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Sueños

Bernardo Ortiz
de Montellano

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Sueños
Bernardo Ortiz de Montellano
Primero sueño

A Genaro Estrada

Argumento

Suben olas de polvo. El poeta andaluz y yo caminamos por la orilla


del Río Consulado. En un jacal —caja de juguetes— cubierto por en-
ramadas de flores, descubrimos el velorio indígena: tres niñas, senta-
das, giran alrededor de la niña muerta, cantando coplas alusivas a la
flor de romero —(causa probable de la muerte de la niña)—. Suena,
en la canción, el nombre de López Velarde.
Reanímase en mi mano la niña muerta. Crece como una flor o una
ciudad, rápidamente. Después vuelve a quedar dormida.
Seguimos caminando. El poeta andaluz repite entre malas palabras,
como si tratase de no olvidarlo, un estribillo musical, medida para en-
cargar la fabricación de una guitarra.
Formados, en grupo, aparecen algunos indios. Cada tres hombres
conducen una guitarra, larga como remo, compuesta de tres guitarras
pintadas de colores y en forma cada una de ataúd:
Todos tocan y bailan.
Llega otro grupo de indios congregantes, surianos por el traje, ar-
mados, portando estandartes e insignias de flores y, con ellos, tres o
cuatro generales montados en caballos enormes (¡enormes caballos
de madera!). Mi amigo y yo, confundidos y confusos entre los indios,
sentimos —ángeles de retablos— el gesto duro, de máscara. con que
uno de los generales ordena a sus soldados: ¡fuego!
Y desperté.
(Apuntes de un sueño).

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¿Qué mágicas infusiones,
los indios herbolarios
de mi patria, entre mis letras
el hechizo derramaron?

Sor Juana Inés de la Cruz

Polvo de los bolsillos de la tierra,


polvo de siglos descalzos
por escalar pirámides
y abrir el corazón a los magueyes;
barro de los apuestos puntos cardinales,
lodo para el jacal, el jarro, el aire
seis meses afinado, cuando llueve.

Canal de aguas obscenas, desconsolado río,


lava sucia que rinde la jornada,
agua amarilla, verde lavadero,
lodazal de niños, gritos y pedradas.
Manzanar de nubes
y frutos podridos nivel a la espalda,
distantes los pasos, manos trajineras
por puentes atadas.

Río desconsolado,
primer viajero que recorre un mundo
de geográficos lagos sin pescado,
a minerales pechos adherido,
más ligero que el aire

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y al peso de montañas asfixiado.
Río del Consulado,
por tus orillas vamos
el indio, el andaluz, el mexicano,
entre nubes a pájaros,
apenas en talones apoyados,
que en el nublado foro de los sueños
se confunden las huellas con los pasos.

(Nos detiene un jacal,


y en él la niña
que el lápiz de la muerte ha dibujado).

Jacal de tres juguetes,


arco de flores,
la ofrenda del cadáver:
cuatro amarillas velas
de sempasóchil.
¡Ay! tres niñas sentadas
de falda larga,
con rebozos de trenzas,
baila que baila.
¡Las tres tejen la ronda
siempre sentadas!

Tonada desentonada
—entre piedras grito de agua—
tonada de falda larga
y de listón amarillo
sobre la cabeza lacia

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—tico-ti-tico-tico—
dice y no acaba:

Para el romero mortal,


veneno de tres olores,
el manzano es hospital
de flores.

Tallo de mano hechicera


grano del ajonjolí,
para el mal de ojo
gusano de seda
abrojo
reptil.

Contra la sombra viruela


mañana del alfiler,
cerilla de la luciérnaga
ojo de pez.

Aroma de la llonédula
para vértigos de ver,
medulas de hierba nueva
para querer.

Mal anturio de Jalapa,


veneno que mira al mar.
La azalea de zonas frías
perfecta de voluntad.

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Contra el aire de otros climas
los amarantos del valle,
color del sombrero negro
de Ramón López Velarde:
herbolario del romero,
justicia de la palabra,
ora cabellos de arcángel…

(El aroma del clavel


en aquel aire sonaba
a monótona tonada
que ha muchos siglos cuidara
para a su medida hacer
el tono de la guitarra).

Como en la uña de la tierra el pez,


en mi mano germina la figura
de la niña que no supo crecer.

