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“Me alejé de Dios...”


“Somos hermanos de Temuco (Chile), y hemos leído todas vuestras
revistas. Queríamos hacerles una sugerencia: ¿Podrían poner una
palabra para los jóvenes que creen en Dios, pero se han alejado de
sus caminos?”

Esta carta la recibimos el 10 de diciembre pasado. Por esos mismos días recibimos otro e-mail
de un joven que nos decía: “He dejado de asistir a mi congregación; quiero pedir que me lleven
en sus oraciones.”

¿Qué está pasando con los jóvenes creyentes?

Si pudiéramos hacernos oír por ti, que nos escribiste, o por ti, que estás en una situación
similar, te diríamos con todas nuestras fuerzas: “¡Estás en un grave peligro! ¡Vuélvete al Señor,
inmediatamente!”. Sin embargo, nuestro grito, por desesperado que fuese, no lograría infundir
el temor que se debe tener ante un peligro así; a lo más haría que nos creyeses locos.

Pero, ¿qué harías tú frente a un hombre ciego que camina derecho hacia un precipicio? ¿qué
harías tú ante un automovilista que corre, en una noche oscura de temporal, en dirección a un
puente cortado? El peligro que enfrenta un joven creyente que se ha alejado de Dios no es
menor; al contrario.

No se trata simplemente de que alejándote de Dios pierdes el gozo y la paz, sino se trata de
que estás en peligro de perder tu vida.

Cuidado con los ‘rápidos’

¿Conoces los rápidos? Hay en Chile, a unos cien kilómetros de Temuco, unos famosos
rápidos, los rápidos del río Trancura. Muchos turistas vienen de todo el mundo a disfrutar la
emoción de lanzarse en unas pequeñas embarcaciones por una corriente avasalladora,
evadiendo a duras penas las rocas y el peligro de volcamiento. La emoción es fuerte, y quienes
las buscan, sin duda que las encuentran allí. Sin embargo, estos rápidos no revisten mayor
peligro, porque los participantes llevan puestos los equipos de emergencia, y porque al final de
la ruta están las aguas del lago Villarrica, mansas y tibias, que reciben a los excitados
aventureros.

La corriente del mundo es –especialmente para ti que eres joven– como un rápido. Te ofrece
fuertes emociones y está muy „en la onda‟. Sin embargo, a diferencia de los rápidos del
Trancura, la corriente del mundo no tiene resguardos para un cristiano, no hay allí chalecos
salvavidas, ni hay un remanso al final del camino. Los „rápidos‟ de la corriente del mundo tienen
un final abrupto y violento, más parecido al de las cataratas del Niágara que a las del río
Trancura.

Tú no caes como sobre una alfombra, sino ¡ay! te estrellas violentamente sobre las rocas, en
las puertas mismas del infierno.

El peligro de perder la vida


¿Por qué hemos dicho que si te apartas de Dios estás en peligro de perder tu vida? La
juventud es, amado joven creyente, la edad de las grandes decisiones. Lo que tú elijas ahora te
seguirá para toda tu vida. Sea en el plano sentimental, sea en el plano laboral. En casi todo lo
que hagas cuando seas adulto, estarás determinado por lo que hiciste (o no hiciste) cuando
eras joven.

He aquí una cosa asombrosa: a la inexperiencia de la juventud, la vida le exige la sabiduría de


la vejez para la toma de decisiones atinadas. ¿Quién aconsejará en ese momento? ¿Los
padres? No, y aunque lo hicieran, si la sabiduría no está en el corazón del joven, los padres
poco podrán hacer para suplirla. Los consejos de los padres, por sabios que sean, no hallarán
eco en el joven a menos que dentro de él esté la Sabiduría. ¿Aconsejarán los pastores? Si el
joven está lejos de Dios no buscará el consejo de un pastor. Su círculo de amigos le parecerá
mejor que el más sabio consejero, aunque su fin sea la muerte misma.

Si eliges mal la esposa (o el esposo); si eliges mal tu profesión, y después quisieras servir al
Señor, encontrarías un estorbo difícil de superar. La única posibilidad de no equivocarte en
estos importantes asuntos es volviéndote al Señor (antes de que sea tarde) para que Él sea tu
sabiduría. Hemos conocido jóvenes que amaban al Señor y tempranamente quisieron servirle;
sin embargo, fueron estorbados más tarde, en forma permanente, por una esposa incrédula o
por un trabajo asfixiante.

