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« Alejada radicalmente de la imagen light que la publicidad hace de lo joven, pero también frente a tanta simplificación crítica con que se lo victimiza vaciándolo de responsabilidad, Pilar Riaño traza una figura contradictoria, densa y tensa, en la que hay olvido y también memoria, en la que hay fuerte sentido de lo efímero y mucho sufrimiento, en la que el ansia de vivir choca íntimamente con un permanente sentimiento de muerte. Uno de los mayores aportes de este estudio reside en mirar la vida cotidiana de los jóvenes desde el choque y el entrelazamiento de temporalidades muy diversas que, si de un lado desgarran, de otro dinamizan poderosamente la búsqueda de supervivencia potenciando la creatividad.»
« Alejada radicalmente de la imagen light que la publicidad hace de lo joven, pero también frente a tanta simplificación crítica con que se lo victimiza vaciándolo de responsabilidad, Pilar Riaño traza una figura contradictoria, densa y tensa, en la que hay olvido y también memoria, en la que hay fuerte sentido de lo efímero y mucho sufrimiento, en la que el ansia de vivir choca íntimamente con un permanente sentimiento de muerte. Uno de los mayores aportes de este estudio reside en mirar la vida cotidiana de los jóvenes desde el choque y el entrelazamiento de temporalidades muy diversas que, si de un lado desgarran, de otro dinamizan poderosamente la búsqueda de supervivencia potenciando la creatividad.»
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« Alejada radicalmente de la imagen light que la publicidad hace de lo joven, pero también frente a tanta simplificación crítica con que se lo victimiza vaciándolo de responsabilidad, Pilar Riaño traza una figura contradictoria, densa y tensa, en la que hay olvido y también memoria, en la que hay fuerte sentido de lo efímero y mucho sufrimiento, en la que el ansia de vivir choca íntimamente con un permanente sentimiento de muerte. Uno de los mayores aportes de este estudio reside en mirar la vida cotidiana de los jóvenes desde el choque y el entrelazamiento de temporalidades muy diversas que, si de un lado desgarran, de otro dinamizan poderosamente la búsqueda de supervivencia potenciando la creatividad.»
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publicidad hace de lo joven, pero también frente a tanta simplificación crítica con que se lo victimiza vaciándolo de responsabilidad, Pilar Riaño traza una figura contradictoria, densa y tensa, en la que hay olvido y también memoria, en la que hay fuerte sentido de lo efímero y mucho sufrimiento, en la que el ansia de vivir choca íntimamente con un permanente sentimiento de muerte. Uno de los mayores aportes de este estudio reside en mirar la vida cotidiana de los jóvenes desde el choque y el entrelazamiento de temporalidades muy diversas que, si de un lado desgarran, de otro dinamizan poderosamente la búsqueda de supervivencia potenciando la creatividad.» 2
En mi ya largo oficio de lector de libros antes de ser publi-
cados, muy pocas veces me topé con un texto provenienente de una investigación con fines académicos que hubiera logrado juntar tanto rigor intelectual con un lenguaje tan desprovisto de jerga y al mismo tiempo tan cargado de pedagogía social, esto es, de capacidad de retornar a sus protagonistas-objeto convertido en una palabra generadora de sujetos, como lo es éste. Un libro que introduce la para- doja desde el título mismo: ¿cómo pueden ponerse juntas las palabras ‘jóvenes’ y ‘memoria’ cuando todo en nuestra sociedad tiende a pensar sus referentes como mundos radi- calmente opuestos psicológica y sociológicamente? Y me- nos hoy cuando los adultos hemos encontrado en la impu- tación de la amnesia a los jóvenes una de las más socorridas escapatorias a nuestra incapacidad de hacernos cargo de sus incertidumbres y desazones. Pero lo que el título nos pro- porciona es justamente la pista de fondo: asumir la fractura generacional como una de las heridas más profundas del conflicto que desgarra a este país. Y a contracorriente de estereotipos que a derecha e izquierda despojan de valor a lo que ocurre entre los jóvenes, o lo juzgan de tan escaso interés como para estudiarlo a fondo, lo que aquí encon- tramos es una reflexión lúcida sobre lo que le duele a Colombia en sus jóvenes, en la carne y el espíritu de la mayoría de sus adolecentes.
