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1 Las gentes miran hacia el futuro con inquietud, y según sus posibilidades,
estudian, trabajan y se preparan, esforzándose en buscar seguridad y
estabilidad. Pero en realidad, el futuro es incierto para los miles de millones de
personas que hay en el mundo y que compiten luchando para mejorar su
situación o simplemente para alimentarse y alimentar a sus familias, y mientras
gran parte de la humanidad vive en condiciones de pobreza, las naciones
destinan la mayor parte de sus recursos a objetivos que por razones de prestigio
y de poder, son considerados prioritarios.
3 Con este fin, hace unos tres mil quinientos años se inició un libro que tardó
otros mil seiscientos en completarse. Dios mismo participó en su composición al
grabar sobre unas tablas de piedra, los diez principios básicos que, aún después
de treinta y cinco siglos, constituyen el fundamento ético y moral de gran parte
de la humanidad. El libro consta de sesenta y seis escritos, obra de Moisés y de
unos cuarenta hombres más, que registraron la revelación bajo la guía del
espíritu de Dios; por este motivo y a pesar de los largos intervalos de tiempo que
los separan entre sí, sus textos se confirman unos a otros, complementándose y
manteniendo una total unidad de pensamiento, propósito y mensaje. El conjunto
de estas escrituras fue denominado Ta Biblìa por los primeros cristianos, un
término que significa Los Libros, en el sentido de libros fundamentales, y hoy se
conocen cómo la Biblia, la obra más traducida, impresa y divulgada que hay en
el mundo.
5 Israel era el pueblo que por las promesas hechas a Abraham, había recibido la
revelación, sin embargo sus gentes se habían acostumbrado a interpretarla
según la enseñanza que los escribas y los fariseos impartían. Esto creó una
fuerte tradición judía, no siempre en armonía con el espíritu de la Ley y de los
profetas, y por esta razón Jesús reprendió públicamente a los maestros de
Israel, diciendo: “…Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas; porque está
escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
En vano me rinden servicio sagrado, puesto que imparten disposiciones
humanas cómo doctrinas’… vosotros os aferráis a la tradición humana
abandonando las disposiciones de Dios… violáis el mandamiento de Dios
por causa de vuestra tradición…” (Marcos 7:6-9 e Isaías 29:13) Con esto,
aunque en las Escrituras había cientos de profecías que se referían a los
acontecimientos de la vida de Cristo y a las circunstancias de su muerte, el
pueblo esperaba a un Mesías o Cristo guerrero que luchase contra las demás
naciones, y venciéndolas, gobernase el mundo desde Jerusalén, y puesto que
Jesús no coincidía con esta imagen, fue rechazado a pesar de las señales que
Dios ejecutó a través suyo.
7 Jesús había declarado al pueblo de Israel: “…llega la hora y ahora es, en que
los adoradores verdaderos adorarán al Padre con espíritu y con verdad, porque
así quiere el Padre que sean los que le adoren”. (Juan 4:23) Y exhortaba a sus
seguidores diciendo: “Si os mantenéis en mi palabra, verdaderamente seréis
mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. (Juan 8:31-
32) Salomón había escrito: “Una mosca muerta estropea un frasco de
ungüento perfumado…” (Eclesiastés 10:1) ninguna mentira puede por tanto
ser aceptada por los discípulos de Jesús, porque Pablo dice con respecto a la
responsabilidad que ejercen: “…considerad que solo somos hombres, unos
ayudantes de Cristo en la administración de las revelaciones divinas y lo
que se exige a cada uno de los administradores es la fidelidad”. (1Corintios
4:1-2) Quienes deseen hacer la voluntad de Dios tienen pues que conocer bien
su palabra: la enseñanza sana transmitida mediante su espíritu y registrada por
los apóstoles y los primeros discípulos, permaneciendo fieles a ella y
rechazando cualquier doctrina ajena, asimilada tras la muerte de los apóstoles
cómo tradición eclesiástica.
