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UN DÍA DE APRENDIZAJE EN LA SELVA

Wilfredo Rimari Arias1

La última vez que viajé a Iquitos fue una ocasión especial de aprendizaje respecto de
lo que sucede en nuestro país y una nueva oportunidad para afirmar un compromiso
serio con la educación peruana que quiero compartir. Lo que sigue es el relato de un
día de trabajo en la zona rural y urbano-marginal de Iquitos.

El día nueve de mayo, a las cinco y treinta de la mañana, el Dr. Walter Chucos,
docente de la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana, me condujo hasta Nauta,
un poblado que queda a una hora de Iquitos en auto. Ahí contemplamos la grandeza y
el poderío del río Amazonas, el río más grande del mundo. Pudimos observar las
flores, hojas, tallos y algunos troncos que con frecuencia arrastra a su paso el
Amazonas. Nada detiene su andar, nada se interpone en su camino, nada puede
contra él. También observamos a un lugareño remar su pequeño bote en contra de la
corriente del río. Constatamos su gran habilidad para sortear la corriente por las orillas
y avanzar hacia su destino. Entonces comprendí que el Amazonas no es tan invencible
ni puede arrasar todo a su paso. Vi que hay alguien que puede ir contra la corriente de
este poderoso y aparentemente invencible coloso: el hombre del Amazonas, pequeño,
con la tez quemada por el sol y a bordo de una frágil pero segura embarcación
construida con sus propias manos. No hay río ni corriente que doblegue la voluntad ni
anule la habilidad de los habitantes de la rivera para llegar a su objetivo ni volver a sus
hogares, para conseguir sus alimentos y nutrir a su prole. Son capacidades aprendidas
de antaño, antes de que las escuelas existan. Lo penoso es que la escuela no ha
contribuido a mejorar dichas capacidades y convertirlas en un potencial para vencer la
pobreza, para incrementar su productividad y para mejorar la calidad de vida de las
familias de la rivera del Amazonas.

Tras contemplar el poderío de un habitante de Nauta sobre el río Amazonas, fuimos a


desayunar al mercado del pueblo. Un sábalo, pez muy apreciado en la zona,
acompañado de un jugo de camu-camu, de gran valor nutritivo, constituyeron nuestro
desayuno. Se exhibían en la mesa otras exquisiteces como carne de tortuga, carne de
lagarto, carne de monte, yuca, etc. La selva es pródiga en alimentos y en belleza
natural.

Luego de este fortificante desayuno volvimos a la carretera y llegamos a Cahuide, un


poblado donde funciona un colegio pequeño que brinda educación inicial, primaria y
secundaria. Allí encontramos al Director, que recién se hizo cargo del plantel dos
semanas atrás. Venía reasignado de una zona mucho mas alejada de la ciudad.

Pedí permiso para observar una sesión de aprendizaje y me fue permitido ingresar a
un aula donde el docente tenía a su cargo el área de ciencias sociales. Durante una
hora el docente trabajó acerca del poblamiento de América. Se valió para ello,

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Relato de un día de monitoreo en Loreto, realizado el 09 de mayo de 2006.

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principalmente, del método socrático, es decir, del uso de una serie de preguntas para
despertar la curiosidad, la imaginación y la creatividad de sus estudiantes. Hizo
preguntas que permitieron a sus estudiantes hacer analogías entre el estilo de vida de
los primeros pobladores de la humanidad en el África y el estilo de vida de esta
comunidad rural. Una de sus preguntas fue: “¿A qué se dedicaban los primeros
habitantes del África?” La respuesta de los educandos no se dejó esperar: “A la caza,
la pesca y la recolección”.

El docente continuó preguntando: “¿A qué se dedican las familias de ustedes


actualmente?”. Nuevamente, la respuesta no se dejó esperar: “A la caza, la pesca, la
recolección y la agricultura”. A continuación el docente explicó que la recolección tenía
que ver con la provisión de frutas y alimentos a partir de lo que ofrece la naturaleza sin
intervención humana, mientras que la agricultura supone intervención del hombre, es
decir, trabajo en el huerto familiar.

Fue una hora de aprendizaje muy amena. Un docente con una gran capacidad
pedagógica y dotado de una gran batería de preguntas que incitaban
permanentemente la curiosidad de sus estudiantes, invitándolos a buscar respuestas a
sus cuestionamientos a partir de sus experiencias previas, el conocimiento de su
entorno, el razonamiento deductivo e inductivo y la aventura de ensayar alternativas e
hipótesis. Por eso, cuando sonó el timbre para salir a recreo, todos los estudiantes
reclamaron. No querían que se acabe la sesión. En realidad, una sesión así siempre
estará abierta, más aún, toda sesión de aprendizaje debe culminar siempre –en el
aula- dejando abierta la mente para nuevos aprendizajes, para continuar buscando
respuestas, para seguir investigando, para aventurarse a buscar la verdad sólo y en
grupo, para volver con entusiasmo a inquirir sobre el presente, sobre el pasado y
sobre el futuro. Una sesión de aprendizaje tiene que ser siempre un preguntar y
preguntarse por el mundo y por nosotros, por el desarrollo económico, político y
cultural, pero también por el desarrollo de cada ser humano como persona, como
individuo y como miembro de una comunidad a la que se debe y con la que comparte
un destino común. Una sesión de aprendizaje no se cierra, sino que se abre dejando
en los aprendices el interés por ser protagonistas de su historia, de su presente y de
su futuro.

