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Poemas y Cuentos

Javier Bresler

1
El culmine Verso que describa el Amor, Poesía, Odio o Deseo,
no ha sido, ni será escrito.
Solo una página en blanco puede contener el verso perfecto,
solo el sentir, puede mirar de reojo el verso eterno.
En todo caso, el último y cúspide poema,
Será el último suspiro del último hombre que exista,
y según las ironías de la vida,
será el antípoda del Poeta.

2
Ven amigo, que te haré una pregunta,
Siéntate, y escucha el alegre lamento que de mis labios gritan mis tormentos,
silencios éstos que son mis hijos, hijos del dolor y del eterno luchar de tan amados, hermanos
y dioscuros silencios.

Como haré amigo, para callar a mis adentros, como haré si no lo quiero,
Como sabré escuchar una por una las almas que desde el pozo gritan atormentadas pidiendo la
luz libertadora
del profundo pesar de la oscuridad de mis lamentos.
Como negarles la libertad que tanto deseo,
cuando mis labios son cadenas
que atan mis dedos, que poseen las llaves de la puerta del níveo papel
al que virginal versos entrego.

Cuando el crepúsculo se hace sombra,


el grato murmullo de sus voces observo,
Mis manos tiemblan, el sudor enjuga mi pecho,
mis labios muerdo y caigo presa del silencio.
Y devoro uno por uno las cándidas palabras del deseo,
del dolor, del sueño.
Mi piel se eriza con la llegada a mis sienes de las imágenes que
en palabras convierto.

Imágenes de amor, odio, locura y sueño,


imágenes oscuras, en las cuales diviso la tierna figura del niño ciego,
que con flecha de oro y cobre acierta a mis más amados anhelos.
Engendrados por la fragua del cojo númen herrero,
aquel que engañado por la bella del amor, tejió las redes del infierno,
para ellos y para los poetas locos como yo,
para los amantes locos como ellos.

Ven amigo, que te haré una pregunta,


Siéntate y escucha,

3
lo que mis labios dicen en silencio,
Lo que el dolor oculta,
la mano del poeta lo hace eterno,
Eterno como la nada,
como todo, como la oscuridad
y el silencio.

4
En tu cuerpo…

A que saben la flor de tus labios


A que duelen tus ojos perfectos
A quien llama tu cuerpo casto
A donde dirigen el sudor tus pechos

Cuando tu blanca alma duerma en mi cama


y el crepúsculo de los cuerpos
anuncien el último soneto
tu boca a mi loca soledad en calma
devorará placentera el estertor eterno

A que huele tu fragante cielo


A que arde el enigma de tu labio
A que sabe tu sudoroso cuerpo
Cuando mi alma fenece en el ánfora sagrado

Y cuando el postrero golpe de aldaba


derrote al guardián de nuestra alfaguara
y en mi boca aún duerma el alud de tu seno
miles de dioses acudirán al ocaso
de la beldad de tu cuerpo en el eterno abrazo

Arderá la luna, morirá helios


y en el cenit del momento
las númenes callados escucharan
el grito del silencio.

5
Dolor

Hoy me duelen todas ellas,


todos sus rostros,
todos sus labios,
todas sus manos
me duele esta enferma cura idílica del alma.

Hoy me duele ese sueño,


hoy me duele su pecho, su color,
su aroma y su pelo
hoy me duele toda la vida, vida minúscula sin peplo

Hoy su aroma duele y penetra y duele


y el “quizás” me duele y la piel arde
y el corazón grita y me ahoga en efluvios de llanto;
la soga del silencio me duele.

Hoy me duelen sus pies, sus manos…

6
Anhelo

Como plasmar una mentira,


si no es escrita, vana, superflua.
Como llevar a tu esencia la mía, en un verso.
Como dejar mi sello en tu alma.
Si no lo siento.
No lo creas, - sentí este verso que recojo del viento,
este verso que solo yo en la nada veo.
Como trazar geométricamente mi alma en tu seno.
Como darte en este papel mi aliento.
Como impregnar tu aurora de sueños.
Si no estoy a tu lado,
como lo estoy en este momento.
No puedo más que reconocerme eterno,
ilimitado, sin edad y sin tiempo.
Aunque esté en esta cárcel,
que me han regalado la humanidad y el tiempo.
Hoy no puedo ver, porque estoy ciego,
mi sentir se siente inundado de tanto consejo.
Me he ilustrado de tantos ignorantes muertos.
Y llego al punto de partida sin consuelo,
y miro a un lado y ahí esta un espejo.
El que trae la imagen,
de aquel hombre cansado y viejo,
que rodeado de libros seniles,
escribió para ti estos versos,
Pero aprender de él no puedo.

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El aprender ha sido mi sueño.
Que solo ahora, en el ocaso,
comprendo.

8
Ellos y Yo

Cuando todos entran yo salgo


Cuando ganan yo pierdo
Cuando gritan yo canto
Cuando todos duermen yo despierto
Cada vez que odian yo amo

Tengo miles de rostros y de cuerpos


Tengo cien sonetos, mil desvelos
Tengo furias, tengo gritos
Tengo ruidos y silencios
Tengo cien vidas que vivir a tu lado y cien muertes seguras en tu abrazo

Y te busco sin hallarte


Y te sufro sin dolerte
Y te pierdo sin ganarte
Y te quiero sin odiarte
Aunque la mañana me encuentra y yo deje de soñarte

9
Adagio a Daphne

Él, abrazado a aquel árbol,


mientras sus lágrimas lo regaban.
Observaba al joven,
corriendo a la enamorada.

Éste le daba alcance,


mientras ella se negaba.
Pero él le dijo algo al oído,
y ella cayó entregada.

Con fuertes brazos la sostuvo,


con paso firme al Laurel llegaba.
Un cálido beso sus ojos abrieron
mientras aquél era testigo del sudor que manaba.

Ya sus figuras con el sol se despedían,


mientras él se recostaba en sus ramas,
y abriendo sus ojos Apolo despierta,
mientras el ciego niño reía y mientras ella lloraba.

10
Oro Nuevo

Loca insana la idea,


de aprisionar el verso del alma.
O querer controlar el fuego que purifica
estado onírico de la copa derramada.

El cuerpo desespera,
el lenguaje se libera,
por no poder gritar versos,
por no poder escribir sueños.

Que devoran, que duelen,


queman y se sienten,

Mi boca reseca sufre la embestida


de mi lengua húmeda,
que acude en auxilio de mis labios
que se parten por gritar locuras.

De amor, odio, desenfreno.


El sudor lame mi piel que se eriza
por la imagen prohibida.
Mi sentido penetra la Vida,
mientras absorbo el flujo viviente del seno.

“El carcelero ha muerto”,


la Libertad enhiesta se ha enarbolado.
El fuego purifica lo grosero,
creando en el cenit de la Obra,

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donde nace el Oro Nuevo.
Verso de poeta ha nacido.

Siento vibrar el mundo entero,


siento esos labios que aran mi cuerpo.

Mientras mi corazón escucha tu pecho,


ahondo profundo el misterio.
Cuando ascendemos peligrosamente
la gran cumbre del secreto,
auxiliados por los humanos, Placer y Deseo.

Mientras tanto la Obra


se realiza en el matraz etéreo,
tus uñas devoran mi carne,
y la salamandra arde en amor de Eros,
que consumiéndose purifica al Fénix eterno,
que derrama sus lágrimas en tus pechos,
en el instante que tu río me baña,
me bautiza,
me hace nuevo.

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El Poeta y su Diosa

El crepúsculo, con su rebozo mora, montado en carro abigarrado de colores celestiales,


ya se retiraba como siempre, persiguiendo con retraso a la hermosa Eos hija de Homero.
Mientras tanto sentado en la fuerte roca, el joven poeta contemplaba el anciano
Océano. Observaba como queriendo divisar en sus ventanas algún númen divino, al pastor de
focas tal vez, a las nereidas, o como queriendo escuchar alguna melodía escondida dentro del
murmullo sonriente del repiquetear de las olas al llegar a la esperada orilla.
El poeta inmutable observaba aquel anchuroso ponto, mientras las gaviotas en vuelo
lúdico dibujaban formas sobre sus sienes.
La caricia suave de las manos de la brisa entrecerraba sus ojos, mientras su semblante
tornaba apacible; y entonces del mundo azul recibió una melodía que fue como fuelle
enfurecido en las llamas de su corazón apaciguado por la imagen del inédito crepúsculo. Y
elevando el rostro, moviendo los labios dijo:
“Ay, Madre mía, Musa, que naciste de la coz del Pegaso; portador del rayo y el trueno de
quien posee la égida; que fue engendrado por la sangre de la Gorgona; cuanto te quiero, que
placer extraño siento al crear cada verso, cada palabra que muere en el viento. ¿Qué culpa
tengo yo de querer cantarle al manto negro y sus estrellas? Que importa que mi canto llegue
a la tierra fecunda de los oídos amados o muera en el silencio?
Que culpa tengo madre, si amo cada beldad que con corazón ve, y la consumo en mi amor, y
me entrego en sus brazos y en alegórico rito pagano entrego mi cuerpo al calor de su
encanto.
Que culpa tengo, oh, Musa, de amarte así, aunque no se divisen tus cabellos, ni tus ojos, ni tu
cuerpo, y aunque solamente en clamoroso silencio logre palpar la corriente de tu cuerpo;
insigne visión que despierta el deseo”.

Y mientras el suave murmullo de su labio,


odas entonaba a la madre amada,
los pies descalzos de ella,
acariciando la arena, dulce y suave se acercaban.

Cuando de pronto,
el profundo palio de la Reina Noche

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a ambos abrazaba, muy cerca de él
su deiforme cuerpo ahora reposaba.

Los grandes ojos de él


buscaron sus iguales,
que entre tremolantes cabellos
enardecían la llama.

- No me busques hijo amado,


yo no puedo pertenecerte,
soy de todos…de ninguno
yo camino con la muerte.
Vive la Vida y deja
de lado lo imposible,
que ni el Placer ni el Deseo
son como mi beso,
irresistible.

El poeta sonrió ante aquella visión hermosa, y entonando sonoro cántico, le regaló a las
deidades un himno ditirámbico; quienes lo recibieron danzando, como después del
holocausto. Mientras el poeta quedó absorto, en la imagen de ella, y allí se detuvo la Rueda,
nunca más corrió la arena, el tiempo entonces fue eterno,
el tiempo de El, el tiempo de Ella.

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SUEÑOS

I
Me encuentro enamorado
del imposible de tus manos.
Tus cumbres inalcanzables,
tu cuerpo indígena, salvaje,
eterno vigilia de mi insomnio.

II
¿Cómo ser imparcial
en la eterna dicotomía de este Juego?
Ajedrez de la Vida,
Oraniam del lúdico sueño.

III
Que bello saber que usted no es mía.
Para saber que la tengo.
Que bueno saberla lejos.
Para cerca sentirla.
Que dulce avistarla en el horizonte.
Para en sueños tocarla, acariciarla, besarla,
y despertarme, y perderla…

IV
Si supiera donde buscarte mi
búsqueda abdicaría.
No tendría ese sabor el futuro beso, el abrazo urgente,
las lágrimas dormidas.
Si supera donde buscarte, perdería sentido la Vida,
Vida del peregrino, vida tuya, vida mía.

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Pero no sé donde buscarte,
Tal vez no es necesario,
tal vez las almas de los amantes solas se encuentren,
para nuevamente pederse,
para continuar buscando.

V
El Verso es lágrima de poeta,
que llora al penetrar el virginal silencio.
Su tinta es la sangre de sus venas y su alma,
Muelle abandonado en el desierto.

VI
No te quiero niño amor, no te quiero,
Quisiera quererte pero no puedo,
Por no poderte en tu ausencia muero,
Sueño con morir dormido en tu pecho.
Para que despertar si no quiero,
Quiero buscarte a ti,…hay, no sé si lo quiero,
No te acerques mas, por favor te lo ruego,
Que cada paso en mi herida es fuego,
Que aviva a esa mujer, que llevo velada en mi pecho.

VII
El Poeta es sólo la pluma que utiliza
la Poesía en este mundo;
como el títere y el titiritero.

VIII

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Magna Obra del poeta es:
despertar con un verso un corazón dormido;
concebir una rosa en el desierto.
Con solo un verso abrir las aguas,
mover montañas, la roca y franquear el Océano.
La magna Obra del poeta es parir con dolores versos eternos,
consumir mares con versos de fuego,
embeber con dulces mieles lúgubres cuerpos,
hacer el amor al dicotómico humano,
y mutar en canto el grito del ahogado.
Magna Obra despertar en la mujer su ninfa,
en un hombre a su Dionisos.
Y vivir de acuerdo al gran poeta
Y ser la Lira
Mi amor
Ser la Lira.

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Amarte a destajo…

Ayer salí a buscarte, lento, taciturno anduve por entre las calles, por entre las gentes y

las personas. Y pude ver sonrisas tristes y tristezas contentas de vivir en la amargura. Te seguí

buscando, cada vez mas, en cada una de esas manos; porque sabes que me gustan tus manos;

observando atentamente cada una de las curvaturas de los dedos de cada una de esas…que

anónimamente se exhibían frente a mi atrevida mirada. Continué paso a paso, lento, cansado,

por entre las muchedumbres apesadumbradas, buscándote tanto y tanto; y me pareció verte

algunas veces en ciertos pares de ojos que distraídos se cruzaron con los míos. Tantas veces te

dejé pasar, sin decirte nada, tantas veces la vergüenza dejó vacía mi casa. Aun así te seguí

buscando, paso a paso, día a día, calle a calle, mano en mano, sin haberte encontrado.

Sin embargo hoy, aun se que estás ahí afuera, y que estás como sabiéndome, o tal vez

no me sepas, y yo crea que estás y solo esté tu ausencia. No importa, yo te sigo buscando, y

mientras tanto, me sigo enamorando en el ómnibus, en ese segundo que dura el cruce de

miradas buscadoras, en la parada, bajo un techo que me protege de la lluvia, mirando al otro

lado de la calle, en la otra parada a ella que miraba al frente, que notó mi mirada; yo tal vez

acompañado por algún viejo, bohemio, también cansado de ser, cansado ya de buscar, que me

quiera convencer que no te busque, para seguirte buscando, y seguirme enamorando de todas

las manos, de todas las mirada y de todos los abrazos.

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II

Si supieras cuantas veces te dejé ir de mi lado, sin que yo hiciera nada; inquieto,

inmóvil, por el espasmo producido por la posibilidad imperiosa de que fueras vos la que

estaba ahí, frente a mí, desviando la mirada, como buscando algo solo para que yo viera, y tal

vez, en algún atisbo de atrevimiento, lanzarme con mis palabras o mis silencios a tu lado,

tropezando con mis vergüenzas, desnudándome en la carrera al encuentro de tus labios. Si

supieras cuantas veces sangraron mis labios, por la rabia de sentir que fue mi mano la que no

buscó la tuya, que no fue mi boca la que no quedó entreabierta expectante a tu respuesta,

como saberlo ahora que te has alejado, en cada par de ojos fugaces que quisieron gritarlo;

pero ya te fuiste con un silencioso paso que entonaba un ensordecedor “nunca más”. Ahy, si

supieras cuantas lágrimas mis ojos han llorado, por esa fuerza que no me dejó acercarme, esa

fuerza que siendo fuerte veo en el espejo reflejada en mis adentros.

III

Ayer de noche, como todas las noches me deslicé por entre los oscuros silencios, y me

adentré en la noche buscando alguno de tus recuerdos, y fue así que encontré en una esquina,

encadenada, a ella, La pobre Esperanza, flaca, con sus ropas de mármol, oscuras, contrastando

con su hermana, que sonreía desde lo alto, alborotada por la copia impúdica del sátiro que la

acompañaba. Y fue así cuando la liberé, y la traje a mi casa. Una vez adentro, prendí la luz y

allí pude verla en plenitud, y la recosté en mi cama, mientras le sacaba el velo que cubría su

cuerpo escandaloso. Recuerdo, que le secaba sus lágrimas de esos ojos color Jade con trozos

de nube. Luego, me senté a su lado y le hablé de vos. Y pude notar que mientras le hablaba de

tu risa, tus labios, tu boca, tus ojos, y todos los tus, ella iluminaba mas y mas aquella casa. Ya

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no era la flaca escuálida, sucia, casi olvidada, que había encontrado por error en aquella

esquina, sino que era una mujer que no se dejaba ver, porque su imagen era análoga a tu

figura, y así, mientras yo hablaba, sentado en los pies de la cama, se incorporó y de un salto se

perdió por la ventana. Mientras yo seguía hablando, contando los tus y deseando los nos.

Mirando el espejo de cuerpo entero que siempre tuve en aquella esquina del cuarto, y pude

verla aún echada sobre la cama, escuchando todas tus cosas, por eso le seguí hablando, y

contando.

IV

Tantas veces mi Amor se enamoró de vos; que tuviste tantas caras que ya ni recuerdo.

Aunque recuerde el aroma que dejó tu mirada en mis ojos, y el color que escuchó mi pecho

latente y expectante a una palabra tuya, a un gesto. Cuantas veces mi amor enamorado cantó

solitario en una plaza, llorando versos en la pálida hoja que se batía en guerra contra el

invierno. Cansado mis pies de seguirte por ese camino de no se donde, con agujeros en mis

zapatos por las mordidas del Tiempo. Mi cara eché a los vientos para poder sentir tu aroma y

porque no, esperar alguna caricia. Cuantos versos inconclusos, estrofas mal paridas, por el

sabor amargo que dejaron tus pasos ya lejanos. Confianza perdida y precipitada al olvido de

los amantes, que ahora son maridos, que no son lo que fueron, porque lo que fueron ya es

olvido. Si los pasos que pasan frente a mis sienes marcaran el día y la hora y el punto de tu

llegada, o solamente el de partida.

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V

Sabes bien que salgo a la calle a enamorarme, a cruzarme con los ojos que sabiendo,

nunca los había querido, con ese cabello moderno, en cascada, como todas lo usan, como a

nadie le queda. Sabes que salgo a la calle a encontrarte todos los días, a reventar en

implosiones de silencios, acumulados, imperantes, en gritar palabras no sabidas, nunca

enunciadas, palabras que no existen. Callar la boca, cerrarla fuertemente, con los labios

sangrantes, y sentir que el pecho desborda ahora por los poros, y que el sudor son lágrimas

como río. Sabes bien que lo hago, y que tantas veces estuve tan cerca y casi pude respirar tu

aliento, y simplemente vencido volví borracho de soledad y silencios, con el cuerpo gritando

agonías. Y sabes bien que cada vez que parto, o que partís con paso sentido, es una muerte

más que acumula la agónica vida.

