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MARXISMO HOY Nº 7

En el filo de la navaja
Perspectivas para la economía mundial

Septiembre 1999 ..Fundación Federico Engels

Presentación

Esta nueva edición de Marxismo Hoy la dedicamos a dos extensos trabajos realizados por Alan Woods y Ted Grant,
teóricos marxistas británicos y habituales colaboradores de la Fundación Federico Engels. El primero de los textos En
el filo de la navaja. Perspectivas para la economía mundial, es un análisis profundo de la actual situación
económica internacional y establece un pronóstico claro: el capitalismo se encamina hacia una dura recesión. Ésta es
la tesis central, ya defendida en otros dos documentos publicados por los mismos autores: Crash en la Bolsa y Una
nueva etapa en la crisis capitalista, escritos a finales de 1997 y a principios de 1998 respectivamente, ambos al calor
del terremoto asiático. En el filo de la navaja se escribe en un contexto algo diferente, en un momento en el que los
análisis más superficiales —claramente predominantes en los medios de comunicación burgueses— vuelven a
rezumar optimismo, recuperados del susto del verano de 1997, e inspiran titulares como "Economía global: futuro
optimista" (La Vanguardia, 20/11/99), que resume la perspectiva de la OCDE para el próximo siglo ("Estamos en el
umbral de una atractiva oportunidad: la posibilidad de un sostenido y largo boom de la economía mundial que se
prolongue en las primeras décadas del próximo milenio"). Más aún: "Una confluencia de factores podrían unirse para
propulsar importantes mejoras en la capacidad de creación de riqueza y de bienestar a escala mundial".

Qué duda cabe de que para cualquier activista del movimiento obrero no es lo mismo un pronóstico que otro. Las
consecuencias sociales y políticas de una profunda recesión o de un largo (¡décadas!) y próspero boom serían
diametralmente opuestas. De ahí la importancia de la discusión de las perspectivas económicas.

Más allá de las comparaciones históricas —suficientes para demostrar la superficialidad e inconsistencia de los
defensores de la nueva economía— el texto entra en las contradicciones básicas e inherentes del capitalismo. Incluso
los analistas más serios de la burguesía tienden a confundir las causas con los efectos de las crisis capitalistas.
Efectivamente una crisis de confianza de los inversores podría desencadenar la recesión, también una subida
importante de los tipos de interés o la devaluación de la moneda china. Pero ¿por qué se produce la desconfianza de
los inversores? ¿Por qué un país se ve obligado a subir sus tipos de interés o devaluar su moneda? La explicación no
está ni en la psicología ni en la lógica de los movimientos producidos en la esfera de las finanzas. Con ser muy
importantes, estos factores están subordinados a una dinámica más de fondo: las contradicciones propias del modo
de producción capitalista, que conducen necesariamente a la sobreproducción y a la crisis.

El documento no niega la recuperación parcial que se está produciendo en algunos países asiáticos, sino que explica
sus limitaciones y la sitúa en su debido contexto. Dicha recuperación no cambia la perspectiva que los marxistas
trazamos hace más de dos años: una recesión económica mundial con profundas consecuencias en las mentes de los
trabajadores de todo el mundo.

El segundo de los trabajos, El nuevo desorden mundial, traza un cuadro bastante acabado de las relaciones
internacionales en el umbral del nuevo siglo desde una óptica marxista. Frente a la caricatura que dibujan los
apologetas del capitalismo en torno a las nuevas relaciones entre las naciones, basadas en la supuesta defensa de
los derechos humanos y los valores democráticos, la realidad de la sociedad capitalista contemporánea presenta un
cuadro mucho más sombrío. Si el siglo XX se despide con las guerras de Kosovo y Chechenia o el criminal embargo
económico sobre el pueblo de Irak, las contradicciones interimperialistas y la lucha despiadada por cada trozo del
mercado mundial anuncia una nueva época de conformación de bloques regionales, guerras comerciales y carrera de
armamentos. La nueva correlación de fuerzas mundial, con el surgimiento de una superpotencia como EEUU, lejos de
suavizar las contradicciones del capitalismo las agravará inevitablemente. Comprender el carácter de los cambios en
el escenario mundial es una tarea imprescindible para intervenir en los tumultuosos acontecimientos del futuro.

La revista se completa con la sección habitual de crítica de libros. En esta ocasión presentamos la próxima
publicación de nuestra fundación: el libro Lenin y Trotsky, lo que realmente defendieron, que editaremos como
punto de partida de la campaña de conmemoración de la obra y la figura de León Trotsky, en el 60º aniversario de su
asesinato. Será precisamente el pensamiento político de Trotsky el eje del próximo número de Marxismo Hoy, que se
publicará en el mes de septiembre y con el que daremos un nuevo paso en nuestro homenaje al gran revolucionario
ruso.

MARXISMO HOY Nº 7
En el filo de la navaja
Perspectivas para la economía mundial

Septiembre 1999 ..Fundación Federico Engels

En el filo de la navaja
Perspectivas para la economía mundial
Alan Woods y Ted Grant

"La asombrosa recuperación de Asia". Este es el tipo de titulares que hemos visto
en los últimos meses. Parece como si se hubieran desvanecido los efectos de los
crash bursátiles de 1997 y se buscan ansiosamente signos de recuperación en Asia
y Europa para demostrar que el mundo ha conseguido eludir la recesión. Una vez
más, los portavoces de la denominada nueva economía proclaman el triunfo del
libre mercado. Sin embargo todo este triunfalismo carece de bases científicas.
Desmarcándose de optimismos infundados, los representantes serios del capital
observan con creciente preocupación las perspectivas que se abren para la
economía mundial.

Comencemos por la recuperación asiática. Los defensores de que la crisis está superada
la exageran, sin tener en cuenta el hecho de que las dos economías decisivas de la región
se encuentran en una profunda crisis. Stratfor Weekly Analysis (6/7/99) co-menta en tono
cáustico:

"Por supuesto que Asia ha mejorado, después de todo es difícil que le pueda ir peor. Pero
en nuestra opinión se están produciendo dos fenómenos. En primer lugar asistimos a un
resurgimiento económico cíclico y regular para luego volver a bajar. Nada se mueve en
línea recta y el resurgimiento de Asia era inevitable después de la depresión general, lo
mismo ocurrió en EEUU durante la depresión de los años treinta. Sin embargo los países
claves de Asia, Japón y China, durante el último año no han conseguido resolver sus
graves problemas estructurales. Problemas estructurales que limitan gravemente las
posibilidades de formación de capital en estos países; en todo resurgimiento económico
se crea dinero que después se utiliza para aliviar los problemas de deuda a corto plazo,
sin que se cree, de ese modo, capital a largo plazo".

En otras palabras, lo que estamos viendo en Asia no es el principio de una recuperación


duradera sino simplemente una recuperación temporal en el curso de un descenso
económico. Asia todavía no ha superado la crisis. La prolongación del boom en EEUU es
lo que alarga la recuperación asiática más de lo esperado. Este factor, en exclusiva, es el
que está sosteniendo la economía mundial, y eso es lo que preocupa a los estrategas del
capital.

¿Cómo se puede explicar la recuperación parcial de algunas economías asiáticas? La


afirmación de que la economía capitalista se mueve en ciclos ininterrumpidos de booms y
recesiones no requiere un comentario especial. Incluso a la recesión más profunda
siempre le acompaña una recuperación momentánea. Por este motivo no es una sorpresa
que, tras la crisis del verano de 1997, algunas economías asiáticas estén dando muestras
de lo que puede ser una recuperación parcial. Mientras la economía norteamericana siga
creciendo y absorbiendo exportaciones, las economías asiáticas tendrán la posibilidad de
dar salida a sus excedentes de mercancías, proceso que se ve favorecido en gran medida
porque la devaluación de sus monedas abarata las exportaciones.

El otro elemento en esta ecuación es lo que el marxismo denomina la ley del desarrollo
desigual y combinado. Ya hace más de cien años que Marx y Engels explicaron que el
capitalismo se desarrollaría como un mercado mundial. El fenómeno de la globalización
demuestra brillantemente esta predicción. Pero esto no significa que las desigualdades
del capitalismo ya no existan o que los booms y recesiones se tengan que suceder de
forma simultánea en toda la economía mundial. El capitalismo no se desarrolla al mismo
ritmo y de forma sincronizada en todas partes. Al contrario, el rasgo característico del
capitalismo es la anarquía de las fuerzas productivas, fenómeno que persiste a pesar del
dominio de los grandes monopolios, de la intervención del FMI, del Banco Mundial, de los
bancos centrales y del tan cacareado fenómeno de la globalización.

Incluso en la época de la economía y las transacciones financieras informatizadas, estos


procesos requieren su tiempo para que lleguen a alcanzar al conjunto de la economía
mundial. Tuvo que pasar un año para que la devaluación de la moneda tailandesa
afectara a la economía rusa. Rusia dejó de pagar su deuda en agosto de 1998. A su vez,
la devaluación brasileña tuvo lugar año y medio después, en enero de 1999. En Asia sí
que los efectos fueron inmediatos, provocando un colapso tras otro, generando un
resurgimiento de la lucha de clases en Corea del Sur, una seria crisis política en Malasia
y, lo más importante, los inicios de una revolución en Indonesia.

Para que este proceso afecte a la economía mundial es necesario que pase un tiempo.
Los efectos de la recesión de 1929 en EEUU no alcanzaron a Europa inmediatamente. La
economía francesa, que era relativamente atrasada, entró en recesión tres o cuatro años
más tarde, cuando EEUU ya estaba saliendo de ella. Estos ritmos desiguales se pueden
observar en todas las crisis capitalistas y ésta no va a ser una excepción. El fenómeno del
desarrollo desigual y combinado también es comprendido por algunos economistas
burgueses. Stratfor afirma correctamente que no se puede hablar de Asia como si fuera
un solo ente económico homogéneo:

"El segundo fenómeno que estamos viendo en Asia es el de la diferenciación entre los
países. Ya no es razonable que en las discusiones económicas se considere a Asia como
una entidad única. Antes lo era, al menos en el sentido de que casi todos los países
asiáticos se encaminaban en la misma dirección ascendente. Hoy ni siquiera van en una
dirección única. Algunos parecen recuperarse, como es el caso de Corea del Sur. Otros
se hacen a un lado, y otros aún se encuentran en recesión. Pero lo más importante es, en
nuestra opinión, que los dos motores de Asia, Japón y China, a pesar de las últimas alzas
en sus mercados de valores y las prometedoras cifras económicas, no podrán seguir
avanzando sin una reestructuración interna importante, y no están precisamente en esta
línea. Aún padecen los desequilibrios estructurales que dieron lugar al problema desde el
principio y, dado que son la fuerza motriz de Asia, determinarán la tendencia general pese
a la existencia de divergencias en países concretos. En nuestra opinión, esa tendencia
seguirá siendo descendente. La demanda de Asia aumentará, pero no está claro que lo
haga de una forma importante o que lo haga de una forma permanente".

A pesar de todo el revuelo generado por la supuesta recuperación de Asia, la situación


real no es tan prometedora como nos quieren hacer creer los propagandistas del
mercado. La recuperación parcial de Corea del Sur y de otras economías asiáticas no
significa que vayan a reeditar la edad dorada de los tigres. La recuperación es bastante
débil en comparación con el pasado. Ni siquiera se han recuperado de la caída de la
producción de los últimos dos años. Las economías del Sudeste Asiático todavía están
funcionando muy por debajo de su capacidad. El desempleo sigue siendo alto y todavía
existen enormes cantidades de mercancías sin vender. Ni siquiera está garantizada una
débil recuperación. Una caída en EEUU o quizás una devaluación de la moneda china
provocaría en toda la zona un desorden incluso más profundo.

Aunque durante la primera mitad de este año ha habido crecimiento en Corea del Sur,
Tailandia y Malasia (incluso relativamente en Indonesia), las dos principales economías
de Asia —Japón y China— permanecen enmarañadas en contradicciones insolubles. Sin
un auge duradero y serio en estas economías, el futuro de Asia permanecerá envuelto en
la incertidumbre y sujeto a cada nueva vicisitud de la economía mundial, en especial la de
EEUU, que es lo único que mantiene la recuperación actual. Y no puede mantenerla
mucho tiempo.

Una crisis de sobreproducción


La crisis en Asia es una crisis clásica de sobreproducción. The Economist (20/2/99)
publicó un artículo que razonaba lo siguiente:

"Debido a la enorme sobreinversión, en especial en Asia, el mundo está inundado de un


exceso de chips de ordenador, acero, coches, prendas textiles, barcos y productos
químicos. La industria automovilística, por ejemplo, ya tiene al menos el 30% de su
capacidad productiva mundial infrautilizada, y a pesar de ello se siguen abriendo nuevas
fábricas de coches en Asia".

Los comentaristas burgueses más serios sí intuyen las inciertas perspectivas de Asia. The
Economist (21/8/99) también comenta:

"Los riesgos obvios de esta recuperación provienen de fuera del Sudeste Asiático. La
agitación de la economía japonesa ayudó a proporcionar cierta demanda para todos,
desde el sector de la electrónica hasta los servicios turísticos pasando por la industria
maderera, y un cambio de rumbo traería malas noticias. Si China —que en medio de la
caída general ha seguido creciendo— entrara en una crisis, acompañada por una
profunda devaluación de su moneda, el yuan, la confianza en la región sufriría un golpe.
Si la economía norteamericana fallara —en especial su demanda de electrónica—,
también supondría un duro golpe. Y aún restan los estragos económicos que ocasionaría
un colapso de Wall Street".

Esta perspectiva pesimista la comparten otros estrategas del capital. En su informe del
tercer trimestre (26/7/99), Stratfor diagnostica lo siguiente:

"(...) Digámoslo de otro modo, la crisis asiática ha terminado, en el sentido de que ya no


es una crisis, sino una enfermedad a largo plazo e incurable. (...) En algunos países hay
una recuperación, pero no en Asia en su conjunto. En nuestra opinión los problemas
continúan en las dos economías más grandes de Asia —Japón y China—, que se dirigen
hacia depresiones más profundas e irrecuperables".
Estas son las opiniones de los analistas capitalistas más previsores sobre las perspectivas
para Asia.

China en crisis
El hecho de que China continúe creciendo a un ritmo rápido (8%) se considera un signo
positivo, pero en realidad es un serio problema. Una gran parte de las mercancías
producidas por la industria china no se pueden vender, ni dentro de China ni en el resto de
Asia. En China hay ahora una enorme sobreproducción, como demuestra que se hayan
impuesto topes a la producción de una serie de mercancías destinadas al consumo, una
vez que los subsidios a la exportación han sido incapaces de detener la caída de los
precios.

La prohibición, que comenzó el 1 de septiembre, incluye toda una gama de productos:


vídeos, reproductores de discos compactos, microondas, refrigeradores, acondicionadores
de aire, incluso bicicletas, pasta de dientes, bolsas de plástico, dulces, sal, zumo de
manzana y licor. Además se ha impuesto un embargo a la construcción de apartamentos
de lujo, hoteles, tiendas y edificios de oficinas. Stratfor comenta: "El descenso de la
demanda se extiende al suelo urbano; también en este mercado China se enfrenta a la
superabundancia. Según Associated Press, en la ciudad costera de Shanghai el 70% de
las oficinas están vacías. El boom que llenó el cielo de Shanghai de rascacielos y grúas
ha colapsado y, si Shanghai no es capaz de atraer a hombres de negocios, es de suponer
que el interior de China esté inmerso en una recesión en toda regla".

"El mercado doméstico chino está estancado, con ciudadanos preocupados por el
aumento del desempleo escondiendo su dinero debajo del colchón en lugar de gastarlo.
Con un mercado hastiado, los productores chinos están ajustando los precios, y de esta
forma amenazan con hacer realidad el temor al desempleo. Pekín ya ha intentado reducir
la espiral deflacionaria, imponiendo precios mínimos para algunos productos".

"China sufre una crisis de sobreproducción y subconsumo. La confianza de los


consumidores se ha derrumbado, y con ella la demanda doméstica. Mientras tanto,
a pesar de generosos subsidios a las exportaciones, China es incapaz de exportar
como salida a la crisis"(el énfasis es nuestro).

La conclusión es ineludible. Golpeada por una profunda depresión y un colapso de la


demanda doméstica, China probablemente se verá obligada a recurrir a la devaluación, lo
que originaría una nueva oleada de devaluaciones competitivas en Asia que haría añicos
la débil recuperación actual y afectaría a toda la economía mundial.

Tampoco está nada claro que una devaluación del yuan pueda resolver los problemas de
China. Pekín se ha resistido hasta el momento a devaluar por el efecto que tendría en la
deuda externa china y en el dólar de Hong-Kong. Durante los últimos dos meses han
mejorado algo las exportaciones, y tratarán de mantener alejado al demonio tanto tiempo
como puedan. Pero la medida será inevitable tarde o temprano. La disputa comercial
entre China y EEUU cada vez es más amarga. La mayoría republicana en el Congreso
norteamericano, desde siempre inclinada al aislacionismo, está decidida a bloquear la
entrada de China en la OMC (Organización Mundial del Comercio). Las tendencias
proteccionistas inevitablemente crecerán ante la llegada de una recesión, o incluso ante
una caída de la economía de EEUU. En este clima, las devaluaciones competitivas se
pondrán al orden del día.

Sobre el futuro del capitalismo en China pende un gran dilema. A diferencia de lo ocurrido
en Rusia, la burocracia china mantiene firmemente el poder en sus manos. Aterrorizados
por una explosión revolucionaria de los trabajadores y campesinos, es totalmente posible
que la burocracia regrese a una política de propiedad estatal y planificación centralizada.
Los capitalistas extranjeros están perdiendo la fe en el milagro chino. Por primera vez en
veinte años, se ha reducido la inversión extranjera, aunque en términos absolutos sigue
siendo alta: 45.000 millones de dólares en 1998 y 30.000 en 1999. Pero el tamaño de la
economía china hace que estas sumas sean insuficientes para resolver los problemas
fundamentales. Las autoridades son conscientes del potencial existente para el aumento
del malestar social y el surgimiento de procesos revolucionarios. Sufren enormes
presiones para que cierren las industrias propiedad del Estado, pero no lo hacen por
temor a las consecuencias que tendría entre las masas un aumento del desempleo que
afectaría a millones de trabajadores y que el sector privado no se encuentra en posición
de absorber. En caso de una recesión seria del capitalismo mundial, este proceso se
aceleraría enormemente. Stratfor, correctamente, plantea:

"A China se le están acabando las opciones. Si la devaluación no funciona, todavía


pueden imponer controles monetarios internos —una opción potencialmente catastrófica
para las empresas extranjeras registradas en China, que utilizan bancos chinos y
comercian con el yuan—. Y si imponen un mayor control estatal, existe la posibilidad de
sanciones. China ha declarado la guerra a la corrupción, persiguiendo 244.000 "crímenes
económicos" en la primera mitad de 1999, un 28,6% más que en la primera mitad de
1998. El intento gradual de Pekín de hacer una reforma económica sin disturbios sociales
ha fracasado. Ahora llega el crash y con ello el intento de regresar al control central".

Japón: la recesión continúa


El colapso del modelo japonés en sí mismo representa un punto de inflexión importante.
Durante casi todo el período de la posguerra, Japón actuó como una de las principales
fuerzas motrices de la economía mundial. Ahora Japón lleva una década en crisis,
hundido en una crisis deflacionaria; es el primer país capitalista desarrollado que
experimenta este fenómeno desde los años 30, un serio aviso para todos los demás.
Durante los últimos tres años, el Índice de Precios al Consumo (IPC) japonés sólo fue del
0’% anual. Esto no refleja un crecimiento de la productividad, sino una demanda débil y un
exceso de capacidad (sobreproducción). La situación con relación a los precios de fábrica
es aún más dramática. Durante los últimos nueve años han caído. Los salarios medios en
el sector manufacturero, hasta el mes de julio de 1999, han caído un 2’3%.

Los economistas burgueses han elaborado un sistema para medir el rendimiento


económico de un país. Comparando su crecimiento económico real con un índice de
crecimiento hipotético, basado en esa misma economía pero a pleno rendimiento, se halla
el diferencial de producción. A pesar de la arbitrariedad implícita en este método, puede
dar una idea aproximada de los problemas a los que se enfrenta Japón. La brecha de
producción de Japón es ahora del 8%, una cifra considerable, más grande que la de
cualquier otro país capitalista desarrollado desde los años 30. La economía más grande
de Asia está tocada por la recesión, y en este estado cualquier sobresalto serio la
empujará más allá del borde del precipicio. Japón entraría en una profunda recesión,
caracterizada, como en los años 30, por una caída de la demanda, un descenso de los
precios y una reducción de los préstamos bancarios, provocando el agotamiento de la
inversión productiva, el declive y el estancamiento económico general.

De particular preocupación para el resto del mundo —y para EEUU especialmente— es la


amenaza de un colapso del sistema financiero japonés. Si tenemos en cuenta que Japón
es el mayor prestamista del mundo, la retirada de los préstamos podría precipitar un
colapso general del sistema financiero mundial, con unos efectos catastróficos. La
extrema dependencia que la economía mundial tiene de EEUU crea un desequilibrio que
amenaza con desestabilizar a todos los países. Precisamente porque la clase dominante
norteamericana es consciente de que no puede mantener esta situación indefinidamente,
Washington está presionando a Japón para que inyecte liquidez, para que su economía
pueda absorber más exportaciones asiáticas. Las repetidas inyecciones de capital público
el billón de dólares en los últimos seis años— han convertido a Japón en uno de los
países más endeudados del planeta. Y a pesar de las ingentes cantidades de dinero que
el gobierno ha vertido en la economía, todavía permanece en recesión:

"Las cifras de Japón demuestran que su economía se ha vuelto a contraer en el último


trimestre, acabando con lo que parecía una recuperación. Como ya hemos dicho, Japón
ha estado experimentando un rebrote a medio plazo dentro de un declive a largo plazo. El
problema esencial es la baja tasa de retorno del capital. En otras palabras, sus beneficios
son demasiado bajos para capitalizar completamente su economía; no es capaz de atraer
inversión extranjera ni tiene los medios estructurales para integrar la inversión a gran
escala. La única salida a este dilema sería una reestructuración de la agonizante
economía japonesa, incluyendo bancarrotas masivas, desempleo y miseria. Sus
efectos durarían toda una generación" (Stratfor, el subrayado es nuestro).

Esta es la perspectiva para el país que fue la fuerza motriz del capitalismo mundial, el más
poderoso. La nación más exitosa y próspera de Asia se enfrenta a un futuro de
"bancarrotas, desempleo y miseria" que duraría ¡toda una generación! Teniendo en
cuenta la fuerza colosal del proletariado japonés, estamos ante una receta acabada para
acontecimientos revolucionarios en Japón en el próximo período.

Están presionando mucho a Japón para que reflote su economía a toda costa. El motivo
es que los norteamericanos son conscientes de que el conjunto de la economía mundial
depende ahora exclusivamente de ellos, una situación insostenible. Les gustaría que
Japón liberara una parte del lastre y absorbiera parte del exceso de productos que
actualmente está anegando los mercados asiáticos. Pero es más fácil dar un consejo que
llevarlo a la práctica. Durante los últimos años, Japón ha gastado aproximadamente un
billón de dólares en el vano intento de estimular su economía. Prácticamente el único
efecto que han tenido es endeudarse aún más. Esta situación no puede durar
indefinidamente. La existencia de enormes deudas creará una barrera objetiva para una
nueva expansión del gasto público y del crédito. En cualquier caso, las medidas tomadas
ya han evidenciado su fracaso al no obtener los resultados esperados. El destino de
Japón debería ser un sombrío aviso para aquellos reformistas de izquierda que creen
posible encontrar una salida a la crisis capitalista regresando a las desacreditadas teorías
del keynesianismo.

A pesar de la inyección de ingentes cantidades de dinero público, la economía japonesa


aún está en una situación muy frágil. En los primeros siete meses de 1999 —a pesar de
que los tipos de interés nominales en Japón están próximos a cero—, los préstamos
bancarios han caído un 6’5%. La razón para esta aparente paradoja es muy simple: los
bancos y empresas japoneses se encuentran ya muy endeudados, ¿para qué pedir
prestado más dinero en esta situación? Es más, si las empresas japonesas invierten
nuevas sumas de dinero en expandir la capacidad productiva, ¿dónde venderán sus
mercancías? El 40% de las exportaciones japonesas se destinan a Asia, un mercado
hundido. Sin una recuperación seria a la vista, no tiene sentido pedir a los capitalistas
japoneses que incrementen la producción.

Algunos economistas esperan que las ingentes sumas de inversión pública ayudarán a
Japón a salir de la recesión. Dicen que la economía japonesa este año ha registrado algo
de crecimiento. Pero estamos hablando de una cifra de sólo un 1’5% en una economía
que en el pasado experimentaba tasas de crecimiento del 10% o más. Es una cifra
miserable. En términos relativos, el 1’5% de crecimiento significa que el PIB japonés es
más bajo que en 1997. La recuperación actual es débil y no presagia un nuevo auge; se
trata de una recuperación temporal —que puede durar unos meses— previa a otra nueva
caída.

Amén de su carácter temporal, este crecimiento tiene una base completamente artificial: el
gasto y el endeudamiento públicos. Esta situación no puede continuar indefinidamente.
Existen razones objetivas para que Japón no pueda resolver fácilmente sus dificultades
económicas. La reducida tasa de retorno del capital y el colapso de su principal mercado
—Asia— convierten en poco probable una recuperación seria de la economía japonesa en
un futuro próximo. Al contrario, lo más probable es que se contraiga no sólo en términos
relativos, sino también en términos reales. El cuadro general es de una espiral
descendente, aunque sin seguir una línea recta. Dentro del cuadro general descendente,
se pueden producir recuperaciones temporales como la actual. Esto es bastante normal e
inherente a la naturaleza de los ciclos capitalistas. En sí misma una mala situación
económica puede ofrecer oportunidades de compra-venta para los consumidores y los
empresarios, debido a que la contracción de la demanda origina una caída de los precios.

"La realidad es que la demanda espera nuevos declives, una vez llega a un punto bajo, se
crean rebrotes temporales en la actividad económica. Estos rebrotes no pueden
sostenerse porque aumentan la utilización de las empresas ya extremadamente
ineficaces. Esto reduce la tasa agregada de retorno del capital, frenando la demanda
efectiva. La tendencia principal se reanuda".

"Más sencillo: en Japón existe demanda real pero ésta espera hasta que los precios
alcancen su punto más bajo. Japón se está convirtiendo en una economía donde las
actividades carroñeras constituyen el motor principal del crecimiento. Cuando el carroñero
se encuentra satisfecho, la economía regresa a su tendencia principal: la contracción. Eso
es lo que está ocurriendo ahora en Japón. El rebrote cíclico se supera y la tendencia
principal hacia la contracción se reanuda. No existe una perspectiva inmediata para un
cambio en esta situación" (Stratfor).

¿Existe salida para este impasse? Stratfor sopesa las opciones que tiene el capitalismo
japonés y llega a conclusiones interesantes:

"Si la depresión es una opción inaceptable, entonces Japón se encuentra sin una política
viable. Debe mantener los tipos de interés cercanos al cero. Si sube los tipos, necesario
para inducir la formación de capital y la inversión extranjera, desencadenaría una oleada
de bancarrotas mientras aumenta el valor del yen. De esta manera, reduciría las
exportaciones, reduciendo el flujo de dinero efectivo y desestabilizando la industria
bancaria una vez más. Si mantiene los tipos de interés bajos, entonces desalentaría la
formación de capital y estimularía las ineficacias en la economía".

Es bastante divertido seguir los vaivenes y giros de los economistas burgueses en esta
situación. La amenaza de una profunda recesión a escala mundial les ha llevado a realizar
todo tipo de acrobacias y saltos mortales, abandonando las posturas que ayer defendían
apasionadamente, a favor de otras nuevas. Paul Krugman, un destacado economista,
exige a los japoneses expandir su economía mediante la impresión de papel moneda.
"Japón necesita una política monetaria irresponsable". Como "el joven que desafía el
vuelo del trapecio". Estos "expertos" vuelan por el aire con gran facilidad, en un esfuerzo
frenético de encontrar una salida al impasse. En la antigüedad, la Iglesia Católica Romana
solía decir que "todos los caminos conducen a Roma". Ahora los economistas burgueses
podrían sacar la conclusión de que todos los caminos conducen a la ruina.

No se puede descartar que el colapso económico pueda iniciarse en Japón y no en


EEUU. Concretamente con un colapso del sistema bancario, que sacudiría el mundo
hasta sus cimientos.

EEUU: la clave de la economía mundial


La clave de la economía mundial sigue siendo EEUU. Ahora mismo, el resto del mundo
depende totalmente del gigante trasatlántico. El boom en este país ha durado un período
récord de ocho años y, desafiando todas las predicciones, parece que continúa. En la
actualidad se vive un importante boom del consumo, pleno empleo y un auge del mercado
de valores. Estos son precisamente el tipo de síntomas que se ven en el punto álgido de
un boom. ¿Invalida todo esto el análisis marxista?

En todos los booms de la historia se crea la ilusión de haber descubierto la fórmula


mágica que pondrá fin a los ciclos de boom/recesión para siempre, fenómeno que se
observa una vez más en los defensores de la llamada nueva economía. Aseguran que el
actual ciclo económico tiene un carácter totalmente diferente a los del pasado.
Fenómenos como la globalización y la tecnología de la información habrían transformado
la economía de tal forma que las recesiones serían cosa del pasado. La combinación de
un alto crecimiento, debido a la elevada productividad, con una inflación baja, elevados
beneficios, casi pleno empleo y un boom bursátil, proporcionará —afirman— la receta
mágica que creará un ciclo virtuoso de crecimiento sin fin.

Es verdad que el actual ciclo es muy largo para los niveles de la posguerra, pero hay que
tener claro que históricamente el ciclo capitalista siempre ha sido elástico. En tiempos de
Marx duraba aproximadamente diez años, así que en primer lugar no es verdad que el
boom actual no tenga precedentes históricos. En segundo lugar, referirse a ocho años de
expansión es algo engañoso, porque el boom actual tuvo unos comienzos muy pobres. Al
principio, como apuntamos en su momento, en EEUU no había casi inversión productiva,
ésta sólo repuntó significativamente durante los últimos cuatro o cinco años
(fundamentalmente desde 1995), y se limitó fundamentalmente a un sector del proceso
productivo, la tecnología de la información (TI). Se ha hablado mucho de esta tecnología.
Es verdad que a largo plazo tiene unas connotaciones muy importantes, sobre todo para
la planificación de una futura economía socialista. Pero hasta el momento no hay motivos
especiales para atribuirle cualidades cuasi milagrosas o revolucionarias.

En cada ciclo siempre hay inventos que dotan a la economía de nuevos campos de
inversión. Ya en las páginas del Manifiesto Comunista, Marx y Engels explicaron que el
sistema capitalista sólo puede existir revolucionando constantemente los medios de
producción. Este ciclo no se salta la regla, pero la excesiva importancia que se da a la
tecnología de la información merece someterla a un examen detallado. No se puede
sostener seriamente que el impacto de esta tecnología sea más revolucionario que el de
la máquina de vapor en la revolución industrial, el de los ferrocarriles a finales del siglo
XIX o el de otros inventos, como el barco de vapor, el telégrafo, el teléfono, la radio, la
electricidad, el motor de combustión interna, la producción en cadena, la electrónica, la
química, los plásticos, los aviones, la televisión y muchos otros. El impacto de
prácticamente todos estos inventos fue mucho mayor que el de la tecnología de la
información. La realidad es que, a pesar de todas las propiedades que se le atribuyen, no
hay una prueba real que demuestre que haya tenido un gran efecto en el conjunto de la
economía norteamericana.

