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LA SEPULTURA DE JESÚS

AUTOR:PAULO ARIEU

La sepultura del cuerpo de Jesús tiene importancia teológica, pues demuestra que su
muerte fue un hecho real e histórico
• 1 Cor. 15:3-4 “Porque en primer lugar os he enseñado lo que también
recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las
Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a
las Escrituras que se apareció a Pedro y luego a los doce”

Es la respuesta a las teorías heréticas que afirman que el Mesías no murió realmente.
Además de esto, los evangelistas quisieron mostrar que el cuerpo del Señor había
recibido una sepultura digna.

En todas las culturas conocidas existen ritos funerarios. Los ritos funerarios son
formas institucionalizadas de conducta, realizadas en torno al cuerpo de una
persona fallecida, mediante las cuales el grupo social al que pertenecía intenta
asumir el hecho de su muerte expresando su pena y confiriéndole, al mismo
tiempo, un significado. Tan importante es este proceso que muchas sociedades lo
interpretan como el último momento de encuentro entre el muerto y sus allegados,
lo cual requiere que éstos muestren hacia el cadáver el máximo respeto y revistan
todas sus acciones de la máxima dignidad. No realizar los ritos funerarios
adecuados sobre una persona muerta equivale a hacerla objeto de un desprecio
irreparable, lo cual sólo se puede justificar si dicha persona ha sido previamente
reprobada y expulsada de la comunidad a causa de algún comportamiento
inadmisible. Tal suele ser el caso de los criminales condenados a muerte por delitos
especialmente graves.
La tendencia de los evangelios a embellecer las condiciones en las que fue
enterrado Jesús nos deben hacer sospechar que necesitaban serlo. Conociendo la
forma como los romanos trataban habitualmente el cuerpo de los crucificados cabe
pensar lo peor. Así, algunos escépticos opinan que el cadáver de Jesús desapareció
devorado por las aves de presa o por los perros, y que, por tanto, nunca hubo un
sepulcro que pudiera ser hallado vacío la mañana del domingo. Sin embargo, otros
estudiosos señalan que, en tiempos de paz, los romanos procuraban respetar las
costumbres religiosas de los pueblos sometidos y que, en el caso de los judíos, una
de estas costumbres era precisamente la de no dejar sin enterrar a los ejecutados.
Teniendo esto en cuenta, no resulta extraño que fuera el propio Sanedrín el que se
encargara de pedir a Pilato el cuerpo de Jesús, con el fin de darle la sepultura
reglamentaria. Esta es, justamente, la versión de los hechos que ofrece el
evangelio de Pedro.
En cualquier caso hemos de suponer que, según los estándares de las costumbres
funerarias judías, el cuerpo de Jesús fue tratado de forma no digna. No fue
enterrado en una tumba familiar y ningún pariente o amigo hizo duelo por él. No
sabemos si sus discípulos intentaron hacer algo al respecto. Pero, aunque lo
hubieran intentado, la autoridad romana se lo habría impedido.
Si admitimos que el evangelio de Marcos es el más antiguo, seguido de los de
Mateo y Lucas, y que el más reciente es el de Juan, observaremos que, a medida
que se avanza en el tiempo, las descripciones de la sepultura de Jesús van ganando
en dignidad.
Según Marcos, Jesús fue enterrado por un miembro del Sanedrín, del que sólo se
nos dice de positivo que esperaba el reinado de Dios. Este personaje, perteneciente
al grupo de los que condenaron a Jesús, envuelve su cuerpo en una sábana nueva y
lo pone en un sepulcro excavado en la roca. Ningún familiar ni amigo hace duelo
por él. El sepulcro no parece pertenecer a nadie. Se tiene la impresión de que José
de Arimatea se limita a cumplir las normas de la Ley judía, probablemente enviado
por el propio Sanedrín. Estas normas prescribían que los ejecutados fueran
descolgados y enterrados antes de la puesta de sol.
Los principales sacerdotes y los fariseos acudieron a Pilato para contarle que Jesús
había dicho que en el tercer día resucitaría de entre los muertos. A continuación expresaron
su temor de que los discípulos robasen el cadáver y le contaran al pueblo la mentira de
que Jesús había regresado de la muerte. Por ese motivo querían que se tomaran
medidas especiales para vigilar el sepulcro. Pilato les concedió la guardia que le pedían.

Era costumbre cerrar la entrada de estas tumbas con "una piedra grande, redonda,
semejante a una rueda de carro, que se deslizaba por una hendidura".

Los enemigos de Cristo fueron al huerto, sellaron la piedra y apostaron a los guardias,
pero no se daban cuenta de que no habría sepulcro alguno que pudiera retener al
Cristo resucitado. El único resultado de sus precauciones fue proporcionarnos otra
prueba más de que Jesús resucitó de entre los muertos y de que los discípulos no se
robaron su cuerpo.

