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EN TORNO A LA SUBJETIVIDAD
1. Formación y reflexión
Consideremos las exigencias que debe tener una auténtica filosofía de la persona o de la
subjetividad. Su método debe ser la reflexión. Por medio de ésta, hago filosofía de mí mismo, de mi
carácter de situacionalidad, de posicionalidad en un conjunto realístico que aparece ante mí como
un horizonte de posibilidades.
Tengo que tratar de convencerme de que ésta es mi vida. Soy el que la está viviendo. No
puedo entregar mi vida a otro para que la viva por mí. Esto es impensable. Soy yo quien me voy
haciendo aquí, en este mundo que se me presenta con unas concretizaciones precisas. No puedo
claudicar aunque la tarea no sea fácil. Tengo que renunciar a pensar mi vida como algo ya hecho
y entregado. No, mi vida está desarrollándose: es una tarea que se realiza a medida que voy
viviendo: la vida se vive viviéndola. La reflexión, pues, me constituye en mi ser de hombre, es
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Pregustar la soledad del quedarse aislado sin más defensa ante la inmensidad arrolladora: un
grano de arena inadvertido en la extensión de la playa: sentir agudamente la insignificancia de mi
ser ante el universo. Pero hay algo en mí que me dice que soy en medio de mi situación
insignificante, sin sentido. (Es necesario hacer una valoración de una experiencia de este tipo).
He sentido con mi cuerpo muchas cosas buenas, deseables, apetecibles. Me queda una
sensación de satisfacción y de saciedad. Tengo que ordenar mis sensaciones para ir configurando
el mundo de mi exterioridad: soy en un mundo concreto a través de mi cuerpo. ¿Cómo estoy
viviendo esta situación determinante de mi ser? ¿Cómo estoy armonizando todo ésto en mí?
A veces me cercan tantas ideas que no sé cuál atender primero. Algunas son desechables,
insulsas, fastidiosas y fatuas y sin embargo me invitan tan insistentemente que me veo seducido
por ellas. Así es como vengo a pensar en nimiedades y en necedades, a pesar de que sé en ese
momento que hay cosas mucho más importantes y en las que sí debo quebrarme la cabeza. ¿Basta
sólo pensar y darle vueltas a una misma idea, o será más necesario no pensar tanto y actuar
desprevenidamente?
Lo meritorio en la vida sólo se hace a costa de grandes sacrificios. Todo lo que vale la pena
es difícil de algún modo. Es el sentido del adagio: “Agarrar al toro por los cuernos”. Los
problemas son para ser o intentar ser resueltos, no para dejarlos a un lado. Uno siempre debe
hacer lo que tiene que hacer aprovechando el momento presente, en el que tenemos unas
circunstancias que no iremos a tener después. Mi consigna, entonces, será: aprovechar al máximo
el instante pasajero sin amedrentarme ante el porvenir que aún no conozco y que sólo es un
sinnúmero de posibilidades, ni por el pasado que ya dejó de ser y quedó definitivamente
determinado. En último término: tengo que ser más realista en mi modo de proceder y en mi
manera de afrontar la vida, porque estoy participando en un juego en el que no debo perder
porque una pérdida en este sentido sería caer en el absurdo y en el fracaso definitivo. Todo en la
naturaleza humana es un afán por triunfar, por llegar más allá. Hay una expectación que envuelve
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toda la vida y es lo que sostiene esta vida en cada momento: una expectación, una espera de lo
que aún no es pero que va a llegar a ser por y a partir, de algún modo, de lo que ahora es. Uno
siempre está esperando que el mañana será mejor, que más adelante se conseguirá lo que aún no
somos o no tenemos y que se vislumbra tenuemente mediante la imaginación. Deseamos
conseguir lo que ahora se nos hace inaccesible. Esta mirada al porvenir y esta confianza de que
iremos a conseguir lo que deseamos es lo que nos define como seres en búsqueda. Todo cuanto
planeamos o programamos está basado en esta característica tan propia del hombre.
Estoy convencido en lo más íntimo de mí mismo que puedo conocerme cada vez de un modo
mejor. Hay que destacar la importancia de la relación con el otro a este respecto. ¿Este otro se puede
considerar como un resonador de mi yo? ¿De qué depende el éxito de mi relación con los otros,
con el prójimo? A veces pienso que no he educado lo suficiente mi yo ya que en el fondo es muy
salvaje porque en algunos momentos cree que no ES sino él solamente: he actuado sin tener en
cuenta la absoluta alteridad del otro, sin tener en cuenta que el otro es un sujeto tal como lo soy
yo con una complejidad estructurada de un modo determinado y con una historia personal única.
Pero, ¿por qué habré olvidado o por qué no habré tenido en cuenta ésto? Quiero plantear la
cuestión de la salvación o intento de autoafirmarse del sujeto mismo frente a lo que hace peligrar
esta apertura misma del yo como sujeto.
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Siento un gran anhelo indefinible. Me veo perdido en el tiempo, en medio de las cosas,
entre las personas. No me encuentro a mí mismo tal como soy. No me he podido concentrar
como quisiera. Me veo diluído en los acontecimientos. Es como si prestara todo lo que soy y al
final me quedara sin mí, sin lo que soy. Me siento como un individuo en la masa amorfa de una
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sociedad incomprensible, sin un centro orientador desde el que pudiera decir: yo soy y me estoy
realizando existiendo.
Una de las cosas que más me impresiona es el tema de la renuncia: uno necesita dejar,
abandonar gran parte de lo que no es para alcanzar lo que más se desea. En la medida en que uno
esté dispuesto a renunciar a muchas cosas, a uno mismo si es posible, en esa medida crecerá en
libertad, o se sentirá realmente libre. Yo me puedo encadenar a los objetos, a mis cosas, cerrando
ante mí todo el horizonte de entrega y de realización que se me ofrece. Siempre nos rodea esta
paradoja: en la renuncia está la riqueza.
Una situación en que me experimento como indigente o absurdo puede ser aquella en que
tengo que relacionarme con los demás. El otro es para mí siempre motivo de inquietud: me hace
sentir a veces como un ente buscador tan sólo de placer y satisfacción, cuando el diálogo está
imposibilitado para los dos, porque aunque no nos conozcamos, nos atraemos: se abre un
abismo entre los dos porque a la vez que deseamos comunicarnos, entrar en diálogo, nos vemos
separados profundamente el uno del otro ya que somos dos mundos completamente distintos los
que se encuentran. Tanto el otro como yo oponemos todo el silencio que encerramos ante lo
extraño, ante lo que conocemos por primera vez. Esta situación deja de convertirme en un
extraño para mí mismo cuando me decido a ser influido o determinado por el otro (por este otro
con quien estoy tratando de entrar en diálogo), es decir, cuando yo me abro a él con todo lo que
soy para que haga conmigo lo que a él le parezca, esto es, me interrogue, me obligue en cierto
modo a responderle y me ponga en tensión hasta que no cambie mi actitud hacia él. Es la actitud
de amor o de amistad que reemplaza la de desconcierto, miedo o asombro, la que me abre una
dimensión del otro hasta este momento desconocida para mí: la dimensión de su intimidad, de su
yo íntimo que hasta el momento había estado oculta, a oscuras, en espera de mi acto creador que
la sacó a la luz. Conozco así la persona del otro. Me doy cuenta de que no es solo cuerpo, además
compruebo de un modo muy vital que éste, su materialidad o lo más percibible para mí en un
primer momento no es toda la persona del otro, es decir, éste no se ve limitado nunca a ser sólo
cuerpo con un complejo de funciones y acciones tan solo explicables biológicamente. Estamos
en un nivel distinto de la primera zozobra que experimento cuando me encuentro por vez
primera con el otro. Ahora nos percibimos los dos como personas, nos damos cuenta de nuestro
ser y podemos decidir marchar a partir de aquí en una búsqueda conjunta de autenticidad.
Unimos nuestras fuerzas en la co-creatividad y en la comprensión. Las mismas inquietudes nos
mueven como sujetos en tanto pretendemos ser más de lo que somos. Nos abrimos los dos a un
universo nunca antes percibido conjuntamente.
El amor es la forma de acercarme a lo que soy yo como ser en tensión que aún no es del
todo. El amor me arranca del círculo vicioso en el que estoy encerrado, en el que no me percibo
sino a mí mismo como aparte e irreductible a los otros. La entrega y apertura al otro, a ella, me
obliga a conocerme y a conocerla. El amor nos deja aún en tensión: trato de superarla, de
liberarme de mí mismo a través de la entrega incondicional al otro, pero de nuevo seguiré en esta
tensión existencial que caracteriza mi vida puesto que yo soy no-plenitud, insatisfacción viviente.
Mi vida adquiere sentido de la esperanza de poder alcanzar mi definitivo ser. El amor, ya que me
hace salir de mí mismo, es un preámbulo y un pregustar de la definitiva felicidad que produce la
realización completa. Cuando amo, todo se ilumina, encuentro todo más humano, el ser amado
se encuentra en el misterio. El misterio entra en nuestra vida. La entrega es misteriosa.