En términos cuantitativos la cantidad de dinero invertido en la tecnología de la información


no se puede comparar con lo que se invirtió en los ferrocarriles en EEUU en las últimas
décadas del siglo XIX. Tampoco se puede comparar el papel desempeñado como fuerza
motora de la economía norteamericana. Miremos las cifras. La inversión empresarial ha
aumentado considerablemente en EEUU en los últimos seis años, del 13% del PIB al
18%, pero ha estado confinada a una franja muy estrecha de la economía
norteamericana, es decir, a la tecnología de la información, o para ser más exactos, a la
fabricación de ordenadores. Para poner las cosas en su contexto, este sector no supone
más del 1% de la producción manufacturera norteamericana.

No hay duda del enorme potencial de la nueva tecnología. Con ella sería más fácil
planificar la producción, reduciría los inventarios, reduciría los plazos de entrega, la
naturaleza de la distribución sufriría una transformación, se producirían todo tipo de
innovaciones en la producción y haría más fácil para todos el acceso a la información.
Esto tiene profundas implicaciones para el futuro de la sociedad, y no sólo en el terreno de
la producción. Pero aquí nos limitaremos al uso actual de la TI dentro de los estrechos
confines de la economía de mercado, regida por el afán de lucro. En principio la nueva
tecnología aumenta la flexibilidad de los bienes de capital y hace más productiva la
inversión de capital, lo que estimula más la inversión y la sustitución de trabajo (escaso,
caro) por capital. Sin embargo en la vida real las cosas no son tan sencillas. Henry Ford
dijo una vez: "No estoy en los negocios para hacer coches, sino dinero". El objetivo de los
propietarios de la industria moderna no es diferente. Como explica Marx, los primeros
capitalistas que entran en un nuevo campo de inversión consiguen enormes beneficios.
Bill Gates, ahora el hombre más rico del planeta, es un buen ejemplo de esto. Pero con la
entrada de más capitalistas, se desencadena una lucha encarnizada por los beneficios y
muy pronto la media de los beneficios obtenidos se equilibra. Esta es la etapa en la que
se encuentra hoy EEUU, donde los fabulosos beneficios conseguidos al principio en la TI
han dado paso al estancamiento e incluso al declive.

Marx explicó la ley fundamental de la economía capitalista: los beneficios del capitalista
son el trabajo no remunerado de la clase obrera. Por esta misma razón, la sustitución de
trabajo humano por maquinaria (aunque es progresista y necesario) con el tiempo hace
surgir una contradicción, ya que el capitalista no puede obtener ni una peseta de plusvalía
de la maquinaria. Sólo el trabajo humano tiene la propiedad de producir un nuevo valor.
Por esta razón, la introducción de maquinaria y el consiguiente ahorro de fuerza de trabajo
—que lógicamente en una sociedad socialista conllevaría una reducción de la jornada
laboral, condición previa para la genuina emancipación de los seres humanos de la
esclavitud del trabajo asalariado—, en la práctica, siempre conduce a un incremento de la
explotación y específicamente a un aumento de las horas trabajadas (plusvalía absoluta)
o de la intensidad del trabajo (plusvalía relativa), o a ambas.

Es verdad que la nueva tecnología ha producido un notable aumento de la productividad


en el sector en cuestión. ¡Difícilmente podría ser de otra manera! El principal objetivo de
toda nueva tecnología es aumentar la productividad, ahorrando tiempos. Si no fuera así,
no se invertiría en ella. En la década pasada, el valor añadido por trabajador en el sector
de la tecnología de la información creció una media anual del 10’4%: un aumento
ciertamente considerable. Pero lo que aún está por demostrar es que haya tenido el
efecto de estimular la productividad del conjunto de la economía norteamericana.
Las estadísticas muestran la tendencia contraria: si se considera la economía
norteamericana en su conjunto, durante el último período no hubo una mejora de la
productividad. En los años 90, la inversión en ordenadores en EEUU aumentó catorce
veces, y es difícil un nuevo aumento de la inversión. El boom en la TI ha sido la
excepción, no la regla. Este hecho revela por sí solo hasta qué punto el crecimiento de
EEUU depende de un solo sector, situándolo en la siguiente disyuntiva: o se mantiene o
se hunde con él.

Robert Gordon, profesor de economía de la Universidad de Northwes-tern, dice lo


siguiente:

"El rendimiento de la productividad en el sector manufacturero de EEUU desde 1995 más


que admirable ha resultado pésimo. Si comparamos el período 1995-99 con 1972-92, no
sólo se ha desacelerado el crecimiento de la productividad en la manufactura no duradera,
sino que el crecimiento de la productividad en la manufactura duradera, aparte de los
ordenadores, se ha desacelerado aún más" (The Econo-mist, 24/9/99).

Los defensores de la nueva economía dicen que los logros de la productividad


representan una "tendencia regular" en la economía norteamericana. De hecho, parece
que el crecimiento de la productividad ahora ha alcanzado sus límites. Esto se puede
comprobar en las cifras más recientes. Después de un gran aumento durante el primer
trimestre de 1999 (3,6 %), en el segundo trimestre se redujo a un escaso 0,6%, lo que
demuestra lo trivial que resulta afirmar que la productividad podría aumentar
indefinidamente. La realidad es que esta afirmación carece de cualquier base empírica.

En cada boom vemos el mismo entusiasmo irracional en aquellos que van a la caza del
beneficio, que para la mayoría de la sociedad no pasa de una mera ilusión. En un
momento determinado, la sobreinversión conduce a la sobreproducción. Como explica
Marx:

"La razón última de las crisis siempre subyace en la pobreza y en el consumo restringido
de las masas, que se opone a la tendencia de la producción capitalista de desarrollar las
fuerzas productivas como si su límite fuera el poder de consumo absoluto de la sociedad"
(El Capital, vol. 3).

Asia, ya alcanzada esta etapa, está afligida por la sobreproducción general de


mercancías, lo que a su vez conduce a una caída general de los precios, y no sólo en
Asia. El colapso del mercado asiático y la oleada de mercancías baratas que inunda los
mercados mundiales (en particular EEUU) presiona aún más sobre los precios
estadounidenses, donde el mercado cada vez está más atestado. Precisamente en este
momento del ciclo es cuando comienzan a manifestarse las contradicciones del sistema
de producción capitalista. La nueva tecnología no puede eliminar esas contradicciones.

Los límites de la acumulación capitalista


A pesar de parecer lo contrario, las antiguas leyes ineludibles siguen manifestándose con
firmeza en los cimientos del sistema. Según se acumula el capital, aumenta la proporción
de capital constante frente al variable. Este aumento se debe a un cambio en la
composición del capital. En términos absolutos, el capital variable podría aumentar
(empleando más trabajadores), pero la proporción de trabajo vivo con relación al capital
constante se reduciría. El incremento de la productividad del trabajo va acompañado por
un declive de la parte del capital variable (salarios) y, aunque los salarios nominales y
reales pueden subir, la tasa de explotación se incrementa.

La frenética carrera por la caza del beneficio inevitablemente conduce a la


sobreproducción. Ésta aparece siempre en la cima del boom, precediendo al colapso. Las
empresas tratan de deshacerse de sus existencias sin vender. Se produce un combate
frenético para reducir los precios, mediante el descuento e incluso vendiendo a precios
inferiores al coste de producción (dumping). Al mismo tiempo, la competencia hace que la
producción siga expandiéndose, lo que agrava aún más el problema de la
sobreproducción. Este es el caso particular de la nueva tecnología, que depende de la
rápida producción de nuevos modelos, ordenadores más modernos, etc. Pero en una
situación en la que muchas familias ya poseen un ordenador, este proceso con el tiempo
alcanza un límite. Los beneficios obtenidos por la modernización de los ordenadores ya
existentes no justifican los elevados costes de investigación y desarrollo, las nuevas
fábricas, etc.

Ya hay síntomas de que nos estamos aproximando a esta fase del ciclo. En EEUU hay
una infrautilización de la capacidad productiva. No se pueden subir los precios, por los
enormes stocks de productos baratos en Asia y la competencia entre los propios
productores norteamericanos. Por otro lado, con casi pleno empleo e incluso escasez de
mano de obra en algunos sectores, los salarios tienden a aumentar. En los últimos meses,
el precio del petróleo y otras materias primas ha comenzado a recuperarse. Por
añadidura, la fortaleza del dólar, que ayudó en su momento a mantener los precios bajos,
ha comenzado a vacilar. Los márgenes de beneficio están en constante ataque. En este
contexto, la posible subida de los tipos de interés amenaza con asestar el golpe de gracia
que pinchará el boom y llevará a un hundimiento de la inversión.

Lejos de favorecer, la tecnología y las técnicas de producción nuevas podrían agravar el


problema de la sobreproducción. Los grandes productores de ordenadores confían
profundamente en una rápida facturación. Como cada productor está ocupado en una
lucha feroz por la cuota de mercado, constantemente están expandiendo la oferta
potencial, un proceso que a la larga producirá superabundancia de ordenadores en el
mercado y una caída de precios. En la práctica ya se puede ver este proceso, que en un
momento dado se expresará en una caída de los beneficios. Por otro lado, los nuevos
métodos de producción, como el just in time, que intentan igualar la producción y las
ventas a través del control de inventarios, han fracasado. En teoría, este método evita la
formación de stocks que más tarde conducen a reducir la producción. En la práctica no
funciona. Generalmente el nivel de stocks que una empresa mantiene es muy bajo, pero
es un factor muy volátil. Los vaivenes en la formación de stocks fueron uno de los
principales factores de la recesión de 1990-92 tanto en Gran Bretaña como en EEUU
(donde supusieron tres quintas partes de la caída del PIB). En una economía socialista
planificada sería posible asegurar el equilibrio entre la oferta y la demanda, evitando así el
despilfarro y las destructivas crisis de sobreproducción. Bajo la anárquica producción
capitalista, estas crisis son una condición necesaria e inevitable de su existencia, a pesar
de la nueva economía.
La tasa de beneficios
Por más que los teóricos de la nueva economía insistan en lo contrario, no hay nada
milagroso ni especial en la tecnología de la información. Por supuesto que es un avance
maravilloso para el conocimiento y la técnica humana, plagado de enormes posibilidades
para una futura economía socialista planificada mundial. Pero para el sistema capitalista
es sólo un campo más de inversión con el que acumular riqueza con mayor rapidez. De
hecho, algunos se han hecho de oro. Como siempre, los primeros capitalistas que entran
en un nuevo sector de inversión pueden conseguir enormes beneficios por encima de la
tasa media, al menos por un tiempo. Pero después llegan los demás; todos acumulan,
invierten, construyen nuevas plantas, producen y venden, hasta que los precios
comienzan a caer y la tasa media de beneficios baja a un nivel más normal.

Los beneficios de los capitalistas sólo pueden venir del trabajo no pagado a los
trabajadores. El aumento de la composición orgánica de capital conduce inevitablemente
a la caída de la tasa de beneficios. Esta tendencia también la observan muchos
economistas burgueses, pero son incapaces de explicarla. Marx fue el único que
proporcionó una explicación científica de este fenómeno, aunque también explicó que esta
ley no era absoluta, sino sólo una tendencia que se manifestaba a largo plazo. Podrían
darse períodos enteros en los que no se observara esta tendencia, por la existencia de
factores que la contrarrestasen. Además, los capitalistas pueden soportar una caída de la
tasa de beneficios siempre y cuando se mantenga el volumen de los mismos. Pero en un
momento dado también el volumen comienza a caer, y en este punto es donde se
produce una caída de la inversión y empieza una recesión.

La cuestión por lo tanto no es por qué el capitalismo sufre crisis, sino por qué el sistema
capitalista no está siempre en crisis. Toda la historia del capitalismo es la historia de sus
intentos por superar sus contradicciones fundamentales. Como explicó Marx, el
capitalismo es capaz de resolver sus contradicciones a corto plazo "pero sólo a costa de
reproducirlas más tarde a una escala mayor y más explosiva". Este comentario es muy
significativo en la situación actual del capitalismo mundial.

En el tercer volumen de El Capital, Marx analiza detenidamente las distintas medidas con
las que los capitalistas contrarrestan la tendencia a la caída de la tasa de beneficios: a)
abaratando las mercancías, b) aumentando la explotación de la fuerza de trabajo (a través
de las plusvalías absoluta y relativa), c) incrementando el volumen de negocios, d)
mediante el comercio mundial (en especial con los países coloniales). Todos estos
factores han estado presentes en el actual boom. Las nuevas tecnologías han abaratado
los elementos de producción (por ejemplo, los ordenadores); los ritmos de producción se
han acelerado con una implacable presión sobre los trabajadores; la jornada laboral se ha
prolongado casi sin límite, a lo que ayudan las nuevas tecnologías: teléfonos móviles,
busca-personas, ordenadores portátiles, etc. permiten al jefe esclavizar totalmente a los
trabajadores (incluidos los de cuello blanco) y mantenerlos a disposición de la empresa 24
horas al día; el volumen de negocios ha aumentado; la explotación del mercado mundial
("globalización") permite un enorme aumento en la producción y las ventas; el comercio
con los países subdesarrollados permite a los países capitalistas avanzados intercambiar
menos trabajo por más.

El abaratamiento de los medios de producción


Consideremos primero el abaratamiento de los medios de producción, que está
relacionado con la productividad del trabajo. Un número relativamente pequeño de
trabajadores produce una cantidad mayor de mercancías. Esto es válido incluso cuando el
número de trabajadores aumenta en términos absolutos. Tomemos un ejemplo concreto.
NAISTAR, en Indiana, una de las diez principales empresas manufactureras de EEUU,
fabrica motores. Desde 1995 invirtió 285 millones de dólares en nuevo equipamiento,
basado en ordenadores, para una de sus plantas. Los resultados fueron los siguientes: en
1994, 900 trabajadores fabricaban 175 motores al día. En 1999, 1.900 trabajadores
fabricaban 1.400 motores al día. Es decir, la fuerza laboral se dobló, pero la
producción se multiplicó por ocho.

El aumento de la productividad se consiguió en parte —y sólo en parte— con el uso de la


nueva tecnología. La maquinaria se desgasta con el uso (o desuso), pero también se
produce el fenómeno que Marx denominó depreciación moral, es decir, obsolescencia. En
condiciones modernas, la maquinaria se vuelve obsoleta incluso más rápidamente que en
el pasado. Dadas las ingentes cantidades de dinero invertidas, los capitalistas deben
asegurarse de que las máquinas serán amortizadas totalmente, para así recuperar su
inversión y conseguir beneficios. Las fórmulas para ello no han variado sustancialmente
desde los días de Carlos Marx: la extensión de la jornada laboral y una presión
despiadada sobre los trabajadores para que trabajen más duro, para tensar cada nervio y
músculo. De esta forma pueden conseguir beneficios, al menos inicialmente.

La esencia de la productividad es economizar el tiempo de trabajo —conseguir una


reducción del tiempo necesario para producir una mercancía—. Pero el aumento de la
productividad conduce a nuevas contradicciones. Marx explica lo siguiente:

"La productividad de la maquinaria es inversamente proporcional al valor transferido por


ella al producto. Cuanto más larga es la vida de la máquina, mayor la masa de productos
a los que se transmitirá el valor desplegado por la máquina, y menor la proporción del
valor añadido a cada mercancía individual" (El Capital, vol. 1).

El nuevo valor no lo puede añadir la maquinaria (capital constante), sino el trabajo de la


clase obrera (capital variable). La nueva maquinaria abarata el precio de las mercancías
porque reduce el trabajo vivo. Si la productividad aumenta, es decir, si se necesita una
cantidad menor de trabajo para producir una mercancía individual, ésta también incluirá
una cantidad menor de valor. Por tanto, su precio disminuirá. Este fenómeno se puede
observar en cada ciclo capitalista, y el actual no es una excepción. A propósito, el
abaratamiento del precio de las mercancías también tiene el efecto de controlar los
salarios, ya que el trabajador necesita para reproducirse un salario menor.

La continua caída del precio de los circuitos integrados, por poner un ejemplo, ha hecho
que los teléfonos móviles pasen de 1.000 a 350 dólares en los últimos cuatro años. Se
pueden citar más ejemplos similares. The Financial Times (1/9/99) decía: "En 1996 y
1997, los últimos años de los que se disponen datos, los precios de las industrias
productoras de TI cayeron una media del 0’7%, por debajo de la inflación en EEUU,
contribuyendo a la notable capacidad de la economía norteamericana para controlar la
inflación en un período histórico de bajo desempleo". Esto tiene importantes implicaciones
para la economía en su conjunto. Para los trabajadores, como consumidores, significa que
toda una serie de mercancías que con anterioridad eran inaccesibles, debido a sus
elevados precios, ahora se han convertido en asequibles y comunes. Esto beneficia a los
capitalistas en dos sentidos. En primer lugar, se amplía considerablemente el mercado
para sus productos. En segundo lugar, el abaratamiento de las mercancías también
contribuye al abaratamiento de la más preciosa de todas ellas: la fuerza laboral. Los
salarios reales aumentan hasta el nivel que caen los precios, creándose la ilusión de que
los trabajadores están mejor de lo que en realidad están. Todo esto a su vez tiende a
contrarrestar la tendencia a la caída de la tasa de beneficios.

Al mismo tiempo, los capitalistas estimulan sus márgenes de beneficio a través del
aumento de las plusvalías absoluta y relativa. Uno de las contradicciones más notorias en
el período actual es que la aplicación de nueva tecnología, que debería significar la
reducción del tiempo de trabajo, ha supuesto precisamente lo contrario. Un científico
expresaba recientemente este fenómeno en términos gráficos: "No ha existido otro
momento en la historia en que se pueda ahorrar tantos recursos, aunque no sea el caso".
Los trabajadores trabajan hasta la muerte, no sólo en las fábricas sino también en las
oficinas, hospitales y aulas. Se ha eliminado todo el atractivo que podía tener el trabajo y
en todas partes se está transformando en un acto monótono. Bajo el capitalismo, en
palabras de Marx, la introducción de nueva tecnología se convierte en una receta para la
"prolongación de la jornada laboral más allá de los límites establecidos por la naturaleza
humana". Durante el último período, en todos los países capitalistas, especialmente
Estados Unidos, se ha prolongado la jornada laboral a través de horas extras obligatorias,
trabajo en fines de semana, eliminación de pausas y reducción de las vacaciones. El
resultado es un colosal aumento del trabajo extenuante, el estrés y la agonía del trabajo
duro. Allí donde el trabajo —al menos para algunos— era con frecuencia placentero, un
medio para que hombre y mujeres realizaran su potencial como seres humanos —aunque
hasta cierto límite—, se ha transformado en una pesadilla. La obsesión con la
productividad se ha instalado no sólo en las cadenas de producción, sino también en
hospitales, aulas, etc.

Desde el punto de vista capitalista, todo esto son buenas noticias, ya que el
abaratamiento de los medios de producción es uno de los mecanismos principales para
mantener o incrementar la tasa de beneficios. Pero también tiene una cara opuesta. Como
los beneficios de la clase capitalista son el trabajo no remunerado de la clase obrera, la
sustitución sistemática de trabajo vivo por maquinaria conduce inevitablemente a una
pérdida de plusvalía:

"Por mucho que el uso de maquinaria pueda incrementar la plusvalía del trabajo elevando
la productividad del trabajo, es evidente que consiguen este resultado sólo disminuyendo
el número de trabajadores empleados para una cantidad dada de capital. Eso transforma
lo que era anteriormente capital variable —mano de obra— en maquinaria —capital
constante—, factor que no produce plusvalía. Es imposible, por ejemplo, extraer la misma
plusvalía de dos que de veinticuatro trabajadores. Si cada uno de estos veinticuatro
hombres produjera sólo una hora de plusvalía, darían juntos veinticuatro horas de
plusvalía, mientras que veinticuatro horas es el trabajo total de dos hombres. Por lo tanto,
la aplicación de la maquinaria a la generación de plusvalía implica una contradicción
inherente en ella, ya que la tasa de plusvalía, no puede incrementarse excepto a costa de
la disminución del otro factor, el número de trabajadores. Esta contradicción sale a la luz
tan pronto como se generaliza el uso de maquinaria en una industria determinada; el valor
de la mercancía producida por la máquina regula el valor de todas las mercancías del
mismo tipo, y es esta contradicción la que a su vez lleva al capitalista, sin ser consciente
de ello, a una excesiva prolongación de la jornada laboral, para que pueda compensar el
descenso en el número relativo de trabajadores explotados, a través del aumento no sólo
de la plusvalía relativa, sino también de la absoluta" (El Capital, Marx, vol. 1).

¡Qué bien explicados están estos hechos que todo trabajador conoce! El actual boom se
ha conseguido a expensas de los nervios y músculos de la clase obrera. The Economist
(25/9/99) explica el tema con mucha claridad: "Si las empresas llegan a su tope debido a
la inesperada e imprevista fortaleza de la economía norteamericana, una salida para
mantener paralelo el ritmo de producción a la demanda (en especial en un mercado
laboral apretado) sería hacer trabajar más duro a los trabajadores existentes" (el
subrayado es nuestro).

Todas las habladurías sobre la supuesta "explosión de la productividad" al final se


reducen a esto. Y también ha alcanzado sus límites, marcados por los límites físicos de
los trabajadores.

La productividad se reduce, como siempre, a la vieja e inexorable presión sobre los


trabajadores para que produzcan más en menor tiempo. Esto se puede ver por todas
partes. El trabajo se ha convertido en una pesadilla, una agonía desprovista de todo
placer o satisfacción humana. La ambición del capital por la plusvalía es insaciable. La
introducción de nueva tecnología no significa reducir la explotación de la clase obrera,
todo lo contrario: se convierte en un pretexto para explotarla todavía más. Pero la escasez
de mano de obra en algunos sectores hace que no sea tan fácil seguir imponiendo nuevas
cargas intolerables sobre los hombros de los trabajadores. Los capitalistas se van a
encontrar con que no pueden seguir exprimiendo tanto a los trabajadores sin provocar un
explosivo malestar.
Los precios de las mercancías y la revolución colonial
Otra vía para incrementar la tasa de beneficios es aumentando la explotación de los
países coloniales. Su saqueo sistemático es una característica del capitalismo desde el
siglo XVI. Pero hoy esta sobreexplotación ha alcanzado niveles sin precedentes. La
independencia formal conseguida a través de las luchas heroicas de los pueblos de Asia,
África y América Latina no significó el fin de la explotación y la opresión. Al contrario, bajo
el capitalismo estos países están más esclavizados y son más dependientes del
imperialismo hoy que hace cincuenta años. La única diferencia es que el antiguo dominio
militar-burocrático directo se ha reemplazado por la dominación indirecta a través del
mecanismo del mercado mundial y la deuda.

El dominio del comercio mundial por un número relativamente pequeño de grandes


multinacionales dotadas de vastos recursos y respaldadas en última instancia por el poder
armado de EEUU y otras potencias imperialistas significa que pueden presionar para la
reducción del precio de las materias primas y otras exportaciones de los países del Tercer
Mundo. Pero incluso sin esto, el intercambio de mercancías entre los países capitalistas
subdesarrollados y los desarrollados es siempre desigual. Por utilizar una expresión de
Marx, intercambian más trabajo por menos. Es un juego donde los países pobres nunca
ganan. Están condenados a endeudarse cada vez más y después se ven obligados a
pedir prestado, a intereses enormes, a sus explotadores, lo que los hunde todavía más en
la miseria. Pero para los capitalistas el bajo precio de las materias primas sólo es otra
forma de incrementar su tasa de beneficios.

Hasta cierto punto, los países ex coloniales pagaron el auge económico de la posguerra
en los países capitalistas avanzados. Con la explotación de los países más pobres del
planeta, los imperialistas amasaron enormes beneficios. El colapso del precio del petróleo
y otras mercancías a principios de los años ochenta fue una de las razones del boom de
aquella década y en gran medida de la subida del mercado de valores norteamericano.
Hace tiempo, Marx explicó que la expansión del comercio mundial –en particular el
comercio con los países coloniales– sirve para abaratar los medios de producción y así
incrementar la tasa de beneficios. El descenso del precio de las mercancías disminuyó el
coste de producción y el coste de la vida en los países industrializados, facilitando la
formación de capital, pero fue a expensas de los pueblos más pobres del planeta. Gracias
al mercado mundial y a los términos desiguales del comercio, los países capitalistas
avanzados intercambiaron más trabajo por menos. Esto ha llevado directamente a la crisis
de la deuda del Tercer Mundo, que somete a los pueblos coloniales a una nueva forma de
saqueo en forma de elevados tipos de interés. La sangre, el sudor y las lágrimas de
cientos de millones de hombres, mujeres y niños están acuñando el oro para ricos
parásitos; la riqueza de las naciones se está agotando en un intento inútil y sin fin de
hacer frente al servicio de la deuda. Ésta es una receta acabada para una nueva etapa
explosiva en la revolución colonial en el próximo período. ¡Y todavía los apologistas del
capital presentan esta situación como un boom!

El imperialismo USA es la mayor potencia militar y económica de la Historia, pero no


puede utilizar todo su poder como quisiera. Motivada por el interés propio y el beneficio a
corto plazo, ha utilizado sus músculos para obligar a todo el mundo a bailar a su ritmo. La
demencial carrera iniciada bajo la bandera de la "liberalización" ha introducido un nuevo y
explosivo elemento de inestabilidad en la economía mundial. Los grandes monopolios,
con el entusiasta respaldo de los gobiernos occidentales, piden a los países del Tercer
Mundo que eliminen sus aranceles, abran de par en par sus mercados y privaticen todas
sus industrias. De esta forma, quedan a merced del imperialismo. Sus economías han
sido saqueadas y su industria nacional, desmantelada. La verdadera cara de esta
"liberalización" es el robo descarado y la total esclavitud de los pueblos. Es una amarga y
cruel medicina que tendrá serias consecuencias más tarde. Pero, ¿por qué no disfrutar del
carnaval de hacer dinero mientras dure?

"Los bajos precios de las mercancías, de las cuales el petróleo es la más importante", se
puede leer en Stratfor, "impulsaban la economía norteamericana hacia arriba mientras
amortiguaban el declive de Asia. Los precios bajos también han tenido el efecto contrario
y han dañado de gravedad a los países exportadores de mercancías. Desde Venezuela
hasta Arabia Saudí o Indonesia, el efecto del bajo precio del petróleo en las economías
nacionales ha sido catastrófico desde el inicio de 1999".

La amenaza que suponía la caída de los precios de las mercancías conmocionó a los
principales países productores de petróleo. Incluso antiguos rivales como Arabia Saudí y
Venezuela llegaron a un acuerdo (al menos temporalmente) para restringir la producción
de petróleo en un intento de estimular su precio. Esto pareció funcionar. En los primeros
cinco meses de 1999 los precios del petróleo casi se duplicaron, en parte porque los
países productores de petróleo han reducido la producción. En el pasado estos intentos
siempre han fracasado porque al final cada Estado anteponía sus propios intereses. Estos
países dependen de las exportaciones de petróleo para pagar sus deudas y mantener el
funcionamiento de sus servicios básicos. Por lo tanto siempre acaban vendiendo en
secreto más petróleo. No hay razón para pensar que esta vez sea diferente.

La auténtica razón para la recuperación (temporal) de los precios del petróleo es la


esperanza de que la recuperación en Asia continuará y aumentará la demanda de
petróleo. Además la inestabilidad en Asia Central ha hecho surgir dudas con relación a las
primeras perspectivas, optimistas, para la producción de petróleo en esa región. Estas
consideraciones entran en los cálculos de aquellos que controlan los movimientos
especulativos en el mercado mundial de mercancías. Pero este capital puede huir de una
determinada mercancía con la misma rapidez con que la busca. Por lo tanto es más que
probable que al actual auge de los precios del petróleo le siga una nueva caída. Esto
tendrá efectos de mucho mayor alcance en países como Irán, Venezuela, México,
Indonesia, Arabia Saudí e incluso Rusia, todos están experimentando ya inestabilidad
social y política relacionada con los profundos virajes en el precio del petróleo.

Al menos temporalmente, se ha invertido la tendencia descendente de los precios


mundiales de las mercancías. Los precios del petróleo han subido abruptamente, así
como los de otras mercancías (aunque los minerales no han seguido el ritmo del
petróleo). Desde los diez dólares por barril, el precio del crudo del Mar del Norte ha subido
a más de 18 dólares. Este es el precio más elevado del petróleo desde diciembre de
1997. Eso significa que los precios del petróleo han subido casi un 80% en cuatro meses.
El efecto combinado de los recortes de la producción y la expectación de una
recuperación económica asiática han sido las fuerzas principales que han hecho subir los
precios. Teniendo en cuenta que la recuperación de Asia no será tan fuerte ni tan larga
como se espera, al boom de los precios del petróleo le seguirá una nueva caída. El
petróleo y las otras mercancías se verán golpeadas por una caída de la demanda. Por
otro lado, es poco probable que los países productores del petróleo sean capaces de
llegar a un acuerdo para mantener baja la producción cuando todos dependen de las
exportaciones de crudo como principal o única fuente de ingresos.

La naturaleza de la economía capitalista es moverse en vaivenes cíclicos que tienen un


carácter totalmente anárquico. Las mercancías se pueden vender por encima o por debajo
de su valor, un fenómeno normal que se da por el juego de la oferta y la demanda. En la
época moderna estos vaivenes son más convulsivos por la intervención de los grandes
monopolios, que se dedican a actividades especulativas a escala gigantesca. El
advenimiento de la globalización y la abolición de los controles sobre los movimientos de
capital, que la burguesía ha seguido con entusiasmo en nombre de la "liberalización"
durante los últimos diez o veinte años, han extendido aún más la turbulencia de estos
fenómenos provocando que los shocks adquieran una escala global. La cadena de
devaluaciones en Asia hace dos años fue una manifestación de esta locura, así como las
violentas sacudidas en el precio del petróleo y otras mercancías. Respecto al futuro de los
precios del petróleo Stratfor (6/7/99) avisa:

"Parte de la explicación [del aumento de los precios del petróleo] es cíclica. No hay duda
de que el precio del petróleo, por debajo de 10 dólares el barril, era, en términos reales, el
más bajo desde los años 30. Eso era poco razonable para la OPEP, Asia y Asia Central,
esos precios eran demasiado bajos. Pero la cuestión importante es si el aumento de los
precios representa un cambio fundamental en la geometría económica del globo. Es
interesante para nosotros que el aumento de los precios ha estado confinado al terreno
del petróleo, al menos en cuanto a su magnitud. Eso nos indica que a largo plazo el
colapso en el precio de las mercancías, un factor dominante en la economía global
durante una generación, no ha terminado todavía".

El representante principal del capital norteamericano, Alan Greenspan, y la Reserva


Federal, todavía están preocupados por el rebrote de la inflación. Parece extraño porque
la inflación en este ciclo ha alcanzado unos niveles muy bajos, lo que es uno de los
principales argumentos utilizados por los adalides de la nueva economía para defender la
opinión de que los días de booms y recesiones han pasado. Pero hay razones especiales
para que EEUU haya mantenido una inflación baja y también para que no pueda durar
mucho tiempo.

En general el fenómeno de la caída de los precios (deflación) a escala mundial está


relacionado con la sobreproducción y la baja demanda. La crisis en Asia ha agravado esta
tendencia y producido un golpe de efecto. Las importaciones baratas desde Asia han
tenido como consecuencia el enfriamiento de los precios en EEUU, igual ha ocurrido,
hasta hace poco, con la caída de los precios de las materias primas. El elevado tipo de
cambio del dólar también ha tenido el efecto de una nueva reducción del precio de las
importaciones. Pero ahora todo este fenómeno se está volviendo en su contrario. Los
precios del petróleo están subiendo sensiblemente y otros precios de materias primas
están más firmes; mientras, el dólar está comenzando a bajar, en especial frente al yen.
Todos estos factores tomados en conjunto provocan un encarecimiento de los costes de
producción de las empresas norteamericanas. Esto significa que la Reserva Federal se
sentirá tentada a subir los tipos de interés. Esto tiene implicaciones serias para la Bolsa y
la economía norteamericana en general.