Los romanos prolongaban el proceso de degradación de los crucificados impidiendo


que su cuerpo recibiera una sepultura digna. Habitualmente dejaban que el cadáver
se pudriera colgado de la cruz o fuera devorado por las alimañas.
En algunas circunstancias permitían que sus familiares o amigos lo recogieran y lo
enterraran, pero les prohibían cualquier rito o gesto que pudiera entenderse como
un signo de reconocimiento hacia el muerto.
En las escenas evangélicas de la sepultura se detecta el esfuerzo creciente de las
comunidades cristianas primitivas por transmitir la convicción de que el cadáver de
Jesús fue tratado de una forma honorable.
Mateo convierte a José de Arimatea en un discípulo y Lucas afirma que a pesar del
ser miembro del Sanedrín era un hombre justo y no había dado su consentimiento
a la condena de Jesús. Ambos evangelistas subrayan que el sepulcro era nuevo, es
decir, que no había ya en él otro cuerpo. Su interés por este dato puede ser el de
afirmar que Jesús no fue indignamente arrojado a una fosa común y, quizás
también, anticipar en el relato las condiciones necesarias para que el
descubrimiento del sepulcro vacío la mañana del Domingo tuviera sentido.

• Mat 27:57-66 “Al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea


llamado José, quien también había sido discípulo de Jesús. Este se
presentó a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó
que se le diese. José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana
limpia y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña.
Luego hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue.
Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas delante del
sepulcro. Al día siguiente, esto es, después de la Preparación, los
principales sacerdotes y los fariseos se reunieron ante Pilato,
diciendo: —Señor, nos acordamos que mientras aún vivía, aquel
engañador dijo: "Después de tres días resucitaré." Manda, pues, que
se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que sus discípulos
vengan y roben el cadáver, y digan al pueblo: "Ha resucitado de los
muertos." Y el último fraude será peor que el primero. Pilato les
dijo: —Tenéis tropas de guardia. Id y aseguradlo como sabéis
hacerlo. Ellos fueron, y habiendo sellado la piedra, aseguraron el
sepulcro con la guardia.”
• Mar 15:42-47 “Cuando ya atardecía, siendo el día de la Preparación,
es decir, la víspera del sábado, llegó José de Arimatea, miembro
ilustre del concilio, quien también esperaba el reino de Dios, y entró
osadamente a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se
sorprendió de que ya hubiese muerto. Y llamando al centurión, le
preguntó si ya había muerto. Una vez informado por el centurión,
concedió el cuerpo a José. Comprando una sábana y bajándole de la
cruz, José lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que
había sido cavado en una peña. Luego hizo rodar una piedra a la
entrada del sepulcro. María Magdalena y María la madre de José
miraban dónde le ponían.”

• Luc 23:50-56 “He aquí, había un hombre llamado José, el cual era
miembro del concilio, y un hombre bueno y justo. Este no había
consentido con el consejo ni con los hechos de ellos. El era de
Arimatea, ciudad de los judíos, y también esperaba el reino de Dios.
Este se acercó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Después de
bajarle de la cruz, le envolvió en una sábana de lino y le puso en un
sepulcro cavado en una peña, en el cual nadie había sido puesto
todavía. Era el día de la Preparación, y estaba por comenzar el
sábado. Las mujeres que habían venido con él de Galilea, también le
siguieron y vieron el sepulcro y cómo fue puesto el cuerpo. Entonces
regresaron y prepararon especias aromáticas y perfumes, y
reposaron el sábado, conforme al mandamiento.”

Juan ya ni siquiera dice que José de Arimatea fuera miembro del Sanedrín. Lo
presenta directamente como discípulo de Jesús, aunque mantuviera esta condición
en secreto por miedo a los judíos (Jn 19, 38-41). Según este evangelista,
Nicodemo, otro conocido de Jesús, ayudó a José en el proceso de la preparación del
cuerpo y la sepultura. Le ungieron con ingentes cantidades de perfume y lo
envolvieron con vendas de lino, según la costumbre judía. El sepulcro donde lo
enterraron también era nuevo y estaba situado en un entorno discreto y amable:
un huerto.
Los romanos tenían la costumbre de dejar los cadáveres de los crucificados sobre el
madero, permitiendo que los perros o las fieras los devoraran, o que se pudriesen. En
cambio, la Ley judía exigía que los cuerpos de los ajusticiados fueran enterrados el mismo
día de su ejecución; no permitía que quedaran expuestos durante la noche.
• Deut. 21:22, 23 “Si un hombre ha cometido pecado que merece la
muerte, por lo cual se le ha dado la muerte, y le has colgado de un
árbol, no quedará su cuerpo en el árbol durante la noche. Sin falta le
darás sepultura el mismo día, porque el ahorcado es una maldición
de Dios. Así no contaminarás la tierra que Jehová tu Dios te da como
heredad.”