VI

Melancolía, palabra tan bella, tan sentida, palabra que me fascina, como la tristeza,

como la nostalgia. ¿Como vestir a los sentimientos de palabras?. ¿Como representarlos en la

obra del mundo?. Todavía no….todavía no encontré palabras que vistan mis sentimientos,

solo el silencio ha sabido cobijarlos, solo el silencio ha sabido acurrucarlos en lo mas

profundo de la noche oscura de los sueños. Mientras tanto me pregunto si la palabra puede

despertarme del sueño, este sueño que vivo, tal vez sin vivir, y muriendo; porque vivo

muriendo, porque camino a ello y mientras sigo buscando, buscándote a vos, buscando el

silencio. Los ojos arden en las hojas de los poetas muertos, y mi cuerpo desespera por no

sentirlo dentro, el labio reseco apresura la letra que ya sale de la fuente, y tarda en llegar a la

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mano que mata a la idea en el lienzo; ay como duele la vida, la vida con ella, sin ella… la vida

con Poesía…la vida con versos.

VII

Serán los estigmas del Sol que me duelen aquí dentro, serán cada una de las flechas

que han clavado tantas veces en mi cuerpo, que me duelen día y noche, que me duelen en

profundo silencio. O serán aquellas palabras de olvido que me duelen y me gritan, y me lloran

y me sufren. Uñas invisibles, extrañas, arañan mi pecho, mientras mi cabeza te busca por

todos los lúgubres rincones de mi cerebro, y en ese laberinto, por alguna parte, todos ellos,

mis hijos y mis dueños dicen que te han visto correr por los pasillos des ese laberinto que hizo

llorar al Minotauro. Ya con los ojos cerrados me he lanzado a tu caza, sintiéndote ya cerca,

hoy más que nunca, tuve un atisbo entre sueños de tu rostro, tus ojos, tu cabello. Mientras

tanto continúo entre los pasillos, pero comienzan a pesarme las cadenas que me aprisionan acá

afuera, donde la gente dice ser libre, no comprendiendo que la libertad esta dentro. Cadenas,

cadenas y mas cadenas que me traen fuera, me sacan de la libertad de los adentros, cadenas

que salen por mis ojos, mis orejas, cadenas en mis manos y mis piernas, cadenas en mi boca,

me arrastran con la mañana, lejos de tu encuentro, y de pronto a la sombra de la luz del día no

tengo mas que una hoja, mis poemas, que ven la luz en el salitre de tu recuerdo.

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VIII

Te vi, te vi, ahí estabas, ahí estuviste, cerca de mí, muy cerca. Ahora la imagen de tu

recuerdo me flagela, estuviste ahí y te vi. En ese momento supe que estabas ahí. Pero me

quedé inmóvil, azorado por tantos enemigos recuerdos de veces que quisieron y no fueron.

Pero te vi y mis ojos te abrazaron, pude oler tu fragante sonrisa, que dejó ver tu bendición tan

blanca. Pero tus ojos…recuerdo tus ojos, insignes, todos…esos ojos fueron todo…todo mi

mundo…me transformé en tus ojos, me bañe en tus ojos azules que me inyectaron de celestial

placerina que ahora tanto deseo. Pude…si que pude hablar con tus ojos, dialogar con ellos…y

me hablaron de tristezas, de amores desamores y sueños ya perdidos, sueños dormidos y

sueños olvidados todo eso y mas me dijeron tus ojos, que nunca me miraron. Aunque fue tan

solo un instante, que tu mirada cruzó con la mía y tus ojos reconocieron los míos, en tantas

hogueras que fenecimos, abrazados a la salamandra de nuestros cuerpos, beodos de efluvios

de palabras de amor que nos bautizaron en aquella hoguera, como reconocí en tus ojos todas

las noches que vivimos entre tantas sábanas mojadas, entre tanta tierra que recorrieron

nuestros cuerpos entrelazados. Fue solo un instante, mientras pasabas caminando dejando en

el éter tu aroma celeste, tus ojos marinos siguieron su camino mientras toda el alma me dolió.

Y me dolieron los brazos, mis pies, mis manos y todo mi cuerpo. Luego me dolieron todos los

segundos y los minutos que pase recordando tu rostro en aquel lienzo, y cada imagen me

torturó, y a medida que me dolía reconocí que sacro amor era ese profano, que osó levantarse

de las cenizas del desvelo y de la desilusión de tanto buscarte. Te vi, te vi y no te he olvidado.

Ahora te fuiste, no tu recuerdo, se fue tu cuerpo, no el deseo. Y ahora se que te amo, hoy te

amo, solo ahora te amo…y el te amo me baja del tiempo. Pero como amé tus ojos aquella

noche. Pero tus ojos retornan a mi vista cada vez que cierro los ojos, y te veo en mi día, pero

más en mis noches, que son las más tristes. Dolor, dolor, dolor placentero, silencio extático…

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¡exaltación!, que importa la muerte, que importa, si hoy te vi y supe que eras, que fuiste y que

sos. Ni un te amo basta, solo el silencio contiene la palabra nunca dicha del alma que te tiene

teniéndome, porque ahora sé que mi libertad se encuentra en elegir estar encadenado a tu

recuerdo, a tu aroma, a la rosa de tus labios, el sueño de tu cuerpo mojado, a vos y tus senos y

la loca locura de amarte a destajo…sin tiempo.

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Despertar

No se que hacer en esta casa. Desde que te fuiste me queda tan grande. Te vas por

unos días lo sé, no es esa “ida” para siempre es cierto, es una ida tuya y mía, solo de unos

días, o serán meses o serán siglos. Lo cierto es que me encuentro perdido, sin rumbo,

desconociendo lo que hace una brújula. Te fuiste y mi Norte quedó mas abajo que el de

Torres García. Ni nariz se pega a tu almohada para intentar retener tu olor, tu aroma, la

fragante bienvenida por las noches; estoy tan perdido…ayer buscaba el papel higiénico en la

heladera y en el baño abrí la tapa del inodoro para guardar el helado. Por la tarde, caliente

conmigo mismo, fui y me miré en el espejo…no vi nada, pude ver todo en derredor pero

nunca encontré mi cuerpo, ni mi cara, ni mis manos ni mis dedos, parecía que no estuviera,

aunque lo estuviera mirando…intenté nuevamente luego de unos minutos y no encontré nada.

Así pase la tarde, buscándote y ahora, buscándome. Decidí tomarme aquella botella de vino

para vencerme y quedarme dormido, luego de varios intentos de descorcharla con una tijera,

un tenedor y un cuchillo, algo en mí, como una especie de locura me dijo que existe un

aparato especial para descorchar, lo busqué y como por arte de magia lo encontré. No se

cuando ni quien lo puso allí, pero allí estaba. Entonces tuve la esperanza de poder

encontrarme en el espejo, fui corriendo al recibidor, ahí donde está el dresoir y encima ese

espejo grandote de medio cuerpo…pero no encontré nada. La imagen me hablaba de una

puerta y un par de candelabros a los costados. Chisté como desengañado y retorné a mi

empresa…una vez finalizada, el vino parecía reírse de mis inseguridades y mis miedos a

medida que caía suavemente en la copa, dejando una estela espumosa que parecía una sonrisa.

Yo también me sonreí cuando me di cuenta que el vino empezó a tomarme, poco…de

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apoquito…como saboreándome…catando cada uno de mis adentros. La sonrisa del vino era

un poco más amplia, que dejaba entrever su garganta llena de matices que hablaban de taninos

medio amargos. En aquel momento, de una manera algo altruista, decidí dejar que un cigarro

me fumara también despacito, suave, como besando labios de mujer soñada, mujer de humo

que se esparce y desaparece en el aire. Sentí unos pasos en el otro cuarto y salté raudamente

del sillón y en breve estaba mirando entre las sombras, sin encender la luz…creo que pensé

que podrías ser vos, o algunos de nuestros recuerdos materializados simplemente por un

instante, pero no era nada, o casi nada, simplemente eran unos pies descalzos que caminaban

como buscando algo, un poco cansados y sin encontrarlo todavía. Me di vuelta y me dejé otra

vez caer en el sillón. Y ya, habiendo sido bebido y fumado, decidí apagar la luz y dormirme

en el sillón, como queriendo ser revolucionario, para no hacer siempre lo mismo…o por

miedo a no encontrarme solo en aquella cama sola, sin vos, aunque en verdad no fuera la

cama, sino el espacio, tan acostumbrado a mi pierna sobre la tuya y tu oído increíblemente

sordo a mis ronquidos. Cerré los ojos y mi mano buscó la llave de la luz hasta encontrarla,

apagada ya, sentí una ligera sensación en mis párpados…de pronto sentí correr por mi lado

los pies perdidos, como asustados, abrí los ojos y vi que se escondieron detrás de mí, miré

hacia los agujeros rectangulares donde hay puertas abiertas cuando hay luz y vi las puntas de

un vestido que se soslayaba detrás del marco de la puerta. Me sonreí y recordé a Gustavo

cuando me contó que todo era un rayo de luna…pero cuando intenté cerrar los ojos, una

sombra claramente visible, con la figura de un él…o un ella, se apersonó y me señaló el

cuarto, donde estaba la cama vacía donde debería estar tu cuerpo y el mío, descansando del

trajinar. La sombra parecía molesta, y me pareció que ella también te extrañaba aunque nunca

lo dijo, me pareció que de los puntos mas oscuros de su rostro oscuro -que pienso hoy eran

sus ojos- desde allí vi evaporarse dos hebras oscuras…las vi diluirse en el aire, como dos

gotas de sangre se diluyen en un estanque de agua pura y clara. Quedé mirando la sombra por

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largo rato. Mientras ella se tambaleaba, caminaba iba y venía mirando el cuarto, mirándome

y sacudiendo sus brazos de sombra como preguntando, la mire calmado y le dije que yo

también te extrañaba…entonces se sentó a mi lado y mientras tímidos se arrimaban los pies

aquellos…te extrañamos todos.

Hoy ya es el tercer día. Me di cuenta cuando abrí los ojos y vi que no estabas. Cuando

abrí los ojos y lo primero que vi fue el espejo…salté y miré para dentro, buscándome y

reconozco, que también buscándote…pero no hallé a nadie ni a nada. Me levanté y al pasar

por el reloj de pared, aquel de péndulo, el que nos regaló tu viejo, estaba parado, luego miré

mi reloj de la muñeca y me di cuenta que también no andaba, sin embargo, el tiempo seguía

pasando, derechito como siempre o medio curvo, pero para atrás…eso si que no lo dudo. Lo

cierto es que me propuse arreglarlo, al reloj de pared, siendo tan sencillo como darle cuerda.

Pero por mas cuerda que le di seguía inmóvil, como protestando por tu partida. No tuve otra

opción que prepararme un café, tirar unos de los puff frente de él, mirarlo fijamente y

hablarle. Le expliqué que era por unos días que te habías ido y que todos te extrañamos, todos

tus gritos y tus locuras de loca de verdad, tu infrenable pasión por monopolizar todas las

actividades de la casa, por no dejar que pasen sed las plantas que desde ayer no les doy agua y

por todas y todas esas cosas. Pero no obtuve respuesta, el reloj se negó a movilizar su péndulo

y dejar así que el padre tiempo lleve a cabo su destino…aunque el tiempo seguía pasando.

Ahora bien, por la tarde comencé a sentir unos murmullos y pensé que era la sombra jugando

con los pies descalzos, que ahora se hicieron amigos. Pero no eran ellos, eran los sillones

charlando con la ratona y el armario…entonces me quedé quietito para poder escucharlos

hablar, y poder sentir, que hablaban de vos, y de que también te extrañan, tu paso lento y

seguro, tu paso largo por lo largo de tus piernas, tu sonrisa soslayada en algún cómplice

chocolate cuyo envoltorio siempre quedaba tirado arriba de la mesa, como para observar tu

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propia culpa de tu propio crimen. No supe que hacer y luego de vacilar unos instantes fui a

hablar con ellos, pero tampoco quisieron hablarme, parecía que la casa se hubiera puesto de

acuerdo y que me culparan por tu ausencia. Por la tarde decidí ir a hacer unas compras y a

comprar remedios para mi alma, lo que se traduce en bastante comida, porque debo decirte

que lo de la “angustia oral” es verídico y pienso, que así como el tomar o el fumar, esto de

comer y comer me parece cierta inclinación al suicidio solapado por el dolor de tu

ausencia…pero es simplemente mi punto de vista. Comí y dormí, o por lo menos creo que

dormí, con los ojos abiertos, inclinado hacia tu lado en la cama, estirando mi pierna en una

torpe búsqueda por la tuya, con la persiana abierta, dejando entrar las luces de la noche

mirando las copas de los árboles y escuchando el viento que se reía…si…que se reía. Ahora

estoy durmiendo mientras miro desde la esquina del cuarto mi cuerpo tumbado en la cama, ya

sin inclinaciones nostalgiosas, roncando lento y profundo; mientras soy observado por mi

mismo o por algo, o por alguien que sin lugar a dudas, también te extraña.

Ya han pasado creo que cuarenta años y ni el tiempo pudo borrarte de mis mañanas al

abrir los párpados y mirar hacia los lados. Mi mano ha buscado a lo largo de todos estos años

el encontrarte allá, del otro lado de la cama…pero nunca pudo ser. No me conformaron de

ninguna manera las cartas que escribiste, menos aún se conformaron las plantas, con las que

entablé una buena amistad luego de haberlas empezado a regar. Tampoco llegaron a un

acuerdo mis dedos, que nunca conocieron tantas curitas en su vida como desde que nos haces

falta, por eso intentaron suicidarse con el cuchillo cuando cortaba pan, con la engrampadora o

con todas y cada una de las puertas. Llamé al médico y como todos los médicos que hubieran

escuchado mis periplos, éste me colgó….no sin antes decirme “consígase otra”.

Por lo que ni puedo negar que no saliera a la calle a verlas pasearse con todo su garbo

y su osadía pretendiendo ser la reina de las amazonas. Lo cierto es que con la excusa de algún

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libro me estuve sentando en las plazas y mis oídos comenzaron a escarbar en cada una de las

conversaciones de índole femenino que se efectuaban en los alrededores….y que tan pocos

comentarios me sirvieron para darme cuenta que no cabían. Pero sin que lo intelectual

importase mucho –cosa de la que me tuve que convencer realizando un auto hipnotismo- salí

a medir con tu cara y tu cuerpo a las féminas que osaron caminar por la calles de Montevideo

y luego de horas y horas, de cuadras y cuadras me senté desolado, azorado en la Plaza Varela

con el centímetro en la mano y al no encontrar una que estuviera a tu altura recordé las

palabras del poeta de Isla Negra: “hay mas bellas que tu….pero yo te he nombrado reina”.

Aquella noche me recosté en el sillón, ya envejecido por los años a tu espera y me dejé llevar

por el sueño…ahí donde en varias oportunidades te había encontrado pero de otras maneras…

Creo que ya han pasado algo así como cinco siglos y la vejez ya casi no me deja

moverme, tampoco pensar. La última vez que anduve por la casa recuerdo que miré como

enésima vez el espejo y no encontré a nadie, tampoco encontré su imagen, ni la imagen de la

casa, ni nada de nada. En verdad no se cuanto tiempo ha pasado…solo he mirado el reloj y no

vi números. Vi caras y gestos, tus manos, vi signos y símbolos vi universos…..

Al fin sonó el despertador y repentinamente se que ya es el séptimo día, el día en que

un dios de un mundo lejano había descansado luego de crearlo. El séptimo lleva implícito el

siete, la perfección, las siete artes, las siete notas y todos los sietes….pero lo único que me

importa hoy día es tu regreso. Cuanto soñé en estos días, meses años y siglos de tu llegada, no

se si porque te extrañé o porque quiero estar contigo, pero me dijo un amigo que mas o menos

es lo mismo, ahora estas a unos minutos de la esperada llegada y en casa estamos todos

contentos. Las plantas están con sus hojas mas verdes que nunca, los sillones…estuvieron

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haciendo murmullo por la mañana como preparándote una sorpresa, las paredes se vistieron

con los rayos matutinos de eso sol que ya me había demostrado su inconformidad los días que

se brindaba entrar por la ventana y no te veía a mi lado. Los pies, los pies descalzos, que

estuvieron perdidos hoy se fueron por dentro del espejo, junto con la sombra…porque ahora

son pareja y en el espejo volvió todo, hasta mi imagen…que ahora está un poco mas clara,

ahí….si ¡ahí estás! Y no puedo evitarlo yo también me desespero, al igual que los cuadros de

Aneff que tenías guardados boca abajo se enderezaron para ver tu llegada, mientras un libro

de Benedetti salió de la Biblioteca y se abrió en el poema de “tu llegada” ahora todo es azul,

hasta el cisne que tengo dibujado en mis manos. Voy a salir a abrazarte, no sin antes mirar por

la ventana y ver a mi vecino…mi pasado que se estuvo burlando todo este tiempo…lo saludo,

con algo de sorna, y vuelvo para mis adentros. Ahí estás…y ahora toda la casa te celebra.

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NARRATIVA

À la tombée de la nuit

Vivía en una casa cerca de la playa, los grandes ventanales de todas las habitaciones

dejaban ver un panorama paradisíaco, inigualable. Desde la aurora, la dulce luz de los

amaneceres penetraba en la casa buscando los muebles de anticuario, el roble añejo pero en

buen estado, los cuadros de Aneff, Dalí, Kirscner, Aqa Mirak, Rubens; algunos colocados en

las paredes, otros apoyados en el lustroso parquet. Los tapices orientales, las alfombras de

Marruecos, y las cortinas españolas adornaban una a una todas las salas.

La sala de juegos era una de las más coloridas, en la entrada se trababan en lucha las

baldosas blancas y negras, en cada uno de los rincones había una estatua guardiana de sus

objetos lúdicos; al Norte se había colocado una Medusa con la palabra Sur a sus pies, al Sur

un León de dos cabezas que indicaba el Norte, al Este se encontraba una serpiente devorando

un corazón, y en el Oeste se encontraba la imagen del Baphomet con una inscripción para él

desconocida.

A la mansión se llegaba serpenteando un camino con altibajos, el verde natural, los

arbustos en estado salvaje se dejaban ver desde la portera hacia fuera. Hacia dentro, el césped

se encontraba milimétricamente cortado, como por la mano de un maestro del Ikebana.

Arreglos florales a lo largo de la senda. Sincretisando barrocos de yeso y bronce con algún

detalle rococó. La llegada a los jardines principales que hubieran competido con los de

Calypso, la fuente principal que se interponía a la majestuosa vista del primer edificio, que se

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dejaba apreciar entre los chorros de agua que parecían helarse en su caída aquella mañana.