Abrirle camino a esa indagación exige tener muy en
cuenta la desproporción enorme entre la visibilidad y cen-
Habitantes de la memoria – Prólogo
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tralidad adquirida por los jóvenes como agentes de violencia, a
partir del día en que un adolescente de dieciséis años asesi- nó al Ministro de Justicia Lara Bonilla, y la marginación en que se halla la vida de la mayoría, el pequeñísimo grado de comprensión/valoración de la complejidad de los cambios que ellos atraviesan. Alejada radicalmente de la imagen light que la publicidad hace de lo joven, pero también frente a tanta simplificación crítica con que se lo victimiza vaciándo- lo de responsabilidad, Pilar Riaño traza una figura con- tradictoria, densa y tensa, en la que hay olvido y también memoria, en la que hay fuerte sentido de lo efímero y mu- cho sufrimiento, en la que el ansia de vivir choca íntima- mente con un permanente sentimiento de muerte. Uno de los mayores aportes de este estudio reside en mirar la vida cotidiana de los jóvenes desde el choque y el entrelazamien- to de temporalidades muy diversas que, si de un lado des- garran, de otro dinamizan poderosamente la búsqueda de supervivencia potenciando la creatividad. Porque hablar de memoria implica hablar de memorias muy distintas, de corto y largo alcance, ligadas a un sórdido resentimiento o a una perseverancia vital, capaces de alentar esperanza o de matar toda iniciativa. Del mismo modo que en sus parches y ban- das se entrelazan milicias guerrilleras o paramilitares, orga- nizaciones comunitarias de servicio al barrio y movimientos culturales o contraculturales de rock y de teatro. Es a la luz de esa compleja trama como resulta comprensible, e indis- pensable, plantear la relación entre jóvenes y memoria, justamente por que ahí emergen, sin el menor reato de cul- turalismo, las dimensiones culturales de la violencia.
Y quizá el mejor modo de adentrarnos en lo que esa mi-
rada ha permitido desentrañar sea planteando la pregunta, la cuestión de la que verdaderamente partió Pilar Riaño para embarcarse a lo largo de cinco años en la aventura de una investigación pie a tierra, participante y participada, en algunos de los barrios más violentos de Medellín: ¿saben los
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jóvenes por qué arriesgan diariamente su vida, o la arries-
gan sin razones?, y si es esto último, ¿qué papel juega ahí el olvido y a qué responde, esto es, qué visiones/representa- ciones del país se disputan esa memoria? Preguntas todas que encontraron su pista de elucidación más honda en otra desconcertante paradoja: vivimos en uno de los países don- de hay más muerte, pero aún aquí la sociedad tardomo- derna que nos moldea busca obsesivamente ocultar, tapar todo signo o alusión a la muerte –lo que valerosamente han denunciado Susan Sontag y Zigmun Bauman–, y entre tanto los jóvenes de Medellín hacen de la muerte una de las claves más expresivas de su vida. Primero visibilizándola con barrocos rituales funerarios y formas múltiples de re- cordación que van de las marchas y procesiones, de los grafittis y monumentos callejeros, a las lápidas y collages de los altares domésticos; y segundo, transformándola en hito y eje organizador de las interacciones cotidianas y en hilo conduc- tor del relato en que tejen sus memorias. Todo el esfuerzo de búsqueda desplegado en este libro valió la pena aunque sólo fuera por habernos descubierto ese rostro oculto de una juventud machaconamente acusada de frívola y vacía. Pues en un país donde son tantos los muertos sin duelo, sin la más mínima ceremonia humana de velación, es en la juven- tud de los barrios pobres, populares, con todas las contra- dicciones que ello conlleve, donde encontramos –por más heterodoxas y excéntricas que ellas sean– verdaderas cere- monias colectivas duelo, de velación y recordación. La au- tora constata que entre los jóvenes de barrio en Medellín “lo que más se recuerda son los muertos” y ello mediante un habla visual que no se limita a evocar sino que busca convo- car, retener a los muertos entre los vivos, poner rostro a los desaparecidos, contar con ellos para urdir proyectos y em- prender aventuras. Y lo más sorprendente: las prácticas de memoria con las que los jóvenes “significan a los muertos en el mundo de los vivos son las que otorgan a la vida diaria un sentido de continuidad y coherencia” (p.100).
