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(d) efectos de la comunicación

Leyendo y reorganizando un arrume de fotocopias adquiridas imperiosamente


durante toda mi carrera (la gran mayoría sacadas, copiadas y re-copiadas en la
Cafetería El Estudiante, más conocida en el bajo mundo como “donde don
Alfonso”) y analizando, sin duda alguna, la situación que está pasando nuestra
Universidad frente a la crisis financiera y el desarrollo de la Asamblea
Estudiantil (donde un gran número de cabezas alimentan piojos y algunos
cuantos generan propuestas de rescate a la universidad pública), se me ha
ocurrido pensar en los innumerables efectos y/o consecuencias de la
comunicación y el manejo de la información, a lo que yo, atrevidamente, he
decidido denominar: (d) efectos de la comunicación.

Esta introducción me permite deducir (o le permite deducir, querido lector) que


estoy haciendo uso de ese desarrollo del lenguaje, la manifestación en común
y el chismorreo, para burlarme efectivamente de las pocas teorías aprendidas
en la academia y así, exponer mi posición en el tema de comunicación e
incluso, arriesgadamente, intentar crear mi hipótesis sobre el contenido político
de la misma (claro está, que no pretendo enfrentarme a las decisiones tomadas
en algunos recintos “democráticos” de nuestro país, purificando mi ideología y
enfatizando que cuando me refiero a lo político no genero ninguna relación con
lo politiquero).

Bueno, ya que tomamos las riendas del asunto (evidenciado mi mala


costumbre de irme por las ramas), quisiera empezar por desglosar, tal vez por
enésima vez, el concepto que de comunicación tenemos. En este momento en
el aula de clase, levanta la mano la niña churca que siempre hace alardes de la
buena memoria que posee y dice: Etimológicamente la palabra comunicación
viene del latín comunicare, que significa “hacer común”. Luego, muy hábilmente
su compañera de al lado levanta la mano, no sin antes revisar en su cuaderno
de notas lo que va a decir, y concluye: La comunicación es acción y efecto de
comunicar (yo sugiero un caluroso aplauso para nuestras bien peinadas
modelos por aprenderse la lección). Sin más mamadera de gallo, y retomando
lo que nuestras compañeras han dicho, el concepto de comunicación enfatiza
en la escena de lo común, que puede ser complementado con las ideas de
muchos autores y teóricos de la comunicación sí decimos que esta
comunicación implica la participación del “otro”, que es un proceso activo de
construcción colectiva, un proceso generador (o degenerador) de relaciones,
un proceso simbólico, un acto de búsqueda de sentidos, entre muchos otros
procesos, evoluciones y demás.

Teniendo claro que la idea de comunicación es bien confusa, quiero enfatizar


en el ámbito de lo público, pues ya que hablamos de hacer común, lo público
esta ligado a nuestra experiencia comunicativa. Ahora bien, desarrollando los
temas de política pública, espacio público, esfera pública y opinión pública, me
hallo en un problema que no es tan público (pues el problema es mío que he
decidió meterme en esta vaca loca que ahora intento hacer pública. Aquí cabría
una buena carcajada).

Es así como llego a la consulta de qué es lo público (ya que muy hábilmente
me desconectaba del mundo cuando “mis profesores” de Cívica y constitución
–materia virtual que vi cuatro o cinco veces durante toda mi carrera- me
hablaron del estado, la nación, el territorio, la política y lo público, por lo que
tenía mis dudas sobre el tema que hoy expongo), descubriendo que esto que
llamamos “público” es una mera idea que hemos transformado en espacio (es
decir, un producto del imaginario colectivo que finalmente hemos llevado a un
territorio común como el parque, la plaza central, la plazuela Almeyda, entre
otros), y es acá donde vuelve a involucrarse lo “común”, pues enfatiza en que
es lo propio de lo que es común (es como decir todo lo tuyo es mío y lo mío
es… mío).

Como lo público también habla de un interés general, me lleva a pensar en la


idea de “masas” (debe ser por esto de lo general). Sigo con mis dudas. ¿A qué
se refiere uno cuando habla de masas, masificación, masividad? pues yo creía
que era una relación fraternal con la igualdad (es mi desprestigio sobre la
igualdad lo que me lleva a dar el calificativo de fraternal), por aquello de
encontrar en las masas un común denominador: la ignorancia de lo que está
ocurriendo. Esto es precisamente lo que usted apreciado lector y todo aquel
transeúnte que haya pasado por las instalaciones de la Universidad de
Pamplona durante la Asamblea Estudiantil podría corroborar. Las masas hacen
bulto, pesan pero no generan cambios. ¿Es eso lo qué se pretende cuando se
habla de masificar? ¿Crear un bulto? ¿Rellenar espacios? ¿Aplaudir a un
grupo de ineptos con micrófonos? ¿Hacer bulla?

