temas que habían adquirido importancia trascendental

en los últimos años, y que aparecían como

subdirecciones en el anterior esquema: desarrollo

regional y comercio exterior y negociaciones

internacionales. Una tercera, la de política sectorial,

cuenta con los especialistas en diversos instrumentos

de política —tecnología, crédito, adecuación de

tierras, mercado—, mientras que los especialistas en

asuntos macroeconómicos —una de las innovaciones de

la reforma, que destaca la dependencia de la

agricultura de las decisiones macroeconómicas— se

ubican como asesores dependientes directamente del

despacho del Ministro.

Adicionalmente, se elevó el número de profesionales

especializados y se disminuyeron los restantes cargos,


con lo que la planta del Ministerio se recortó y se

adecuó a la función planificadora y de diseño de

política que le corresponde. La adscripción de los

profesionales a las distintas direcciones se puede

modificar fácilmente, pues no quedó fijada por

decreto. En la discusión sobre la conformación

funcional o por producto se tomó una decisión

pragmática de hacer una estructura matricial que

combinara las dos, de acuerdo con las necesidades

dictadas por la experiencia. Como se ve, se

estableció una estructura pequeña, plana,

especializada, desburocratizada y flexible, apropiada

a las necesidades y requerimientos actuales.

OTRAS MODIFICACIONES INSTITUCIONALES

De las transformaciones institucionales

posteriores a los decretos de modernización de las

entidades, expedidos en el ocaso de 1992, vale la

pena destacar las realizadas en el HIMAT y en el

IDEMA y las que buscaban completar la estructura de

planificación descentralizada y participativa que se


venía implantando en el sector.

En virtud de la ley que creó el Ministerio del Medio

Ambiente, al antiguo HIMAT se le suprimieron las

funciones que tenía en hidrología y meteorología, las


3
cuales pasaron al IDEMA . En consecuencia, el

Instituto reformado se especializó en las labores de

adecuación de tierras, y, en tal sentido, cambió su

nombre por el del Instituto Nacional de Adecuación

de Tierras, INAT. Adicionalmente, la Ley 41 de

1993, ya explicada, modificó la estructura del

subsector y la filosofía de su trabajo. Estos cambios

debían reflejarse en las normas sobre estructura y

funciones de la entidad. Así lo reglamentó el Decreto

1278 de 1994. En desarrollo de él, la Junta

Directiva reestructuró internamente la entidad,

aglutinando en una sola subgerencia las labores

técnicas relacionadas con la preinversión en los

proyectos y con su realización, independientemente de

si ellos eran de pequeña, mediana o gran irrigación, y

creando una subgerencia que debía de encargarse de


las dos labores de mayor trabajo con la comunidad: la

de promover y concertar su participación activa y

decisoria en todas las fases de los proyectos y la de

darles asistencia técnica en riego y en el manejo de

aguas y de los distritos. De esta forma, se buscaba

superar dos de los obstáculos identificados para el

buen funcionamiento de esta actividad, como eran la

escasa vinculación de los beneficiarios a los proyectos

y las limitaciones técnicas para el aprovechamiento de

la infraestructura construida.

Tal vez la entidad que sufrió más transformaciones

como efecto de la Ley Agraria fue el IDEMA, dado el

nuevo impulso otorgado a su labor y los novedosos

instrumentos de que se le dotó para adelantarla.

Dichas innovaciones, que partieron del convencimiento

de la necesidad de contar con una entidad

gubernamental fuerte y capaz de intervenir de

manera moderna en los mercados agrícolas, tal y

como sucede en la mayoría de países del mundo,

debían estipularse con claridad en el estatuto interno


del Instituto. La Junta Directiva expidió el Acuerdo

010 de mayo de 1994, el cual fue aprobado por el

Decreto 1311 del mes siguiente, con el fin de

incorporar la facultad de intervenir en cualquier zona

del país, y no sólo en las marginales, cuando fallas

del mercado o situaciones de desabastecimiento lo

ameriten, y de detallar las nuevas herramientas de

que puede disponer para cumplir su objetivo. Entre


4
estas últimas, vale la pena recordar las siguientes :

los pagos de compensaciones que cubran la diferencia

entre los precios de mercado y los fijados por el

gobierno y que permiten mercadear las cosechas sin la

adquisición de ellas por parte del Instituto; la

concurrencia en el pago de costos de almacenamiento,

cuando se requiera; la exportación a pérdida de

excedentes productivos que deprimen los precios al

productor; y el apoyo a la creación de empresas de

comercialización en las cuales los productores sean

accionistas.

Finalmente, diversas disposiciones, enunciadas a lo


largo de este escrito, tendieron a completar y

perfeccionar el andamiaje institucional construido

para poner en práctica un proceso de planificación

sectorial descentralizado y participativo. La

determinación de que las actividades de las entidades

requerían de la participación y de la concertación con

la comunidad, la definición de que el Fondo DRI podía

cofinanciar directamente con las organizaciones

campesinas y las comunidades rurales organizadas, la

creación de los Consejos Municipales de Desarrollo

Rural —con sus comisiones de asistencia técnica— y

de los Comités Departamentales de Desarrollo Rural y

Reforma Agraria como dependencia de los CONSEA,

el fortalecimiento del Consejo Nacional de

Secretarios de Agricultura y la creación del Consejo

Nacional de la Reforma Agraria y Desarrollo Rural

Campesino, fueron, entre otras, medidas orientadas

hacia tal objetivo.

Vale la pena resaltar, finalmente, dos elementos

que no han sido señalados. En primer lugar, la


creación, en la Ley 101, de la Comisión Nacional

Agropecuaria como máximo organismo de concertación

de la política sectorial y de participación ciudadana en

los asuntos del sector, la cual previó una amplia

representación de los gremios, de los campesinos y de

los profesionales del sector. Ella, a más de sus

funciones de recomendación y de evaluación de la

política, debe realizar audiencias públicas cuando

cuatro de sus miembros lo soliciten, y los servidores

del Estado se hallan obligados a proveer la

información que les requiera. Estos dos mecanismos

aspiraban a facilitar la ejecución de un sano control

social sobre la actividad de las entidades del sector

público agropecuario.

