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Comentario al artículo de Juan Ritvo

Por Oscar del Barco

Al principio dice que “hay un mérito en la carta de del Barco”... pero se olvida de decir cuál
es ese mérito, y esto me resulta un poco, ¿cómo diría ?, sintomático.
Afirma seguidamente que “estamos acostumbrados (¿quiénes ? ¿los argentinos ? ¿los
hombres en general ?) a ocultar nuestras faltas tras las notorias y escandalosas faltas de los
otros” (¿será acaso mi “mérito” haber hecho pública mi falta ?).
Luego da algunos ejemplos : las madres de los muertos en Cromañón acusan al gobierno y
no se culpan también ellas ; los empresarios y políticos populistas o de derecha acusan al
gobierno de no tener un plan económico y ellos nunca lo tuvieron ; los que se conmueven
con los discursos de Castro no vivirían ni un minuto en la Isla... etc.
Ahora bien, según usted yo hago lo mismo.
¿Por qué ? Porque “mediante un acto de contrición” quedo “encerrado en el mismo círculo”
de aquello de lo cual me arrepiento.
De esta manera pasé de un “fundamentalismo” marxista (fundamentalismo a causa de su
“teleología” -me pregunto qué pensará Grüner de esta afirmación tan grave -porque no se
trata una pequeñez- que lo contradice explícitamente-) a un fundamentalismo de la auto-
punición.
Digámoslo de otra manera : si alguien predicara el bien en lugar del mal se ubicaría en el
mismo círculo de valores pues de hecho reconocería la existencia del mal, ya que sin mal no
puede haber bien.
Este es un “argumento” válido en determinados niveles de abstracción, pero que si se
generaliza se vuelve absurdo : una maestra, por ejemplo, no podría decirle a un chico que
no grite porque al decírselo lo confirma en su acto de gritar... y si yo critico al partido
comunista en realidad lo estaría afirmando pues lo reconocería en su existencia, etc.
¡Es muy simple ! Llevado a su extremo ninguno de mis críticos podría criticarme porque al
hacerlo confirmarían mi carta, o al menos la problemática donde esa carta se inscribe.
Respecto a mi fundamentalismo marxista-teleológico me gustaría recordarle que hace ya
muchos años escribí dos libros sobre Marx, Esencia y apariencia en El Capital de Marx y El
‘otro’ Marx, donde expongo crítica-analíticamente el pensamiento “filosófico” de Marx, como
para que usted me achaque sus propios fantasmas : este tema no puede conocerse por
ciencia infusa, quiero decir sin estudiarlo, como a cualquier otra “ciencia” (suponiendo que
se trate de una “ciencia”).
Además, ¿por qué mi “arrepentimiento”, o mi “autopunición”, que es arrepentimiento por
considerarme responsable de la muerte del Pupi, sería un fundamentalismo ?
Yo reconozco mi culpabilidad en la muerte del Pupi, pero no entiendo qué lo puede llevar a
usted a sostener que este reconocimiento y arrepentimiento constituye un
“fundamentalismo”.
En ningún momento he pretendido convertir mis pasiones, estados de ánimo o
conocimientos, en una norma, en un “fundamento” y mucho menos en un deber ser
universalizable.
Usted confunde un reconocimiento o, en última instancia, un ruego, con un mandamiento.
Usted está mal informado. En ninguno de mis escrito, curso, charla o actividad
específicamente “políticas”, he sostenido que “la demanda puede ser satisfecha” o que “el
discurso y el absoluto pueden reunirse”.
En todo caso he dicho exactamente lo contrario : la necesidad de abandonar el discurso, las
palabras (no por casualidad uno de mis libros se titula El abandono de las palabras, otro La
intemperie sin fin y el último Exceso y donación).
No creo ni pienso de ninguna manera que sea posible esa “reunión” agotadora que en
filosofía fue expuesta fundamentalmente por Hegel, pienso sí, en la imposibilidad de un
fundamento, ya se trate de Dios, del ser o de la Razón. Pero este hacerme decir lo que no
digo, o lo que usted fantasea que digo, muestra la diferencia de espacios de pensamiento
en que nos situamos.
