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Colegio San Esteban Diácono

Departamento de Pastoral
7° Básico

La venida del Espíritu Santo en Pentecostés

Originalmente a Pentecostés se le denominaba “fiesta de las


semanas” y tenía lugar siete semanas después de la fiesta de los primeros
frutos (Lv 23 15-21; Dt 169). Siete semanas son aproximadamente
cincuenta días; de ahí el nombre de Pentecostés (= cincuenta) que recibió
más tarde. Según Ex. 34, 22 se celebraba al término de la cosecha de la
cebada y antes de comenzar la del trigo; era una fiesta movible pues
dependía de cuándo llegaba a estar lista la cosecha de cada año, pero tenía
lugar casi siempre durante el mes judío de Siván, equivalente a nuestro
Mayo/Junio. En su origen tenía un sentido fundamental de acción de gracias
por la cosecha recogida, pero pronto se le añadió un sentido histórico: se
celebraba en esta fiesta el hecho de la Alianza y la entrega de la ley (los
Mandamientos).

En el marco de esta fiesta judía, el libro de los Hechos coloca la


llegada del Espíritu Santo sobre los apóstoles (Hch 2 1.4). A partir de
este acontecimiento, Pentecostés se convierte también en fiesta
cristiana de primera categoría (Hch 20 16; 1 Cor 168).

¿Qué sucedió el día de Pentecostés?

Al llegar el día de Pentecostés,


estaban todos juntos en el mismo lugar.
De repente vino del cielo un ruido,
semejante aun viento impetuoso, y llenó
toda la casa donde se encontraban.

Entonces aparecieron lenguas como de fuego,


que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos.
Todos quedaban llenos del Espíritu Santo y comenzaron
a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo
los movía a expresarse.

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Se hallaban por entonces en Jerusalén judíos piadosos venidos de


todas las naciones de la tierra.

Al oír el ruido,
acudieron en masa y
quedaron estupefactos,
porque cada uno los oía
hablar en su propia
lengua. Todos, atónitos
y admirados, decían:

- ¿No son galileos todos los que hablan?


Entonces, ¿cómo es que cada uno de
nosotros los oímos hablar en nuestra
lengua materna? Partos, medos, elamitas y
los que viven en Mesopotamia, Judea y
Capadocia, el Ponto y Asia, Frigia y
Panfilia, Egipto y la parte de Libia que
limita con Cirene, los forasteros romanos,
judíos y prosélitos, cretenses y árabes,
todos los oímos proclamar en nuestras
lenguas las grandezas de Dios.

Los Siete Dones del Espíritu Santo.

A partir de este hecho, la Iglesia recibió siete hermosos regalos que


pasaron a ser llamados los Siete Dones del Espíritu Santo.

1º DON DE SABIDURÍA: No es para que sepamos muchísimo de muchas


cosas; sino para perfeccionar en nosotros ni más ni menos que el amor, la
caridad. Algunas personas han recibido este don y han amado a Dios y a los
demás de una forma incomprensible; han aparecido ante el mundo como unos
locos. La Iglesia misionera siempre ha necesitado de este don, sobretodos
porque a veces las exigencias de la Misión han sido heroicas.

2º DON DE ENTENDIMIENTO: Con este don podemos entender de


mejor manera los más profundos misterios de la Fe (por ejemplo, la

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Palabra de Dios). La Iglesia misionera ha necesitado este don a través de


su historia para dar a conocer de manera clara la enseñanza legítima de
Jesús a los demás.

3º DON DE CIENCIA: Esta ciencia le ha enseñado a la Iglesia a juzgar


rectamente de las cosas creadas, por ejemplo, a valorar en su justa
medida la naturaleza y el ser humano, y defenderlos cuando es necesario.

4º DON DE CONSEJO: Ilumina la conciencia en las opciones que hay


que tomar día a día, sugiriendo lo que es bueno para uno mismo y para los
demás. Gracias a este don, la Iglesia ha ido a parar a territorios que ni se
tenía conocimiento, o en donde no conocían a Dios.

5º DON DE PIEDAD: Por medio de este don, el Espíritu nos hace


descubrir a Dios como Padre y quererle con todas nuestras fuerzas; de
paso nos estimula a querer a nuestros hermanos, como Teresa de Calcuta
quería a los leprosos. Debería ser la vida ordinaria de toda la Iglesia
Misionera.

6º DON DE FORTALEZA: Se trata de una fuerza del Espíritu Santo


que nos hace resistir y tener valentía según la necesidad del momento.
Este don concede una fuerza y un valor increíble a quienes pasan por
situaciones complicadas en la vida. Las cosas de Dios son difíciles, costosas;
exigen muchas veces la vida misma. Por algo la Iglesia creció con la sangre
de sus mártires. Pura fortaleza de Dios; don bellísimo y absolutamente
necesario en nuestros tiempos.

7º DON DE TEMOR DE DIOS: No es un temor a Dios, como si este nos


fuese a matar; es un temor a ofender a Dios con nuestras acciones, ya
que es Él quien más nos ama en este mundo, y por ningún motivo queremos
decepcionar ese amor. La Iglesia, a lo largo de su historia, ha necesitado
continuamente este don. Cuando lo ha rechazado, se ha arrepentido mucho,
ya que ha llegado a ofender a Dios profundamente.

El Espíritu Santo también es Dios. Es bueno que hablemos de Él y


descubramos su presencia en nuestros corazones y en la Iglesia. Nada de

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lo que veamos desde ahora en adelante a lo largo de su historia hubiese


ocurrido sin la ayuda del Espíritu Santo. Es Él quien ayudó a los primeros
apóstoles hace 2.000 años… y es Él quien nos ayuda en las Colonias Urbanas,
Misiones u otras actividades donde les comuniquemos a los demás la alegría
de haber conocido a Jesús.

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