En segundo término, dentro del proceso de

descentralización se determinó la conformación de las

Unidades Especializadas de Cofinanciación, UDECO,

en las secretarías de planeación de los

departamentos, encargadas de asesorar a los

municipios en la tarea de formular y presentar los


proyectos al sistema nacional de cofinanciación y de

servir de filtro técnico en este proceso. Las

secretarías de agricultura deben apoyar a estas

unidades en la formulación de los proyectos

sectoriales. Con la creación de las UDECO se decidió

eliminar las oficinas territoriales del Fondo DRI, pues

estos órganos de carácter departamental pasaron a

asumir sus funciones y tareas. No obstante, la

debilidad de muchos departamentos y la complejidad

del sistema de cofinanciación diseñado dificultaron el

cambio y han generado traumas y frenos al proceso

de descentralización.

DIFUSIÓN DE LA POLÍTICA Y CAMBIO DE LA


CULTURA INSTITUCIONAL

Para contar con un sector público agropecuario

más eficiente, era necesario, además de la

reorganización institucional, superar dos obstáculos,

contra los que se estrellaban todos los intentos de

modificar y mejorar la política: su desconocimiento

por parte de numerosos funcionarios del sector y la

actitud tradicionalista y pasiva de no pocos de ellos.


Indudablemente, una de las mayores frustraciones

que sufren quienes han ocupado cargos directivos en

el sector público es la de constatar en las distintas

regiones cómo muchas de las políticas, programas y

proyectos diseñados no se ponen en práctica, o no

tienen el efecto esperado, por cuenta de esos dos

obstáculos. Su superación se convirtió en obsesión del

equipo directivo del Ministerio de Agricultura.

Varias estrategias se pusieron en marcha con dicho

fin. En dos oportunidades se efectuaron seminarios en

todas y cada una de las regiones del país, en los que

los directivos del Ministerio y de sus entidades

explicaban detenidamente los cambios presentados en

el contexto nacional e internacional, y las

modificaciones de política por ellos ocasionadas, a un

auditorio conformado por los directivos regionales y

departamentales y por otros funcionarios de esas

órbitas; daban lugar a la generación de debates y a

la discusión de las inquietudes, y estimulaban a que

eventos similares se realizaran con los demás


funcionarios. Numerosos foros tuvieron lugar en los

más diversos parajes del país, en los que, con la

presencia de productores y funcionarios, los

directivos del sector expusieron y debatieron los más

diversos aspectos de la política. Una gran cantidad de

folletos y cartillas fueron publicadas y distribuidas en

todo el país por parte del Ministerio y de varias de

sus entidades. La realización de videos y de cuñas y

de entrevistas escritas, radiales y televisivas también

formaron parte de esta campaña de divulgación.

Adicionalmente, se dio la orientación de que toda

actividad de capacitación interna o externa de las

entidades, toda reunión de trabajo interna y todo

acto público fueran utilizados, en lo posible, para

difundir y explicar la política a propios y extraños. El

programa de formación de capacitadores y, en

general, las actividades del SINTAP también fueron

aprovechadas con tal propósito, al igual que las

diferentes reuniones y talleres que se efectuaron con

las autoridades departamentales y locales. La antigua


Subdirección de Regionalización del Ministerio jugó un

papel particularmente activo en esta labor.

Las acciones precedentes no fueron suficientes. Por

lo tanto, el Ministerio inició un programa de

internalización de la política y de cambio de la cultura

institucional que cobijaba a todas las entidades del

sector y contaba con el apoyo de asesores

especializados en este tópico. Con él, a través de una

serie de talleres y de métodos y mecanismos

novedosos, se comenzó la conformación de una red de

formadores o promotores, que cubriera vertical y

horizontalmente a todas las entidades. Ellos se debían

encargar de promover el conocimiento y la discusión

de la política, de manera que se comprendiera, se

enriqueciera y se compartiera; de incentivar el

desarrollo de una actitud más innovadora y

participativa en los funcionarios, para que pudieran

afrontar el nuevo reto de apoyar las iniciativas y el

protagonismo de las comunidades y responder a sus

demandas, y de estimular una cultura de trabajo en


equipo entre las distintas entidades y las diferentes

dependencias de ellas, sin temor a la disparidad de

opiniones que pudiera existir entre las distintas

personas. Su trabajo debería permear todos los

niveles y todas las regionales y localidades de las

entidades.

Con este programa, que quedó apenas iniciado, se

completaron las actividades ejecutadas en materia

institucional. Sin embargo, en lo relativo al desarrollo

de un sector público ágil y eficiente, que cuente con

unos funcionarios creativos, informados, con buena

formación y con una actitud positiva al cambio, y que

utilice sistemas administrativos y gerenciales

modernos, todavía hay mucho camino por recorrer.

MAYORES RECURSOS PRESUPUESTALES PARA EL


SECTOR

La puesta en marcha de las nuevas política y

organización institucional sectoriales requería de un

trato presupuestal más generoso en materia de

inversión, pues no bastaba con hacer más eficiente el


gasto público, sino que se necesitaba también

aumentarlo. En los últimos cinco lustros el asignado al

agro había estado usualmente por debajo del 9% del

presupuesto general de inversión. En algunos años,

incluso, había llegado a representar tan solo el 6%

del total —en 1975, 1982, 1984 y 1985—. En

relación con el Producto Interno Bruto del sector, el

presupuesto ha sido, así mismo, modesto: sólo ha

superado excepcionalmente el 3% de aquel, y en

algunas ocasiones ha sido inferior al 2% (Véanse

Gráfico 8.1 y Cuadro 8.1). Numerosos estudios y

documentos habían criticado el bajísimo presupuesto

que en repetidas ocasiones se le ha asignado al

sector, y a sus diferentes actividades, en especial a

las de atención al campesinado, generación y

transferencia de tecnología, adecuación de tierras y

comercialización.