‘Lo pequeño es bello’


Se ha cultivado con frecuencia el mito de que el sistema capitalista se basa en el espíritu
empresarial de una multitud de pequeños negocios. Con relación a esto se cita
específicamente el desarrollo de la tecnología de la información. Es verdad que muchos
de los avances más innovadores en el campo tecnológico proceden de pequeños
negocios o incluso de individuos con ideas brillantes. Pero esto no es nada nuevo. En el
pasado también se pudo ver un fenómeno similar. Los genios individuales como Edison,
Marconi o Stevenson desarrollaron nuevas técnicas. Pero tan pronto como la nueva
tecnología entra en el reino del mercado, siempre son necesarias grandes sumas de
capital para su desarrollo y comercialización. La nueva tecnología sólo puede ser
adquirida por los grandes capitalistas. Así que la heroica época de los pequeños negocios
y los solitarios genios innovadores pronto da paso al dominio de los monopolios, que es el
resultado inevitable de la competencia entre los pequeños productores.

Como toda nueva tecnología, la TI es cara, implica una enorme disposición de capital, en
particular en sus etapas iniciales. De esta forma una nueva fábrica de tecnología punta en
EEUU supone el gasto de mil o dos mil millones de dólares y se vuelve obsoleta en cuatro
o cinco años. Es evidente que estas grandes sumas de capitales sólo están disponibles
para los grandes monopolios y aquellas personas como Bill Gates. De esta forma cuando
se dice que lo pequeño es bello se está haciendo pura demagogia. Más que en cualquier
otro período de la historia la actual es la época de los monopolios.

En las primeras etapas los pequeños capitalistas pueden conseguir dinero (el inventor
genial con su negocio en un garaje) pero rápidamente se vuelve inviable. Los pequeños
negocios son desplazados por las grandes empresas que disponen de las sumas de
dinero necesarias de capital para poder impulsar el proceso de acumulación. Aquellos
capitalistas que poseen una mayor acumulación de capital, acumulan más beneficios que
los pequeños, aunque los últimos pueden disfrutar de una tasa de beneficios más
elevada. Los grandes capitales siempre desplazan a los pequeños. Como explica Marx:

"En la competencia, el aumento del capital necesario para lograr con éxito crear una
industria independiente siguiendo el aumento de la productividad asume el siguiente
aspecto. Tan pronto como universalmente se ha establecido el nuevo y más caro
equipamiento, los capitales más pequeños son excluidos de estas empresas. Los
capitales más pequeños podrán llevar una actividad independiente sólo durante la etapa
incipiente de invenciones mecánicas" (El Capital, vol. 3).

Durante este período se ha visto un aumento masivo de la concentración de capital, es


decir, un aumento masivo de la riqueza y el poder de una pequeña minoría en un extremo
y en el otro un aumento superior de la pobreza, la miseria, la degradación y la
enfermedad. Esta tendencia ya prevista por Marx, negada constantemente por los
sociólogos burgueses durante décadas, es ahora un hecho innegable. Sólo en la primera
mitad de 1998, las absorciones empresariales en EEUU implicaron la astronómica
cantidad de 949.000 millones de dólares. No menos del 20% de toda la actividad
económica. En la primera mitad de 1999 hubo implicada una cantidad adicional de
570.000 millones de dólares en las fusiones. Esto no se limita a EEUU. En el mismo
período, las fusiones en la UE alcanzaron los 346.000 millones de dólares. Y esta
tendencia no muestra signos de reducirse. El proceso de fusiones en todo el mundo en los
tres primeros trimestres de 1999 supuso el 16% más que en el mismo período del año
anterior, alcanzando un nuevo récord de 2,2 billones de dólares, de acuerdo con
Thompson Financial Securities. En el último trimestre la mayoría de estas fusiones se
hicieron en Europa.

Este proceso de concentración de capital también representa una concentración colosal


de riqueza y poder en pocas manos, con el correspondiente aumento de la desigualdad
social. En 1992 había sólo doce multimillonarios (en dólares) en EEUU. En 1998 eran 170.
Ahora hay más de 200. Bill Gates tiene un ingreso personal anual que excede al de 120
millones de norteamericanos juntos. Esta fabulosa riqueza está acuñada con la
explotación de la clase obrera. La parte del ingreso ganada por el 20% más rico de los
norteamericanos creció del 48,9% en 1992 al 49,2% en 1998. Sin embargo durante 25
años los niveles de vida de los trabajadores norteamericanos no subieron en absoluto y
los sectores más pobres vieron cómo su nivel de vida se reducía. A pesar de que los
salarios reales han comenzado a subir, la parte de la clase obrera en la riqueza total
generada continúa descendiendo, como demuestran las cifras anteriores.

Las colosales sumas de dinero que alcanzan las absorciones no representan inversión
productiva. Esta actividad no desarrolla las fuerzas productivas. Todo lo contrario, el
resultado final de estas fusiones es invariablemente el mismo: cierres, despidos,
disminución de la producción, es decir, la destrucción sistemática de las fuerzas
productivas. Ocurre como con la cama de Procustro, donde al desafortunado invitado se
le cortaban los brazos y las piernas para ajustarlo a su medida. Igualmente a las fuerzas
productivas se le han quedado pequeños los límites del Estado nacional y la propiedad
privada, que tienen un tamaño excesivamente reducido. El diezmo sistemático de las
fuerzas productivas durante las últimas dos décadas simplemente refleja la rebelión de las
fuerzas productivas frente a la camisa de fuerza que representa el sistema de beneficios.
La naturaleza cada vez más parasitaria del capitalismo moderno se revela gráficamente
en el dominio del capital financiero.

El dominio del capital financiero


En la última década el poder de los bancos y los monopolios ha alcanzado niveles
históricos. La mejor expresión de este fenómeno se puede ver en el aumento sin
precedentes del poder de los bancos centrales en los últimos veinte años. La vieja idea de
los reformistas y keynesianos de arreglar el capitalismo se sostenía en la idea de que los
gobiernos pueden manipular la economía utilizando instrumentos como los tipos de
interés. Ahora todo esto ha cambiado. Los bancos centrales exigen total independencia
para controlar los tipos de interés. En Gran Bretaña, el gobierno de Blair cedió
inmediatamente al Banco de Inglaterra el control de los tipos de interés. Igualmente los
gobiernos de la Unión Europea han cedido gran parte de la política económica a los
directivos no electos del Banco Central Europeo (BCE). Esto era algo impensable hace
quince años. Nunca antes en la historia los bancos han tenido tanto poder. Esto
representa un abandono total de la vieja política keynesiana, lo que añadirá una
dimensión nueva y más convulsiva a la crisis del capitalismo.

En el pasado, cuando todas las monedas estaban sujetas al patrón oro —medida que
obligaba a una disciplina financiera—, no era posible jugar con los tipos de cambio. Todas
las monedas tenían que estar respaldadas por el equivalente universal, el oro. Esto
proporcionaba un patrón objetivo y evitaba los peligros de tensiones inflacionistas por la
subida de la oferta monetaria. Después de la Segunda Guerra Mundial, se mantuvo el
vínculo con el oro, aunque indirectamente a través del patrón de cambio del dólar. El dólar
se aceptó como el medio universal de cambio. Esto reflejaba la correlación real de fuerzas
que emergió entre las potencias capitalistas después de la guerra. El imperialismo
norteamericano emergió de la guerra con su base productiva intacta y dos tercios de la
oferta mundial de oro en las cajas fuertes de Fort Knox. De esta forma el dólar literalmente
era tan bueno como el oro aceptándose como tal en los demás países. El abundante flujo
de dólares canalizado por el Plan Marshall y otras vías fue utilizado como un lubricante del
comercio mundial y jugó un papel importante en el auge de 1948-74.

Sin embargo, la política del keynesianismo ("dirigir el capitalismo"), la financiación del


déficit, las guerras de Vietnam y Corea, y otras medidas equivocadas, hicieron surgir una
orgía de inflación. Antes de la guerra existía poca o ninguna inflación, como ocurría en los
tiempos de Marx. En realidad los precios en Gran Bretaña en 1932 tenían el mismo nivel
que en 1666. Desde entonces los precios se multiplicaron en Gran Bretaña por cuatro mil
veces su nivel, y en EEUU por más de mil. A principios de los años setenta todos los
países capitalistas avanzados se enfrentaban a la perspectiva de una hiperinflación tipo
América Latina. El keynesianismo —como el crédito en general— llevó al sistema
capitalista más allá de sus límites normales, pero sólo a cambio de la inflación. Al final a la
clase dominante no le quedó otra alternativa que dejar a un lado este tipo de política y
recurrir a un ataque sistemático al Estado del bienestar, poniendo en práctica una política
de privatización y recortes despiadados del gasto público en un intento de regresar a la
política de presupuestos equilibrados y "dinero sano" del pasado. Ésta es la base real del
monetarismo y el thatcherismo — su reflejo político—, que han dominado en los pasados
veinte años.

El abandono del modelo en bancarrota fundamentado en "dirigir el capitalismo" no fue el


resultado de un simple capricho o la malevolencia de la clase dominante. Ahora los
utópicos reformistas de izquierda sueñan con un regreso a los viejos y buenos días del
keynesianismo. Exigen, no el socialismo, sino "el capitalismo con rostro humano".
Imaginan que es posible controlar el capital y eliminar sus características desagradables.
En realidad, la burguesía se vio obligada a abandonar el keynesianismo porque
amenazaba con hundir todas las economías del mundo occidental en la hiperinflación.
Siguiendo por ese camino no hay solución posible.

Sin embargo, el intento de regresar a las antiguos y desacreditadas políticas ortodoxas de


presupuestos equilibrados y "dinero sano" ha originado nuevas contradicciones insolubles.
El giro hacia el monetarismo en los años ochenta originó la recesión más profunda desde
la Segunda Guerra Mundial en EEUU y Gran Bretaña. Por estos medios es verdad que
han logrado controlar la inflación, al menos temporalmente. La tasa media de inflación en
las economías de la OCDE está justo por encima del 1%. Pero lo han conseguido
destruyendo una gran parte del aparato productivo, con profundos recortes en el gasto
público y ataques a los niveles de vida, medidas todas que al reducir el mercado agravan
aún más la crisis. A finales de los años ochenta, el capitalismo mundial ya se estaba
dirigiendo hacia una profunda recesión. La razón principal por la cual la recesión que se
produjo entre 1990 y 1992 aún no se convirtió en una recesión profunda fue el boom en
Asia. Sin embargo este proceso ahora ha alcanzado sus límites.

Ni el keynesianismo, ni el nuevo dogma del monetarismo podrán resolver los problemas


del capitalismo. Es verdad que parcialmente (y temporalmente), tuvieron éxito en controlar
la inflación, ¡pero a qué precio! A pesar del actual boom no han tenido éxito en regresar a
la edad dorada del auge de la posguerra. La persistencia de elevados niveles de
desempleo en las principales economías capitalistas incluso en un boom es un síntoma de
la enfermedad subyacente del sistema. El actual boom ha estado acompañado de un
ataque despiadado a los niveles de vida y a las condiciones laborales. Es un boom a
expensas de la clase obrera. Todos los gobiernos, sean de derecha, "izquierda" o centro,
están siguiendo la misma política de recortes del gasto público. ¿Qué ocurrirá en la
siguiente recesión?

Los precios en los países capitalistas avanzados sólo han subido un 2% anual. Sin
embargo, en primer lugar esto no significa que hayan vencido la inflación, como se afirma
muy a menudo. Los precios continúan subiendo, pero a un ritmo lento. Incluso aunque
tuvieran éxito en reducir la inflación a cero, hay que recordar que la ausencia de inflación
no significa que la alternancia de booms y recesiones haya desaparecido. En los días de
Marx los ciclos duraban diez años aunque la inflación prácticamente no existía.
Igualmente la mayor recesión en la historia, el crash de 1929, tuvo lugar en un momento
en que los precios eran estables. En segundo lugar, los economistas burgueses no están
convencidos de que se haya eliminado del todo la inflación. La subida de los precios de
los activos y las acciones es también un tipo de inflación, y muy peligrosa. En EEUU los
economistas temen que el debilitamiento del dólar y la recuperación en los últimos meses
del precio del petróleo y otras mercancías puedan conducir a una reaparición de las
presiones inflacionarias. Esto a su vez puede conducir a un aumento de los tipos de
interés que pincharía el boom y llevaría a una recesión. The Econo-mist (25/9/99)
observaba hace poco lo siguiente: "Lejos de estar muerta, la inflación ha tomado un
disfraz nuevo y más peligroso".

El argumento de que la ausencia de inflación significa la abolición de los ciclos de


boom/recesión es totalmente falso y demuestra una total ignorancia de la historia. La
inflación también era baja en los años veinte, antes del colapso de 1929, y los era también
en Japón en los años ochenta, antes de la recesión de la que todavía no se ha
recuperado. Los estrategas del capital muestran una gran preocupación en privado. El
problema está en que los efectos de la "exuberancia irracional" que Alan Greenspan
mencionó hace tres años acaben saliendo a la superficie. Ahora Greenspan guarda
silencio. No hay duda de que teme hablar y que sus palabras puedan ocasionar un
repentino hundimiento de la confianza. No haciendo nada, la Reserva Federal (Fed) se ha
convertido en un cómplice silencioso de lo que es en realidad un ejercicio imprudente y
peligroso. Se ha apoderado en EEUU la ilusión de que cualquier forma de enriquecimiento
refuerza el avance hacia un tipo de capitalismo paradisíaco y próspero. La nueva
economía es simplemente un reflejo pseudoacadémico de la irracional creencia en esta
idea. El loco carnaval de hacer dinero por procedimientos rápidos parece no tener fin. ¡Es
tiempo de fiesta para todos! Y en medio de esta juerga, no hay lugar para caras agrias o
palabras de advertencia. Comed, bebed y estad felices, mañana los precios de las
acciones subirán de nuevo. Así ha sido y será siempre.

La degeneración del sistema capitalista se expresa en múltiples aspectos, no menos en el


carácter y la conducta de sus representantes, tanto políticos como financieros. En los
buenos días del oro, los banqueros se suponían hombres respetables, dedicados a la
causa del dinero sano y los presupuestos equilibrados. Pero en la época de decadencia
senil del capitalismo, cuando los bancos centrales han acumulado un poder sin
precedentes en sus manos, la conducta de los banqueros centrales es todo menos
responsable. Y no será por la falta de avisos. "Sea cual sea el método utilizado para
medir, Wall Street se encuentra ahora más sobrevalorado de lo que lo estaba en vísperas
del crash de 1929 o de 1987" (The Economist). En el pasado se decía que el papel de la
Fed era llevar el cuenco de ponche cuando la fiesta estaba en pleno apogeo. Pero ya no
es este el caso. Mientras públicamente hablan de cara a la galería de fidelidad y
austeridad, Alan Greenspan tolera la formación de la mayor orgía de especulación
financiera de la historia, aunque debería ser consciente de los peligros que ello implica. Es
como el emperador Nerón, que se divertía mientras Roma se quemaba. En realidad,
subiendo los tipos de interés un miserable cuarto de punto, ha echado más leña al fuego
de la especulación bursátil. De esta forma, el viejo dicho de "a quién los dioses desean
destruir, primero le vuelven loco" es totalmente correcto.

Marx sobre el crédito


Las barreras fundamentales para el desarrollo de las fuerzas productivas en la época
moderna son la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional. Sin
embargo, durante un tiempo el sistema pudo superar parcialmente estas barreras por una
serie de medios, como el desarrollo del comercio mundial y la expansión del crédito. Hace
tiempo Marx explicó el papel del crédito en el sistema capitalista. Es un medio a través del
cual el mercado puede ir más allá de sus límites normales. En el mismo sentido la
expansión del comercio mundial puede proporcionar una salida durante un tiempo, a costa
de preparar una crisis catastrófica aún mayor en el futuro:

"La producción capitalista está ocupada constantemente en el intento de superar sus


barreras innatas, pero superarlas por medios que luego harán que estas mismas barreras
adquieran un tamaño formidable. La barrera real de la producción capitalista es el propio
capital" (El Capital, vol. 3).

El circuito de la producción capitalista depende entre otras cosas del crédito. La solvencia
de un eslabón de la cadena depende de la solvencia del otro. La cadena se puede romper
por numerosos puntos. Más pronto o más tarde, el crédito debe saldarse en efectivo. Con
demasiada frecuencia aquellos que se endeudan durante el proceso de auge capitalista
se olvidan de este hecho. En la primera fase de expansión capitalista, el crédito actúa
como un estímulo de la producción: "el desarrollo del proceso productivo se alarga por el
crédito, y éste conduce a una extensión de las operaciones comerciales o industriales" (El
Capital, vol. 3).

Ésta es sólo una cara de la moneda. La rápida expansión del crédito y la deuda empuja el
mercado más allá de sus límites normales, pero en un cierto momento esto vuelve a su
posición original. Durante el boom el crédito parece no tener límites, como el Cuerno de la
Abundancia de la antigua mitología griega. Pero tan pronto como aparece la crisis la
ilusión se desvanece. Los reembolsos se retrasan, las mercancías no se venden en los
mercados ya abarrotados y los precios caen. El desarrollo del mercado mundial no altera
este proceso fundamental, salvo en que cuando se manifiesta lo hace con un alcance
inmensamente mayor. La acumulación de deudas en última instancia hace más profunda
y más prolongada la crisis de lo que hubiera sido de otra forma. La reciente historia de
Japón es más que suficiente para confirmar esto. Después de una década de boom,
caracterizada por el aumento rápido de los precios de los activos y las acciones, la
burbuja estalló finalmente debido a un marcado aumento de los tipos de interés. La
situación fue muy similar a la de EEUU en la actualidad. El 25 de diciembre de 1989, el
Banco de Japón subió los tipos de interés causando una profunda caída de la Bolsa, pero
como los precios de la tierra aún continuaban subiendo fue necesario una nueva subida
de los tipos de interés. En total los tipos subieron un 6% y a final de año los precios de las
acciones cayeron al 40%. A pesar de todo el Banco de Japón mantuvo los tipos de interés
elevados, medida entonces alabada por los economistas, que destacaron el prudente
manejo de la economía por parte de la entidad japonesa. El resultado fue prolongar la
recesión durante una década.

Con la globalización y la abolición de las restricciones al crédito y las transacciones


financieras, el alcance de la expansión nunca antes fue tan grande, ni tuvo el potencial
para un crash a escala mundial. Sin embargo la crisis no se origina por el capital ficticio,
por las estafas de la Bolsa y el uso excesivo del crédito. Marx lo explica en el tercer
volumen de El Capital:

"También ignoramos estas falsas transacciones y especulaciones que favorece el sistema


crediticio. Una crisis sólo se puede explicar como resultado de una desproporción en la
producción entre el consumo de los capitalistas y su acumulación. La sustitución del
capital invertido en producción depende en gran medida del poder de consumo de las
clases no productivas; mientras, el poder de consumo de los trabajadores está limitado,
en parte por las leyes salariales, en parte por el hecho de que son utilizados en la medida
que son rentables para la clase capitalista. La razón última para todas las crisis reside en
la pobreza y el consumo restringido de las masas frente al vigor de la producción
capitalista en desarrollar las fuerzas productivas como si existiera sólo un poder de
compra absoluto de la sociedad y éste fuera su límite" (El Capital, vol. 3)

La expansión del comercio mundial y la apertura de nuevos mercados en Asia también


proporcionaron un estímulo temporal, pero sólo a costa de provocar un colapso incluso
mayor. La verdad del penetrante análisis de Marx sobre la naturaleza de las crisis
capitalistas se demuestra con lo acontecido en Asia. Se presentó como un vasto mercado
de miles de millones de personas que proporcionarían una reserva inagotable de
demanda para las mercancías, servicios e inversiones occidentales. Al principio la
promesa parecía hacerse realidad. Para Occidente el mercado asiático era grande y en
expansión y logró evitar que la recesión de 1990-92 se transformase en una depresión.

Ahora todas las antiguas ilusiones se han hecho cenizas. El supuesto mercado chino,
como ya dijimos hace ocho años, no era tan grande como se pensaba. Bajo el capitalismo
un mercado no es lo mismo que el tamaño de su población. Si ese fuera el caso
Bangladesh sería un mercado muy importante. El tamaño de un mercado depende del
poder adquisitivo. El poder de compra de la gran mayoría de los chinos es muy bajo. Este
hecho pronto comenzó a ser evidente para los observadores extranjeros. Comenzaron a
aparecer artículos en la prensa occidental con títulos tipo "Cómo no vender 1.200 millones
de tubos de pasta de dientes". La ilusión de los capitalistas consistía en confundir las
necesidades humanas reales de la población de China con el poder de compra real y
limitado de las masas en China y el resto de Asia.

La contradicción central del capitalismo es que el ansia por la plusvalía lleva a desarrollar
las fuerzas productivas hasta un punto donde la masa de mercancías no puede ser
absorbida por el mercado. En este punto aparece la sobreproducción. Durante un tiempo
pueden eludir esta contradicción invirtiendo en lo que Marx llama departamento I, es decir,
la producción de los medios de producción, maquinaria, fábricas, investigación y
desarrollo, etc. Pero las contradicciones siempre reaparecen, ya que en determinado
momento el aumento de la inversión en nuevas plantas y maquinaria se traduce en una
masa de mercancías.

En Asia hemos visto un ejemplo clásico de este proceso, que ha tenido lugar casi en
condiciones de laboratorio. La persecución de un mercado nuevo y potencialmente
lucrativo atrajo un enorme volumen de inversión en Asia. Esto llevó a la construcción de
nuevas fábricas con maquinaria moderna para sacar ventaja de los bajos salarios de la
fuerza laboral en China y otros países asiáticos. Sólo ahora los estrategas del capital
parecen ser conscientes de las implicaciones revolucionarias de este proceso. Las
huelgas generales de Corea del Sur son una muestra de lo que ocurrirá mañana en
China, Japón y en todos y cada uno de los países de Asia. La realidad de la crisis
capitalista encenderá la conciencia de las masas.

Desde un punto de vista estrictamente económico Asia es ahora una prueba viva de la
afirmación de Marx de la inevitabilidad de la sobreproducción. El origen del colapso en
Asia no era el enorme endeudamiento, la corrupción y la ineficacia que tan
frecuentemente citaban los economistas occidentales (antes de la crisis estas economías
eran presentadas como modelos de eficacia y prueba de la superioridad de la economía
de mercado). Estos factores eran simplemente manifestaciones externas de un problema
más profundo. Si el mercado asiático hubiera continuado expandiéndose, generando
mayores ventas y beneficios, nadie habría prestado la más mínima atención a sus
deudas, fraudes o desequilibrios. Además este tipo de cosas siempre está presente en
cada boom capitalista y en la actualidad lo están en la economía norteamericana. Sólo
cuando se hace más evidente que la economía se encamina hacia la crisis, cuando
aparece la sobreproducción (en condiciones modernas, en forma de exceso de
capacidad), la demanda y los precios comienzan a caer y los márgenes de beneficios
disminuyen, es cuando el mundo del dinero repentinamente se da cuenta se da cuenta del
hecho de que todo el edificio está construido sobre cimientos de barro. Por consiguiente
no es la ausencia de confianza lo que causa la crisis sino la existencia de crisis lo que
causa un colapso de confianza, que se manifiesta en el abandono de la moneda (el bath
tailandés, por ejemplo), escándalos financieros y crash bursátiles.

En la medida que el impacto de estos fenómenos es muy dramático y se instala en la


psicología de millones de personas se toma el clima de desconfianza y desconcierto como
la auténtica causa de la crisis. Está en la naturaleza del pensamiento burgués moderno
(tanto en filosofía como en economía) el confundir apariencia con realidad y recurrir a
explicaciones subjetivas que no explican nada en absoluto. ¿Por qué se desploma la
confianza? ¿Por qué la crisis en Tailandia ocurrió en ese momento y no un año antes?
¿Por qué sólo en ese momento fueron visibles los fraudes y los desequilibrios?
Esperaríamos en vano una respuesta de los economistas burgueses a estas preguntas.
Cuando el actual boom en EEUU se derrumbe, serán igualmente incapaces de explicar
por qué la famosa "confianza" —que lo mantiene actualmente a flote desafiando todas las
leyes de la economía— se evapora como una gota de agua en una plancha caliente. La
razón no es muy difícil de encontrar. Lenin dijo una vez que un hombre al borde de un
precipicio no atiende a razones. Si los economistas buscaran una causa objetiva para la
crisis del capitalismo, tendrían que admitir lo que no pueden —que el problema es
inherente al propio sistema—. Sin embargo defender una idea tan subversiva no sería
aconsejable, ya que la conclusión ineludible es la necesidad de un cambio fundamental de
la sociedad.

¿Los cimientos están sanos?


Uno de los argumentos clave de los defensores de la nueva economía es que aún hay
demasiado demanda de productos de nueva tecnología; ¡mirad todas las familias que aún
no tienen Internet o teléfonos portátiles! ¡Y la televisión digital está a la vuelta de la
esquina! Estos argumentos son infantiles. Aceptan precisamente lo que tiene que
demostrarse, que la demanda (en el sentido real de demanda, entendida como poder
adquisitivo) es capaz de expandirse indefinidamente. Que hay mucha gente en el mundo
a la que le gustaría recibir los beneficios de Internet, un teléfono móvil, un coche nuevo, o
incluso un cuenco de arroz, es más que evidente. Que posean los recursos necesarios
para poder acceder a estos recursos es una cosa totalmente distinta. La característica de
la producción capitalista es que los capitalistas individuales, en la búsqueda del beneficio,
producen sin tener en consideración los límites del mercado hasta que llegado un
momento el mercado se satura de mercancías que no encuentran comprador.

La demanda puede aún existir en el sentido de necesidades y deseos humanos —en este
sentido realmente nunca hay sobreproducción—. Pero estas cosas no preocupan a los
capitalistas, que están ocupados en la producción, no de valores de uso, sino
exclusivamente de valores de cambio, que sólo pueden realizarse en el acto del
intercambio. Si en la práctica se pueden realizar o no es otra cosa. Sólo durante un tiempo
los límites naturales del mercado se pueden llevar más allá a través del crédito para tener
luego los efectos contrarios. Una mirada superficial a la situación de la deuda en EEUU
nos sugiere que la actual borrachera de crédito no puede durar mucho tiempo. El mercado
está seriamente sobredimensionado. Esto llevará a una situación en la que el exceso
tendrá que corregirse a través de un proceso bastante doloroso.

"Ya que el propósito del capital no es atender a determinados deseos, y ya que realiza
este propósito por métodos que adaptan la masa de producción a la escala de producción
y no viceversa, el conflicto entre las condiciones limitadas de consumo sobre bases
capitalistas y una producción que siempre tiende a exceder sus barreras innatas surge
continuamente" (El Capital, vol. 3).

La cuestión no es si basándose en la nueva tecnología existen nuevos campos de


inversión, o si los capitalistas pueden conseguir beneficios para invertir en estas nuevas
tecnologías. Tampoco si en determinada zona existe una demanda potencial de nuevos
productos. La cuestión es si hay suficiente poder adquisitivo en la sociedad para que los
capitalistas puedan vender todas las mercancías, y así realizar su valor en la práctica.
Hasta ahora, la demanda en EEUU permanece fuerte, principalmente gracias al crédito y
al boom bursátil. Cuánto puede durar, es otro tema.

La idea, esgrimida por los defensores de la nueva economía, de que la economía


norteamericana está fundamentalmente sana y que el actual boom del consumo puede
durar indefinidamente es totalmente falsa. Los que hacen esas afirmaciones tan
injustificadas no tienen en cuenta los niveles sin precedentes de deuda en la economía.
Partiendo de un nivel ya elevado del 85% en 1992, la deuda total de las familias ha
alcanzado ahora un astronómico 102% del ingreso personal disponible. Uno de los
negocios más rentables en EEUU actualmente son las tarjetas de crédito. Los pagos por
servicio de la deuda están en niveles récord. En otras palabras, se está gastando más de
lo que se ingresa, especialmente las familias más pobres. Esto tendrá consecuencias muy
serias en una futura recesión económica.

Lo que es correcto para la deuda personal también lo es para las deudas empresariales,
que también alcanzan niveles récords con relación al PIB. En un solo año (1998), los
negocios no financieros aumentaron sus deudas en más de 400.000 millones de dólares.
Esto no representaría un problema serio si el dinero se invirtiera en sectores productivos,
pero no es el caso. El grueso de este dinero en realidad se ha utilizado para financiar la
recompra de acciones. Hasta tal punto la fiebre especulativa se ha apoderado de la
economía norteamericana.

Comentando esta situación, The Economist (25/9/99) afirma: "A pesar del boom
económico, los préstamos bancarios no devueltos han aumentado y la tasa de impagos
de bonos empresariales está alcanzando su nivel más elevado desde principios de los
años noventa". Esto demuestra la fragilidad de las bases que sostienen todo este proceso.
The Economist continúa: "Pero los precios de las acciones pueden caer, mientras la
deuda mantiene constante su valor. Y sólo los ingresos pueden ser útiles para la deuda:
los activos financieros no pueden pagar intereses a menos que se vendan. Si todo el
mundo se ve obligado a vender, los precios de las acciones caerán de nuevo".

Marx explicaba el papel del crédito en la economía capitalista como un medio mediante el
cual los capitalistas pueden empujar al mercado más allá de sus límites normales. En un
período de boom, todo el mundo persigue el crédito, que parece estar dotado de
propiedades mágicas. Es una parte necesaria del proceso de acumulación del capital y
nadie está preocupado por los elevados niveles de endeudamiento. En la loca pelea por el
beneficio, el crédito parece jugar un papel fundamental en impulsar la economía: "La
expansión del crédito y el boom del precio de los activos tienden a autorreforzarse. La
expansión más rápida del crédito estimula la actividad económica, los beneficios y por lo
tanto los precios de los activos. A su vez, el aumento del precio de los activos favorece los
balances equilibrados y permite a las familias y empresas pedir más dinero prestado. De
esta forma, el boom del crédito estimula una burbuja especulativa" (The Economist,
25/9/99).

Pero cuando empieza la crisis todo el proceso se invierte. Ahora las deudas están
llamando a la puerta. Los bancos no quieren dar más créditos fáciles. Las hipotecas están
comenzando a no pagarse. La gente necesita dinero para pagar sus deudas. Todo esto se
refleja en un aumento de los tipos de interés, que deprime el consumo y los márgenes de
beneficio, y por lo tanto la recesión es aún mayor. El hechizo del crédito de repente se
rompe, la carroza se convierte en calabaza y Cenicienta se ve obligada a regresar a casa
en harapos, sólo para encontrar que su casa está embargada por el banco. Warren Buffet
lo expresaba ingeniosamente: "Hasta que la marea no baja, no sabes quién se baña
desnudo".

Al menos desde la revolución industrial, la rápida expansión del crédito jugó un gran papel
en cada período de expansión capitalista. Sin embargo, en las condiciones modernas, ha
adquirido unas dimensiones inauditas. De esta forma el surgimiento en los años 80 de
burbujas especulativas en los precios de los activos en Japón, Gran Bretaña y
Escandinavia y el rápido crecimiento del crédito fueron unas de las causas principales de
la gravedad de la posterior recesión. Lo que inicialmente estimuló el boom, con el tiempo
fue una de las principales causas de su perdición. En el auge, el crédito y el capital ficticio
sirven para lubricar el sistema, pero más tarde sólo sirven para minarlo.

El actual desequilibrio de la economía norteamericana se manifiesta en el masivo


crecimiento del déficit financiero del sector privado —la cantidad de ahorros de las
empresas y las familias menos la inversión total—. A principios de los años 90, el
superávit era del 4% del PIB. En la actualidad, el déficit es del 5%. En 1987 era un escaso
0,8%.