Luego, la suntuosa escalinata hasta el pie de las dos columnas que emulaban las colosales J y

B, o a los guardianes mongoles. Mármoles y piedras finas contrastaban con las altas puertas

de maderas nobles, con al gran llamador de oro puro que salía de la boca de un león de

Nemea.

Esa mañana lo despertó más temprano que de costumbre su mayordomo, le trajo el

desayuno, las noticias y sus pantuflas preferidas. Aguardó un instante a que le diera la

aprobación acerca del jugo, el café, la miel, las galletas y demás. Luego se acercó como si por

algún motivo fuera necesario decirle en silencio, que un hombre algo extraño, que se dice

ser… “poeta”, había llegado a la puerta de su mansión, solicitando “ser cobijado durante la

cruel fría mañana, tarde y noche. Con nada mas para entregarle que sus versos e himeneos a la

vida, a las Musas, a las Gracias y las Horas, a toda la creación y lo no creado”.

Frunció de una manera algo extraña el entrecejo, pero de pronto recordó las palabras

del párroco de la Misa del Domingo, y solo por ellas dejó que lo aguardara en la pomposa sala

de bienvenida. Mientras tanto, saboreando parsimoniosamente su desayuno, intentó recordar

si a lo largo de su vida había conocido un poeta; recordó que en algún momento se había

cruzado con un pobre, otra vez por una desgraciada circunstancia en una de sus tantas

empresas con un policía, y mas frecuentemente con un político pero en ningún lugar de sus

recuerdos se hizo presente algo parecido a un…poeta.

Como era su costumbre, antes de ir al encuentro del posible huésped, se vistió de

manera formal, con un traje hecho a medida, camisa de tela noble color escarlata, corbata

haciendo juego con los zapatos italianos. Ingresó en la biblioteca y tomando uno de los mas

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grandes diccionarios buscó cual era el significado de la palabra poeta y encontró algo muy

extraño, llamó a su abogado y su escribano ordenándoles que se hicieran presentes de

inmediato en su mansión ya que había llegado a su hogar ese tal poeta.

El mayordomo se paró en la antesala del recibidor, donde estaba sentado aquel hombre

algo extraño.

Mirada serena y curiosa, ojos negros y brillosos, de faz templada y gesto amplio, su

ropas eran sencillas y extrañas. Observaba todo el lugar con ojos indagadores y una leve

sonrisa que dejaba de ver algo de sorna en su aire fresco y jovial, a la vez que melancólico

con cierto halo de nostalgia. Sin haberse percatado de la proximidad del propietario de aquel

acogedor lugar, se dejó ver contemplando ensimismado una hermosa escultura representativa

de las cuatro estaciones; como un devoto que sufre las embestidas de una visión divina. Una

de sus manos ya casi lograba tocar aquellos pies de bronce cuando fue interrumpido el éxtasis

por unas palmas que anunciaban la llegada del Señor.

El hombre se hizo presente frente de él y le hizo un gesto de bienvenida mientras se

disculpaba por hacerlo esperar en la sala. El poeta elevó la mirada lentamente hasta que sus

ojos tomaron por sorpresa a sus iguales y le dijo:

- Señor mío y de nadie, permítame presentarnos nuevamente, yo soy el poeta. Aquel

que se vistió de cantor, soy futuro del rapsoda, soy de quien vendrá el pasado. Aquel que

esculpió obras de arte y el que pintó los hermosos trigales de una fría tarde de verano. Soy

poeta que vive en busca de la niebla, que desde el nacimiento viene a nuestro encuentro; el

que ha descendido a los infiernos en busca de la amada, el que ha luchado contra dios en

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defensa de Lux Ferre, el que ha cantado y embelesado a las hadas. Soy antes que el dulce

aedo y nací con la luna llena…llena de versos y poemas. Canté una vez en los bosques,

ditirambos hermosos al Dios antiguo raptado del Asia, fui amante de Cleopatra y de Astarté,

mi Madre me bautizó en las aguas que nacieron de la coz del equino alado. Yo soy el poeta,

aquel que lloró por la imagen amada, el que dejó de temer a las sombras de la cruel caverna,

el que murió en la hoguera de la santa ramera creadora de ilusiones. Soy aquella que

incomprendida; teniendo tanto fuego que su carne consumía viva en dolor ardiente invisible al

ojo mundano; paso a paso hundió su cuerpo en las eternas aguas, caminando hacia el mundo

azul soñado. Yo soy el poeta. Soy aquel que sufre por estar en la jaula de este mundo de

palabras, limitado por la Torre de Babel, que se yergue enhiesta ante la mirada de los hijos de

la Musa. Soy hijo de dos padres que comparten un mismo templo, y soy ese que comparte sus

versos con los oídos del viento y de éstas estatuas que nos miran inertes, y de los suyos ya

envejecidos. Yo soy aquel, que siente frío, y que solo puede ofrecer la hoguera de sus

palabras. Sea amable señor mío y de nadie, y otorgue a este poeta un noble espacio donde

descansar su cuerpo, hasta que la mañana no me pueda encontrar donde me dejará la noche,

ya que antes que los rosados dedos de la hija de Homero aparezcan en el horizonte, yo estaré

caminando hacia mi hogar, que queda en la Isla de Neverland.

El hombre lo observó algo extrañado, comenzó a pensar seriamente ante la posibilidad

de dialogar con él, aunque no hubiera entendido más que cuatro o cinco palabras de las que

salieron de su boca. Observaba lentamente el porte y las vestiduras del Poeta que dejaban ver

una falta total de cuidado con las prendes de vestir que sin lugar a dudas habrían sido donadas

por sus amigos aristócratas de lugares cercanos.

Sopesó todas las posibilidades y por fin decidió intercambiar unas palabras con aquel

harapiento huésped. Diciendo:

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- Sepa usted…poeta, que me encuentro un poco sobresaltado al recibir tan distinguida

visita de quien para mí es un completo extraño. Lamento sí, que no se encuentren en este

preciso momento mis asesores, a los fines pertinentes de poder otorgarle completamente, las

atenciones que tan ilustre visita merece. Pero redundo al expresarle mi asombro ya que a lo

largo de mi vida, nunca he tenido el agrado de recibir a un poeta, ni la suerte de cruzármelo

paseando con ilustres señoras en la Avenida de los Campos Elíseos, ni dialogando de temas

interesantes en excelentes tertulias en algún café de Venecia con amigos de la infancia.

¿Como diría usted poeta?, que podría ayudar a mis arcas a acrecentar su caudal, como podría

usted señor de tan extraña palabra a recuperar mis días y llenar mi lecho de excelentes amores

ayudado por palabras de…poeta. ¿Que es lo que me otorga usted a cambio para que yo lo

acoja en esta fría mañana, para que luego la aurora no lo encuentre en el mismo lugar, donde

el crepúsculo lo ha de dejar?

El poeta se encontraba sonriente mientras parecía observar a las paredes que se

encontraban detrás del señor de aquella ilustre mansión. Contempló por atemporales

momentos toda la sala, mientras tanto, el silencio se sentía cada vez mas fuerte, ya casi

insoportable, hasta que en el silencio parecieron comenzar a tomar vidas cada una de las

pictóricas imágenes y broncíneas estatuas…hasta que la intromisión de la tos del mayordomo

obligó nuevamente a las ideas del poeta a vestirse con palabras, diciendo:

- Señor mío de todos y de nadie, sepa usted que mi cuerpo es una hoja desprendida del

árbol que la aprisiona, y como si la vida fuera ese solemne y tan fugaz instante en que la hoja

llega a su destino, de tal forma soy transportado por el Pampero y por el Céfiro. De tal manera

me lleva hacia el ocaso de mis días realizando la empresa de observar en el camino, de

recoger a lo largo del sendero la tierra que piso y cantarles odas a las madres Gea y Pacha

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Mama, acariciar las hojas de esas flores que delicadas y salvajes regalan sus virginales

fragancias a los sentidos del hombre, beodos de tantas miserias. ¿Cómo podré ayudarlo señor

mío y de nadie?, puedo perfumarlo con la fragancia de la prosa, de las elegías al son de la

flauta de un sátiro etéreo. Oh señor mío y de todos, si usted se dejara embriagar por el ritmo

ditirámbico, no necesitaría desear cuerpos extraños en su lecho, mas que el de la blanca amiga

al momento de que los celestiales niños entonen los trenos correspondientes al crepúsculo de

sus días. Oh amigo mío del alma de todos, no puedo entregarle nada cuando nada es mío, ni

siquiera las palabras melódicas de la poesía. Ya que como podría yo adueñarme de la lira de

Orfeo, cuando ya una vez luego de inclinar mis agrados a las melodías de mi amigo Pan, fui

castigado con el áureo toque en los dedos de mis versos. Ay amigo y hermano mío, si algo

pudiera ser solo mío y pudiera entregárselo, le daría aquel soneto que el Niño Amor le

regalara a Francisco. Por eso hermano mío, ¿donde podrá mi cuerpo alojarse esta fría noche

que ya nos acecha, aguardando la llegada de quien posee el carro de fuego?

El hombre lo miró durante largos períodos, con el mismo gesto extraño, miró de reojo

a su mayordomo que permanecía inmutable, aguardando el aplauso o la reprobación con el

mismo gesto impenetrable. Observó el reloj y notó que ni el abogado ni el escribano habían

llegado, así que tomó la decisión de echarlo. No aguardó que su sirviente lo hiciera, sino que

él mismo se dirigió hacia la puerta, tomó con su propia mano el cerrojo de oro con engarces

de esmeralda y abrió la enorme puerta que dejaba ver el crepúsculo abigarrado de colores

nunca antes vistos.

El poeta lo miró con gesto sereno, y le regaló una sonrisa, se despidió de la estatua del

redentor a cuyos pies, incólume, se encontraba el mayordomo. Observó sus pies descalzos, y

comenzó a andar por el jardín que lo aguardaba con un césped cubierto por capas de hielo.

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Tomó su saco y lo apretó contra su cuerpo. Luego metió las manos en los bolsillos de sus

pantalones y logró tocar sus frías piernas. Mientras la mirada del hombre lo seguía por la ya

fría noche y observaba a lo lejos como aquel insolente extraño se acostaba en la Portera,

poniendo un libro de cuentos como almohada, tapando sus pies con hojas de periódicos.

El hombre observó al mayordomo, caminó hacia la sala de juegos, se dirigió hacia la

estatua que tenía la serpiente y dijo: “dios nos libre de los poetas”.

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La Noche

Me senté en aquel viejo bar del centro, como todas las mañanas, pedí un café largo,

encendí un cigarrillo y me puse a leer el diario…o por lo menos eso quise…prepararme para

ver que mentiras había comprado. No es que sea desconfiado, pero en verdad, con el tiempo

aprendí a no creer en “las Noticias”, sea el medio que sea. Observé detenidamente los

números de la Lotería y del Cinco de Oro y me permití soñar, tan solo unos segundos, hasta

recordar que nunca había jugado. Luego de las páginas generales, los Policiales y ahí nada

para preocuparse, el Ministro del Interior de turno afirmando que los índices delictivos habían

descendido -lo que a buen entendedor se traduce en lo contrario- un par de fotos con un par de

cuerpos tirados y algo de sangre, y mis dedos…entre cansados y hartos pasaron a las

deportivas. A medida que pasaba las páginas me fui enterando de cuales iban a ser, para el día

de hoy, los tópicos de referencia para las diferentes tertulias de la gente. Un sorbo mas al café

y comencé repentinamente – impulsado por esos inesperados sentimientos lúdicos – a

juguetear con mi aliento en el ambiente. Fría mañana o mañana fría eran lo mismo; por largo

rato jugué con mi aliento y con el aliento del pocillo de café, que en cierto momento dejó

entrever dos hebras que desde el corazón de la negra infusión se levantaron, despacio,

meditabundas hasta separarse cada vez mas y más (recuerdo que quise buscar una analogía,

pero no pude) y ya casi por desaparecer las dos hebras, mi mirada siguió de largo hasta

percatarse de una figura de mujer que cruzaba frente a la vitrina del bar, con la mirada algo

triste, hombros encogidos, mirando hacia abajo y paso cansino que pedía perdón a la calle;

como me enamoré de aquella tristeza repentina. Hasta que dobló por la esquina y desde la

esquina apareció ella, que me hizo recordar que estaba esperándola.

¿Como no haberla extrañado en todos sus momentos de ausencia? ¿Cómo no haber

pensado y soñado con cada uno de aquellos gestos que siempre eclipsaron mis palabras, mis

gestos y mi todo hasta acostumbrarme a su presencia? Pero ahí estaba ella. Que sabía que

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nunca creí en las coincidencias. Si bien nos criamos prácticamente juntos, nuestras vidas

siempre se entrelazaron mas de lo esperado, y ella siempre supo en su mas profundo sentir,

que la amé más que a nadie, y como Alcione a su marido, así siempre la esperé, con una

sonrisa…mi sonrisa con algo de ironía y algo mas de cierta locura que se dibujaba en mi boca.

Labios color rojo intenso, casi escarlata, piel blanca con mucha vida que contrastaba con

ella misma y aquel hermoso contexto otoñal; el vidrio algo empañado, las hojas cayendo;

imagen que se rendía a la melancólica mirada. Sombrero de ala ancha color negro inclinado

hacia la izquierda, polera del mismo color que se elevaba por el grácil cuello desde el escote

del saco que sin dudas por su gusto tendría que ser Valentino. Abrió la puerta y dejó ver el

corte perfecto de ese pantalón hecho a medida, zapatos de punta y medio taco. Llegó a la

mesa sin haberme quitado un segundo sus ojos de los míos; dejó el sombrero en la mesa y

hasta los espejos parecían observarla, y a ese hermoso cabello largo, atrevido, que parecía

acariciar esos hombros. ¿Cómo olvidar aquella sonrisa y como arrancarme aquella caricia?

Fueron breves o no tanto aquellos momentos que a la postre en mi memoria fueron

eternos, que a la postre en mi mirada dejaron marcado su rostro, su rostro perfecto,

nostalgioso, que quedara…y que quedará en mi memoria marcado mientras viva y tal vez…

- … si extrañar es ansiar a la otra parte día y noche –dije- aguardando su llegada, para

ansiar quedarse uno con el otro, sin lugar a dudas te extrañé. Pero considero que es una

paradoja ya que ese sentimiento solo aminora la distancia que nos une.

- En verdad, vine porque también te extrañaba…o sea como decís, que estaba cerca tuyo,

(hizo un breve espacio y prosiguió)…estuve trabajando mucho últimamente y camino al

trabajo decidí darme un descanso, además, por más que una quiera no es fácil encontrarte.

- Vine a sentarme acá porque la mañana está bastante hermosa, como a mi me gusta, o

como nos gusta, siempre vengo y lo sabes…a tomar un café, y siendo sincero estuve paseando

la noche entera observando un poco la ciudad, los edificios y esas cosas, ya que unos siempre

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anda mirando la tierra que pisa. Pero hoy tuviste suerte de encontrarme porque no siempre

ando par acá…puede que me encuentres volando por entre las casas o los edificios …- no

tardó mucho hasta una nueva sonrisa.

Mientras tanto ya había pedido un café para ella:

- Si, lo sé, mal o bien me pasa lo mismo, yo no tengo horario y de reloj biológico ni

hablemos. Estas semanas estuve por Europa: Italia, Paris, Portugal; y allí conocí gente

hermosa, lástima que no pude conocerlos más. Pero entre todos me enamoré de un pintor, de

un músico y de un poeta, –recuerdo cierto entusiasmo en sus ojos- no me vas a creer, pero el

músico era sordo, y no sabes qué música hermosa tocaba todas las noches bajo aquel cielo

estrellado. Recuerdo que un día lo fui a escuchar al Odeón.

No pude más que esbozar una leve sonrisa porque siempre me ha dejado perplejo con sus

anécdotas y sus viajes y si bien, en ciertas ocasiones he sentido ciertos desvaríos de su parte,

por lo general nunca miente; y le dije con cierta sorna:

- Y de seguro que el pintor era ciego.

- Sabes que hablo con la verdad. ¡Si! el pintor era ciego y pintaba según el calor de los

colores. Aunque también decía que cada color corresponde con una nota musical y solamente

un músico que fuera sordo podría escuchar la música de las pinturas. ¿No te parece

fantástico?

- Si pero… ¿y el poeta, era manco?, si me decís que era de Lepanto te juro que llamo a la

emergencia.

- ¡No tonto! no era manco, tenía las manos más bellas que yo hubiera visto jamás, pero no

sabía escribir. Sin embargo…su poesía llegaba y calaba hondo. Cada palabra, cada gesto,

milimétricamente en armonía con lo que lo rodeaba. Hablaba a la vez que sin quererlo

enseñaba…”la idea que te libera hoy, te apresará mañana” decía, y a mi me gustaba mucho su

decir. Sin él saberlo su poesía era libre, pero no por eso dejaba de tener estilo. Algunas veces,

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observando la lluvia entonaba odas a sus musas vivientes, regalaba sonetos perfectos al

viento, esos que en papel hubieran pasado a la posteridad. Así de rápido morían en la nada.

Hasta que un día, luego de realizar su más grande poema en silencio, mientras miraba una

musical pintura donde una bandada de aves negras sobrevuelan un trigal: entonó un hermoso

treno… y decidió quedarse conmigo.

Se acercó el mozo más alegre y joven de los allí presentes (que no eran muchos) y le

sirvió el café a ella, que a su vez lo miró con ojos tristes.

Luego de servir el café, le ofreció rápidamente fuego ya que ella llevaba un cigarrillo a la

boca. Le regaló una gentil sonrisa y volvió a la barra. Pasó detrás del mostrador y se dispuso a

efectuar una llamada. Se lo notaba sonriente, algo ruborizado. Sin lugar a dudas del otro lado

se encontraba un afecto. Mientras miraba el reloj y hacía ahínco que en media hora la

esperaría a pocas cuadras de allí. Dijo algo que fue imperceptible, se le observó simplemente

mover los labios, sonrió por última vez, colgó y continuó con sus labores.

Al mirarla noté que no le había sacado la vista de encima, con una mirada con cierto halo

de melancolía y algo más de culpa.

- Yo estuve leyendo a Quino – le dije - , ¿y sabes qué? El otro día me enteré que su alias

proviene del vocablo griego kyon, que significa “perro”, y según me contó un señor muy

amable de mi librería preferida -donde me divierto mirando títulos de libros esperando a que

alguno “me hable”- el perro era el símbolo de la escuela de los cínicos. Cuyo mas conocido

exponente fue Diógenes. ¿Qué te parece? Pero Diógenes el Turco no el hijo de Laertes, que

no era hermano de Ulises. Que dicho sea de paso, fue quien deseó ser aquel magno hombre

que quiso conocerlo…

Y mientras me divertía enunciando tranquilamente aquel adamantino monólogo, me

percaté que la mirada de ella se hallaba cada vez mas perdida en la joven sonrisa del

muchacho. Que ya se preparaba para retirarse.