Milagro de listón labrado en plata;


gigante es el clavel en la palmera
como la niña que nació en mi palma.

La vi pasar la frente de lo frío,


armar ciudades que derriba un pájaro
en la época de lluvia de los ríos,
ocultas las ventanas y los senos
siniestros los portales y los labios
vestida de ciudad hasta los huesos.

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Milagro de listón labrado en cera,
en la mirada punto el horizonte
como la niña entre mis dedos muerta.

Romeros de tres en tres


blancos de manta los cuerpos
roja la piel,
remeros, todos mortales,
cantan y bailan
con un ritmo arquitecto,
de cuerpo recto
sin pies.

Remos altos,
monótonos laúdes:
tres guitarras unidas
como tres ataúdes.

Del árbol muerto casa de ladrillo


sones de trajinera colectiva,
en concha de madera de armadillo
muertos festones sobre carne viva.

Sudor distinto en sombra de canales,


ojos ciegos cosidos con espinas,
llanos secos de sed, verdes nopales,
alero de montañas bailarinas.
Un solo temo de guitarra alcanza
ineludible ritmo bailador,

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los pies conciertan invisible danza
que empieza, dura, acaba, con el sol.

El secreto sin árboles despierta


en aguas, por inmóviles, azules:
Vivos festones sobre carne muerta
Tres guitarras como tres ataúdes.

Canal de aguas obscenas,


ojo de la carabina,
amarillas cananas entre dientes
—lava sucia que rinde la jornada—
en caballos de Troya, relucientes,
máscaras serpentinas,
las estatuas ecuestres.

Polvo de los bolsillos de la tierra,


polvo de siglos descalzos
por escalar pirámides
y abrir el corazón a los magueyes.
Acompañan la voz de los jinetes
oraciones con letra de retablo,
densas nubes de polvo, que los siguen
como la sombra de los fusilados.
Feria de ojos de niño entre gestos de máscara
los cohetes desdoblan su paraguas,
el agua siega nudos y gargantas
¡llueve angustia y milagro!…

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¡Fuego! ¡Fuego!

Y despierto
a horas que son ¡nieve!

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Segundo sueño

A Raoul Fournier

Argumento

Una máscara de cloroformo, verde y olorosa a éter, cae sobre mi cuer-


po angustiado, horizontal, sobre la mesa de operaciones erizada de
signos como un barco empavesado. Sobre mi cabeza Saturno, con su
anillo de espejos, lentamente voltea y se mueve. Batas blancas y enor-
mes manos enguantadas de sangre me persiguen. Pasos de goma van
y vienen en silencio como ratones.
Grito. Veo mis gritos que no se oyen, que no los oigo, que se ale-
jan y se pierden. Última imagen mi boca. Minero de mí mismo estoy
dentro de mi propio cuerpo. Angustia y soledad. Ejercicios de profun-
do sueño. El cuerpo vive. ¿Alma? ¿Cuerpo? Fuera de la conciencia. del
subconsciente y la memoria, el profundo silencio y el “no sé”.
Y un retorno alegre, vital, a los sentidos que se beben la hirviente
luz de la mañana y el aire fresco, impregnado de codicia, con toda la
sed de la ventana.
Lo último que se pierde es el oído. Una voz nos lleva y una voz
—la misma— nos trae desde muy lejos, desde otro túnel maternal, en
ascenso del fantasma a la carne y del silencio al rumor.
(Apuntes después de la anestesia).

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Au fond de l’inconnu pour trouver
du nouveau.

Charles Baudelaire

Del sonido a la piedra y de la voz al sueño


en la postura eterna del dormido
sobre mármol de cirios y cuchillos
ofensa a la raíz
del árbol de la sangre —concentrado—
mi cuerpo vivo, mío,
mi concha de armadillo
triángulo de color sentido y movimiento
contorno de mi mundo que me adhiere y me forma
y me conduce
del sonido a la voz y de la voz al sueño.

Batas blancas y manos como encías


Pasos leves de goma de ratones
Luz hendida, amarilla. luz que hiere
bisturí del más hondo hueco de sombra oculta
Luz de paredes blancas, anémica, de mármol
Nidos del algodón para lo verde y negro
de la vida y la muerte.

Mármoles y aluminios
que no empaña el reflejo ni el aliento ni el alba
de unos ojos de niño
Luz de allá de la llama amarillenta

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para el aire del éter más fino de los cielos
Nidos del algodón
para las alas de los peces del alcanfor y el yodo
líquidos mensajeros de la muerte.