La oveja y el cerdo

Pero hay otro peligro, no menos grave que el anterior: Es la vuelta al pecado y a la inmundicia.

Cuando un hombre se acerca a Dios se aleja del pecado, pero cuando se aleja de Dios se
acerca peligrosamente al pecado. Siendo un hijo de Dios, y habiendo conocido la santidad, se
ve envuelto en las costumbres de los que no conocen a Dios. ¿Cuál será allí su satisfacción?
Allí se sentirá muy desdichado. Una oveja y un cerdo reaccionan de manera diferente en el
fango. Un cerdo que se mete en él gruñe de satisfacción y se enoja si intentan sacarlo. Una
oveja, en cambio, no va a estar feliz allí, porque no está en su elemento. Va a luchar hasta que
logre salir de él.

Un joven lejos de Dios está muy próximo a caer en el barro, a ensuciar sus ropas. Allí no va a
disfrutar del sucio placer mundano, porque el Espíritu Santo le redargüirá. No está bien con
Dios, pero tampoco estará bien en el mundo.

Su suerte será muy desdichada mientras no vuelva a Dios.

Lo que se siembra, se siega

Las Escrituras afirman: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el
hombre sembrare, eso también segará.” (Gál.6:7). La juventud es una época de siembra.
Muchos pecados cometidos en la juventud tienen su cosecha de muerte el resto de la vida. Un
hijo concebido en la soltería, un accidente físico, un exceso moral, etc, todo ello es una siembra
que traerá inevitablemente una cosecha.

Muchos traumas sicológicos que llevan los adultos son el efecto de una dura experiencia
juvenil, de un pecado largamente acariciado. Sin embargo, tú puedes sembrar también una
buena semilla. La sensatez, la cordura y la sabiduría de Dios pueden guiarte eficazmente para
no errar el camino. Tu vida adulta puede tener la paz y el reposo que dan las decisiones
sabiamente tomadas cuando tú estás en paz con Dios.

Advertencia e invitación

¿Cuál es, entonces, la palabra para los jóvenes que creen en Dios, pero se han alejado de sus
caminos? Es, fundamentalmente, una palabra de advertencia.
Pero no es sólo eso. Es también una palabra de invitación.

La Palabra de Dios dice: “Buscad a Dios mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que
está cercano” (Is. 55:6). Y también dice: “Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia,
para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Heb.4:16). En otro lugar
dice: “Acerquémonos con corazón sincero...” (Heb.10:22).

Tú no necesitas hacer méritos antes de acercarte a Dios. Dios sabe que tú no puedes
mejorarte a ti mismo, ni tampoco acercarte a él cuando tu corazón está frío y duro.

Pero le puedes hablar sinceramente y decir lo que realmente sientes. Dile que has pecado, que
no puedes contigo mismo, que si Él no te ayuda, estarás perdido. Dile sin rodeos todo lo que
pasa en tu vida y pídele ayuda. La sangre de Jesucristo está a tu favor, y el Abogado que
tienes en los cielos defenderá tu causa. (1ª Juan 2:1).

Si lo haces con sinceridad, recibirás socorro. Dios es tan misericordioso y fiel a su Palabra, que
la única manera de no ser ayudado es no pidiendo ayuda.

Con todo, recuerda: Si dejas fuera de tu vida a Dios, entonces las consecuencias pueden ser
muy trágicas, y sobre todo, perderás la seguridad, el gozo y la paz que sólo Dios puede dar.

Un siervo de Dios, C.H. Spurgeon dijo: “Si no estás buscando al Señor, el diablo te está
buscando a ti.” Y el diablo, que vino para hurtar, matar y destruir, no te busca para hacerte
bien. El Señor Jesús, sin embargo, vino para darte vida, y vida en abundancia. (Juan 10:10).

El Salmo 91:1: dice: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del
Omnipotente”. ¿Estás tú bajo el alero de Dios o estás a la intemperie, expuesto a todos los
peligros?