El tema de las “reversiones” le parece un descubrimiento (perdóneme, pero es como
descubrir América) útil para acusarme de “revertir” las cosas.
Pero yo no digo que los crímenes de la dictadura sean “recíprocos” con los “nuestros”,
entiéndase, con los de los “revolucionarios” o guerrilleros, sino que digo que los “nuestros”
también son crímenes, lo cual es distinto.
Digo simple y directamente que son crímenes, y que, en consecuencia, es tan criminal
matar un estudiante como matar un policía.
¿A qué “reversión” se refiere entonces ?
Por supuesto que aunque a usted lo escandalice yo sostengo “que no se puede admitir
matar a los hijos de los otros y suspender ese principio cuando se trata de los propios”.
¿O usted piensa que sí se puede matar a los hijos de los otros ? ¿Pero acaso uno no es
también el otro de otro ? ¿De qué “inversión” está hablando ?
Luego afirma que es ingenuo otorgarle “calidad explicativa al crimen” (los millones de
muertos-asesinados en la llamada Unión Soviética no servirían para explicar su
intempestivo derrumbe, y esto, por supuesto, es posible). Y a renglón seguido agrega que
“los feroces crímenes” del Imperio Británico “socavaron” (y matiza agregando que fue “muy
tardíamente”, como si el hecho de que fuera tardíamente le quitara su valor al hecho de
socavar) “las bases imperiales”.
¿En qué quedamos ?
¿Los “feroces crímenes” socavaron o no al Imperio ? Después de todo yo me preguntaba si
los millones de asesinatos y el terror instaurado en las mal llamadas repúblicas socialistas
no habrán también “socavado” a esos regímenes que se derrumbaron sin que el
“imperialismo” tuviera que disparar un solo tiro.
Usted tiene todo el derecho a pensar que no, pero no tiene el derecho de descalificar mi
pensamiento por afirmar casi lo mismo que usted dice, sin considerarse ingenuo, respecto al
Imperio Británico.
Después dice que yo “reduzco la política a la familiaridad”. ¿Por qué ? ¿Porque sentí o
imaginé que ese chico llamado Pupi podía haber sido mi hijo ? ¡No exagere, Ritvo !
Su descalificación de la familiaridad es un poco apresurada ; basta con pensar que las dos
grandes mitologías de occidente (la judía y la griega) están estructuradas alrededor de
filiaciones.
Recuerdo ahora algo que dice Levinas y que viene a propósito : “La filialidad es aún más
misteriosa : es una relación con otro en la que otro es radicalmente otro, y donde, sin
embargo, él es, en cierta medida, yo” (quiero señalar sólo un problema, no darle solución,
porque seguramente no la tiene y queda no obstante como sólo interrogación no
descartable, al menos tan fácilmente).
En cuanto al extremo dolor y rabia que puede producir la muerte de un hijo y su conversión
en “política”, eso depende de lo que entendamos por “política”.
Las madres de Plaza de Mayo, e incluso la reacción-Blumberg (aunque este nombre le suene
mal), pueden ser casos paradigmáticos de acciones que no se dejan atrapar por la “política”
de los Partidos e inauguran un tipo de política no-política.
En este sentido el “no matar” va más allá, en sus consecuencias sociales, que la “política”.
¿No le parece ?
La continuación del artículo plantea un tema bíblico, y me sorprende que usted, tan
minucioso, trate como de paso y considere como resueltos problemas que están en
discusión en la exégesis bíblica. Dice que “el ‘no matarás’ es tan tribal como la ley del
talión”.
Primero, quiero decirle que el “no matarás” es un mandamiento que se refiere a lo universal
y que excede lo tribal : en el Talmud de Jerusalén, Sanedrín, 4, 22ª, está escrito que “Quien
salva una vida es como si salvara a toda la humanidad” ; en el Talmud de Babilonia, Pirquei
Avot, I, 12, el Rabí Hillel estableció como principio el “Ama a la humanidad” y agregó “No le
hagas al prójimo lo que no desearíais que te hagan a ti, esto es toda la Torá, el resto son
meros comentarios” ; idem, Shabat, 31ª. En el Levítico, c. 19, 18 y 34, se dice que se debe
amar al prójimo y al extranjero “como a ti mismo” ; y Jesús sostiene que se debe amar
incluso, o ante todo, “al enemigo”.