10 Comencemos pues desde las primeras páginas del primer libro, donde se
relata que Dios creó al hombre con los elementos del suelo, llevándole luego a
su jardín. A partir de aquí, leemos que Dios “…había hecho crecer en aquel
terreno cualquier árbol agradable a la vista y bueno para alimentarse…”
(Génesis 2:9) Con el tiempo, el hombre y sus descendientes hubiesen extendido
aquel jardín por toda la tierra, mientras disfrutaban de una vida sin muerte cómo
la de los ángeles. Dios había creado al hombre “…a su imagen. Los creó varón
y hembra y los creó a imagen divina, y luego los bendijo diciendo: ‘Fructificad
y aumentad, llenad la tierra y ocupadla; gobernad sobre los peces del mar,
sobre las aves de los cielos y sobre cualquier animal que se mueva en la
tierra…” (Génesis 1: 27-28) Él no había hecho al hombre para la muerte si no
para la vida.
12 Con este fin, “…El Eterno Dios tomó al hombre y le llevó al jardín de Edén
para que lo custodiase y lo cuidase…” (Génesis 2:15) pero no se lo cedió en
propiedad. Aquel jardín era de Dios y constituía el santuario donde él se
encontraba con el hombre; el hombre tenía que comprender el límite que el
respeto a la propiedad impone, para transmitirlo a sus descendientes y
facilitarles la convivencia. Por otro lado, Dios es el padre de su creación y la
única autoridad sobre ella; el hombre no debía pues obediencia a ningún otro
ser en el cielo o sobre la tierra, pero tenía que reconocer la autoridad absoluta
de Dios, porque solo aceptando sus disposiciones voluntariamente, garantizaba
la libertad en igualdad de las personas que poblarían la tierra. Por esta razón,
Dios “…le dio un mandato, diciéndole: ‘Te alimentarás comiendo con entera
libertad cualquiera de los frutos de los árboles del jardín, pero no debes comer
el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque cuando lo
comas, muriendo, morirás’…” (Génesis 2:16-17)
14 Dios había creado a sus hijos para la vida feliz que la salud, la libertad y el
amor proporcionan, pero para que su condición perdurase, ellos debían
permanecer en voluntaria armonía con él. Y verdaderamente, el hombre y la
mujer disfrutaban de todo cuanto pudiesen necesitar; y tenían ante ellos muchas
cosas que observar y aprender, y muchos proyectos que desarrollar, mientras la
tierra se poblaba con sus descendientes. Ahora bien, en este punto las
Escrituras muestran la intervención de uno de los hijos angélicos de Dios, que
sitúan en aquel jardín, desvelando que había llegado a codiciar el poder que la
absoluta autoridad moral proporciona sobre los demás. El profeta Ezequiel se
refiere a él cuando escribe: “Eras el sello de una obra maestra, lleno de
sabiduría, perfecto en hermosura. Estabas en Edén, en el jardín de Dios... yo
te había hecho un Querubín protector... y fuiste perfecto en tu conducta desde
el día de tu creación hasta que se ubicó en ti la injusticia, cuando por causa de
tus numerosas intrigas, te llenaste de violencia y erraste, Querubín protector...
ahora, ya no vivirás para siempre”. (Ezequiel 28: 12-19)
15 Para lograr la supremacía sobre los hijos de Dios, este poderoso Querubín
que debía protegerlos, pensó en enemistarlos con Dios y entre sí, dividiéndolos
en una contienda relacionada con la autonomía moral. Y para defender su
objetivo sin ser inmediatamente condenado, aquel que el apóstol Juan identifica
cómo “…el Gran Dragón, la Antigua Serpiente, el llamado Diablo y Satanás que
está engañando a la humanidad entera,” (Apocalipsis 12:9) necesitaba la
complicidad del hombre; entonces se dirigió a la mujer, la más joven criatura de
Dios, y le dijo: “¿Es cierto que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los
árboles del jardín? La mujer contestó… ‘Podemos comer cualquiera de los frutos
de los árboles del jardín, solamente del fruto del árbol que está en medio del
jardín, ha dicho Dios: No lo comáis ni lo toquéis, porque moriríais’… la serpiente
dijo a la mujer: ‘¡De ningún modo moriréis! Bien sabe Dios que el día en que
comáis de él se os abrirán los ojos y os haréis cómo Dios, teniendo
conocimiento del bien y del mal’. Y viendo la mujer que el árbol era bueno
para alimentarse, agradable a la vista y deseable para adquirir conocimiento,
tomó su fruto y comió, dándoselo también de comer a su hombre”. (Génesis 3:1-
6)
18 Así pues, solamente uno de los hijos de Dios nacidos sin pecado, podía
proporcionar a los descendientes de Adán una redención que se adaptase a las
inalterables leyes establecidas por Dios para el gobierno de su creación. No
resultaba una cosa sencilla, se necesitaba a un hombre que fuese descendiente
de Abraham y judío, y también hermano de Adán por ser hijo del mismo padre.
