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¡Cuándo el Tabú Social se Esconde detrás de la Fe!

Myriam Merlet

Original cedido por la autora en su versión electrónica en francés/ Traducción al


portugués: Angela Freitas. Traducción del portugués al español: Beatriz Cannabrava

Las reflexiones sobre este tema me llevaron a optar por dividir con ustedes
algunas ideas basadas en mi propia experiencia. Hace muchos años asumo la
responsabilidad de ser el Punto Focal de la Campaña 28 de Septiembre en
Haití. Hace más años aún, interesada en esa problemática y sobretodo
rebelada contra la apropiación del cuerpo de las mujeres, ¡me he posicionado a
favor de la despenalización del aborto y del derecho a elegir de las mujeres!
Aprendí con esta experiencia de lucha que casi siempre recorrer a la fe
representa, en verdad, el enmascaramiento de tabúes sociales. Sobretodo
porque la argumentación parte de personas que están lejos de ser hostiles a la
causa de las mujeres, o hasta militan por esa causa. En realidad, las
reticencias de ciertos sectores supuestamente aliados suceden en consonancia
con la alianza que existe entre diferentes poderes tradicionales represivos, es
decir, el poder económico, político y religioso.

Constatar que los enemigos y las enemigas no son necesariamente aquellos y


aquellas as que identificamos como tal es motivo de perplejidad. ¿Cómo
comprender que militantes de los derechos humanos, mejor dicho, militantes de
los derechos de las mujeres, nieguen este derecho básico de todo ser humano,
que es el derecho de controlar el propio cuerpo? A propósito, mi experiencia
como mujer haitiana puede esclarecer sobre ciertos mecanismos de los tabúes
sociales, cuando este se esconde por detrás de la fe.

La problemática del aborto se inscribe en el contexto de las relaciones sociales


de sexo. Reivindicar el derecho de no estar restringida a la maternidad,
equivale a querer retirar a las mujeres el rol que se les atribuye la familia
tradicional, de conformidad con un orden divino patriarcal, donde el hombre es
el jefe de familia a la imagen de un Dios, jefe supremo de los hombres14.
Equivale a atacar principios fundamentales de orden moral y religioso.

«Cuando la sociedad ya no tiene argumento, los hombres recurren a Dios para


controlar a las mujeres”
En Haití, de acuerdo con el discurso dominante, el aborto es considerado un
crimen en razón de su interdicción religiosa. Reivindicar la despenalización del
aborto debería, por lo tanto, provocar sistemáticamente explosiones por parte
de aquellos que detienen un cierto conservadurismo, en cuyo cierne está el
deseo de mantener a las mujeres bajo el control absoluto de los hombres –
esta derecha conservadora que se asocia tradicionalmente a la religión, a la
tendencia fundamentalista de la religión de oponerse al “derecho a elegir”.

Quiero aquí referirme al autodenominado movimiento Pro Vida. Cuando me


refiero a este movimiento, estoy nombrando, de acuerdo con Caroline
Fourest15, estos grupos que dan firme combate anti-elección, y esto significa
decir antiabortista, anti-gay, anti-lésbicas y anti-eutanasia. Es preciso constatar
que después que las organizaciones de mujeres empezaron a luchar
abiertamente por la despenalización del aborto en Haití, las reacciones del
sector tradicionalmente contra han sido muy modestas. La discreción de los
ataques de ciertos miembros de la derecha religiosa fue tal, que el movimiento
en si no ha dejado rastros. En realidad, lo que se prefiere ignorar es la palabra
de las mujeres.

Paradójicamente, las reacciones partieron de los campos supuestamente


aliados, y en ciertos casos, de nuestro propio campo. No me voy a detener en
las discusiones apasionadas (y prefiero no mencionar que eran impregnadas
de agresividad) que precedieron la decisión de las organizaciones a
involucrarse en la lucha por la despenalización del aborto. Todavía hoy, en el
momento en que el conjunto de las organizaciones feministas está
comprometido con un proceso de revisión de la legislación, de forma a caminar
hacia la despenalización del aborto, y cuando la Campaña 28 de Septiembre es
una realidad en nuestra agenda colectiva, un significativo número de feministas
evita declararse a favor del aborto.

Estas mujeres practican una auto-censura supuestamente estratégica. No sería


«políticamente correcto» pasar por mujeres que encorajan el aborto. Y esa
postura es asumida bajo el pretexto de no alejarse de las poblaciones que
podrían quedarse chocadas, y consecuentemente dar la espalda a las
organizaciones de mujeres; eso comprometería grandemente las luchas por la
conquista de otros derechos. Ese tipo de razonamiento ha llevado las
negociadoras de las Organizaciones de Mujeres frente a los parlamentarios, a
optar por una despenalización parcial, dentro de las doce (12) primeras
semanas de gestación, en los casos de riesgo para la vida y salud de la mujer y
del niño por nacer; y en los casos de estupro e incesto.

La actitud de algunas integrantes del Movimiento de Mujeres se parece a la de


otros sectores supuestamente aliados, como las Organizaciones de Derechos
Humanos. En el caso de estas es preciso buscar la explicación también en la
reticencia en admitir que los Derechos de las Mujeres están en el campo de los
Derechos Humanos que los caracteriza. Aquí es oportuno señalar lo que yo
considero como una declaración de guerra. Por ocasión de la Jornada
Internacional de los Derechos del Niño, la NCHR (Coalición Nacional por los
Derechos de los Haitianos) le dio la palabra a un juez de menores que declaró
que el Estado haitiano protege a los niños, antes aún de su nacimiento,
prohibiendo el aborto.