Lejos pues de ser sólo judío (tribal, como usted dice) el principio del “no matar” se
encuentra en todas las grandes religiones : judaísmo, cristianismo, islamismo, budismo, y,
además, en gran parte de las jurisprudencias universales.
Respecto a la Ley del Talión, usted ve una contradicción entre el “no matarás” y el “ojo por
ojo y diente por diente”, cuando de lo que se trata es de dos espacios distintos de validez :
la “ley del talión” pertenece a la juridicidad
(“El ‘ojo por ojo’ no es un principio moral sino ‘un principio jurídico para uso exclusivo de los
jueces’”) ; pero incluso más, porque su finalidad última es detener la venganza y establecer
un orden legal, vale decir todo lo contrario de lo que usted afirma.
En cuanto al “ama a tu prójimo como a ti mismo”, ya me referí a él en mis observaciones al
artículo de Jinkis, pero quiero repetirme : el sí-mismo, o la intimidad última del “yo”, es lo
mismo que llamamos amoral prójimo.
Esto plantea otra serie de problemas pues le hace dar a la frase un giro completo : no hay
amor narcisista a sí sino que el llamado sí-mismo es amor.
¡No pueden interpretarse las Escrituras como si hicieran una burda apología del “yo” !
Además, ¿por qué –salvo por una arbitraria decisión suya- el acto de amar a los hijos, a la
mujer, a los padres, a los amigos, significaría que uno “los aplasta con el Bien” ?
El hecho de que a veces el amor puede sofocar o “aplastar” con sus cuidados, con sus
preocupaciones y sus indicaciones, e incluso con sus órdenes -¡si lo sabría Kafka !, no
significa que el Bien sea como tal “aplastante”.
Aquí se confunde de nuevo lo empírico con lo trascendental : ¡cómo si las guerras de
religiones lo implicaran al Bien o a Dios ! ¡como si los crímenes lo implicaran a Dios !
Usted piensa que en el fondo el amor es algo sólo psicológico, subjetivo, y no ontológico-
trascendental ; piensa en un “yo” que puede amar o no amar, y no en una positividad
trascendental-infinita a la que llamamos “yo” (el “yo” es-sin-ser dramático por la
complejidad de sus potencias, porque busca más, tendiendo hacia un más-que-yo, o a
superarse –su fortalecimiento sería lo que llamamos mal- en lo que Pablo llamó “gloria” ; el
“yo” está roído por su infinito incomprensible ; por un lado su pasividad que lo hace
perseverar en sí, y por el otro “algo que en el yo es más que el yo” (yo-soy-otro) ; si no
hubiese ese más potencial no existiría posibilidad de romper el solipsismo con el más-que-
hombre).
Usted presupone entonces que el amor es un ente, lo mismo que el odio, porque no sale de
las “inversiones”, de las dicotomías, y porque no considera al amor como pasividad-
actuante y como presupuesto ontológico.
La referencia a Hegel en relación a lo abstracto como carente de significaciones es una
simpleza. La complejidad de la travesía del Espíritu desarrollada en la "Fenomenología" y en
la "Lógica" no pueden tratarse de esa manera.
Pareciera que para usted (que también aquí habla como de pasada) el idealismo alemán
consistió en una serie de lugares comunes sobre lo “abstracto” y otros conceptos “sueltos” o
dispersos, pero, desgraciadamente, no existe más remedio para salir de la impasse que
tratar de leer a Fichte, Schelling, Hegel y Hölderlin, entre otros.
Y no olvidarse que la filosofía de Hegel es un (o el) sistema (y no sólo del pensamiento
“filosófico”).
En el párrafo siguiente usted dice que “es inexplicable el fondo de crueldad que habita en el
corazón del hombre”.