El discurso que nos limita y nos trasciende es completamente independiente a nosotros una
vez se ha formado y adquirido la estructura de tal. Este discurso a veces parece traicionarnos
precisamente porque nunca nos igualaremos del todo con él. Es y será siempre lo otro, lo dicho,
lo extraño (en un contexto modernista en el que se ha hecho norma la apropiación de todo lo
que no tenga nombre o sello de propiedad, tendemos a adueñarnos de estos discursos, en cuanto
productos discursivos que circulan libremente en su contexto discursivo, en el que se reúnen con
sentido latente o manifiesto para un o cualquier sujeto. Por ésto puedo decir: “yo dije ésto” o
“este relato me pertenece porque yo lo elaboré, porque yo lo hice; por lo tanto si yo lo hubiera
querido, hubiera permanecido desconocido (alejado) de cualquier otro sujeto a quien yo no se lo
hubiera entregado o por lo menos prestado.” (Aquí radicaría el sentido personal que tendría el
diario y la correspondencia como formas textuales significativas para un sujeto.) De los que manejan
(controlan) el proceso de edición, es decir, de publicación, dependerá si mi discurso queda inédito o
si podrá circular. Es interesante analizar todo lo que implica este porque y este hubiera. En estos
dos términos están contenidos los supuestos o los condicionamientos e implicaciones de un
modo de considerar las cosas: el paradigma moderno que surge cuando Descartes se cuestionaba
el modo escolástico de pensar y ensayaba uno nuevo: el individual, partiendo del Yo como lo
primero, -como el fundamento del nuevo modo de hacer filosofía- y en éste, de su razón, del Cogito,
como lo único indemostrado y que lo demostraba todo. El pensamiento se convirtió así en el
punto de partida de toda manera de hacer filosofía: la filosofía moderna. Es este el primer estadio
en la historia de nuestra idea, de nuestra metafísica ya signada por lo que la ha caracterizado en
estos tres siglos: la supremacía de la racionalidad, del discurso, del orden, de la regla, de lo
nombrado, de lo consciente, del sistema, del Yo. Podemos, siguiendo ordenadamente estos
problemas reconstruir la historia del saber, de nuestro saber que ha rendido frutos óptimos a los
mantenedores del sistema, a los educadores y a los políticos que sobre los hombros de éstos
últimos han descargado la responsabilidad de hacer conservar, mantener, o en otros términos,
hacer conservable, higiénico, este orden que para ellos es tan ordenado y tan respetable y del que
nadie puede atreverse a mover una sola piedra, dirían aquellos, “así, sin más ni más, porque sí,
porque ya todo está hecho o existe como debe existir”.
Enunciemos este mismo tema de otra manera: yo como estructura compleja tengo una
dimensión de expresibilidad. Puedo manifestarme como soy justamente por esa capacidad que
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parece confundirse con la facticidad. Ser fáctico es ser perceptible por otros, concebible desde un
ángulo diferente del que me hallo. Estoy en un momento concreto y soy así a través de una
condición muy delimitada: mediante la concreción determinada por mi cuerpo. Este es el que me
da el carácter de individuo como tal. Soy individualizado por los otros, por el otro que me
percibe por tener un cuerpo. Esto ya es un hecho porque mi cuerpo es delimitador del horizonte
para el otro. Como tal es percibido, es tomado por el otro. El otro se refiere a mí como a este
cuerpo que percibe, salvo que en este caso, yo soy un cuerpo particular para él. Si soy un
desconocido, solo seré uno más, un individuo más que tiene las mismas características que
cualquier otro, que puede encontrar en cualquier recodo. Si soy un conocido, adoptará una
actitud más acorde con este conocimiento previo que haya hecho de mí: me tratará como a un
individuo más o menos conocido, según el caso, siendo posibles todos los grados de relación que
entre dos personas se pueden establecer: desde la simple relación inicial que predispone a un
conocimiento hasta la relación más íntima entre los cuerpos que exige un contexto más amplio y
extenso en el sentido temporal.
En este último caso, el cuerpo del otro ha asumido un carácter muy peculiar: es todo el
mundo del otro el que a través del lenguaje se me hace patente con todo lo que es o pueda ser
para mí: un todo distinto de mí. La posibilidad de la intimidad surge a partir de aquí, porque no
podría darse una intimidad contando solo con mi cuerpo como único polo. Intimidad implica
correlación. Es un absurdo que yo pueda ser íntimo conmigo mismo. Intimidad implica al mismo
tiempo salida de lo que yo soy en lo más íntimo pero hacia el otro que se me expresa también a
partir de lo más íntimo de sí. Aunque aquí estamos implicando el enunciado en la enunciación,
creo que es comprensible que un elemento no lo es todo en una definición. Hay que poner a
trabajar o a funcionar estos elementos que es lo que estructura cualquier relación de lo real. Un
solo elemento no es el todo.
6. El pensar y la vida
palabras dichas y con una cierta nostalgia con respecto a lo inabarcable que nos revela más
directamente a través de lo dicho, porque siempre que decimos algo, nuestra palabra es como
una leve muestra de todo lo que quedó sin decir. Me preocupo y pienso. Trato de dilucidar lo que
se me aparece como inabarcable y me encuentro con mi limitación. Quiero desplegar velas al
viento como el poeta que pregona con su palabra su libertad. Quiero que mis palabras sigan
servilmente lo que pienso y sean el sostén de lo que imagino. Construir para contener es mi
intención. Eso haré, me he dicho, como hablando con un supuesto interlocutor que auscultara mis
intenciones calladas. Escucho. Nada. Sólo yo que tiemblo, porque estoy solo. Yo solo, solamente.
¿Dónde encontrar palabras para expresar lo que siento? ¿Cómo contener todo lo que parece
explotar en mí y surge como un torrente incontenible? Sólo unas cuantas intuiciones pueden ser
expresadas en un instante. Las demás quedan en el silencio. Pienso: “Debe ser así, porque, de
otro modo, cómo podrían superar el tiempo? Se amontonarían y formarían un caos”.
Pasan rápidamente los días, uno tras otro y nos sumen en la ensoñación de lo ya vivido. Lo
vivido es manifestación del esfuerzo materializado. Sólo se revive por el recuerdo lo que nos
produjo alguna sensación de permanencia en el instante. En este sentido, la satisfacción que se
obtiene en la realización de un deseo puede sentirse como la permanencia en ese mismo deseo en
el momento de satisfacerse. Quiero comprender la vida misma a partir de su misma presencia y
con relación a su limitación. A veces me he preguntado por qué a partir de la vida hay que
entender el acabamiento. ¿Qué relación especial hay? El hombre es el único ser viviente que es
consciente de que vive. Los demás se limitan a vivir. En ésto, creo que radica uno de los factores de
mayor tragedia para el hombre. ¿Qué es la contingencia o la fragilidad en cuanto experiencia, sino
el percibir este lado trágico que tiene todo lo que es vida? Si ahondo en ésto, acabo por concluir
que todo lo que es viviente tiene que realizar determinado ciclo vital hasta la muerte misma: todo
lo viviente, precisamente porque participa de la vida, tiene que acabar. Vida es proceso, después
de nacer ¿qué se puede seguir? El crecimiento, es decir, el adelanto o el desarrollo de los demás
momentos o fases vitales. La vida es aliada del tiempo. Se iguala con los instantes de éste: La vida
necesita del tiempo, ya que no se puede pensar sin éste, pero éste no necesita de aquella para
aparecer como la ley vital unificadora.
Pensar sobre la vida parece raro, inaceptable, ya que la vida se vive, no se piensa. ¿Cómo se
relaciona entonces la razón con la vida? Tengo que emprender una acción dirigida, constante y
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unificada en lo que tengo que hacer. Tengo que decidirme a trabajar en una sola línea de acción.
Tengo que encauzar mis fuerzas para realizar algo fecundo. De lo contrario, mis aspiraciones no
serán sino ilusiones. Para escapar del simple ensueño tengo que realizar y enfrentar una verdadera
batalla conmigo mismo. Lo grave de la situación es que si no me decido inmediatamente nunca lo
haré. Mi vida es una carrera en la que tengo que estar preparado lo mejor posible. Lo que yo
deseo hacer y ser con más vehemencia es lo que más me cuesta en este momento, sin embargo
quiero hacerlo. Si quiero, puedo hacerlo. Primero que todo, tengo que emplear la astucia para saber
emplear las oportunidades, escasas por cierto, de que dispongo en el presente. Usar medios
violentos de un modo directo no repercute sino en mí mismo de un modo violento. Quiero
conseguir ciertas cosas de modo violento porque de otra forma no se conseguirían, pero de
modo oculto, sofisticado, de manera que esa violencia no aparezca directamente.
Algunas veces me pregunto por qué no me puedo controlar tal como lo desearía. En el
fondo no soy tan dueño de mí como lo había pensado. Soy un conjunto de insatisfacciones.
Cuando realizo algo que había anhelado con fuerza, termina la ilusión y no queda sino una
sensación parecida al hastío. En el fondo no me entiendo, a pesar de que creo comprenderme
completamente. Tengo motivos por los que preocuparme. Lo que más me ha impresionado es la
figura de un genio niño amordazado. La belleza del arte frustrado en algunos casos. La
percepción de la belleza por la que intuímos y nos introducimos en la armonía cósmica puede
verse anulada.
Cuando me detengo un momento en la lectura y pienso por unos instantes en lo que estoy
haciendo y en el sentido general de mi vida, vienen a mi recuerdo imágenes diversas cuyos
portadores parecen reir ridículamente. El frenesí de la vida nos circunda. Reflexiono sobre mi
proyecto irrealizado hasta ahora. Considero el poder evocador de las palabras que traen al
momento actual los sucesos tormentosos de nuestro pasado, de ese pasado que nos parece
imponente, incomprensible precisamente por su inabarcabilidad: ¡Cuánto no fue lo que pude
hacer desde que estoy viviendo! ¿Dónde ha quedado todo lo que hicimos? ¿Es simplemente el
rastro que dejamos en el tiempo? Tenemos los días encima preguntando por nosotros la
orientación del sendero. ¡Cuántos proyectos en vano!. Es nuestro mismo yo quien nos recrimina.
¿Por qué no hicimos aquello para lo que fuimos llamados? ¿Qué hemos hecho del tiempo que se
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nos dió para ello? Me pregunto por mis proyectos. El tiempo se lleva estas hojas escritas: son
poco duraderas.
Cuando caminaba recordé lo que era: uno que había olvidado pensar, un individuo que había
renunciado a lo que había escogido él mismo en un acto de generosidad. Tenía que aprovechar
estos momentos de lucidez mental para reencontrarme y orientar de nuevo la ruta hacia donde
creo en forma sincera que debo conducirla.