Tú sabes que Dios te ama. Esto es una verdad preciosa para ti, ¿verdad? Sin embargo, si tú le
has vuelto la espalda, ¿cómo podrá Él defenderte? Si no te quieres poner bajo el abrigo del
Altísimo, ¿cómo morarás bajo su sombra?

De ti depende el lugar donde estar. Que el Señor te conceda la gracia para buscar refugio en el
Señor Jesucristo.

Deseamos que tú, cuando seas adulto, puedas decir con el rey David:

“Porque tú, oh Señor Jehová, eres mi esperanza, seguridad mía desde mi juventud. En ti he
sido sustentado desde el vientre; de las entrañas de mi madre tú fuiste el que me sacó; de ti
será siempre mi alabanza.” (Salmo 71:5-6).

Cuando los amigos se oponen al caminar del joven creyente y le inducen a


participar de sus tinieblas, se hace necesario confesar la preciosa fe y, al
mismo tiempo, estar dispuesto a servirles en amor.

¿Cómo salvarme de la influencia de mis


compañeros?
¿De qué tipo de compañeros quisiera zafarse un joven creyente? Obviamente, no se trata de
todos los compañeros, sino de aquellos que son contrarios a su caminar cristiano, esos que le
hostigan, que le oprimen, que le inducen a participar de sus risas, de sus juegos, de sus
bromas, y de sus tinieblas; en fin, de aquellos que le inducen a apartarse del Señor.

Confesando al Señor
¿Cómo zafarse de ellos? La respuesta es una y muy simple: Confesando el nombre del Señor
cuando se presente la oportunidad de hacerlo.

Cuando ellos vean que tú no dices groserías, que no cuentas chistes obscenos, que no vas a
sus fiestas, ellos van a preguntar. Entonces, cuando alguien te pregunte, le dirás: “Mira, yo no
te condeno a ti porque hagas eso; tú eres libre de hacerlo. Pero, ¿sabes?, yo tengo en mi
corazón algo: no es una prohibición de hacerlo, sino que, sencillamente, no tengo deseos de
hacerlo, porque tengo al Señor Jesús en mi corazón y su vida en mí me hace feliz. Yo no
necesito de aquello de lo cual tú participas.”

Esto es hacer lo que Pedro enseña, que debemos presentar defensa con mansedumbre y
reverencia ante todo el que nos demande razón de la esperanza que hay en nosotros. (1ª
Pedro 3:15). No con soberbia, ni tampoco con temor. ¿Cómo entonces? Con mansedumbre y
reverencia.

Si tú haces así, por un lado, te libras de ellos, pero no alejándolos, no condenándolos, sino
permitiendo que ellos mismos se alejen, que ellos se den cuenta de que hay una diferencia. Y
ellos van a respetar esa diferencia. Luego, tampoco te pongas grave con ellos, si es necesario,
en algún momento, reírse, ríete. Hay cosas acerca de las cuales tú podrás reírte con ellos, y
hay otras en que no sentirás deseos de hacerlo. Tienes que tener un criterio, porque hay cosas
de las cuales sencillamente no te vas a poder reír. Si te preguntan algo, no los mires en menos,
sino háblales con humildad y mansedumbre.

Tú no tienes que hablarles con una actitud de: “Aléjense de mí, porque ustedes son pecadores
y yo soy santo”. No; no es esa la forma. Si tú haces eso, sea tan explícito o más suave, lo único
que vas a ganar va a ser un epíteto de “santulón” y vas a levantar una barrera entre tú y ellos.
No te van a querer escuchar, ni te van a considerar, más bien te van a tener por un fanático.

¿Como se tiene que producir, entonces, esta necesaria separación entre tú y ellos? La
separación se va a producir espontáneamente cuando tú confieses el nombre del Señor con
sencillez, pero con firmeza.

Si tú no confiesas el nombre del Señor y decides ser un creyente secreto, no podrás establecer
los límites en tu relación con ellos. Ellos te considerarán como uno de ellos, de modo que
cuando pequen o mientan, pensarán que tú estás del lado de ellos. Tú sabes en tu corazón que
eres de Cristo y que no debes participar de sus tinieblas, pero lo haces, con lo cual disgustas al
Señor y tienes problemas con tu conciencia. No agradas al Señor y tienes problemas contigo
mismo.