Cuando el boom se acabe, la gente tratará de pagar sus deudas, reducir los préstamos y
ahorrar más. Es el fenómeno clásico del atesoramiento que Marx trata con detalle en El
Capital. Todo el mundo quiere efectivo, nadie quiere gastar; así, cae el consumo y los
mercados se reducen. Esto necesariamente produce una caída general de los precios y
los beneficios. Para asegurarse una porción de un mercado que se achica, los capitalistas
se ven obligados a recurrir a descuentos e incluso a vender sus mercancías por debajo
del precio de coste. Esto a su vez conduce a una caída de la inversión. Pero, dado que la
inversión es la fuerza motriz de cada boom, esto conduce directamente a la recesión. La
profundidad de la recesión se agrava más por los excesos especulativos del período
anterior, como la resaca es directamente proporcional al alcohol ingerido con anterioridad.
Y el actual boom especulativo en EEUU es una fiesta de considerables proporciones.

La Bolsa
En todo boom hay un elemento especulativo, comenzando por el siglo XVII. Durante la
tulipomanía holandesa (1630), un tipo poco común de bulbo se podía vender a 5.500
florines —50.000 dólares en moneda actual—. En el crash posterior, muchas personas se
arruinaron. La historia se repitió casi cien años después, con la llamada "burbuja del mar
del Sur" (1720), cuando una empresa de aventureros ofreció hacerse cargo de la deuda
nacional británica a cambio del monopolio del comercio con las colonias españolas en
América. En esa loca fiebre especulativa, los precios de las acciones subieron de 130 a
1.000 libras en siete meses, para estallar posteriormente. Entre los muchos que perdieron
su dinero se encontraba el famoso científico Isaac Newton, quien comentó amargamente:
"Puedo calcular los movimientos de los cuerpos pesados, pero no la locura de las
personas". Antes del crash de 1929 se produjo el famoso escándalo de la tierra en Florida.
Se pagaban fabulosas sumas de dinero por una ciénaga. Como siempre, la orgía
especulativa terminó en lágrimas.

El capital ficticio, como llamaba Marx a la riqueza de papel generada por la especulación,
ha jugado un papel similar en cada boom en la historia del capitalismo. Durante el período
de auge hay una demanda febril de capital y una búsqueda irracional de beneficios
rápidos y dinero fácil. Como explica Marx, el ideal de la burguesía es siempre hacer dinero
del dinero sin la penosa necesidad de involucrarse en la producción. Este es el origen del
juego en la Bolsa y otras formas de especulación. Durante los períodos de boom se
generan grandes cantidades de capital ficticio y se dan por válidas aunque carezcan de
una base real. En el actual boom de EEUU, éste fenómeno alcanza proporciones
extraordinarias. No sólo se aprecia en los precios de Wall Street, inflados hasta el punto
de que no guardan relación con el valor real o la rentabilidad de las empresas
correspondientes, sino también en las asombrosas cantidades de capital ficticio que
circulan por los mercados monetarios del mundo como derivados y recursos especulativos
similares.

Que se están dirigiendo a una caída mayor es evidente para todos, excepto para un ciego
y ofuscado admirador de la sociedad-casino. Comentando el peligro de un crash bursátil,
The Economist (21/8/99) escribe:
"Dos importantes incertidumbres pueden oscurecer el paisaje. Una es la Bolsa. Si Wall
Street sigue negando la importancia de los tipos de interés altos, como ocurrió en junio,
será más difícil que ralentice el ritmo. A la inversa, una gran corrección en la Bolsa podría
precipitar una caída profunda y poco confortable. La otra incógnita es cómo se
comportarán los extranjeros. El déficit comercial norteamericano alcanzó el récord de
24.600 millones de dólares en junio y el país se dirige a un déficit por cuenta corriente del
4% del PIB este año. Como las economías de Europa y Asia se animen, los inversores
extranjeros que están financiando este importante déficit podrían demandar tipos de
interés bastante más elevados. La reciente caída del dólar y el fortalecimiento de los
bonos puede ser el principio del cambio en los sentimientos del extranjero. La recesión
económica de EEUU podría ocurrir más pronto de lo que nadie espera. Y Alan Greenspan
ya no sería más un semidiós".

Es bastante sorprendente leer los comentarios de los "expertos", que alegan que no hay
por qué preocuparse ya que los capitalistas han aprendido de los errores del pasado. Esto
trae a la mente el comentario de Hegel, que decía que alguien que estudie la historia sólo
puede extraer la conclusión de que nadie aprendió nada de ella. Todo lo contrario, los
capitalistas actuales están ocupados repitiendo precisamente los errores del pasado, y al
hacerlo están preparando una catástrofe aún mayor.

La actual borrachera especulativa de Wall Street no tiene precedentes. La especulación


de 1929 palidece a su lado. En el espacio de doce meses, las acciones de empresas
relacionadas con Internet subieron más de un 1.000%. Hasta la fecha ni una sola de esas
empresas ha conseguido beneficios. Es similar al boom de los precios de la propiedad y
las acciones en Japón en los años ochenta, cuando aumentaron cuatro veces y después
se hundieron. El peligro de un colapso en Wall Street fue señalado hace ya cuatro años
por Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal. En diciembre de 1996 avisó de
la "exuberancia irracional" de la Bolsa, que en ese momento estaba en más de 6.000
puntos. Pero Greenspan y la Reserva Federal no hicieron nada para evitar la inflación de
los valores bursátiles. Al contrario, después del colapso en Rusia en agosto de 1998, los
tipos de interés norteamericanos bajaron, estimulando aún más la especulación. El índice
Dow Jones se encuentra ahora en los 11.000 puntos. Esto ha producido euforia y la
convicción entre muchas personas de que el aumento espectacular de la Bolsa puede ser
eterno, cuando lo que se está preparando es su hundimiento.

Lejos de disminuir, esa exuberancia irracional fue a más por los pequeños aumentos de
los tipos de interés decididos por la Fed. Greenspan ya no lanza avisos, y no es muy difícil
comprender el motivo de su silencio. No es que este representante realista de los grandes
negocios esté convencido de que el peligro ha pasado. Más bien al contrario; sabe que la
situación es más peligrosa que antes y que el más leve shock puede hacer que toda la
estructura se derrumbe. Una palabra poco afortunada del presidente de la Fed podría
causar un pánico financiero. Y Greenspan no quiere pasar a la historia como el hombre
que originó un crash en Wall Street.

Todos aquellos que dicen que la Bolsa no tiene nada que ver con la economía real y que
un colapso en Wall Street no tendrá efectos serios están totalmente equivocados. Aunque
la Bolsa tiene su propia ley, separada y aparte de las leyes de la economía real, no es
verdad que no exista conexión entre ambas. Aunque el vínculo no es directo ni
automático, existe. Por ejemplo, aunque el precio de las acciones en Wall Street parece
no guardar relación con el valor real de las empresas que representan, en última instancia
el dividendo de las acciones dependerá de los beneficios de estas empresas —de la
cantidad de trabajo no pagado que puedan exprimir a la clase obrera—. El aumento del
precio de las acciones es un anticipo del aumento de los beneficios y de mayores
dividendos en el futuro. Cuando los hechos no se correspondan con esta previsión, los
precios de las acciones caerán tan rápido como subieron. Es difícil obtener datos
concluyentes de los factores que sirven para pronosticar las tendencias que seguirá la
rentabilidad, pero sí existen algunos indicadores significativos de la situación real, que
están lejos de ser satisfactorios. En 1997, el 70% de los beneficios de las empresas
norteamericanas pertenecía a doscientas empresas; en 1999, ese mismo porcentaje
pertenecía sólo a cincuenta. En parte esto refleja el creciente número de fusiones, pero no
explica el cuadro en su conjunto. También parece señalar que los beneficios ya han
comenzado a caer, excepto para un pequeño grupo de empresas vinculadas al sector de
la TI. Ésta es una base muy pequeña para el conjunto de la economía norteamericana y
mundial. Los datos anteriores también se acomodan al cuadro general de estancamiento y
declive de la productividad. La situación sin duda es insostenible. Una vez se comience a
constatar este hecho, Wall Street empezará a sufrir las consecuencias. Una vez los
propietarios de acciones se den cuenta de que los beneficios previstos no se
materializarán, comenzarán a deshacerse de ellas, provocando la caída de sus precios.
La presencia de un gran número de inversores inexpertos empeorará las cosas. El
desprendimiento se convertirá en avalancha.

De una manera distorsionada la Bolsa refleja el movimiento de la economía real y a su


vez puede tener un gran impacto en ella. El actual boom del consumo en EEUU depende
hasta cierto punto de la subida del precio de las acciones y de la deuda. Una vez que la
burbuja estalle, tendrá un efecto destructor en la llamada confianza del consumidor. En la
actualidad, casi el 50% de los norteamericanos posee acciones, directa o indirectamente,
diez veces más que en 1929 y el doble que en 1987, año del último gran crash bursátil.
Imaginar que un crash en estas circunstancias no tendría efecto en la economía real es
una fantasía.

El boom bursátil en EEUU ha atraído —a pesar de que su economía se encuentra muy


endeudada y con un gran déficit comercial con el resto del mundo— una gran cantidad de
capital extranjero. Aquí tenemos una contradicción evidente. Si cualquier otro país
estuviera en una posición similar, el capital huiría y la moneda se hundiría. Tanto Wall
Street como el dólar parecen estar desafiando la ley de la gravedad, para deleite de los
defensores de la nueva economía. Sin embargo, tanto en economía como en la vida todo
lo que sube tiene que bajar. Más pronto o más tarde los desequilibrios masivos de la
economía estadounidense harán surgir la preocupación entre los inversores extranjeros,
que exigirán una compensación por el riesgo de depositar su dinero en ese país. Esto
significa tipos de interés más elevados.

Lejos de esto, la Fed ha mantenido los tipos de interés bajos, o los ha subido un cuarto de
punto, el equivalente a un astuto guiño a los especuladores, que toman a la ligera el
consejo e inmediatamente envían el Dow Jones a nuevas alturas. En privado, Greenspan
y los demás están muy preocupados por esta situación. Saben que el actual carnaval no
puede continuar. Si la Fed no quiere actuar, tendrán que hacerlo finalmente los mercados
monetarios internacionales. Una caída del dólar les devolverá a la realidad y les obligará a
subir los tipos de interés a un nivel que se corresponda con la realidad de la economía
norteamericana. Llegado ese momento, todo el edificio comenzará a derrumbarse como
un castillo de naipes.

Todos los economistas serios están de acuerdo en que el peligro mayor al que se
enfrentan ahora EEUU y la economía mundial es una crisis de deflación. Este fenómeno
no se ve desde los años 30, excepto en Japón durante los últimos diez años. Es la imagen
en el espejo de una crisis de inflación, pero a la inversa. Es una espiral descendente en la
que caen los precios, se deprime la demanda y colapsan los préstamos bancarios. Todo
combinado arrastra a la economía a la depresión. En estas condiciones, la caída de los
precios no es la expresión de una economía sana donde aumenta la productividad (como
por ejemplo el largo período de auge capitalista que precedió a la Primera Guerra
Mundial), más bien al contrario, es una manifestación enfermiza de la ausencia de
demanda y del colapso de la confianza en los negocios y la inversión. Dada la situación
actual, en que los márgenes de beneficios ya están bajando, un aumento significativo de
los tipos de interés reducirá seriamente la rentabilidad, provocando una reacción en
cadena en toda la economía. La caída de los beneficios origina la caída de los precios de
la Bolsa, que después afecta al mercado en su conjunto. La caída del precio de las
acciones y el aumento de la deuda hacen que los consumidores sean cautos a la hora de
gastar, lo que provoca una nueva caída de los precios, reduciendo el mercado todavía
más. Aplastados por las deudas incobrables, los bancos se niegan a prestar más dinero y
los tipos de interés reales suben a unos niveles punitivos, reduciendo aún más la tasa de
beneficios. Como en el período anterior, el sistema capitalista ha ido más allá de sus
límites naturales mediante la expansión del crédito, pero al final retrocede violentamente.
Sin perspectiva de beneficios a la vista, los capitalistas dejan de invertir. El aumento del
desempleo deprime más la demanda y la economía entra en una recesión profunda.

Los economistas burgueses tienden a identificar el ciclo de los negocios con la expansión
y contracción del crédito. De ahí la tendencia de atribuir cada recesión exclusivamente a
la subida de los tipos de interés. Realmente esa no es la causa —que, como explica Marx,
es la sobreproducción —, sino un síntoma. Lo mismo ocurre con la crisis del mercado de
valores. Sin embargo, estas crisis financieras pueden ocasionar el repentino colapso de
un boom y magnificar los efectos de una recesión, dependiendo de la medida en que haya
rebasado sus límites el mercado (por la especulación, el capital ficticio y la expansión del
crédito durante el auge). Pero en el actual ciclo este proceso ha alcanzado dimensiones
inauditas. Como avisaba recientemente The Economist, "cuanto más continúe la fiesta,
peor será la resaca final, porque los desequilibrios, como el nivel de deuda, serán aún
mayores".

Paralelismos con los años 20


En contra de lo que creen los partidarios de la nueva economía, el actual boom está lejos
de ser único. El que precedió al crash de 1929 vio también un rápido crecimiento,
estimulado por las nuevas tecnologías y técnicas de producción, como el automóvil y el
fordismo, la radio, el avión y la electricidad, que elevaron la productividad a niveles sin
precedentes. En los siete años previos a 1929, la tasa de crecimiento en EEUU (4,7%) fue
mayor que en el boom actual, el desempleo fue menor (4%) y no hubo inflación. También
fue un período de elevados beneficios y boom en el mercado de valores, y la gente creía
que las vacas gordas durarían para siempre. Todo eso acabó en el mayor crash de la
Historia, al que siguió una profunda depresión mundial. Hay muchos paralelismos entre
esa situación y la actual. Esto escribió John K. Galbraith:

"La producción y productividad por trabajador a lo largo de los años 20 aumentaron


fuertemente: entre 1919 y 1929, la productividad por trabajador en las empresas
manufactureras aumentó en un 43% aproximadamente. Pagas, salarios y precios
permanecieron relativamente estables, o por lo menos no experimentaron aumentos
comparables. De acuerdo con esto, los costes se redujeron y, como los precios no
sufrieron cambios apreciables, el resultado fue el aumento de los beneficios, que
sostenían el tren de vida de los opulentos y ricachones; en parte, también alimentaron
algunas de las expectativas que sostuvieron el auge del mercado de valores. Pero la
masa de dichos beneficios se dedicó a estimular un alto nivel de inversiones de capital.
Durante los años veinte la producción de bienes de capital aumentó a una tasa anual del
6,4%; los bienes de consumo no duraderos —categoría que incluye objetos de consumo
masivo, como alimentos y vestidos— aumentaron solamente en un 2,8% anual. El
aumento en viviendas, mobiliario doméstico, coches y similares —en gran parte
representativo de los gastos de los adinerados y pudientes— fue del 5,9%. En otras
palabras, la forma principal en que se gastaron los beneficios fue mediante el aumento de
las inversiones en bienes de capital" (El crack de 1929, J.K. Galbraith, Editorial Ariel, p.
202).

Los límites de ese boom llegaron a un punto en que la demanda no podía seguir
manteniendo la producción. Antes de que se agotara el boom del mercado de valores, la
sobreproducción ya había comenzado a aparecer en EEUU.

"Ya dijimos que los índices de producción y actividad industrial de la Reserva Federal
(naturalmente las estimaciones mensuales más comprensibles disponibles entonces),
alcanzaron en junio una cota sin precedentes. A continuación cedieron y durante el resto
del año se mantuvo esta tendencia. Según otros indicadores (salarios, fletes y ventas de
almacén) el punto de inflexión correspondió a octubre un poco antes de que la tendencia
de estos indicadores se manifestase claramente declinante. Empero, como han venido
insistiendo algunos economistas (opinión respaldada por la alta autoridad de la Oficina
Nacional de Investi-gación Económica) la economía norteamericana había comenzado a
deteriorarse a principios del verano, o sea, bastante antes del crash".

"Este repliegue puede explicarse de varias maneras. La producción industrial,


inicialmente, habría excedido las posibilidades de demanda del consumidor y de inversión.
La razón más verosímil es que los intereses económicos, debido al característico
entusiasmo de los buenos tiempos, erraron al estimar crecientes las perspectivas de la
demanda, que les llevó a almacenar más de lo que posteriormente necesitaron. A
consecuencia de esto redujeron sus compras, lo cual a su vez produjo un fuerte retroceso
en la producción. En suma, el verano de 1929 señaló el comienzo de la familiar
disminución de las existencias" (Ibid, p. 201).

En otras palabras, una crisis de sobreproducción provocó el crash bursátil. Ahora, muchos
de los estrategas más serios del capital piensan que vamos en la misma dirección: "Los
consumidores han estado pidiendo dinero prestado, han gastado alegremente y el ahorro
familiar se ha vuelto negativo por primera vez desde los años 30. Las empresas también
han pedido mucho dinero prestado. Como las importaciones suben vertiginosamente, el
déficit por cuenta corriente de EEUU se dirige hacia el récord del 4% del PIB. El mercado
inmobiliario también está empezando a echar humo; los precios de las primeras
residencias en muchas grandes ciudades están por las nubes. Y por último, pero no
menos importante, el crecimiento de la oferta monetaria parece excesivo. Estos son todos
los síntomas clásicos de una burbuja" (The Economist, 25/9/99).

¿En qué etapa del ciclo?


Todos los factores antes mencionados están presentes en mayor o menor grado en el
boom norteamericano y se han combinado para producir una espiral económica
ascendente que está durando un período de tiempo sorprendentemente largo. Pero esa
espiral ascendente está llegando a sus límites. La economía norteamericana está
comenzado a mostrar síntomas de recalentamiento. En la cima del boom, cuando la
economía está funcionando a toda mecha, los capitalistas ya no pueden obtener los
mismos beneficios que antes. La tendencia hacia la sobreproducción presiona a la baja
sobre precios y márgenes de beneficio. Al mismo tiempo, el casi pleno empleo (ya se
están quejando de escasez de mano de obra en algunos sectores clave de la economía),
al aumentar el poder de negociación de los trabajadores, hace subir los salarios. Por esta
razón Wall Street se entristece cuando baja el paro en EEUU. El mensaje a los
trabajadores norteamericanos no puede ser más claro: lo que es bueno para ti, es malo
para los capitalistas y los tiburones de la Bolsa.

La única forma de prolongar el boom sería con nuevos aumentos importantes de la


productividad. Pero esta opción no es nada realista. El aumento conseguido durante el
último período lo fue a costa de los músculos y el sistema nervioso de los trabajadores, y
eso tiene un límite. Han ido demasiado lejos por este camino y están provocando una
reacción en todas partes. Por lo tanto, en el próximo futuro los empresarios ya no podrán
seguir aumentando su margen de beneficios mediante este procedimiento.

El desempleo en EEUU está en su nivel más bajo en treinta años. Pero un gran número
de trabajadores son precarios o trabajan a tiempo parcial, muchos de ellos precisamente
en el sector de la TI. Estos trabajadores tienen pocos derechos y podrán ser despedidos
inmediatamente en cuanto comiencen las dificultades económicas. Esto significa que en la
próxima recesión el desempleo en EEUU crecerá rápidamente. Pero en esta etapa la
economía parece estar funcionando al máximo, sin signos de recesión. Durante los
últimos tres años, el PIB norteamericano creció una media del 4% anual. La productividad
no agrícola aumentó en el mismo período un 2% anual, mientras que los precios (excepto
en la Bolsa y en el mercado inmobiliario) han permanecido bajos.

Todo esto es utilizado para justificar la llamada nueva economía. Aunque en realidad que
los precios se hayan mantenido bajos no tiene nada que ver con esto. Más bien es
atribuible a los factores clásicos que están presentes en cada ciclo. En realidad, el pleno
(o casi pleno) empleo, altas tasas de crecimiento y boom del mercado de valores —y
también sobreproducción— son precisamente el tipo de cosas que se ven en el punto
álgido de cada ciclo, justo antes del hundimiento.

En el último período, el principal temor de los economistas burgueses es la deflación de la


deuda, es decir, una espiral descendente del precio de los activos, un aumento tal de la
deuda de los poseedores de activos que acabe por obligarlos a vender, aumentando así
las deudas incobrables y colapsando el préstamo bancario. Estos fueron los síntomas de
las recesiones en el pasado, agravada, como ya hemos explicado, por la borrachera
especulativa. Estos son los peligros que ahora afronta la economía estadounidense y
mundial. Todos los factores que dieron origen al auge en un momento dado se convertirán
en su contrario. Hace un año el príncipe de los especuladores, George Soros, avisó del
peligro de un crash en los mercados financieros mundiales que podría ser una amenaza
mortal para el capitalismo. Ahora surgen otras voces. No sólo el muy keynesiano J. K.
Galbraith advierte de otro 1929; el padre del monetarismo, Milton Friedman, dijo
exactamente lo mismo. Los representantes serios del capital —con un poco de retraso—
han llegado a las mismas conclusiones que los marxistas.

Desde luego no es posible ser exactos en el cronometraje del ciclo. Exigir esto es no
comprender nada de la naturaleza de la previsión económica. Engels señaló hace tiempo
que la economía no es una ciencia exacta porque, entre otras razones, el retraso en las
estadísticas significa que nuestro dibujo de la economía siempre está anticuado. Lo
mismo decía hace poco The Economist (23/9/99): "[Los bancos centrales] funcionan en un
mundo de enorme incertidumbre con mapas poco seguros. Debido al retraso en la
publicación de las estadísticas, no saben exactamente en qué punto se encuentra la
economía hoy, menos aún dónde estará mañana". Todas las predicciones económicas
tienen necesariamente un carácter condicional. No es posible determinar con exactitud el
ritmo de los acontecimientos. Además, el actual ciclo se ha prolongado de forma
sorprendente. Pero el proceso subyacente sí se puede explicar y comprender. Y el
resultado de la actual situación también se puede determinar con un grado de certidumbre
razonable.

Samuel Brittan, del Financial Times, afirma que una crisis en la Bolsa de valores al final de
este siglo podría infligir más daños que el crash de Wall Street de 1929. En un artículo
aparecido en ese periódico el 22 de julio de 1999, titulado Las burbujas estallan, escribe lo
siguiente:

"Algunos comentaristas y políticos están desinformados por la ausencia de presiones


inflacionistas en los mercados de mercancías y servicios. Pero esta es una señal
engañosa que se ha visto con frecuencia en burbujas anteriores". Y continúa citando a
Stephen King, economista jefe del HSBC, que no sólo está convencido de que un crash
es inevitable, sino que intenta demostrar cómo ocurrirá:

"La mayoría de las burbujas se desarrollan durante un período de crecimiento económico


superior a la media y una inflación baja. La presión inflacionista a menudo se encuentra
disfrazada por descensos globales en los precios de las mercancías o tipos de cambio
fuertes que suprimen las presiones inflacionarias durante un tiempo". Aún más durante un
boom, el rápido crecimiento de la oferta monetaria estimula directamente la subida de la
producción o precios de los activos más altos, y el vínculo entre dinero e inflación se
rompe temporalmente. Brittan continúa: "Según HSBC Economics, las fuerzas más
probables que harán estallar la burbuja será la combinación de un nuevo aumento de los
tipos de interés, a pesar de lo que hoy pueda decir Greenspan, y una caída del dólar;
ambos acontecimientos se esperan entra la segunda mitad de este año y la primera del
2000. Esto llevaría a una reducción del crecimiento este año y al riesgo de una recesión
en el 2001".

El tiempo exacto puede ser o no correcto, pero la lógica de la argumentación es


impecable. Los economistas serios no esperan que el boom actual pueda durar mucho
más y temen que los efectos de una recesión sean graves. El argumento de que la
economía puede no verse afectada por un crash del mercado de valores (basándose en la
experiencia de 1987) no se sostiene. HSBC sostiene que hay grandes diferencias entre la
situación de ahora y la de entonces:

"Hace doce años había pocas evidencias de balances demasiado tensos en el sector
privado y pocos motivos para temer una contracción múltiple del gasto en el sector
privado fruto de una caída del precio de las acciones. Hoy el porcentaje de gasto
sustentado por el aumento del precio de los activos es mucho mayor, y una corrección de
su valor tendrá probablemente un efecto mucho mayor en la economía de EEUU".

El actual boom podría continuar un año o dos más, o podría terminar en cuestión de
semanas. Es imposible ser precisos, pero todo apunta en esa dirección y a que cuando se
produzca la caída será severa.

¡Marx tenía razón!


Lo impactante de la actual situación mundial es el asombroso grado de exactitud de las
predicciones de Marx sobre el capitalismo. En El Capital se lee cómo uno de los
principales medios mediante el que los capitalistas pueden (temporalmente) superar las
contradicciones de su sistema es el desarrollo del comercio mundial. Este es el auténtico
significado de la globalización: una colosal intensificación de la división internacional del
trabajo. Pero como también explica Marx, a largo plazo ésta reproduce las contradicciones
pero a una escala mayor que antes. La corrección de esta predicción se ve confirmada
ahora por la realidad casi como si se tratase de un laboratorio.

Es más, el actual boom ha estado acompañado por persistentes niveles de desempleo sin
precedentes en la mayoría de los países capitalistas desarrollados. En la OCDE, la cifra
oficial (que no la real) de parados es de 30 millones. ¡En pleno boom! No es el desempleo
cíclico, ni siquiera el ejército de reserva de desempleados del que Marx hablaba. Es un
desempleo permanente, orgánico, que no desciende en períodos de recuperación. Es una
úlcera venenosa que corroe las energías del sistema. Según la ONU, en el mundo el
desempleo afecta al menos a mil millones de personas. Estas cifras por sí solas son una
condena del capitalismo, y todavía algunos creen que es el mejor sistema posible. ¿Qué
ocurrirá en una recesión?

Es verdad que en EEUU (aunque las cifras están maquilladas) el desempleo es


relativamente bajo. Pero también hay que tener en cuenta la naturaleza de este "empleo",
que en gran medida es temporal y mal pagado, con pocos o sin ningún derecho. Estos
empleos desaparecerán de la noche a la mañana con una recesión, con profundas
implicaciones sociales y políticas. Lenin dijo una vez que la política es economía
concentrada. La recesión en Asia ya se ha manifestado en los inicios de una revolución en
Indonesia, una crisis profunda del régimen en Malasia y un auge de la lucha de clases en
Corea del Sur. Veremos las mismas consecuencias en el gigante dormido de China, que
está en vísperas de acontecimientos revolucionarios que pueden sacudir todo el mundo.

Cuando miramos hacia América Latina, vemos que el colapso del boom ha creado una
situación en la que se están preparando acontecimientos explosivos en un país tras otro.
La mayor parte de los países se encuentra en una profunda recesión. Ecuador anunció
hace poco que dejaría de pagar los bonos Brady (un mecanismo para ayudar a los países
latinoamericanos a pagar las deudas de la crisis de los años ochenta); es el primer país
en hacerlo —y con toda probabilidad no será el último—. Su economía ha caído un 7%
este año, provocando una oleada huelguística sin precedentes. Venezuela —como
Ecuador también productor de petróleo— vive una profunda crisis. A pesar de que los
precios del crudo han subido en los últimos meses, la economía venezolana caerá un 6%
en 1999. Además, la denominada revolución de Chaves está causando una profunda
preocupación en Washington. Y el vecino régimen colombiano está a punto de caer, con
consecuencias enormes para todo el continente. Una recesión en EEUU convulsionaría
toda América Latina, situando los acontecimientos revolucionarios en el orden del día.

África está en efervescencia y las guerras afectan a muchas zonas del continente. La
política de libre mercado —lejos de resolver los problemas— la hundió más en el caos,
haciendo aparecer el fantasma de la barbarie. En Oriente Medio no hay ni un solo régimen
burgués estable. El bombardeo de Irak por el imperialismo norteamericano fue un aviso a
los pueblos de la zona y al mundo ex colonial en general para que no desafíen ni al
capitalismo ni al imperialismo. Pero todas las bombas y misiles del mundo no pueden
frenar el movimiento revolucionario de los pueblos por su emancipación. La magnífica
lucha de los estudiantes iraníes, tras 20 años de dictadura de los ayatollahs, ha servido de
aviso al mundo de que la revolución está empezando en ese país, y no sólo allí. Las
divisiones en el seno de la familia real de Arabia Saudí y de otros Estados árabes son un
síntoma de una crisis profunda, vinculada al movimiento convulsivo de los precios del
petróleo en el mercado mundial.

La recesión asiática tardó casi un año en manifestarse en Rusia (en agosto de 1998), pero
al final llegó. ¡Y de qué manera! El movimiento de los mineros y otros sectores de la clase
obrera rusa fue un recuerdo de que el proletariado ruso está regresando a la lucha. La
aparente estabilidad de Rusia engañó a los crédulos, que pronto volvieron a la realidad
con una serie de crisis de gobierno, bombas e incluso una nueva guerra en Chechenia.
No va a pasar mucho tiempo antes de que Rusia se enfrente de nuevo a un colapso
económico. Lo mismo ocurre con China. El mercado está en bancarrota. La cuestión no
estriba en si ocurrirán o no acontecimientos revolucionarios, sino en cuándo ocurrirán.

Efectos sociales del ‘crash’


Hace poco The Economist avisaba de que "hoy el mayor riesgo para la economía mundial
es Wall Street". Cuando estalle la burbuja especulativa, todo el edificio se vendrá abajo.
Las repercusiones psicológicas, especialmente en EEUU, serán inmensas. Se producirá
una gigantesca reacción contra el mercado en todas sus formas. La violencia de esta
reacción será proporcional a las ilusiones generadas en el período anterior. Los efectos se
sentirán más profundamente en EEUU que en ninguna otra parte. Después de décadas
de descenso del nivel de vida y aumento de las desigualdades, el sueño americano está
hecho jirones. La desilusión y el cuestionamiento de la sociedad cada vez son mayores. El
sentimiento de malestar general y alienación se comprueba en la baja participación en las
elecciones y en la creencia de que a los que están arriba no les importan los de abajo.

El período actual, como hemos señalado, ha visto un incremento de la concentración de


capital, es decir, un aumento masivo de la riqueza y el poder de una pequeña minoría, en
un extremo, y de la pobreza, la miseria, la degradación y la enfermedad de la inmensa
mayoría, en el otro. Esta tendencia, ya pronosticada por Marx y repetidamente negada por
los sociólogos burgueses durante décadas, ahora es innegable. Han acumulado una
riqueza fabulosa a costa de la explotación de la clase obrera.

Este sentimiento de alienación se refleja en pequeños incidentes que sin embargo tienen
un significado sintomático profundo. En la película Titanic, varios ricos malos se hunden;
en los cines estadounidenses esta escena era interrumpida por estruendosos aplausos.
Esta reacción la comentaron con preocupación los observadores burgueses. Esta actitud
hacia los ricos no sólo ocurre en EEUU. Este incidente, aunque a pequeña escala, revela
un malestar subyacente y el cuestionamiento de los valores del capitalismo
norteamericano, del creciente abismo entre ricos y pobres —en especial entre los
jóvenes—, y de cara al futuro representa una amenaza de muerte para el sistema
capitalista. Si éste es el ambiente ahora, ¿qué ocurrirá en una recesión? Este
pensamiento debe producir insomnio a los representantes más inteligentes del capital.

Una recesión también tendrá efectos muy serios en Europa, sometiendo al euro a una
tensión intolerable. Ya es evidente —como predijimos— que la introducción del euro
aumentaría las contradicciones entre las diferentes economías europeas. Es imposible
unificar Europa bajo el capitalismo porque es imposible hacer converger economías que
se mueven en direcciones diferentes. Alemania, la más poderosa, tiene problemas. Se
han alcanzado los cuatro millones de parados por primera vez desde tiempos de Hitler y
no hay mejora a la vista. Seis institutos económicos han rebajado sus perspectivas de
crecimiento este año del 2,3% al 1,7%. Pero la debilidad del euro imposibilita reducir los
tipos de interés. Los problemas de las economías capitalistas más débiles son aún
peores. En el pasado, Italia habría recurrido a la devaluación y al aumento del gasto
público para salir de las dificultades. Ahora está encorsetada por un sistema rígido que
probablemente no sobrevivirá a una recesión severa. En una crisis, todos los antiguos
antagonismos nacionales resurgirán con una fuerza redoblada.