Yo soy yo: profunda frase, grave expresión que se pierde en mi intimidad y me cerca de la
exterioridad. Está enraizada en mi contorno como la presentificación posibilitada por medio de
la imaginación. Esta es la que hace posible la particularización en mí de una constatación que es
universal, en el sentido de que todo sujeto (en términos del sujeto trascendental de Kant) puede
decir YO y reconocerse en la relación que establece con la realidad (en la relación
sujeto-predicados, referidos éstos a lo real del yo como el conjunto de las posibles experiencias
del yo). Esto es lo que da sentido a mi individualidad. Esta se fundamenta en la razón porque por
medio de ésta, dicha experiencia (que es un ordenar lo real a partir de un sujeto que en este caso
soy yo) se universaliza y supera las barreras del tiempo y del espacio, que funcionaban en un
primer momento original -aunque no en el sentido del tiempo, sino como relación
antepredicativa hecha pósible solo como un dato de la razón- como las condiciones de
posibilidad de una experiencia de tal tipo.
Esta es mi mayor característica: soy un individuo, un sujeto, porque me percibo como tal.
Lo hago a través de mi cuerpo. Este es distinto en cuanto cuerpo a cualquier otro cuerpo, en el
sentido de objeto-cosa, u objeto-persona. (Yo, a través de mi cuerpo, en cuanto res objetivada,
soy objeto de una experiencia por otro yo que puede repetir en sí o apropiarse de las
características de todo sujeto que puede ponerse en contacto con lo real por medio de sus
características que lo inducen y lo preparan a ello como sujeto cognoscente definido de modo a
priori porque precisamente es la experiencia la que se hace posible por dicho sujeto. Sin estas
condiciones, ni siquiera habría experiencia. O sea que son unos supuestos y no solo unas
condiciones hipotéticas permitidas ad demonstrandum y dejadas después como insuficientes e
innecesarias. El conocimiento en estos términos universales o la universalización de toda
experiencia que al principio es individual es hecha posible por la filosofía crítica de Kant)
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¿Por qué no comprendo desde un principio esta sencilla fórmula: “Yo soy yo”? Qué extraña
ligazón establece el verbo ser entre el primer Yo que se refiere al individuo que soy yo captado por
mí de modo inmediato a través de mi cuerpo y el segundo yo que obra en la proposición como
predicado, definiendo la esencia de este individuo captado al inicio de manera empírica?
7. La imaginación
En todo lo que se refiere a lo imaginativo hay una íntima ordenación de los elementos que
no responde propiamente a todas las normas del recto pensar. Más bien hay que admitir que nos
hallamos ante un caso de ordenación específica y peculiar ante una manera de enfrentar siempre
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lo real. ¿Qué es todo ese mundo de relaciones heteróclitas de elementos dispersos que parecen
ordenarse en la red específica de las evocaciones, visiones y encuentros logrados?
¿Qué clase de lógica construir para comprender de manera acertada el juego de los
procesos relacionantes en la cadena donde adquiere sentido lo imaginado? Hay que tener en
cuenta todo lo que está implicado en el planteo de este problema de la imaginación, entendiendo
por ésta no solo la operación mental poco precisada sino todas las complejas estructuraciones
con respecto a lo real que parecen superar y sobrecoger el pensamiento. Por éso pienso que la
consideración de ésto conllevaría el análisis de algunas de estas concretizaciones de lo imaginado
a través de la inspiración poética y todo el mundo construido por medio del lenguaje como en el
caso de una novela.
Debo ordenar lo proyectado para que se pueda exponer como lo posibilitado. Esto es lo
que hago cuando pienso para hablar o para escribir. El ordenamiento de los posibles desarrollos
presiente la lógica de la argumentación. Entre lo que se constituye como trascendental, el yo
ocupa un puesto de mando para acoger las posibles verbalizaciones a partir del sujeto de la
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Hay que señalar en este punto la función o el papel que pueden tener los elementos oníricos
diseminados entre los otros elementos de nuestra vida consciente, desplegada entre momentos
claramente identificados y subordinados todos a la concepción del yo como un centro unificador
de operaciones con sentido. Lo que se hace entre los sucesos identificados como pertenecientes
a la conciencia del yo es indiscutiblemente aceptado como perteneciente a un yo que determina
situaciones en un horizonte definido por la racionalidad tal como se entiende a partir de
Descartes. Dentro de esta manera de ver las cosas hay una frontera plenamente definida entre lo
onírico y la vida real, entendiendo por real, solo la consciente, la diurna, la dominada por la
concepción clara y distinta. La región del sueño es discutible en su carácter de explicación del
conjunto de lo real dentro de la teoría gnoseológica o dentro de una supuesta gnoseología general
que partiría del supuesto de la cognoscibilidad de todo el conjunto del no-yo. Los elementos
tomados oníricamente que conciernen a lo imaginado en un momento determinado solo son
analizables desde el punto de vista del arte según esta opinión que basa todo su pensar a partir del
momento cartesiano con sus limitaciones a lo racional exclusivamente. Lo onírico es analizable
sólo entre estos polos, más allá de los cuales se torna vacío, legendario y ajeno a lo científico. Es
claro que en estas delineaciones teóricas aparece todo un marco de pensamiento y una manera
específica de ver las cosas.
Se podría decir que estas consideraciones pertenecen a una ideología teórica, o sea a una
manera de entender y de concebir los elementos del mundo real y natural que está definido a
partir de un centro y orientado entre unos polos claramente distinguibles. Precisamente el pensar
que se define a sí mismo como claro y distinto tiene que definir todo este complejo de problemas
y de situaciones señaladas para ser tal. Es muy característico de todo este laborar teórico o en
otras palabras, girar siempre ante un solo punto en la espesura oscura del bosque de lo real, el
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que diga u opere una distinción entre lo racional y lo irracional. Parece más bien plantear que la
frontera o espacio entre estos dos estamentos se torna demasiado movediza y controvertible para
soportar toda una construcción teórica de tal magnitud como nuestra historia del pensamiento o
historia cultural de Occidente.
Hay que comprender cómo se obviaría este problema secular que no nos daría ningún
conocimiento teórico sino que se limitaría a un hablar siempre lo mismo y nunca enfrentar la
posibilidad de lo-otro como campo a partir del cual se define en gran parte el yo como
fundamento o fundamentador. En este sentido el sicoanálisis es un serio análisis de esta estructura
compleja que se manifiesta en muchos aspectos o en muchos y muy dispares signos o elementos
semiológicos, o acontecimientos, imaginaciones, sueños, palabras que tienen un sentido no
presente en sí mismos como un círculo vicioso que a nada revertiría, sino al contrario, como
unos elementos dispares, diferentes e incomunicados externamente, y que si tienen algún tipo de
enlace o de relación, como en realidad lo tienen, es el de ser signos de su misma estructura
significante, es decir, que como elementos son elementos de algo, coinciden en ser cifras de una
misma escritura, o en otras palabras, en ser los elementos significativos, aparentes, de una
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totalidad latente. En ser los efectos realizados de una causa presente en cada momento operante
de los efectos realizados.
Al pensar enfrentamos lo real. Si partimos del dato de lo real tal como es vivido en nuestro
momento cotidiano, advertimos la profunda realidad de un encuentro en que se posibilita la
apertura de lo que es, o en otras palabras, en que se prepara la dimensión para la apertura de lo
enfrentado en su carácter de dado. Es así como posibilitamos también, si se adopta esta actitud
positiva, un enfrentamiento dinámico. Sólo lo que implique algún tipo de cambio nos puede
ofrecer un adelanto ya sea en la interioridad de la investigación o en la dilucidación de lo real.
8. El yo y la filosofía
La descripción que en cierta variante del discurso filosófico se hace del sujeto existente, del
yo, enfrentado como sujeto a un mundo que se torna de este modo en el objeto absoluto, no
puede aportar un grado más de desarrollo de este mismo discurso porque simplemente se está
partiendo de una evidencia en el sujeto que realiza esta constatación y se la está elevando
arbitrariamente al nivel de lo abstracto (como si un producto de nuestra imaginación o de nuestra
percepción por más evidente u objetivante que parezca, pudiera sin más, convertirse en un
concepto, en un elemento del discurso científico, por un acto de la voluntad del sujeto que
practica este oficio. No se puede pretender darle el carácter científico a algo que no lo tiene ni lo
puede tener, dado que su condición o determinación es la de ser un elemento de otro discurso o
consideración de lo real).
Se acepta esta apreciación subjetiva, pues, como punto de partida, como dato
incuestionable donde se asienta todo un razonamiento o elaboración mental por medio de
nociones que se refieren de una u otra forma a este primer dato o planteamiento (Cf. por
ejemplo la filosofía de Heidegger, y sobre todo, la que violentando los textos y sacándolos de su
contexto, las variantes de estas apreciaciones subjetivas, ésto es, el existencialismo). Hay que analizar
éste como otro tipo de empirismo con respecto a la interrelación de los discursos en una historia
de éstos a partir de la definición histórica de la filosofía moderna conocida como nuestra
metafísica. Hay que ver cómo se ha desarrollado una ciencia a pesar de ésto. Precisamente los
discursos científicos se desarrollan en una episteme muy concreta, la que hay que pensar más bien
como el espacio donde pueden realizarse y articularse los más diversos discursos, pero
respondiendo a unos marcos de posibilidad que no se pueden transgredir.
Siento que soy conducido de algún modo por las circunstancias. Me quedo perplejo
pensando cómo de manera inconsciente cumplimos ciertos eventos que no habíamos planteado
o planeado así como han ocurrido. Sabemos esto una vez que han ocurrido. Nos sentimos
como barquitos de papel llevados por la corriente. Despertamos cuando encallamos ante un
guijarro incomprensible. En estos momentos caemos en lo nostálgico: se suspira por lo vivido y
por lo que no se vivió. Subjetivamente se ha definido en forma incorrecta algunas veces lo que es
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el hombre. Me parece que esta “descripción” metafísica, cuasi literaria, cae en el vacío por que
no se está criticando ningún dato o idea. Se acepta esta apreciación subjetiva como el punto de
partida, como dato incuestionable. ¿Este sería otro tipo de empirismo?