Cuadro 8.1: Presupuesto de inversiones del

ministerio de agricultura, 1971-1995

El Ministerio se propuso conseguir un incremento


significativo en la asignación de los recursos

gubernamentales para el agro, el cual efectivamente

obtuvo. Después de que en 1993 el presupuesto


5
básico del sector había crecido un 10.6% en

términos reales, en 1994 se logró un aumento real del

31.4%. Aun si se tiene en cuenta el recorte

decretado a mediados de 1995, el presupuesto de

este año tuvo un crecimiento real adicional del 7.0%.

Como resultado de los mayores recursos, la

participación del sector en el presupuesto de inversión

de la nación es nuevamente cercana al 10% y la

relación entre los recursos de inversión del gobierno y

el PIB agropecuario se encuentra desde 1994 en el

nivel más alto del último cuarto de siglo —cerca del

4.5%—.

___________

1. Decretos 2141, 2137, 2135, 2136, 2132, 2138,


respectivamente. El plazo inicial para la desvinculación
accionaria en VECOL y las centrales de abasto, de un
año, fue ampliado con la Ley Agraria, la cual eliminó
la obligación legal de desvincularse de
ALMAGRARIO.(Regresar)
2. Con lo que se creó una dependencia cuya función
exclusiva debe ser la política de mediano plazo, y que
no debe inmiscuirse en el agobiante día a
día.(Regresar)

3. Instituto de Hidrología, Meteorología y Asuntos


Ambientales.(Regresar)

4. Estos instrumentos fueron explicados en el capítulo


cuarto de este libro.(Regresar)

5. Para efectos comparativos, se excluyen de dicho


presupuesto básico dos tipos de recursos: (a) las
capitalizaciones de la Caja Agraria y de FINAGRO,
que tienen un patrón irregular a lo largo del tiempo, y
(b) el Fondo de Cosechas del IDEMA, que sustituyó
en los últimos años los ingresos que derivaba
previamente el Instituto del ejercicio del monopolio de
importaciones, los cuales no se incluyen en años
anteriores por carecer de una cuantificación
precisa.(Regresar)

Capítulo 9
DESARROLLOS DE LA POLÍTICA SECTORIAL Y
PERSPECTIVAS DEL AGRO

La tarea adelantada en el Ministerio puso su

grano de arena en la gestación de una conciencia

nacional relativa a la necesidad de otorgar al agro un

tratamiento especial y privilegiado, consecuente con

su importancia económica, social y política y con sus

características particulares. Este logro recompensa,

por sí solo, los esfuerzos realizados. Hoy en día,

como se señaló, nadie duda de la importancia de

contar con una política sectorial activa y con un

contexto macroeconómico favorable a la actividad

agropecuaria. Tampoco se desconoce que éste es un

sector cuyo comportamiento y naturaleza son

diferentes a los del resto de la economía. Los rasgos

peculiares de esta actividad, de sus mercados

internacionales, de sus políticas sectoriales, ya no son

sólo del dominio de unos pocos iniciados. En

consecuencia, su influjo debe ser duradero y debe

coadyuvar a labrar un mejor futuro para el agro

colombiano y ayudarle a afrontar mejor los retos que


le esperan. A estos temas se hace referencia a

continuación.

LA POLÍTICA AGRARIA EN LOS INICIOS DE LA

ADMINISTRACIÓN SAMPER

Los cambios de mentalidad y de percepción

descritos se reflejaron en los lineamientos y en las

prioridades establecidas por el gobierno que se

posesionó el 7 de agosto de 1994. En muchos

aspectos fortalecieron, enriquecieron o profundizaron

la política diseñada y ejecutada desde el segundo

trimestre del año anterior. El plan de desarrollo, por

ejemplo, reivindicó la necesidad de la política

sectorial, señaló la urgencia del apoyo estatal a la

modernización agro pecuaria como requisito básico

para el éxito de la internacionalización de la economía

y elevó la participación del sector en la asignación de

los recursos públicos. Puso, igualmente, un mayor

énfasis en algunos temas que se venían trabajando y

que son claves para el desarrollo sectorial, tales como

el perfeccionamiento de las herramientas de defensa


de la producción nacional frente a mercados

internacionales altamente distorsionados, el

fortalecimiento de las actividades de generación y

transferencias de tecnología, el pleno desarrollo de

los nuevos incentivos a la inversión rural —incluidos

aquellos a la adecuación de tierras—, la búsqueda de

instrumentos alternativos de crédito para pequeños

productores y la adopción de mecanismos que

compensen los mayores costos en que se incurre en

esta actividad crediticia, la puesta en marcha de la

nueva Ley de Reforma Agraria, la consolidación de

otros instrumentos de la política de desarrollo rural

campesino, y el desarrollo de un sistema de

prevención de riesgos y de manejo de crisis en el

sector 1 .

El plan trajo a colación un elemento novedoso de la

mayor importancia: los acuerdos sectoriales de

competitividad. Con ellos se busca unificar esfuerzos

entre el gobierno y los particulares involucrados en

una determinada rama o actividad productiva


alrededor de la superación de limitantes que impiden

el mejoramiento de la competitividad, en especial de

los considerados estratégicos para lograr el

significativo incremento de ella. Dichos acuerdos han

sido fundamentales en el desarrollo económico de los

países asiáticos exitosos, y han contribuido

decisivamente a crear sus ventajas competitivas. En

Colombia, por el contrario, los sectores público y

privado se han visto más como enemigos que como

aliados en la lucha por el desarrollo. Los acuerdos

alcanzados, cuando los ha habido, han tendido más a

proteger determinados intereses particulares y

coyunturales que a superar limitaciones de mediano

plazo al desenvolvimiento económico y social del país.