Se producirán convulsiones en un país tras otro, y más pronto o más tarde encontrarán un
reflejo dentro de las organizaciones de masas de la clase obrera. Aquellos dirigentes
reformistas de derechas como Blair y Schröder que han abrazado con tanto entusiasmo el
mercado se verán condenados. Se producirá una gran oposición a la política de
colaboración de clases de los dirigentes obreros. Después de un largo período en el cual
las organizaciones obreras han girado a la derecha, reflejando las presiones del
capitalismo, se producirá un giro a la izquierda en todas partes, abriendo enormes
posibilidades para las ideas del marxismo.

En la víspera del nuevo milenio nos enfrentamos a la perspectiva de la revolución mundial


por primera vez en la historia de la humanidad. Las revoluciones de 1848 —sobre las que
escribieron Marx y Engels— estaban confinadas a Europa. Incluso la oleada
revolucionaria que siguió a la revolución rusa en el período 1917-21, pese a que encontró
un eco importante en Persia, China, Turquía, India y Egipto, fue un fenómeno
principalmente europeo. Pero ahora todo es diferente. La formación de una sola economía
mundial interdependiente y el fortalecimiento de la clase obrera como consecuencia del
desarrollo de la industria en cada rincón del planeta han creado por primera vez las
condiciones objetivas para la revolución socialista mundial. Basta una victoria decisiva de
la clase obrera en un país clave para que la perspectiva de la transformación socialista de
la sociedad y la cuestión del poder sea puesta en el orden del día en un país tras otro, en
un continente tras otro. De la resolución de esta cuestión dependerá el futuro de la raza
humana.

Noviembre de 1999

MARXISMO HOY Nº 7
En el filo de la navaja
Perspectivas para la economía mundial

Septiembre 1999 ..Fundación Federico Engels

El nuevo desorden mundial


Las relaciones mundiales en el amanecer del siglo XXI
Alan Woods y Ted Grant

"El siglo XIX llegó a su fin y en 1914 comenzó la Primera Guerra Mundial; en la
actualidad la guerra iniciada en Kosovo, la primera en Europa desde 1945, marca
nuestra entrada en el siglo XXI. Representaría entrar en una nueva era de la misma
forma que la anterior, y más o menos en el mismo lugar, lo cual posee un valor
tremendamente simbólico (...). Los acontecimientos de hoy en día reflejan también el
cambio de los actores internacionales (...).

Estados Unidos se ha convertido en la única ‘mega-potencia’, un desequilibrio que


puede resultar peligroso".

Dominique Moisi, director del Instituto Francés de Relaciones Internacionales;


aparecido en Financial Times (23/9/99).

Hace exactamente cien años Kropotkin escribía que la condición normal de Europa era la
guerra, medio siglo después esta triste predicción parece cumplirse. En el período posterior
a la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo experimentó un fuerte período de crecimiento
económico, que sentaría las bases objetivas para la relativa estabilidad del período de la
posguerra en las relaciones entre las clases y también entre los Estados nacionales.

La razón para que esta "paz" se mantuviera fue el balance de terror existente entre la
potente Rusia estalinista por un lado y por el otro el poderoso imperialismo americano. Era
la denominada guerra fría, una lucha entre dos sistemas sociales mutuamente
contradictorios.

El cambio del rostro de la guerra


EEUU y la URSS se dividieron el mundo y crearon lo que parecían ser dos bloques y
esferas de influencia inmutables. En aquella época EEUU no se habría atrevido a atacar
Yugoslavia o bombardear Irak, ya que habría significado una guerra entre EEUU y la
URSS. La guerra fría fue la manifestación de una lucha mundial entre dos sistemas
sociales antagónicos; en este período de "paz" no se consiguieron eliminar las
contradicciones fundamentales. Al contrario, surgieron otras contradicciones nuevas, como
se comprobó en la monstruosa carrera armamentista que devoraba una gran parte de la
riqueza generada por la sociedad. La pregunta es: ¿por qué estas contradicciones no
llevaron en ese momento a una guerra entre Rusia y Estados Unidos?

Al final de su vida Engels escribió sobre dos fenómenos nuevos en aquella época: el
desarrollo del imperialismo y el militarismo. Hasta la Revolución Francesa no existían
ejércitos permanentes, los Estados monárquicos del siglo XVIII tenían pequeños ejércitos
profesionales. La Revolución Francesa lo cambió todo. Antes lo común era que los
generales de los dos ejércitos contendientes llegasen a un acuerdo entre caballeros para
evitar una costosa batalla. ¡La guerra era un negocio caro! Este tipo de guerra finalizó con
la Guerra de la Independencia americana, cuando, en palabras de Engels, los irregulares
coloniales se negaron a bailar el minueto militar con las fuerzas de la Corona inglesa. Y fue
la Revolución Francesa la que acabó totalmente con él; por primera vez la Europa feudal y
reaccionaria se en-frentaba al espectáculo revolucionario del pueblo en armas.

Generales brillantes y revolucionarios como Lázaro Carnot desarrollaron tácticas y


métodos militares totalmente nuevos, en especial el leveè en masse, es decir la
movilización del pueblo en su conjunto. Bismarck aprendió esto de la Revolución Francesa.
A principios de la década de 1870, Handerbeg escribía las siguientes palabras al rey de
Prusia: "Debemos hacer desde arriba lo que los franceses hicieron desde abajo". Los
prusianos se basaron en la idea de Carnot del pueblo armado, aunque le imprimieron el
espíritu reaccionario del militarismo. Pero la máquina militar prusiana era perfecta y
consiguió victorias espectaculares, que permitieron al junker conservador, representado
por Bismarck, llevar adelante la tarea históricamente progresista de unificar Alemania,
aunque de una forma reaccionaria bajo el dominio de la Prusia feudal y burocrática.

En la década de 1890 el Estado prusiano, siempre imbuido del espíritu militarista y


burocrático, había creado un monstruo gigantesco que consumía ingentes cantidades en
armamento. Francia y los demás Estados le seguían en esta tendencia. Toda Europa se
había transformado en un enorme campo armado. Cuando Engels observó la gran
acumulación de nuevas armas de destrucción y de poderío militar en Alemania y en el
resto de las potencias, afirmó que este hecho conduciría al colapso del Estado. También
creía que esa situación haría imposible una guerra europea. Más tarde la historia
demostraría que Engels estaba equivocado. Los antagonismos entre Alemania, Francia,
Gran Bretaña, Rusia y el Imperio Austro-Húngaro llevaron a la Primera Guerra Mundial, y
en los Balcanes se encendió la mecha. Esa guerra causó la muerte de al menos diez
millones de personas y Europa quedó reducida a escombros. La Segunda Guerra Mundial
ocasionó 55 millones de muertos y casi la destrucción de la civilización. Aunque Engels se
equivocara en ese momento, sí que estaba en lo correcto cuando pronosticó que la guerra
se había convertido en algo demasiado costoso. Lo que Engels escribió entonces sobre el
gasto militar y el militarismo no es nada comparado con la situación actual. En el último
período el gasto mundial en armas ha superado el billón de dólares y desde 1945 no ha
estallado ninguna guerra mundial.

La época posterior a 1945 fue un período de "paz" aunque para la mayoría de la población
la paz mundial permaneció como un sueño inalcanzable. Durante los últimos cincuenta
años en el mundo sólo han existido 17 días de paz. Siempre en algún rincón del planeta ha
habido una guerra, fundamentalmente en el mundo colonial. Largas guerras de liberación
en Kenia, Argelia, Angola, Mozambique y de-más. Guerras importantes en las que se
vieron involucradas las grandes potencias, como fueron las guerras de Corea y Vietnam.
Más tarde las guerras en Nicaragua y Afganistán, la del Golfo y, finalmente, la de Kosovo.
Esta última fue la primera guerra en Europa en cincuenta años, y marcó un punto de
inflexión que tendrá importantes repercusiones y que afectará más allá de los Balcanes.

La cuestión de la guerra es muy concreta. ¿Por qué no hubo una guerra entre las grandes
potencias en cincuenta años? La respuesta es clara: el surgimiento de las armas nucleares
cambió la naturaleza de la guerra. La burguesía no hace la guerra por diversión,
patriotismo, o para salvar a los pobres kosovares, a la pequeña Bélgica o cosas por el
estilo. Hace la guerra por beneficios, por mercados, por materias primas y por esferas de
influencia.

No hacen guerras para exterminar a los pueblos. Ese no es el único propósito de las
guerras imperialistas. Ni siquiera era el propósito de los mongoles al mando de Gengis
Kan, a pesar de que exterminaran a muchas personas. Aunque utilizara el terror de masas
como un arma de guerra el objetivo de Gengis Kan no era exterminar a toda la población,
sino su conquista, esclavización y saqueo.

El propósito de las guerras capitalistas es la captura de nuevos mercados y no el


exterminio de las poblaciones. Una guerra nuclear hubiera significado la destrucción total
tanto de Rusia como de EEUU, una estupidez desde el punto de vista capitalista. Siempre
existirán, no obstante, generales americanos que realicen cálculos aritméticos para
demostrar que, a pesar de que una guerra nuclear mataría a decenas de miles de
personas en EEUU, por lo demás no habría ningún problema; pero la clase dirigente
americana no los toma en serio, sólo basta recordar las palabras del presidente Truman
sobre la capacidad mental de los generales americanos al decir que la guerra era un
asunto demasiado serio como para dejarlo en sus manos.

Los miles de millones de dólares que en la actualidad se gastan en armas, en especial las
principales potencias imperialistas, hacen que el gasto militar de Bismarck e incluso Hitler
parezca un juego de niños. Después de la caída del Muro de Berlín se habló mucho en
Occidente de los "dividendos de la paz". La perspectiva que se abría era un nuevo orden
mundial en el que todo el planeta entraría en un largo período de paz y prosperidad bajo la
tutela de EEUU. Pero las cosas han sido un poco diferentes. Aún no estaba seca la tinta
del discurso de George Bush cuando estalló la Guerra del Golfo, y ahora Kosovo. Lejos de
desarmarse, EEUU continúa armándose hasta los dientes, gastando cada año 804 dólares
per cápita en armas, seguido en la lista por Francia con un gasto anual de 642 dólares per
capita.
Gran Bretaña, que, a pesar de perder totalmente su hegemonía económica e industrial,
aún quiere parecer poderosa, gasta 484 dólares, cifra absurda para un país que perdió su
superioridad industrial y que hace mucho tiempo quedó reducida a potencia de segunda
fila. La pregunta es ¿cuál es el objetivo de esta demente carrera armamentista? Durante la
guerra fría tenía su explicación en el supuesto peligro que representaba la existencia de la
URSS. Pero esta excusa ya no vale. La razón "oficial" es la necesidad de sostener la paz y
la democracia mundial. Pero los auténticas propósitos del imperialismo están determinados
por lo que los alemanes llamaban realpolitik, es decir el egoísmo más cínico y calculado.
Es evidente que por consideración a la opinión pública la diplomacia debe presentarlo de la
manera más favorable -"misiones humanitarias", "fuerzas pacificadoras", "política exterior
ética" y cosas por el estilo-. No hay nada nuevo en esto. El cinismo y el egoísmo siempre
han guiado los principios de la diplomacia burguesa. Igual que intentaron calmar a Hitler
con la esperanza de que dirigiría su atención al Este y atacaría la Unión Soviética, la clase
dominante democrática británica dudó al entregar Checoslovaquia a los nazis igual que un
hombre duda al lanzar un hueso a un perro hambriento.

La guerra entre Irán e Irak causó un millón de muertes. Y pasó prácticamente


desapercibida porque no afectaba a los intereses vitales de Occidente. En realidad
Occidente esperaba que se matasen entre ellos. Gran Bretaña y EEUU suministraron
armas a Sadam Hussein hasta que invadió Kuwait.

La actitud de Occidente hacia Ruanda se caracterizó por la misma actitud de cínica


indiferencia, mientras EEUU por un lado y Francia por otro enfrentaban a las diferentes
etnias armándolas hasta los dientes, en su sorda pugna por el control de los valiosos
recursos naturales de la zona. Esto subraya la hipocresía existente en las intervenciones
humanitarias del imperialismo en Bosnia, Kosovo y Timor Oriental. En cada uno de los
casos es necesario abrirse paso a través de la niebla diplomática para poder ver los
auténticos intereses que hay detrás de toda la maniobra y propaganda diplomática.

Detrás de toda la palabrería sobre motivos humanitarios y misiones pacificadoras se


esconden motivos egoístas. La guerra de EEUU contra Irak no tiene su origen en la
preocupación por la pobre y pequeña Kuwait, ni la Primera Guerra Mundial en el destino de
la pobre y pequeña Bélgica. La principal preocupación de esa guerra era la amenaza al
suministro de petróleo de EEUU, y la amenaza que representaba el aumento del poder
iraquí en esta región tan importante desde el punto de vista estratégico y económico. El
bombardeo salvaje de Irak fue un aviso a los pueblos de Oriente Medio y del Golfo: "Si os
desviáis de la línea marcada, ya veis lo que os ocurrirá". Casi una década después aún
continúa el bombardeo de Irak, a pesar de que Irak no represente ya una amenaza militar
seria para EEUU. El bombardeo y el hostigamiento militar se unen a un no menos
monstruoso bloqueo económico, que incluye entre otras cosas la prohibición de enviar
lápices, evidentemente armas peligrosas en manos de los escolares iraquíes.

El surgimiento del imperialismo americano como única superpotencia mundial es un hecho


sin precedentes en la historia. EEUU se ha convertido en la mayor fuerza
contrarrevolucionaria jamás vista antes, dispuesta a utilizar cualquier medio a su alcance
para derribar gobiernos que no le sean afines. En África, Asia y América Latina apoyan a
gangsters y ladrones para luchar contra aquellas fuerzas que amenazan sus intereses
estratégicos.

Durante estos cincuenta años las materias primas baratas han jugado un papel importante
en el desarrollo del capitalismo occidental. Y no es una cuestión secundaria. El control del
petróleo y demás materias primas es un factor importante en la política global de EEUU y
del resto de las potencias imperialistas. Por tanto están dispuestos a utilizar los métodos
más brutales contra los pueblos coloniales.

La revolución colonial
Uno de los acontecimientos más impresionantes de esta prolongada "paz" fue la revolución
colonial. Ha representado el movimiento más grande desde la caída del Imperio Romano:
un movimiento magnífico en el que participaron cientos de millones de esclavos modernos
de China, India, Indochina y África. Como movimiento de lucha por la emancipación
nacional y social, la historia no conoce nada comparable. Si tratamos de buscar un paralelo
sólo hay dos cosas que se puedan parecer: el movimiento de los primeros cristianos, que
comenzó como un movimiento revolucionario, y el despertar de la nación árabe en los
primeros días del Islam. Pero la revolución colonial fue un movimiento mucho más
importante.

En su titánica lucha, estos pueblos sojuzgados y postrados derrotaron al imperialismo.


Trotsky, antes de la Segunda Guerra Mundial, ya previó este colosal acontecimiento.
Afirmó que llegaría un momento en que el imperialismo no podría seguir sometiendo a las
masas coloniales por medios directos, porque se convertiría en un gigantesco desagüe de
recursos y energía.

Los imperialistas británicos fueron los primeros en comprenderlo. La entrega de la India no


fue fruto de un gesto humanitario. Los británicos tuvieron que dejar la India debido a un
movimiento de masas. El imperialismo británico conquistó la India y mantuvo su dominio
utilizando tropas indias, por eso pudo mantener el control. No existía una conciencia
nacional. La India estaba dividida en pequeños Estados, y resulta paradójico que el
imperialismo británico fuera el que creara la conciencia nacional en el pueblo indio. En
1947 el gobierno británico preguntó al general Auchinleck cuánto tiempo podría mantener
la India bajo control. Su respuesta fue que tres días. Los británicos se enfrentaron a
motines en el ejército, revueltas, huelgas y manifestaciones. Una vez que el pueblo indio
adquirió conciencia de nación se levantó contra sus opresores, lo que representó el fin de
la historia colonial británica.

En un país tras otro los imperialistas se vieron obligados a abandonar el control militar y
burocrático directo de las colonias. En 1958 en Francia De Gaulle aprendió la lección.
Llegó al poder con la consigna Algerie Fran-çaise! (¡Argelia francesa!) pero, una vez en el
poder, comprendió que les costaría muy caro sostener una guerra contra el pueblo argelino
y decidió la retirada. Esto originó una crisis revolucionaria que podría haber acabado en
una revolución de no ser porque el Partido Comunista Francés carecía de una política
revolucionaria. Fue la prueba de que la revolución colonial podía afectar también a los
países metropolitanos. Lo mismo ocurrió en Portugal en 1974-75, cuando el intento de
mantener Angola, Mozambique y Guinea Bissau llevó a la revolución en la misma
metrópoli. En 1960 Bélgica se vio obligada a salir del Congo, pero antes sembró a
propósito el caos que aún persiste en la actualidad.

Aunque la revolución colonial fue un gran paso adelante, sobre bases capitalistas no
representó ninguna solución de los problemas fundamentales de estos países. Después de
medio siglo de "independencia" la burguesía no ha resuelto ninguno de los problemas ni de
la India ni de Pakistán. La cuestión agraria y la modernización de la sociedad siguen sin
resolverse. En la India (y hasta cierto punto en Pakistán) el sistema de castas, esa reliquia
del barbarismo, sigue aún vigente. Ni India ni Pakistán han solucionado la cuestión
nacional, que está adquiriendo consecuencias explosivas, en especial en Cachemira.
Ninguno de estos países atrasados y subdesarrollados es libre a pesar de la trampa que
representa su independencia formal, la realidad es que todos estos países están más
dominados por el imperialismo que hace medio siglo.

Los recientes acontecimientos en el subcontinente indio revelan la existencia de


contradicciones insostenibles. Estas dos potencias nucleares estuvieron al borde de una
guerra. Para intentar desviar la atención de las masas paquistaníes, el primer ministro
Nawaz Sharif lanzó un órdago desesperado en Cachemira. Quizá quería sacar ventaja de
la crisis gubernamental india, pero al final los paquistaníes no sólo fracasaron, sino que los
acontecimientos condujeron a un golpe de Estado. Esto en sí mismo es un reflejo del total
impasse del capitalismo en ese país. Sobra decir que la cuestión de Cachemira no sólo
sigue sin resolverse, sino que será la fuente de futuras guerras.

En todas partes los países ex coloniales padecen la guerra y la inestabilidad, reflejando la


imposibilidad de resolver sus problemas bajo el capitalismo que, como bien decía Lenin, es
"horror sin fin". En la actualidad en África se libran cuatro o cinco guerras terribles,
caracterizadas por la limpieza étnica, el barbarismo e incluso brotes de canibalismo.
Algunas de estas guerras se producen en países ricos, como Angola y el Congo. Con su
hipocresía característica, los imperialistas levantan las manos y publican artículos con
tintes racistas que presentan a los africanos como salvajes. Las guerras en África se
muestran como guerras tribales, cuando en la práctica son originadas por la injerencia de
las potencias capitalistas, especialmente EEUU y Fran-cia, que luchan por los mercados y
materias primas en África. Países como el Congo y Angola poseen una enorme riqueza
mineral de gran interés para los imperialistas. El caso del Congo es especialmente
revelador: un país rico en potencia, pero hoy reducido a cenizas. Una parte está controlado
por los rebeldes y las tropas extranjeras de Zimbabwe, mientras Angola y Namibia junto
con EEUU apoyan al gobierno de Kabila, que sólo domina la mitad del país; Uganda y
Ruanda están respaldados por Kenia. Todo por el control de las minas de diamantes y
minerales.

Nunca el planeta ha estado como ahora dominado por una sola potencia. En sus
relaciones con otros países EEUU hace uso de una asombrosa arrogancia. Pero si
miramos un poco más de cerca vemos que este coloso tiene pies de barro. Su poder está
limitado incluso en el terreno donde parece invencible.

Cuando predijo Trotsky que EEUU emergería victoriosa de la Segunda Guerra Mundial y
dominaría el mundo, añadió que tendría dinamita en sus cimientos. Esa es precisamente la
situación actual. Hace cien años el imperialismo británico consiguió enormes beneficios
económicos de su dominio del mundo. Ahora EEUU ha heredado el papel de Gran Bretaña
como policía mundial, pero en lugar de beneficiarse económicamente, en realidad le está
suponiendo un enorme coste y tendrá profundos efectos sociales en los mismos EEUU.
Las recientes manifestaciones ante la Conferencia de la OMC en Seattle son una
ilustración gráfica de este hecho.

La guerra de Vietnam representó un punto de inflexión. Era la primera vez en su historia


que EEUU perdía una guerra, y tuvo un efecto electrificante en la conciencia de la clase
obrera americana. Se convirtió en un trauma. No debemos olvidar que el imperialismo
americano no sólo cayó derrotado en Vietnam, sino en EEUU, donde surgió un movimiento
de masas contra la guerra que adquirió connotaciones revolucionarias. El ejército
americano en Vietnam también se encontraba desmoralizado. Un general americano llegó
a decir que el ambiente entre las tropas sólo era comparable al de Petrogrado en 1917. La
potencia imperialista más poderosa de la historia cayó derrotada en la selva de Vietnam a
manos de un ejército guerrillero con los pies descalzos. Como hemos explicado en alguna
otra ocasión, este histórico acontecimiento tuvo un efecto importante en los militares
americanos.

Después de la guerra de Vietnam los marxistas señalamos que el imperialismo americano


no intervendría con tropas de tierras en ningún país del mundo, con una excepción
importante: Arabia Saudí. En este país, a EEUU no le quedaría más remedio que intervenir
debido a la tremenda importancia que representa para la economía americana, aunque en
todo caso tomaría el control de las zonas costeras donde se encuentra el petróleo y dejaría
el desierto y la arena para los saudíes. En la actualidad seguimos defendiendo esta idea.
Arabia Saudí se encuentra en una situación inestable. La deuda pública representa el 10%
del PIB. La camarilla dominante, apoyada en la familia real, no puede ya ofrecer
concesiones a la población como hacía en el pasado. Las escisiones por arriba se reflejan
en las desavenencias existentes en el seno de la familia real que, a su vez, reflejan las
tensiones en el seno de la sociedad saudí. El espectro de la revolución se cierne sobre la
Península Arábiga. Y no sólo en Arabia Saudí. Debido a las fluctuaciones del precio del
petróleo no existe ni un solo régimen burgués estable en todo Oriente Próximo.

La historia de las revoluciones demuestra que no comienzan por abajo sino por arriba, con
escisiones en la clase dominante. El famoso sociólogo e historiador francés, Alexis de
Tocqueville, trata este proceso con detalle y demuestra lo que ocurre cuando el viejo
régimen entra en crisis. Un sector de la clase dominante afirma que sin reformas estallará
una revolución, mientras el otro contesta que con reformas estallará una revolución; ambos
están en lo correcto. Estas palabras expresan la situación a la que hoy en día se enfrentan
los regímenes monárquicos árabes. Estos regímenes al principio eran muy prósperos, muy
ricos y aparentemente estables. Arabia Saudí, Bahrein y Kuwait están gobernados por
familias reales. Lo mismo ocurre con Jordania y Marruecos, aunque este último no es rico
en petróleo. Todas y cada una de estas familias están divididas, lo que representa un
síntoma de los acontecimientos y tensiones revolucionarias en estas sociedades.

En todas partes comienza a reaparecer el espectro de la revolución. En Irán, después de


veinte años de bárbara reacción bajo el dominio de los mullahs, las masas comienzan a
desperezarse. Como siempre el movimiento ha comenzado con los estudiantes y la
intelligentsia, el barómetro más sensible de las tensiones subyacentes en el seno de la
sociedad.

Las manifestaciones de masas del verano pasado fueron un serio aviso para el régimen, y
demuestran que la paciencia de las masas se está agotando. La explosión de los
estudiantes representa el principio de una nueva revolución iraní. El movimiento ha
amainado a causa de la feroz represión. Pero resurgirá inevitablemente con nuevos y
renovados bríos. Los estrategas del capital, con cierto retraso, han llegado a la misma
conclusión que los marxistas. En un reciente número de Business News aparecía lo
siguiente: "Muchos observadores que presencieron los últimos disturbios de julio, que
enfrentaron a los estudiantes universitarios con la policía y la extrema derecha religiosa,
creen que éste fue un aviso de lo que puede ocurrir si el establishment no cede. ‘Es la
última oportunidad para que Jatamí lleve adelante una reforma pacífica. Si es derrotado,
entonces todo el sistema estará amenazado’, estas son las palabras de Ali Rezar-Alavi
Tabar, editor del periódico de Teherán Sobh-e-Emrooz y colaborador importante de
Jatamí".

Los acontecimientos revolucionarios de Irán son un anticipo del proceso que tendrá lugar
en el Golfo y Oriente Medio durante el próximo período. Estamos ante un acontecimiento
importante y decisivo no sólo para Irán, sino también para la revolución mundial. Irán
también era un país estratégico en 1979, pero a EEUU no se le ocurrió intervenir para
salvar a su aliado el Sha. Observaron impotentemente el derrocamiento del antiguo
régimen y el saqueo de su embajada. Si no pudieron intervenir en 1979 cómo hacerlo
ahora, frente a una revolución de las masas iraníes que tendría un carácter totalmente
diferente: anti-mullah, anticapitalista y antiimperialista.

Una revolución en Irán tendría consecuencias revolucionarias en todo Oriente Próximo. El


imperialismo americano se verá obligado a mantener en todas partes una actitud
defensiva. Si con toda probabilidad se ven obligados a intervenir en Arabia Saudí, esto
provocaría insurrecciones en todos y cada uno de estos países. Ni una sola embajada
americana quedaría en pie. Y las repercusiones alcanzarían a Asia, África y América
Latina. Por eso los imperialistas americanos, británicos y franceses se están armando
hasta los dientes, se preparan para la tormenta, y, a pesar de todo, los límites del poder del
imperialismo son bastante evidentes. En los últimos veinte años EEUU sólo ha intervenido
en países pequeños y débiles, con la excepción de Irak. En la mayoría de los casos ni
siquiera terminaron bien el trabajo, incluso llegaron a sufrir retiradas humillantes como en
Líbano y Somalia.

"La intervención en Irak fue la primera de una serie de intervenciones, entre ellas Somalia,
Haití, Bosnia, y ahora Kosovo. Ninguna de ellas terminó bien. Somalia acabó en fracaso.
La invasión de Haití consiguió derrocar al gobierno pero no sacó a Haití de la miseria.
Bosnia que en principio era una intervención a corto plazo, se ha convertido en una
intervención permanente. Pero hasta ahora ninguna de estas intervenciones ha obligado a
Estados Unidos a enfrentarse a la cuestión clave: ¿cuáles son los límites del poder
americano? (Stratfor Global Intelligence Update; The world after Kosovo; 3/5/99).

Esto explica las reticencias del Pentágono a enviar tropas de tierra a Kosovo, prefieren
basarse en la fuerza aérea. Los americanos sabían que tendrían numerosas bajas, lo que
provocaría efectos importantes en los países de la OTAN. Si hubieran enviado tropas de
tierra a Kosovo el resultado de la guerra habría sido diferente. La guerra de Kosovo no ha
cambiado la posición en la que se encuentra el Pentágono; mientras las fuerzas aéreas
americanas exigen más dinero para perfeccionar su arsenal de armas destructivas. Pero al
final el imperialismo americano se verá obligado a emplear tropas terrestres en un país u
otro y pagará las consecuencias.

El papel de Alemania
Uno de los acontecimientos más importantes de los últimos tiempos es la tendencia a la
división del mundo en bloques regionales. Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa
estaba dividida en dos, EEUU dominaba Europa Occidental y el Este estaba dominado por
Rusia. Ahora todo ha cambiado. Incluso antes de la caída del estalinismo, el mundo ya
estaba dividido en bloques comerciales rivales. El Tratado de Libre Comercio (TLC),
dominada por el imperialismo USA, incluye por el norte a Canadá y por el sur a México. En
la práctica EEUU considera a todo el continente americano como un asunto privado.
Paralelamente Japón quiere crear su propia esfera económica de influencia en Asia, y los
capitalistas europeos han formado la Unión Europea.

En el caso de Europa el lanzamiento del euro se interpretó como un movimiento en


dirección a la creación de un super-Estado europeo o una federación. Quienes defienden
esta idea no comprenden lo que ocurre en realidad. Es verdad que el proceso de
integración de la UE ha ido más allá de lo previsto por los marxistas. Pero este proceso
tiene un límite, y en cualquier caso no eliminará las contradicciones existentes entre los
diferentes Estados nacionales que componen la UE. La realidad es que sólo existe un
Estado lo suficientemente fuerte desde el punto de vista económico que puede dominar
Europa, y ese es Alemania. Este hecho, que era obvio desde el principio, se ha hecho más
evidente después de la caída del muro de Berlín en 1989. Y marcó un cambio decisivo en
la historia de Europa y del mundo.

El escritor y político irlandés Conor Cruise O’Brien afirma que el entusiasmo francés y
alemán por la integración europea siempre fue una tapadera hipócrita para sus ambiciones
nacionales: "El lenguaje del federalismo en los labios de comerciantes y políticos se ha
convertido en una lengua codificada que apela a los instintos nacionalistas de países
rivales. Los nacionalistas franceses escuchan a su presidente recomendar el federalismo y
piensan: ‘Seremos más listos que ellos porque somos más inteligentes y dirigiremos
Europa igual de bien que nuestro propio país’. Los nacionalistas alemanes, escuchan el
mismo lenguaje de su propio canciller, y piensan: ‘Debemos dominar una Europa federal
debido a nuestro tamaño, nuestra fortaleza de carácter y nuestros hábitos nacionales de
economía y trabajo duro".

Si echamos una mirada retrospectiva a la historia, es probable que la introducción del euro
se pueda ver como el mayor intento de integración europea sobre bases capitalistas,
aunque en todos los niveles abundan los conflictos de intereses. La fortaleza alemana
reside en la industria, mientras que Francia aún tiene importantes intereses agrícolas, que
está decidida a defender, también por razones sociales y políticas. Alemania mira al Este, a
sus antiguas colonias, la República Checa, Polonia y los Balcanes. Francia mira al sur, a
sus antiguas colonias en el norte de África y a sus vecinos mediterráneos, España e Italia,
que al menos potencialmente parecen sus aliados. Gran Bretaña es un caso especial.
Después de décadas de declive industrial, su poder e influencia en el mundo han remitido,
pero no sus sueños, ilusiones y desilusiones de grandeza. En realidad se ha convertido en
una economía rentista, como Francia antes de la guerra, y en un semisatélite de EEUU.
Las potencias europeas menores, como siempre, gravitan alrededor de las tres grandes,
ahora una y después otra, según los intereses de cada momento. Todos se guían por sus
propios intereses nacionales. Grecia mantiene su política con relación a Serbia y Turquía,
por ejemplo. Pero la potencia decisiva es Alemania.

La intención original al crear la Unión Europea era sujetar a Alemania y Francia para
prevenir una nueva guerra entre estos dos países. Pero la intención de Francia siempre fue
la de jugar un papel dominante. Al principio parecía ser así, Alemania aún luchaba por salir
de la catastrófica derrota de 1945, pero el tiempo pasó y el poderío industrial alemán dejó a
Francia detrás. París se reconfortaba pensando que mientras Alemania era una potencia
económica en Europa, Francia seguiría manteniendo el poder supremo político y militar,
pero todos sus cálculos fracasaron. Con la unificación, Alemania renació como una
superpotencia. Era una utopía pensar que su fuerza no encontraría expresión política y
militar, y que la clase dominante alemana se contentaría para siempre con ser la
segundona de Francia en la escena mundial.

