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Claudio Lassevich; C.I. 3.441.699-0; classevich@gmail.

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4ºA Filosofía, Instituto de Profesores Artigas, A.N.E.P.
Historia de la filosofía IV, Prof. Marta Bayarres
Entregado el jueves 23 de octubre de 2008

Segundo parcial de Historia de la Filosofía Contemporánea


Se responderán las preguntas sobre “Dos dogmas del empirismo” de W. V. O. Quine.

1 - ¿Qué papel juega la sinonimia en la definición de analiticidad?


2 - ¿Cuál es la importancia del holismo del significado en la refutación del
reduccionismo?

Nota introductoria

Para dar respuesta a las preguntas he tomado como criterio evitar en la medida
de lo posible el trabajo con citas y ejemplos extraídos del propio texto de Quine, por
considerarlo de poco interés dadas las características del trabajo. Usé dichos ejemplos o
citas sólo en los casos que consideré estrictamente necesarios para explicar el punto en
cuestión. También procuré centrar las respuestas en lo preguntado, evitando tanto como
me fue posible, hacer interesantes vinculaciones con temáticas que si bien son
pertinentes, serían a la vez inagotables y exceden los fines del trabajo. Es por esto que
por ejemplo, no se encontrará referencia a cuestiones importantes del ensayo de Quine,
como ser su llamado a un empirismo sin dogmas, su detección de la raíz común de los
dogmas, las críticas de Strawson, las revisiones del propio Quine, etc.

1 – Papel de la sinonimia en la definición de analiticidad

La distinción de proposiciones analíticas y sintéticas es característica del


empirismo desde la modernidad (Leibniz, Hume, Kant) hasta el neopositivismo del
siglo XX (por ejemplo Carnap y otros representantes del Círculo de Viena). En “Dos
dogmas del empirismo”, Quine va a defender que el empirismo representado por la
mencionada tradición incluye dos dogmas sin fundamentos, el primero de los cuales es
la distinción analítico-sintético.
Quine define las proposiciones analíticas como aquellas cuyas negaciones son
autocontradictorias, definición útil provisionalmente pues no explica nada si luego
definimos a las proposiciones contradictorias como negaciones de tautologías. Una
proposición analítica es verdadera independientemente de los hechos, es decir, no se
tiene que recurrir a la experiencia sensorial para constatar la veracidad de la misma. Por
lo tanto la proposición analítica es verdadera no en virtud de su relación con los hechos
a los que se refiere sino con relación al significado de sus conceptos constituyentes.
Quine advierte que hay que evitar una confusión muy corriente entre lo que es
significar y lo que es denotar. La denotación indica la referencia de un término a las
entidades correspondientes, (en el caso de los términos generales se recurre a la noción
de extensión). Por otro lado, la noción de significación tiene su punto de partida en la
“esencia” aristotélica, aunque “esencia” es algo que tienen las cosas, mientras que
significado es algo predicable de los términos.
La analiticidad, en tanto que no se fundamenta en hechos del mundo,
necesariamente se fundamenta en el significado de los términos que conforman una
proposición analítica. Aquí la confusión mencionada toma la forma de confundir la
significación con la referencia. Un término significa otras formas lingüísticas, mientras

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Claudio Lassevich; C.I. 3.441.699-0; classevich@gmail.com
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que se refiere a entidades extralingüísticas1. La semántica se divide para Quine en una