Otro tanto ha sucedido entre los agricultores y los

industriales que procesan bienes agrícolas. Las peleas

por la parte de ratón del negocio no les deja llegar a

alianzas estratégicas que los proyecten

internacionalmente, lo que es fundamental si se tiene

en cuenta que ninguna rama agroindustrial

exportadora se ha desarrollado en el mundo sobre la


base de la importación de las materias primas o del

estrangulamiento económico de alguno de los dos

sectores, el agrícola o el industrial.

La puesta en marcha de los mencionados acuerdos

debe estimular la adopción de una cultura de la

competitividad y del trabajo colaborativo entre

Estado y particulares, e internamente dentro de

estos últimos, que contribuya al mejoramiento

continuo de la actividad productiva. Coincide,

también, con la nueva tendencia a que el sector

privado participe más activamente de los asuntos

públicos y a que la concertación sustituya a la

confrontación. Un primer paso hacia el desarrollo de

esta cultura de concertación se había dado en los

albores del nuevo gobierno con el impulso que se le dio

a los convenios de absorción de las cosechas, los

cuales se habían desarrollado tímidamente en la

anterior administración únicamente para dos productos

—el trigo y la cebada—.

En efecto, a los diez días de iniciado el gobierno,


el CONPES aprobó un documento que estableció las
2
orientaciones de la política sectorial . En él se

definió el fortalecimiento presupuestal de algunos

programas en curso, la complementación de otros y la

formulación de nuevas iniciativas. Entre estas últimas,

a la que mayores esfuerzos dedicó el nuevo gobierno

en su etapa inicial fue a la concreción de convenios en

las diversas ramas agroindustriales que garantizaran

la adquisición de las cosechas y que comenzaran a

debatir posibles planes de mediano plazo para la

mejora de la competitividad. Aunque este último

aspecto se trabajó de manera incipiente y tangencial,

el sólo hecho de sentar a industriales y agricultores,

con el concurso de los funcionarios públicos, a acercar

posiciones y a trabajar mancomunadamente por un

subsector, creó un precedente significativo para el

posterior desarrollo de acuerdos de más largo aliento

y con objetivos de mayor proyección.

El marco general para dichos acuerdos fue

desarrollado en forma mucho más amplia en junio de


1995, cuando el CONPES aprobó la política de
3
competitividad agropecuaria y pesquera . Esta

política detalla las bases de la reconversión del sector

y sus instrumentos de apoyo, incluida la reorientación

de las actividades de ciencia y tecnología, la

capacitación de recursos humanos, los incentivos a la

inversión privada en el agro, los apoyos que la política

de infraestructura ofrece a la actividad agropecuaria,

la política de comercialización y de regulación de

mercados y el diseño de normas de calidad. Este

ambicioso marco de política debe permitir, en el

contexto de los acuerdos sectoriales de

competitividad, que las labores del Ministerio y del

sector privado se concentren, por fin, en la solución

de los problemas estructurales del sector en un

contexto de internacionalización, más que en el

desgastador conflicto diario sobre el mercadeo de las

cosechas, la competencia de las importaciones o


4
emergencias de uno u otro tipo .

En el campo de las acciones tendientes a mejorar


la competitividad sectorial, conviene resaltar la

ampliación del incentivo a la capitalización rural —

tanto a través del incremento de los montos de los

incentivos como de su extensión a la compra de

maquinaria y equipo—, la consolidación de los

incentivos a la adecuación de tierras y el estímulo a

la participación del sector privado en la construcción

de infraestructura de riego, drenaje y control de

inundaciones. Como se mencionó, la acción del Estado

ha sido muy lenta y costosa en esta actividad; por

este motivo, el cumplimiento de las metas que se han

planteado en esta área exige el concurso del sector

privado. En consecuencia, el régimen de concesiones

privadas para la construcción de distritos,

acompañado del programa de subsidios y estímulos

directos para que los productores acometan la

construcción de los proyectos, debe coadyuvar a

propulsar la adecuación de tierras aptas para la

producción agropecuaria intensiva.

Los documentos señalados consolidaron igualmente


la nueva filosofía de la acción del IDEMA, al

establecer que se convertirá progresivamente en una

entidad administradora de incentivos y subsidios a la

comercialización, de manera que intervenga en el

mercado sin recurrir a la adquisición directa de las

cosechas. Esta última forma de intervención sólo

tendrá lugar en las zonas rurales y urbanas

marginales, o como alternativa de última instancia.

Para este efecto, se propuso revivir una idea que

finalmente no se puso en marcha en el anterior

gobierno, la de negociar en bolsa los certificados de

depósito de mercancías agropecuarias, los cuales

serían adquiridos por el Instituto únicamente en el

caso de que el agricultor no encuentre un mejor

comprador en el mercado. El desarrollo de esta nueva

política de comercialización ha avanzado, sin embargo

a un ritmo lento y debe ser, por lo tanto, objeto de

atención prioritaria en el futuro inmediato. Por su

parte, aunque la creación de PROMAGRO, bajo el

impulso de la Corporación Colombia Internacional, ha

representado un avance importante de la política de


comercialización internacional, éste es apenas el punto

de partida para el desarrollo de iniciativas orientadas

a dinamizar nuevos renglones agroindustriales de

exportación.

El nuevo gobierno decidió, igualmente, perfeccionar

y culminar la reforma del ICA. El postulado de

especializar a este Instituto en las labores de

prevención sanitaria, control de insumos y registro de

obtenciones vegetales, y que el Ministerio retome el

liderazgo en el diseño de la política de investigación,

la cual debe ser ejecutada por las corporaciones

mixtas y otras entidades, tiende a superar los

problemas que subsisten como rémoras del viejo

esquema y que no permitieron resolver las limitadas

facultades otorgadas por la Constitución del 1991 al

Ejecutivo. La especialización debe resultar en

fortalecimiento y beneficio de ambas actividades,

tanto de las de generación y transferencia de

tecnología, como de las de prevención y control, unas

y otras vitales en un proceso de internacionalización


de la economía.