Al principio podrás inventar excusas para no ir con ellos, pero como la presión continúa,
tendrás que mentir una y otra vez para no ir con ellos. En cambio, si tú confiesas una o dos
veces en el principio, dejarán de molestarte.

Por otro lado, si no confiesas al Señor, ¿cómo te sentirás cuando ellos hablen mal de Él y tú no
puedas defenderlo? Parecerá como tú confirmas sus palabras, y te sentirás como un traidor.
Confesar al Señor en un ambiente hostil puede ser difícil, pero más difícil es tener que callar
cuando tú debieras hablar.

Sirviendo en amor

Junto con confesar tu fe, tú les demostrarás afecto, y tendrás un verdadero interés por ellos.

Tú tienes que estimar a tus compañeros y bendecirlos. Mateo 6:44 dice: “Bendecid a los que os
maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen.” Si
esto dice el Señor acerca de lo que debe ser nuestra actitud hacia los enemigos, ¿cuánto no
será con nuestros compañeros de estudio? Tu actitud hacia ellos, tiene que ser de amor, de
misericordia, y tienes que estar dispuesto a tenderles la mano cuando sea necesario.
Tú sabes, en el mundo hay amistades, muchas amistades. Para todas las correrías que ellos
hacen tienen muchos amigos; pero, en el fondo, ellos están profundamente solos, amargados y
tristes. Ellos no tienen al Señor.

En sus hogares tampoco está el Señor. Los problemas en sus hogares suelen ser terribles.
Muchas veces ellos ríen, pero en el fondo arrastran tremendos dramas. Así que cuando veas
un compañero solo y triste, tú debes acercarte y preguntarle: “¿Qué te pasa? ¿te puedo
ayudar?”. Debes buscar oportunidades para ayudar, no para condenar; para tender una mano,
no para juzgar.

Cuando ellos vean que ser cristiano no es asumir una postura de santulonería, de gravedad
afectada, de prepotencia o presunción, sino que es estar disponible en caso de necesidad,
ellos no sólo van a dejar de molestarte, sino que van a ser ganados para Cristo.

De tal manera que a la pregunta de ¿cómo puedo zafarme de la influencia de mis


compañeros?, la respuesta es bien clara: Confesando al Señor, pero no con una actitud de
juicio, sino mostrando una calidad de vida tal que ellos se den cuenta que lo que tú tienes es
muy superior a lo que tienen ellos; y, al mismo tiempo, estando dispuesto cuando ellos
necesiten de ti.

¿Cómo escoger una carrera o profesión?


El mundo hoy corre tras el dinero, tras la fama, tras la ganancia fácil, tras una vida cómoda,
llena de recursos y de bienes. Salomón fue un rey que lo tuvo todo. Si tú lees Eclesiastés (2:4-
11), y haces una enumeración de todas las cosas que quiso tener y que tuvo, hay un montón
de cosas espléndidas. Pero al final dice, en conclusión: "Todo eso es vanidad y aflicción de
espíritu". Luego dice también, al terminar el libro, que no es bueno llenarse de muchas letras,
porque es fatiga de la carne. (12:12).

En 1ª de Timoteo 6:6 dice: "Y por causa de la ciencia, algunos se extraviaron de la fe". Dice en
otro lugar la Escritura, que tenemos que huir de las huecas sutilezas y filosofías engañosas
(Col.2:8). Dice también que es necesario buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, y
que todas las demás cosas serán añadidas (Mat.6:33).

Por lo tanto, ¿qué carrera debes escoger? Por favor, si tú amas al Señor, si quieres servir al
Señor, no busques aquella carrera que porque te entrega más dinero, tengas que correr el
riesgo de apartarte del Señor, de llenarte de riquezas y de cosas que te vayan a apartar de la
fe.

Les sugerimos a los jóvenes que tienen inclinación por el área humanista: Eviten estudios
como filosofía o antropología. No es que un cristiano no pueda salir adelante estudiando eso,
pero ¿sabes? va a ser un tremendo escollo para la fe, y vas a tener que luchar, y va a ser
fatigoso para ti, va a ser triste el tener que estar con todas las pruebas, con todas las materias,
con todas las asignaturas, contestando cosas que no crees, que atentan contra tu fe, contra tus
principios. Y al fin, de tanto leer a este y al otro, es posible que les ocurra como con muchos ha
ocurrido: que la falsamente llamada ciencia los envuelva y los aparte de la fe.