Los parientes de Jesús no podían reclamar su cuerpo, porque eran de Galilea y no


poseían en Jerusalén un lugar donde sepultarlo. Así fue como José de Arimatea pidió el
cuerpo y lo enterró en su propio sepulcro.

¿Quién era José de Arimatea? Era un hombre justo, pudiente miembro del Sanedrín
• Lucas 23:50 ” He aquí, había un hombre llamado José, el cual era
miembro del concilio, y un hombre bueno y justo.“

El tercer evangelio nos informa que no había estado de acuerdo con la actuación del
Sanedrín en cuanto a Jesús
• Lucas 23:51 “Este no había consentido con el consejo ni con los
hechos de ellos. El era de Arimatea, ciudad de los judíos, y también
esperaba el reino de Dios.”

Parece que estuvo ausente en la reunión convocada en la casa de Caifás, puesto que la
condenación fue unánime allí
• Marcos 14:64 “Vosotros habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece? Y
todos ellos le condenaron como reo de muerte.”

Es probable que los sumos sacerdotes no llamaran a José de Arimatea ni a Nicodemo a la


reunión de aquella noche; quizá Caifás llamara solamente a los que compartían su actitud
contra el Señor. En cambio, una cosa sí es segura: que José de Arimatea era discípulo
secreto de Jesucristo.

La muerte de Jesús obró un cambio en José. Se declaró abiertamente discípulo del Maestro
al pedirle a Pilato que le diera el valioso cuerpo de Jesús. De esta manera desafiaba
valientemente el desprecio del pueblo y el odio del Sanedrín. Con la ayuda de Nicodemo,
otro miembro del Sanedrín.

• Juan 19:38-39 ”Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo


de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato
que le permitiese quitar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo permitió. Por
tanto, él fue y llevó su cuerpo. También Nicodemo, que al principio
había venido a Jesús de noche, fue llevando un compuesto de mirra
y áloes, como cien libras.”

Quitó el cuerpo de Jesús de la cruz, lo envolvió en lienzos con especias aromáticas y lo


puso en su propio .sepulcro. A menudo, los sepulcros judíos eran cuevas naturales o
artificiales. El sepulcro de José había sido excavado en una peña, y en éste aún no se
había puesto a nadie. De esta manera vemos el asombroso cumplimiento de otra
profecía:
• Isaías 53:9 "Y él hizo su sepultura. . . con los ricos en su muerte"