teoría de la referencia y una teoría de la significación, que necesariamente deben estar
debidamente delimitadas para evitar las mentadas confusiones. Al caso de buscar una
fundamentación a lo que es la analiticidad, la atención debe estar enfocada en la teoría
de la significación ya que como dijimos las proposiciones analíticas son verdaderas en
virtud del significado de sus términos constitutivos y no en virtud de las entidades a las
que estos refieren, o los hechos a los que la proposición refiere.
La teoría de la significación tiene como objeto doble la sinonimia de las formas
lingüísticas y la analiticidad de los enunciados. De ahí que necesariamente la estrategia
para buscar una definición de la analiticidad tenga que recurrir a la noción de sinonimia.
Quine a lo largo de gran parte del ensayo procurará una definición de “sinonimia” que
no dependa de la noción de analiticidad para poder fundamentar esta última a partir de
la primera sin caer en una petición de principio; luego de demostrar que esto es
imposible, la circularidad entre analiticidad y sinonimia arrastrará a la primera en la
falta de fundamentación que precisa para defender su tesis de la distinción analítico-
sintético como dogma infundamentado del empirismo.
Se parte clasificando exhaustivamente los enunciados analíticos en aquellos que
son lógicamente verdaderos (enunciados verdaderos sea cual sea la interpretación de su
términos no lógicos), y aquellos que se pueden obtener a partir de verdades lógicas
recurriendo a sinonimia. Con el primer tipo de enunciados no hay problema, pues es
claro que son verdaderos independientemente del caso, la cuestión es el segundo tipo de
enunciados que apelan a un conocimiento previo de alguna sinonimia. Por ejemplo,
“Ningún soltero es casado” es un enunciado en principio sintético, hasta que se
determina que “soltero” es sinónimo de “no casado”, lo cuál lo convierte en analítico.
Lograr reducir los enunciados analíticos del segundo tipo a verdades lógicas, a través de
una sinonimia es lo que se necesita para tener una correcta fundamentación de todo el
espectro de los enunciados analíticos. En una primera instancia explorará las
posibilidades de recurrir a definiciones para fundamentar la sinonimia; y en un segundo
paso a la intercambiabilidad de los términos.

No se puede recurrir a definiciones que se basen en sinonimias preexistentes.


Puede decirse que “soltero” es un sinónimo preexistente de “no casado” afirmando
previamente que la definición de “soltero” es “no casado”. Sin embargo, esta definición
necesariamente apela a datos de la experiencia (la constatación de que en realidad en
nuestra lengua el término “soltero” significa “no casado”), pasando entonces el
enunciado al ámbito de lo contingente, propio de los juicios sintéticos.
Lo que Carnap llama “explicación”, es decir, aquella definición donde lo
definido es enriquecido por la definición, por tanto afinando su significado en
determinado contexto, tampoco es una actividad adecuada para fundamentar la
sinonimia independientemente de la experiencia. Esto es así porque la explicación
parece generar una nueva sinonimia al aportar un nuevo contexto al que se puede aplicar
el uso del explicandum. Sin embargo, esto se logra al determinar que los contextos en
los cuales se usa el explicandum son sinónimos a los contextos de uso de explicans,
resultando por tanto que la explicación funda una nueva sinonimia a partir de
sinonimias preexistentes.

1
Agrego que en el caso de un metalenguaje, un término puede referirse a una entidad lingüística, pero
será de un nivel subordinado al del término en cuestión, por lo que sigue refiriéndose a una entidad que se
encuentra fuera del lenguaje del que forma parte; como en ““perro” tiene cinco letras”.

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Finalmente, la introducción de nuevas notaciones de forma convencional con


fines de abreviación sí es una forma de crear sinonimias. Por ejemplo: “De ahora en
más y en aras de la simplicidad escribiremos “tb” cuando en un mensaje de texto
queremos expresar “también””, es un acto por el que se instituye convencionalmente
una nueva sinonimia (la de “tb” con “también”).
En conclusión, salvo para el caso de la introducción ad-hoc de nuevas
sinonimias, la definición no fundamenta a la sinonimia, sino más bien todo lo contrario:
para hacer definiciones precisamos hacer uso de sinonimias preexistentes, quedando la
sinonimia sin fundamentar, y por transitiva, la analiticidad sin fundamentar.

