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Sea como remedio terapéutico, brebaje de los poetas y artistas, o como bebida
apreciada por pueblos enteros, el té siempre ha estado envuelto en un halo de mito
que lo relaciona con la sabiduría y las esferas divinas. Ni la cotidianidad, ni la
masificación de su consumo han logrado sustituirle su toque de exclusividad y
nobleza.
Se narra por ejemplo que, en el año 2737 antes de nuestra era, vivía en China el
Emperador Chen Nung. Su cuerpo era el de un humano pero su cabeza la de un búfalo,
y de su alma emanaba algo divino. Muy versado en el campo de la agricultura, el
Emperador siempre buscaba como prevenir y mejorar la calidad de vida de sus
campesinos, que contribuían en la buena economía del Imperio. Por razones de
salubridad, solía hervir el agua que usaba y había obligado a su pueblo a imitarlo
en ello. Un día, mientras el Emperador se dedicaba a esta actividad, algunas hojas
cayeron de un árbol que se encontraba en su proximidad y se posaron sobre el agua
en ebullición. De inmediato el Emperador fue seducido por el atractivo color que
le daba el tanino al agua y por el olor agradable que se expandía en el aire. Al
probar el brebaje, detectó en la infusión virtudes curativas y decidió
introducirla entre la población.
Del Imperio japonés proviene otra leyenda cuyos protagonistas son procedentes del
mismo contexto aristocrático. Relata que en el siglo VI de nuestra era, el hijo
del Rey indio Kosjuwo, el Príncipe Bodhi-Dharma, que recién se había convertido a
la religión Zen, se dirigió hacia el Imperio del sol naciente para predicar. Allá,
meditando al pie de un árbol, fue sorprendido por el sueño. Cuando se despertó,
quedó descorazonado por el ultraje que había cometido en sus momentos de comunión
con el espíritu de Buda. Decidió infligirse un castigo aterrador para, de una
cierta manera, poder compensar su imperdonable falta: se arrancó los párpados a
fin de quedarse despierto para siempre. De los párpados tirados en la tierra nació
un arbusto cubierto de hojas de té, cuya infusión contribuyó a acrecentar la
agudeza de todos los discípulos que asistían a sus sesiones de proselitismo
budista. Es así que la infusión fue desde entonces conocida como estimulante de la
mente, y todos los hombres ansiosos de creatividad intelectual y espiritual la
adoptaron.
Mientras tanto, la situación entre los ingleses y los chinos se deterioraba. Luego
de un periodo de debilitamiento en la segunda década del siglo XVIII durante la
cual tuvo que sufrir la competencia de sus rivales francesa, sueca y danesa, la
compañía de la East India logró conquistar la ruta hacia China en un momento en
que el Imperio chino era el único proveedor de té y que Japón estaba cerrado a
toda incursión occidental. A finales del siglo XVIII, la estratégica posición
geográfica de Cantón había transformado este puerto en el centro de distribución
de los ingleses. Más de dos tercios de los barcos que salían de Cantón eran
británicos y 63% del té era exportado por ellos(10). En lugar de las piastras
americanas utilizadas por sus competidores, los ingleses habían logrado instituir
como moneda de cambio para la adquisición de cargas de té al opio, que se
cosechaba en Bengala. Las autoridades chinas no se sentían cómodas con este tipo
de pago inicuo que embrutecía y mataba a la población, y reclamaban oro, plata o
cobre en cambio. En la primera mitad del siglo XIX, la escalada belicista
impulsada por Inglaterra desembocó en el conflicto conocido como “la Guerra del
opio”. Inglaterra envió en abril 1840 una gigantesca armada a Cantón destinada a
tomar represalias contra la ciudad(11). La presión ejercida por la presencia
militar extranjera en China intimidó a su Gobierno, que se resignó a firmar una
serie de Tratados comerciales espoliadores para el país. Desde los años 1830, la
Compañía británica de las Indias había perdido el monopolio del comercio del té,
por lo que Estados Unidos y Francia reivindicaron las mismas prerrogativas de la
cuales Inglaterra había gozado durante casi dos siglos en el Oriente. Las
presiones constantes de parte de Inglaterra para legalizar el comercio del opio
condujeron en 1856 a la segunda guerra del opio, en la cual Francia y Estados
Unidos participaron al lado de las fuerzas británicas. El desenlace del conflicto
se reveló desastroso para los chinos dado que con el Tratado de Nankin perdieron
Hong-Kong, los puertos de Amoy, Foochow, Ninghsien y Shangai(12), y se vieron
constreñidos a abrir sus fronteras para recibir las exportaciones desenfrenadas de
Occidente.