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Al observarla, ahora mas detenidamente pude comprender lo que pasaba. Esa

mirada…que fuera moneda corriente en otros tiempos, la vi varias veces. Entonces le di una

última pitada al cigarrillo y lo dejé que se consumiera en su cenicero, me levanté como en

cámara lenta y me dirigí hacia ella, la ayudé a recogerse el cabello, tomé el sombrero y se lo

alcancé, no sin antes pasarle la mano por el ala para arquearla un poco…aquel sombrero tenía

algo dandy y glamoroso que me gustaba, ella sabía que me gustaba.

El muchacho salió raudo hacia la calle, mientras miraba el reloj y su cabeza hacía un gesto

de que se encontraba retrasado. Caminó calle abajo mientras tanto subía el cierre de su

campera, levantaba el cuello, encogía los hombros como para resguardar su cuello del frío, y

ya se dirigía al encuentro.

Ella por su parte se despidió con un beso en los labios. Me había acostumbrado con el

tiempo a esas súbitas despedidas; la volví a mirar con ojos tiernos y nuevamente, en in inútil

intento de retrasar su despedida, emulé a un caballero del medioevo cediéndole el paso a la

doncella.

- Cuidáte Caro…-le dije- y subíte esa polera porque te vas a resfriar.

- ¿Dijiste algo de los cínicos? – dijo, y fue la última vez que reímos juntos.

Alguien observó que aquella mujer con sombrero caminaba calle abajo, con el tapado

desprendido que tremolando con el gélido viento parecían saludar a aquel caballero que había

llamado su atención desde aquel Bar. Levantó lentamente la mirada que a través de la ventana

divisaba un cielo nublado. Indudablemente su reloj marcó las diez de la mañana. Llamó al

mozo y le pagó la cuenta. Se incorporó y observó que ella no había tomado el café; al lado

ambos cigarrillos consumidos y la página del diario que ya no mentía. Se puso su sombrero,

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enrolló a su cuello una bufanda que parecía de alpaca y se encaminó hacia la puerta de la

Ciudadela, donde dicen algunos y cuentan otros que aún sin saberlo…lo esperaba ella.

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El Sueño

A Rubén le gustaba salir por las noches; sus deseos habían desaparecido de apoco,

pero caminar, y observar las plazas, los hoteles, los restaurantes, era su mayor placer. Había

viajado mucho y amaba su ciudad mas que nada; había paseado por La Rue des Champs

Elisees, la Avenida 9 de Julio, y por las calles exóticas de Brasil Colonial –especialmente de

Bahía, que según él era su preferida- pero nada le hacia mas feliz que caminar lentamente, con

paso adusto, por las calles de la avenida que como solía decir “tiene nueve mas que su par Río

Platense”, aunque fuera siete veces mas chica. Alguna cerveza furtiva por las noches,

cigarrillos y algún humeante pocillo de café por las mañanas frías, habían sido sus fieles

amigos durante estos días en que se había dedicado solo a caminar, y caminando había

rememorado toda su vida. Sus padres ahora ausentes y su infancia, la pubertad y los primeros

amores; esos amores que nunca entendió porque los había olvidado si todos dicen que nunca

se olvidan; la adolescencia y el desconcierto, el amor, el odio, la pasión, la remera con

inscripciones alusivas a la revolución del momento, una foto del Doctor Guevara, ignorando

quien había sido, los veinte años…..

De repente se sintió cansado; decidió que lo mejor sería regresar; dejó la botella de

turno casi vacía a un lado, y fumando un cigarrillo emprendió lentamente el regreso hacia su

hogar. Sabía que en aquella casa; que hoy dicen otros que es de él, pero que él sabe que fue de

ellos; lo esperaba una cama fría, solitaria, esa cama que un día albergó el cuerpo de Laura. La

mujer que supo alimentar sus sueños, que una vez le dio fuerzas para caminar por el mundo y

que había convertido el camino de regreso en un camino de alegría. Pero ella había seguido su

sueño, el de viajar a otras tierras, o por lo menos, así decía la carta que había encontrado

aquella noche que se volvió eterna, el día en que según Doña María, la curandera del barrio,

se había muerto su Alma.

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No te culpes Ruben, tampoco te pido que me perdones, pero no puedo vivir mas

contigo. No me gusta lastimarte, pero si continúo a tu lado lo voy a terminar haciendo. Tengo

sueños sabes, y los quiero seguir, para cumplirlos o no, pero los quiero seguir y

lamentablemente, si me quedo contigo, durante toda mi vida voy a estar pensando ..”y si lo

hubiera hecho,…y si lo hubiera seguido” y no quiero que en mi epitafio diga: Aquí descansan

los restos de…y si hubiera”. Sé que sueno egoísta, pero ¿acaso no somos todos egoístas?

¿Una flor no es egoísta?...¿quien de nosotros puede decir que no es egoísta?...

Laura

El frío comenzaba a entumecerle las piernas cuando levantó la mirada hacia el cielo, y

le preguntó dónde estaría ella,… pero Dios no contestó. Caminó algunas cuadras y de pronto,

de esos profundos lugares que desconocemos de donde surge algo parecido al odio, o más

bien el odio, comenzó a llenarle poco a poco las venas. Enfurecido intentó insultar a Dios,

todos los dioses y todos los santos, como buscando algún tipo de reacción, desafiando al

Omnipotente que no le contestaba, pensó en alguna otra ofensa, y la pronunció a viva voz

mientras miraba al cielo, pero nuevamente nadie le contestó. Una leve sonrisa, con algo de

capciosidad iluminó su rostro meditabundo, mientras recordaba con cierta nostalgia aquellos

tiempos, bajo un bonito Laurel, las Epopeyas de Homero, cuando los Dioses interactuaban

con los humanos y descendiendo del Olimpo los ayudaban o los mataban, o les hacían el

amor, los maldecían, los bendecían. Mientras tanto continuaba caminando. Optó por sentarse

ya más cerca de casa, en una plaza que había sentido en su tierra sus propios piececitos de

niño corriendo. También lo había visto pasar allí casi a escondidas, besándose con la novia de

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su mejor amigo, pero lo más importante para esa plaza, había sido el tener tantas tardes de

felicidad junto a Laura, tantos besos ardientes, tantas caricias a la espera. A medida que

fumaba y se iba consumiendo, iba construyendo su mundo, algunas veces era príncipe y ella

su princesa. El por supuesto, llegaba a rescatarla de la torre donde se encontraba secuestrada

por el malvado; otras, él era un magnate y Laura era aquella a la cual él le daba el mundo,

joyas, alhajas, todo tipo de diamantes desfilaban frente a los ojos de su amada. Sus viajes eran

variados, pero estuviera donde estuviera, siempre se encontraba con ella.

El efecto pasó poco a poco, y lento, muy lento se fue dando cuenta que ya no podía

volar, sus alas se iban plegando, y cada vez más le costaba despegar… La noche era cruda,

fría, sólo unas pocas luces de aquella vieja plaza le dejaban ver entre la oscuridad aquella

dama de frío mármol que parecía mirarlo desde lo alto.

Decidió que lo mejor era continuar caminando, para tratar de ahuyentar el frío, y para

llegar rápido porque ya se le hacía urgente descansar; el doctor le había dicho en la última

consulta que debía cuidarse de las noches inhóspitas pero por sobre todo de los cigarrillos

porque podía llevarse una sorpresa. Observaba sus pasos y le parecía que estuviera algo así

como en cámara lenta, pero no quiso prestar atención. Las silenciosas calles de la Ciudad

Vieja dejaban que cada uno de sus pasos cantara un eco casi mortuorio, adornado por la

oscura tristeza que ya no pretendía fingir. Le pareció escuchar un viejo tema cerca de una

ventana.

Abrió la puerta; recordó que no tenía luz porque había olvidado pagarla este mes, de

todas formas poco le importó. Encendió una vela y lentamente comenzó a recorrer la casa,

mientras escuchaba los pasos de ella, y sus risas. Acomodó el desorden a su alrededor, y se

puso a preparar la cena, justo lo que a ella le gustaba. Primero puso los manteles, luego

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siguieron las copas, ahora los cubiertos. Sirvió un poco de vino, luego la cena, y llamó a

Laura. Aguardó en silencio. Las velas poco a poco se fueron apagando…las velas se

apagaron, mientras la cena se enfriaba.

Dejó la mesa servida y se recostó en la cama. Pensó que a ella no le molestaría que

cerrara los ojos para descansar de ese día tan agotador. Su cuerpo fue acariciando las sábanas,

y su mano se extendió hasta encontrar la mano de Laura. Ella lo tomó de la mano y le acarició

las mejillas; él contuvo la respiración como queriendo aprisionar ese momento… Con gesto

materno fue sacándole la ropa poco a poco, cantándole esa canción de cuna que a él tanto le

gustaba. Le hizo sentir el calor de sus labios besándole las manos, mientras se arrimaba a su

oído y le contaba dulcemente sus secretos, hasta que él abrió los ojos y la miró en lo

profundo; ella, lentamente, como deteniendo el tiempo, lo besó en la frente. Rubén cerró los

ojos y se dejó llevar por el sueño.

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Noticias

Lo recuerdo todos los días. Se podría decir que siempre, a cada momento.

Especialmente aquella vez que lo vi… la última vez.

Como olvidar a mi vecino de dormitorio, o aula como nos llamaban los doctores,

porque decían que aún encerrados y en soledad, seguíamos aprendiendo. Ahora que lo pienso

un poco mejor, el manicomio es cosa mala, depende como lo vea cada uno. Pero de él, nunca

podré olvidar sus gestos, su modo de hablar, sus pinturas y sus tantos poemas. Cuántas veces,

entre tantos silencios nos comprendimos mutuamente, aunque fuera por un instante. Y fue así

que pude comprender por un momento sus ideas y porqué se encontraba feliz aquella mañana,

precisamente dos semanas antes de la fecha pactada para que me diesen el alta. Había

terminado su último poema y luego de contemplarlo durante horas en su aula se había dirigido

al patio trasero.

Sentados en la sombra de aquel laurel, en una de las esquinas del predio, y donde

hasta altas horas de la noche continuábamos disertando sobre lo importante, nuestros

coloquios eran de lo más variado; tantas veces tratamos temas literarios, pasando desde los

clásicos hasta la literatura contemporánea, como así también disertábamos sobre las grandes

obras de teatro y la importancia y grandeza de las obras maestras del celuloide. Una noche de

verano, de ésas que invitan a mantenerse en vigilia hasta el amanecer, la noche pareció

haberse quedado suspendida. Él había comenzado –luego de observar una mariposa- a discutir

sobre la Teoría del Caos y a realizar cierta analogía con los procesos sociales; sin embargo en

ciertos puntos no estuve para nada de acuerdo, en particular con su posición sobre la Teoría

del Big Bang y expuse con cierta claridad la posibilidad de la falacia universal, trayendo a

colación aquellos muertos que hablaron sobre el estado onírico del alma, la paradoja de Zenon

de Elea y terminé por manifestar mi acuerdo con el Cinismo, en particular, con lo poco que se

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sabe del pensamiento de Diógenes de Sínope. Él, con aquella sonrisa en los labios, sornástica

pero a la vez bondadosa, como aquella sonrisa del hombre póstumo, del hombre a quien le

pertenece el futuro, asentía con la cabeza y con mucha elegancia y ciertos ademanes de

dandy, refutó cada una de mis exposiciones, con tal facilidad, que me pareció estar ante un ser

sin igual, ante uno de esos genios ignotos, que se mantuvieron en el anonimato por esas cosas

de la vida. Recuerdo que éramos los únicos a los que se les permitía permanecer fuera de sus

aulas luego del atardecer; uno de los motivos era que realmente no representábamos ningún

peligro para la seguridad; otro, que luego de años de internación nos ganamos la confianza del

personal más antiguo, aunque la causa menos conocida era que uno de los Doctores Jefes

había plagiado varios de los poemas de mi querido amigo para extendérselos a una interna de

la cual el emérito facultativo se había enamorado.

Pero aquella tarde en el patio, luego de haber contemplado aquel poema, creo que fue

esa tarde sí…porque a partir de aquella tarde todo cambió. Colocó el lienzo en el trípode –

tardando un poco más de lo acostumbrado –, eligió las pinturas cuidadosamente mientras una

leve sonrisa se le dibujaba en los labios. Luego se sentó frente al lienzo y allí se mantuvo

contemplándolo durante horas. En determinados momentos abandonaba el lugar y caminaba

por el parque, ya con la luz de la luna, como pensando, o como buscando algo, una idea, un

pensamiento tal vez. Lo cierto es que así transcurrieron unos días mientras las pinturas

aguardaban y el lienzo continuaba vacío, tal vez…como él. Pero fue una mañana que me

levanté y luego del desayuno me dirigí a mi recorrida matutina, ya despreocupado y sin

pensar en todos aquellos problemas que me habían trastornado, cuando de repente pude

notarlo, debajo del laurel, sumido en un gran transe, moviendo el pincel en el aire, como

cortando, como tajeando el alma de alguno de sus dioses, pensando o disfrutando de alguna

morbosa manera la inspiración pictórica que mantenía su rostro con faz tan extraña. Me

acerqué e intenté hablarle, pero no me respondió, ni siquiera se percató de mi cercanía,

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aunque yo lo noté tan distante. Recuerdo siempre que el estar cerca de él generaba cierta

sensación calurosa, tal vez por la gran energía que desplegaba mientras no escribía o pintaba.

Observé cuidadosamente su pintura y no pude distinguir nada, ni siquiera una idea. En verdad

ya me había acostumbrado a que sus pinturas nunca encontraran la forma sino hasta los

últimos momentos, hasta que los últimos toques de pincel unían todas las líneas, y como un

soplo divino todo cobraba vida y sentido, como un juego macabro de aquella mente extraña.

Algunas horas transcurrieron y pude percatarme de que los ánimos de todos los internos se

habían renovado. Pensé por algunos momentos si aquel estado de transe había generado

alguna rara energía que inconscientemente hubiera perturbado el estado de los pacientes, pero

aquella débil teoría fue descartada inmediatamente. Sopesé que en verdad no había

fundamento racional, sistemático, exacto, objetivo y verificable, que sostuviera esta

descabellada hipótesis; y como dije recién, esta idea algo insana, sería descartada. Ya por la

noche, me acerqué y pude descubrir que en aquel pincel se encontraba el progenitor de un

hermoso cisne. ¡Qué hermoso cisne!... ¡qué celestial recuerdo!

El cisne era hermoso. Nunca antes un lienzo había parido tal majestuosa obra de arte.

Nunca antes la vida tuvo envidia de creación tal de hombre alguno, porque aquel cisne parecía

como insertado en el lienzo. Sólo agregaré que era un sueño, un hermoso sueño plagado de

belleza, que por largos días alegró los ojos de todos los pacientes y fueron felices.

Ahora faltaban pocos días para que me dieran el alta, y esa tarde…si, creo que fue

aquella tarde, cuando extrañamente el crepúsculo se vistió de un color algo extraño, que en

cierta décima de segundo transmutó del color escarlata a colores desconocidos, o tal vez sea la

impresión que ahora llega a mi mente al recordar que en aquel instante, nos encontrábamos en

una agradable tertulia. Y fue allí, en ese instante, en que sus ojos se agrandaron de pronto que

hasta creí que iban a salirse de sus órbitas. Su rostro quedó paralizado, sus piernas, sus manos,

como si un rayo hubiera atravesado todo su cuerpo, como si algún mal lo hubiera atacado

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terriblemente. Por un instante pensé que pudo haberse tratado de un repentino infarto, pero

todas mis nuevas hipótesis se vieron por tierra cuando un desesperado grito salió de su boca

como queriéndome romper los tímpanos. Fue un grito deforme, desesperado, que hasta me

sentí atemorizado y no pude haber quedado más perplejo cuando logré descifrar aquel

violento grito -¡El cuervo!....¡el cuervo!, ¡lo vi! ¡pude verlo!¡ahí pasó el cuervo!- y en ese

instante di un salto y mostré mi rostro de desconcierto por la ventana buscando a criatura

semejante y más que extraña por esos lados; -si no hubiera sido porque el tratamiento había

surtido sus efectos en mí, hubiera creído que sin lugar a dudas él había divisado aquella ave

de mal agüero – cuando me dispongo a mirarlo, no veo más que un pobre loco revolviendo

sus pinturas, buscando desaforadamente un lienzo en blanco, con los ojos inyectados en

sangre, la boca entreabierta, y un gesto de insania tal que me hubiera petrificado el alma, si

no hubiera sido, como dije anteriormente, porque clínicamente ya me encontraba apto. Pasé

algunos momentos observando como de pronto aquel intelectual, aquel hombre que una vez

había considerado como póstumo, había caído nuevamente en los brazos de la locura, y ahora

sin siquiera extender la tela en el trípode y sin usar pinceles comenzaba a “tirar” la pintura en

lo que me pareció una mancha sin forma, sin abstracción ninguna. Me acerqué suavemente a

la puerta, esperando la gran oportunidad para soslayarme dejándolo con su locura mientras

pude divisar que su rostro ya no era el mismo. Creo – o tal vez sea mi imaginación en este

momento – que moví los labios, elevando una pequeña plegaria por él. Mientras su imagen

nuevamente me llenaba de pena, de lástima; desde la boca entreabierta se escapaban dos hilos

de baba que se iban confundiendo con aquellas horribles manchas de pintura, las manos

moviéndose con locura de un lado al otro de aquel lienzo violentado por locura tan infame,

por el tormento de aquella mente extraña y tan enferma, que un día yo llegué a admirar. Cerré

la puerta y unos pasos más adelante pude sentir el estallar de una carcajada, similar a la de un

hombre que luego de años de búsqueda encuentra un tesoro, pero es sólo para intentar

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establecer una analogía, porque mi buen amigo, repentinamente, había enloquecido, como

cada uno de aquellos locos que ya comenzaban a colmarme la paciencia. Las carcajadas

aumentaban en decibeles y al doblar la esquina del pasillo que conducía a mi aula pude ver

correr a tres fornidos enfermeros que irían a reducirlo, luego a sedarlo para esperar la llegada

del doctor de turno.