En materia de desarrollo rural, la política diseñada


5
por el nuevo gobierno incluyó la ampliación

considerable de las acciones de reforma agraria y del

programa de vivienda rural, así como medidas

agresivas orientadas a solucionar los problemas de

crédito de los pequeños productores. En materia de

reforma agraria, el desarrollo pleno de la nueva ley

servirá para cumplir el programa más ambicioso que

en esta materia se haya formulado en la historia del

país. Las metas fijadas en vivienda rural triplican, a

su vez, los resultados de la administración anterior,

respondiendo, así, a la inmensa popularidad de este

nuevo esquema de apoyo al bienestar campesino. Por

su parte, la nueva refinanciación de deudas puesta en

marcha a partir de abril de 1995 contiene para los

pequeños productores condonaciones implícitas de más

del 40%, las cuales deben facilitar una solución

definitiva al problema de los pasivos acumulados

durante los años de la crisis. El gobierno ha


propuesto, además, mecanismos novedosos para

vincular a nuevos intermediarios financieros al

otorgamiento de crédito a los campesinos. En este

último tema, se viene diseñando un mecanismo para

compensar a los intermediarios los mayores costos que

les representa llevar crédito a los pequeños

productores, y modificar las normas que impiden a las

cooperativas y a otras entidades redescontar sus

operaciones en FINAGRO.

Todas estas acciones están acompañadas de un

sólido compromiso presupuestal. En los primeros

meses, el gobierno aumentó los recursos destinados

en 1994 para algunos programas rurales prioritarios

—vivienda rural, reforma agraria, generación de

empleo, transferencia de tecnología y compra de

cosechas en zonas de desastre—. En el Plan de

Desarrollo se incluyeron recursos para el sector por

$2.4 billones (expresados en pesos de 1994), cuya

composición se detalla en el Cuadro 9.1. Aunque los

recursos destinados al desarrollo campesino —en


especial a los programas de reforma agraria, vivienda

rural y fomento al crédito campesino— reciben el

mayor impulso relativo, también se amplían aquellos

orientados al desarrollo científico y tecnológico del

sector, incluida la transferencia de tecnología, y

aquellos orientados al fomento de la inversión rural,

tanto a través de el incentivo a la capitalización rural

como de los programas de adecuación de tierras. Con

las inversiones estimadas, se espera que el gasto

público en el sector supere un 5% del PIB

agropecuario a partir de 1996 , un nivel

sustancialmente más alto que el promedio histórico y

que los registros ya elevados de dicha inversión en

1994 y 1995 (Véase Cuadro 9.1).

CUADRO 9.1 : Plan de inversiones 1995-1998

Sector agropecuario, forestal y

pesquero
DESARROLLO DE LA POLÍTICA SECTORIAL
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL FUTURO DEL
AGRO COLOMBIANO

La creación de una conciencia nacional sobre la

importancia y sobre las peculiaridades del agro y el

diseño de una política sectorial activa y moderna han

despejado en gran parte el futuro del sector. Sin

embargo, existen numerosos escollos e imponderables,

tanto en el frente externo como en el interno, que

deben ser objeto de atención detallada.

No sobra recordar, en primer término, que las

tendencias proteccionistas en el comercio

internacional están lejos de ser derrotadas. Pese a

los avances globales alcanzados en la Ronda Uruguay

del GATT, las prácticas proteccionistas tradicionales

continúan en boga. La utilización de amenazas y

retaliaciones bilaterales en el campo comercial

también está al orden del día. Prueba de las primeras

ha sido el régimen bananero de la Unión Europea o las

decisiones norteamericanas contra las exportaciones

de flores de Colombia. Muestra de las segundas han


sido las amenazas del Congreso estadounidense de

proceder contra las exportaciones colombianas si el

país no satisface las calificaciones unilaterales que

dicho organismo establece de la lucha contra el

narcotráfico, o las amenazas de retaliación que ha

hecho el mismo país si Colombia no renuncia al sistema

ya de cuotas de exportación de banano a la Unión

Europea. Estos son algunos de los numerosos ejemplos

que se podrían dar para ilustrar el comportamiento

del denominado nuevo proteccionismo.

A estas tendencias, se agrega el parco acuerdo

agrícola incorporado al Acta Final de la Ronda

Uruguay, firmada en Marrakech. Las diversas

simulaciones han concluido que el impacto de dicho

acuerdo sobre los precios internacionales de productos

agrícolas será muy modesto. La pérdida de mercados

de los países industrializados que subsidian a su agro

será, igualmente, gradual y poco significativa, ya que

podrán mantener innumerables subvenciones internas

que distorsionan las condiciones de competencia y


abrir sólo en forma limitada sus mercados internos.

De esta manera, los mercados internacionales no

ofrecerán oportunidades ilimitadas y generalizadas al

agro colombiano, sino unas muy localizadas y

específicas. Entre estas últimas, además de las

existentes en los mayores mercados del mundo donde,

de contera, Colombia cuenta con acceso preferencial

para numerosos bienes agrícolas, son dignas de

atención las que se pueden presentar con los países

socios en procesos de integración o en acuerdos de

libre comercio. La superación de los inconvenientes

que aún subsisten en estos pactos determinará la

mayor o menor importancia que ellos puedan tener

para las exportaciones agropecuarias colombianas.