El reino del clíper se inicia con la carrera del oro que partía de San Francisco
hacia Australia y con la extensión a Estados Unidos del comercio del té con el
Oriente. Estados Unidos se aprovechó de la abrogación de las leyes de navegación
británicas, lo que desató una fuerte competencia entre ambos países. En 1846, con
la Bruja negra(22), que recorría el itinerario de Cantón a Estados Unidos en 74
días, los largos tiempos de entrega de los siglos pasados pertenecían a la
historia(23).
Largo y esbelto, con una proa en forma de hoja de cuchillo, el clíper hendía los
océanos con una celeridad asombrosa. Sus mástiles eran ahilados y sus velas
largas. La superficie de su velamen podía alcanzar 3500 metros. A las riquezas
materiales, que aportaban al gobierno de su país de origen, se añadía el prestigio
que tales barcos le otorgaban. Basta recordar la famosa carrera entre el Cutty
Sark y el Thermopylae, que este último ganó(24). Otro clíper, el “Lightning”, era
célebre por su celeridad, dado que alcanzaba una velocidad de 18 nudos, cuando el
“Sovereign of the Seas” se destacaba por su belleza y su longitud (80m). Aunque
es menester mencionar que este barco podía recorrer 640 km en un día. Por su
parte, el Flying Cloud, edificado por el constructor norteamericano más famoso de
la época, Donald Mc Kay, alcanzaba los 15,4 nudos, es decir la velocidad de los
mejores steamers(25). Cada clíper construido por Mc Kay tenía su propio diseño,
dado que no existía estandardización en esta rama de la construcción marítima(26).
Finalmente, son los ingleses que ganaron la competencia sobre los norteamericanos
en la construcción del clíper. Ello ocurrió no porque Inglaterra fuera superior a
Estados Unidos en este campo, sino a causa de la guerra de Secesión que obligó a
que Estados Unidos interrumpiese su construcción marítima. Los británicos,
particularmente su sector financiero, se beneficiaron de la neutralización de su
competidor en el comercio del té, puesto que el precio del té impactaba
directamente en la cotización de la bolsa.
A partir de 1869, la apertura del Canal de Suez representó un duro golpe infligido
por el barco a vapor a su rival el clíper en la ruta hacia el Oriente lejano, y la
importancia de este barco declinó siempre más. En realidad, el reino del clíper
fue efímero: se extendió solo durante las tres décadas comprendidas entre 1850 y
1880. Pero como lo evidencia el Cutty Sark,que hoy en día puede ser visto en
Greenwich, Londres, el clíper dejó en la historia la marca de su majestuosidad y
de su velocidad, que eclipsa su rol menos glorioso en el tráfico del opio.
Notas de pie:
6 Lo que se traduce por “British East India Company” en inglés. Esta era la
réplica del modelo instaurado por la Compañía Unida de las Indias Orientales
(V.O.C) originaria de las Provincias Unidas
9 Ver Le XVIIIe siècle. L’époque des Lumières (1715-1815) par Roland Mousnier et
Ernest Labrousse. Presses universitaires de France. Paris. 1967.
19. Ibid.
20 Ver Ships.The epic store of maritime adventure. Brian Lavery. D.K. Publishing.
New York. 2004.
21 Ver Robert Gardiner in Sail’s last century. The Merchant Sailing Ship 1830-
1930. Conway history of the ship. Dr. Basil Greenhill y Robert Gardiner. Chartwell
books Inc. 2001.
24 Ver Steam, Steel and Torpedoes. The Ship . National Maritime Museum
26 Citado en Sail’s last century. The Merchant mailing slip 1830-1930. Conway
history of the ship. Dr. Basil Greenhill y Robert Gardiner. Chartwell books Inc.
2001.
BIBLIOGRAFíA
Le XVIIIe siècle. L’époque des Lumières (1715-1815) par Roland Mousnier et Ernest
Labrousse. Presses universitaires de France. Paris. 1967.
Ships. The epic story of maritime adventure. Brian Lavery. DK Publishing, Inc.
New York. 2004.
Sail’s last century. The Merchant Sailing Ship 1830-1930. Conway history of the
ship. Dr. Basil Greenhill y Robert Gardiner. Chartwell books Inc. 2001.