¡Oh, Saturno,
escafandra de siglos en mi siglo,
descenderás conmigo entre los brazos
a un mundo de sigilos!
Y detrás de la muerte —centinelas—
ojos de dos en dos vivos, cautivos.

Soy el último testigo de mi cuerpo.

¡Veo los rostros, la sábana, los cuchillos, las voces


y el calor de mi sangre que enrojece los bordes
y el olor de mi aliento tan alegre y tan mío!

Soy el último testigo de mi cuerpo.

Siento que siento


lo frío del mármol
y lo verde
y lo negro
de mi pensamiento.

Soy el último testigo de mi cuerpo.

Postigo de sangre y llamas


Que bajo la piel respira

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Equilibrio de las palmas
Que los vientos equilibra
Onda de otra mar salina
Con la tierra horizontada
Para paloma perdida
y entre latidos hallada

Vida que por mí vigila


Oculta detrás del alma
La que mi cuerpo equilibra
Postigo de sangre y llamas
Mi nombre mi edad mi cuerpo
Ese que fui le he olvidado
Soy el alma que me hice
y el cuerpo que me han quitado.

(minero de mis ojos y mi oído


minero de mi cuerpo oscurecido
buzo perdido entre sus propias redes
horadando prisiones y montañas
por el silencio a flor de mis entrañas
en donde se evapora lo sentido
entre lunas, calor, sangre y paredes
desciendo verdinegro y aturdido)

Ni vivo ni muerto —sólo solo


El alma que me hice no la encuentro
Sin sentidos, despierto
Con mi sangre, dormido
Vivo y muerto

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Perdido para mí
pero para los otros
hallado, junto. cerca, convivido,
con pulso, sangre, corazón. Ardiendo…

Esqueleto de nieve y de silencio


de sombra recogida en su vislumbre
desnudo en el dintel de los desiertos,
forma distinta de belleza rara
que la voz de mi estatua
no pudo asir desde su estrecha plaza,
esparce su corona de equilibrios
en mi silencio enjuto y envidiable
más allá de la boca de los pinos
que al tiempo alternan su minuto de aire.

Para un Dios sin latidos —Dios de sueño—


abrevia mi silencio en su silencio
donde crece la luna
donde agoniza el pájaro
donde el espacio ignora su pie leve.

Para que el árbol goce de su verde


La raíz nace oculta y amarilla
y de savia la sangre se acuchilla
y de aroma la fruta su piel muerde

Para que el árbol goce de su verde.

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Para que el hombre nutra su ceniza
Guarda calor en la invalida mano
Sollozo mutilado en la sonrisa
Y la caricia verde del gusano

Para que el hombre nutra su ceniza.

Para que el alma su cordaje mida


Desistida del cuerpo y de la fecha
Impersonal como la muerte acecha
La memoria dispersa de su vida

Para que el alma su cordaje mida.

Para que el sueño con sus pies descubra


La morada precisa de la muerte
Tiene el ojo conciencia de lo inerte
Y la voz; el silencio y la penumbra

Para que el sueño con sus pies descubra


La morada precisa de la muerte.

El que goza su cuerpo y su sonrisa


El que pesa la rosa
El que se baña en púrpuras de sangre
Espesa como mármol sin caricia
El que vive a la sombra deshojada
Del aire poco que respira y mancha
El verde por la orina verdenado
El plateado en ceniza

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Que horada
Olvida
Hiere
Mientras goza el rescoldo de la muerte
El que de la mujer nada recibe
Y al hombre no da nada
El que asoma a los ojos sin cruzados
El partido por dos y en dos mitades
Iguales repartido
El sin olor
El Hombre
Sólo por la palabra redimido.

alúcida  veloz  clara  ceñuda


desnuda  sofocada  misteriosa
menuda  pura  impura  deseada
libre  precisa  frágil  despojada
sola  solemne  solitaria  y  alma

alúcida  veloz  cálida  oscura


orgullosa  dolida  apasionada
ávida  tímida  arrojada  sobria
sensible  fina  libre  leve  dueña
multiforme  constante  sangre  sangra

Debe ser débil rama la que a tu voz responde,


impreciso el dominio del fantasma
y la muerte,
llano el césped de lirios y delirios
por donde corra libre lamento el de la mente