¿Cuántos jóvenes hay en este día, que ayer amaron al Señor y estuvieron llenos de deseos de
servirle, y que hoy tienen un excelente título, tienen lujosas casas, tienen hermosos autos, pero
ellos están absolutamente muertos para Dios, están fríos? Ellos se han apartado. ¡Que no te
ocurra a ti! Por lo tanto, ¿qué carrera debes escoger?

Debes escoger una carrera (y una profesión) que, en lo posible, te permita servir al Señor, que
te ayude, que te entregue algunas herramientas, que te permita tener tiempo libre, que no te
esclavice mucho, que no sea una carrera en la cual tus principios van a ser permanentemente
atacados o vulnerados, y también una carrera en la cual tú no encuentres ningún peligro,
ningún riesgo de llegar a olvidarte del Señor.
Conocemos casos en los que el Señor ha tenido misericordia y ha socorrido a padres de familia
que han orientado a sus hijos en este sentido, y el Señor ha entregado su respaldo, cuando tú
haces algo por amor al Señor, cuando tú renuncias a algo por amor al Señor, entonces Dios te
abre las ventanas de los cielos para bendecirte.

Entonces, no elijas una gran cosa, por favor no pongas la mira en las grandes cosas, puedes
ser más modesto, pero, ¿sabes? No estamos en tiempos para dedicar las 24 horas del día a
los estudios, estamos en un tiempo en el cual tú tienes que prepararte para la venida del
Señor. El Señor viene pronto, de tal manera que si tú, hermano amado joven, estás en
condiciones de renunciar a algo de ti mismo, de tu vida, de tus aspiraciones, de tus grandes
anhelos, por causa del Señor, vas a tener un gozo y una recompensa muy grande.

No es que tú tengas que dejar los estudios, o estudiar lo que no te gusta sólo por obedecer
este consejo. No decimos que lo dejes todo así forzosamente, no. Pero de acuerdo a tu fe, de
acuerdo a tus posibilidades, si tú amas al Señor, si tú quieres servirle, en fin, escoge algo que
no te perturbe, que no te aparte, que no te enrede, que no te envanezca, y que te permita servir
al Señor y esperarle, porque Él viene pronto, amén.

¿Qué debo leer?


1ª Corintios 15:33 dice: "No erréis, las malas conversaciones corrompen las buenas
costumbres". Aquí se dice que las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.
Pero ¿qué tiene que ver esto con la lectura? Tiene mucho que ver porque en el proceso de la
lectura se plantea una verdadera conversación. El autor va diciendo cosas, pero él no se las
dice a sí mismo –aunque convencionalmente así lo asuma–; él está dialogando con el lector. Y
su conversación puede ser tan persuasiva, que al finalizar la lectura del libro, tú has sido
perfectamente convencido por él.

Muchos escritores escriben para matar sus "fantasmas", o para liberarse de sus "demonios".
(Esta es la terminología que ellos usan). Es decir, ellos se purifican mediante el proceso de la
escritura. Ellos descargan sobre el papel sus temores, sus fracasos, sus complejos, sus
sueños, y al decirlo, se liberan de ellos. La escritura cumple para ellos una función "catártica",
como el teatro para los griegos.

Ahora bien, ¿dónde queda toda esa carga de la cual el escritor se libera? Pues, queda en el
libro, y luego, a través del proceso de la lectura, pasa al lector. De manera que lo que tú lees
necesariamente deja algo, una huella en tu corazón, para bien o para mal. "Dime lo que lees, y
te diré quién eres" – podría fácilmente decirse. Cuando tú hablas con una persona (en el
mundo, principalmente), vas a darte cuenta que esa persona es lo que ha leído.

Durante el proceso de la lectura, el lector va creando imágenes (ya que el libro no las trae), y
esas imágenes van tomando un lugar en su mente, las cuales son muy difíciles de borrar
después. Hoy en día, difícilmente vas a encontrar un „best seller‟, que no explote la truculencia,
la sexualidad y la violencia. Casi no hay un libro que no te lleve por la senda de las pasiones y
del extravío sexual.