¡Una excelente frase !
Pero a renglón seguido nuevamente dictamina respecto a lo que es, a lo que no es, a lo que
debe ser... : el “no matarás”, asienta, sí puede explicarse, porque no es fundamento de la
comunidad.
Otra vez, como de pasada, se refiere a una problemática compleja. Yo le pediría que trate
de imaginar una sociedad (o comunidad) que estuviera regida por el matar como principio,
es decir, donde todos estuviésemos obligados a matarnos (como presupone Hobbes para
construir su modelo teórico del contrato).
Por más esfuerzos que haga no podrá imaginar semejante sociedad, porque ésta no podría
existir.
En cuanto a la “comunidad” me gustaría recordarle la definición que da Bataille diciendo que
ella es “la única condición en que una experiencia de la libertad sea puesta en común”, y
Nancy comenta :
“...la com-posición de los seres singulares es incluso anterior a la condición previa del
lenguaje...”, ese “originario” sería la “comunidad”. ¿Y usted en qué piensa cuando habla de
“comunidad” ? ¿Acaso piensa en una comunidad anómica, sin reglas ?
Es una paradoja pero el sí (o la auto-conciencia) es el máximo de lo común, y, al mismo
tiempo, una separación o sublimación, o superación en sentido hegeliano de conservar
elevando, de lo “común” que posibilita la responsabilidad.
Simone Weil decía que se necesita “disolver” la colectividad “para que sea posible la entrada
en lo impersonal” ; lo impersonal en cuanto lo “sagrado” o lo que se puede llamar Dios (¡sin
Dios ! : es decir lo que queda, pero ya “quedar” es un exceso, cuando no queda nada de
Dios ni de nada).
Respecto a lo que usted llama “recurso” a cierto procedimiento “retórico” oriundo de la
teología negativa, debo decirle que se trata de una necesidad de la cosa misma que está
puesta en juego.
Pero usted se burla el “dios sin dios”, la “fuerza sin fuerza”, el “ser sin ser”, ( sin advertir
que son enunciados ante todo de Platón y del neo-platonismo hasta llegar a Schelling, y
mucho más cerca nuestro a Derrida, a Marion y al propio Lacan).
En la posición racionalista en que usted se coloca seguramente pensará que se trata de
mitos, incluyendo en ellos el Soy-Soy bíblico, el Uno-Uno platónico, la “resurrección de la
carne” de la epístola a los romanos, la “equivocidad incomprensible” cartesiana, el “abismo
de la razón” kantiano, el “eterno retorno de lo mismo” de Nietzsche, para no hablar de
Dionisio Areopaguita, del maestro Eckhart, del budismo zen, de San Juan de la Cruz, de
Angelus Silesius o, incluso, de Paul Celan
¿Por qué no ve lo que está en cuestión ? Creo que a causa de poner por delante, como una
anteojera, eso que llama “el saber –nuestro Saber” (el “nuestro” ¿a quién se refiere ?), el
que en última instancia constriñe a sólo oírse y verse a sí mismo.
Cuando uno cree que “sabe” se cierra a toda epifanía o donación de lo desconocido por ese
Saber ; cree que sus categorías son absolutas (o al menos actúa como si lo fuesen) y en
consecuencia sólo lee o puede leer sus propios pensamientos.
Si Platón, por ejemplo, enuncia el “más allá del ser” (del Bien o de Dios), usted se ríe, pero
no con la risa que responde en última instancia a lo in-comprensible, sino con la risa
autosuficiente de la razón.
Su límite de comprensibilidad es la paradoja, porque precisamente la paradoja busca tocar
lo intocable y decir lo indecible.
Pero para aceptar esto tendría que aceptar que sólo se habla de lo que no se sabe, con
todas las consecuencias no eruditas que se derivan del no-saber.
Yo le recordaría aquí el consejo que Lacan le dio a los psiquiatras y a los analistas : “sobre
todo, no comprender”.
Consejo que tal vez signifique no encasillar nada ni nadie en el enrejillado de la Razón. Algo
difícil ¿no ?