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Debe ser fango el frío de las horas después
cuando se apague el fuego de la sangre
y el postigo y la llama,
horrendo el cataclismo de la separación de lo que unido
fue vida y fue veneno,
para que desde el mármol olvido de mi cuerpo
tu voz de viento y sombra
de medida medida
de calores delgados
me atraiga y me deslice y me conduzca
otra vez al torrente de la vida

Debe ser débil rama mi voluntad,


humo la sensitiva de mi mano
y mi presencia aislada y amarilla
cuando tu voz ariadna, voz de viento y de sombra
caracol de palabras,
es mi último recuerdo y mi primer llamada
apenas balbuceo
en forma de palabra
que de nuevo me arranca a las entrañas
y me nace del sueño.

Luz que del sueño torna —forma clara,


luz, presencia, color y movimiento,
sin peso y sin pesar, desenlutada
que a las cosas devuelve su aislamiento

Luz que del sueño vuelve —forma viva,


insistente mirar de la mirada

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absorta, nueva, día,
y por primera vez iluminada

Aire corredor
Forma desnuda
en su volumen fresco
y en su modo de ser casi de fruta

Aire que muerdo a gritos y cuchillos


por la primera vez
como un ahogado
que a la orilla del aire
sabe que respirar es verbo, gracia y pájaro.

Diluido en alegría
encuentro justo el mundo que se toca
se mira y me compara,
el multiforme y único
el mundo de mis piernas y mis brazos
discípulos del ojo
maestro de distancias,
e! mundo colmenero de voluntad y llamas,
calles. ciudades. hombres, amenazas,
imágenes, prisiones, ríos, ventanas,
triángulo de colores que me devuelve e! alma.

Voz que del sueño vuelve,


adonde la caricia no penetra
desciende, alegra, el aire, e! Sol, la sangre…
y me despierta.

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Sueño de amor

…sorprendido veo una litera de camarote, cubierta y circulada toda


por cortinas azules que suben y bajan y ondulan —como el mar— en
movimiento de navegación tempestuosa.
Mi pensamiento: Es el hombre desnudo y la mujer desnuda
que…
(Fragmento de un sueño).

En la noche sin tierra de tus ojos


despegados del agua y de los peces
los sueños incineran
muros de espesa hiedra
lirios eternizados en el centro del hombre.
En los ojos que cambian la mirada porque dos es amor
se ahogan gritos
de la sangre y el sexo
y el horror y la lluvia
y de tu voz extraña que ya a nada responde
brota en dulces lactancias la agonía
del perfume creador que nadie sabe en dónde repercute
Vibra junto a los ojos
la guitarra profunda de los huesos
mar de olvido rupestre y secas mariposas
El hálito del alma se entrelaza
a la lluvia del sexo que diluvia hiriendo rocas musicales;
duros senos reptiles madurecen
como frutos conscientes que un pensamiento excita
y el corazón recuerda en sus martillos

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los martirios del hombre barrenando la noche
con el cincel angosto de la angustia
y la gubia
que equilibra la danza con la lluvia.
Arde en la sombra la carne vegetal
úlcera de la miel del fruto blando
conciencia electrizada de los plátanos negros
y del azúcar más azucarada,
palidece la arena de los labios
y el ave de la lengua
en nueve ramos
mezcla a la sed de las ocultas flores
la seca soledad del llano.

Muros de espesa hiedra verdes eternizados


detienen la mirada de los ojos
cada vez más profundos y más altos
y la sombra sonrisa que oscurece los párpados
lleva lágrimas nuevas
al sollozo y al canto.

Pasan girando entonces barcos desmantelados


los cuchillos del aire se entrecruzan
las anclas que no acaban de bajar
y el aullido del perro que anuncia la partida de la noche
y el abismo y la herida
por donde rueda la piedra infinita que nos arrastra
a la muerte del sueño que es la muerte en el puño cerrado del olvido.

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No eres más que una flor ni menos que una nube.
Concédeme la luna de tu desnudez para emboscarme noche.

…espaldas de mujer, pecho de hombre.

(Fragmento de un sueño).