Casi olvido decirlo, durante la sesión sólo una niña pidió permiso para retirarse porque
se sentía mal de salud. Tendría aproximadamente 14 años, el rostro amarillento y muy
delgada, lo que evidenciaba los signos de la desnutrición y el desgaste físico.

Debo decir también que en la mayoría de las escuelas rurales de la selva, las aulas
están divididas entre sí por planchas de triplay u otro material rústico. Entonces, es
necesaria una gran dosis de concentración de los educandos para no distraerse con
los “ruidos” del aula adjunta, o un enorme potencial del docente para cautivar el interés
de sus estudiantes.

La pobreza material de esta como de muchas escuelas de la zona rural de la selva


contrasta con la enorme riqueza natural que la acoge. Pobreza y riqueza se besan
pero no se comprenden, se rozan pero no se comprometen. La política, la educación y
la empresa aún no han diseñado rutas de trabajo conjuntas para aprovechar
productiva y sosteniblemente los recursos de la naturaleza y vencer el estigma de la
pobreza. Aún no se ha desarrollado una cultura emprendedora y productiva desde la
escuela. Probablemente porque muchos docentes de las zonas rurales no se
identifican ni se sienten parte de la comunidad. El impacto de los docentes en las
comunidades donde trabajan es mucho más fuerte cuando deciden vivir en la

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comunidad y compartir los problemas y los proyectos de la comunidad. Su liderazgo es
más eficaz y estimado en la medida en que sueñan los sueños de los pobladores de la
zona donde trabajan y enriquecen sus visiones de futuro con nuevos proyectos de
mejora comunal. Un maestro, una maestra es líder sólo si recoge las expectativas
comunales, las convierte en proyecto y anima a convertirlos en realidad.

Más o menos 25 minutos en auto de esta zona en la ruta de retorno a Iquitos, se


encuentra el poblado conocido como Ex Petroleros. Allí hay una escuela para
estudiantes de inicial, primaria y secundaria. Se trata de un plantel asociado a la red
de escuelas rurales que Fe y Alegría acompaña en esta zona. Aquí las aulas son
mayormente de cemento.

Llegamos justamente durante un cambio de hora, así que aproveché la ocasión para
observar una sesión de aprendizaje de educación por el arte, a cargo de un docente
de educación física. Muy pronto los estudiantes se desplazaron hacia el patio escolar y
comenzaron a ubicarse en la explanada. El docente con un equipo de música en las
manos hizo su aparición y encendió el aparato. Estudiantes varones y mujeres
liberaron sus cuerpos al son de un tondero que se reiteraba constantemente para
mejorar los desempeños individuales y de pareja.

El sol abrasador, característico de la selva, que calentaba el ambiente a más de 28


grados de calor no pudo detener ni por un instante durante esos 40 minutos de
aprendizaje el afán por dominar los pasos y movimientos corporales en que se
empeñaron los aprendices. ¡Qué maravilloso sería contar con un auditorio o coliseo –
como en Tamshiyacu, un poblado en las orillas del Amazonas del cual comentaré en
otra ocasión- para estos y otros aprendizajes al aire libre de nuestros educandos de la
escuela pública rural! Pero, ¡Qué maravilloso sería también que todos los
aprendizajes en la escuela concitaran el mismo interés, el mismo afán perfeccionista
por dominar lo aprendido, el mismo esfuerzo personal y grupal para lograr
coordinación, armonía, sintonía y belleza en los movimientos! ¡Qué maravilloso sería
convertir la educación en un movimiento de armonía humana, es decir, de armonía
entre todos los seres humanos, de modo que las distancias creadas por razones
económicas, políticas, ideológicas y religiosas se cierren¡ ¡Qué maravilloso sería que
la educación sea la partera de la armonía total del ser humano con la naturaleza, de
modo que se convierta en su guardián y no en su depredador!

Ya por la tarde, de retorno en la ciudad de Iquitos, fuimos a visitar al colegio “Padre


Diego Natal Juan” ubicado en el distrito de Belén. Como era imposible acceder al
colegio por vía terrestre, lo hicimos alquilando una balsa. El balsero hizo un recorrido
por toda la zona inundada hasta llegar al colegio en aproximadamente 20 minutos. La
creciente del río cubrió prácticamente el 100% del primer piso de las viviendas de esta
zona. El colegio también tenía todo el primer piso completamente inundado. Durante el
recorrido se podía observar la pobreza de las familias que no tuvieron más remedio
que habitar sobre los techos de sus casas hasta que la creciente baje y puedan
retornar a sus viviendas. Niños y adultos bañándose en las aguas poco limpias que
cubrieron sus casas eran escena cotidiana, silos precarios junto a las viviendas
también eran comunes. No era la Venecia peruana como dijo el balsero, era el retrato
de la pobreza, el abandono y la falta de alternativas para salir de ella. Se me hizo un
nudo en la garganta y me pregunté si podíamos seguir llamándonos peruanos cuando
una parte de nuestra comunidad vive –literalmente hablando- con el agua al cuello.