9. Subjetividad
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Sin esfuerzo no hay fuerza que continúe. Hasta el final debemos ir tensos como quien
sediento busca la fuente que sabe que difícilmente se hará real porque es tan real en su
imaginación que es imposible que sea más real fuera de ella. Esto es lo que hace que sea tan real
-lo único real- el contenido mental cuando una gran tensión acompaña este acto mental.
Así actuamos cuando ansiamos que todo nuestro yo sea la misma escena donde tiene que
ocurrir todo lo considerado como real. ¿Quién nos designa para efectuar lo que se ordena? Es
una continua cuestión que aparece tan pronto como quedamos libres de pensar o de actuar en
busca del orden que todo lo sume en una aparente simetría donde todos los elementos de la
realidad se convierten en eslabones de una gran cadena que tiene un inicio en una
fundamentación no conocida, incierta -precisamente porque es fundamentación, en el sentido de
comienzo sin origen- porque no se podría pensar un posible lugar o modo de existencia de algo,
más allá de lo cual, es decir, antes, no hay nada.
El antes como adverbio de tiempo nos determina el espacio por conocer, o nos sitúa ya
ante una primera determinación, por cuanto es un localizar en el sentido de que podemos mirar
en una cierta dirección. Allí -en ese espacio-tiempo demarcado, porque el tiempo al
determinarlo, o concretarlo- constituye ya cierto modo de la presencia de lo que es o puede ser
-algo, o un ente-, en el sentido de cualquier, porque cualquier cosa puede ocupar esa posición o
desempeñar esa función o como dicen los lógicos, una constante, es decir, algo concreto, puede
desempeñar la función que estaría determinada por la variable. ¿Será esta constante la reflexión
filosófica, en el sentido de que ésta opera siempre con lo general o lo generalizable, por cuanto
que siempre aspira o tiende a enfocar una totalidad o busca un sentido único, originario, más allá
del cual si surgiera otro sentido, no tendría razón alguna o no tendría justificación porque se
saldría del sistema en el cual y solo en el cual podríamos pedir reglas o claves del sentido?)
Me invade un silencio que solo aparece en momentos de hastío. Sigo siendo un sujeto entre
objetos innominados, vistos solo como tales. Me abruma y me abate mi subjetividad. ¿Dónde
dirigirla? ¿Hacia el acabamiento final? ¿Al fin solo el silencio? ¿Qué se hace el trabajo
emprendido diariamente? ¿Solo vamos preparando ese momento de aniquilación? Es como si
toda la acción nuestra se redujera a un aprisionamiento lento pero progresivo por parte de las
cosas que vamos poseyendo. No las poseemos sino que ellas nos dominan de manera inexorable
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porque cuando digo que una cosa es mía es cuando más me aferro a ella demostrando así mi
propiedad sobre ella.
Pero no dejo de actuar como sujeto. Es la obsesión de ser aparte, de sentirme algo distinto a
los demás, a las cosas que me rodean. Hay que analizar si el que yo sea demasiado consciente de
mi yo, si la percepción obsesiva de mi distinción, es o puede ser una forma de fijación -según el
sicoanálisis- en una etapa de mi desarrollo como individuo o una forma de regresión a esa misma
etapa.
Escribo y me siento aprisionado en medio de los signos que son como las marcas de mis
impulsos e intentos de salir hacia lo mismo y estático. Quedan fijados de una forma objetivable a
lo que es siempre lo vivido, lo continuamente alargado en el tiempo. Es lo más extraño a nuestro
interior y a nuestro preguntar por los entrecruzamientos de los elementos.
Y pensamos en un orden en el interior del cual, tal vez el exterior es solo un reflejo.
Porque, ¿con qué criterio podríamos decir que algo está o no está ordenado? ¿No será porque
ese orden o esa norma para mantener siempre el orden ya preexiste siempre a lo ordenado en lo
real, de tal modo que de forma intuitiva, como dicen los filósofos, ya podemos decir con toda
seguridad que algo está o no ordenado? ¿Será simplemente la forma acostumbrada de mirar las
cosas? Porque en ese caso seríamos solo individuos con cierta predisposición a la acomodación
dentro de ciertos cánones de todos los elementos que podríamos decir son o forman parte de la
compleja realidad, siempre la misma, a pesar de nuestros sueños e imaginaciones.
Y ese mismo orden me impide entrar de lleno en el nivel de la ficción donde podría llevar
todo mi mundo real, el adquirido y apropiado y convertido en experiencia de alguna forma no
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especificada, a nueva ordenación, sujeta a un código especial, funcionando según pautas solo
prestadas por el sistema así creado. En la ficción, sostenida por la tarea de la imaginación, no se
enfrenta uno con la realidad misma (con la que se enfrenta solo el individuo que cree que solo
existe ese tipo de realidad y con la que tiene relaciones muy estrechas, de profunda consecuencia
para su movimiento entre las cosas, como que no ve sino por este agujero hacia toda la realidad
que se presenta de mil formas cambiantes y diferentes) sino con lo que se ha creado a partir de
ella, con lo que ha aparecido con esa nueva luz que surge con la traslación de lo real y cotidiano a
un nuevo orden solo conocido en este caso por su creador y por los participantes en su orgía.
En este proceso metafórico donde manipulamos la otra escena, donde trabajamos como si
no trabajáramos, donde acechamos relaciones complejas y a veces tan elementales como las de la
misma vida y a veces más complicadas y profundas porque tienen todo un contenido por
descifrar según la lectura que se haga y se ponga a prueba con los elementos ya aparecidos de la
primera tarea de la ficción.
Por eso siento la misma línea destructora que separa mis edades del centro álgido donde se
vivían los efluvios del sentido, solo palpado en momentos de hastío interior. Uno mismo y
presente es el tiempo que nos recoge ahora. Lo veo ahora perteneciente a nuestros cuerpos y
pienso cómo era cuando lo veía solo mío, adherido a mis instantes contemplados con pasmo,
mientras iban diluyéndose como una enorme vela que había sido prendida para espantar los
recuerdos oscuros.
Debo crear primero, dentro de mí la obra que ha de salir luego, como producción toda
entera, como una obra ya acabada. Como el escultor que tiene ya en su imaginación la estatua ya
terminada, en todos sus aspectos y que se limita posteriormente al trabajo sobre la materia. Ya la
forma -lo esencial para los antiguos- está o existe de manera plena y es lo que mueve al artista. El
problema subsecuente es valerse de los materiales que tiene a mano para materializar esa forma,
de manera que adquiera forma sensible, como obra artística. De ahí, la importancia de preparar
los materiales, saberlos trabajar y relacionar, pero más aún, de crear y perfeccionar la idea central,
la forma, o el contenido en este caso, que es lo que ha de darle todo lo esencial a la obra. Así ésta
llega a ser algo artístico. Este carácter radica básicamente en un aspecto intuitivo, no es racional,
no en el sentido de que sea irracional sino en el de que no se sujeta a las normas racionales, a las
que sí se atiene todo discurso que pretenda ser lógico, es decir, evidente por sí mismo, por su
estructura racional.
Siempre hay que creer que la verdad para más de uno está determinada por su destino
incierto. ¿Qué es lo más verdadero en una situación que se vive precisamente así, como ocurre,
sin pretender más allá de sí nada más que su proyección temporal como toda entidad pasible de
alguna forma de duración?
¿Cómo pensar que tales formas de acaecer suponen una sola intuición? Es el pensar un
abandonar la inercia de la intuición que se produce en un instante y un entregarse por completo a
la tarea oculta, lenta y fatigosa del crear con coraje. Todo pensador vence la tranquilidad
somnífera de la intuición para complicarse la vida con la filosofía diurna que exige un
pensamiento lógico plenamente consciente de sí, sin pretender caer de modo plácido en el nirvana
en que todo se daría ya hecho y como trabajado.
Pienso que, en gran parte, la experiencia de la droga con todo su intento del viaje imaginario
y de la realización ilusoria en un mundo de formas y colores sicodélicos, enturbiantes y
perturbadores, es un intento de inercia vital: de dejarse llevar por la inacción, por el frenesí de lo
que en otras palabras es un dejar pasar, o mejor, convertirme o situarme al margen de la realidad
como pensamiento receptor. Para otros, como por ejemplo, los antisiquiatras, como Cooper,
dicha experiencia alucinógena es una oportunidad de revivir o sentir ciertos estados mentales en
que se proyecta de manera marcada el inconsciente, como es el estado esquizofrénico.
24
Dentro de mi percepción de las cosas reales tengo recuerdos que llenan mi memoria de los
días olvidados. Son vivencias de la vida real: la forma como en un momento determinado de mi
vida, vivida como una sucesión de instantes unas veces iguales y otras tan distintos, se ha
apropiado lo que llamo mi yo de la realidad confusa y cambiante. Me he ido situando poco a poco
en el entorno de los entes conducido como de la mano por los sentidos presentidos en las
palabras que conforman nuestro lenguaje, interconexión entre lo real complejo y nuestra
subjetividad.