Aquella noche no quise comer, simplemente decidí realizar algunos instantes de

vigilia, tal vez en acto semántico que busca solidarizarse, como si se tratara del velorio de la

mente de quien supo ser mi amigo. Por unos breves instantes abrí la ventana y observé aquel

jardín bañado por los rayos de luna que lograban escaparse con haces de las ramas de los

árboles. Los bancos solos en la oscuridad, dibujaban ciertas imágenes fantasmagóricas

parecidas a las de sarcófagos, pero no pudieron sorprenderme estas imágenes más que por

unos segundos, ya que a cada momento realizaba los ejercicios de “llamada a la razón” que

me enseñara principalmente el Dr. Stutler. A esta hora, el jardín se encontraba totalmente

rendido a la luz de la luna y mi mirada seguía aquellos juegos de luces y sombras, hasta que

por fin mis ojos se dirigieron hacia el rincón donde se encontraba el trípode, llamándome

poderosamente la atención que la pintura del hermoso cisne había desaparecido. No sé por

qué causa, reitero, que aún no lo sé, por qué aquella imagen me resultó tan tenebrosa que ni el

cerrar la ventana y el realizar mis ejercicios pudieron sacar de mi mente el vacío macabro de

aquel lienzo. No pude comprender, menos en aquel instante, como la simple ausencia de

aquella pintura causó tanta perturbación en mis razonamientos lógicos aristotélicos; sólo

recuerdo que en aquel instante se sintió la explosión, acompañado por los cientos de risas que

se hicieron sentir en aquella hora avanzada de la madrugada. No puedo evitar, el recordar que

nuevamente abrí la ventana y una imagen fantasmagórica, del jardín en total tiniebla, petrificó

toda intención que tuve en cierto momento de saltar por la ventana. Las risas no eran tales

sino que eran carcajadas tan demoníacas, que me imaginé vivir uno de los infiernos dantescos.

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Rápidamente el humo comenzó a ingresar por la rendijas de mi puerta y no pude aguantar más

aquella desesperación de saber que era lo que estaba sucediendo en aquella hora y fue

entonces cuando abrí la puerta y las llamas casi me abrazan, como pude percatarme que

lenguas de fuego tomaron las ropas de varios internos que corrían, totalmente encendidos

como paja seca, riéndose, tirándose al piso envueltos en llamas y en carcajadas tan aterradoras

como incomprensibles y con la carne ardiendo de sus rostros, ya casi sin párpados la mirada

fija a la tierra. Los gritos se hicieron más comunes, pero tan extraños sonaron y tan

desgarradores, que sólo sirvieron para apresurar los pies de todos los enfermeros que salían

corriendo tratando de salvar sus vidas. Y fue en aquel preciso momento cuando recordé que

sin lugar a dudas mi querido amigo se encontraría encerrado, ardiendo en llamas, atado, sin

poder hacer nada, a la gran cama de seguridad a la que todo interno era amarrado por una

noche, como medida ejemplarizante ante un desorden como el provocado por su actitud. No

quise imaginar más, pero ¿qué podía hacer yo, que ya empezaba a quemarme la

aproximación con los cuerpos quemados de los internos y con las llamas que poco a poco iban

tomando el edificio entero, sin contar con el humo asfixiante que parecía meterse por mis

poros? Corrí rápido, muy rápido, y metros antes de llegar a la calle, sentí como si fuera una

despedida aquella última carcajada, cuya voz reconocí enseguida, esa risa, esa… le hubiera

roto las cuerdas vocales a cualquier garganta que se aventurara a tanto, gritos después de las

mismas personas que me llegaron a parecer… no…. mejor no lo digo.

Lo cierto y verdadero es que a la mañana siguiente, yo me encontraba cómodamente

instalado en mi hogar, leyendo el diario, y sin importarme mi situación porque si bien algunos

pocos me recordarían como fugado, todos los sistemas informáticos y todos los papeles

habían quedado reducidos a nada. Justo en aquel momento, me enteré de la terrible noticia:

todos los internos había muerto incinerados, de una manera brutal, por causas que al momento

se desconocen, llamándole la atención a uno de los investigadores, el hecho de que uno de

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ellos, se encontraba claramente incinerado, pero con el faltante de sus dos ojos. Hecho que me

repugnó sensiblemente, por la imagen que inmediatamente se formó en mi cerebro ante tal

noticia, no pudiendo más que mantenerme en silencio por algunos minutos en honor a

aquellos pobres y desgraciados internos que desgraciadamente culminaron sus vidas de

aquella manera.

Todavía los recuerdo, al igual que a él; su recuerdo es más fuerte que su mirada; que

aunque no haya luna, y yo apague todas las luces de toda la casa me mira fijo, desde lo más

profundo del retrato del cuervo que se encuentra en la pared central de la sala.

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Vecinos

Todas las mañanas, luego de acomodar los espejos en exposición en la vereda, se

sentaba a observar, desde la agradable sombra que le regalaba su laurel vecino. A su vez yo lo

observaba a él, que siempre me dejó observarlo -porque creo firmemente que siempre se

percató de ello-. Lo cierto es que tantas veces lo vi sonreírse, soslayado desde aquella sombra,

ante todas y cada una de las personas que por esas cosas de la vida pasaban y se miraban en

los espejos. Las parejas que abrazadas se miraban como si fueran una postal romántica, el

galán que se peinaba mientras se propinaba a él mismo una guiñada de aliento, el tímido que

disimulando mirar hacia dentro de la tienda prestaba una atención descuidada a su prendas y

que luego a los metros se acomodaba su chaqueta o el peinado, la madre joven distraída y su

bebé que miraba asombrado de observarse a sí mismo o tal vez observando nada. Pero de

todos ellos nunca podía faltar a la cita el gato, el gato negro del barrio, que con cierto garbo y

algo de bizarría caminaba sin pedir permiso, se acercaba y observaba por largo rato, hasta que

algún perro callejero (de esos que no dejan en paz a los gatos), lo incomodaba con sus

ladridos y su desenfrenada carrera que siempre terminaba en lo mismo.

Un día al lado de su vieja casa, en una finca que había estado abandonada por mucho

tiempo, se mudó una familia que al parecer llegaba desde lejos. Hermosa pareja recuerdo.

Desde mi ventana se veía perfectamente el frente de la casa, que dicho sea de paso se

encontraba algo deteriorada, pero para mi asombro, una vez que ellos estuvieron dentro, luego

de pasados algunos días, se notó un agradable cambio -algo extraño debo confesar- en el

jardín frontal. Se pudo notar un verde más nítido, algo más vivo y por cierto fue un

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comentario reiterativo entre los vecinos y especialmente las vecinas, que sincronizadamente

salían todas las mañanas a la misma hora a barrer la vereda y luego se juntaban todas, medio

apoyadas en las escobas a enterarse de las últimas nuevas del barrio.

El niño era sin lugar a dudas bastante tímido. Pocas veces hablaba en público y esto

era algo que preocupaba a sus jóvenes padres. El niño observaba a los vecinos por la ventana

y se divertía observando a aquel hombre que con extrema lentitud posaba los espejos en la

tierra y los dejaba deleitarse a la luz del sol.

Un día observó que repentinamente aquel hombre viejo lo miró a través de la ventana

y le regaló una sonrisa. El niño se lanzó cuerpo a tierra, escondiéndose como si estuviera

jugando a las escondidas. Pero en silencio y en lo oscuro lanzó una mirada algo cavilante,

gesto algo preocupado, mirando la gruesa persiana que parecía haber fallado a la misión de

ocultar su cara.

A los pocos días el padre de Tomás se acercó a la casa del comerciante y entabló

conversación con aquel hombre amable; comenzaron a dialogar sobre el hermoso día y luego

disertaron largo rato sobre ciertos temas de su comprensión. El padre de Tomás le expresó su

deseo de comprar un espejo nuevo para su nuevo hogar y trató de elegir uno de los que allí se

exhibían. Pero el artista (porque no le gustaba el mote de comerciante) le pidió un plazo de

tres días para poder realizarle uno con un marco diferente a todos aquellos, ya que decía él

que sin duda la casa que allí habitaban necesitaba de un toque diferente, de algo inédito. A lo

que le fue accedido el plazo luego de acordar el precio.

Esa tarde Tomás salió por primera vez a la vereda a jugar con su pelota. Se habría

podido decir que su sonrisa maceraba trémulamente el canto de las aves que desde las copas

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de los árboles jugaban con la brisa de la primavera. Observaba de reojo aquel hombre poner

con cuidado espejo tras espejo. Mientras tanto el balón rebotaba en aquel gracioso pie que con

extraña maestría demostraba el niño. Y fue así que en cierto momento, lleno de júbilo consigo

mismo, un acto marcó su camino. Como sin querer queriendo perdió el dominio del balón y

éste fue directo hacia uno de los espejos que hacía tan sólo un instante había dejado el artista

en aquel lugar. Tomás se percató del hecho mientras veía la pelota dirigirse como atraída por

un imán por la propia imagen que se dirigía a su encuentro, entonces un profundo temor lo

dejó inmóvil. Mientras, el viejo artista apreciaba el acto soslayado en la sombra que cubría a

su buena señora tejiendo una hermosa tela. Es cierto y hasta el día de hoy no comprendo,

como es que habiendo podido evitar el desenlace, aguardó con mirada apacible a que el espejo

estuviera hecho pedazos. Una sensación irreproducible invadió de los pies a la cabeza a aquel

niño; entonces el viejo se levantó lentamente y caminó hacia él con paso y mirada

impenetrable. Aquél sintió desfallecer su cuerpo pero de pronto la mirada del hombre

transmutó por completo el miedo en sosiego, la pesada mano se posó en el pequeño hombro y

con una voz ostensiblemente dulce le dijo: - Podría yo decirle mi pequeño amigo cómo

pagarme lo que ha sucedido, pero vaya y cuéntele a sus padres y que sean ellos quienes le

digan lo que debe hacer-. El hombre se marchó y Tomás, demostrando cierto valor sacado de

vaya uno a saber donde… fue corriendo a contarle a sus padres.

Tomás se encontraba parado frente a ellos como aguardando paciente una resolución

que podría ser fatal. Una buena paliza hubiera estado a la orden del día pero sin embargo su

padre lo invitó a sentarse en medio de ellos y le dijo con voz suave: - si bien mamá y papá

podrían pagarle al buen señor lo que has hecho, creemos sin embargo, que sería bueno que a

pesar de tu edad, te demos a elegir alguna otra opción. La primera, es abonarle el espejo, la

otra, autorizarte para que lo ayudes en su labor diaria, así de esa manera, con tu trabajo

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podrías pagarle tal vez mejor-. Al escuchar esas palabras y al verse observado y apoyado por

los ojos amorosos de su madre, se sintió henchido de orgullo al sentirse capaz de ser útil,

entonces corrió a contarle al viejo:

- me dijeron mis papás que si usted quiere le pueden pagar el espejo (dibujando su cara

de pronto un gesto de preocupación) -pero si lo desea, yo puedo pagarle con trabajo. Eso

usted lo decide.

El viejo lo miró con ternura, levantó la mirada, la dirigió hacia la sombra donde se

encontraba su paciente mujer que como siempre se encontraba tejiendo; ésta sin levantar la

mirada, le respondió con una sonrisa y le dijo: - creo saber que por las tardes vas a la escuela,

¿verdad? – Sí señora- asintió Tomás. – pues entonces mañana comienza a trabajar con

nosotros caballerito… a las nueve en punto lo esperamos.

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II

A la mañana siguiente, cuando el artesano abrió la puerta se encontró con la graciosa

figura de Tomás. Fue caluroso el saludo de bienvenida al joven aprendiz y las tareas

comenzaron rápidamente. Como no podía ser de otra manera, la escoba comenzó por ser la

fiel compañera del pequeño, que luchaba más para llevarla en equilibrio que lo que en verdad

barría. Pero estos recuerdos simplemente llegan a mi mente como un anecdotario gracioso. Lo

cierto es que en ciertos momentos pude notar ciertos cambios en la actitud del muchacho, que

más tarde se movía con más soltura que en los primeros días, donde hasta la sombra del viejo

ciprés de doña Josefa parecía asustarlo.

Así pasaron algunas mañanas en que su único trabajo era simplemente barrer el frente

de la vereda, como preparando a los espejos “la alfombra de asfalto” según decía el viejo.

Luego de barrer, ya presentando un dominio bastante notorio sobre el amaderado elemento,

pude ver que Tomás se sentaba en un banquito de madera a mirar atentamente el trabajo del

viejo, sacar los espejos con cuidado, revisar que los marcos no estuvieran golpeados,

limpiarlos, trasladarlos y ubicarlos, casi siempre en lugares diferentes, algunos a la vista del

público y algunos otros como escondidos, especialmente uno que mantenía tapado con un fino

paño de lino de color violeta. Los días pasaron y así se cumplieron siete, con los cuales estaba

cubierta la deuda que tenía para con el buen hombre. Siendo entonces el octavo día, abrió por

la mañana a la misma hora de siempre las puertas de su taller y observó que de pie junto a

ella, listo para entrar se encontraba Tomás. Lo miró con ojos amorosos y con la dulce voz de

siempre le preguntó, - ¿Usted sabe bien que su deuda conmigo ha sido cancelada caballerito,

por qué sigue viniendo? Entonces le contestó:- Porque usted me dijo que no hay un espejo

igual a otro, entonces… es imposible que con mi trabajo pueda llegar a pagar aquel espejo que

rompí-. De pronto, entre las luminosa sombra en la cual ya se encontraba tejiendo una tela la

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esposa de aquel buen hombre, se dibujaba una sonrisa algo extraña. Prosiguió – Además, me

siento alegre trabajando con usted y con ellos – señaló hacia el gran armario donde se

encontraban la mayoría de los espejos- así que me gustaría quedarme trabajando. Sólo hubo

un silencio que dejó notar un asentimiento de su parte, el niño comprendió, tomó la escoba y

empezó a barrer.

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III

La puerta se cerró y pude ver al padre de Tomás que salió hacia la calle –una actitud

que consideré valiente tomando en cuenta que recién se había escondido el sol y que la tarde

era de las más frías- y allí fue la primera vez que vi a aquel hombre fumando. Sacó un

cigarrillo de su camisa, lo que dejó ver que ya estaba preparado, lo encendió y comenzó a

fumar, mientras pude escuchar la fuerte garganta que poseía el niño ya que sus llantos se

sintieron como si estuviera a mi lado. Confieso que no me había recuperado de mi asombro

cuando el camión de la empresa de mudanzas dobló la esquina y disipó como lo hace un buen

cachetazo el aluvión de preguntas que se generaron ante aquella escena. Fue todo tan rápido

que a los días pudimos darnos cuenta de lo sucedido en aquel instante. El viejo miraba

tranquilo desde la ventana, mientras los padres del niño con lágrimas en los ojos se despedían

de los vecinos del Barrio. Sin lugar a dudas está de más decir cual fue la despedida más dolida

para todos, ni que hablar de Tomás. Cuyo recuerdo no quiero traer en estos momentos por la

agudeza del dolor que me imprime tales imágenes.

61
IV

Pasaron algunos días y se fue acostumbrando a los nuevos vecinos, a la nueva escuela.

Así pasaron los meses y los años, y continuó creciendo. Un día preocupado, luego de varios

meses ya sin recibir alguna carta de aquel viejo amigo, optó por preguntarle a su padre. Éste

con los ojos tristes que buscaban apoyo en las llamas de fuego de la chimenea, le contó que

los habían encontrado muertos, uno al lado del otro, abrazados en su lecho, como

si….(prefirió por el momento no decirlo). Tomás buscó las llamas como si fueran un lugar

donde refugiarse aunque fuera sólo por un momento para intentar de comprender ese

momento. – ¿Sabés viejo? – dijo tranquilo, con la voz serena e inmutable del viejo –

…siempre pensé que iba a volver y que iba a aprender cómo se hacían los espejos. Espero que

no te moleste, pero hoy no voy a ir al colegio-.

Al atardecer su fue hasta la playa, termo y mate en mano se sentó tranquilo, en la

arena, jugando un poco con ella, riéndose por lo lúdico del ser humano, observó el atardecer,

escuchó algunos momentos el mar y recorrió de punta a punta la costa hasta que se detuvo en

un niño que llevaba adelante una empresa bastante dificultosa. Aquel niño intentaba, por

todos los medios, levantar algo parecido a un castillo, o más bien cierto promontorio de arena

en la orilla de la playa, justamente donde culminaba la carrera de las olas, ahí donde

lentamente se paran y quedan inmóviles por un imperceptible instante. Claro que lo obvio era

que luego de haberse convencido el niño de que el agua no le dejaría construir aquel

pseudocastillo, por experiencia comprendería que debía retirarse algunos metros hacia la

playa. Pero luego de varios intentos seguía insistiendo en levantar el atalaya en ese lugar, y

todas fueron las veces que el agua tranquilamente se llevaba el esfuerzo de aquel niño, hasta

que su madre decidió que era hora de retirarse, y cuando ella lo llevaba de un brazo hacia la

escalinata que lleva al encuentro de la rambla, el niño continuó mirando el mar, desafiante

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ante tanta inmensidad, ignorante de su pequeñez ante lo imposible de sus intentos, esa mirada

hizo sonreír a Tomás que divertido ante tal situación, retornó tranquilamente a su casa,

caminando, paso a paso, sin comprender nada de lo que había pasado.

A su llegada lo esperaba su madre. Sentada ella en su sillón favorito, lo invitó a

conversar y así estuvieron largo rato.

63
V

Tomás se graduó, comenzó a trabajar y a abrirse camino en la selva de los negocios.

Ya casi no tenía tiempo de recordar muchas cosas lejanas. Los meses pasaban volando, los

negocios lo llevaban a veces al borde del límite de los nervios, pero aún así continuó su

exitosa carrera. Llegó el matrimonio y los hijos. La enfermedad a sus padres, que fallecieron

sorpresivamente. Tomás ya era un hombre adulto, fuerte, enhiesto, endurecido por los años y

la vida que le había acostumbrado a recibir golpes. Los negocios, el dinero, la risa, el llanto,

los nervios de los viajes, más mujeres, luego alcohol, alguna medicación para calmarlos,

luego alcohol; ahora fiestas, un poco de droga, más mujeres, algún hombre, el stress, la

libertad, el libertinaje, luego la muerte - que sorprendió a su esposa y su hijo, en un accidente

ferroviario-.

El alcohol era ahora su mejor amigo, ya casi con cincuenta años en el lomo, pensaba

en retirarse de los negocios, con dinero suficiente para comprarse una destilería y vivir

viajando por años solo, ya no le importaba nada. El recuerdo de la sonrisa de su hijo le

afectaba aún más cada día, no tanto la de su esposa, la sonrisa de su madre. Sintió con dolor

las palabras de su padre. Observó el espejo en la oscura esquina del dormitorio, dejó la botella

a un lado y preguntó…lo que el espejo no contestaba, se tapó los ojos que lloraban a sus seres

queridos, y preguntó, y el espejo sólo lo reflejaba. Tomado por la desesperación continuó

tomando, en una mano una botella, en la otra el espejo, un trago, dos tragos, más, y la

pregunta que continuaba sin respuesta, la imagen que le devolvía el espejo contrastaba con el

recuerdo que proyectaba sobre su mente, sus ojos de niño habían desaparecido, su voz, sus

pensamientos de niño ya habían huido, ahora solo veía un viejo árbol marchito, sin savia,

consumido por los años, por el tiempo. El espejo viajó por el espacio hasta encontrar el

64
contacto con un cuadro donde había sido retratado él con su familia, el estruendo hirió sus

oídos, al igual que su recuerdo, tomado ya por el llanto soltó la botella que en silencio estalló

en el piso. Mientras la mirada inerte de Tomás recordaba. El dolor no lo dejaba ver, el dolor

era su salida sin llegada, viaje sin retorno, el dolor poco a poco, cansino, lo ahogaba, hasta el

dolor lo desmayó; y por primera vez en muchos años, no soñó, simplemente descansó.