Por otra parte, a la competencia de los bienes

subsidiados en los mercados interno, regional y

mundial se viene sumando la de países que con base

en una tierra o en una mano de obra baratas han

irrumpido en la arena internacional. Algunas naciones

asiáticas y unas cuantas latinoamericanas se


encuentran entre ellos. Colombia no cuenta con la

primera ventaja, aunque podría lograrla si se civilizan,

con tecnología adecuada y con inversiones en

infraestructura, las límites llanuras orientales y

algunos extensos y feraces territorios de las costas

Atlántica y Pacífica hoy subaprovechados, y si logra

controlar factores que han distorsionado en forma

considerable el precio de la tierra en nuestro país,

entre los que se destaca el narcotráfico y la inflación

especulativa de activos inmobiliarios que experimentó

el país en los últimos años. La segunda es una dudosa

ventaja comparativa, que es incompatible con un

modelo de desarrollo con equidad. Por el contrario, el

mejoramiento de la remuneración al trabajo y de la

calidad de vida de toda la población rural —ambas aún

muy deficientes en Colombia, pero menos que en

algunos de sus competidores— debe ser un objetivo

explícito de la política de desarrollo.

En consecuencia, la competencia en los mercados

internacionales no será fácil para los productores


nacionales. El incremento de la productividad y la

competitividad es, por lo tanto, un imperativo. En

este frente se yerguen, a su vez, diversas

dificultades y amenazas, de las cuales tal vez la más

analizada ha sido la del peligro revaluacionista. La

bonanza petrolera en ciernes ha alertado sobre el

riesgo de que los ingresos adicionales de divisas

puedan llevar al país a una enfermedad holandesa,

cuyos efectos serían nefastos para las actividades

exportadoras y competitivas con las importaciones,

dentro de las cuales se incluye el grueso de la

producción agropecuaria, así como para la

diversificación de la estructura económica nacional.

Algunos trabajos han estudiado y estimado el impacto

negativo que tal situación tendría sobre el agro y


6
sobre los ingresos rurales . La conclusión parece

clara: la mejor política sectorial sería impotente ante


7
un inadecuado manejo cambiario .

Otro de los factores que conspira contra el

mejoramiento de la productividad y la competitividad


sectoriales es la situación de orden público en el

campo. Muchos agricultores no pueden ir a sus fincas,

lo que dificulta enormemente un manejo gerencial de

las explotaciones y la tecnificación de los procesos

productivo y de comercialización. A no pocos, de los

más variados estratos sociales, les toca pagar por su

seguridad, sea que sufragen la llamada vacuna o que

tengan que contratar su propia seguridad, con lo que

incurren en un costo que no tienen sus competidores

de otras latitudes. Numerosos productores han visto

mermado su capital y debilitado su ánimo por el

flagelo del secuestro. Y todos han sido víctimas de la

zozobra y de la incertidumbre que genera la delicada

situación que se vive en las zonas rurales, aún las más

cercanas a las urbes, teóricamente las más seguras,

cuyos precios se han elevado enormemente por cuenta

de su presunta tranquilidad.

El atraso que registra la infraestructura en el país

también atenta contra el mejoramiento competitivo


8
del agro colombiano . Los sobrecostos ocasionados
por la deficiente red de transporte y de

comunicaciones, las dificultades causadas por la

precaria prestación de servicios públicos en las zonas

rurales y las pérdidas generadas por la falta de

facilidades de almacenamiento y de refrigeración,

son, entre otros, impedimentos para el desempeño

competitivo de la agricultura del país. Los avances

alcanzados en este terreno han buscado más vincular

a los centros de consumo con los mercados

internacionales que integrarlos con las zonas

productoras, lo que le otorga ventajas a los bienes

extranjeros sobre los nacionales incluso en los

mercados domésticos. Llegar a los internacionales es,

para muchos productos agropecuarios, una verdadera

proeza que conlleva elevados costos y desventajas.

El Plan de Desarrollo de la nueva Administración ha

establecido como una de sus prioridades el desarrollo

de la infraestructura vial. Como parte de dicha

política, se han incrementado en forma notoria los

recursos destinados a la red secundaria y terciaria,


que tiene una incidencia decisiva para el desarrollo

agropecuario, ya que es precisamente la que une las

zonas agrícolas con las ciudades y las vías troncales.

El proceso de descentralización vial en curso,

mediante el cual dichas redes pasarían a ser

administradas por las entidades territoriales, deberá

ser objeto de seguimiento especial, para garantizar

que las mayores inversiones redunden en un

mejoramiento de la infraestructura vial más crítica

para el agro. La reestructuración del Fondo Nacional

de Caminos Vecinales —ordenada por la Ley 188 de

1995, por la cual se expidió el Plan Nacional de

Desarrollo—, debería servir para establecer

mecanismos de coordinación entre el Ministerio de

Transporte, el de Agricultura y Desarrollo Rural y el

Departamento Nacional de Planeación para la

orientación de las inversiones viales de mayor impacto

relativo en el desarrollo rural.

Si bien es cierto que los aspectos precedentes,

cuya influencia sobre la competitividad sectorial es


innegable, están por fuera de la órbita directa de

competencia del Ministerio de Agricultura, existen

elementos de la política agropecuaria que tienen un

papel igualmente decisivo. Los diversos estudios sobre

competitividad sectorial que se encuentran en curso

deben permitir la formulación de proyectos

específicos que contribuyan a mejorar la

competitividad de determinadas actividades

agropecuarias en zonas específicas del territorio

nacional, y a establecer si la política diseñada cuenta

con las herramientas apropiadas para resolver los

problemas que se identifiquen, de manera que se

pueda completar, corregir o adaptar mejor a las

necesidades reales de los productores de las diversas

comarcas rurales del país. Ellos deben permitir,

además, definir las nuevas necesidades de

investigación y transferencia de tecnología, entre las

cuales se cuentan, sin duda, aquellas relacionadas con

el manejo de los ecosistemas tropicales, la producción

de bienes comercializables orientados a mercados

dinámicos y las tecnologías de manejo post-cosecha.