Yo mismo me siento insertado en esa realidad que se aleja de mí a medida que me sitúo en
este nuevo espacio ocupado por mi cuerpo cuando hablo o pienso en y desde el presente. Estoy
pues, situado ante la única alternativa que ya ha sido tomada por los que manejan mi cuerpo o mi
mente cuando navego por el tiempo presente en busca de un pasado que se me torna cada vez
más oculto tras los avatares cotidianos. No es que haya claudicado ante el presente y busque solo
el pasado para esconderme detrás de estos acantilados formados por todos los minutos vividos o
dejados de vivir cuando fueron señalados por los ciudadanos de todos los países cuando le daban
vuelta a sus relojes para no ver más la realidad cambiante. Esta nos deja para zambullirnos de
nuevo en lo que aún no somos pero esperamos ser con la paciencia que tienen los niños para
iniciar un nuevo juego.
ningún cuerpo tiene nombre porque no lo necesita para ser solo señalado como lo que en un
pasado tuvo vida y existió en la región de los hombres. Tampoco lo necesita en este intento de
relación de los hechos como la lista de una madre de familia cuando esta haciendo su mercado
semanal. Son como figuras erráticas pero no de una novela que hayamos dejado encima de
nuestra mesita de noche sino de la nuestra, de la que llevamos como pegada a nuestra vida misma
trazada en cada palmo de nuestra piel, vivida con los mil entrecruzamientos de una apariencia
hecha realidad en cada minuto y en cada recodo de los momentos cotidianos. Más espacios cubre
la que se echa encima de los alfombrados de la tarde a esperar que el dueño del día esparza por
fin las últimas voces con las que llama la misma sensación de las canciones dichas en un
momento de ensueño y de entusiasmo porque son los mismos personajes de los sueños los que
nos dejan tras los movimientos precoces de la misma indocilidad en manos de los niños que no
quisieran ser lo mismo que ahora son los que nos conducen tras los destellos de la realidad.
Porque sé que en esos momentos, en que se oculta lo real para mirarlo por última vez, nos
sentimos perdidos entre las orillas de los mismos contornos donde naufragó nuestra confianza y
donde se sitúa la misma esfera de los pañuelos para que una pobre mujer pueda decir que cobijó
a su hijo con semilla de futuro para que se quedara con las mismas sensaciones de espasmos
comenzados y no continuados porque aún tiene que ser la realidad en este mundo donde todo
funciona con la perfección dictada por las máquinas que han hecho un holocausto de las
sensaciones de las señoras cuando se embarcan a hablar de helechos y de realidades nobiliarias.
Este es el mundo trasnochado, añorado y ensoñado por los mismos cotidianos afanes de luz y de
armonía seductora tras los mismos esperpentos tras las luces de un farol que alumbró los
mismos destellos de nuestra congoja.
Nos sentimos niños pero ya no lo somos. Cómo explicarnos este misterio nos pregunta el
profesor que asistió a nuestro estupor. Y así, de la misma forma le respondemos porque es la
misma realidad que pasa por nuestro lado tratando de ver las esferas. Desde el fondo del pasado
devorado ya por los años, veo todo lo que ha ocurrido como si fuera un único largo camino en el
destino de los seres que han corrido la misma suerte de estar vivos así como yo, que desde el
seno de la existencia no comprendemos sino que estamos como puntos determinados en el
espacio de una larga trayectoria que pronto será solo una línea desaparecida en el infinito.
26
Allí siguen viviendo nuestros personajes como cuando niños también nos dedicábamos a
los mismos cuidados que ahora ya en mayor grado nos preocupan fuertemente, siendo la mayor
miseria para nosotros tener que atender a los mil cuidados que la vida impone sobre nosotros
como si tuviéramos que depender de los mil detalles todos distintos y tan sin importancia que se
imponen sobre nosotros, como si hubiera alguien empeñado en que hiciéramos las cosas más
insignificantes del mundo precisamente por el único motivo de que a esa persona se le hubiera
ocurrido tamaña perversión o aberración. Pensamos algunas veces qué es lo que conduce el
vericueto de los hechos que nos mantiene siempre los mismos pese a los hechos siempre
distintos que se entretejen con otros igualmente confusos e insignificantes. Todo hecho por
elemental que sea envuelve todo un complejo hilo de problemas que se enreda con todos los
demás de la madeja y van dirigidos siempre al mismo lado de la realidad: la que solo
contemplamos desde la posición relativa del arte donde solo se impone la alternativa de saber ver
bien.
Ahora cuando ya las creía perdidas vienen a mi memoria escenas de mi vida pasada como
aquellos lugares que volvemos a ver cuando vamos y pasamos por un pueblo visitado hacía
mucho tiempo y que no creíamos volver a ver ya. Es como si toda nuestra vida se compusiera de
mil diferentes detalles conformando la inmensa filigrana de nuestra existencia consciente. Cree
uno más en la proposición del pensador oriental para quien el vivir es un eterno retorno de los
mismos momentos ya vividos bajo apariencias cada vez más diversas, que en la de Heráclito, por
27
ejemplo, para quien es imposible que nos “bañemos dos veces en el mismo río”. La vida es un
desarrollo vivido sin repetición, o sea, sin reversión, pero los sujetos que la viven de un modo
consciente tienen una imaginación y una capacidad de ver en el pasado y de revivir desde el
presente actual toda una serie de situaciones vitales ya pasadas.
11. Historia
Cuando la realidad de un momento nos envuelve, nos sentimos sumidos en lo que es la vida
misma, nos sentimos formando parte de lo que es el decurso mismo de la existencia y por lo
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tanto no hay particularizaciones que aparezcan evidentes por sí mismas en dicha totalidad, sino
tan solo con respecto a algún criterio determinado que se orienta hacia esa misma totalidad. Hay
que reconocer la separación o distinción en ésta de varios niveles de importancia, de episodios
correspondientes a las vidas entrecruzadas de los diferentes individuos concretos que participan
como actores en esa totalidad de historias reales (que son las mismas vidas), que toman lugar en
la acción conjunta. Porque esta es precisamente la conjunción de infinitas historias que se van
haciendo. Por eso, aquella siempre es el fondo translúcido de nuestros sueños e imaginaciones,
porque aunque éstos se alimenten en ella, sin embargo adquieren su plena dimensión cuando es
de manera efectiva vivida o realizada, o sea, cuando deviene a ser, cuando se forma, cuando va
desarrollándose, y luego, cuando es vuelta a vivir con el recuerdo de los que participaron de una u
otra forma en ella. Porque la historia no es solo la de los grandes hombres, no es solo el desarrollo
de los individuos ilustres que han participado en lo que nos parece desde el presente como un
remoto pasado, donde se formaron los ideales que acompañan o seducen a las actuales mayorías.
La HISTORIA es el desarrollo mismo de los acontecimientos en que participamos todos. Es el
pueblo, las fuerzas que están operando en su seno y se originan en él, las que constituyen el
motor, lo que mueve la historia, las que la hacen funcionar.
12. El estilo
Muy acertado encuentro el análisis del estilo que lo toma como expresión de lo que es el autor.
En el estilo, en la forma de escribir, se refleja o se presenta lo que es el que escribe. El hecho de que
se elija determinada forma, ciertos mecanismos específicos de construcción, revela ya una
posición determinada: la de quien escribe. Por éso, el estilo hay que situarlo en el plano del sujeto.
Las formas estilísticas son ya algo objetivo, demasiado objetivo: es la obra misma, es decir, es la
materialización de lo estético-literario. Lo estilístico es entonces, un carácter que define ya la obra
en sí, sin relación en ese caso a un sujeto. Ya la obra, una vez ha sido creada, realizada, se
presenta con sus caracteres objetivos. Si es un relato, es algo autónomo, como cualquier cosa y
en tanto que tal, es pasible de un efecto de conocimiento: se puede tomar como objeto de
conocimiento y producir el conocimiento del objeto (de su objeto). Es decir, hay que tratar de abandonar
los supuestos en los que se ha mantenido siempre una crítica literaria: limitarse a hacer una
interpretación que es más bien un efecto de desconocimiento de lo que la obra misma es. Así,
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por ejemplo, se ha pretendido explicar o analizar una determinada obra, aludiendo de manera
directa a un sujeto, a una escuela, a una relación histórica, pero interpretada de un modo
preintencionado que ya se convierte en un desconocimiento, o en una idea de lo que se pretende
explicar. Es decir, lo primero que hay que hacer en este caso es abandonar todo tipo de ideología
o mejor todo tipo de crítica literaria que esté concebida según los planteamientos ideológicos
que ya parten de un desconocimiento de lo mismo que pretenden explicar. (Estos pueden ser
algunos puntos de una nueva manera de concebir una crítica literaria).
He estado haciendo intentos de adaptarme a una forma especial, propia, de contar, de narrar. He
ensayado con algunas que son tradicionales: el relato en primera persona de acontecimientos
pasados, la narración de hechos acaecidos a unos personajes ideados por mí, la descripción, en
forma poética, o de frases intercaladas, de situaciones imaginadas, ilusionadas, que vendrían a ser
una poetización de algunas situaciones personales. Imagino unas situaciones que de manera anímica
o sentimental, son muy afines o hasta reproducen algunas situaciones vividas antes por mí. Lo
que pasa es que se me escapan muchos aspectos de esas experiencias que considero reveladoras en
determinados casos, y veo que integrando los aspectos más esenciales (si es que un aspecto
puede ser esencial) en una situación imaginada en que aparezca más o menos reflejada el
sentimiento, o diría, no sólo el sentimiento, sino todo contenido anímico que se pueda tomar
como inspirador.
Cuando un sujeto, que tiene experiencia en la escritura, es exigido a hablar sobre los temas o
asuntos literarios –sobre lo que es su dedicación cotidiana o habitual- adelanta algunas
justificaciones o aclaraciones que sorprenden o por lo demasiado obvias o al contrario por lo
sumamente extrañas o “subjetivas”: Que se trata de dejar todo a la inspiración, que es una mitad
trabajo y la otra mitad intuición o método ya aprendido en anteriores esfuerzos de escritura. Que
no se puede seguir o definir una estructura previa, un método y a continuación seguirlo
fielmente. Que se trata solo de comenzar e ir construyendo sobre la marcha el desarrollo de lo
que finalmente será o sería el texto (libro, novela o cuento) como obra final.