Con la unificación hemos presenciado el resurgimiento de todos los viejos sueños


alemanes de grandeza. En la actualidad Alemania gasta menos que Gran Bretaña y
Francia en armamento, 355 dólares per capita, pero tiene un ejército poderoso, una base
industrial muy fuerte y una población de 80 millones de personas en el corazón de Europa.
Ya ha conseguido por medios económicos lo que no pudo en dos guerras mundiales: unir a
Europa bajo hegemonía alemana. Pero la enorme potencia económica no refleja en
absoluto su influencia política y militar. Se pudo comprobar durante la crisis de Kosovo
cuando por primera vez desde 1945 las tropas alemanas participaron en una intervención
militar en otro país europeo. La escala de esta participación fue modesta pero tuvo un
significado simbólico importante.

Ya existen síntomas de la impaciencia alemana ante las sospechas que tienen sus vecinos
europeos de su papel en Europa. En agosto de 1999 el canciller Schröder decía lo
siguiente: "Alemania está muy interesada en que se le considere una gran potencia en
Europa (...) Alemania no es mejor ni peor que cualquier otro país. Es un país como
cualquier otro". A estas palabras respondió The Economist: "Sí señor Schröder, Alemania
no es mejor ni peor que cualquier otro país. Pero es muy grande y se encuentra en el
centro de Europa". Estas líneas expresan con admirable claridad la auténtica actitud de
Gran Bretaña y Francia con relación a Alemania. Pero nada podrá impedir que Alemania
convierta su fuerza económica e industrial en poder político y militar.

Bismarck describió el concepto de "hegemonía" de la siguiente forma: "La relación desigual


que se establece entre una gran potencia y otra más o menos pequeña, basada en la
igualdad formal o jurídica de todos los Estados participantes, no se basa en el ‘dominante’
y el ‘dominado’, sino en la ‘dirección’ y los ‘seguidores". No es una mala descripción de las
aspiraciones alemanas en Europa hoy en día. Eso inevitablemente conducirá a choques
con Francia y Gran Bretaña, que no se ven en el papel de "seguidores" de Alemania. La
política exterior alemana es la misma que hace cien años. Su historia, su posición
geográfica y sus intereses económicos miran hacia el Este, con la esperanza de atraer
hacia la UE a sus Estados satélites. Esto hace que entre en conflicto con Francia, ya que la
entrada de países como Polonia y Hungría en la UE supondría automáticamente la muerte
de la Política Agraria Común (PAC) que beneficia a los agricultores franceses. Por otro
lado Gran Bretaña mientras que, en principio, no se opone a la entrada de países que le
podrían proporcionar nuevos mercados para sus mercancías, sí se opone a cualquier
sugerencia de cambiar el sistema de votación en la UE, ya que supondría la eliminación del
derecho a veto. ¿Cómo van a permitir una ampliación de la UE con países pequeños y
pobres de Europa del Este que puedan bloquear sus decisiones? A Gran Bretaña, que
aporta fondos para el presupuesto de la UE, no le gustaría aumentar su aportación, debido
a los subsidios destinados a estos países y que sólo beneficiarían a Alemania.

Es evidente que el debate sobre la ampliación sólo servirá para echar más gasolina a las
llamas de la discordia nacional. El nombramiento de Berlín como capital alemana está
cargado de simbolismo histórico. Los capitalistas alemanes no han perdido el tiempo para
establecerse en Polonia y otros países de Europa del Este; reconstruyen sus antiguas
colonias y esferas de influencia según la antigua política alemana de drang nach Osten. La
misma política que originó la ruptura de Checoslovaquia. Este tipo de actuaciones se
corresponden, evidentemente, con los intereses del imperialismo alemán, que ya ha
conseguido dominar económicamente Europa y ahora estira los músculos para convertirse
en una potencia militar y política.

Las alianzas y los conflictos temporales originarán todo tipo de acuerdos y bloques, que se
crearán y destruirán como los remolinos de un río, pero lo verdaderamente importante es
que el antiguo eje entre Francia y Alemania se viene abajo. The Economist lo reflejaba en
un reciente artículo: "En todo caso Francia parece estar más preocupada porque Alemania
se inclina del lado británico. Francia tiene un sentimiento de traición y ha causado una serie
de pequeñas peleas con Ale-mania desde que Schröder llegó al poder". Lo que importa no
son las peleas, sino la confirmación para París de que ya no puede contar con el apoyo de
Alemania y que esta última está decidida a seguir su propio destino, con Francia o sin ella.

Al igual que en el período anterior a 1914 se producen maniobras constantes entre Francia,
Gran Bretaña y Alemania. En aquella época no estaba claro que Alemania no se uniera a
Gran Bretaña contra Francia. Pero el creciente poder de Alemania amenazaba con alterar
el equilibrio de fuerzas en Europa, empujando a Gran Bretaña en los brazos de Francia, su
antiguo enemigo. La cuestión se resolvió con una Entente cordial, en la que Gran Bretaña y
Francia formaron un bloque contra Alemania. Ahora nos enfrentamos a una situación
similar. Alguien del Ministerio de Asuntos Exteriores británico dijo en una ocasión: "Las
naciones no tienen amigos para siempre; lo único que tienen son intereses permanentes".
A pesar de las actuales fricciones entre Gran Bretaña y Francia con relación a la carne de
vaca, es inevitable que más tarde o temprano se vean obligados a unirse. Los intereses
permanentes de Gran Bretaña en Europa le obligarán a unirse con Francia para
contrarrestar el peso de Alemania.

Alemania y los Balcanes


Como siempre, las causas de la inestabilidad en los Balcanes hay que buscarlas fuera de
los Balcanes. En este caso el punto de partida de la crisis fue el colapso de la URSS y la
unificación alemana. Hace exactamente diez años la nueva reunificación de Alemania
representó un cambio que desequilibró las fuerzas en Europa. De igual manera, el ascenso
de Alemania, como resultado de la unificación alemana en la segunda mitad del siglo XIX,
también cambió el balance de fuerzas en Europa y preparó el camino para tres guerras. En
ambos casos los Balcanes resultaron afectados de una forma decisiva, y a su vez afectó a
la situación general del mundo. Es una ironía de la historia que el siglo XXI comience como
lo hizo el siglo XX.

A los europeos la guerra les parecía algo característico de otros continentes. La clase
obrera europea había olvidado lo que era la guerra, de la misma forma que ha olvidado lo
que son la revolución y la contrarrevolución. Las pesadillas del pasado, el bombardeo de
civiles, la limpieza étnica, la locura racial y los campos de concentración, se suponía que
eran cosas de otros tiempos. Europa ha despertado bruscamente, la guerra en Kosovo
representa un punto de inflexión importante en Europa y en la historia mundial. Significa un
cambio fundamental en el balance de fuerzas surgido durante la pasada década, desde el
colapso del estalinismo, y de la Unión Soviética.

Con relación a los Balcanes sólo los marxistas, durante los últimos ocho años, hemos
mantenido una postura de clase e internacionalista en esta cuestión. ¿Qué representó este
conflicto? En primer lugar un cambio decisivo en la situación mundial.

Existe una tendencia a equiparar la inteligencia de la política exterior de Washington con su


poderío militar. Sin embargo, cuando consideramos las actuaciones del imperialismo, es
difícil detectar una estrategia coherente a largo plazo en relación a los Balcanes; lo que
observamos es simplemente la utilización de su aplastante ventaja militar para sojuzgar al
mundo e imponer su voluntad a todo gobierno. La objeción principal (quizás la única) al
actual gobierno de Yugoslavia es que no estaba dispuesto a aceptar los dictados de
Washington.

Los únicos que sabían bien lo que querían en los Balcanes desde el principio, y que
siguieron un plan de acuerdo a objetivos muy definidos, fueron los alemanes. Es verdad
que existían problemas internos: la eliminación de la autonomía de Kosovo -en sí misma
una expresión de las contradicciones del viejo sistema- jugó un papel nefasto y estimuló las
tendencias chovinistas que Tito siempre intentó mantener bajo control. Pero, como siempre
ocurre, las llamas se avivaron por causas exteriores. Al favorecer la ruptura de Eslovenia y
Croacia, Alemania desató fuerzas que nadie pudo controlar. No hay duda de que no
previeron las consecuencias de sus actuaciones. La dimisión del ministro de Asuntos
Exteriores alemán Genscher fue en la práctica admitir que se habían equivocado.

La intimidación imperialista
La OTAN sólo es una cobertura para las ambiciones de EEUU. En la cumbre de la OTAN
celebrada a principios de 1999, se presentó un nuevo documento estratégico que ampliaba
el alcance de las intervenciones de la OTAN. Este documento, además, revisaba las
relaciones mundiales que, prácticamente durante 300 años -desde el Tratado de Westfalia
en 1648-, se habían mantenido inmutables. Desde ese momento hasta nuestros días se
aceptaba que el principio básico de la conducta internacional de los Estados era no
interferir en los asuntos internos de los demás. Pero en Kosovo presenciamos cómo a
EEUU no le preocupaba lo más mínimo la opinión de los demás, y Yugoslavia era un
Estado soberano, alejado del Atlántico Norte y que no representaba una amenaza directa
para EEUU.

No parece que EEUU tuviera un plan elaborado con antelación en relación a Kosovo.
Posiblemente la guerra haya sido fruto de un error de cálculo. Clinton y el Departamento de
Estado creían que el gobierno de Belgrado se rendiría inmediatamente. Pero las cosas no
resultaron tan sencillas. El presidente Truman afirmó una vez que los generales
americanos no eran capaces de marchar y masticar chicle al mismo tiempo. Sin embargo,
en el tema de Kosovo el Pentágono demostró tener más inteligencia que el actual inquilino
de la Casa Blanca. Según algunos informes de confianza el Pentágono y el Departamento
de Estado tenían opiniones diferentes sobre cómo actuar. El Pentágono estaba
preocupado por su aventura yugoslava ante la posibilidad de librar una guerra terrestre.

Es evidente que EEUU no quería entrar en una guerra en los Balcanes, sino estabilidad;
pero bajo su control. El problema es que Yugoslavia no actuó de acuerdo con los deseos
de EEUU. Para EEUU era esencial vencer en Kosovo para demostrar la seriedad de la
OTAN a la hora de cumplir sus objetivos. Madeleine Albright, con toda probabilidad la
secretaria de Asuntos Exteriores más obtusa que EEUU haya tenido jamás, hizo todo lo
posible para provocar a los yugoslavos. La arrogancia de Washington se pudo ver en el
acuerdo de Rambouillet, con un contenido que ningún gobierno soberano del mundo
aceptaría.

Este acuerdo era similar al ultimátum que Austria-Hungría dio a Serbia en 1914. Como era
de esperar, Bel-grado lo rechazó y comenzó el bombardeo. Pero las cosas comenzaron a ir
mal para la OTAN. Belgrado no se rendía y no lograban destruir al ejército yugoslavo; por
eso la OTAN bombardeó deliberadamente objetivos civiles: fábricas, casas, puentes,
hospitales, escuelas. Querían aterrorizar al pueblo yugoslavo, obligarles a arrodillarse ante
el imperialismo americano, al igual que en Irak.

Es verdad que el imperialismo americano posee una potencia militar poderosa y métodos
de destrucción terroríficos, pero la propaganda americana exagera de manera sistemática
el poder de destrucción de su tecnología militar. Por ejemplo hablan mucho de las "bombas
inteligentes", aseguraban que podían bombardear objetivos muy pequeños desde gran
altura. Esta propaganda estaba destinada a convencer a la opinión pública americana de
que podían ganar una guerra fácilmente, pero si todo lo que decían era verdad, es difícil
comprender por qué bombardearon objetivos como la embajada china, o columnas de
refugiados kosovares, o el territorio de Estados amigos como Albania y Bulgaria. Estos
incidentes demuestran que la supuesta infalibilidad de las llamadas "bombas inteligentes"
es una tontería.

Con frecuencia se dice que la primera víctima en una guerra es la verdad. En 1914 los
británicos y los franceses realizaron una campaña masiva de propaganda para demonizar
a los alemanes; les acusaban de cometer todo tipo de atrocidades en la Bélgica ocupada.
Algunas de estas atrocidades eran auténticas pero muchas eran falacias o exageraciones.
Lo importante es que utilizaron la propaganda como arma militar, para moldear a la opinión
pública y preparar el camino para la carnicería que representó la Primera Guerra Mundial.
De la misma forma atribuyeron todo tipo de atrocidades a los serbios. Es verdad que se
cometieron algunas contra los albaneses de Kosovo, pero no tantas como se dijeron. La
mayoría de estas atrocidades se realizaron después del comienzo de los bombardeos. Y
no las realizó el ejército yugoslavo, sino los denominados chetniks, pandillas de
paramilitares fascistas serbios. Un fenómeno similar se ha visto en cada guerra en los
Balcanes. Tampoco es verdad que este tipo de cosas sea un monopolio exclusivo de los
serbios. Croacia expulsó a 300.000 serbios de la tierra que ocupaban desde hace cientos
de años. También realizó una campaña de limpieza étnica contra los bosnios musulmanes
en Mostar en el año 1993. Occidente se basó en el principio de que "el enemigo de mi
enemigo es mi amigo", lo aceptó todo, guardó un silencio cómplice, de la misma forma que
ahora callan la limpieza étnica y los asesinatos de civiles serbios a manos del ELK en
Kosovo.

En cualquier guerra el estado mayor utiliza el arma de la propaganda como auxiliar de los
tanques, aviones y misiles teledirigidos. Pero la avalancha de propaganda que acompañó a
este conflicto desde el primer día hasta el último no tiene precedentes. Durante los
bombardeos los dirigentes de la OTAN lanzaron un aluvión de propaganda con el objetivo
de convencer a la población de que era una "guerra justa". Para la mayoría de las
personas fue imposible tener una visión objetiva de los hechos, y menos aún de la verdad.
Aunque no existía entusiasmo a favor de la guerra en Gran Bretaña (o EEUU), la mayoría
de las personas la consideraban inevitable. Sin embargo en Italia y Grecia existió una
oposición de masas a la guerra, y en Alemania empezaba a desarrollarse un ambiente
similar y que tuvo consecuencias serias en el seno del SPD y Los Verdes. Los alemanes, a
diferencia de los británicos, no tenían experiencia bélica desde 1945, y tampoco deseaban
adquirirla. Para cualquier observador informado era evidente que toda la propaganda era
una sarta de mentiras. A los estrategas de la OTAN no les preocupaban las causas
humanitarias, sino cómo explicar la negativa a aceptar refugiados en sus propios países.
Necesitaban los asesinatos para justificar sus bombardeos y, cuanto más los exagerasen,
más podrían justificarlos.

A la OTAN le gusta presentarse como una gran familia feliz de Estados democráticos
unidos por la defensa de la paz y la civilización. Después del colapso de la URSS han
estado ocupados extendiendo el número de países miembros, y este proceso les lleva
directamente a la frontera rusa. Los acontecimientos de Kosovo han demostrado que la
OTAN no es un bloque homogéneo. Por ejemplo a finales de abril, la OTAN propuso
imponer un embargo de petróleo a Serbia, pero no pudieron ponerlo en práctica a causa de
las divisiones internas. El embargo habría originado un conflicto con Rusia porque habría
afectado a los petroleros rusos. Con toda seguridad habrían ido acompañados de una
escolta naval y con ello de la posibilidad de un conflicto armado. Para que este tipo de
operación hubiera sido legal la OTAN habría necesitado la aprobación de la ONU, pero
Rusia y China, miembros del Consejo de Seguridad, la habrían bloqueado.

¿Consiguió la OTAN sus objetivos?


Resulta inevitable que al final de la guerra griten: "ganamos, ganamos, ganamos". ¿Qué
otra cosa podrían decir? Tenían que presentar el bombardeo como un éxito a la hora de
destruir la maquinaria bélica yugoslava. Decían haber destruido un tercio de los tanques
serbios, eso representa cientos de tanques. ¡Y sólo se han contado 13!. "El daño inflingido
a las fuerzas terrestres serbias son una minucia comparada con las efusivas conferencias
de prensa de Jamie Shea y sus colegas" (The Guardian, 4/7/99).

Al principio de los bombardeos los diplomáticos de la OTAN decían: "La alianza debería
perseguir el objetivo militar de dañar o destruir su maquinaria militar. Una vez conseguido
este objetivo la OTAN podrá declarar su éxito" (Financial Times, 27/3/99). Su objetivo
evidentemente era destruir la capacidad militar serbia. Esto se debía a razones
estratégicas, porque la dominación de Serbia es clave para el dominio de todos los
Balcanes. Pero a finales de abril era evidente "el fracaso de la campaña en conseguir su
objetivo inicial, y con ello el creciente malestar entre los políticos de ambos lados del
Atlántico" (Financial Times, 23/4/99).

Aunque la guerra se libraba bajo la hipócrita consigna del derecho de autodeterminación de


los albanokosovares, estaba claro que el objetivo era una nueva ruptura de los Balcanes.
"La total desintegración de Yugoslavia no puede ser el objetivo de la guerra para la OTAN.
La OTAN debe resistir ante la idea de un Kosovo independiente que desestabilizaría toda
la región" (Financial Times, 27/3/99).

La intención original de Rambouillet era la ocupación de toda Yugoslavia. En la actualidad


EEUU controla una gran parte del territorio de los Balcanes. No sólo Bosnia, que como
Kosovo es un protectorado americano; también controla los destinos de Macedonia y
Albania. Ahora debe decidir qué hace. Los americanos quieren estabilidad en los Balcanes
bajo el control americano, y establecer un protectorado americano. Pero es necesario
hacerse varias preguntas: ¿La invasión de Kosovo crea una situación más estable en los
Balcanes? La respuesta es no. No contentos con reducir Serbia a cenizas, los imperialistas
mantienen un brutal bloqueo económico que empeorará aún más la maltrecha economía, y
hará pasar enormes dificultades a la población. No puede darse una recuperación
económica en los Balcanes sin la reconstrucción de Serbia. El bloqueo va a tener también
consecuencias muy serias para todos los Estados vecinos.

En el horizonte también se cierne el peligro de una nueva guerra en Montenegro, debido a


las maquinaciones de Occidente. Aunque con toda probabilidad la OTAN no dará la
bienvenida al colapso total de Yugoslavia debido a las repercusiones que tendría para el
resto de los Balcanes, sin embargo está buscando puntos de apoyo para debilitar y
desestabilizar al gobierno de Belgrado. La presencia de tropas occidentales, tanto en
Bosnia como en Kosovo, anima al gobierno de Montenegro a intentar romper la federación
yugoslava. El gobierno montenegrino busca las inversiones de Occidente, planea llevar
adelante sus propios planes de privatización, quiere introducir su propia moneda vinculada
al marco alemán. Sin embargo la secesión de parte de Montenegro conduciría a una nueva
guerra que desestabilizaría aún más la zona.

Macedonia es una olla a presión, con una población de 750.000 albaneses, el 23% de la
población. "Es difícil imaginar a los albaneses de Macedonia quedarse impasibles. En
pocas palabras, si se da rienda suelta a las aspiraciones de la etnia albanesa en Kosovo,
podría comenzar de nuevo el proceso de cambio de fronteras, y cambio de pueblos, y con
ello la posibilidad de nuevas guerras en la región" (Financial Times, 27/3/99). El desempleo
es casi del 40% y sólo sirve para exacerbar aún más los problemas. La presencia de
12.000 soldados de la OTAN es lo único que mantiene la situación tranquila.

En Kosovo el ELK está continuamente atizando la independencia de la región. Tratan de


instalarse en el poder, pero es poco probable que tengan éxito porque el imperialismo
americano no quiere un Kosovo independiente. Esto significaría la creación de una Gran
Albania y tendría consecuencias desastrosas para el resto de la región. El ELK habla ya de
una Gran Albania, no sólo con parte de Macedonia, sino también con parte de Grecia.
¡Esto es muy peligroso! Y sólo puede ser el punto de partida de nuevas guerras y
catástrofes para los pueblos de los Balcanes.

Croacia se ha mantenido bastante tranquila últimamente, pero después de la muerte de


Tudjman el país se enfrenta a nuevos problemas. Franjo Tudjman era otro antiguo
estalinista reconvertido en reaccionario nacionalista burgués. Este antiguo "comunista"
adoptó los símbolos y el lenguaje de los fascistas croatas de la Ustashi que eran tan
crueles que llevaron incluso a los nazis a quejarse de su crueldad. Cuando tenían intereses
comunes con Tudjman, los imperialistas americanos participaron de su brutal política de
limpieza étnica de serbios y musulmanes bosnios. Pero después de Kosovo los
americanos ya han comenzado a distanciarse de Tudjman, entre otras cosas porque éste
también persigue su propio interés en la zona. Por ejemplo quería que los bosnios croatas
tuvieran su propia identidad política separada.

Los americanos prefieren una Croacia dominada por títeres más complacientes e instalar
también un régimen títere en Belgrado. El movimiento hacia el capitalismo no ha traído a
las masas nada, excepto nuevas guerras, sufrimiento y miseria. Los trabajadores de
Croacia están comenzando a luchar. La historia demuestra que existe una relación entre la
guerra y la revolución. Cuando los humos del chovinismo se desvanecen las masas
recapacitan sobre su auténtica situación y comienzan a sacar sus propias conclusiones. Su
furia se dirige hacia la clase dominante que les ha llevado por el sendero de la muerte, la
destrucción y el empobrecimiento. Mientras continúa la guerra, la clase obrera tiene la
cabeza baja, pero no para siempre. Tarde o temprano la clase obrera entra en la lucha. En
Croacia se han producido grandes huelgas de la clase obrera, de las que poco se ha
informado en Occidente. Son un ejemplo del proceso que tendrá lugar en un país balcánico
tras otro. Se preparará el terreno para una política de clase y revolucionaria, basada en el
objetivo de una federación socialista de los pueblos balcánicos como una salida a esta
pesadilla.

Reformismo e imperialismo
Siempre hay una conexión orgánica entre la política exterior y la interior. Clausewitz lo
reflejó en una expresión dialéctica maravillosa: "La guerra es la continuación de la política
por otros medios". Es verdad. Los marxistas no tenemos una política para la paz y otra
para la guerra. En uno de sus últimos artículos, Los sindicatos en la época de decadencia
imperialista, Trotsky explicó que en la actual etapa existe una tendencia orgánica en las
cúpulas sindicales a fusionarse con el Estado capitalista. Y ahora podemos presenciarlo.
Los dirigentes sindicales y laboristas en un país tras otro se encuentran endeudados con el
Estado imperialista en un grado que no conoce precedentes. En el interior actúan como
agentes de los grandes bancos y monopolios, mientras que en la arena internacional son
los que aplauden con mayor entusiasmo al imperialismo, en especial al americano. Tony
Blair fue el más ferviente colaborador de Clinton en la guerra de Kosovo, y George
Robertson, su ministro de Exteriores, ahora es el nuevo secretario general de la OTAN. No
es casualidad.

El aplastante dominio económico y militar de EEUU también se expresa en las capas más
elevadas del movimiento obrero. Los dirigentes reformistas se deslumbran ante ese hecho.
¡Es natural! La pequeña burguesía siempre se impresiona por el poder, en casa o en el
exterior. Colvin da Silva, un trotskista ceilandés, lo explicó bastante bien: "Sea cual sea la
Biblia de la pequeña burguesía, su Dios siempre es el poder". Esto explica la actitud de
Blair y Schröder con relación al imperialismo americano. Es una ley que rige la conducta de
los reformistas de derechas, de igual forma que las leyes de Newton y Einstein gobiernan
los movimientos de los cuerpos pesados. En casa son incluso más serviles y dependientes
de los bancos y monopolios que los políticos burgueses. La razón no es difícil de
comprender.

La clase media, debido a su posición intermedia entre la clase obrera y los grandes
capitalistas, siempre mira a la clase dominante con una mezcla de temor, envidia y respeto.
Se sienten inferiores, y sus sentimientos de inferioridad les produce una poderosa
necesidad psicológica de demostrar que son de confianza, y que se puede confiar en ellos
para mantener en orden a las masas; son los mejores defensores del orden existente. Eso
es lo que explica que los dirigentes reformistas en el poder, siempre sean más serviles de
los grandes negocios que los políticos conservadores normales. Tienen menos capacidad
de mantener una política independiente. Algunas veces una Administración conservadora
cuenta con banqueros, terratenientes y hombres de negocios que pueden tener una
política relativamente independiente de los bancos y monopolios, que sacrifican a corto
plazo los intereses de uno u otro sector de los grandes negocios, porque es lo mejor para
defender los intereses a largo plazo de la clase capitalista en su conjunto. Pero los
reformistas son incapaces orgánicamente de este comportamiento. Al igual que el capataz
de una fábrica que intimida a los trabajadores de cuyas filas procede y lame las botas del
director, los reformistas de derechas no pierden la oportunidad de atacar a los sectores
más débiles de la sociedad, mientras que siguen fielmente los dictados de los banqueros y
los monopolios. Y en la arena mundial los dirigentes obreros de clase media expresan su
lealtad a la OTAN, es decir, al Gran Hermano del otro lado del Atlántico. De vez en cuando
surge algún tipo de esquizofrenia política cuando los intereses de sus propios banqueros y
monopolistas chocan con los de Washington. Pero la tendencia básica del reformismo de
derechas siempre es la misma: la defensa de los grandes negocios, nacional e
internacionalmente.

Pero este proceso tiene otra cara. En un determinado momento provoca convulsiones y
crisis dentro de las organizaciones obreras de masas, pavimenta el camino para el
surgimiento de corrientes de masas de izquierda que abren las puertas del marxismo. Los
reformistas de izquierda se harán notar de nuevo. Pero éstos están totalmente despistados
y no ofrecen una alternativa seria. Mientras que los de derechas defienden abiertamente
los intereses de los grandes negocios y el imperialismo, los de izquierda trata de tomar una
postura intermedia, reflejan la naturaleza pequeñoburguesa del reformismo de izquierdas.
Y no hay un tema que evidencie más su confusión que la cuestión de la guerra. En sus
países aceptan la existencia del capitalismo aunque les gustaría ser más amables con las
masas. En la arena de la política mundial aceptan el dominio del imperialismo y los
grandes monopolios. En ambos casos se parecen a los vegetarianos que intentan
convencer a un tigre para que coma lechuga en lugar de carne. Su bancarrota y utopismo
se ven en sus continuos llamamientos a las Naciones Unidas, a las que asignan el papel
de árbitro independiente que puede mantener la paz entre las grandes potencias.

Las ‘Naciones Unidas’ y la guerra


Además de escribir sobre la lucha de clases Carlos Marx pasó mucho tiempo analizando la
diplomacia y las relaciones entre las potencias. Trotsky recomendaba encarecidamente a
todo trabajador consciente que estudiara diplomacia, para aprender cómo funciona y
comprender la realidad oculta detrás de los asuntos diplomáticos. También hoy es nuestro
deber exponer las mentiras de la propaganda imperialista y desnudar los intereses
egoístas y las manipulaciones cínicas que se esconden detrás de su fraseología. El deber
de los marxistas durante la guerra de Kosovo era desenmascarar las mentiras y la
hipocresía del imperialismo y sus parásitos en Londres, París y Bonn. Una parte importante
de nuestro trabajo es exponer la mentira de las Naciones (des) Unidas como supuesta
fuerza pacificadora.

Es necesario aproximarse a la política, sea nacional o internacional, desde un punto de


vista de clase. Existen muchos paralelismos entre las guerras de clases y la guerra entre
las naciones. Se aplican los mismos principios básicos. Un tratado bien puede ser un
contrato entre los trabajadores y los patronos, o entre grupos contrincantes en un momento
determinado. ¿Quién puede pensar que sólo con la firma en un pedazo de papel se puede
resolver cualquier problema serio? Una vez cambia el equilibrio de fuerzas el tratado se
rasga. En una fábrica el contrato se rompe, bien por los trabajadores o lo normal por los
patronos. El asunto se decide por una huelga, y decide la parte que es lo suficientemente
fuerte para imponer su acuerdo. Lo mismo ocurre con los tratados y acuerdos firmados
entre Estados.

Hegel es muy poco popular entre la burguesía y la pequeña burguesía porque no le


comprenden. Entre todas las estúpidas críticas a Hegel dicen que fue un precursor del
militarismo e incluso de Hitler. Lo que Hegel decía en realidad era que, en la historia, todos
los problemas serios se resuelven por medio de la guerra. Es difícil argumentar contra una
proposición tan elemental. Toda la historia demuestra que, cuando la clase dominante se
enfrenta a los problemas fundamentales de sus intereses básicos, no lo hace con tratados
de papel, negociaciones y cosas por el estilo. Van a la guerra.

La idea de que los conflictos entre las naciones se pueden resolver por el arbitraje pacífico
es una ilusión, y la historia de la Liga de las Naciones antes de la Segunda Guerra Mundial
es una prueba gráfica. La cuestión de las Naciones Unidas surge siempre entre los
pacifistas utópicos y los reformistas de izquierda. Pero la historia de todo el período de la
posguerra, y en especial de los últimos diez años, demuestra que nadie presta la más
mínima atención a la ONU, excepto los reformistas de izquierda, que en toda crisis interna
balan como ovejas: "Naciones Unidas, por favor". Tratan de presentarlas como la solución
de todas las guerras y problemas. No comprenden el ABC de las relaciones mundiales. No
han aprendido nada de toda la historia de los últimos cincuenta años.

Solón de Atenas escribió lo siguiente: "La ley es como una tela de araña. Los pequeños
caen presos y los grandes la rompen". Qué profundo conocimiento de la Ley por parte del
autor de la Constitución Ateniense. Las Naciones Unidas no pueden resolver nada. Para
ser más precisos: la ONU es un fórum de las diferentes potencias imperialistas que, en
algunas ocasiones, soluciona asuntos secundarios en los que no están en juego los
intereses fundamentales. Los imperialistas americanos alaban a las Naciones Unidas pero,
en el momento en que tienen un problema, las ignoran. Lo pudimos ver en la crisis de
Kosovo. Los reformistas de izquierda se lamentaban sobre la supuesta legitimidad del
bombardeo de Yugoslavia: "El Consejo de Seguridad debe votarlo, las Naciones Unidas
deben decidir". Pero la guerra de Kosovo fue una prueba palpable de que cuando los
intereses básicos de EEUU están en juego, los principios de la ley internacional les son
totalmente indiferentes.

Cuando Trotsky fue a Brest-Litovsk a dirigir las negociaciones con los imperialistas
alemanes y austríacos en 1918, intentaba ganar tiempo prolongando las negociaciones. Al
mismo tiempo utilizaba la mesa de negociación de una forma revolucionaria e
internacionalista, hacía discursos revolucionarios, con el objetivo de golpear a los
generales y diplomáticos de Prusia y Habsburgo, y conseguir la solidaridad de los
trabajadores alemanes y austríacos. La táctica de Trotsky resultó ser efectiva. Se
publicaron sus discursos en los periódicos alemanes y austríacos y sirvieron de
instrumento para provocar huelgas y grandes manifestaciones. Pero esta diplomacia tenía
sus límites. En cierto momento, en mitad de uno de los discursos de Trotsky, uno de los
generales, Hoffmann, puso sus botas sobre la mesa. Trotsky no tenía ninguna duda de que
lo único real en esa habitación eran aquellas botas en la mesa. A fin de cuentas toda
diplomacia debe estar respaldada por la amenaza de la fuerza.

