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Introducción.
La historiografía evangélica del Dogma, en su florecimiento a comienzos del siglo XX, hizo un juicio
francamente negativo al respecto de la labor teológica llevada a cabo por los antiguos apologetas
cristianos. De modo especial, a la prestación que hicieron aquellos por principio a ideas filosóficas y
nexos conceptuales, en el ámbito de las afirmaciones sobre la esencia y los atributos de Dios.
Harnack, Loofs y Barth, entre otros, emiten un juicio negativo acerca de los mismos, por considerar la
actividad de los antes dichos el comienzo de una “helenización” del cristianismo, y que, pese a
conservar externamente la tradición apostólica, “hicieron del cristianismo una religión deísta para todo
el mundo”2, sentando los esbozos de sus dogmas no desde el punto de vista de la comunidad
redimida, sino sobre la base, por un lado, de una consideración del mundo, y, por otro, de la
condición ética del hombre la cual a su vez es un fenómeno o manifestación del cosmos 3. Si bien es
cierto, la apologética de los primeros siglos pasó por un elemento pragmático, adquiriendo para sí
varios elementos metafísicos y de teología natural para explicarse, un deseo de exclusión de aquellos
en la época moderna (como el de Ritschl, eventualmente fundado en las críticas de Barth), hace
necesaria una consideración más positiva de esto. Tomando como ejemplo el uso que el antiguo
cristianismo hace del concepto filosófico de Dios, se intenta perfilar hacia los arcanos apologetas,
dentro de la misma teología, un juicio al menos fundamentalmente más positivo que el que se ha
propagado a partir de Ritschl, por mucha sea la crítica a ello, estableciendo la competencia mutua
entre las dos formas de ver la realidad (la bíblica y la filosófica).
Aunque no se sabe bien como sucedió, pese a ser un pueblo politeísta, los griegos se interesaron por
la idea del dios único. Las características de sus dioses antropomorfos en tanto ligados y causas de los
conflictos humanos, sumadas a una reflexión racional propia de su quehacer en miras a las causas
primeras de la realidad fáctica, son antecedentes que pueden llevar a explicar el cómo surgió la
motivación de la búsqueda del Dios verdadero, esto es, un dios que lo sea a expensas de la existencia
humana que lo requiera para sí, una realidad que lo sea per se.
De este modo, los griegos –mediante el método de regresión filosófica 4- llegaron a un acabado
concepto de Dios (que puede ser considerada una Teología Natural) caracterizado por considerarlo
Origen, Único (y Unido), Heterogéneo e Incognoscible verdaderamente.
1
Fuente: ZKG. (1959). 70, 1 - 45.
2
Harnack. (1931). Lehrbuch der Dogmengeschichte , 1, 1931, 546.
3
Cf. Harnack. (1898). Dogmengeschichte (Grundr. Theol. Wiss. IV/3).
4
Esto es: algo puede ser conocido por sus efectos. Dios puede ser conocido reflexionando al respecto de las causas de las
cosas existentes.
Dios y Origen. Las divinidades griegas se entendían bajo un marco de inmanencia. La
esencia de los dioses griegos era compartida en el contexto del orden natural del mundo, y por lo
tanto no era necesario mostrarla (por ser conocida) en ningún hecho extraordinario, razón por la cual
se manifestaban en lo cotidiano. La naturaleza del dios verdadero debe de ser al margen de cualquier
convencionalismo humano (por tanto, en parte, diversa y posible de mostrarse y cognoscible). El
mundo y la realidad fáctica han de tener un origen –era la reflexión filosófica- y este origen es propio
y conocido de este dios verdadero. Luego, conociendo este origen es posible hacerse una idea de él.
Más tarde, se concuerda en presentar a Dios como Origen de la realidad fáctica. Diversos pensadores
(principalmente los presocráticos) buscaron esta causa última del mundo y la pusieron en variados
elementos (v. g. fuego, agua, aire), aunque más tarde se concluyó que debía de ser de naturaleza
espiritual.
La unicidad de Dios. La conclusión acerca de Dios como origen de las cosas existentes, y la
consiguiente reflexión acerca de las causas últimas que le subyace conlleva a la sentencia de que
debe de ser único. Los jónicos, Anaximandro, Platón, Parménides y Aristóteles destacan en esto. “No
puede haber varios principios últimos; porque entonces se daría entre ellos una diferencia, y esa
diferencia presupone un fundamento de diferenciación. Por tanto, esos supuestos principios no serían
el origen último” 5. Esta conclusión trae implícitamente consigo las ideas acerca de la sustancia de
Dios, de su unidad (simplicidad, por contraposición a compuesto) y de su eternidad (entendida como
imperecible, ajena al dominio de Chronos).
Fue llevado a cabo a razón de: (1) La cosa histórica (la cultura de entonces estaba helenizándose);
(2) El ejercicio de la filosofía detentaba cierto poder espiritual, por lo cual la religión cristiana debía de
ejercerla por motivos tácticos en pos de su misión evangelizadora; (3) El pilar fundante de la
concepción bíblica y la misión evangelizadora de la Iglesia: el Dios Universal, que no excluye ningún
pueblo; y (4) La razón, como el elemento unitivo entre diversas culturas y pueblos, y su ejercicio (la
filosofía) como la mejor herramienta en la tarea evangelizadora.