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Pero sin pretender realizar un “tratado de la creación literaria”, se puede pensar cómo, de qué
forma, a partir de qué elementos, con qué estructura se trabajó, qué influyó más en una
determinada obra, si lo biográfico, en forma esencial o la crítica a una realidad social o imaginada,
si las lecturas previas realizadas por el autor en cuestión o la formación de toda una vida
conformada por las lecturas realizadas desde la más temprana infancia, etc.
°°°°°°°°°°°
31
Por donde voy no conozco otra sinrazón que la relación con lo inerte que nos objetiviza y nos
tranquiliza. Esta razón para ser irracional es una posición que cualquier filósofo de capa caída daría en
el actual debate postmoderno para servir de fundamento a una elaboración de sueños y de
maromas mentales. Cómo se concibe que se pueda construir a partir del contexto cálido,
ordenado y cerrado de nuestro presente-pasado racionalista un caos asistemático, un
desordenado conjunto irracional, frío y abierto a cualquier tipo de dicción? Son dos posibilidades
que no ocurren en un mismo esquema. Pero todos los esquemas son cortados al unísono. Una
sola voz suena cuando se definen las fronteras entre lo vegetal y lo animal. El técnico nos mira
caviloso por nuestro peregrinar danzante. En el inquietar de su posición nos desasiste de su fiesta
serena y sosa desde su preguntar cósico. Qué cosa nos inquieta más que el no limitar frustrador
de la perspectiva de lo real? Situamos lo técnico como lo que nos sitúa ante lo real desde la
perspectiva más agobiante que se pueda tener. Por éso lo técnico como escenario de la nueva
empiria se sitúa dentro del campo de lo referido por la sola dimensión de lo cotidiano y por la sola
luz que alardea la utilidad como criterio desde que la ostentación originada en el pragma clasificó
los entes según diversos criterios mitificadores, según la nueva órbita de la Modernidad. En este
sentido, habría que señalizar la situación del fenómeno ocurrido en el sector de desarrollo y
concatenación de los discursos denominados como fetichización que no es sino la acomodación
(con-formación) de una mirada natural y existente y por lo tanto permitida desde el punto de vista
de que todo lo que se sostiene o sucede de alguna forma, tiene una razón de ser, no en el sentido
de que todo efecto tiene su causa ahí mismo, su causa que no lo desampara, sino de que es posible
descubrir la ley o leyes que rigen su aparición y develamiento. En el recinto sagrado donde solo
pueden resonar los platillos del discurso teórico y en el que solo cabe el ditirambo que se reviste
de cántico de alabanza y de redundancia.
======
La imaginación nos permite descubrir las imbricaciones que están ocultas en lo más interior de
nosotros mismos. Cuando pasamos en la memoria por los lugares recorridos es como si el
afecto se transparentara y quedara reflejado en esos hechos como alfombras de días pasados.
Prefiero vivir en lo más hondo de mi imaginación que en lo tímido de los días siempre los
mismos en los mismos lugares de impotencia.
32
En lo que observo encuentro parte de mi subjetividad. Cómo puedo tener relación con lo que es
distinto de mí? Sólo tengo plena conciencia de mis estados de ánimo porque incluso de que
estoy conociendo algo solo estoy seguro en base a criterios establecidos por otros, criterios que
por este motivo se convierten en objetivos.
La tarea que hay que emprender se reduce pronto a vagas intenciones cuando no la acompaña
una verdadera resolución. Es lo que siempre nos ha pasado a los inconstantes. Vemos después,
que los hechos que realizamos fallan porque no los conduce una verdadera intención. Entonces,
los acontecimientos se nos vienen con su caudal de incomprensión para nosotros. No los
comprendemos y por lo tanto no los recibimos como incorporados a nuestra historia. Esto hace
que nos sintamos extraños y de esta suerte vamos perdiendo contacto con el mismo mundo de
los hechos que nos rodean. Pronto todo se vuelve inaprehensible y una atmósfera de irrealidad
nos envuelve.
A MANERA DE CONCLUSION…
No son los grandes pensamientos los que más despiertan nuestros intereses cotidianos.
Son las necesidades que velada o abiertamente están presentes en todas nuestras buenas
intenciones. Son buenas porque aparecen como permitidas o al menos, no atentatorias contra lo
que se considera sea el bien de todos.
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Imagino unas situaciones que de manera anímica o sentimental, son muy afines o hasta
reproducen algunas situaciones vividas antes. Se me escapan muchos aspectos de esas experiencias
que considero reveladoras en determinados casos, y veo que integrando los aspectos más
esenciales (si es que un aspecto puede ser esencial) en una situación imaginada en que aparezca
más o menos reflejado el sentimiento, o diría, no sólo el sentimiento, sino todo contenido
anímico que se pueda tomar como inspirador.
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Por donde voy no conozco otra sinrazón que la relación con lo inerte que nos objetiviza y
nos tranquiliza. Esta razón para ser irracional es una posición que cualquier filósofo de capa caída
daría en el actual debate postmoderno para servir de fundamento a una elaboración de sueños y de
maromas mentales. ¿Cómo se concibe que se pueda construir a partir del contexto cálido,
ordenado y cerrado de nuestro presente-pasado racionalista un caos asistemático, un
desordenado conjunto irracional, frío y abierto a cualquier tipo de dicción? Son dos posibilidades
que no ocurren en un mismo esquema. Pero todos los esquemas son cortados al unísono.
Una sola voz suena cuando se definen las fronteras entre lo vegetal y lo animal. El técnico
nos mira caviloso por nuestro peregrinar danzante. En el inquietar de su posición nos desasiste
de su fiesta serena y sosa desde su preguntar cósico. ¿Qué cosa nos inquieta más que el no limitar
frustrador de la perspectiva de lo real? Situamos lo técnico como lo que nos sitúa ante lo real desde
la perspectiva más agobiante que se pueda tener. Por éso lo técnico como escenario de la nueva
empiria se sitúa dentro del campo de lo referido por la sola dimensión de lo cotidiano y por la sola
luz que alardea la utilidad como criterio desde que la ostentación originada en el pragma clasificó
los entes según diversos criterios mitificadores, según la nueva órbita de la Modernidad.
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En este sentido, habría que señalizar la situación del fenómeno ocurrido en el sector de
desarrollo y concatenación de los discursos denominados como fetichización que no es sino la
acomodación (con-formación) de una mirada natural y existente y por lo tanto permitida desde el
punto de vista de que todo lo que se sostiene o sucede de alguna forma, tiene una razón de ser, no
en el sentido de que todo efecto tiene su causa ahí mismo, su causa que no lo desampara, sino de que es
posible descubrir la ley o leyes que rigen su aparición y develamiento. Es en el recinto sagrado
donde solo pueden resonar los platillos del discurso teórico y en el que solo cabe el ditirambo
que se reviste de cántico de alabanza y de redundancia.
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La imaginación nos permite descubrir las imbricaciones que están ocultas en lo más interior
de nosotros mismos. Cuando pasamos en la memoria por los lugares recorridos, es como si el
afecto se transparentara y quedara reflejado en esos hechos como alfombras de días pasados.
Prefiero vivir en lo más hondo de mi imaginación que en lo tímido de los días siempre los
mismos en los mismos lugares de impotencia.
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En lo que observo encuentro parte de mi subjetividad. Cómo puedo tener relación con lo que
es distinto de mí? Sólo tengo plena conciencia de mis estados de ánimo porque incluso de que
estoy conociendo algo solo estoy seguro a partir de criterios establecidos por otros, criterios que por
este motivo se convierten en objetivos.
La tarea que hay que emprender se reduce pronto a vagas intenciones cuando no la
acompaña una verdadera resolución. Es lo que siempre nos ha pasado a los inconstantes. Vemos
después que los hechos que realizamos fallan porque no los conduce una verdadera intención.
Entonces, los acontecimientos se nos vienen con su caudal de incomprensión. No los
comprendemos y por lo tanto no los recibimos como incorporados a nuestra historia. Esto hace
que nos sintamos extraños y de esta suerte vamos perdiendo contacto con el mismo mundo de
los hechos que nos rodean. Pronto todo se vuelve inaprehensible y una atmósfera de irrealidad
nos envuelve.
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DE LA POESIA
La poesía, es ocioso decirlo, tiene muchas acepciones. Se puede decir que a lo largo de la historia
de la literatura, cada autor ha tenido su propio modo de enfocarla. Pero hay algo que salta a la
vista: desde Aristóteles a Heidegger, pasando por Hegel y Schelling, se ha querido ver la poesía en
relación con la filosofía. Algunos han pretendido decir que la experiencia poética o dramática está
casi, por no decir en igual plano, que la experiencia metafísica. Nietzsche veía en la tragedia lo
más profundo a que habían llegado los griegos en su identificación con lo valores vitales que eran
los únicos que él reconocía. La misma literatura era la eternización de la vida: la comunicación
que se podía establecer entre un mundo antiguo y nosotros.
El fenómeno poético que aparece ante nosotros primero que todo en su forma material, las
palabras, es ante todo un deseo manifiesto de captar una intuición o una visión momentánea de
una armonía escondida en la naturaleza. Alguien decía que el poeta copia la naturaleza y se inspira
en ella por analogía a una obra de arte. El poeta trata de comunicar su íntima experiencia
metafísica a los hombres (a su pueblo): es un mediador entre una realidad, que es develada solo a
unos pocos, y los otros hombres que no tienen esa experiencia. De aquí que la misión del poeta,
aunque escondida, sea tan importante: mantiene la fe de los otros en los grandes valores, les
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recuerda siempre que al lado de la misteriosa realidad que él les comunica, está su misma realidad,
la que viven todos los días, pero no por ésto es ésta la más real.
La Poesía (Dichtung, literatura) abarca todo lo artístico que hay en el hombre. Este, por el hecho
de ser una conciencia es capaz de poetizar (dichten). Es algo muy de él, porque es el modo como
acontece la verdad en la obra de arte, es decir, es la manera como el develamiento de la verdad
ocurre en el seno de la misma obra. (De ahí que la poesía, Poesie, es el modo como sucede la
verdad en la obra de arte literario). Por éso la poesía es un modo muy particular que tiene el
poeta de acercarse al misterio, en el sentido de lo indescifrable. El poeta ya dispone del lenguaje
que es el producto cultural de un pueblo, que lo condiciona en su dichten. En los dos articulos de
Heidegger: Hölderlin y la esencia de la poesía y El origen de la obra de arte están bien expuestas estas
ideas.