A continuación insiste (¿por qué insiste ?) en que el “no matar” es una máxima “tribal” que
“remite al nosotros del grupo judío”, el que como todos los grupos se funda en “la
discriminación... de los otros”.
Interpreta así que esa máxima es de y para los judíos.
Lo cual es, al menos, discutible.
El Gran Diccionario Bíblico de A-M. Girard dice expresamente que “todo hombre es el
prójimo” y que “La Biblia ordena amar no sólo al hijo del mismo pueblo”.
Este es otro tema capital de la exégesis bíblica y no se debiera hablar sólo de oídas y como
si se tratara de algo sobreentendido.
Antes me referí a dos conceptos kantianos que pueden ayudar a la intelección de esta
problemática teológico-filosófica e histórica : lo empírico y lo trascendental.
Las referencias eruditas a Santo Tomás son innecesarias para la discusión y están más bien
dirigidas a la galería...
La nota 3 es un juego exhibicionista. Llama “falacia” a lo dicho por Derrida respecto a que
“el asesinato, el odio, designan todo lo que excluye lo cercano”.
¡No ! -dice usted remitiéndose a Schopenhauer y Freud- “es la proximidad la que nos hace
explotar de odio”
¿Por qué al revés ? ¿Qué significa “lejano” y qué “cercano” ? ¿Por qué lo cercano, lo
amoroso, lo hospitalario, nos haría “explotar de odio” ? Volvemos a lo filial : ¿es la madre, el
hijo, el amigo, los que nos producen odio ?
Por lo común no es así.
Los nazis asesinaron a los judíos por la “lejanía” de una raza, de una historia, y no por
considerarlos sus prójimos o sus iguales.
A renglón seguido establece otro apotegma : la ética no “puede postular un deber ser al
margen de lo que es”.
¿Cómo entender esto ?
Se trata del más categórico positivismo : así es, así son las cosas, ¡hay que respetar y
atenerse a “lo que es” !
Se mata, se explota, se persigue, y así es la realidad, por lo tanto postular un “deber ser”
que nos proyecte a algo distinto de lo que es constituye una idealización.
¿En consecuencia no se debe querer superar la realidad tal como es ?
¿Hay que recusar todo deber-ser diferente al deber-ser que rige a esta sociedad (capitalista)
? Esto sí que es abstracto y confuso, un extravío en aseveraciones puramente verbales y
contradictorias sobre el deber, sobre el ser, sobre lo dado y la lucha contra lo dado.
De nuevo la confusión entre empírico y trascendental.
En la nota 4 usted se vuelve especialista en teología negativa, aunque aclara que sólo
“elípticamente” (es decir, como de costumbre : de paso) puede referirse al tema (como si
uno dijera que sólo “elípticamente” se refiere al psicoanálisis o al marxismo).
Dice entonces que el “mérito” (¿elíptico ?) de dicha teología consiste en “agotar la
negatividad”.
¿Agotar ? ¿Qué negatividad ?
¿La misma negatividad que es el nervio último de la gran Lógica de Hegel ?
¿Agotar el Absoluto ?
¿Se puede agotar el Absoluto o se trata de una contradicción en sí ?
La imposibilidad precisamente de ese agotar lleva a la teología negativa directamente a la
paradoja, y ésta es el medio para un salir de sí que posibilita “tocar” a Dios.
¿Qué dirá usted, que se escandaliza de la frase “dios sin dios” (no puede pensar que se
trata de un imposible al que llamo dios cuando todo dios ha desaparecido y no queda ni la
posibilidad de un dios), al enfrentarse con la locura escrituraria de la teología negativa ?
Leer, por ejemplo, frases como estas : “ve adonde no puedes ir, mira donde no se puede
ver, escucha donde nada suene...” o “lo posible es más imposible que lo posible”.
Seguramente usted sostendrá que se trata de una confusión, sin querer entender que el
objetivo de la teología negativa es “aniquilar el lenguaje”, salir del lenguaje, el exceso que
significa el abandono de las palabras, o el más de todo lenguaje (y de todo todo).