65
VI

Al despertar pudo darse cuenta de lo que había sucedido. La depresión era cada vez

más grande, y los efectos del alcohol se dejaban ver por toda la sala, una botella rota en el

piso, los cigarros empapados por la bebida espirituosa, el cuadro dañado por el impacto del

aquel espejo, del cual ahora sólo queda el marco y el fondo. Fondo en el cual, Tomás pudo

observar la siguiente inscripción: “Todo lo que lo rodea estimado estúpido, lo llamado usted,

la vida, la muerte, lo bueno y lo malo, esto ha ocurrido porque ha dejado de preguntarse,

porque usted es un muerto en vida, porque la muerte sobrevendrá a su cuerpo mas no a su

alma…que ya ha fallecido”. Luego seguían algunas inscripciones algo extrañas “quos vult

lupiter perdere, dementat prius…qui bene amat, bene castigat”, y continuaba diciendo: “El

espejo lo refleja todo, las nubes, el sol o la lluvia, sin dejar de ser él mismo, pero aún así

nunca cambia. O ¿quien puede aseverar que el espejo refleja objetos cuando el ojo no está

sobre él?... nadie puede descender dos veces en un mismo río, dijo un hombre oscuro”.

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VII

El auto se detuvo, pudo reconocer el lugar. Habían cambiado los vecinos, las caras,

pero la esencia seguía estando intacta. Pude reconocerlo inmediatamente. Observó con leve

sonrisa los papeles de aquella propiedad que había comprado. El aroma añejo que salía de

cada una de las habitaciones le traía recuerdos que había olvidado. Sobre un estante se

encontraban las viejas agujas de tejer, en el fondo del taller, el calentador. Abrió las puertas de

par en par y el sol abrazó aquel espacio y luego, los destapó con extremo cuidado.

De la misma forma los iba sacando a cada uno de ellos. Cerca del mediodía, en la

vereda del frente estacionó una camioneta. Era una familia nueva en el barrio. Se presentó

amablemente y los ayudó a descargar su pertenencias, desde al asiento trasero se lo observaba

con unos grandes ojos tímidos. Luego se retiró no sin antes ponerse desde ya a las órdenes.

Al cabo de unos días él se encontraba acomodándonos en la vereda. Mientras mirando

con sus ojos puestos en mí, yo pude observar que la historia se acercaba rebotando, cruzando

la calle, y comprendí el por qué de todas las cosas. Y mientras los últimos de mis pedazos

caían por el suelo, la música llegaba a los oídos del buen hombre, y detrás de la ventana se

dibujaba una leve sonrisa.

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ESTEFANÍA

No fue sino hasta aquella mañana que ella me lo dijo. Desde hacía varios meses yo le

gustaba y en ningún momento encontró la manera de decírmelo. En verdad no puedo asegurar

que ella me gustase, pero lo cierto es que no era para nada fea. Tenía un cabello negro ébano

que le caía en picada desde los hombros, la piel blanca como la nieve y un rostro que podría

tratarse de normal. Siendo sincero puedo decir sin embargo que sus pies siempre me

cautivaron, como cualquier mujer que tuviera los pies hermosos, cosa que verdaderamente me

apasiona de cualquier mujer; y siendo esto algo que siempre me llamó la atención sobre mis

gustos, solamente años después, cuando me topé con ciertos poemas de Benedetti y del José

Hernández fue que descansé convenciéndome al fin que no era ningún fetichismo, o por lo

menos no era tan grave.

Sus manos eran manos grandes y delicadas, aunque mostraban que tenían algunos

años de lavar ropas de ella, sus hermanas , su hermano mayor y su padre, con solo 14 años sus

manos ya sabían lo que era fregar en aquellas fregaderas de Pórtland que eran lo que ahora un

lavarropas automático. Y entonces fue aquel día que me lo dijo, recuerdo que su timbre

tembló un poco, y luego, como asustada por ella misma, o tal ves por mi rostro de

desconcierto, desapareció de mis vista y aquella tarde no la ví más.

Trabajábamos en los baños de las playas porque amigos mediante, dimos con el

Centro Anglicano de Solidaridad y Ayuda, que sencillamente le llamábamos CASA. Tenían

un convenio con la Intendencia, y entonces el trabajo era parte de un plan educacional que sin

lugar a dudas fue muy bueno. A la tarde siguiente me tocaba con ella en los baños de Playa

Malvín; una playa que siempre estaba repleta de gente pero aquella tarde ventosa y con ciertas

brisas frescas auguraban una guardia tranquila y algo ociosa. Luego de relevar y de poner

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todo en orden me senté afuera y de reojo miraba hacia la puerta del baño de mujeres para

saber que era de Estefanía. Pasaros dos o tres horas y nada, y los anteriores pronósticos de

poca gente en las playas aquella tarde fueron sin lugar a dudas más que efectivos. Entonces

me puse a buscar algo de buena música en la radio y de pronto me encontré con cierta canción

romántica que habitualmente cantábamos juntos. Subí el volumen y mientras el ambiente se

llenaba de aquella melodía tomé fuerzas y me incorporé con la cierta convicción de dirigirme

hacia aquel baño, tomarla de la mano y hablar con ella, pero no fue necesario; antes que diera

el primer paso ella se apareció en el umbral de la puerta y me miró directo a los ojos. ¿Como

olvidar aquella sensación avasallante de su mirada, una mano apoyando todo el peso de su

cuerpo contra la pared y un pie cruzado con el otro. Así que quedó mirándome, algo así como

treinta segundos hasta que bajé el volumen de la radio y cuando nuevamente pretendí mirarla

su cuerpo que se abalanzó y aquellas manos blancas me tomaron suavemente la cara,

tiernamente, como quien toma una copa con ambas manos…¿como olvidara aquellas

manos?..y luego sus tiernos y tibios labios que se posaron sobre los míos como las gaviotas

sobre la arena. Tiernamente sus labios comenzaron a danzar y mi cuerpo reaccionó ante aquel

ostento de placer indomeñable. Y luego su lengua muy cuidadosamente acopló y acompañó la

mía en vaivenes, idas y venidas, recorridos irreproducibles, irrepetibles, ya inexistentes y la

tibieza de aquellas manos se transformó en calor que abraza y consume. Hasta que mis manos

la apartaron de repente. Y sus ojos se abrieron como quien despierta de un dulce sueño a una

realidad indeseable. Pero mis palabras fueron claras, no podía engañar a mi novia, aquella

primer novia de mi pubertad y adolescencia cuyo nombre ya ni me acuerdo. Tales fueron mis

palabras que me sonaron vagas, tan frías e inocuas para aquel momento. La tibieza de sus

manos se alejó y luego de ciertas palabras que ya no recuerdo se retiró nuevamente y yo me

quedé pensando, en mis torpes palabras. En aquellas palabras que ya no sentía, por haber sido

vencidas por la tibieza de aquellos labios. Pero ahora el daño ya estaba hecho, y mi cuerpo

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aun recordando aquel acercamiento seguía reaccionando al recuerdo aún presente de

Estefanía. No sé que argumento morales tejió mi joven cabeza de catorce años, pero fue

bastante fuerte como para que no abdicara a lo que en aquel momento sentía. Recuerdo que

nunca más supieron iguales los besos de aquella otra de cuyo rostro ya casi ni me acuerdo;

luego de haber probado la miel envenenada de Estefanía. Tal vez fue por eso que hasta ahora

sigo vagando por los labios y las caricias de todas ellas.

Ayer vagando en la noche por las oscuras calles de las afueras de la Ciudad Vieja la vi

a Estefanía, con casi quince años más después de aquel beso, con mas maquillaje que aquella

tarde, con un vestido negro, retando en duelo a su cabello que se lucía como siempre, su piel

continuaba tan blanca…aunque ahora no parecía tener aquella aura etérea que cubre la piel en

el recuerdo de aquellos días; el cigarrillo encendido llevado a esos labios que recordaron mi

tormento, y la voz del dueño del burdel que la llamaba para que atendiera a unos clientes

extranjeros. No sé si fue más la sorpresa de verla en aquel lugar o de recordar con la voz de

aquel hombre mis palabras que llegaron años luz después con un impacto tan fuerte como

aquel verano. No se cuantos recuerdos y pensamientos pasaron por mi mente. La posibilidad

de poder haberlo cambiado todo, haberle dicho que sí, haberme zambullido en sus brazos,

haberle dado rienda suelta a aquel sentimiento cariños, tierno, sano. Y como expresar el

remordimiento que saltó sobre mí y me asaltó en aquel instante, por pensar que pude haber

sido desde aquella tarde, el artífice de tal momento. Como podré liberarme a partir de ahora

de la sensación horrible de mi alma, como podré sanar las heridas que habiendo cicatrizado

por fuera continúan perennes piel adentro. No lo se…simplemente espero que sus ojos hoy se

crucen con los míos, porque sentado en esta mesa la estoy viendo a ella. La meretriz estrella

de este burdel, entre el humo del cigarro y su figura desfigurada que dibuja la vista a través

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de este vaso lleno de espirituoso alcohol que elevo por los aires en salud de los ojos, y los

labios extraños que se encuentran besando los de ella…Estefanía.

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ACERCA DE…

Esta carta que le escribo a usted es algo así como una biografía caligráfica, o por lo

menos pretende serlo. Con el solo fin de poderle ilustrar de una mejor manera al suscrito, su

servidor, yo, que tanto me desconozco. Sepa usted que desde siempre me he batido a duelo

conmigo mismo. Mas allá de todo eufemismo, intento de dibujar sin herramientas algo de mi

persona, no puedo ni he podido hasta el momento vencerme ni ser vencido. Desde mi

nacimiento, y las vueltas del cordón umbilical en mi cuello –según comentario de mi madre-

me he encontrado en mil batallas contra esa otra parte que soy yo mismo. Pero no puedo

evitar bajo ningún pretexto al hacerle frente a este extraña naturaleza de mi persona, y no

puedo estar mas de acuerdo con Heráclito, cuando enuncia que la “guerra es madre y Reina de

todas las cosas” sin pretender que este sea un justificativo a la expresión externa y a las

dimensiones bélicas que ha llegado el hombre, y asegurando que lo exterior es una

manifestación de lo interior, avanzo más en la búsqueda y en la interpretación de todos mis

batallas libradas contra la imagen del espejo. Desde niño ya me daba cuenta que no podía

aceptar un “porque sí” como respuesta pero a la ves me daba cuenta de que no era la pregunta

común de mis amigos, y fue ahí cuando verdaderamente comprendí que no éramos todos

iguales. Por eso fui tildado varias veces de demoníaco, especialmente por mi profesora de

Catequesis cuando era sorprendida por mis preguntas sobre el porqué dios nos manda no

matar, no robar, o no desear la mujer del prójimo, que aunque esté próximo, no podría nada

que hacer ante una divina atracción permitida por lo Divino, y que si dios lo sabe todo, sabe lo

que ha de pasar, por lo tanto autoriza todo acto que por ser Dios y Todo, no es del todo Libre

por ser permanentemente controlada por el mismo. Pero comprendo que en este punto sin

lugar a dudas comprende menos que en lo que pretendió ser un proemio. Pero a medida que

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mi intención es el de la síntesis de mis palabras, siento que soy dominado por el batallar de

ambos hermanos, mis queridos Pólux y Cástor, que en la belicosidad de la guerra se aman y

comparten juntos las luces de los mismos astros. En algún momento también tuvo el apodo

apellido prácticamente de Loco. Pero fue aquella tarde donde se me ocurrió plantearles a

todos el tema de la Locura. Nunca los había sentido tan cuerdos a todos, que deseé que todos

los habitantes del mundo fueran mínimamente como los allí presentes. Los cierto es que en

aquel instante todos enloquecieron. Yo estaba sentado frente a ellos, mientras todos sus

rostros jugaban un serio, y sus ojos se clavaban en cada uno de mis gestos. Comencé

fundamentando con algunas citas de Erasmo y su Locura, y continué con le definición del

significado etimológico de la estulticia. Todos aquellos que eran mis amigos me observaban

cada vez más convencidos que yo estaba loco. Pero si hubieran observado sus rostros se

habrían dado cuenta de lo que estaba pasando. Si tan solo se hubieran sentado a mi lado.. Pero

siguieron convencidos de todas sus locuras. Hasta recuerdo cuando uno de ello, que en

determinado momento sufrió un ataque algo raro, dijo llamarse Doctor, o mejor dicho

psicólogo, que osó interrumpirme cada vez que una de mis monografías orales intentaba

remontar vuelo. De igual manera comenzó a interrumpirme, casi a molestarme el de la otra

punta, a quien yo momentos antes me había dirigido con todo cariño. En determinado

momento las voces de todos ellos se alzaron intentando refutar inútilmente mis argumentos.

Me llamaron loco y comenzaron a decirme que todos ellos eran del grupo de psiquiatría del

instituto. Yo intenté ahora mas preocupado ponerles en sobre aviso sobre lo peligrosote aquel

juego, pero de pronto fui interrumpido por dos heladeros con los brazos algo hinchados que

me quisieron poner un buzo blanco, bien abrigado, pero me lo pusieron finalmente al revés.

¡Hay! ¿si usted supiera lo triste que me encuentro, escribiéndole esta nota en esta habitación

de esta comarca que dicen se llama manicomio? Con tantas personas interesantes, y tantos

enfermitos creyéndose doctores, enfermeros y “Loqueros”. Cuanta pena me da…pero es por

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eso que le escribo esta misiva, a usted que se encuentra leyendo en este papel de ladrillo y

cemento y cal blanca, en estas letras escarlatas, mientras mi cuerpo descansa sin latido alguno,

sin preocupación aparente, pero no confunda señor que lee, porque es solo un descanso, ya

que en breve retornaré con usted, luego de que el sueño termine, y yo despierte.

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GALPÓN

Me dijo que iba a buscar algo al galpón. Me pareció como si soslayadamente me hubiera

invitado. Le pregunté si quería que la ayudara y la respuesta no tardó. Lo tomé como un juego

indudablemente, porque treinta y cinco años de diferencia son prácticamente un muro

infranqueable en las relaciones personales, en cuanto a lo físico se refiere.

Ella tenía cerca de unos cincuenta y cinco años pero los disimulaba muy hábilmente. Yo

contando ya con casi veinte ya me había podido percatar que la señora ostentaba un hermoso

cuerpo. Claro que me hubiera gustado conocerla en sus años mozos, pero al parecer con esa

carga temporal irradiaba cierta fragancia inolora, que incitaba a la imaginación a jugar, y tal

vez a jugar más enserio de lo debido.

Ella pasó primero y yo la seguí de cerca, como siguiendo ese paso algo felino, aunque algo

inseguro recuerdo, porque no estaba exento de equivocarme en mis impresiones. La puerta

quedó abierta y juntos logramos minimizar aquel pequeño espacio cargado de todas esas cosas

inútiles que se guardan en los galpones. Palas, martillos, macetas, maderas de encofrado, y

mas palas y mas martillos, sillas colocadas magistralmente en la cima de los estantes, un par

de heladeras viejas y unas pocas baldosas para movernos. El aire tenía ese algo rancio de aire

de galpón, pero también tenía algo más. La luz del atardecer entraba por unas tablas y dejaba

ver en los haces las partículas de polvo dándome la impresión de estar viviendo un sueño. El

marrón y la madera rústica llenaban finalmente todo el espacio y yo la miraba ella que

mientras me hablaba dulcemente se encontraba de espaldas. No pude evitar el mirarla

paulatinamente, como acariciando lentamente sus pies, sus pantorrillas, los muslos e

imaginarme seduciendo con mi mano su pubis, la espalda que finamente se arqueaba, y sobre

sus hombros el comienzo de aquellos cabellos que aunque canos, se encontraban envueltos en

una eterna frescura. Me dijo que estaba buscando una herramienta que ahora no recuerdo,

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simplemente recuerdo y mi cuerpo reacciona ante esas imágenes cuya fuerza eriza mis

nervios. Y recuerdo que en determinado momento sentí que su espalda tocó mi pecho, y que

mi cuerpo tímidamente se inclinó hacia delante, con la respiración contenida, sentí

convulsiones enérgicas en todo mi cuerpo, de pronto su cadera se pegó a la mía y ya no pude

continuar sublimando mis ansias así que como si fuera un animal mi brazo apretó su vientre,

con la mano más abierta que nunca y los dedos, abiertos en toda su extensión, parecían

convulsionar y apuntaban al sur del abismo. Apenas una leve respiración se sentía y su cabeza

se encontraba apoyada casi sobre mis pectorales, se inclinó hacia un lado y pude ver aquel

cuello glorioso, blanco, con algunas marcas de los años, pero en efluvios de olores…y su

brazo derecho me abrazó como si fuera una serpiente hasta que su mano tomó el posterior de

mi pierna y quiso introducirla en su cuerpo. Los sentidos ya agudizados, entregados a la

insania del instinto extremo y salvaje. El olor, la rigidez del cuerpo y el calor ascendiendo,

quemando los miembros, el grito expectante en la garganta, los estertores del cuerpo

resumidos en fuertes golpes corporales, intentando eliminar la vida en el otro, el instinto vivo,

la muerte de todo, la apatía, el tedio, la muerte del silencio, que se vio herido por un hilo

chirriante de un quejido, que fue detenido por mi mano que se introdujo en su boca, como un

frenillo a un desbocado equino, originando por su enloquecida mordida la herida en mis

manos que por siempre llevo. Y la caída, en picada al vacío, la caída sublime, desde lo alto, la

garganta reseca, los nervios aniquilados, envueltos en barro, las gotas de sudor eyaculadas por

los poros, la violencia mirándose fijamente a los ojos, el silencio azorado.

Aquella herida en mi mano dejó una cicatriz que siempre me lleva a ese recuerdo,

como una puerta al pasado. Como una puerta hacia otro mundo, que hoy miro fijamente,

mientras observo su tumba, al lado de su esposo que tristemente llora, apoyándole rosas sobre

el blanco mármol que lleva una inscripción algo extraña que mandó expresamente ella, en una

lengua muerta, que ya nadie reconoce.