Todas las cosas debían cumplirse tal cómo Dios había dispuesto y anunciado
mediante las promesas a los antepasados, mediante las declaraciones a los
profetas, y también mediante la Ley entregada a Moisés, que el redentor debía
cumplir perfectamente; y de acuerdo con la Ley, quien hubiese perdido su
libertad, solo podía ser rescatado por alguno de sus parientes. (Levítico 25: 47-
48) Así que el hijo primogénito del Creador, uniéndose a la intervención de Dios
en favor de la humanidad, se presentó a él para decirle: “No te has complacido
en sacrificios y ofrendas… No has aprobado holocaustos ni sacrificios por el
pecado, entonces he dicho: ‘Mira, voy yo, cómo en el rollo del libro se ha
escrito de mí, para hacer ¡Oh mi Dios! tu voluntad’”. (Hebreos 10:6-7)
(Cuando se habla de los sacrificios y ofrendas se hace referencia a las dádivas
vegetales y animales que se ofrecían según la Ley de Moisés)
21 Con respecto a la actitud mostrada por Cristo, Pablo explica: “…a pesar de
existir en forma divina, no buscó hacerse igual a Dios, y abandonando su
posición, asumió la condición de un servidor haciéndose igual a los hombres.
Y cuando se encontró en la condición humana, se humilló a sí mismo y se hizo
obediente hasta la muerte, una muerte de sacrificio. Por esta razón Dios le ha
elevado a una posición superior y le ha dado un nombre más sobresaliente
que cualquier otro, para que ante el nombre de Jesús, todos los que están en
los cielos, sobre la tierra o bajo la tierra, (los que murieron) doblen las rodillas, y
todas las bocas proclamen que Jesús Cristo es el Señor, para gloria de Dios
Padre”. (Filipenses 2:5-11) Dios le ha hecho pues Señor de todas las cosas por
la fidelidad que demostró, y por esto en el libro del Apocalipsis, que relata el final
de este mundo y el comienzo de un mundo nuevo bajo el gobierno de Cristo,
Juan le describe diciendo: “…Sus ojos brillaban cómo una llama de fuego y
había sobre su cabeza muchas diademas… Su nombre es ‘La Palabra de
Dios’… Sobre su manto tenía escrito… ‘Rey de reyes y Señor de señores’”.