Tampoco se puede recurrir a la intercambiabilidad salva veritate para


fundamentar la sinonimia. Dos formas lingüísticas serían sinónimas si pudieran
intercambiarse de forma tal que se conserve el valor veritativo del enunciado que
conforman en todo contexto posible. Más allá de una primera crítica que realiza Quine 2,
desde mi punto de vista y a primeras reflexiones un poco débil o al menos sin interés,
pasa a mostrar que la intercambiabilidad salva veritate garantiza que los términos
intercambiables tengan la misma extensión, cuando lo que buscamos es una misma
intensión, que es lo que permite fundamentar la analiticidad del enunciado que predica
un sinónimo al sujeto (ya que cabe recordar que la analiticidad descansa en
significaciones y no en la referencia a entidades extralingüísticas, caso este último de la
extensión).
La estrategia de Quine es muy interesante: muestra como en los enunciados
donde se puede ejemplificar casos de sinonimia por intercambiabilidad, en los ejemplos
ya está supuesto el carácter apodíctico de los enunciados analíticos; como en
“Necesariamente todos y solo los solteros son hombres no casados” donde el
“necesariamente” es un adverbio que está uniendo sujeto y predicado con la fuerza ya
propia de los enunciados analíticos. Por lo tanto, los casos en que la intercambiabilidad
salva veritate permite fundamentar la sinonimia, son casos en los que la analiticidad
tiene que estar tomada como postulado, perdiendo interés por tanto la sinonimia como
fundamento de la analiticidad.
La intercambiabilidad salva veritate, permite fundamentar sinonimia en el
sentido de términos con igual extensión, pero la coextensionalidad es insuficiente para
la fuerza que requiere la analiticidad en el vínculo entre sujeto y predicado (pues el
vínculo sigue siendo contingente); y la única forma de lograr que permita fundamentar
un vínculo de necesidad entre sujeto y predicado intercambiables, es suponiendo lo que
estamos intentando fundamentar.

Finalmente, Quine concluye que es imposible fundamentar la analiticidad a


través de la sinonimia, pues la sinonimia requiere la analiticidad para ser fundada. El
ensayo continúa en una búsqueda por definir la analiticidad sin recurrir a la noción de
sinonimia, pero que excede las pretensiones de la pregunta. Por lo tanto, para sintetizar,
Quine ha mostrado que la empresa de fundamentar la analiticidad por la sinonimia
fracasa en la medida en que la sinonimia requiere de la analiticidad para ser definida al
menos en todo el alcance que se precisa. Los enunciados analíticos deben tener una
base empírica después de todo, y sostener la distinción analítico-sintético sólo es posible
2
Quine menciona el ejemplo de sustituir “hombre no casado” por “soltero” en ““soltero” tiene menos de
diez letras”, como un ejemplo de que la intercambiabilidad salva veritate no explica la sinonimia; sin
embargo creo a primera vista que el ejemplo es inadecuado pues se abusa del problema de los diferentes
niveles de lenguaje.

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sobre la base de un dogma de carácter metafísico que un empirista propiamente dicho


no debería estar dispuesto a compartir.
Cabe destacar las consecuencias indeseables que Orayen extrae de las críticas de
Quine a este primer dogma empirista, indicando en su trabajo3 que Quine caería en una
“pendiente resbaladiza” pues la misma noción de verdad lógica que nunca pone en
cuestión estaría precisando de la noción de “sinonimia” para ser fundamentada, al
menos en el ámbito del lenguaje ordinario. Esto es así porque a la hora de realizar la
traducción del lenguaje natural al canónico no hay reglas mecánicas claras y se debe
recurrir a cierta “mismidad del significado”. Quine caería entonces en el dilema de que
si tira abajo la noción de analiticidad, también estaría arrasando con la aplicación de la
noción de verdad lógica al lenguaje ordinario (que incluye nada menos que al de las
ciencias fácticas).

2 – Importancia del holismo del significado en la refutación del reduccionismo

El criterio de verificabilidad, típico del empirismo, en especial característico de