Ni siquiera después de la muerte del Señor podemos ver a ninguno de los Doce. En
cambio, las mujeres que estaban presentes en la cruz acompañaron el cuerpo hasta la
tumba. El amor que las había impulsado a seguir a Cristo en la vida también las
impulsó a seguirlo en la muerte.
Las tradiciones acerca del sepulcro vacío sólo se encuentran en los evangelios,
donde también encontramos relatos de apariciones.
La confesión de fe más antigua que poseemos está en la primera carta a los
corintios, concretamente en Cor 15, 3-5. Pablo escribió esta carta a mediados de
los años cincuenta, y en este pasaje es consciente de estar citando una tradición
recibida antes. Es muy probable que recibiera esta tradición durante su estancia en
la comunidad de Antioquía. Si los cálculos son acertados, esta confesión de fe en la
resurrección pudo haber sido formulada en los diez años siguientes a la muerte de
Jesús.
La estructura de la fórmula está muy pensada. Posee dos afirmaciones centrales
(murió y resucitó), y cada una de ellas va seguida de una doble prueba: una
confirmación teológica (según las Escrituras), y una confirmación de hecho (fue
sepultado; se apareció).
Afirmaciones de los primeros cristianos sobre la resurrección de Jesús se
encuentran en otras fórmulas de fe muy parecidas a la de 1Cor 15,3-5 y también
en la tradición narrativa. Todos los evangelios terminan hablando de la
resurrección. P para ello utilizan dos tipos de relatos: el de la tumba vacía y los de
las apariciones de Jesús. Ninguno de los dos relatos narra el momento de la
resurrección, sino sus efectos. En el relato de la tumba vacía el mensaje central es
que Jesús no está ya en la sepultura en que lo pusieron; mientras que en los
relatos de las apariciones lo que se afirma es que Jesús sigue vivo.
Desde el punto de vista literario podemos realizar una serie de apreciaciones en
esta materia. Casi todos los autores creen que la escena de la tumba vacía en la
que se incluiría algún tipo de afirmación de que la fe en la resurrección estuvo
desde el principio incorporada al relato de la pasión. El ejemplo más primitivo de
esta escena lo encontraríamos en final del evangelio de Marcos, donde simplemente
se describe a un joven, sentado junto al lugar donde pusieron a Jesús, que declara
a las mujeres allí presentes que Jesús de Nazaret ha resucitado (Mar 16,5-6).
Una afirmación escueta del sepulcro vacío y de la fe en la resurrección es un final
literariamente coherente con la utilización de los salmos en el relato de la pasión, a
la que antes nos hemos referido. En efecto, los salmos del inocente que sufre
injustamente terminan siempre con la afirmación esperanzada de que Dios salvará
al justo para la vida. No es concebible que después de haber descrito la pasión de
Jesús utilizando profusamente las imágenes y expresiones de estos salmos se
concluyera sin manifestar de algún modo dicha esperanza. Al ser elaborado y
expandido el relato de la pasión, lo que empezó siendo la expresión literaria de una
esperanza y una fe pudo transformarse en un pasaje narrativo con pretensiones de
veracidad.
Una escena narrativamente más elaborada que la de Marcos pero que se basa en el
mismo esquema es Jn 20,1-9. Avisados por María Magdalena que ha encontrado
abierto el sepulcro, Pedro y el discípulo amado van corriendo a comprobarlo. El
narrador dice simplemente que al entrar el discípulo amado y ver el sepulcro vacío,
creyó. Todo el relato evangélico anterior, pero especialmente los discursos de
despedida (Jn 13-17), han ido preparando al oyente para que llegado a este punto
sepa cuál es el contenido de esa fe.
Las escenas de apariciones que encontramos en los evangelios de Mateo y Juan
justo a continuación del relato de sepulcro vacío parecen añadidos secundarios al
relato (Mt 28,8-10; Jn 20,10-18). Esto no quiere decir, sin embargo, que no
puedan proceder de tradiciones tan antiguas como él. Lo que caracteriza a dichas
apariciones en comparación con las demás apariciones evangélicas y la aparición a
Pablo narrada en el libro de los Hechos es que no incluyen órdenes ni instrucciones
del Resucitado. Son teofanías o cristofanías, cuyo único objetivo es revelar que
Jesús está vivo.
Salvo la experiencia de Pablo mencionada por él mismo en sus cartas, el resto de
las escenas de aparición tienen la función de legitimar la empresa evangelizadora
de las primeras comunidades cristianas y/o la dirección de las mismas por parte de
personajes concretos. Están mucho más elaboradas y son, probablemente,
creaciones literarias.
Jesús no volvió a la vida terrena después de muerto, por tanto, su vida como
resucitado no está incluida en el ámbito de fenómenos que pueden estudiar las
ciencias naturales o la historia.
Los historiadores sólo pueden estudiar los efectos que la fe en la resurrección de
Jesús tuvo sobre sus discípulos.
Estos efectos se miden a partir de dos datos: El primero es que cuando Jesús fue
arrestado los discípulos le abandonaron y huyeron. El segundo, que poco tiempo
después esos mismos discípulos predicaron, sin miedo a las posibles consecuencias,
que Jesús había resucitado Es aquí donde termina la evidencia histórica acerca de
su vida. Quienes tenemos fe y estamos convencidos de que aquel Jesús que pasó
haciendo el bien por los caminos de Galilea es el Hijo de Dios, podemos volver al
comienzo de esta historia para ver qué es lo que hay detrás de todos aquellos
acontecimientos y enseñanzas. Para nosotros Jesús no es sólo un hombre, sino la
manifestación definitiva de Dios, y por tanto el único camino seguro para conocer
cómo es Dios.
Es lo que dice San Juan al comienzo de su evangelio: 'A Dios nadie lo ha visto
jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, es quien
nos lo ha dado a conocer' (Jn 1,18).
La fe en la resurrección de Jesús dio lugar a distintas expectativas y programas de
acción. Unos discípulos vieron en ella la reivindicación divina de la persona y el
proyecto de Jesús e intentaron continuarlo. Otros vieron la primicia de la
resurrección general que debía preceder al juicio final, en el que Jesús actuaría
como juez o como mediador ante Dios a favor de los creyentes, y emprendieron la
tarea de convertir el mundo entero a esta esperanza. Otros entendieron la
resurrección de Jesús como su retorno al Padre y el inicio de una nueva forma de
relación entre Dios y los hombres mediada por el conocimiento del Hijo. Estas
expectativas no son incompatibles entre sí y fueron todas ellas incorporadas a la fe
de la gran Iglesia.
Fuentes bibliográficas:

• http://www.jesus.teologia.upsa.es/subsecciones.asp?codsubseccion=155
• Pablo Hoff, Se Hizo Hombre, ed. Vida

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