Como en la noche cero


tu mano es en mi mano confundida
sangre de líneas, mármol y hombre,
volumen, desnudez.
La siento hundirse entre la piel y el tacto
siendo pequeña, imán y fluida,
y enredarse a mi cuello y anudarse
y salir a la sombra de mi espalda
más libre que mi mano
y menos honda imagen, languidez.
Inusada caricia
tus brazos y mi cuerpo
conciencia de mi tacto
delicia descubierta
en la espiral tersura de tu seno
de tallo ennegrecido.
Como en el cero días
la hoja de tu espalda hendida y silenciosa
es mi espalda y mi lecho
y tu cadera
centro de muslos y raíces
donde la flor con el estambre alterna
pureza de lo impuro

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forma de líneas nueva
sólo para los ojos limitada.

Como en la noche cero


corregimos la rosa de los cuerpos
en uno eterno, neutro,
nacido noche al fin y en la orilla del sueño.

Siete palabras ásperas cuando la caricia de tus manos tenga una vo-
luptuosa lentitud. Siete palabras trémulas cuando la caricia tenga la
aspereza de la rama en el fuego.

En el angosto mundo de mis ojos


apenas señalado por el peso
de formas y colores;
en el mundo cercano de tus ojos
cuando los otros míos te marcan y conducen,
en ese mundo ciego
mío, tuyo, nuestro, reducido
de los ojos abiertos y dormidos
en éxtasis y vivos
de mirada que mira hacia la muerte
cuando la vida entrega sus sentidos;
en ese mundo de abismos y perfumes
de donde huye medroso el pensamiento
me adhiero a ti, silvestre.
pendiente de los astros
alma sola y cuerpo mineral

Amor que engendra y uno lo aislado y lo diverso.

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Poseído por la sombra de la mala mujer me halló tu voz dormido. Fue
más fuerte la sombra que el perfume.

Anémona caricia de la noche


Disfraz del ataúd
Pez solitario acostumbrado al dúo
¡Cómo diezmar el goce de su mano copiada de la mía,
del pensamiento unánime, carnal, de su mirada
si desnudos caímos a la isla continente
de nuestros desiertos y nuestros desaciertos
en una infancia de antes y después de la lluvia
cuando la carne tiñe mi voz con seis corales
y en sus ojos destroza núbiles esqueletos!

Con siete púas de maguey traspasaré mis labios para callar en ti.

Centro oscuro del ser tú sin medida


sin eco, sin oído, sin mirada
ácido de la voz ennegrecida
sales del mar oculto de la vida
sangre de la ribera descarnada
donde a ciegas te busco entre el cuerpo y el alma.

Callar en ti, cuando la noche es verdaderamente noche.

Último festón de tus brazos


imagen en los ojos apenas consentida
astuta voz tallada entre dos ecos
hendiduras del polvo de millones de pasos

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ceniza de los picos de recónditos pájaros
muertos en un invierno de látigos y espaldas.

Último festín de tus brazos


ligero barco de papel y auroras
aire de fuego náufrago y nube electrizada
pausas de aroma en flores de ariruma
pétalo de la llama entre dos rocas
bebe, gotas de cera, los fúnebres rocíos.

Apenas la memoria en la lengua morada de signos


que no puedo explicar sin mordedura
que no mueren en la noche de plumas de la almohada
entre la sed y el agua
entre la ceniza nieve y la primavera llama
queda prendida al tacto de lá ciega lectura
en el último festón de tus brazos.

A cuatro sueños encima de tus nublados ojos


hundido en la sombra de hierba sin pasos de la noche
ahogado como mi propio grito opaco
(vibración y latido, hélice de mi pensamiento)
atraído por soledades grávidas de inercia
donde el árbol no crece ni sube la marea.

A cuatro sombras más allá de tus cabellos de humo


que se quedan prendidos a mi boca
y enredan su distancia entre mis manos
busco la huella digital de tus labios
el apoyo delgado de tu mirada sensible

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la ramita con tacto de tus dedos de río
índice navegable de mis viajes.

A cuatro vientos arriba de la mano que toco


el ojo que no ve porque vigila
lo que con letra muerta vaga escrito
a la espalda del ángulo sin sombra
de la muerte del fuego
será visible en ti cuando la llama
que encanece los huesos
desordene mi nombre con su grito.