Habitantes de la memoria – Prólogo
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Las pistas de investigación de este libro convergen enton-
ces en esta otra pregunta: ¿desde dónde, y con qué materia- les simbólicos construye esa juventud el sentido de su vida? Y la respuesta no es ni entera ni clara, pero sí certera: en lugar de vaciar de sentido a la vida justificando cualquier conducta, la muerte anuda un tejido de memorias y fideli- dades colectivas con las que se construye futuro y se dotan de un sentido de dignidad humana las vidas de los indivi- duos. Lo que hay de certero en ese modo de comprensión es que torna legibles e inteligibles algunas de las narrativas más aparentemente opacas. Me refiero a aquello de lo que trata el capítulo cuarto, la recuperación por parte de los jóvenes urbanos de los más viejos y tradicionales relatos rurales de miedo y de misterio, de fantasmas, ánimas y resucitados, de figuras satánicas y cuerpos poseídos; todo ello en “tenaz amalgama” con los relatos que vienen de la cultura afrocubana y la de los medios, del rock y del meren- gue, del cine y del video.
Evocadores de “mapas del miedo” esos relatos y leyen-
das, fundidos eclécticamente, pasan a convertirse en gene- radores de “un terreno sensorial común” para expresar emociones, o en figuras reivindicadoras de las hazañas non sanctas de sus héroes. Otorgan una cierta coherencia moral y alguna estabilidad a unas vidas situadas en los más turbios remolinos de inseguridades y miedos, y sirven de dispositi- vo de desplazamiento (Freud) de los terrores vividos en la cruel realidad cotidiana a otras esferas y planos de media- ción simbólica –memoria, magia, sobrenaturalidad, teatra- lidad emocional– desde los que se hace posible exorcizar y controlar en algún modo la delirante violencia en que se desarrollan esas vidas. Y la autora va más lejos: encuentra en esa amalgama de relatos rurales y urbanos un ámbito estratégico de moldeamiento activo de sus culturas para dotarlas de supervivencia, tanto en sus dimensiones más largas y rai- zales como en sus valores más utilitarios: los ligados al
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éxito en los noviazgos o en las operaciones del contraban-
do.
Un tercer ingrediente clave de esa trama cultural desde la
que los jóvenes negocian cotidianamente con la violencia, es la fuerte articulación entre memoria y territorio, ya sea que los lugares –el barrio, la calle, el parque, la tienda de la esquina– operen como desatadores de recuerdos, o que sean las prácticas de memoria las que conecten entre sí diversos y hasta apartados lugares. El mero circular por una ciudad como Medellín (y desgraciadamente también por Bogotá o Cali), que ha minado físicamente buena parte de su memo- ria y en la que muchas calles se hallan minadas por muy diferentes modalidades de “explosivos”, exige de sus jóve- nes el ejercicio de un especial saber proveniente de una experiencia sensorial –los modos como el joven habita el terri- torio– y de una competencia colectiva que es capaz de po- nerles nombre y apellidos a los lugares. Porque nombrar es situar al lugar en el mapa de la memoria colectiva, y adjeti- varlo es señalar su temperatura en el termómetro de las violencias y en de los gustos, especialmente los del sonido, del olor y del sabor.
El rastreo por la historia del “barrio Antioquia” –uno de
los más excluidos, conflictivos y recursivos de Medellín, y lugar neurálgico para esta investigación– a la vez hecho de la mano de análisis escritos y de los relatos orales de sus vecinos, muestra de sobra por qué este libro, tan honesta- mente referido sólo a esa ciudad, está sin embargo hablán- dole al país entero, que es al que cifradamente remiten las más desconcertantes y fecundas de sus paradojas.