Así que, hoy en día no es fácil ser un buen lector, y al mismo tiempo un lector con una mente
limpia, y sana. La literatura se ha encargado de contaminarla y corromperla.

Con la literatura ha sucedido como con el cine y las demás llamadas "artes". Con la excusa de
ser simplemente "reflejos de la realidad", han llegado a crear la realidad que reflejan. Ellas no
sólo muestran descarnadamente ciertos hechos (grotescos, oscuros, infernales) sino que
hacen provisión para que la sociedad se alimente de lo mismo y así redoblar sus torcidos
hábitos y costumbres. Es lamentable y triste que aun "grandes escritores" estén cayendo en
ese juego.
"El simple todo lo cree; mas el avisado mira bien sus pasos" (Prov.15:14). La Palabra nos da la
capacidad de ver más de lo que los hombres comunes pueden ver. De manera que debemos
poner cuidado con qué escritores "dialogamos" en nuestras lecturas. No nos dejemos
embaucar por nombres y títulos atractivos, o de moda. Nosotros hemos de tener los ojos
abiertos.

Sin duda que es bueno leer. Los jóvenes deben leer mucho. Pero ¿qué debemos leer?

2ª Timoteo 3:14-17 dice: "Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo
de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas escrituras, las cuales te
pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es
inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a
fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra."

Las Sagradas Escrituras es la mejor lectura para un hijo de Dios. No importa si es niño, joven o
viejo. La Biblia es un tesoro inmenso, con infinitas posibilidades de provecho para cualquier
lector. Los 66 libros de la Biblia están llenos de hermosos episodios que pueden adaptarse
para cada edad. Sus enseñanzas son perennes. Los niños se deleitan con sus historias, los
jóvenes encuentran en ellas entretención y enseñanzas probadas; los adultos hallan en ellas
guía y consuelo; los viejos encuentran reposo y paz.

El tema de la Biblia es Jesucristo, el precioso Señor de nuestras vidas. En ella encontramos


sus hechos, sus enseñanzas, los rasgos de su maravillosa persona. A Cristo no le conocemos
por una película, por una pintura, o por una relación histórica. A Cristo le conocemos por el
testimonio de la Palabra de Dios. ¿Iremos a ella sólo cuando tenemos problemas, o estamos
angustiados? No, sino que nos aprovisionaremos de su valioso contenido en el día bueno,
cuando tenemos plena paz, para echar mano de sus enseñanzas en el día malo.

Con la lectura de la Biblia se nos revela el carácter y la forma de pensar de nuestro Dios, la
maravillosa gracia manifestada en el Señor Jesús, que nos renueva los pensamientos, nos
quita las cargas del diario vivir, e inspira nuestra conducta. Viendo a sus héroes actuar delante
de Dios, nosotros nos sentiremos instados a hacerlo también, y de ella tomaremos el maná de
cada día.

La Biblia no es un libro caduco, no ha perdido valor en lo más mínimo. Y bienaventurado el


joven que halla allí deleite y aliento para su alma.

Hay, además, mucha ganancia espiritual en la lectura de biografías de grandes siervos de


Dios. Su caminar de fe nos proveerá de muchas respuestas y enseñanzas para nosotros. Ellos
corrieron la carrera y vencieron. Su ejemplo nos ayudará a correr nosotros también, y a vencer.

No sólo la vida de los grandes hombres de la Biblia nos ayudará; también la de que aquellos
que vivieron en épocas posteriores. Ellos perfectamente podrían continuar esa hermosa lista de
Hebreos 11, donde aparece la galería más selecta de hombres y mujeres de fe.

¿Cómo amaron a Dios y le sirvieron hombres como Pedro Valdo, Juan Wycliffe, Juan Huss,
Martín Lutero, Ulrico Zuinglio, Conrad Grebel, Gaspar Schwenckfeld, Juan Calvino, Juan y
Carlos Wesley, Jorge Whitefield, Guillermo Carey, James Hudson Taylor, David Linvingstone,
Charles G. Finney, John N. Darby, C.H. Mackintosh, Watchman Nee, Billy Graham, David
Wilkerson, etc.? ¿Qué errores tuvieron, y qué enseñanzas podemos sacar de ellos?