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Letra muerta

Frío, universal paisaje de cosas que nadie usa


ajeno a los frutos y las aves.
Desconectado, íntimo mundo
en los cuartos de hotel
adonde entramos a descubrir el nuestro
mundo desconocido
en la primera desnudez frente al espejo
de la mujer primera
Eva en el paraíso metálico de un mundo
de latones y níqueles, musical, pavoroso.
Jarra, plástica amiga de mi sombra de arañas silenciosas
fieles a la frialdad de las paredes;
muebles desconocidos y rumores enanos
polilla de los bosques que tuercen la cadera de los ríos;
luz de sombra amarilla
palabras de los climas y los hombres
que alguna vez grabaron su frente en el sudor de las almohadas
y el calor de su sangre en la pared, la sábana y lo triste del secreto.

Paralelo a los límites del agua


mi cuerpo ocioso y libre
recorre los suburbios del diamante y el ancla,
inolvidable impacto en la pared más blanca
y en el blanco más blanco de mi sangre y tu llama,
en un cuarto de hotel con ángulos y arañas
y sombras que apenas nos mutilan
la cara del reloj viajero en marcha
y el ímpetu interior de una palabra

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y esa mano que crece, larga, y crece
a encender el cerillo y arrojar el cigarro
como una noche ardiente en la mañana de un viento sin espalda.

Primera, eterna, noche de arrojo en los hoteles


sin retratos de familia,
sin calendarios,
sin llaves en las puertas,
sin costumbres y sin repeticiones.

Lucha viva de ángulos y plumas,


de sueños y distancias,
pureza de lo impuro para lectores pasajeros que prolonguen el calor
de su sangre en la pared y en la sábana y en lo triste del secreto.

29
Sombra primera

Primera sombra tímida


que corre por las venas,
que sube por los tallos del agua
y el aire de las flores respiradas;
la que despierta mira los colores tardíos,
cielos de luces apagadas,
la vibración intensa de la música
y el rumor de las almas.

Estar,
estar presente noche y día.

Sombra primera
la de pensar pensamientos que no hay por qué pensar;
de la belleza sola que descubrí en un rostro,
alguna vez, un día,
en una calle, bajo la lluvia sorda
a la luz que solloza la lluvia en la mirada
o cuando, junto a un niño. siento en mí la pureza rodar
como una lágrima.

Ser
Ser solo y sólo por momentos.

Primera sombra tímida


la de los ojos, las manos, el pubis de manzana y el corazón erecto;
la de pensar en ti.
la que, oculta, restaura el pecho acribillado de fuego en la ceniza;

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la del grito, la del silencio, cuando el silencio arrastra
turbios ámbitos muertos.
La que impulsa a los sueños
del lector que descifra y acumula alfabetos,
de la mujer que baila y el hombre que respira
suavemente en sus hombros el cielo azul, la luz y la respiración de
los planetas.

Estar,
estar presente noche y día.

Sombra primera
en el desequilibrio del cuerpo que cae, sin resistirlo,
al golpe de una imagen, de una palabra, de un deseo,
de la flecha de olores de una substancia bíblica
o la preocupación por el dinero.

La soledad que llena de gérmenes la sombra;


la condena sutil del arte de la danza, de la música, de la oración
o ser llamado, noche, por su nombre en secreto
o recibir noticias y saber
que nos aman cuando nosotros ya olvidamos.
La muerte de raíz honda en los huesos, la frente;
el césped ligero de la vida que nuestra carne muerde.
La vida del hombre
la muerte del poeta,
la vida de engañarse con un tropel de sombras de apariencia viviente;
la muerte de cada movimiento irrealizado
la vida que de los ritmos renovados vuelve.

31
Vida,
primera sombra tímida
Muerte,
sombra primera.

El movimiento y la quietud
la palabra no dicha y la que brota al punto
la soledad soleada y el arrullo del árbol de la sangre
la flor que pesa y la que apenas vimos
el beso de los labios y su desintegración en la guarida de la noche
el oscuro pasaje entre dos sueños y la luz que nos garantiza y clasifica
y tantas, tantas ruinas y alucinaciones y piedras brillantes que se
tocan con olvidadas manos y frutos que palpitan, sin mentir­, en-
tre brazos y bellezas mortales que sólo el alma toca
por caminos de nieve salerosa…

32
Esta edición para internet de Sueños,
de Bernardo Ortiz de Montellano,
se terminó en la Ciudad de México
en septiembre de 2009.

En su composición se utilizaron tipos


de la familia Optima.

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