Destacan los apologetas Atenágoras, Justino, Ireneo, Minucia Félix, Taciano, Teófilo, y Tertuliano,
entre otros. Sucede por ser similar al concepto bíblico de Dios, a excepción de que este último ha sido
iluminado en razón de la Revelación divina, que la detenta y define en forma total: un Dios que, por
amor, permanentemente desea el diálogo con el hombre, y que posee plena libertad por antonomasia
y esencia para llevarlo a cabo (aun saliéndose de los márgenes lógicos del hombre). Podría, entonces,
pensarse que la idea bíblica de Dios responde a la idea filosófica de Dios pero iluminada por la
Revelación. No necesariamente se presenta como algo uniforme, dependerá de la actitud que, frente
5
Justino, Dial. I, 5, 6.
2
a cada uno de sus elementos, adoptaran los diversos teólogos. Va a decantar como proceso en la
Escolástica6.
6
Tomás de Aquino, con su Summa Teológica, se presenta como la máxima expresión de esta idea.
7
“La materia no puede existir como Dios, sin un comienzo. Una materia sin comienzo, sería igual a Dios en poder divino”
(Taciano, Oratio ad graccos 5, 7).
8
Considerando aquí el de carácter sacerdotal, puesto que el babilónico presentaba una idea mucho más cercana a esta
concepción dual –aunque el objeto de su autor en última instancia no fuese aquella.
9
Un nombre supone una toma de conciencia al respecto de algo o alguien. Dios sencillamente es, y ante ello no requiere de
una denominación para saberse y ser, puesto –también- a que se halla elevado por encima de todo conocimiento humano.
10
Aun en Ex 3,14, cuando Dios da a conocer su nombre, lo hace en virtud de la esencia que lo configura como tal: Yo Soy.
11
Aunque la reflexión es actual, acaso puede encontrarse de soslayo en el pensamiento de los primeros padres, tales como
Ireneo.
3
asimilación de este precepto es argumentación de la Trinidad de Dios: el Hijo es Dios, en cuanto sólo
Él puede revelarse, pues posee el poder y el „conocimiento‟ de sí, en Él.
La Justicia Divina también es un concepto que se desprende por corolario del procedimiento
filosófico y que también se trabaja en estos siglos, no tanto como la fidelidad de Dios a sus promesas
y alianza –propia del mensaje bíblico-, sino bajo el prisma de la iustitia distributiva griega (cada quien
según sus merecimientos), consiguiendo con ello alejarla de la mirada en el actuar vivificante de Dios
en el mundo (actividad presente), para situarla en el momento del juicio final (actividad futura).
Conclusiones.
No resulta adecuado hablar de una helenización, en el sentido de una intrusión o una represión que
sobre la idea cristiana de Dios hubiera ejercido una comprensión “deística”. El empalme con el
concepto filosófico de Dios, tal como lo efectuaron los apologetas, no sólo debe ser reconocido como
4
tarea legítima (dada la pretensión de universalidad del Dios judeo-cristiano), y en el modo que se
llevo a cabo por ellos, habrá que emitir un juicio diferenciado. En conjunto, no puede hablarse de una
aceptación acrítica del concepto filosófico de Dios, aunque, ciertamente la Libertad Omnipotente del
Dios bíblico no fue subrayada en igual medida por todos los teólogos del cristianismo antiguo, sí se la
hizo valer muchas veces y con gran vigor (v. g. Fe en la Resurrección, Creatio ex Nihilo). Ahora bien,
Harnack tiene razón en su crítica, en cuanto los elementos no refundidos del concepto filosófico de
Dios se convirtieron en obstáculo para la comprensión del actuar histórico divino, en que se incurriera
cada vez más en una insuperable lejanía respecto a los cambios contingentes de la realidad histórica
en la que se decide sobre la salvación de las almas, a costa infringir el rigor de las propiedades
atingentes.
Una asimilación plenamente crítica del concepto filosófico de Dios debía suponer la libertad de éste
por sobre su „naturaleza‟, y habría presupuesto que al fundamento del mundo se lo hubiese
entendido, en todas sus particularidades, como aquél que, desde su heterogeneidad, opera siempre
cosas nuevas y las opera de una forma contingente, y, por tanto, como aquél que es Señor personal.
La Inmutabilidad hubiera tenido que alcanzar el nivel más profundo del carácter libremente
imperturbable de la Fidelidad de Dios, y la Intemporalidad debería haber sido reformulada en
Soberanía sobre el tiempo en el sentido de una omnipotente simultaneidad con todos los tiempos.
Dicho de otro modo, la Heterogeneidad divina debió alcanzar el aspecto más inherente a Dios: su
Libertad, y ser entendida como aquella que desbarata y excede toda planificación y expectativa.
Lo que la doctrina cristiana de Dios tenía por tarea, era el mostrar que tanto la Heterogeneidad
cuanto la Unidad de Dios no pueden llegar a ser pensadas verdaderamente dentro de las bases
filosóficas del problema, sino tan sólo como unidad del Padre con el Hijo y con el Espíritu, de modo
que entonces la Revelación del Dios Trino daría auténtico cumplimiento a la pregunta filosófica.