La teología negativa no agota la negatividad sino que la abandona, no queda presa en la
negatividad infinita sino que da un “salto” (como plantea Heidegger) ; hacia dónde o hacia
qué es el salto, no es algo que quien salta lo sepa, porque no hay dónde ni qué, y
posiblemente lo que llamamos salto sea lo que llamamos “dios” cuando nadie salta hacia
nada pero sí hay “salto”.
El espacio de lo apofántico “desanuda” “las oposiciones de lo negativo y de lo positivo, del
ser y de la nada, de la cosa y de la no cosa” (yo subrayo).
A mi juicio esto, que es lo esencial, no se le pasa a usted por la cabeza porque
precisamente imagina todo lo contrario.
A. Silesius dice : “Debo ir al desierto más allá de Dios” (vale decir sin Dios, concepto del que
usted se burla atribuyéndomelo).
Dios, aquí, como “el nombre (¡siempre es un nombre !) de ese hundimiento sin fondo, de
esa desertificación sin fin del lenguaje” ( Juan L. Ortiz habló, me parece que en igual
sentido, de “la intemperie sin fin”).
Su último párrafo no tiene desperdicio.
Coloca, no se sabe a título de qué, “el piso de las ciudades modernas” por encima de la
“angelología”.
Una muestra, por lo menos, de desconocimiento de las perspectivas teóricas que abre el
estudio filosófico de la angelología (en "El ángel necesario" M. Cacciari habló detenidamente
de este tema y subrayó detenida-eruditamente la importancia de la angelología para el
pensamiento, eventualmente filosófico).
Después se remite a Santo Tomás para demostrar cuándo es lícito matar (¡Dios mío, qué
tiene que ver esto con un principio !).
Y entonces, en función del santo, pero en oposición al mandato bíblico, establece un nuevo
apotegma, que enuncia así : todo precepto ético está en un “contexto de reversión
condicional” (o excepción) : no se puede robar, pero... antes de morirme de hambre puedo
robar un pan ; no se puede matar, pero... puedo matar en defensa propia, de la Patria, del
Comunismo, o de lo que sea...
¡Vaya con el descubrimiento ! Sin embargo el viejo Kant dijo (con perdón de Grüner, quien
se refiere despectivamente a los “kantianos”) : un principio es trascendental (lamento tener
que repetirme), en tanto que el acto es empírico (la desgracia es que lo trascendental
constituye la posibilidad de lo empírico, sin que sean, por otra parte, ontológicamente
diferentes, pues las diferencias pertenecen al orden del diaférein o de la “multiplicidad del
mundo”).
Esto equivale a decir que no puedo establecer como principio el robar o el matar (en
algunos fragmentos del Opus Postumum el “principio” es equiparado con Dios mismo).
¿O usted piensa que sí ?
Por supuesto que toda ética, digamos en su cara empírica, es agonística, conflictiva, feroz...
; pero la otra cara, en cuanto fundante, es la posibilidad vacía de la ética en cuanto
empírica.
En caso contrario, digo, si el matar fuese un principio, la guerra de todos contra todos
impediría por disolución toda confianza o creencia, y, así, la propia existencia del hombre.
Esto no tiene nada que ver con una “moral de confesionario o de campus universitario”,
como dice usted socarronamente sin entender, o haciendo creer que está por sobre y más
allá de todos los problemas.
Por supuesto que lo empírico es el mundo del hombre en su infinita variedad, y que en él
está puesto el cuerpo concreto de cada uno, y está puesto, a veces, hasta la muerte.
¿O cree que la carta que comenta fue un juego retórico y no un acto de respuesta a algo
vivo ?
En su referencia a Kant no advierte que éste, en su célebre respuesta a B. Constand estaba
dando un ejemplo in extremis para que su interlocutor entendiera el significado del concepto
trascendental (me atrevería a sostener que el eje alrededor del que gira el Opus postumum
es específicamente este tema que usted intenta ridiculizar).
No se trata de decidir “no mentir”, de un no-mentir psicológico, sino de la imposibilidad de
convertir a la mentira en principio.
Enunciar como principio el mentir implicaría, lo mismo que el matar, la inexistencia de la
sociedad.