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EL ARMARIO ROJO

Siempre supe que aquel armario rojo tenía algo de peculiar. Algo mágico y oneroso a

la vez. Nunca supe expresarlo por más que ella me preguntaba constantemente sobre el

porqué me quedaba mirándolo fijo. Es cierto que según sus deducciones brillantes de sicóloga

yo tenía alguna conexión con el armario porque estaba relacionado con otro de su estilo, es

decir, con otro armario, con el cual yo soñaba de chico.

A decir verdad, siempre sucedieron acontecimientos extraños, puertas que se habrían

dejando ver zapatos que bailaban solos al ritmo de no se que música infernal. Pero con el

pasar del tiempo y los años, ayudado por mi madre que todos los días me decía – lo

soñaste…no te preocupes - me convencí, o mejor dicho, me auto convencí de que había sido

sin lugar a dudas una desagradable experiencia onírica.

Por la tarde, mientras yo lustraba estuvimos esperando a que llegara mi mejor amigo,

ese hermano fiel que siempre me había escuchado, pacientemente al igual que Paula, cada una

de mis anécdotas, de mis problemas, de mis temores.

Todas las tardes preparaba el mate para esperarlo. En su defecto, en mi ausencia, Paula

ya sabía que debía esperarlo con alguna minucia, “como para picar algo”, luego, a mi llegada,

comenzábamos largas tertulias que se extendían especialmente los fines de semanas hasta

altas horas.

Fernando siempre fue un hombre que le gustó escuchar, nunca participó mucho de

nuestros tópicos, todo lo contrario de Paula que se divertía contándonos anécdotas, muchas de

ellas repetidas para mí, porque en cinco años de concubinato hemos tenido mas que tiempo

para enterarnos de cada una de nuestras andadas por el mundo. También debo de reconocer

que él es un hombre de una paciencia extraordinaria, porque no creo que sea fácil de lidiar

conmigo y con mis traumas, porque como dije anteriormente, son varios los problemas que

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me aquejaron de chico. Tantos fueron que ya hace varias semanas que ellos no participan mas

que unos momentos para luego dejarme realizar mis largos monólogos interiores, esos

parecidos a los de Joyce. Esos apartes teatreros que a veces me toman más de media hora, sin

que me de cuenta. Porque si hay algo que tengo de bueno es eso de la autocrítica y la

capacidad de análisis. Es así que planteándome en vos alta el problema y planteándome

posibles preguntas, enfocadas directamente al corazón del mismo, voy separándolo por partes,

dividiendo voy venciendo a mis tabúes, sorteando estos problemas que desde siempre, pero

desde siempre me aquejan.

Reconozco, ostensiblemente, que he demostrado cierto egoísmo, porque no me he

demostrado sensible a los problemas que me planteara Paula desde hace algunas semanas. Se

ha mostrado algo inquieta porque ya no me fijo en ella, porque no tenemos la misma relación

que cuando recién nos conocimos. Entonces yo hábilmente he sorteado esas estaqueadas con

algunas deducciones bastante obvias, y esos salvavidas siempre al alcance de la mano: - la

relación ha trascendido lo sexual; el amor ha trasmutado a otras esferas; Dios quita la

sensación de amor de nuestros corazones para probar nuestra fortaleza- y la verdad es que

no me ha ido mal. Es decir, hasta logré ver ciertos cambios en su porte. He logrado ver que

ahora se pone mas linda, volvió a pintarse, a cantar en la ducha y hasta leer poemas de amor.

Hasta comenzó a salir a correr a la rambla. Que linda hubiera quedado, como se hubiera

moldeado su figura, porque en honor a la verdad ella siempre tuvo un buen metabolismo

basal, y su cuerpo siempre tuvo buena reacción al ejercicio físico. Como voy a extrañar verle

las piernas desnudas caminando hacia el baño, y aquella silueta que se dejaba ver sobre la casi

transparente tela de camisa blanca. Lástima que Fernando no se hubiera percatado que desde

hace varias semanas pude percatarme, mirando a través de los vidrios, de reojo en los espejos,

en la lustrosa caldera y algún que otro artefacto más, que cada vez que yo simulaba

sumergirme en largos monólogos disfrutaba viéndolos tomarse de la mano a mis espaldas. Si

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ellos hubieran continuado algunos días mas con ese juego me hubieran dado tiempo para

terminar mi obra maestra. Pero no lo hicieron. No pudieron sublimar sus instintos y me

privaron de regocijarme en mi más ansiado deleite. Fueron más allá de lo permitido, más allá

de las miradas furtivas, de los roces de manos a mis espaldas o en cada una de mis salidas del

dormitorio a fumar un cigarro. La pasión los cegó y los llevó de la mano al tortuoso abismo.

Los llevó a no darse cuenta que hábilmente coloqué un excelso veneno en el lápiz de labio de

Paula, que ingresaría en sus torrentes ante un eventual intercambio de fluidos. Como los odio

señor oficial por no dejarme, no puedo odiarlos más por privarme de consagrar mi obra.

Confinándome a un eterno vagar día a día, buscando otra Paula y otro Fernando. ¡Como los

odio!¡oficial! ¡como los odio!

Pero dígame usted señor, si no finiquité el trámite hábilmente. O si el ardid no fue casi

perfecto, para castigar a los flagrantes perseguidores de la criminal pasión. Dígamelo antes de

que el veneno que acabo de verter en su bebida le haga efecto y yo me pierda de su opinión,

sobre como podré mejorar mi técnica. Para tejer una obra maestra.

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Rojo y Negro

Esos diablitos vestidos con ropas elegantes, cigarros en la mano o alguna botella de

bebida espirituosa. Son los llamados Exús por la cultura y religión afroamericana.

No siempre vistieron así los diablitos y tampoco fueron diablitos siempre. En realidad

es una adaptación, o sincretismo realizado por los negros esclavos, en figuras antropomórficas

relacionadas con el judeo-cristianismo. Con el fin de librarse de las opresiones de sus amos en

aquellos momentos de la historia. Como toda tradición y costumbre, hoy está tan arraigado en

la religión de Umbanda, Quimbanda y el Candomblé, que ya no se vuelve a los viejos

Orishas, sino que se han quedado con ese sincretismo ad infinitum. Así se ve en la imagen de

San Jorge a Ogum, en Santa Bárbara a Oiá, o en el Cristo Redentor la imagen de Oxalá.

En la entrada de un pueblo perteneciente a la región Yoruba, precisamente en

Oshogbó, se encuentra una representación del Exú africano, el original. Dicha representación

consta de un falo erecto, o sea, un pene de barro, representando no solo la virilidad, sino la

fuerza y la energía de la tierra y todo lo que conlleva. Acaso podría presentarse alguna

analogía con el corazón de las fiestas bacanales, donde la energía creadora de Dionisos, la

representación de su muerte y resurrección se veía engalanada con aquellos ritos maravillosos.

Es así que impedidos de poder profesar su religión, ya en América los esclavos

debieron acomodarse a lo impuesto por los Jesuitas. Ilustres “soldados de Cristo” fundados

por el ex militar Ignacio de Loyola, que “para la mayor gloria de Dios” llegaron a las Nuevas

Indias impartiendo con amor la palabra de Dios.

Pero luego de ser vendidos, maltratados, torturados, desmembrados, y toda clase de

barbaries. En determinado momento se dieron cuenta de que el hombre blanco le temía a una

imagen muy peculiar, algo graciosa, toda pintada de rojo, patas de cabra y cuernitos. Entonces

tomaron esa imagen para adaptarla a una de sus principales entidades. Precisamente a la

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imagen de la entidad encargada de la comunicación entre los demás Orishas, el Hermes, el

Mercurio africano, el Exú.

Así fueron adaptando tantas imágenes como Exús fueron apareciendo, y a cada uno le

fue dada una imagen. A uno que ostenta una de las mayores jerarquías, el Siete Encrucijadas,

le fue derivada la imagen del cabalístico Baphomet. Torso desnudo de hombre, patas de cabra,

cabeza de toro. Pero otros en cuanto a la imagen resultaron más agraciados. Por ejemplo el Zé

Pilintra, cuya imagen se encuentra tomando generalmente una botella en su mano, la cabeza

adornada por un hermoso gorro Panamá y un traje al tono, se pasea frente a las puertas de sus

reinos a decir: todo lugar de juego, puertas de casinos (si son clandestinos mejor), puertas de

cabaret o otros.

Pero sin lugar a dudas las estrellas de la noche son ellas. Las entidades femeninas, las

que se llevan todos los aplausos y galardones, todos los suspiros en las sesiones de

Quimbanda, las Pomba Gira.

Muy poca es la historiografía en cuanto al origen del nombre. Y varias son las

versiones de los Pais de Santo o los neófitos. Ya que los negros esclavos fueron traídos de

diferentes regiones donde los dialectos no eran símiles. Aunque muchos son los que dicen que

inicialmente se le llamaba Bombogira y con el paso del tiempo se fue traspolando por la

Pomba Gira.

Según las distintas narraciones, esta entidad femenina disfruta de su condición y su

belleza a la hora de cerrar negocios o del simple trato con el público. Relacionada con

meretrices, mujeres que han vivido violentos y pasionales amores, aparentemente la de mayor

Jerarquía se relaciona directamente con la mitológica Clepoth.

Y si bien siempre he respetado todas las diferentes manifestaciones del hombre, desde

la locura hasta la religión, pero considerándome ante todo un hombre positivista, de ciencia y

abstemio a las suposiciones, teorías fáciles o cojas conjeturas. Fue una noche que tuve una

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experiencia extremadamente surrealista. Tanto así que siendo conciente yo de no encontrarme

en un sueño pretendí por varias veces escaparme de tal acontecimiento, que impedía mi

habitual control sobre la vida cotidiana.

Fue una de esas noches gélidas que invitan a quedarse guarnecido en la comodidad del

hogar. A mirar a través de la ventana como pasa la vida en un remolino de hojas caducas

llevadas por la providencia del viento. A calentar los labios en los bordes de una humeante

taza de café o a desempolvar algún perezoso libro. Preferiblemente esos de cabecera, un

Fausto o un Zorba el Griego. O porque no simplemente a dormir. A entregarse en los divinos

brazos del onírico dios y a dejar que pase el tiempo. A entregarle mas horas de mi vida a la

gran rueda. En síntesis. Esa noche que invita a hacer algo, pero, como ninguna, a practicar el

octavo pecado capital baudeleriano, el Tedio maldito que llama la Entropía y que fulmina la

savia escarlata de las venas. Por eso decidí tomar mi saco, mi bufanda, y mi gorro negro; y

salir a respirar las cuchillas del aire invernal. Pararme en una esquina sin hacer nada por unos

momentos, despabilarme de ese vaho hogareño que empolva las ganas. Y fue así que una vez

en la puerta me tomé unos momentos para acomodarme el sombrero y la bufanda. Encendí un

cigarrillo lentamente, y sin perder la noción tomé calle arriba. Caminando despacio, a los

pocos metros, luego de sentir como un cosquilleo en mis oídos, generados por mis pasos

sobre la alfombra de hojas y desde la oscuridad de la calle que me daba cobijo, pude ver la

plaza y agudizando la vista pude divisar una mujer algo extraña. Parada simplemente en la

esquina como esperando algún pretendiente, un amigo quizá, o simplemente el cambio de

semáforo que se encontraba en rojo. Esta última fue descartada inmediatamente, porque ahí

continuaba la figura de esa mujer, enhiesta en ese cruce de caminos, aguardando

indudablemente una llegada. Pero si algo me llamó mas la atención que verla dilatándose en

aquella esquina, fue su vestuario, que actuó magnéticamente con cada uno de mis pasos que

perceptiblemente se aceleraron hacia aquella esquina algo extraña. Un sombrero oscuro de ala

82
ancha adornaba su cabeza y su cabello oscuro que hubiera empalidecido el ébano, caía sin

pedir permiso a los costados. Un saco hasta media pantorrilla con cinto ancho que también

caía desvergonzado, se agitaba con el viento, al igual que la parte baja de sus pantalones

también oscuros, amplios…y la imagen que se acercaba mientras yo intentaba secarme la

lágrimas que originaba el frío viento en mis pupilas.

Medí impecablemente mi tiempo de llegada y me percaté que no hubiera persona

alguna acercándose, que fuera a estropear mi paso por su lado. Disfruté de cada momento y de

cada paso ante esa escena sin igual hasta que finalmente me hice a su lado. Sorprendido yo

porque mis pasos habían causado algún ruido que hubieran hecho darse vuelta a cualquier

persona. Pero no fue así. Hasta sentí un cierto escalofrío que me erizó en una décima de

segundo.

Ya recuperado de la sensación, por alguna rara circunstancias que ahora no puede

especificar, no volteé mi cara hacia la suya para ver su rostro. Simplemente aguardé a su lado

el cambio de luces y ya habilitado proseguí la marcha. Pude sentir que ella se había quedado

inmóvil como desde el momento en que yo la había visto allí. Así que crucé la calzada y me

dirigí sin mirar a tras a uno de los bancos de la plaza que se encontraba a unos pocos metros.

Respiré profundamente el aire penetrante y busqué en uno de mis bolsillos el encendedor. Me

senté y luego de llevar el cigarro a mi boca, lo encendí y una vez apagado, nuevamente me

recorrió un escalofrío tal que hizo sentir que aquel día bien pudiera ser de verano. Mire hacia

mi costado y allí estaba aquella mujer extraña, sentada a unos centímetros de mi humanidad.

Sacando lentamente un cigarrillo de su cartera, cerrándola suavemente, dándome a

comprender que yo debía de ofrecerle fuego; así lo hice:

- Pensé que no ibas a venir – tales fueron las palabras que me dijo- no es que yo me

queje del frío, pero la verdad ya me estaba preocupando.

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Para que intentar expresar con palabras lo inexpresable…si hay cosas que exceden a la razón

humana y forman parte de los misterios. No entiendo cómo ni cuándo me dejé llevar por esa

experiencia. Tal vez, me vi marcado por aquellos momentos anteriores. En los que por no caer

en el aburrimiento decidí salir a la calle. Tal vez, por eso, pero, lo cierto es que me voy

acostumbrando a comprender que en el mundo no existen más que tal vez. Lo cierto es que en

un instante decidí no hacerlo todo como lo marca el protocolo (aunque ahora ni estoy seguro

que yo lo haya decidido), así que continué la conversación como si tratara conmigo mismo.

- Creo que en este punto debo de pedirte disculpas. No sé cuando decidí venir a tu

encuentro, y ni siquiera sé si lo decidí, pero lo cierto es que estoy acá contigo, tal

como lo planeó alguien, o por obra y arte del azar.

- Si el destino existe –me dijo- simplemente somos personajes de una película cuyo

fin ya se encuentra marcado. Somos simplemente actores de un drama que algún

día ha de terminar. Final cuyo creador conoce y cuyo rumbo los actores no pueden

cambiar.

- Pero si no existe (repliqué inmediatamente), estamos librados a un simple juego de

causa y efecto. Entonces esta situación que vivimos pudo haber empezado hace

mucho tiempo, tal vez años, tal vez antes de mi nacimiento, con el primer paso del

primer hombre en la tierra. Si fuera así, tal vez algún superhombre podría llegar a

una fórmula matemática que pudiera predecir el futuro, pero antes, necesariamente

habría necesitado formular el pasado.

- Aún estamos hablando del destino, como tal o disfrazado en fórmulas o etiquetas

de causa efecto. Que más podría ser en todo esto. Acaso que tanto hemos tomado

del lago de Leteo. Para olvidarnos tanto, y solamente recordar algunas de nuestras

verdades en sueños, para nuevamente dejarlas a la puerta de limbo onírico. Como

el niño que sueña con hermosos juguetes y ya consiente que está pronto a

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despertarse aprisiona con fuerza en sus manos los objetos. Pero una vez traído a

este mundo, al ser despertado por el beso de la madre, observa sus manos y solo

puede verlas firmemente cerradas, abriéndolas, dejando escapar al vacío, y

aprendiendo que no puede ser apresada la Nada.

- ¿Y si todo fuera un sueño?, y estuviéramos soñando esta vida, nuestros años,

gustos disgustos ilusiones y desilusiones y todo fuera mentira. ¿Para que tanta

pena?, ¿para que tanta lucha? Si no somos capaces de infundir una pequeña huella

en la inmensidad del universo.

- Nuestra vida no es nada comparada con la vida del tiempo. La humanidad entera

representa un parpadear a los ojos de los mundos. Todo en esta vida es espejos.

Todo es engaño, sueño. Todo es nada…

- No puedo precisar que es la realidad, acaso ¿Quién puede?, pero aún así me

angustio de saber que no me sé, que no me conozco, que no puedo conocerme…

- La mejor manera es revolcarse en el lodo, revolcarse en el barro, como el loto que

nace del fango, revolcarse con los cerdos y dejarlos pisotear tus perlas, acaso ¿hay

algo que sea nuestro?...¿somos dueños de algo? Por ínfimo que sea, nada nos

pertenece, mi querido amigo, de ahí viene tu angustia…

- Lo comprendo, es cierto, me angustia el saber que nada es mío, que he luchado por

tener algo que no puedo. Ni tan siquiera puedo precisar que mis pensamientos me

pertenezcan. Han sido tantas las veces que he dejado abandonados en algún rincón

de mi cerebro a los hijos desnudos de mis fantasías y han sido iguales las veces

que los he visto salir a la orilla en las palabras y las letras de otras personas. No

puedo reconocer algo que sea mío y eso me angustia.

- Aún así es recomendable aferrarse a las cosas, para luego darse cuenta que no

tenemos nada, que no somos dueños de nada. Es bueno implicarse, zambullirse en

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los más profundo de la laguna de los sentimiento, sufrir por los imposibles, llegar a

los más hondo, asfixiarse por las sensaciones, si total, acaso sea tal vez la única

manera de ser diferente de dios, ese dios estático pluscuamperfecto que condenara

Vallejo…

- Así lo creo amiga, así lo siento – y luego supe que nunca más la volvería a ver.

Comprendí que preguntarle su nombre sería ir contra lo que instantes antes

habíamos dialogado, discernido y comprendido. Recuerdo que quise aferrarme a

ese momento pero sus palabras y la dulzura de aquella voz argentina sirvió de

resorte a mis piernas. No miré atrás y la dejé sentada en aquel banco. Seguramente

me habrá seguido con la mirada hasta que me perdí en lo oscuro de la calle que

lleva hasta mi casa.