En el conflicto de Kosovo los intereses vitales del imperialismo estaban en juego. Por lo
tanto no se trataba de permitir que decidiera sobre la cuestión el Consejo de Seguridad,
donde se habrían encontrado con el veto de Rusia y China. Así que los norteamericanos
simplemente lo ignoraron. Siguieron el ejemplo del general Hoffmann y pusieron las botas
sobre la mesa. Fueron a la guerra contra Yugoslavia y utilizaron a la OTAN, que en teoría
es una alianza occidental pero en la práctica es un bloque militar dominado por los
americanos. Aunque EEUU desea mantener la ONU, que en algunas ocasiones es útil
como tapadera de sus operaciones (Corea), en la mayoría de las ocasiones la ONU es
dejada de lado. En cualquier caso la ONU depende económicamente de EEUU y, con
frecuencia, estos recuerdan a la ONU que no olvide quién paga sus deudas. Sería tan
utópico pensar que se le va a permitir a la ONU decidir la política internacional de EEUU,
como creer que concederán el control de su presupuesto militar a Greenpeace.

Los efectos en Rusia


El conflicto de Kosovo tuvo un impacto importante en Rusia y las repercusiones todavía se
dejan sentir, especialmente en el seno del ejército ruso. Los militares rusos miraban con
horror la destrucción de baterías antiaéreas con armas sofisticadas. Diez años de
privatización y "economía de mercado" no sólo han llevado a Rusia a la bancarrota, sino
que ha supuesto un serio deterioro de la capacidad de lucha del ejército. Los militares no
han recibido inversiones en diez años, con toda probabilidad se encuentran ahora diez
años por detrás de EEUU, y es evidente que esta situación no les gusta nada.

La inquietud del ejército se pudo ver en el incidente de las tropas rusas entrando en
Pristina, y eso fue sólo un episodio. Esto fue un acontecimiento muy peligroso y no
planeado por el gobierno de Moscú. Ivanov, el ministro de Exteriores ruso no sabía nada
del tema. Parece que los generales rusos decidieron que ya era suficiente.

¿Por qué Yeltsin abandonó Yugoslavia a su suerte? Hizo como Judas por cuarenta piezas
de plata. Excepto que la cantidad aquí era algo más considerable (4.400 millones de
dólares). Años de economía de mercado han hundido a Rusia en la bancarrota y
necesitaba desesperadamente dinero de Occidente para evitar el colpaso. Un año antes
Occidente no quería darle dinero, pero ahora temen el colapso de Rusia, temen que todo el
programa de reformas se vuelva en su contrario; que los militares puedan tomar el control
junto con los comunistas y nacionalistas, recentralizando la economía y renacionalizando
todo. El colapso de agosto de 1998 asestó un golpe moral a los reformistas del mercado y
la guerra en Kosovo supuso cavar su propia tumba. Moscú está en constante crisis, y ésta
ahora está afectando a los centros más sensibles de poder, incluido al ejército que cada
vez se separa más de la camarilla pro occidental que ha arruinado y humillado a Rusia.

Llegará un momento en que se producirá un nuevo colapso económico con efectos aún
más profundos. Ya se ha producido una reacción masiva contra el mercado, contra la
"reforma", contra el capitalismo, contra Occidente y contra EEUU. La crisis de Kosovo
actuó de catalizador. Por eso la crisis de Kosovo no fue sólo una crisis, sino un punto de
inflexión decisivo para Rusia y para el conjunto de la situación mundial. Lo único que les
sostiene es la política de Ziugánov y los dirigentes del Partido Comunista, que les han
permitido conseguir una estabilización temporal aunque frágil. Ante la perspectiva de un
nuevo colapso, la clase obrera entrará de nuevo en el camino de la lucha con las ideas y
tradiciones de 1917 y 1905.

Suceda lo que suceda es inevitable un nuevo conflicto entre EEUU y Rusia. Ambos se
están preparando. En Moscú el Estado Mayor ya ha sacado algunas conclusiones: "¡Ayer
fue Yugoslavia, mañana seremos nosotros! Por tanto debemos prepararnos y rearmarnos".
Y se rearmarán con consecuencias para el futuro de la economía de mercado en Rusia, ya
que en esta situación es imposible un programa serio de rearme y recuperación nacional.
Los comentaristas occidentales más agudos no se hacen ilusiones con las perspectivas.
Temen que todo el programa de reformas se vuelva en su contrario. La única forma de
comenzar a solucionar la crisis sería con la restauración de la economía planificada.

Chechenia y el Cáucaso
La ofensiva en Chechenia ha estado precedida por una serie de explosiones de bombas en
Moscú y otras ciudades rusas, que originaron una oleada de pánico entre la población.
Rápidamente se culpó a los terroristas chechenos. Hasta el día de hoy ningún grupo
checheno las ha reivindicado. La naturaleza de los objetivos también es muy peculiar. En el
pasado el terrorismo islámico iba dirigido directamente contra las embajadas americanas,
en esta ocasión los objetivos fueron edificios residenciales, la mayoría en las zonas pobres.
Los resultados de los bombardeos fueron muy útiles para el Gobierno y Estado Mayor
rusos, pero no para Chechenia. Los medios de comunicación alentaron el ambiente de
histeria anti-chechena, que sirvió para preparar psicológicamente a las masas para la
nueva ofensiva. Parece que con toda probabilidad fue una provocación organizada por un
sector de la camarilla dominante. Las muertes de trabajadores normales rusos les trae sin
importancia. Fruto de esta situación la guerra es muy popular en Rusia, y el apoyo de Putin
en las encuestas ha subido, hasta el punto de que podría ganar holgadamente las
elecciones presidenciales.

Occidente mira con fingido horror la actuación del ejército ruso en Chechenia, olvidan que
hicieron exactamente lo mismo en Yugoslavia. Pero, mientras los americanos no dudaron
en sus amenazas a Belgrado, en esta ocasión son muy cautos. La razón es obvia. No se
atreven a desafiar militarmente a Rusia. Además el ejército ruso -que quiere demostrar al
mundo que todavía son "maestros en su casa"- no está dispuesto a que se les humille ante
el mundo entero. La guerra chechena tiene además la intención de demostrar el poder
militar ruso, no sólo en el Cáucaso.

Toda la propaganda anti-rusa destila hipocresía. Les importa igual el destino de los
chechenos que el de kurdos o kosovares. Hasta cierto punto el actual conflicto es parte de
una lucha más amplia por el control del Cáucaso. Occidente también es responsable de las
guerras que plagan esta region. Sobra decir que los marxistas condenamos la tiranización
de las pequeñas naciones del Cáucaso y defendemos el derecho de autodeterminación de
los chechenos y demás pueblos de la región. Pero aquí no acaba el tema. Los
secesionistas chechenos calcularon mal al intentar jugar la carta islámica e intervenir en los
Estados vecinos de Daguestán e Ingushetia. Era un trago demasiado amargo para Moscú
y la consecuencia es la pérdida de la independencia conquistada. Rusia no puede aceptar
la pérdida total del Cáucaso, que significaría la entrada del imperialismo americano en su
flanco estratégico más importante del sur. Sobra decir la existencia de enormes reservas
de petróleo y minerales. Es evidente que el ejército ruso está preparado para "pacificar"
Chechenia, aun a costa de devastar todo el país.

En Asia central ya existe una lucha feroz por la posesión de las riquezas de la región
(petróleo, gas natural y otras materias primas). Rusia está constantemente en conflicto con
EEUU y Turquía. Se han producido varias guerras y otras tantas se encuentran en
preparación. Existe una guerra entre Azerbaiyán y Armenia, en la que esta última está
apoyada por Rusia, Irán y Grecia, mientras que Turquía, con el respaldo de EEUU, apoya a
Azerbaiyan. Los americanos temen verse involucrados directamente en este conflicto, pero
están muy interesados, en particular, en el petróleo de Azerbaiyán y Turkmenistán. En el
centro de este conflicto está la lucha por un oleoducto. Los americanos animan a Turquía,
que tiene ambiciones en la región; muchos de los pueblos, tanto de Asia Central como del
Cáucaso, hablan una legua similar al turco. El azerí es la lengua oficial de Azerbaiyán y es
un dialecto del turco, el uzbeko está también muy próximo, lo mismo ocurre con la lengua
de Turkmenistán. Turquía es una potencia imperialista mediana que intenta la expansión
hacia esta zona y por ello choca con Rusia.

La guerra en Chechenia forma parte de un cuadro más amplio. Rusia comienza a dar
marcha atrás en su retirada del Cáucaso, Daguestán y Chechenia. Pero Rusia no puede
imponer su voluntad en el norte del Cáucaso sin asegurarse también el control del sur del
Cáucaso, y ahí sus intereses chocan con Georgia y Azerbaiyán. Moscú acusa a estos dos
países de ayudar a los rebeldes chechenos. Es verdad porque, aparte de facilitar rutas
para el movimiento de personas y mercancías, Georgia es el único país que acepta la
presencia (aunque discreta) de una misión exterior chechena.

La casta dominante de Georgia y Azerbaiyán tiene claro su deseo de unirse a la OTAN.


Los americanos intentan separar estos países de Rusia, lo que representa una amenaza
para los intereses de Moscú, y por supuesto no lo consentirán. Georgia y Azerbaiyán ya
son miembros, junto con Ucrania, Uzbekistán y Moldavia, del grupo prooccidental GAUUM,
que ha surgido como una alianza económica que incluye cooperación en materia de
seguridad. Incluso han creado una fuerza conjunta para defender el nuevo oleoducto Bakú-
Supsa. El objetivo del oleoducto Bakú-Supsa y del planeado oleoducto que atravesará
Georgia y Turquía es crear una ruta para el petróleo de los países de Asia Central fuera del
control de Rusia. Esto amenaza económica y estratégicamente a Moscú, que ha
respondido a la provocación reafirmando su influencia en la región.

El líder de Georgia, Shevardnadze, el anterior ministro de Asuntos Exteriores de la URSS y


compinche de Gorbachov, es un admirador entusiasta de Occidente y no es un secreto su
deseo de que Georgia entre en la OTAN. En una entrevista concedida al Financial Times el
25 de octubre, Eduard Shevardnadze declaraba su intención de "llamar con fuerza a la
puerta de la OTAN" dentro de cinco años. Esta amenaza directa a los intereses de Moscú
provocó la reacción violenta de Rusia, que ha decidido jugar sus propias cartas en la
región. Moscú está presionando cada vez más a Tiflis. Además de apoyar a la oposición
georgiana, también respalda los movimientos separatistas en Osetia del Sur y Abjazia, que
amenazan con separarse de Georgia. Hasta hace poco Moscú tenía tropas en Georgia y
su retirada es sólo una medida temporal. Moscú prepara un plato muy picante para
Georgia. Shevardnadze ha logrado evitar varios atentados contra su persona, pero la
suerte no puede durar siempre.
"Los guardias fronterizos rusos se retiraron de las oficinas de la capital de Georgia, Tiflis,
pero dejaron atrás un pequeño regalo: una mina antipersonas. El gesto ruso es un
pequeño ejemplo de la campaña rusa para reafirmar su influencia en Georgia y en el resto
del Cáucaso. Rusia debe reafirmar su control en el sur del Cáucaso para asegurar su
control sobre el norte del Cáucaso y mantener su influencia sobre los recursos de Asia
Central. El actual gobierno georgiano es un obstáculo para los objetivos de Rusia (Stratfor
Global Intelligence Up-date 29/10/99). Esto no está lejos de la realidad.

Armenia es el principal aliado de Rusia en el sur del Cáucaso. El 27 de octubre un grupo


de hombres armados entraron en el Parlamento en Yereván (la capital) y asesinaron al
primer ministro y a varios miembros del parlamento. Armenia pidió ayuda inmediata a
Rusia y ésta, como es natural respondió. Un día después de los asesinatos el Servicio
Federal de Seguridad ruso envió el comando de élite Alpha a Yereván.

Rusia estira sus músculos


No está claro quién estaba detrás de los asesinatos del parlamento, pero sí es evidente
quién ha ganado con ellos. Ahora Armenia está aún más unida a Moscú que antes de la
crisis de los asesinatos, y ha intensificado aún más su presión sobre Georgia. Todo esto va
más allá de la cuestión de Chechenia y el Cáucaso. Cuando colapsó la Unión Soviética los
marxistas afirmamos que Rusia intentaría retomar inevitablemente sus antiguos territorios y
esferas de influencia. Los acontecimientos han demostrado que es correcto. Dijimos que
Rusia, Bielorrusia y Ucrania se unirían. Ese proceso ya ha comenzado. Existe un
movimiento importante en Ucrania favorable a la unión con Rusia. La situación en Ucrania
es catastrófica. El flirteo con el capitalismo ha tenido unos resultados aún más desastrosos
que en Rusia. The Economist decía lo siguiente al respecto: "La corrupción es rampante, la
inversión prácticamente no existe, los servicios públicos son inexistentes. Ucrania está más
confusa que cualquier otro país y está lejos de ser aceptado por la UE como candidato".
Sectores importantes de la población quieren unirse de nuevo a Rusia, sobre todo en la
zona oriental de Ucrania, la occidental se considera más parte de Polonia. La mayoría de
los rusos no consideran Ucrania un país separado.

Una unión entre el "corazón eslavo" de la URSS -la Federación Rusa, Ucrania y
Bielorrusia- proporcionaría un gran mercado y actuaría de poderoso imán para las otras ex
repúblicas soviéticas. En el caso de una recesión mundial el movimiento hacia la
reconstitución de algo parecido a la URSS cobraría un poderoso impulso. Las repúblicas
de Asia Central estarían dispuestas. Son las que más se beneficiaron en el pasado con la
pertenencia a la Unión Soviética, a pesar de los terribles abusos de los que fueron
víctimas. El destino de los Estados bálticos dependería entonces exclusivamente del deseo
de Moscú, y se podrían ocupar en pocos días. La amenaza a las minorías rusas podría ser
la excusa para una intervención. ¿Quién podría evitarlo? La OTAN y la UE se quejarían,
pero no moverían ni un dedo. En cualquier caso, y más en el caso de una recesión
mundial, el malestar se extendería por el resto de Europa del Este y los Balcanes. Países
como Rumanía, Bulgaria y Serbia, donde el movimiento hacia el capitalismo ha terminado
en desastre, probablemente querrían dar marcha atrás. La actitud de los polacos, húngaros
y checos habría que verla.

Para la mayor parte de la población de Europa del Este y Rusia, el movimiento en dirección
al capitalismo ha terminado en desastre. The Economist, un ferviente defensor de la
economía de mercado, tiene que admitirlo: "La lista de perdedores es larga. En todas
partes el coro sube el tono: la gente que antes nos mangoneaba, la nomenklatura
comunista, ahora está arriba. Era el apparatchik más inteligente, el director de fábrica, el
que mejor ha cambiado al capitalismo, y el que se ha beneficiado de las privatizaciones. La
corrupción se ha extendido en todo el antiguo mundo comunista. El crimen organizado
disfruta de escasa oposición policial, judicial y política y se ha extendido por toda la región".

"En las ciudades industriales los profesionales de edad media y las personas con baja
educación atraviesan una situación difícil y desdichada. Casi en todas partes los mayores
de sesenta años viven en la miseria, sus ahorros y pensiones son patéticas. La vida para el
gris intelectual que sirvió al viejo orden es también muy sombría: antes incluso los poetas y
los pintores recibían una remuneración mensual y un apartamento gratuito. El desempleo
prácticamente no existía (...) Es una ironía que, en la era inmediata al poscomunismo, los
trabajadores -los trabajadores de astilleros y los mineros, por ejemplo- que participaron
activamente en el derrumbamiento del comunismo, sean con frecuencia los primeros en
perder sus empleos".

"Aunque la mayoría de los países del antiguo Pacto de Varsovia están saliendo adelante,
el abismo entre los que tienen y los que no se está ampliando. Han aparecido otros
abismos entre la metrópolis y la pequeña ciudad, entre el campo y la ciudad. Cuanto más
al este vayas peor se encuentra el campo. La vida en los pueblos cada día es más dura.
En Polonia, donde el 20% de la población tiene relación con el campo, la entrada en la UE
con toda probabilidad supondría la reducción al 5%".

"En casi todos los países ex comunistas, los niveles de cuidados sanitarios se han
derrumbado. En algunos la esperanza de vida se ha reducido. En Rusia la edad media de
mortalidad es de 58 años, similar a algunas zonas de África; la población (ahora de 147
millones) se ha reducido casi un millón al año" (The Economist, 6/11/99).

La idea de que la economía de mercado solucionaría los problemas de Rusia y Europa del
Este ha demostrado su falsedad. Incluso en Alemania del Este se ha extendido la reacción
contra el mercado, como se puede comprobar en el aumento de los votos al PDS. Las
masas no quieren el régimen burocrático totalitario del estalinismo. Pero tampoco quieren
vivir bajo la dictadura de los grandes bancos y monopolios. El advenimiento de una
profunda recesión hundirá a todas las economías del Este. Aunque tarde, Occidente se
está dando cuenta de la auténtica situación en países como Polonia, donde la clase obrera
posee una tradición revolucionaria. Strobe Talbott, uno de los estrategas de Clinton para
Europa del Este y Rusia, observa con tristeza lo que han conseguido los polacos:
"demasiado shock y poca terapia". El próximo período será testigo de acontecimientos
revolucionarios, en particular en Polonia, donde la clase obrera está amargada y ha visto
cómo han traicionado todos sus esfuerzos y sacrificios.

¿Un nuevo ‘aislacionismo’?


"Estados Unidos cabalga como un coloso sobre el mundo. Domina los negocios, el
comercio y las comunicaciones; su economía es la más exitosa del mundo, su poderío
militar le sigue. Pero a pesar de todo el coloso está indeciso. A pesar de tener mucho po-
der, no sabe cómo comportarse" (The Economist, 23/10/99).

El papel de EEUU como policía mundial le costará caro. Todas las contradicciones surgen
al mismo tiempo. Como principal nación capitalista EEUU tendrá que pagar la factura. La
explotación despiadada del mundo colonial (no sólo en América Latina) durante décadas
ha creado una situación explosiva en todos los países. Y afectará directamente a Estados
Unidos, que está intentando crear un bloque económico que se extienda desde el Polo
Norte hasta más allá del Canal de Panamá. El Tratado de Libre Comercio (TLC) incluye ya
a Canadá y México, y quiere expandir su esfera de operaciones para que cubra todo el
hemisferio occidental, y así proporcionar a EEUU un mercado colosal para los productos
de la industria y agricultura norteamericanas en caso de una recesión mundial. Pero el
sueño del imperio se transformará en pesadilla. América Latina está sumergida en una
profunda recesión, todos los países están inmersos en una crisis social y política. Al menos
en dos países, Venezuela y Colombia, pende un gran signo de interrogación sobre el futuro
del capitalismo. Y antes de la llegada de una recesión mundial.

En la votación en el Congreso USA contra el tratado de prohibición de armas nucleares, en


el momento en que Clinton intentaba persuadir a India y Pakistán de que lo aceptaran, el
sector de derechas de la mayoría republicana se comportó con el mismo aislacionismo que
en 1919, momento en que humillaron al presidente Wilson cuando votaron en contra del
tratado de paz de Versalles y rechazaron la entrada de EEUU en la Liga de las Naciones.
Hoy ha ocurrido lo mismo. ¿Por qué el imperialismo americano continúa pagando sus
deudas a un club (ONU) en el que el servicio no es totalmente satisfactorio? La filosofía del
Congreso es lo que se podría esperar del típico hombre de negocios americano: una
mezcla de miopía, egoísmo, avaricia y provincianismo. Aunque la visión del actual inquilino
de la Casa Blanca no es mucho mejor. No existe nada de la visión y perspectivas a largo
plazo que caracterizaba a la clase política francesa y británica en política internacional.
Sólo cálculos basados en los intereses inmediatos y en la conveniencia. Estas son las
cualidades de los gobernantes del país más poderoso del mundo a las puertas del nuevo
milenio. Pero las facultades mentales de los principales dirigentes del mundo occidental, en
la actualidad, son una medida del grado de decadencia senil del sistema.

La creciente tendencia hacia el aislacionismo en el Congreso no es accidental. Han


comenzado a comprender que el papel de policía mundial de EEUU no sólo es una fuente
de beneficios potenciales, sino que también acarrea el riesgo de grandes problemas. El
tema de Kosovo por suerte para ellos pasó sin la pérdida de una gota de sangre
(americana). Pero cuando miran el mundo, éste parece un lugar peligroso e inestable. A
pesar de los intentos del Senado de esconder a EEUU en su propio caparazón, la idea del
aislacionismo carece de futuro. Al igual que Rusia, China o Japón, EEUU no puede romper
la irresistible atracción del mercado mundial. A pesar de todos los recelos y protestas del
Congreso, EEUU se verá obligado a intervenir en un conflicto tras otro, con consecuencias
impredecibles.

La actitud que seguirá el imperialismo americano en el hemisferio occidental se pudo


comprobar en las invasiones de Panamá, Granada y Haití. Con estas intervenciones
Washington se arrogó el derecho de intervenir con la fuerza militar en cualquier lugar de su
hemisferio. Pero estos países eran débiles en fuerza y armas. Colombia es totalmente
diferente. La situación en Colombia está alarmando a Washington, especialmente en el
momento en que EEUU devuelve el Canal de Panamá. La guerrilla probablemente controla
la mayor parte del campo. Las negociaciones no han llevado a ningún lugar, sólo han
servido para fortalecer la posición de la guerrilla. Los americanos no quieren intervenir por
tierra y subrepticiamente prestan apoyo al ejército colombiano con "consejeros", con el
pretexto de librar una batalla contra la droga. Han entrenado y equipado a varias unidades
especiales que están bajo el control de EEUU. Así empezó la implicación americana en
Vietnam a principios de los años sesenta.

La situación de Venezuela está preocupando mucho a Washington. El presidente Hugo


Chávez ha redactado una nueva constitución, que entre otras cosas prohibe la
privatización de PDVSA, la empresa pública de petróleo, y restringe la entrada de capital
extranjero en la industria petrolífera. Este tipo de política choca con los planes de
Washington, que quiere la privatización y el control de todas las empresas del Tercer
Mundo y su compra a precios de saldo. Chávez disfruta del apoyo de las masas en su
"revolución pacífica". La coalición del Polo Patriótico domina la asamblea nacional: 121 de
los 131 escaños. Apoyándose en los trabajadores, pobres urbanos y rurales, podría
perfectamente barrer el capitalismo de Venezuela. Esto, totalmente probable en el caso de
una profunda recesión, es lo que aterroriza a Washington, que intenta presionar a Chávez
para asegurarse de que su "revolución pacífica" no derribe los muros del capitalismo.

La opinión de republicanos como George W. Bush es pueril: "EEUU es la potencia militar


más poderosa del mundo, nadie en su sano juicio se atrevería a enfrentarse a EEUU en la
arena militar, o retarnos en una carrera de armamentos. Por lo tanto EEUU no debería
enredarse en operaciones ‘pacificadoras’ o ‘humanitarias’ en el exterior". Algo de sentido
común, si tiene esta idea, pero, en última instancia, la diplomacia siempre tiene que estar
respaldada por la fuerza. Prescindir de la diplomacia no sería prudente, ya que su misión
es conseguir unos objetivos determinados sin la necesidad de recurrir a las armas (siempre
caras y peligrosas).

EEUU no puede aislarse del mundo ni de sus crisis y alarmas, ni renunciar a la diplomacia,
alianzas y enredos exteriores. Al contrario, su participación tenderá a crecer y convertirse
cada vez en más agresiva. Por supuesto que los americanos intentarán evitar involucrarse
militarmente pero hasta donde les sea posible. Por ejemplo, si la situación en Colombia se
escapa a su control -y parece lo más probable-, con toda probabilidad intentarán incitar a
los países vecinos a que intervengan para "mantener el orden". Sin embargo llegará un
momento en que la crisis económica y social afecte no sólo a un país, sino a América
Latina en su conjunto, y con ello la extensión de la lucha a los países vecinos. De igual
forma la participación del imperialismo americano en Vietnam fue una de las razones
principales por la que se extendió la guerra a Laos. Tarde o temprano EEUU tendrá que
entrar en el conflicto con consecuencias terribles.

Otra de las explicaciones de los sentimientos aislacionistas del Con-greso es el déficit


comercial de EEUU con el resto del mundo que ha alcanzado niveles récord. En la
actualidad toda la economía mundial depende de EEUU para vender sus mercancías. Las
importaciones americanas superan en un tercio a las exportaciones. Y desde la recesión
en Asia el mercado americano está inundado de importaciones extranjeras baratas. Sólo
en los primeros ocho meses de 1999 las importaciones fueron un diez por ciento más
elevadas que durante el mismo período de 1998; para contrarrestar esta tendencia, las
exportaciones americanas al resto del mundo tendrían que subir un treinta por ciento más
que las importaciones, lo que es imposible, y sólo para mantener el déficit en los niveles
actuales. La reacción instintiva del Congreso ha sido cerrar las contraventanas.

Ya en 1997 el Congreso rechazó la solicitud del Presidente para que la autoridad fast track
negociara los acuerdos comerciales. Como los políticos americanos cada vez son más
reticentes a aprobar nuevos movimientos en dirección al libre comercio, la derecha
republicana en el Congreso USA hizo todo lo posible por bloquear la entrada de China en
la Organización Mundial del Comercio. Los motivos no son difíciles de comprender: China
tiene una gran plusvalía comercial con EEUU y el Congreso está dominado por
proteccionistas. Aunque han dado marcha atrás, si el voto hubiera seguido adelante
hubiera tenido consecuencias desastrosas entre China y EEUU. Pero los conflictos entre
estos dos países no han terminado.

Crece la tensión no sólo entre EEUU, China y Japón, sino también entre EEUU y Europa.
EEUU colisiona con Europa debido a la cuestión de la comida genéticamente modificada,
las hormonas en la carne, y las bananas. Esto es un aviso de las cosas que vendrán en el
futuro. En una reciente encuesta el 46% de los americanos decían que "EEUU debe
retrasar la tendencia que existe hacia la globalización porque causa daños a los
trabajadores americanos". Eso explica porqué Clinton tuvo que hacer discursos
conciliadores en el mismo momento en que se producían las manifestaciones contra la
OMC en Seattle. Este ambiente existe, incluso en un momento en que el desempleo en
EEUU tiene un nivel muy bajo ¿Qué ocurrirá cuando la economía deje de crecer? Mientras
dure el boom el proteccionismo permanecerá disfrazado, aunque ya a principios de año el
Congreso votó a favor de la implantación de cuotas al acero extranjero por un margen de
dos a uno. Hay que recordar que fue precisamente el proteccionismo lo que convirtió el
crash de 1929 en una depresión mundial. En estas condiciones las contradicciones
subyacentes, que ya son visibles en la política mundial, se intensificarán.

Europa y EEUU
"La guerra de la OTAN en Kosovo se ha convertido en el factor del cambio. Para los
gobiernos europeos, el poder desplegado por los americanos en la esquina del mapa fue
algo espantoso. La mayor parte de su arsenal de armas está obsoleto frente al americano,
compuesto de bombas y misiles de alta precisión. Una vez comenzó, se convirtió en una
guerra americana de la Casa Blanca y el Pentágono, en la cual los europeos tenían poca
influencia política" (The Economist).

La guerra de Kosovo también marcó un punto de inflexión para Europa. El hecho de que
fuera una guerra americana y de que utilizara a la OTAN como cobertura para su propia
conveniencia, creó entre los europeos el deseo de desarrollar su propia maquinaria bélica,
y no tener que depender de la buena voluntad de EEUU, algo que no se puede dar por
sentado en el futuro. La creación de un Mercado Común Europeo fue un intento, por parte
de los Estados europeos, de crear un bloque comercial capaz de resistir a las presiones de
los gigantes de la economía mundial, EEUU y Japón. Los liliputienses Estados de Europa
Occidental se vieron aplastados por el poderoso imperialismo americano y la poderosa
Rusia estalinista. Ahora la amenaza del Este se ha reducido, pero todavía se ven obligados
a mantenerse juntos debido a la competencia de EEUU y Japón, ambos ocupados en
formar sus propios bloques comerciales en América Latina y Asia.

Zbigniew Brzezinsky, consejero de Seguridad Nacional de EEUU bajo el mandato de


Jimmy Carter, describe Europa como "en gran medida un protectorado americano, con sus
Estados aliados, reminiscencia de antiguos vasallajes y tributos medievales". Toda Europa
está reducida al papel de "seguidores" del imperialismo USA. La guerra en Kosovo reveló
la humillante dependencia de Europa de EEUU. Pero todo eso puede cambiar en el
próximo período.

Las causas subyacentes de los crecientes antagonismos entre Europa y EEUU son el
choque de intereses económicos. A pesar de las aparentes relaciones de amistad, las
contradicciones entre Europa y EEUU salieron a la luz en las negociaciones de la OMC en
Seattle. El tema más inmediato fue la agricultura. EEUU considera -correctamente- que la
PAC de la Unión Europea es proteccionista. Europa defiende a sus agricultores y prohibe
la entrada de productos agrícolas americanos; para ello utiliza toda una serie de excusas,
como el uso de hormonas y la comida genéticamente modificada. Esta conmovedora
preocupación por la salud de los consumidores sería más convincente si no fuera porque
los agricultores europeos también participan de toda una serie de prácticas dudosas, como
mezclar pienso animal con excrementos y animales muertos. En ambos lados del Atlántico
lo que importa es el beneficio. La excusa de cuidar la salud y el bienestar de los
consumidores y la seguridad animal en las guerras comerciales juega casi el mismo papel
que la consigna del humanitarismo y la "autodeterminación" en Kosovo.

EEUU acusa a la UE de subvencionar a los agricultores -lo que es verdad- pero olvida
mencionar las subvenciones que Washington paga a sus propios granjeros: 8.700 millones
de dólares en concepto de "ayuda de emergencia" sólo en 1999. Como en los años veinte,
la recesión comienza con una crisis de la agricultura, golpeada por precios bajos,
sobreproducción y competencia extranjera. Europa y EEUU intentan exportar el desempleo
mientras celosamente protegen sus propios intereses. El conflicto de intereses es
particularmente agudo entre EEUU y Francia y no sólo en el terreno agrícola. Los dos
países tienen un conflicto de intereses en el Tercer Mundo. Francia no acepta la idea de
perder sus antiguas esferas de influencia. La pelea por las bananas es un reflejo de esto.
Los americanos dicen, no sin motivo, que las bananas de América del Sur y Centroamérica
son más baratas y mejores que las importadas del Caribe por la UE. Pero la apertura del
mercado europeo a las plantaciones de Centroamérica (propiedad de grandes empresas
americanas) arruinaría a los productores caribeños (propiedad de grandes empresas
europeas). Y así podríamos continuar.

Las conversaciones de Seattle fracasaron porque Europa y EEUU fueron incapaces de


llegar a un acuerdo, lo que sitúa una oscura sombra sobre el futuro de la OMC. Es una
cuestión muy seria. Muy pronto casi todos las granjas americanas exportarán materiales
genéticamente modificados. ¿Qué ocurrirá entonces? Con toda probabilidad llegarán a
algún tipo de acuerdo para evitar una catástrofe en el comercio mundial, principal motor del
crecimiento económico desde 1945. Pero esta crisis agrícola demuestra lo frágil que es la
base sobre la que se edifica el comercio mundial. La agricultura también llevó casi a la
ruptura de la primera ronda de Uruguay. The Economist comentaba con preocupación las
consecuencias de la posible ruptura de las conversaciones de Seattle:

"Si eso ocurriera estimularía a los grupos anti-OMC. Los Estados Unidos, la UE y Japón
deberían sentirse tentados a hacer algo por la ampliación del comercio. La UE y EEUU
deberían redoblar sus esfuerzos para repartir los mercados mediante acuerdos
comerciales con preferencia regional, que sólo pueden socavar la aproximación multilateral
al comercio. El Congreso tiene el deber de revisar la participación de EEUU en la OMC en
el próximo mes de marzo, aunque alguno puede presionar para que se produzca su
retirada". (The Economist, 27/11/99).