Por qué se puede decir que la poesía trata de ponernos en contacto con una verdad, con una
captación de algo verdadero? Por qué se puede poner la poesía al mismo nivel que la filosofía?
Se plantea esta pregunta porque a veces se tiene la concepción de que el poeta se encuentra en
una relación con la realidad pero como en la dimensión del sueño. Se cree que el poeta solo
trabaja con ilusiones, las que envuelve con las palabras, y al que por lo tanto no debe dársele
ningún crédito. Aristóteles, no siendo poeta, nos dió el contenido o lo que pretende ser el artista
literario. Plantea que la poesía está entre la filosofía y la historia. Es un término medio: es más
filosófica que la historia. (Se ha partido de la intuición para explicar lo poético, pero es la única
manera de llegar a definirlo, porque es inabarcable dada su sutil apariencialidad, su
fenomenicidad). Muchos filósofos han reflexionado sobre la poesía, es decir, no han creído que
la filosofía no tenga nada que ver con la literatura.
Algo en lo que también insiste Heidegger y que hay que reconocerle en este punto es la cuestión
de la poesía como fundamentación. El poeta instaura lo permanente: lleva a su concreción lo que
él cree que se debe conservar o guardar como lo más sagrado, porque enfrenta los “signos de los
dioses” con los cuales el pueblo se va a sentir más seguro. Precisamente, el poeta en su intuición,
en su experiencia intuitiva de una situación en la que él experimenta la armonía de su ser intimo
con la naturaleza, desea o siente la necesidad de concretizar su experiencia poética en la palabra.
Acude al lenguaje cotidiano, producto de una historia cultural, es decir, que hereda toda una
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cultura. Por medio de esa “realización” de lo poético en y por medio de la palabra, el poeta
conserva y transmite a los otros unos “signos” que él ha presentido.
Max Bense en su libro Estética -en el que analiza algunos puntos importantes de la estética
contemporánea- acude a Heidegger, Kafka, Hegel y aún a Aristóteles para analizar algunos
factores de lo estético en nuestros días. En la evolución que de lo poético, nosotros somos
espectadores, vemos cómo se va tendiendo a aquello que proclamaba Nietzsche: la experiencia
metafísica. Aún el liberarse de todo un formalismo que se había admitido tradicionalmente
demuestra un deseo de llegar a lo más esencial que se debe tener en cuenta en lo poético: como
intento de asir lo que parece inasible. (Hay una unidad muy profunda entre Poesía y Filosofía
porque ambas tratan d abrirle al hombre la puerta al reino de lo metafísica.)
Cuando es preciso hablar sobre un poeta o un escritor de renombre, uno siempre se encuentra
ante una dificultad porque la fama habla más de las obras hechas que estas de sí mismas. Sin
embargo, es normal que esto ocurra en un mundo en el que es preciso llegar a obtener la fama
para poder ser conocido. No se puede prescindir de ella ya que es el medio como el arte llega a
ser conocido o más correctamente, llega a su destinatario. Pero no se puede esperar otra cosa en
un mundo en el que se impone el orden de la propaganda propalada por los medios de
comunicación contagiados por la ideología del consumo y del criterio de la oferta y la demanda.
Ciertas obras que pasan por “obras de arte” son ofrecidas a los consumidores como “auténticas”
obras de arte. En este punto hasta los críticos están manipulados porque ya no se sabe qué
criterios acerca del arte son los que se imponen o los que hay que tener en cuenta siempre.
Estamos pues expuestos a lo que ofrecen las programadoras de los teatros y a lo que las casas
editoriales quieran lanzar como un nuevo boom, porque aquí el criterio que está primando es el
comercial: es más artístico lo que es aceptado por el gran público que es quien en última instancia
paga la película o compra el último libro exhibido en las vitrinas de las librerías. Pero el público,
preguntamos, por quién o por quiénes ha sido previamente preparado para aceptar una
determinada mercancía “del arte” de novísima factura? Quiénes son esos críticos que en todas las
revistas de gran demanda y a través incluso de los periódicos les aconsejan a sus lectores acerca
de qué mercancía deben usar después de leer u objetivar lo que previamente les han presentado
como lo mejor o lo más aconsejable como la última moda a seguir? Son estos “críticos” como
unos médicos que están recomendando la “medicina” que solo ellos conocen
“profesionalmente” pero con la diferencia de que aquí no han auscultado previamente la
enfermedad del paciente.
Este devenir de la ciencia en general o del saber es lo que expone esta Fenomenología del
Espíritu. El saber en su comienzo, o el espíritu inmediato, es lo carente de espíritu, la
conciencia sensible. Para convertirse en auténtico saber o engendrar el elemento de la
ciencia, que en su mismo concepto puro, tiene que seguir un largo y trabajoso camino.
(HEGEL. Fenomenología del espíritu, p. 21)
camino para llegar hasta este elemento, la figura absoluta de la conciencia, el espíritu absoluto, es
un movimiento dialéctico. Por ésto se puede decir que metodológicamente la exposición del
sistema de Hegel está enmarcado por la dialéctica, por las leyes de la sucesión y de la oposición, si
así cabe imaginarse imperfectamente el trascendental aporte de Hegel. El proceso por el que a
partir de la conciencia misma nos aproximamos al elemento de la ciencia del saber absoluto, está
concebido a manera del proceso cósmico general. (En éste vemos cómo un elemento del
proceso se diluye, se niega o es sustituido por el momento siguiente hasta completar todo el
ciclo), o a manera del proceso de la historia de la humanidad o de la historia del individuo
singular, puesto que como nos dice Hegel,
También el individuo singular tiene que recorrer, en cuanto a su contenido, las fases
de formación (destacado por mí, I. B.) del espíritu universal, pero como figuras ya
dominadas por el espíritu, como etapas de un camino ya trillado y allanado. (F. E., p. 21)
Enunciemos solamente, algunos de los temas esenciales que se pueden estudiar desde esta
perspectiva en la Fenomenología del Espíritu de Hegel:
Hegel se sitúa aquí en la actitud netamente idealista de concebir toda la realidad a partir del
espíritu mismo. Lo espiritual lo domina todo. “Lo espiritual es lo real”. El porvenir mismo con
las posibilidades de realización que ofrezca no es sino la misma actuación del espíritu quien ya ha
dominado previamente el proceso. Es un círculo vicioso a nivel del concepto, sin tener en cuenta
las verdaderas condiciones de todo proceso de conocimiento. Más adelante volveremos sobre
ésto. Hegel considera toda la historia de la humanidad como el acercamiento progresivo hacia la
verdadera figura de lo real. Un proceso evolutivo a través de los diversos momentos
histórico-sociales que se van sucediendo, siendo éstos mismos en su sucesión o en su fluir, la
esencia misma de la historia.
La verdadera figura en que existe la verdad no puede ser sino el sistema científico
de ella. Contribuir a que la filosofía se aproxime a la forma de la ciencia -a la meta en que
puede dejar de llamarse amor por el saber para llegar a ser saber real: he ahí lo que yo me
propongo.
Sé que el poner la verdadera figura de la verdad en esta cientificidad -lo que vale
tanto como afirmar que la verdad solo tiene en el concepto el elemento de su existencia-,
parece hallarse en contradicción con un cierto modo de representarse la cosa y sus
consecuencias… (F. E., p. 9)
La filosofía, según Hegel, había que concebirla en su cientificidad, por analogía con las
ciencias de su tiempo que estaban en su pleno resurgimiento y sedimentación, y que hacían
vislumbrar que en un futuro se llegaría a conseguir lo que siempre la ciencia había pretendido:
penetrar en la verdad de lo real y situarse en la real dimensión científica. Hegel cree en la misma
posibilidad para la filosofía y aplica el principio de desarrollo como principio metódico completo.
De ahí que la fenomenología del espíritu se halle determinada metodológicamente por dos
presupuestos:
también lo inmutable de todos los fenómenos. En este punto está uno de los mayores aportes
de Hegel a la filosofía.
2. Las contradicciones han de captarse en su fluidez, en su compenetración
recíproca (separación-unificación).
Hay que tener en cuenta que Hegel está situado y determinado por su tiempo, por su
momento histórico, lo que le impide ver más allá de éste como fin del proceso dialéctico del
desarrollo. Esto es un condicionamiento general de estos presupuestos.
Hegel se sitúa en un plano distinto al de la filosofía tradicional que era incapaz de concebir
el todo real. Sólo veía aquella, lo inmutable de los fenómenos, es decir, consideraba que la esencia
estaba solo en lo mas interior de las cosas, precisamente en lo que mostraban de más permanente
e invariable. Se excluía el devenir mismo, el desarrollo, el progreso. Esta segunda dimensión se la
veía como lo inesencial. Lo verdadero y lo falso además eran categorías fijas, inmutables, en
franca oposición. Sólo se veían instancias irreductibles. No se ven sucesiones y no se piensa todo
en términos de totalidad. No sospechaban los filósofos, anteriores a Hegel, la dimensión
histórico-social de los fenómenos o de los conceptos. Estos se los tomaba ya dados de un modo
originario, definitivo.
Así ve Hegel el panorama de toda la filosofía tradicional. El, entonces, quiere exponer lo
que él considera lo esencial y que siempre se ha dejado aparte. Ve que la exclusión que enfatizan
los metafísicos tradicionales tiene su razón de ser en el mismo condicionamiento de los términos
excluidos. Esta dependencia de los términos la vemos más patente en lo referente a las verdades
relativas y a las verdades absolutas. Una verdad dada es relativa, se halla condicionada por
elementos subjetivos y objetivos, pero al mismo tiempo, como verdad que es, contiene un
elemento de verdad absoluta, es decir, sin ninguna relación con algo que no tenga que ver con la
verdad. Según ésto entonces, toda teoría científica es verdadera y falsa a la vez. Es verdadera en
cuanto emite juicios verdaderos, pertinentes, sobre un objeto determinado, pero es falsa en
cuanto no considera la totalidad del objeto.