Pronto llegué, quise cerrar la puerta y no pude. La dejé abierta, corriendo todos los peligros

que implican el dejar la puerta franqueando la entrada a quien se le ocurra. Dejé el saco en la

silla. Me saqué el buzo, la camiseta, dejé los zapatos al lado de la silla y caminé descalzo

hasta el ventanal que da a la calle Rivera, abrí la ventana y el frío se abalanzó y entró en la

casa como si huyera de el mismo. Recuerdo que lo sentí hasta calar mis huesos, mis manos

seguían abiertas acompañando las ventanas, emulando el redentor, y recuerdo que en un

momento me di cuenta que no hacía tanto frío, respiré profundo y el frío me pareció

agradable. Me apoyé en la ventana y observé el edificio de enfrente, todos y cada uno estaba

con las ventanas herméticamente cerradas, me percaté que era el único que desentonaba en

toda la cuadra. Allá abajo pasó un hombre chiflando una tonada conocida, no lo pude ver

porque la oscuridad lo abrazaba, caminaba semejante a la oscuridad y la noche, aquel silbido

me despertó el recuerdo:

“alegría del terrero, eu preciso de su axé…María é…ela é…ela é…e María Padilla…a

Mulher de Lucifer…”

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La obra

Estuve casi toda la noche esperando a que llegara. Durante no se que tiempo miré y

miré por la ventana como desconsolado. Como sabiendo que ni iba a llegar.

Si alguien hubiera mirado hacia dentro de la casa simplemente hubiera divisado luego

de mucho insistir, en el oscuro contorno, un hombre oscuro que se dibuja como en relieve

dentro de una ventana oscura. Porque la verdad es que nunca quise llamar la atención y por

eso había apagado todas las luces. Mientras tanto afuera llovía como si algún dios perdido

estuviera llorando a llanto partido. Lloraba...es decir llovía tanto que si hubiéramos levantado

la casa allá abajo, cerca del camino, a esta hora hubiéramos tenido que salir nadando o

flotando. Por suerte yo pude acordarme de algunos buenos consejos que aprendí en los Boy

Scout de la iglesia San Francisco.

Que lastima que aquellos grupos de jóvenes se acabaron. Guardo en mi ser

sobrecogido por el frío que empieza a calarme por la piernas, los recuerdos mas lindos de una

pubertad de los mas insolente en aquellos grupos. Torneos de ping pong, cartas, truco y algún

que otro partido de ajedrez, que se había transformado con el tiempo en mi juego favorito.

Mientras tanto, mi pensamiento no podía volar mas lejos a causa de las prontas interrupciones

que sufría mi estado por los terribles truenos que azotaban aquel lugar de la tierra. Los rayos

iluminaban todo por un instante y por un instante se podía ver que nadie se asomaba por el

largo camino de tierra, que naciendo ancho se perdía en la garganta de la noche. Los ruidos

del campo entremezclados con el repiqueteo de la lluvia en el techo de zinc le daban cierto

aire bucólico a esa noche cerrada. Y mientras tanto yo esperaba paciente la llegada, como

novio en un altar. Así de sereno yo esperaba, cada vez más a gusto con la fuerte lluvia y los

tremendos truenos que castigaban la tierra a algunas cuadras de allí. ¡De pronto!, un rayo cayó

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sobre la copa del ombú viejo que ya estaba partido por otro rayo que lo había castigado hacía

algún tiempo, y para mi sorpresa, a pesar del salto que di al sentir el estruendo ensordecedor y

el ruido seco de la madera partiéndose, quedó en mis oídos un resquicio de un grito. Como si

la madera al ser partida por el rayo hubiera gemido, como una mujer que gime desesperada

conteniendo un grito. Tal fue la impresión que causó en mí cierto pavor. Pero luego, al ver al

viejo árbol partido cruelmente por su mitad, allí donde ni siquiera habían terminado de secarse

su savia por al violento ataque anterior; me tranquilicé un tanto porque supe que su llegada

estaba próxima. Porque luego de vivir varios meses en el campo, uno aprende de los demás.

Pero más que de los otros uno aprende del campo mismo, de los animales, de la bípeda y de la

luna, uno aprende de todos y en silencio, sin hablar uno empieza a comunicarse y en esa

comunicación empieza a escuchar las voces del campo. Como en otros tiempos los hombres

escuchaban a las deidades y los demiurgos se paseaban con nosotros. Otro rayo, y el campo se

alumbró tan solo por un instante y pude divisar la figura humana que caminaba con rauda

prisa hacia la cabaña. Y luego la figura que caminaba ansiosa por su llegada y mi encuentro,

fue consumida nuevamente por la oscuridad y mi corazón saltó de fervor, por sentir el éxito

de tanta espera. El reloj tiránico quiso detener el tiempo y los segundos caminaban más lento.

Pero mi vista se agudizaba en la oscuridad, atravesando la ventana, el camino, la lluvia,

tratando de llegar a la figura que era ansiosamente aguardada. Sentí enormemente el placer

correr por las venas, el éxtasis en un momento. Mis rodillas abdicaron y fue imperativo

apoyar mis brazos en el marco de la ventana hasta que por fin, un nuevo relámpago reventó

los cielos, un rayo partió la tierra dejándola sangrante y dejó al descubierto la figura humana

que se acercaba. Mis rodillas se enderezaron y corrí presuroso a la puerta, tan aprisa que

tropecé con el cuerpo, pero ya no importaba porque la puerta se abría y ahora éramos ambos

que corríamos al abrazo…

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…¡al fin! Mis brazos apresaron aquel cuerpo y yo sentí su abrazo. Su mano izquierda se

apoyó en mi espalda y empujó hacia delante para darle mas impulso a mi cuerpo, mientras su

mano derecha hundía el frío cuchillo en mi abdomen hasta encontrar con la hoja el aire luego

de partirme las vértebras. Y recién ahí solté un grito, un grito de alivio…un grito total,

completo, inmenso. Un grito orgiástico y orgásmico, que coronó toda mi lucha por realizar la

obra. Y mientras los llantos de aquel hombre yo escuchaba por haber perdido a su

esposa…que era tan bella…y mientras lo primeros coágulos yo vomitaba, logré divisar en el

rincón oscuro aquellos ojos que me miraban, cubierto con el manto bajo, ensordecedor,

oscuro, inmenso, y solo sus ojos miraba…

…ahora los miro…los sigo mirando fijo. Y esos ojos verdes me miran y se ríen. Esos ojos,

perdición de mi mente, esos ojos verdes, llenos de soledad y muerte.

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Lacryma

Estoy tan cansada de vivir que ya no sé si un día no acabo con mi vida. O simplemente me

quedo en la cama, sin comer, sin tomar agua, sin tan siquiera levantarme para ir al baño.

Dejando que breves lapsos de sueño me posean tan solo por unos instantes. Hasta alcanzar

ese estado donde una ya no distingue entre la realidad y el mundo de los sueños. Dejándome

tomar por ese abandono típico de quien no tiene la fuerza para matarse, pero menos fuerza

tiene para seguir viviendo. Desde que te fuiste, odio las mañanas, odio el sol, la primavera,

y la risa de las personas que viven todavía, odio el saber que me levanto en un mundo en el

que ya no estás. Saber que todos los días tengo que cuidar a los mismos gurises de esas putas

que me dan de comer a cambio de que los cuide y les lave los calzones. Todas las mañanas

me levanto sabiendo que los gusanos ya te comieron, y entonces comprendo que toda la vida

besé la comida de los gusanos. Sé que si estuvieras en alguna parte, donde se que no estás -

porque mi fe la sepulté el día que te fuiste- sé que estarías puteando a diestra y siniestra

porque no cremaron tu cuerpo. ¿Pero yo que podía hacer en contra de tu mujer? ¡La señora

de Rodríguez!… ella, que tan copetuda ahora se estará paseando vaya a saber por dónde, si

tan siquiera acordarse de venir cada aniversario de tu muerte. ¡Total!, la antigua sirvienta

viene todos los días, aunque nadie sepa. Porque lo único que hizo tu querida mujer fue darle

unos mangos al viejo borracho que le cambia el agua a tus flores…en verdad… que ya ni las

cambia, porque el pobre ya se dio cuenta que nadie le da corte a tu querida sepultura.

Simplemente espera todas las semanas aquel taxista que por encargo trae un sobre con

dinero.

¿Si no hubieras sido tan cobarde?, si al menos le hubieras dicho a tu mujer toda la

verdad antes de morir y te hubieras quedado tus últimas noches conmigo…yo no estaría tan

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sola. Porque me quedaría ese recuerdo como el último. No aquella fría llamada de tu amigo,

el abogado, avisándome que habías muerto. Pero si vos supieras que antes de levantar el

teléfono ya lo sabía…

Así se la veía a la pobre vieja todos los días. Así se la veía con la cabeza gacha,

murmurando frente a la imponente estatua del obrero que descansa. Aquella insolente figura

de mármol, impactaba a quienes se atrevían a pararse frente al marmóreo obrero que parecía

tener vida. Poco se sabe de quien realizó tan imponente escultura, dicen algunos idóneos en el

arte, que fue un escultor italiano, de la escuela naturalista, que por encargo de la familia de

Rodríguez realizó la gigantesca y tan impresionante obra. Al verse con las primeras luces de

la aurora parece ser un gigante mitológico, llamando a la memoria la imagen del Coloso de

Rodas. Pero su postura es la del descanso merecido de un hombre que ha trabajado, que su

vida ha sido un continuo trabajo, en pos de la fundamental base que significa la familia. Sin

tan siquiera, se pudieran encontrar las palabras para describir la expresión de aquel rostro, las

manos cayendo y apenas apoyadas a ambos lados, y todo el semblante, todo su cuerpo en

descanso, en eterno descanso. Sin lugar a dudas esa imagen atraía a mucha gente. Artistas,

escultores que quedaban asombrados al ver tamaña obra, magnífica, esplendorosa…no…no

hay palabra que llegue a la altura de la circunstancia. Solo el silencio puede aproximarse al

sentimiento que despierta a persona alguna que osa pararse frente al descanso del obrero. Así

era que la pobre vieja dejaba de murmurar y se callaba cada vez que algún respetuoso

estudiante, un fotógrafo, o algún curioso de estas obras, se sentaba a su lado. Entonces ella

también, levantando la mirada compartía una misma imagen y entrambos, mirando un mismo

lugar contemplaban mundos distintos.

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Hay algunos pocos que cuentan cierta historia de amorío entre la pobre y Don

Luciano. Yo creo que, impulsados un poco por el aburrimiento y por ese insaciable deseo de

que las historias de amor subsistan, inventado un inverosímil drama, han envuelto a la vieja

en la inconcebible trama, aprovechándose de su lamentable circunstancia. Claro que no deja

de ser una narración que seguramente termine convirtiéndose en leyenda. Porque quien hay

que pueda parar las ocurrencias del vulgo cuando estos a causa de tener tanto tiempo de ocio,

alimentados sus fantasmas por algún vino rancio, se dedican simplemente a inventar historias.

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2

No sé si tuve culpa en amarte. Tal vez, si no te hubiera amado, no estaría en esta

deplorable condición. Ya no sé si te quiero por lo que fuiste, o simplemente porque es lo

único que tengo. Porque tan poco luchaste por nuestro amor que dejaste que se llevaran todo

lo mío, hasta aquel hijo que parió con dolores mi cuerpo. Dolores que ni siquiera sentiste en

tu lecho de muerte. Tengo miedo de pensar que todo lo nuestro fue una mentira. Tanto así

que fueron treinta y tres años amándote a destajo, queriéndote a escondidas, callada de todo

el mundo. Como a vos te gustaba. Solo ahora me doy cuenta que vos me pedías silencio no

para que yo demostrase el amor que te tenía, sino para no enfrentarte a las circunstancias.

Recién ahora esta pobre vieja se da cuenta que fue usada…que su cuerpo fue uno mas de los

servicios que por tantos años desgastaron mi alma. Como te fuiste tan callado jurándome

amor eterno. Pero más bronca me da saber que la eternidad para el hombre no existe, que no

voy a recuperar mis años, y que nunca vas a poder redimirte, hombre bandido. Como haberte

enseñado a vos que naciste en cuna de oro lo que hace una mujer luchadora toda la vida…

Creo que la vi a la vieja como siempre, sentada y parasitando frente a la estatua del obrero.

Dicen algunos que conocen bien la historia que ella era empleada de la casa donde vivía el

finado Rodríguez. Al parecer cada dos por tres le bajaba los calzones a la vieja y ahí la dejó,

loquita. Pero lo que son las cosas de la vida que los familiares del dijunto ni vienen a ver, si

por lo menos el cementerio sigue en el mismo lugar. ¡Manga e desgraciados los parió!,¡ir a

tirarle de las patas cuando uno está muerto ché!...y dicen otros que los veían mas seguido, que

estuvieron años encontrándose a escondidas de la esposa de aquél, y vea usted como son las

cosas que uno de los lugares que mas frecuentaban era el cementerio. ¡Ah viejo bicho eh! Él

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si que la tenía clara. ¿Quien los iba a encontrar haciendo de las suyas en el cementerio?

Después de todo, es el único lugar seguro a donde vamos a ir a parar ¿no? Hay unos polecías

que tienen años haciendo servicio en el cementerio que dicen que el lugar típico de encuentro

era la puerta del fondo. Yo en particular nunca los vi, y eso que hace años que trabajo en la

división de Necrópolis de la Intendencia y prácticamente todos los días tenía que venir por el

tema de los papeleos diarios ¡vió!. Por razones obvias claro, la gente se muere todos los días.

Un día uno de esos polecías me contó algo raro mire usté. Dice él, que la vieja Lucía

no lo esperó en la puerta del fondo. Sino que se hizo presente en la puerta delantera con una

flor en la mano. Dice el polecía que estaba apostado precisamente en esa puerta, que no le

llamó tanto la atención este hecho, sino que lo que realmente lo asombró fue que el viejo

Rodríguez pasó como siempre por el frente del cementerio con su auto, la miró, y no se

detuvo, siguió hasta el final del segundo cuerpo del cementerio pero antes le hizo una seña

con la luces a ella, como diciéndole que fuera para allá. Lucía ni se movió, y quedó

esperándolo ahí nomá en el frente. Nadie sabe porque. Pero a partir de ahí nadie más los

volvió a ver. El día en que el finadito estiró la pata Lucía se cruzó con el polecía y aquel sin

saber, le preguntó en que andaba, ella le respondió que estaba esperando una llamada, y sin

decirle nada más se jue volando para las casa.

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3

Nunca me entendiste Luciano. Vos que te la tirabas de ser tan docto y ten comprendedor de

las cosas semánticas. No entendiste cuando me quedé en la puerta delantera esperando a que

vinieras. Esperando tan solo un gesto de tu parte. Nunca esta vieja, ni en sus años mozos,

cuando supe hacerte vibrar con la fiebre de mi cuerpo, nunca pedía favor alguno de tu parte,

y menos te exigí gesto alguno. Cuanto te habré amado que ni siquiera te pedí que me amaras.

Pero nunca me comprendiste. Ayudaste a cuanto santo andaba por la calle. Cada vez que una

vieja con sus mulambos se acercaba y te pedía una moneda te arrancabas un brazo igual

para ayudarla, pero a quien te amó toda una vida ni siquiera le distes el único gesto que te

pidió. Todavía recuerdo aquella estúpida pregunta por teléfono cuando te distes cuenta que

la flor que había robado para vos la tiré con bronca y la pisé en el suelo. Acaso no fueron

bastantes los años en que me tuviste para no saber lo que yo quería. Acaso no te enseñé a

hablar con el cuerpo. Cuantas fueron las veces que frente a tu mujer, con una tos, con una

mirada en un espejo, con la posición de un vaso, construimos un lenguaje que solo nosotros

supimos decodificar. Y me llamaste y me dijiste que no comprendiste lo que quería esta vieja.

Esa fue la última vez que te vi Luciano. Pasando por mi lado, como si no me conocieras,

ignorando noches dormido en mis brazos. Que injusta que fue la vida conmigo…que injusta

que fui conmigo misma…nunca debí darte todo y quedarme sin nada. Te llevaste todo con tu

muerte Luciano…y si superas que de todas las personas en el mundo soy yo, quien te

recuerda. Si pudiera te preguntaría ¿Qué se siente saber que cuando yo muera, todo lo que

fuiste, todo por lo que luchaste, tus recuerdos, tus tiempos, se mueren conmigo? …

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Sentí hace algún tiempo una historia parecida. Yo creo que en el fondo ella lo sigue

esperando. Como si el fuera a resurgir de la tumba. O tal vez a llegar caminando por la puerta

trasera del cementerio. Debe de ser una actitud normal tomando el contexto de la pobre Lucía.

Ya no tiene nada más que sea la esperanza de ver llegar al viejo. Es indudable que ella lo cree,

aunque no lo quiera aceptar y se la pase puteándolo todos los días frente al obrero. Ya ni

siquiera se distrae en cosas para ella misma. Por lo menos hasta hace algún tiempo cuidaba

gurises y unas meretrices le tiraban unos mangos con lo que podía comer. La casa no…el

techo no es problema porque lo único bueno que hizo el viejo Luciano fue comprarle aquella

casita. ¡Pero que mierda! que ni siquiera la usa para algo productivo. Hubiera servido mas que

lo enterraran en el jardín de la casa de Lucía, por lo menos ella se hubiera encargado de

regarle las flores que ya ni siquiera mandan los familiares. Hay veces que me pregunto para

que luchar tanto toda una vida para ser olvidado en la oscuridad de un cajón a unos cuantos

metros bajo tierra. Tantas veces charlamos de lo mismo Luciano y yo. Hablando de tanto en

tanto nunca tocamos los temas que a él mas le importaban. Pero siempre le advertí del

advenimiento de la muerte. El creyó que construyendo un imperio nunca lo iban a olvidar,

“las piedras y los papeles no tienen memoria” le decía yo y él se reía. Siempre optimista,

siempre sonriente. Siempre creyó, pero nunca supo, nunca descubrió la diferencia entre creer

y saber, entre creer y sentir. Ahora, ahí está siendo comido, digerido por esos seres rampantes

y tan desagradables como los gusanos.

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4

Los portones se cerraron antes de la caída del sol, como era costumbre y estaba

dispuesto. Aquella tarde nadie vio salir por ninguna de las puertas a Lucía. Un gato negro con

bizarría caminaba y se autoproclamaba rey del lugar mientras se acercaba a ella. Por detrás

del obrero, repentinamente salió una mujer vestida con ropas algo extrañas. Lucía no se

extrañó por su presencia. Ya la había visto días anteriores parada, a pocos metros de ella

mirándola fijamente. Como cuando la vio parada aquella vez en la puerta trasera del

cementerio. En aquella entonces Lucía era mas joven. La extraña se sentó mientras el gato

ronroneaba. El último haz de luz desaparecía detrás del obrero y parecía todo cubrirse

repentinamente como la noche.

“Me hubiera gustado que me encontraras con vida” Dijo Lucía con voz apagada, mirando el

suelo.

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