De allí que no se deba mentir (principio) aunque se mienta (empiria).
¿O cree que Kant ignoraba que se miente ? ¿No ha pensado entonces qué quería decir Kant
cuando se negaba a convertir la mentira en principio y afirmaba que siempre hay que decir
la verdad pues una sola excepción, en cuanto principio, haría que el principio caiga ?
Es imposible sostener aún que “toda la vida de Kant transcurrió en una apacible convivencia
con el poder terreno”, ya que Kant se enfrentó con el poder terreno encarnado, nada
menos, que en la persona del Rey, por lo que se le obligó a no publicar ni transmitir sus
ideas en la cátedra.
¿O usted piensa que Kant hubiera tenido que crear un grupo revolucionario ?
Según su criterio ¿qué calificativos merecerían Schiller, Goethe, Novalis, Schelling, Hegel...
?
Sobre la vida de Kant hablan sus obras, la intensidad inaudita de sus obras.
¿O vamos a seguir repitiendo como loros las anécdotas sobre su “puntualidad” proverbial,
etc. ?
Luego de ponerlo en su lugar a Kant y, como siempre, de pasada, viene su referencia a
Wittgenstein.
Parece que éste habría “presentido” (¿ ?) su -de usted- nuevo apotegma : la fuerza de la
ética reside en la enunciación, no en el enunciado.
Claro, porque sin interlocutores no habría lenguaje, y es cierto que el enunciado implica o se
sublima en la enunciación (pero yo, derridianamente, le preguntaría dos cosas : a) ¿no cree
que mantener la división enunciación/enunciado o significante/significado implica mantener
la metafísica, pues la metafísica es división jerarquizada ? ; b) ¿no se da cuenta que nada
de esto viene a cuento, salvo que trate de hacer una exhibición narcisista de sus
conocimientos, como lo es su referencia, de pasada, a la fronesis aristotélica y al kairós
místico ?).
“Debe haber principios –afirma- pero ellos desaparecen absorbidos por la fronesis de lo
singular...”.
Yo diría que no desaparecen, no pueden desaparecer sin arrastrar la estructura total de lo
humano, sino que se subsumen en lo “singular” (¡pero teniendo en cuenta que lo singular
no es singular, y que el “subsumen” se realiza sobre la base de una homoiosis ontológica
previa).
No hay dos cosas.
Considerar lo general y lo singular como cosas, entes o seres, separados, es el hecho
metafísico por excelencia.
Pura metafísica.
En lo llamado singular (la fronesis, como usted dice) se encuentra lo llamado general (lo
general, como la Idea, aparece como medio unitivo por necesidad de la cosa misma).
Volvemos así a la interpretación idealista de la esencia y la apariencia, del fenómeno y del
noumeno mal entendidos, como señaló Heidegger en su libro sobre Kant.
Dice : “...no puedo elevar el ‘no matarás’ a principio... porque hay ocasiones...”.Pero : a) no
es usted quien “eleva” el no matarás a principio, sino que el no matarás es lo que llamamos
un principio ; b) las que llama “ocasiones” son...¡empíricas !
Después sostiene que “la muerte de los hombres es un mal necesario”, ¿pero por qué y
cuándo es necesario ? ¿cuando muere por causas naturales o cuando muere mediante
guerras, asesinatos o torturas ?
La pregunta parece capciosa, pero como a continuación habla de “guerras justas...” donde
las muertes parecen necesarias y, según en el bando en que uno se sitúe, parecen justas,
se vuelve obligatorio precisar los conceptos.
¿Justas para quién ? ¿Quién decide cuando una guerra es justa ? ¿Habrá guerras justas ?
¿La guerra de las Malvinas fue justa ? ¿La primera y segunda guerra mundial, las guerras de
religión, la conquista de América, fueron justas ?
¿De qué estamos hablando ?
Pero estas guerras, pese a todo, en su gravedad trágica, no invalidan el ‘no matarás’.
Es en medio del terror homicida que el no-matarás adquiere más que nunca su valor
trascendente y trascendental...