En cada momento del proceso de la conciencia no tenemos de una vez por todas, la
verdad desplegada. Un darse definitivamente iría contra la esencia misma de la verdad tal como la
concebimos. La verdad se va dando por el proceso mismo: a medida que el proceso se va
desarrollando, vamos aproximándonos a la dimensión de la ciencia que es el verdadero elemento
en que se desarrolla su existencia, como lo hemos visto. En el concepto progresivo de lo que está
oculto, es decir, en el desplegamiento que va avanzando por etapas, tenemos como presupuesto
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el de que de alguna manera lo que vamos a encontrar al fin del proceso ya está implícito en el
mismo comienzo, pero de un modo no desarrollado. El proceso dialéctico es un desplegamiento
que nos entrega lo que la ciencia siempre ha buscado pero de un modo imperfecto. La filosofía
como tarea siempre iniciada, se va introduciendo paulatinamente en lo real, es consciente de su
propósito de aproximarse o de esencializarse en la ciencia.
Hegel al inicio del prólogo a la Fenomenología nos pone sobre aviso con respecto a una falsa
opinión que ha dominado toda la metafísica tradicional. Esta falsa opinión es la que se puede ver
desde el concepto de verdad que hemos definido en este contexto, contexto que no es otro que
el de la problemática misma de Hegel. La mejor introducción a ésta es la misma Fenomenología del
Espíritu. Esta falsa opinión que ataca Hegel a partir de su propia posición es la de creer que el fin,
con exclusión del proceso del desarrollo, expresa lo que es la realidad misma, y, por otro lado, el
admitir que solo existen verdades inmutables. Con relación a ésto, Hegel dice que esta falsa
apariencia en la que cae la filosofía misma por existir ésta en el elemento de lo universal, se
rechaza a partir de la constatación misma de los procesos reales que constituyen la misma
realidad. En efecto, en la misma naturaleza, por ejemplo, en el caso citado por Hegel, el proceso
orgánico nos indica que es éste la esencia de la cosa misma.
El resultado final solo es posible porque se ha dado previamente el proceso. Desde este
punto de vista, el proceso mismo es lo real, lo verdadero y no solo el resultado. Este ser,
separado de su desarrollo no es sino el cadáver que la tendencia deja tras de sí, como dice Hegel.
En el caso citado por él, el capullo y la flor son falsos ser-allí de la planta, pero necesarios en el
proceso para llegar al fruto. Su darse previamente integrados en el proceso son la misma
posibilidad realizada y a la vez la base, el antecedente necesario de todo lo que se sigue. El fruto,
fin de este proceso biológico es el fin de éste, pero solo ha sido posible al desaparecer los otros
momentos anteriores.
La posibilidad de la plenitud está dada en la misma sucesión de las formas definitivas que
como momentos van originando el todo concebido a la manera de un círculo siempre en devenir
en el que el fin se iguala con su comienzo, porque ya en éste está, de un modo velado y
escondido, el fin, como configuración verdadera y definitiva.
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Este todo es entendido de un modo más completo que el modo spinozista. Para Spinoza, en
efecto, el todo de una esencia en sí y como tal es una universalidad abstracta que prescinde de sí
misma, simplemente está, yace, de ahí que se imposibilita la historia porque se excluye la acción
que implica contar con sí mismo. En cambio, de acuerdo con Hegel, la filosofía puede contar
con ese todo, con la sustancia, pero como saber de esa universalidad que implica un movimiento
del en-sí, del todo. De aquí que la actividad básica del pensamiento consiste en identificar el ser
consigo mismo, lo que implica el concepto de negación puesto de relieve por Hegel y descartado
por Spinoza.
Era necesario que este proceso dialéctico instaurado por Hegel y concebido como el
método de la filosofía misma, tuviera o asumiera su verdadera aplicación en relación con la
realidad. Después de Hegel otros filósofos se dieron cuenta acertadamente de su genial aporte.
En efecto, mientras éste se encerraba en lo conceptual, en la dimensión del concepto puro como
término o fin el desarrollo dialéctico (aunque Hegel admitía que éste solo no es el todo en su
esencia), aquellos van a partir del mismo condicionamiento histórico-social del conocimiento.
Descubren cómo las verdaderas contradicciones que son el motor del proceso están en la
realidad misma de las luchas entre los hombres y no en la fría abstracción filosófica, separada de
todo contacto con lo concreto.
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Hegel concibe la dialéctica como la experiencia que la conciencia tiene con ella misma, un
proceso conceptual, una autoexperiencia, un autoconcebirse, que va progresando,
introduciéndose poco a poco en el interior de la verdad hasta llegar al saber absoluto. A partir de
aquí se explica todo lo real. Entendida así la dialéctica como un movimiento de la conciencia, no
es tanto un método de análisis, sino más bien un método de construcción sintética y sistemática
del contenido.
Es la misma dialéctica, con el movimiento conceptual que implica, la que funda la verdad.
Esta constituye el movimiento propio de la conciencia. Esta, a medida que se va desarrollando,
nos va introduciendo en la dimensión de la ciencia. Hay que ver ésta en relación con la verdad.
Tratemos de ver la verdad en este contexto. El proceso mismo de la conciencia nos pone
paulatinamente en este elemento. Así es como Hegel analiza el condicionamiento histórico de la
verdad, al ver la esencia de esta en su progresivo desplegamiento -labor que sería continuada
después de Hegel al demostrarse el condicionamiento social del conocimiento, de la dialéctica.
Para Hegel, entonces, es determinante el devenir concebido como la vida misma.
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El fin para sí es lo universal carente de vida, del mismo modo que la tendencia es el
simple impulso, privado todavía de su realidad y el resultado escueto simplemente el
cadáver que la tendencia deja tras de sí. (F E , p. 8)
El proceso histórico esencial junto con el fin es constitutivo de la vida misma como se
puede ver en todo proceso biológico. La historia entendida así es la vida misma. Vida del todo en
la que la de cada momento o individuo particular es igualmente necesaria, Así hay que entender la
frase de Hegel cuando dice que el proceso de la conciencia es un proceso que “engendra sus
momentos” al atravesarlos. (Imaginemos la figura de un círculo en la que todos los posibles
radios son engendrados a partir de lo que el círculo en sí mismo es, es decir, por su misma
esencia y por la misma característica o esencia del círculo)
HISTORIA Y RELIGION
El hombre, único punto posible de referencia para una filosofía “desde abajo”, es decir, para la
antropología, es el único ser que hace historia. Desde un punto de vista bíblico, esa historia humana
adquiere un nuevo sentido: es el hombre religioso quien la hace: el hombre judío es consciente de
lo que en su historia está sucediendo. El misticismo judío es distinto, por eso, de los misticismos
paganos.
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Dios se vale de esa misma historia para realizar su plan de salvación por medio de la revelación
progresiva al pueblo. Esa historia humana que es asumida por Dios adquiere por ésto una nueva
dimensión: se hace sagrada. Lo profano se sacraliza, o mejor no hay una separación entre lo
sacro y lo profano. El hombre ve que toda la naturaleza (lo mismo que la historia, el cosmos y las
demás “realidades terrenas”) es un signo de lo sagrado, que aquí es Dios, el Dios de Israel.
El hombre bíblico es profundamente judío: su vida toda gira alrededor de la Alianza: de aquí se
desprende que el sentido de su vida sea dado por la respuesta aceptadora o negadora de esta
llamada divina. Pero Dios que se revela necesita de la respuesta del hombre. Esto es claro en el
plano del encuentro personal, esto es, entre personas. Por qué se llama este hecho o realización
del plan de Dios, un encuentro? Porque es un diálogo interpersonal entre Dios y su pueblo
(pueblo aquí entendido como esa comunidad hebrea primitiva escogida por Dios para realizar la
revelación de su salvación, es decir, de su amor hacia el hombre)
El desarrollo del diálogo o la historia de la salvación manifestada primero a un pueblo se hace
posible porque el hombre bíblico es capaz de ver en su historia lineal la realización de algo más
profundo: era consciente, como decían antes, de que su historia era la historia de las sucesivas
manifestaciones de Dios. Pero ésto se hace posible porque el hombre en sí mismo es capaz de
experimentar lo sagrado: como lo expone Schillebeeckx, el hombre al darse cuenta de su
subjetividad encarnada en el mundo, por ésto está en capacidad de una experiencia de lo
trascendente. Creo que ésto es lo que ocurre en la revelación, en la realización de ese deseo
salvífico de Dios en un pueblo, Israel. (Esta historia no es sino la prehistoria del Cristianismo: en
el NT, lugar histórico de la nueva Alianza, la revelación encuentra su confirmación y realización.
El acontecimiento histórico de Cristo es el único centro y punto de referencia de toda la historia.
Todo se estaba preparando para esta revelación plena realizada en Cristo).
Efectivamente, en un contexto neotestamentario hay que tener en cuenta que la salvación se está
realización por otras vías pero teniendo en cuenta toda una revelación anterior.
Dumery estudia al hombre ante Dios, pero no para hacer una antropología trascendental, aunque
se podría creer que sí, pero solo hace una fenomenología de la religión en su forma
institucionalizada, la Iglesia, dejando a un lado lo que el creyente pueda encontrar de esencial en
ella.
La revelación es el diálogo entre Dios y el hombre mirado “desde arriba”, es decir, desde Dios. Es
la manifestación misma de Dios que se revela. De este modo realizada la salvación del hombre.
No es sino la actuación del amor radical de Dios al hombre.