la epistemología de los filósofos del Círculo de Viena, marca que el significado de una
proposición está dado por el método de su verificación. En este marco, la sinonimia
quedaría definida como coincidencia en cuanto al método necesario para la verificación
de los enunciados. Así quedaría fundada la sinonimia y la tan pretendida analiticidad.
Sin embargo el problema radica en el método de confirmación, y fundamentalmente en
el nexo que pueda existir entre un enunciado (que es una entidad lingüística) y las
experiencias que contribuyen a su confirmación (que descansan en última instancia en
sensaciones privadas).
El reduccionismo radical plantea que toda proposición significativa es traducible
a otra proposición que se refiere a alguna experiencia inmediata. Por ejemplo, Hume
plantea que toda verdad de hecho surge debe surgir de una impresión simple. Tomando
ya por dada la reorientación de la semántica que declara a las proposiciones como la
mínima unidad de sentido (y no los términos); la cuestión de sostener la verificabilidad
depende de lograr establecer un lenguaje riguroso para registrar los datos sensoriales.
Es este por ejemplo el sentido de los enunciados protocolarios neopositivistas. Quine
plantea que los intentos de Carnap de lograr un lenguaje de este tipo no fracasaron por
la extensión de la tarea, sino por principio, pues requiere de conectivas que de ninguna
manera pueden provenir exclusivamente de la experiencia sensible4, sino que las está
poniendo el sujeto.
Aunque se haya abandonado ese proyecto, el reduccionismo persiste en la
medida de que continua vigente la creencia de que a cada enunciado sintético le
corresponde un determinado complejo de hechos único, y por tanto de que los
enunciados sintéticos tomados aisladamente son susceptibles de confirmación o
falsación a partir de la experiencia.
Vale la pena citar textualmente la opinión de Quine, según la cual “nuestros
enunciados acerca del mundo externo se someten como cuerpo total al tribunal de la
experiencia sensible, y no individualmente.”5 Los enunciados cobran su significado
3
Ver bibliografía.
4
Considero oportuno rescatar un pasaje de Kant en la Crítica de la razón pura, que es más que elocuente
sobre el tema ya a fines del siglo XVIII: “Ahora, al existir lo que decimos Razón en estas ciencias [las
ciencias fácticas], es preciso que algo sea conocido a priori…” Buenos Aires, Losada, 1970; p. 128.
5
Quine, Willard. “Dos dogmas del empirismo” en Desde un punto de vista lógico; Barcelona, Orbis,
1985; p. 75.

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como partes integrantes de un todo sistemático, posición que no puedo evitar vincular
con la epistemología de Kuhn. La ya mencionada reorientación de la semántica, en la
que Frege coloca la unidad de sentido en el enunciado, es llevada por Quine hasta el
sistema total de la ciencia como unidad de sentido (de ahí “holismo” del significado).
Considerando la ciencia como un todo formado por una red entretejida de enunciados,
algunos más “en contacto” con la experiencia sensorial que otros, el significado de un
enunciado depende no del método de su confirmación sino de la organización del todo y
los sucesivos reacomodamientos que ese “ovillo lingüístico” debe asumir para admitir
imprevistas experiencias sensoriales. Por razones de simplicidad y economía, los
reacomodos suelen suceder en los sectores del sistema más en contacto con la
experiencia. De ahí la aparente analiticidad de enunciados cuya veracidad en realidad sí
depende de la experiencia sensible, aunque por razones de su ubicación en el sistema
son más inmunes a la modificación que otros.
Para culminar retomando el hilo de la pregunta, si no es posible establecer el
vínculo entre la experiencia sensible –que por naturaleza es incomunicable- y los
enunciados que supuestamente deberían ser reductibles a aquella para tener significado,
la teoría de la verificabilidad no se sostiene, y no es posible sostener que enunciados
aislados tengan algún significado independientemente del sistema lingüístico que lo
acoge. Es necesario entonces llevar la reorientación de la semántica a un tercer paso,
proponer el holismo del significado, lo cual conlleva que el reduccionismo es un dogma
que carece totalmente de fundamento. No es posible determinar que una proposición es
significativa si y solo si es reductible a datos de la experiencia sensible, ya que
estrictamente, ninguna proposición lo es.

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Bibliografía

• Quine, W. V. O.; “Dos dogmas del empirismo” en Desde un punto de vista lógico,
Barcelona, Orbis, 1985.
• Caorsi, Carlos. “Quine” en Revista Relaciones, nº 205, Montevideo, Junio de 2001.
• Ferrater Mora, José. Diccionario de filosofía. Barcelona, Ariel, 1999.
• Orayen, Raúl. “Quine, los conceptos intensionales y la lógica del lenguaje
ordinario” en Revista Análisis Filosófico, Vol. II, nºs 1-2, mayo a noviembre de
1982.

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