Debe ser a esto a lo que se le llama política, pero (como siempre me gusta ser
la contraparte argumentada y aliada del arte) encontré la definición de político
que hace Luis Horacio Botero Montoya (a quien debo en gran parte el título de
este texto), en algunas de esas fotocopias que me tienen la habitación
desorbitada, y define que un político sería un “artesano de la ciudad”, es decir
que la política es la construcción de ciudad o sociedad (me arriesgo a afirmar).
Vaya definición, exquisita como tal. Siguiendo entonces este concepto, el de lo
público y finalmente, el de la comunicación (porque me pase por la faja la
esfera pública, el espacio público, la política pública y demás), encuentro que
existe un punto en común y es lo común. Pero también desligo del trasfondo de
todo esto, que el objetivo de lo político, lo público y la comunicación es la
creación, esa construcción colectiva que produce cambios, mantiene culturas,
genera experiencias democráticas y no sólo mantiene un ámbito de consumo y
sensacionalismo, que son finalmente unos de los (d) efectos de la
comunicación.
Precisamente sobre los (d) efectos de la comunicación, podría abarcar los usos
de las nuevas tecnologías o sólo tecnologías (porque si bien es cierto que cada
medio minuto surge un nuevo avance tecnológico, las tecnologías en general
no son tan nuevas), que se incluyen en la esfera pública (concepto que por el
curso de este escrito había omitido, pero que lo puedo resarcir diciendo que la
esfera pública es trascender sobre el espacio físico entre lo público y lo privado
en el que las actividades y las experiencias de los seres humanos se
desarrollan)1.

Entonces partamos esta torta. Primero, el uso de los medios masivos de


información y/o comunicación (como lo quieran llamar, por mi parte sería: los
medios masivos de desinformación- por lo que son “medios” y no “completos”).
Sabemos que estos medios son recursos de grandes y fuertes grupos
económicos (especialmente en América Latina y enfatizando en Colombia),
estos grupos poseen a sus aliados “políticos”, quienes tienen “una imagen que
cuidar”, esta imagen debe ser no tanto pulcra como autoritaria (esto ya lo
sabemos todos y pido disculpas por ser redundante). Para mantener esta
posición la cosa es muy sencilla: generar noticias de los “buenos actos” del
políti-(quero) de turno o inventar una notica que sirva como cámara de humo
para desviar la atención de la audiencia (que es ciega, sorda y
descaradamente muda). Este si que es un (d) efecto de la comunicación,
aunque aquí ya no cabe lo público, pues el interés no es general o sería al
mejor estilo europeo (ya que nos avergüenza ser “chibchombianos”) una esfera
pública burguesa, donde el consejo de redacción (por así llamarlo) de las
cartas oficiales, eran grandes estudiosos (porque tenían con qué acceder a la
intelectualidad, no como nosotros que tenemos que hacer paro para que un
profesor nos dicte 3 0 4 materias el mismo semestre, con los documentos
amarillos por flojera actualizar y 40 pelotudos en el aula pensando en la barra
libre de Moe`s). El cuento es que aquí no cabe lo de estudiosos, pues quienes
manejan estos “medios” incompletos, son igual de mediocres que los que
fueron a la Asamblea sin saber lo que significa perder una universidad pública
(es como llorar y no preguntar quién es el muerto).

Continuemos con un segundo (d) efecto de la comunicación, quiero referirme al


afán de la divulgación, o lo que en periodismo se llama inmediatez. Son
muchos los ejemplos que se pueden dar sobre este tipo de (d) efecto, pues en
la carrera de “chiviar” al otro generamos la destrucción de la información (frente
a esto y retomando la Asamblea Estudiantil 2009 de la Universidad de
Pamplona, encontramos a uno que otro que por chismoso e imprudente tuvo
que pedir disculpas, además de rectificar alguna información mal dada que
generó malestar “público”).

Bueno no dejaré por fuera el ámbito de consumo y el sensacionalismo del que


les hablé unas líneas arriba. Resulta que vivimos en una sociedad morbosa,
1
R. Doors
donde la sangre, las heridas, las bombas, el sexo y el dinero son tan relevantes
que ocupan gran parte de nuestra curiosidad: quién no quiso ver el cuerpo del
comandante guerrillero abatido por el Ejercito; o el rostro de la niña violada por
su padre, padrastro o hermano (pues siempre queda en duda el parentesco del
violador); o la historia de quien fue víctima de alguna pirámide (tal vez
“invertida”); entre otras cosas e historias aberrantes, pero entretenidas, pues es
así como lo hacen ver los medios.

Entonces nos sentamos en el planchón de la Plazuela, con una cerveza en


lata (o en el mejor de los casos con un bebé garrafón de ron) y comentamos
que esa gorda profesora se cayó por las escaleras y todos conocimos sus
calzones; que esa churca compañera de clase (la misma que nos dio el
concepto etimológico de comunicación) ahora tiene una fea chaqueta morada
con pelusas; o que el nuevo docente no sabe un carajo de lo que nos dice pero
usa unos zapatos carísimos y muy elegantes, a parte de que tiene enredada a
una que otra muchachita estudiante suya; o presumir del nuevo reproductor de
DVD que nos compró la pareja de turno y, sin duda alguna, la tarjeta que le
regaló alguna intrusa a nuestro mejor amigo y que fue comprada en el mismo
lugar donde la mayoría ha comprado aunque sea un papel de regalo.

De estos pocos (d) efectos de la comunicación podríamos deducir algunos


otros que hemos evidenciado y que hoy, tal vez con este texto, pudimos
recordar. Finalmente ofrezco a usted, prudente lector, una sincera disculpa, por
quitarle su valioso tiempo con este intento de artículo (cansón y enredado
además, por tantos paréntesis y desvíos del tema- por ahí dicen que las cosas
se parecen a sus dueños).

Laura Severiche.

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