Declaró también que, en nombre de ese derecho, es imperativo aplicar


rigurosamente la ley. O sea, ¡es preciso penalizar las mujeres que se atreven a
ejercer su derecho a decidir! Esta declaración, seguramente de un
antifeminismo primario, no debería ser atribuida a una organización de
Derechos Humanos. Pero la mencionada organización no se demarcó de las
intenciones del juez. Y debemos subrayar, además, que varias de estas
organizaciones provienen del mundo eclesiástico. ¡Se trata, por lo tanto, de un
silencio que es cómplice!

Independientemente del motivo, tanto algunas feministas cuanto estos y estas


militantes de los derechos humanos reaccionan reticentemente cuando se trata
de identificarse como Pro-elección, o aún de enfrentar abiertamente el debate
sobre la cuestión. El argumento frecuentemente planteado es una supuesta
percepción popular que identifica aborto con asesinato. El feto sería
considerado un ser humano, en nombre de una moral religiosa. Y en nombre
de esta moral ¡él debe vivir! Y este derecho se sobrepondría a los derechos de
la mujer en cuestión.

Sin embargo, esta no es la percepción expresada, de manera general, por las


poblaciones. Estudios realizados a lo largo del año 2000 permiten afirmar que
para las poblaciones, el aborto es perfectamente disculpable en función de la
situación específica de una mujer: “Se sitiyasyon ki fè aksyon/ Las situaciones
dictan las acciones”. De acuerdo con las personas entrevistadas, la legislación
no debería prohibir la IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo).

Afirmar que las mujeres tienen el derecho a abortar en función de las


situaciones vividas, es de cierta forma contradictorio con la posición oficial y
dominante que pretende que el aborto sea afectado por una prohibición moral.
Lo que cuenta es la situación vivida. Y el conjunto de haitianos e haitianas
convive bien con este distanciamiento con relación a la convención moral. ¡Lo
que prevalece es el silencio! ¡Es preciso preservar la propia imagen! ¡Parecer
una persona aceptable! Se practica el aborto. Es un hecho perfectamente
conocido. Lo que importa es no hacer alboroto, guardar el silencio para no ser
denunciada. En Haití, como en innumeras sociedades, el aborto, ante todo, trae
a la luz un tabú social. Otro aspecto es que la religión popular, el Vudú,
practicado por la gran mayoría de los y las fieles -- católicos y católicas o
protestantes -- no establece cualquier restricción a la práctica del aborto. A esto
se agrega una cierta filosofía de vida masivamente adoptada por las
poblaciones haitianas: “Degaje pa peche! ¡Librarse de las consecuencias de un
mal paso no es pecado!”.

Cuanto al Estado haitiano, este se dice Laico. En el capítulo de la Constitución


sobre la soberanía, la organización administrativa está claramente definida
como civil. La libertad de conciencia implica en el reconocimiento de todos los
cultos. Sin embargo, el Estado, notadamente la administración, en la práctica
está fuertemente marcado por lo religioso, sobretodo por la Iglesia Católica,
que ha tenido un rol histórico en la formación del Estado haitiano. Como diría
Codou Bop, una amiga feminista senegalesa que é investigadora « !El Estado
es Laico mientras no se trate de los derechos de las mujeres!». La asociación
Estado-Iglesia, en detrimento de las mujeres, se ilustra bien por el cargo de
“oficial del Estado Civil” que es confiado a los que ofician el culto del
matrimonio. Esta “alianza” ocurría también en los bautizos religiosos, pero en
estos casos fue suprimida, permaneciendo tan sólo para los matrimonios. El
Estado se re-apropia de la tarea del control poblacional, pero concede a las
Iglesias el privilegio de establecer las reglas prácticas del acto primero que está
en la base de constitución de la familia tradicional, que es el matrimonio. En
nombre de una cierta moral religiosa, el rol de las mujeres queda confinado al
seno de la familia. La penalización del adulterio – más severa para las mujeres
que para los hombres – se origina de esta moral religiosa, así como la
penalización del aborto.
Comprendemos muy bien que el Estado pueda asociarse a las iglesias para
controlar a las mujeres, pero lo que sorprende es la apropiación del discurso
dominante por parte de la militancia al autocensurarse, al no decirse favorable
al derecho a elegir, o categóricamente recusarse a abordar la cuestión de la
apropiación del cuerpo de las mujeres, mientras las poblaciones, de la cual
hacen parte, son extremadamente pragmáticas en esta cuestión: «Se
sitiyasyon ki fè aksyon /Las situaciones dictan las acciones».

Actuando así, estas personas se alinean con el Estado que, bajo el pretexto de
la fe religiosa, persiste en la penalización del aborto – haciendo con que las
mujeres paguen con el riesgo que su elección de descumplir el rol que les es
atribuido por la familia tradicional pueda traer a su salud o a su vida. Actuando
así, esos actores y actrices hacen trasparecer el tabú social que pesa sobre el
aborto. ¡Lo que les importa es no demostrar la posibilidad de posicionarse a
favor del aborto!

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