Ningún hombre es un medio que sirve para otra cosa sino que es un “fin en sí mismo” ; o
acaso ¿usted cree lo contrario ?
Lo cual no quiere decir que todos los hombres sean empíricamente iguales.
Somos iguales y no somos iguales.
Hay que repetirlo hasta que entre, m+a ma, m+a ma : mamá.
Así de simple.
Usted dice que “la suprema tentación” es la de “tener al otro en un puño y ser, aunque sea
por un instante, dueños de su existencia” es decir, ser el Amo.
Dejando de lado la dialéctica hegeliana del amo y del esclavo, y también toda reminiscencia
sadiana, yo le pregunto ¿la “suprema tentación” de quién ?
Además ¿por qué el hecho de eliminar o superar esta infernal “tentación” nos llevaría a “la
crueldad que cree saber cuál es el verdadero Bien” ?
¿Es que acaso no cuentan los mansos, los “pobres de espíritu, los “idiotas”, los pacíficos, los
amantes ?
¿No cuentan el budismo, el judaísmo, el cristianismo ?
Luego dice que se mata al hombre “porque es sagrado”, y que, en consecuencia, convendría
“desacralizarlo”.
Debo confesarle que esto no me parece “evidente”.
Lo evidente, a mi juicio, es que al hombre se lo mata por mil distintas “razones” pero no
porque sea sagrado.
Los nazis, por ejemplo, no mataron a los judíos porque los consideraran sagrados sino por
considerarlos alimañas.
El ejército argentino torturó y asesinó a miles de hombres y mujeres por considerarlos
enemigos apátridas, ateos, rebeldes, subversivos y no por considerarlos “sagrados”.
No creo que haya ejemplos que puedan contradecir su discurso si considera que al hombre
se lo mata por ser sagrado.
Pero en este caso falta que aclare lo que entiende por sagrado.
Sagrado quiere decir, a mi entender, comunidad irrelativa y no omnipotencia subjetiva, o,
tal vez, lo contrario de toda potencia, de todo poder, la entrega, el abandono total al ser del
otro “hombre”.
Sagrado es el hombre cuando no es considerado un medio sino que se asume como fin
absoluto (en esto no puedo sino remitirme a Kant).
Sagrado (es) (tachado) el hombre en cuanto hay-presencia absoluta sin sujeto y sin objeto.
El hombre no es un medio, un instrumento, ni de los otros hombres, ni de Dios ni del Ser.
Es manifestación y donación pura, es decir, sin donante y sin donatario, por eso se abre la
posibilidad de decir que no-es.
Desde el primero al último de los hombres somos eso sin ser, un interior-exterior, un
exterior-interior, sin exterior ni interior, o vacío donde sólo hay el hay, no cosas sino el puro
hay sin fundamento onto-teo-lógico.
Para usted desacralizar significa laicizar, vale decir, en última instancia y al margen de sus
“buenas intenciones”, someter al hombre a la alienación y la reificación creciente del
Sistema, hacerlo girar en la metafísica y sus depredaciones religiosas, laicas, humanistas,
científicas, militares (digo, pese a lo que usted diga, y esto habla de la fuerza de la palabra,
fuera o al margen de la intención).
Lo que llamo sacralidad del hombre o intento de totalidad pasiva de la llamada auto-
conciencia en cuanto exceso-de-sí, es lo contrario de la conciencia exacerbada hasta la
omni-potencia como super-hombre (en realidad el superhombre es lo contrario del más-
allá-del-hombre : léase de este hombre investido onto-teológica-racionalmente, es decir,
como Ser, Dios o Razón, y, agrego, Voluntad de Poder).
Es obvio que hay diferencia entre matar a un hombre de un tiro y matarlo desollándolo vivo.
¿Alguien lo ignora ?
Pero agarrar un chico, atarlo y destrozarle la cabeza de un balazo, es lo mismo si lo hace
Santucho, el “comandante” Segundo, Videla o yo.
El común denominador es la muerte intencional.
El acto puro de matar unifica en la separación, hace igual lo diferente en el asesinato.

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