Hay libros de autores cristianos que todos debiéramos haber leído. Entre ellos, algunos: El
estudio de "Génesis" de Mackintosh, "El Peregrino" de Juan Bunyan, "El secreto espiritual de
Hudson Taylor" de Howard Taylor, "La Cruz y el Puñal" de David Wilkerson, "Corre, Nicky,
Corre" de Nicky Cruz, "El refugio secreto" de Corrie Ten Boom, "Discípulo" de Juan Carlos
Ortiz, "El mundo en llamas" de Billy Graham, "No améis el mundo" de Watchman Nee, "El
testimonio de Watchman Nee", etc. Las obras de Spurgeon, Moody, Meyer, Andrew Murray y
G. Campbell Morgan pueden ser para ustedes de mucha inspiración y ayuda.
Así como la mala lectura deja un resabio de muerte en el corazón de sus lectores, esta buena
lectura, deja un residuo de vida, de luz y de inspiración en quienes hacen uso de ella. No
pierdas la oportunidad de hacerlo. Te hará mucho bien.

¿Cuánta televisión debo ver?


La Biblia dice: "Todo me les lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo
edifica." (1ª Cor.10:23). En otro lugar dice: "Todas las cosas me son lícitas, mas no todas
convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna." (1ª
Cor.6:12).

En Cristo tenemos libertad, pero esa libertad tiene ciertos límites. Aquí en estos versículos
podemos ver cuáles son esos límites.

Dice: "Pero no todo edifica"; y luego "No todas (las cosas) convienen" ... "Mas yo no me dejaré
dominar de ninguna." La televisión no siempre edifica, no siempre conviene, y lo que, tal vez,
es más importante, ella no debe llegar a dominarnos.

Hay cosas en la T.V. que pueden, sin duda, ser de ayuda. Sea para el colegio, como
conocimiento general, sea como información. Sin embargo, la mayor parte de la programación
televisiva no pretende entregar información o cultura, sino, simplemente, entretener.

La necesidad de recreación tiene su lugar en toda persona, pero ¿qué tipo de entretención
entrega la T.V.? Sus programas interactivos son insulsos, sus temas, normalmente banales,
referidos al submundo de las "estrellas" del espectáculo. ¿Qué edifica eso, qué conveniencia
tiene eso para un hijo de Dios? Allí se dejan ver las formas de vida de esas personas,
destituidas de toda moral; ellos viven la vanidad, el tráfago de una vida liviana, ellas forman
parte de un „show‟ que "vende".

La programación de la T.V. ha perdido una orientación seria. Los programadores no tienen en


mente principios dignos de alabanza, sino simplemente el „rating‟. Es decir, lo que la gente
pide. La programación obedece a los dictados de los televidentes. Sabemos lo que el mundo
quiere, cuáles son sus grandes dramas, sus grandes vacíos. En definitiva son ellos, quienes,
de acuerdo a sus nefastos criterios (o falta de ellos), programan la T.V. que hoy tenemos.

La T.V. puede transformarse en un vicio. Hay niños y jovencitos expuestos totalmente a su


influjo. Ellos no tienen restricciones. El mensaje de la T.V. –sea abierto, sea subliminal– es
completamente asimilado por sus mentes. Ellos pasan gran parte de su tiempo libre (es decir,
de su vida) frente al televisor. En ese camino, ellos fueron escalando varias etapas. Primero fue
la etapa de los dibujos animados, de la T.V. abierta, luego la del Cable, de los videos, etc. A
medida que la edad avanza, los gustos cambian, y la truculencia y la inmundicia también.

¿Qué conviene a un joven cristiano? Tener control sobre sí mismo y sobre lo que ve en T.V.
Proverbios 25:26 dice: "Como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene
rienda." Tenemos que usar la rienda con respecto a nosotros mismos y lo que nos afecta.

De manera que –sintetizando– el principio número uno es: "No todo edifica"; el segundo es:
"No todo conviene"; y el tercero es: "No me dejaré dominar."

Creo que, si podemos ver lo que es nocivo para nuestra mente, y para nuestro caminar con el
Señor, y si decidimos en nuestro corazón apartarnos de ello, el Señor nos dará la gracia para
hacerlo.

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