(Apocalipsis 19:12-16) En armonía con esto, cuando Pilatos preguntó a Jesús:
“¿Acaso eres tú Rey?’ Jesús respondió: ‘Sí, cómo tú dices, soy Rey…” (Juan
18:37)
22 Él, cómo rey designado por su Padre, enseñó a sus discípulos a pedir a Dios
que trajese su reino a la tierra según su propósito. Les dijo: “Debéis orar así:
Padre nuestro que estás en los cielos… venga tu reino a nosotros y hágase tu
voluntad así en la tierra cómo en el cielo…” (Mateo 6:9-10) Y puesto que
todos sus discípulos compartían la esperanza de que el reino de Dios sería
establecido en la tierra cuando él retornase cómo rey, Pedro exhortaba a los
israelitas diciendo: “…convertíos para que vuestros pecados sean borrados; para
que llegue el tiempo consolador de la presencia del Señor y sea enviado a
vosotros aquel previamente designado: Jesús Cristo, que el cielo debe retener
hasta el momento de la restauración de todas las cosas declaradas desde la
antigüedad por Dios, a través de sus santos, los profetas suyos”. (Hechos 3:19-
21) Y Pablo afirmaba “…Cristo, tras haberse ofrecido una sola vez para abolir
por siempre los pecados de muchos, volverá a manifestarse de nuevo en
una segunda ocasión, pero ya no en relación al pecado, si no a los que le
esperan para ser salvados”. (Hebreos 9:28)
25 Después de declarar estas cosas, Jesús continuó con las que ocurrirían una
vez finalizasen los tiempos que Dios ha concedido a los gobiernos del mundo, y
dijo: “…habrá señales en el sol, en la luna y las estrellas, y sobre la tierra
ansiedad en las naciones, que estarán angustiadas por el fragor y las olas del
mar, mientras los hombres se desalentarán por causa del temor y ante la
perspectiva de lo que sobre la tierra ha de suceder. De hecho, los poderes de los
cielos serán sacudidos y entonces verán llegar sobre una nube al Hijo del
hombre, con gran poder y gloria…” (Lucas 21: 25-28)
27 Unos 700 años antes del nacimiento de Jesús, Isaías había escrito: “Yahúh
dice: ‘¡Mira! Voy a crear unos cielos nuevos y una tierra nueva, ya no serán
mentados los anteriores ni acudirán a la memoria, y los que crearé traerán para
siempre alegría y regocijo, porque haré de Jerusalén ‘Regocijo’ y de su pueblo
‘Alegría’, y yo me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, y jamás
se oirán allí ni lloros ni lamentos”. (Isaías 65:17-19) Muchos años después, el
apóstol Juan confirmaba estas palabras, escribiendo: “... vi un cielo nuevo y una
tierra nueva, porque el cielo anterior y la tierra anterior habían desaparecido y
el mar ya no existía. Y vi como Dios hacía descender del cielo a la ciudad santa,
la nueva Jerusalén, (el gobierno de Dios bajo Cristo que regocijará a la
humanidad llenándola de alegría) adornada cómo una novia para su esposo.
Entonces oí una voz potente que provenía del cielo y decía: ’La tienda de Dios
(el templo construido por ‘piedras vivas’, del que Cristo es la piedra angular. 1
Pedro 2: 4-5) está con la humanidad, (la nueva sociedad humana que habite la
tierra) y permanecerá con ella, porque ellos serán su pueblo. Dios mismo
intervendrá en su favor y enjugará toda lágrima de sus ojos, ya no habrá
muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque las cosas anteriores han pasado’.
Aquel que se sienta en el trono me dijo: ‘¡Mira! hago nuevas todas las cosas’ y
continuó: ‘Escribe, porque estas palabras son fieles y veraces’”. (Apocalipsis
21:1-5) Así es cómo las Escrituras describen el futuro de la humanidad en “la
futura tierra habitada de la que nosotros hablamos”. (Hebreos 2:5)
28 Sirvamos pues a Dios con espíritu y verdad. No hay que temer divulgar y
defender estas cosas que hablan del futuro del hombre conforme a los
designios de Dios y que forman parte de la buena nueva que está en las
Escrituras, porque dice Pablo que “…todas las cosas que se escribieron, fueron
escritas para nuestra instrucción, para que por medio de la perseverancia y por
el consuelo que proviene de las Escrituras, podamos mantener la esperanza”.
(Romanos 15:4) Jesús había prometido a sus apóstoles “…el Hijo del hombre
ha de volver en la gloria de su Padre con sus ángeles y entonces recompensará
a cada uno según su cometido”. (Mateo 16:27) Y puesto que el cometido de sus
seguidores es difundir con fidelidad la buena nueva tal cómo fue escrita,
debemos aprender y “…recordar correctamente las palabras de los santos
profetas y las instrucciones que el Señor y Salvador nos ha transmitido por
medio de los apóstoles”, (2Pedro 3:2) ya que fundamentan nuestra fe en que
“…en armonía con su polifacética sabiduría, Dios ha realizado su secular
propósito por medio de nuestro señor Jesús Cristo”. (Efesios 3:10)