En este terreno —el del mejoramiento de la

competitividad— urge un decidido compromiso de los

gremios de la producción. Su papel ya no puede

limitarse al contestatario que han ejercido, con mayor

o menor fortuna, en el pasado. El nuevo rol que está

llamada a jugar la sociedad civil en el mundo actual

los obliga a asumir responsabilidades de trabajo

conjunto, serio y ponderado con las autoridades

gubernamentales en procura de la modernización del

agro y del mejoramiento de la calidad de vida de sus

moradores, participando activamente en la

formulación de propuestas que tiendan a tales fines,

en la elaboración de programas y proyectos y en la

promoción de su ejecución. El fortalecimiento de los

fondos parafiscales y los acuerdos sectoriales de

competitividad deben servir de marco para una nueva

fase de desarrollo gremial, en la cual hagan

definitivamente el tránsito de críticos a socios del

gobierno en la tarea de construir un sector

agropecuario más competitivo.


La política sectorial debe experimentar, como es

obvio, desarrollos y ajustes que permitan acrecentar

su eficacia en la nueva etapa del desarrollo

agropecuario del país. Este proceso debe ser, en

primer término, el resultado de la experiencia que se

vaya acumulando en el manejo de los nuevos

instrumentos de política, en especial del nuevo

esquema institucional de investigación y transferencia

de tecnología y de los incentivos a la capitalización

rural y a la adecuación de tierras. La puesta en

marcha de la nueva política de comercialización y la

definición de mecanismos que permita al Ministerio de

Agricultura participar en el diseño de la política de

infraestructura vial son elementos adicionales a los

cuales ya hemos hecho alusión. A ellos quisiéramos

agregar tres temas que no han sido todavía objeto de

desarrollos de política: el desarrollo de una legislación

antimonopolio y de promoción de la competencia en los

mercados agrícolas; el impulso a la adopción de

tecnologías y procedimientos de preparación de los

productos en finca para su posterior mercadeo; y el


diseño y puesta en marcha de un plan de construcción

de infraestructura de almacenamiento.

Sobre el primer tema, vale la pena señalar que en

los mercados agropecuarios se presenta con inusual

frecuencia el ejercicio de posiciones dominantes de

mercado, principalmente por los transformadores de

las materias primas de origen agropecuario, las cuales

ocurren en detrimento y perjuicio de productores

rurales y consumidores, ambos considerablemente

dispersos y con escasa capacidad negociadora. Las

imperfecciones de estos mercados, antes

mencionadas, las posibilitan, y la puesta en marcha de

un modelo de apertura y desregulación económica, que

da mayor libertad a los mercados, las facilitan. Por

eso, la expedición de una legislación práctica y

adecuada a las características y necesidades del

sector agropecuario es fundamental para evitar tales

abusos cuando un modelo de desarrollo como el

implantado en Colombia se pone en marcha, tal y

como lo demuestra la experiencia internacional en la


materia.

En relación con el segundo asunto, no sobra

recordar que la falta de preparación de los bienes

agropecuarios en finca, o en zona de producción,

determina que se incurra en cuantiosas pérdidas y

sobrecostos en el proceso de mercadeo y que se

afecte gravemente su calidad y su presentación, como

ya se mencionó. La estrategia de promover empresas

de comercialización de propiedad de los productores

agropecuarios debe contribuir a solucionar este

problema. No obstante, ella, por si sola, no es

suficiente. Se requiere realizar campañas educativas

al respecto, como la que puso en marcha el Ministerio

en 1993 sobre productos perecederos; identificar y

transferir tecnologías sencillas de secamiento,

enfriamiento, selección y embalaje en finca, y

establecer incentivos para quienes adopten tales

técnicas. Esto es, incluso, más importante cuando se

piensa incursionar en los mercados externos, caso en

el cual se requiere también facilitar los


procedimientos de revisión aduanera de los

contenederos en finca, o en puertos secos en zonas

de producción, de forma que se evite abrirlos para su

revisión en los puertos o aeropuertos de exportación.

El diseño y puesta en marcha de un plan de

construcción de infraestructura de comercialización y

almacenamiento, por su parte, es básico para superar

los déficit que se presentan en la de granos,

especialmente en las nuevas regiones cultivadoras, y

para salir del absoluto atraso que en materia de

enfriamiento y otras prácticas de conservación

registra el país. La creación del Fondo EMPRENDER y

del incentivo a la capitalización rural, y la

autorización dada por la Ley Agraria al IDEMA para

construir, o cofinanciar dicha infraestructura, deben

contribuir a resolver esta dificultad. Pero se

requiere, en todo caso, la elaboración de un plan

detallado que establezca la infraestructura que hace

falta, la que debe construir el Instituto, la que debe

cofinanciar y la que debe dejar en su totalidad al


sector privado, en el cual se definan las prioridades y

las fuentes de financiamiento.

En lo relativo a la política de desarrollo rural, la

experiencia que se vaya acumulando con el uso de los

sistemas de negociación voluntaria y subsidios directos

a la compra de tierra desarrollados en la nueva Ley

de Reforma Agraria darán lugar, sin lugar a dudas, a

ajustes que permitan consolidar estos novedosos

esquemas. En diversos apartes de esta obra hemos

hecho alusión, además, a la necesidad de promover la

vinculación de nuevos intermediarios financieros al

otorgamiento de crédito a los campesinos, en especial

del sector solidario y de permitirles el acceso al

redescuento en FINAGRO. Entre los mecanismos

sugeridos se encuentra el reconocimiento, a cualquier

intermediario financiero, de los mayores costos de

otorgar crédito a pequeños productores o de operar

en zonas rurales apartadas. Se espera finalmente,

que tanto un esquema de esta naturaleza como el

acceso directo de las cooperativas de ahorro y


crédito al redescuento de FINAGRO, entren a

funcionar plenamente en 1996, una vez despejados,

en este último caso, los obstáculos de carácter legal.