En el caso de una recesión las grietas que actualmente existen entre Europa y EEUU se
convertirían en un abismo. En el pasado fueron el origen de guerras, aunque en las
actuales condiciones está descartado. Pero podría convertirse en una amarga guerra
comercial, que se podría expresar en conflictos armados en África y Asia por los mercados
y las materias primas. Debido a los profundos antagonismos entre los Estados europeos, el
proyecto de una fuerza militar europea unificada tiene pocas probabilidades de prosperar.
La cuestión que surge inmediatamente es la siguiente: ¿quién la dirigiría? Hablar de un
super-Estado europeo sobre bases capitalistas no tiene ningún sentido. Sin un ejército,
policía y Estado unificados es imposible unir Europa ni siquiera sobre bases federales. En
EEUU por ejemplo los diferentes Estados tienen un grado considerable de autonomía, pero
existe un ejército y una fuerza policial federal y un Estado central. Es evidente que la única
posibilidad de conseguir este acuerdo en Europa sería bajo el dominio alemán. Pero nunca
se podría conseguir por medios pacíficos, sino sólo con los métodos utilizados por Hitler,
quien después de todo consiguió unir Europa bajo el tacón de su bota.

Washington mira hacia la UE con ansiedad. Por un lado el surgimiento del sentimiento
aislacionista les inclina a quejarse por las molestias que originarían guerras comerciales a
través del Atlántico. Pero por otro lado temen las consecuencias de dejar que Europa
escape a su control. George Robertson, anterior ministro de Defen-sa de Blair, ahora al
mando de la OTAN, comentaba con inusual ironía la actitud esquizofrénica de los
americanos con relación a Europa: "Por un lado dicen ‘vosotros, europeos, podéis soportar
más carga’. Y cuando los europeos dicen ‘bien, llevaremos más carga’, entonces
responden ‘Esperad un minuto, ¿queréis decir que nos vayamos a casa?".

En la actualidad Europa gasta sólo el 60 por ciento de lo que gasta EEUU en armas. Pero
eso podría cambiar. En el próximo período es inevitable que la campaña de rearme general
en todos los países europeos se acentúe. François Heisbourg, un experto francés en
defensa, afirma que cada gobierno europeo debería gastar al menos el 40 por ciento del
total de sus presupuestos de defensa en investigación y desarrollo, reducir el nivel de
soldados a no menos del 0,3 por ciento de la población y no reducir el gasto de defensa de
su nivel actual. Pero ¿por qué la insistencia en la necesidad de gastar más en investigación
y desarrollo? Con toda seguridad no es necesario nuevo y sofisticado armamento para
librar guerras en Yugoslavia u Oriente Medio.

"La política alemana ha cambiado después de la guerra de Kosovo. Alemania tiene un


interés importante por mantener buenas relaciones con los rusos. Desde un punto de vista
geopolítico y financiero, una Rusia hostil es lo último que necesita Alemania. La
confrontación entre la OTAN y Rusia con relación a Kosovo fue una experiencia para los
alemanes. Durante unos pocos días miraron hacia el abismo y el abismo resultó ser muy
negro. Los miembros de la coalición rojiverde en Bonn sospechan tanto de EEUU como de
sus aventuras militares. Pasaron el último mes intentando demostrar que podían ser
buenos ciudadanos de la OTAN, dejando a un lado su sensibilidad de los años sesenta.
Empezaron a desconfiar del liderazgo americano y a preocuparse por sus aventuras
militares" (Stratfor Global Intelligence Update: The World after Kosovo. 3/5/99).

Gran Bretaña y Francia, ambos preocupados por el dominio alemán de Europa, se dirigen
hacia la formación de una alianza. París intenta convencer a Londres para que se separe
de Washington. Las discusiones entre Blair y Chirac en Londres sobre el futuro de la
cooperación británica y francesa reflejaron esto. Marcan el comienzo de un proceso que
sólo puede finalizar en la formación de una nueva entente entre París y Londres dirigida
contra Alemania. Las tensiones en el seno de la UE crecerán. Bajo ciertas condiciones
pueden llevar incluso a la ruptura de la UE, aunque no es el resultado más probable. A
pesar de todos los conflictos entre ellos, saben que tienen que intentar seguir juntos para
protegerse de EEUU y Japón. Es un caso de "o nos ahorcamos juntos o por separado".

Una lucha mundial


Hace diez años los apologistas del capitalismo hablaban del nuevo orden mundial de paz,
prosperidad y estabilidad. En lugar de esto hemos entrado en el período más convulsivo de
la historia humana. El libro de Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, tiene
una extraordinaria vigencia en nuestros días. ¿Qué decía Lenin sobre el imperialismo? Que
el capitalismo monopolista está caracterizado por el dominio del mundo por los grandes
monopolios. El proceso de monopolización ha llegado a un extremo no visto antes en la
historia. En la actualidad el comercio mundial está dominado por menos de 200 empresas
que además determinan la política de los gobiernos.

La escalada militar desde la caída de la Unión Soviética no es una casualidad. No han


gastado todo ese dinero por simpatía. Las potencias imperialistas están preparándose
seriamente para el período que se nos abre. ¿Cómo si no explicar las cantidades colosales
en gastos militares? ¿Cuál es la razón? No pueden utilizar a Rusia y China como un
argumento. La respuesta se encuentra en otra parte. La explotación de los pueblos
coloniales, el saqueo del Tercer Mundo, producirá inevitablemente un gran movimiento de
masas, una nueva edición de la revolución colonial. Y se preparan para eso. Esa es la
única explicación para la guerra contra Irak.

Por debajo de la fina capa de barniz de "civilización cristiana" de estas damas y caballeros
democráticos de la clase dirigente americana, no habrá nada que les frene en defender sus
intereses contra el resto del mundo. No dudarán en infligir daño a los pueblos coloniales.
No lo publicaron en la prensa, pero el bombardeo de Irak continuaba al mismo tiempo que
la guerra de Kosovo. Todos los días bombardean Irak, asesinan a gente corriente, a pesar
de que Irak no representa ningún peligro desde el punto de vista militar. ¿Por qué? Irak
está derrotada, no representa una amenaza militar. Es un aviso para los pueblos de
Oriente Medio, porque saben que esos regímenes son muy inestables: si desafiáis a
EEUU, podéis ver lo que os pasará.

En julio de 1999 escribíamos las siguientes palabras: "Los intentos por parte del
imperialismo americano y la OTAN de ampliar su esfera de influencia hacia el este, ha
acelerado la formación de nuevos bloques de poder en el mundo. Y la guerra contra
Yugoslavia ha acelerado aún más este proceso. En respuesta al peligro de la OTAN, Rusia
está preparando otras alianzas militares. Éstas incluyen a China, Ucrania, Moldavia e
incluso Yugoslavia. Rusia también está haciendo una alianza en el Cáucaso, donde está
en conflicto con la OTAN. Esta postura agresiva y expansionista en la política exterior de la
OTAN y EEUU ha tenido sus efectos, en particular sobre Rusia, pero también en otros
países. Las fricciones entre Rusia y la OTAN surgidas con relación a Kosovo están
originando un significativo realineamiento de fuerzas y relaciones entre las potencias
imperialistas" (El nuevo balance de fuerzas después de la guerra de Kosovo, julio 1999).

La característica dominante en las relaciones mundiales al principio del siglo XXI será una
vez más la lucha feroz entre EEUU y Rusia. Desde la caída de la Unión Soviética ha
continuado la lucha. Se manifiesta en el Cáucaso y Asia Central, en la pugna entre el
imperialismo americano con su aliado Turquía por un lado, y por el otro, Rusia, Irán y
China. Aquí están los rasgos de una nueva guerra fría, una nueva lucha por la hegemonía
global, y una nueva división del mundo en bloques. Es inevitable que Rusia se una con
China, que también afronta una situación de inestabilidad. La creciente realización del
hegemonismo norteamericano está empujando a Rusia y China. Es probable que la India
se una a este bloque.

La unión entre Rusia, China e India contra EEUU corresponde a la lógica de la lucha entre
EEUU y China en el Pacífico. No contentos con tener el Atlántico y el Mediterráneo,
Washington quiere añadir el Pacífico a su lista de compras, aumentando la carrera de
armamento. Por ejemplo Japón ha comprado misiles de defensa aérea a EEUU, hecho que
ha alarmado a China, porque está destinado a socavar su propio sistema de misiles. Así
que tendrán que fabricar nuevos misiles.

Existen otros muchos ejemplos de la carrera de armamentos en el Pacífico. En primer lugar


está la cuestión de Taiwán aún sin resolver, lo que podría conducir a una guerra. Los
chinos consideran Taiwán una parte inalienable de China y cualquier movimiento de
Taiwán para declarar unilateralmente la independencia el régimen chino lo considerará una
provocación intolerable, a causa de los efectos que tendría entre otras minorías nacionales
en China (de Tíbet, Mongolia, Sinkiang, etc.). El aumento de las tensiones entre China y
EEUU no viene sólo de Taiwán, sino que éstas reflejan un choque más profundo de
intereses económicos y estratégicos. Hace diez años, EEUU consideraba a China como un
mercado, sólo como un mercado. Señalamos en su momento que si Occidente comenzaba
a invertir en China, China construiría fábricas, y éstas producirían mercancías que serían
exportadas al mercado mundial, donde competirían con las mercancías americanas. Eso
es precisamente lo que ha ocurrido.

Ahora pende un gran interrogante sobre el futuro del capitalismo en China. La economía
china atraviesa grandes dificultades. Existe un serio peligro de colapso de la Bolsa china,
que podría arruinar a 40 millones de personas. La entrada en la OMC no resolverá nada y
sólo podrá empeorar las cosas. A diferencia de Rusia, la burocracia estalinista en China
mantiene firmemente el poder. El experimento de la economía de mercado (con más éxito
que en Rusia) se mantiene dentro de ciertos límites predeterminados. Está confinado
principalmente a zonas costeras como Guandong y Shenzen. Incluso hoy el sector privado
sólo aporta un tercio de la producción. El sector decisivo es aún el sector estatal y con la
llegada de una recesión el sector privado podría desaparecer. Si la clase obrera no toma el
poder, China podría regresar a algún tipo de régimen estalinista (maoísta), acompañado de
un movimiento hacia un bloque con Rusia. Fue precisamente el temor a este tipo de
acontecimientos lo que convenció al Congreso americano, a regañadientes y a última hora,
de retirar sus objeciones a la entrada de China en la OMC. Si no lo hubieran hecho, la
humillación de Pekín habría supuesto un golpe mortal para el sector procapitalista.

Sin embargo la entrada de China en la OMC no resolverá nada. Proporcionará un respiro


temporal a los reformistas encabezados por el primer ministro Zhu Rongji, pero su victoria
no durará mucho. "La inversión en China siempre ha sido un campo minado" (Business
Week, 29/11/99), y el acuerdo de la OMC no deja nada claro. El problema es muy simple.
La masiva entrada de empresas extranjeras en China arruinará sus industrias públicas,
aumentando el desempleo y el malestar social. Esta perspectiva alarma a la burocracia y le
hace resistir a una mayor penetración de las grandes empresas multinacionales. El sector
"conservador", asociado a gente como el presidente del congreso nacional, Li Peng, tiene
muchas armas en sus manos para sabotear a las empresas extranjeras.

El peligro de las convulsiones sociales en China es evidente para los estrategas del capital.
Business Week, en un editorial sobre la entrada de China en la OMC, daba la voz de
alarma: "Ninguna nación comunista ha logrado con éxito llevar adelante una
transformación económica de la magnitud de la que China intenta hacer ahora sin
desencadenar una gran agitación política. Y ningún sistema de libre comercio en la historia
ha absorbido un país gigante sin sufrir enormes tensiones". Y añade: "Con cien millones de
trabajadores emigrantes vagando por sus ciudades, China está jugando a que puede atraer
la suficiente inversión extranjera para generar empleos para su pueblo. Pero debe
encontrar la fortaleza política para hacerlo completamente. Las apuestas están muy altas.
Ostentando las reglas de la OMC puede hacer estragos en el sistema de comercio mundial
y socavar todos los esfuerzos de convertirse en un país moderno" (Business Week,
29/11/99).

Otro punto explosivo es Corea: hay acontecimientos revolucionarios en el Sur, mientras


Corea del Norte se enfrenta al colapso. El Pentágono habla del peligro de guerra, aunque
parece poco probable que Corea del Norte invada el Sur. La verdad es que no sería la
primera vez que un régimen totalitario inestable y desesperado emprende este tipo de
aventuras. Aunque el Norte está arruinado y hambriento resulta increíble que tenga el
quinto ejército más grande del mundo. La situación en Corea del Norte es similar a la de
Rumanía hace diez años. El país se encuentra en una situación desesperada, el régimen
está al borde del colapso. Sin embargo un régimen totalitario puede mantenerse como una
olla a presión con una válvula defectuosa. Un minuto antes del derrocamiento de
Ceaucescu parecía que todo se encontraba bajo control y al siguiente todo explotó. Lo
mismo puede ocurrir en Corea del Norte.

Optimismo revolucionario
En el amanecer del siglo XXI, el riesgo de una guerra importante entre las naciones
industrializadas ha retrocedido. Sin embargo el mundo no es hoy un lugar más pacífico. En
la actualidad existen al menos treinta conflictos armados en el planeta, son "guerras
pequeñas", casi todas en el Tercer Mundo. El hecho de que sean pequeñas, comparadas
con las guerras mundiales del siglo XX, no quiere decir que sean menos horribles para las
personas que las sufren. Actualmente hay al menos 50 millones de refugiados en el
mundo. Estas guerras son luchas del mayor salvajismo y con armas modernas de
destrucción como las minas antipersonas. A pesar de todos los discursos demagógicos de
prohibición de estas minas, millones de estas armas diabólicas se almacenan en Angola,
Congo y Afganistán. La mayoría de sus víctimas son mujeres y niños. Con frecuencia los
niños luchan en estas guerras armados con kalashnikovs.

En el próximo período estas "pequeñas" guerras se convertirán en algo común. En la


mayoría de los casos serán guerras por el poder, con una u otra potencia detrás de ellas.
En África el imperialismo francés y el americano provocan la lucha por el control de los
recursos minerales. Rusia y EEUU están en conflicto en el Cáucaso y en Asia Central. Esto
conduce a guerras sangrientas y prolongadas en las que potencias imperialistas rivales
utilizan los antagonismos tribales, étnicos y nacionales para sus propios fines. El
imperialismo USA, a pesar de todas sus palabras hipócritas sobre el humanitarismo y la
democracia, está dispuesto a armar y financiar al peor tipo de lumpemproletariado y
dirigirlo contra cualquier régimen que no les guste. El caso más evidente fue Afganistán,
donde, detrás de los muyahidines -bandidos y asesinos unidos a señores feudales y
mullahs reaccionarios para acabar con el régimen prorruso de Kabul-, se encontraban los
norteamericanos. Ahora, después de veinte años de horrible guerra, el país está reducido a
sangre. El monstruoso régimen talibán, que quiere regresar al siglo VII, ha hundido al país
en el barbarismo. EEUU, Rusia, Pakistán, India, Irán y Arabia Saudí, en mayor o menor
grado, continúan apoyando a facciones rivales para sus propios intereses. La única
objeción de Washington con el régimen talibán es que no está bajo su control y que
proporciona refugio a gente como Osama Bin Laden, un reaccionario dirigente islámico,
que al principio apoyaba a la CIA y que ahora se dedica a volar embajadas americanas.

Los países capitalistas avanzados están armados hasta los dientes. En un mundo
atormentado por la pobreza, el hambre y el analfabetismo, en el que siete millones de
niños mueren cada año víctimas de enfermedades como la diarrea debido a la ausencia de
agua potable, se gastan miles de millones de dólares en el desarrollo y producción de
armas. Esto no es casualidad. Los imperialistas se están preparando para librar las guerras
del siglo XXI, guerras no como las dos Mundiales, sino guerras para aplastar a las
pequeñas y atrasadas naciones y asegurar el dominio del imperialismo. Francia se arma
para intervenir en sus esferas de influencia en África y Oriente Medio. Alemania se armará
para los conflictos en Europa del Este y los Balcanes, y para las posibles confrontaciones
con Rusia. Rusia se arma para defender sus fronteras y si es posible recuperar sus
antiguos territorios y esferas de influencia en el Este, Sur y Oeste. China se arma para
evitar la secesión de las provincias rebeldes, como ya ocurrió en el pasado, y lleva
adelante una política agresiva en Asia que podría desembocar en una futura guerra. Con
toda probabilidad EEUU tendrá que intervenir en una guerra en Asia. No cabe ninguna
duda de que son excelentes noticias para las grandes empresas de armas, que están
consiguiendo suculentos beneficios.

Para el observador superficial que desconfía del marxismo y la dialéctica, la actual


situación mundial presenta el esbozo de la reacción más negra. El capitalismo y el
imperialismo parecen estar firmemente en su puesto. Los demócratas civilizados de
Occidente, mientras predican el pacifismo al resto del mundo, están muy ocupados
experimentando con armas químicas y bacteriológicas, que incluyen el ánthrax y la peste
bubónica (que acabó con un tercio de la población europea durante la Edad Media). Esto
supone una amenaza de muerte para la humanidad en el futuro.

Por todas partes guerras, carnicería étnica, barbarismo y locura. Estas son las
manifestaciones de la agonía de un sistema que ha sobrevivido a su utilidad histórica y que
está corrompido. Las guerras y convulsiones que plagan la humanidad, infligen un terrible
sufrimiento y son un síntoma del período capitalista de decadencia senil. Estamos ante la
contradicción fundamental que existe entre el potencial colosal de las fuerzas productivas y
la camisa de fuerza que representan la propiedad privada y el Estado nacional. De la
resolución de esta contradicción depende el destino de la humanidad.

La historia demuestra que existe una relación entre las guerras y las revoluciones. La
revolución francesa finalizó en guerra. La revolución rusa fue encendida por una guerra. La
guerra es la expresión de las tensiones entre los Estados nacionales, como las
revoluciones son la expresión de las tensiones entre las clases. También con frecuencia
las guerras son una expresión de las contradicciones internas, que buscan un desagüe en
la arena internacional. Pero las guerras también exacerban las tensiones internas y las
elevan al enésimo grado. Los efectos revolucionarios de la guerra de Vietnam en EEUU y
de las guerras de Angola y Mozambique en Portugal son dos casos que ilustran con toda
claridad este punto. En la época en la que hemos entrado veremos nuevos ejemplos.

"Cada acción tiene una reacción igual y contraria". Lo que es correcto en mecánica
también lo es en política. El período de semirreacción asociado a las doctrinas de Reagan
y Thatcher, y el dominio ilimitado del mercado ("monetarismo") han seguido su curso. En
todas partes vemos el principio del rechazo al capitalismo, a su concupiscencia,
desigualdad e injusticia. La expresión más gráfica fueron las manifestaciones de Seattle.
Representan una nueva oleada revolucionaria en el mundo colonial, que encontrará
rápidamente su expresión en EEUU y en otros países capitalistas industrializados y que
empequeñecerán las manifestaciones de masas de la guerra del Vietnam. Lo más
importante de las manifestaciones de Seattle es su claro contenido anticapitalista. En
cambio las manifestaciones contra la guerra de Vietnam tenían un carácter principalmente
pacifista. Esto es un importante paso adelante y refleja el cambio en la conciencia.

La reacción contra el capitalismo y la "economía de mercado" toma muchas formas, pero


que millones de personas en el mundo están comenzando a cuestionarse el actual orden
existente es un hecho que no se puede negar. La afirmación de que el capitalismo ("la
economía de libre mercado") es la única forma posible de sociedad y de que hombres y
mujeres estamos condenados para siempre a vivir bajo el yugo del capital, ha demostrado
su falsedad. Las promesas hechas hace diez años estaban vacías. Asia ha colapsado.
América Latina se encuentra en profunda recesión y Rusia es un completo caos.

Debemos estar preparados para profundos y repentinos cambios en la situación de cada


país: México, Bolivia, Grecia e incluso Gran Bretaña y Alemania. Se están preparando
grandes movimientos y la gran pregunta es ¿cuándo? ¿Cuánto tardarán? Pero esa no es la
cuestión. No podemos responder a esta pregunta porque no es una cuestión científica.
Sólo podemos decir: debemos aprovechar la tregua actual; es la tregua entre dos batallas,
y un ejército serio en esta situación no se dedica a malgastar su precioso tiempo, sino que
limpia las armas, cava trincheras, gana nuevos soldados, los entrena, estudia la guerra y
se prepara para la nueva ofensiva que sin duda llegará.

Durante la Primera Guerra Mundial Lenin estaba totalmente aislado, en el exilio, sin
recursos, y en contacto sólo con un puñado de personas. Era una situación de oscura
reacción, de triunfo del militarismo, de la guerra, de la locura, del barbarismo: el fin de la
civilización. Pero Lenin fue capaz de detectar los elementos de revolución que estaban
madurando lentamente por debajo de la superficie. Con qué gozo saludó la insurrección
irlandesa en la Pascua de 1916, la describió como el principio de un período de agitaciones
revolucionarias y nacionales. La insurrección de Pascua acabó bañada en sangre a manos
del imperialismo. Pero un año después se demostró que el análisis de Lenin era correcto.
En vísperas del nuevo milenio los marxistas somos los únicos optimistas en el planeta. Las
perspectivas desde un punto de vista capitalista son desalentadoras. Los estrategas serios
del capital miran con pavor el futuro. El próximo período será rico en posibilidades
revolucionarias, la prueba brillante es la revolución en Indonesia, que aún no ha acabado, y
también en Irán, donde se encuentra en sus primeras etapas.

Si echamos la vista atrás en la historia de las revoluciones, vemos que nunca han
respetado fronteras. Las revoluciones de 1848 agitaron Europa de arriba abajo. La
revolución rusa de 1917, los "diez días que estremecieron al mundo", no sólo tuvo un
efecto electrizante en toda Europa, sino también enorme resonancia en Asia. Pero ahora
las condiciones para la revolución mundial han madurado, alcanzando un grado sin
precedentes. Los acontecimientos en una parte del mundo tienen un efecto inmediato en
otras zonas. La llegada de la globalización significa que los conflictos se extenderán
rápidamente de un país a otro, de un continente a otro. En la época moderna, una vez que
la revolución comience en un país importante, se extenderá más rápidamente que en el
pasado. Lo único necesario es una victoria similar a la de Octubre de 1917, en especial en
un país clave, y el movimiento se extenderá como una bola de fuego, no de un país a otro
sino de un continente a otro. Esta es la época de la revolución mundial. El siglo XXI
presenciará un renacer de la lucha de clases que, tarde o temprano, conducirá a la victoria
de la clase obrera y al establecimiento de un nuevo orden mundial en lugar del actual caos
sangriento. El nombre de ese nuevo orden mundial es el socialismo internacional.

Diciembre de 1999

MARXISMO HOY Nº 7
En el filo de la navaja
Perspectivas para la economía mundial

Septiembre 1999 ..Fundación Federico Engels

Crítica de libros

Lenin y Trotsky, lo que realmente defendieron

Juana Cobo

El próximo mes de agosto se conmemorará el 60º aniversario del asesinato de León


Trotsky a manos de un agente de la GPU. Coincidiendo con este aniversario la
Fundación Federico Engels publica el libro Lenin y Trotsky, lo que realmente
defendieron, escrito por Alan Woods y Ted Grant y editado por primera vez en Gran
Bretaña en el año 1969 (próximamente aparecerá la cuarta edición en inglés). Escrito
en forma de polémica, es una respuesta a Monty Johnstone, por aquel entonces uno
de los teóricos más destacados del Partido Comunista Británico (PCB).
Johnstone publicó en 1968 en la revista Cogito, órgano de la Liga de la Juventud
Comunista (YLC), la primera parte de una trilogía dedicada a revisar las ideas y el papel
de Trotsky con la intención de abrir un debate en la base de la YLC y del PCB. Este hecho
brindó a Alan Woods y Ted Grant la oportunidad de escribir esta obra, dedicada no sólo a
responder las calumnias y falsedades sobre Trotsky vertidas por los estalinistas durante
décadas, también a estimular a los militantes comunistas y activistas del movimiento
obrero y la juventud para conocer a Trotsky, su obra y trayectoria revolucionaria.

En su trabajo Johnstone no utilizó argumentos nuevos ni originales, recurriendo a las


viejas retahílas estalinistas, aunque trufadas de un lenguaje "más refinado".

1968, el año de la revolución


Después de años de mentiras, calumnias, silencios ignominiosos sobre la figura e ideas de
Trotsky, ¿por qué en ese momento la dirección del PCB se decide a abrir ese debate?
Para encontrar la respuesta a esta pregunta debemos remontarnos a los acontecimientos
de ese año clave: 1968.

En mayo estalla en Francia una huelga general revolucionaria que no sólo pone en jaque
al gobierno De Gaulle, sino que sacude los cimientos del propio sistema capitalista. "El
juego ha terminado. En pocos días los comunistas tomarán el poder", estas palabras de
De Gaulle al embajador norteamericano resumen gráficamente la situación. Pero ¿por qué
ese maravilloso movimiento de los obreros y jóvenes franceses no terminó derrocando al
capitalismo? La causa hay que buscarla no en las masas, como acostumbran a hacer los
dirigentes estalinistas y reformistas, sino en la política del Partido Comunista Francés, que
a pesar de tener una influencia decisiva en la clase obrera francesa no sólo fue incapaz de
aprovechar la oportunidad de llevar adelante la revolución socialista en Francia, sino que
con su política de colaboración de clases condujo el movimiento a la derrota.

La revolución de Mayo del 68 además ponía punto y final al sueño de la posguerra de "paz
social" indefinida. Fue un acontecimiento que pilló por sorpresa a la burguesía e hizo
aparecer de nuevo en la Europa capitalista y civilizada el espectro de la revolución, pero
también agitó al movimiento obrero europeo y en particular a la militancia de los partidos
comunistas.

En agosto de ese mismo año la URSS enviaba los tanques a Checos-lovaquia para
aplastar las "reformas democráticas" del gobierno Dubcek, que hubieran podido servir de
ejemplo a la clase obrera rusa creando un serio peligro para la supervivencia de la
burocracia soviética. La invasión de Checoslovaquia polarizó a la base de los partidos
comunistas y, de hecho, en muchos de estos partidos apareció el germen de lo que
posteriormente se calificaría como eurocomunismo. Lo más importante, no obstante, fue
que muchos militantes comenzaron a cuestionarse todo lo que ocurría en la URSS y si
realmente representaba aquello que Lenin defendía. Era normal que en este proceso
surgiera un interés cada vez mayor por las ideas de Trotsky.

El otro gran acontecimiento que sacudió el mundo se produciría en Asia. En Vietnam una
guerrilla campesina dirigida por el partido comunista combatía con éxito al todopoderoso
imperialismo americano. Paralelamente los jóvenes y trabajadores americanos
protagonizaron un vasto movimiento contra la guerra que unido a las humillaciones
militares que sufrió el ejército de los EEUU provocó la derrota de la potencia imperialista
más importante del planeta. La lucha del pueblo vietnamita sirvió para que en Europa y
EEUU estallara un movimiento que llevó a muchos jóvenes a buscar en las ideas
revolucionarias una salida a la situación.

La dirección del PCB y la YCL intentó controlar el proceso de radicalización de sus bases
y el deseo de conocer las ideas de Trotsky; para ello encargó a Monty Johnstone un
artículo sobre Trotsky, eso sí, que se ajustara perfectamente a sus necesidades e
intereses; encargo que también tenía sus riesgos porque, aunque de forma distorsionada,
la simple mención del nombre de Trotsky estimulaba el deseo de conocer su vida y su
obra.

Durante décadas Trotsky fue declarado persona non grata en el movimiento comunista
internacional, se le tildó de contrarrevolucionario, fascista, se prohibieron sus obras, se
borró su nombre de los libros de historia de la Unión Soviética. En los años ochenta, en la
Enciclopedia Soviética se podía encontrar artículos extensos sobre Hitler o Mussolini pero
ninguno sobre Trotsky. En las Obras Completas de Lenin publicadas en Moscú, sólo se
podía encontrar una pequeña nota dedicada a Trotsky en la que se le describía de la
siguiente forma: "el más pérfido y odiado enemigo del leninismo".

Una obra imprescindible


Después de leer el libro de Ted Grant y Alan Woods podemos afirmar que nos
encontramos ante una de las obra más completas escrita hasta ahora sobre las ideas de
Lenin y Trotsky, y sin duda la respuesta más contundente y rigurosa a las falsificaciones y
calumnias estalinistas.

En el libro encontramos contestado ese viejo mito del Partido Bolchevique uniforme y
monolítico. En el pasado los teóricos estalinistas presentaban las diferencias entre
bolcheviques y mencheviques de una forma engañosa. Por un lado Lenin y los partidarios
de un partido "fuerte y centralizado", y por el otro los que preferían un partido "más
relajado"; de esta manera ocultaban el verdadero debate que se dio entre ambas
tendencias y que se centraba en aspectos de fondo, políticos, tácticos y estratégicos: ¿qué
actitud debía tener el partido revolucionario con los partidos de la burguesía? ¿Debía
conformarse la clase obrera con las reformas democrático-burguesas o continuar con la
lucha por el socialismo? En definitiva la vieja lucha entre reformismo y comunismo.

En el libro se dedican dos estupendos capítulos a la teoría de la revolución permanente;


en ellos los autores demuestran que Trotsky no se sacó esta teoría de la chistera, sólo
tuvo que desarrollar y aplicar en la práctica las ideas de Marx y Engels. Otros aspectos
que se abordan ampliamente son la polémica sobre los sindicatos en la etapa del
comunismo de guerra en la URSS, la paz de Brest-Litovsk, el debate sobre la
industrialización de la URSS y la lucha de la Oposición de Izquierdas.

Uno de los capítulos más importantes analiza la teoría estalinista del socialismo en un solo
país. Para Monty Johnstone la lucha que libró la Oposición de Izquierdas contra esta
teoría antimarxista fue un "debate escolástico sin importancia práctica para el movimiento
obrero". En realidad este debate era crucial: el socialismo en un solo país está en contra
de todo lo que defendieron Lenin y Trotsky; basta recordar el empeño de éstos en crear la
III Internacional, el ejemplo práctico de cómo concebían los bolcheviques la revolución, no
como un fenómeno nacional sino como un acontecimiento internacional; sin esa
perspectiva la Revolución de Octubre no habría tenido sentido.

La verdad siempre sale a la luz y los acontecimientos ponen a prueba todas las teorías,
ideas y programas. Hoy las cosas han cambiado, ya no se habla en los partidos
comunistas de las "virtudes" del socialismo en la URSS, en muchos casos sus dirigentes
se dedican a debatir cómo se puede gestionar el capitalismo, después de haber
abandonado cualquier referencia al socialismo, pero las bases sí buscan una respuesta a
todos los acontecimientos ocurridos en los últimos ochenta años. Ésta es la razón por la
que no estamos ante un libro anticuado, ni ante un debate irrelevante sobre ideas
caducas. Tras la caída del muro de Berlín, hace poco más de diez años, la burguesía ha
emprendido una ofensiva feroz contra el marxismo y el comunismo, por ese motivo este
libro, que representa la defensa del método, ideas y programa del marxismo, es un jalón
necesario en el rearme ideológico de la izquierda.

Estamos seguros de que este libro animará a todos los militantes comunistas, a los
jóvenes y a los trabajadores a interesarse por la figura de Trotsky, a leer sus obras, a
conocer sus ideas y con ello a redescubrir las ideas del marxismo, que posibilitaron el
triunfo del Partido Bolchevique en 1917. Pero para conseguirlo, en palabras de los
autores, "todos los auténticos marxistas deben luchar por educarse y formarse en las
ideas básicas, métodos y tradiciones del marxismo".

Los escritos de Marx, Engels, Lenin y Trotsky no son algo académico e irrelevante,
contienen las lecciones y la experiencia viva del movimiento obrero de todo el mundo
durante siglo y medio. Si los militantes comunistas queremos jugar un papel destacado en
la construcción del movimiento que transformará la sociedad en líneas socialistas tienen
que tomarse en serio esta tarea.

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