Llegamos al colegio y, sinceramente, no esperaba encontrar sino una comunidad


docente abatida por esta realidad. Encontré todo lo contrario. Un patio completamente

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limpio, en medio del cual se alzaba una maloca en miniatura, es decir, una pequeña
vivienda selvática construida con hojas y maderos, adornada con artesanía local y en
medio del cual colgaban algunas hojas de papel con diversos artículos. Era su
periódico mural. Con orgullo la Directora explicaba: “Es el esfuerzo de todos los
docentes. No se ha pedido colaboración de los estudiantes”.

Ingresé a un aula donde el Profesor Jorge Lacha Perea, un docente ya mayor,


comenzaba una sesión de aprendizaje sobre los cambios en la adolescencia con
estudiantes de tercer grado de secundaria. Quedé gratamente impactado con esta
visita. Vi que el docente tenía su plan de sesión bien diseñada y que contaba con
todas las sesiones de aprendizaje hasta entonces ejecutadas en las áreas de
Educación Religiosa y Persona, Familia y Relaciones Humanas.

Más grato fue observar cómo se condujo la sesión. El docente comenzó con una
lectura de un hecho de vida que narra el inicio de los cambios fisiológicos en varones y
mujeres durante su adolescencia. Luego de generar comentarios de los estudiantes
sobre lo leído, pidió a dos estudiantes, un varón y una mujer, observarse mutuamente
y explicar qué cambios habían notado entre sí con respecto a dos años atrás. En un
clima de confianza y de interés de todos los participantes, los elegidos iban reseñando
los cambios no sólo fisiológicos, sino también psicológicos que habían observado en
su compañero/a, alentados por el grupo de la clase.

Luego el docente pidió a la clase que mencionaran –usando la técnica de la lluvia de


ideas- los distintos nombres con que se denomina a los genitales. En seguida
aparecieron una serie de nombres propios de la región que algunos mencionaban no
sin cierta picardía. A continuación el docente explicó cuál era el nombre correcto con
que se conocen los genitales y les dio la tarea de leer, resumir y presentar en un
organizador visual una porción de la lectura del libro de Persona, Familia y Relaciones
Humanas.

Durante el plenario, la mayoría de estudiantes del aula expuso la parte que le


correspondía con una facilidad de expresión sorprendente. El docente estimulaba el
análisis de lo presentado con preguntas críticas y motivando a que los oyentes
también intervinieran con preguntas a los expositores.

Fue una sesión con alto nivel de profesionalismo docente en la planificación y la


conducción de una sesión de aprendizaje, y con altos niveles de interés, motivación,
participación y aptitud para el trabajo en grupo por parte de los educandos.

Un elemento que me causó gran impresión durante esta sesión fue la alegría con que
los estudiantes aprendían. La inundación no pudo contra sus ganas de aprender, de
vivir y de ser felices junto a sus pares. La escuela les está dando una oportunidad para
flotar y para abrir sus ojos a un horizonte más promisorio, creo yo. Quizás no del todo
conscientemente, pero en la práctica, esta escuela que funciona en medio de la
inundación les está dando un mensaje muy claro en el subconsciente: vamos a seguir
aprendiendo pese a las dificultades y, mejor aún, aprenderemos de las dificultades
para no ser ahogados por ellas; vamos a seguir educando y educándonos pese a las
calamidades naturales, sociales y económicas; y lo más importante, vamos a ser
felices a pesar de todo, trabajando y aprendiendo juntos.

Al salir de esta aula, fui a lo que en tiempos ordinarios es el auditorio. Por ahora, todos
los estudiantes de educación primaria lo están utilizando para seguir estudiando pues
sus aulas, ubicadas en el primer piso, están completamente inundadas. Se trata de un

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auditorio donde se han dividido los espacios para cada “aula” pero no hay entre ellas
nada que los separe. A pesar de ello, los maestros trabajan.

He visto varios reportajes de televisión sobre el barrio de Belén en Iquitos. Todos han
sido negativos: delincuencia,
prostitución, marginalidad,
desorden, suciedad y un largo
etcétera más. Pero, del
esfuerzo de estudiantes,
maestros, maestras, madres y
padres de familia para abrirle a
su niñez y juventud una
ventana de oportunidades para
mirar, soñar y construir un
mejor futuro no se dice nada.
Creo que los sueños también
se hacen realidad, pero sólo
cuando hay acciones
concertadas para conseguirlo. Y creo que vale la pena soñar un país donde cada niño,
cada niña y cada adolescente peruano tengan la oportunidad de ser felices gracias a
su trabajo y al amor que dan y reciben de sus semejantes. Creo, sinceramente, que la
educación sí encierra un tesoro.

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