Una de las mayores frustraciones de la política de

desarrollo campesino ha sido la lentitud de los

resultados del programa de modernización y

diversificación de cultivos para productos de economía

campesina particularmente críticos —cebada, trigo,

tabaco y fique—. Ello obedece, como lo hemos

señalado, a las escasas alternativas que tienen

muchos de estos productores, debido a la baja

calidad de los suelos y la escasez de agua en las

zonas donde cultiva, así como a otras dificultades

propias de los procesos de reconversión en el agro

asociadas a la lentitud de la transferencia de

tecnología y la dificultad para desarrollar nuevas

redes de comercialización. Por este motivo, es

necesario desarrollar un programa mucho más

ambicioso en este frente, que combine la experiencia

acumulada con subsidios directos a los productores


para que modernicen sus actividades agropecuarias,

cambien sus productos tradicionales e incluso se

relocalicen en zonas más aptas para la producción de

cultivos alternativos.

Un elemento de esta política que, sin embargo,

debe ser objeto de la política de desarrollo campesino

es la adopción de esquemas sencillos y baratos de

recolección de aguas lluvia para irrigación de los

pequeños productores rurales. Definitivamente el

ritmo que ha mostrado el HIMAT —hoy INAT— de

construcción de obras que le lleven agua a estos

labriegos es desconsolador. La disminución de la

disponibilidad de aguas en numerosas zonas

campesinas es dramática, lo que está coartando día a

día sus posibilidades de reconversión y diversificación.

La ejecución de un plan masivo —y rápido— de

dotación de agua a esos campesinos para riego

suplementario, con base en modelos y técnicas

innovativas y en la participación de varios ejecutores,

es impostergable.
La superación de las dificultades que enfrenta el

sistema nacional de cofinanciación y la adecuada

puesta en práctica de la opción de cofinanciación

directa a las comunidades rurales y a las

organizaciones campesinas, prevista en la Ley 101 y

ya reglamentada, es prerrequisito para la consecución

de los objetivos propuestos por la política de

desarrollo rural. Sin ellos, la gestación de procesos

auto-sostenidos y autónomos de desarrollo de las

comarcas campesinas, que transformen a sus

integrantes en verdaderos empresarios y que eleven

su calidad de vida, seguirá siendo una lejana utopía.

De similar trascendencia es la elevación del nivel

educativo en el campo, la mejora en la formación de

profesionales y técnicos relacionados con el

desenvolvimiento del sector y la adecuada

capacitación y actualización de todas las personas que

se dedican a los quehaceres agrícolas. En cualquier

sociedad, incluidas las rurales, el grado de educación

y de capacitación de sus integrantes es, cada día


más, la principal, o una de las principales, ventajas

competitivas. La adquisición de un nivel de vida digno

y el logro de una sociedad democrática y tolerante

también dependen críticamente de aquel. Estos

temas, deben ser objeto de atención prioritaria por

parte del Ministerio de Agricultura, el cual, valga la

verdad, nunca se ha preocupado por este tema, como

si el hecho de que no sea de su jurisdicción no lo

hiciera vital para alcanzar el desarrollo del sector y

el mejoramiento de la calidad de vida rural.

Por último, la asignación de recursos

presupuestales adecuados y la decisión política de

continuar y profundizar la ejecución de una estrategia

coherente, integral y comprensiva de superación de la

pobreza y de las inequidades en las áreas rurales y

de desarrollo sostenible y sostenido del agro, como la

que se diseñó y ha continuado, bajo renovado ímpetu,

bajo la actual Administración, son esenciales para

conseguir los objetivos esbozados. Los programas y

los subsidios selectivos y focalizados para combatir la


miseria y las carencias, las estrategias y los

estímulos para aumentar la competitividad —actuando

en especial en los; temas tecnológico, de adecuación

de tierras y de modernización de la comercialización—

y las políticas para generar un ambiente propicio para

el crecimiento del sector —principalmente en materia

macroeconómica, de orden público, de infraestructura

y de educación— podrán enriquecerse, modificarse o

profundizarse, pero sin ellas el futuro del agro, y el

del país, no serían claros. Por el contrario, sus

acertadas elaboración y ejecución permitirán sacar

provecho de la riqueza natural y genética de los

variados y hermosos ecosistemas que conforman la

geografía nacional.

__________

1. Ver Departamento Nacional de Planeación (1995),


pp. 199-208; Departamento Nacional de Planeación y
Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural (1994b,
1994c y 1995).(Regresar)

2. Departamento Nacional de Planeación y Ministerio


de Agricultura y Desarrollo Rural (1994b).(Regresar)
3. Departamento Nacional de Planeación y Ministerio
de Agricultura y Desarrollo Rural (1995).(Regresar)

4. Hasta mediados de 1995, el Ministerio había


firmado las bases del acuerdo de competitividad de
acuicultura y estaba promoviendo el del banano.
Participó igualmente en el desarrollo del acuerdo de la
cadena textil-confecciones. Sin embargo, no se había
avanzado en el desarrollo de acuerdos para las
cadenas agroalimentarias más complejas: cereales -
concentrados - actividades pecuarias intensivas, de
oleaginosas y de productos lácteos.(Regresar)

5. Departamento Nacional de Planeación y Ministerio


de Agricultura y Desarrollo Rural
(1991994c).(Regresar)

6.Ver, por ejemplo, Lora y Herrera (1994) y Banco


Mundial (1994b).(Regresar)

7. Además de los anteriores, ver el discurso de José


Antonio Ocampo en la instalación del Foro Nacional
Agropecuario, en Ministerio de Agricultura y
Desarrollo Rural (1994d), pp. 19-30 y en Ocampo
(1994), Anexo III.(Regresar)

8. Sobre este tema, ver los capítulos respectivos en


González y Jaramillo (1994).(Regresar)

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