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El debate entre liberales y comunitaristas

¿Debe ser el Estado éticamente neutro?


Firmado por Manuel García de Madariaga

Fecha: 17 Abril 1996

La polémica entre liberales y comunitaristas se viene dando desde principios de


los años 80 en el ámbito anglosajón, aunque también han terciado pensadores
continentales. Un libro recién traducido al castellano (1) centra la discusión de
toda una década y aclara los términos generales del debate, que se extiende con
amplias ramificaciones a otros campos, como la ética o el derecho.

En esta época de transición que vivimos, esta polémica viene a ser un conflicto entre dos
tradiciones que se juegan el predominio futuro. Según esto, podríamos imaginar el debate
como un nuevo Lepanto que enfrenta distintas concepciones del hombre y de la sociedad,
esta vez en aguas del Atlántico Norte. El liberalismo, avanzadilla de la modernidad, es una
nave que surca pacíficamente el océano de las sociedades occidentales, una vez hundido
por su propio peso el enemigo marxista. Y el buque insignia de esa flota es -según los
autores del libro y muchos otros entendidos- la teoría de la justicia de John Rawls, que este
profesor de Harvard definió con el nombre más preciso de "justice as fairness" (justicia igual
a imparcialidad) en su conocida obra A Theory of Justice (1971).
Precisamente en Rawls se centra la discusión entre liberales y comunitaristas. En beneficio
de la claridad, los autores de la crónica de este debate, Stephen Mulhall y Alan Swift,
simplifican los problemas y acotan el amplio campo de discusión; pero lo hacen sin perjuicio
del rigor. No se trata de una descripción aséptica: los autores toman posición a favor del
liberalismo. Pero ejercen una honesta autocrítica y exponen fielmente los argumentos de la
parte contraria.

Velo de ignorancia

La justice as fairness de Rawls se estructura a partir de dos conceptos-clave: la "posición


original" y el "velo de ignorancia".
"Posición original" es aquella situación óptima, libre de prejuicios, en la que cualquiera debe
colocarse para poder participar de modo imparcial en los debates sobre la justicia.
El "velo de ignorancia" es una ficción que indica la disposición personal de los participantes
en los debates. Consiste en que dejan de lado todo aquello que en su vida pudiera suponer
una situación de ventaja o desventaja (los propios intereses, ideologías, concepciones de la
vida, etc.). Con este velo sobre los ojos se entra en la "posición original", donde todos
debaten como libres e iguales y que proporciona la capacidad fundamental para decidir una
justa distribución de bienes y derechos, así como de cargas y obligaciones.
Las tesis de Rawls implican que el Estado ha de ser neutral respecto a los valores, lo que
conduce a una postura antiperfeccionista: no es misión del Estado promover el bien, sino
sólo asegurar la convivencia.
Los representantes de la crítica comunitarista son, por orden de intervención, Michael
Sandel, Alasdair MacIntyre, Charles Taylor y Michael Walzer (2).

Sandel al abordaje

El primero en lanzarse al abordaje del buque liberal es Michael Sandel, el autor que más
centra la puntería en Rawls y el que comenzó a reclutar a otros bajo la bandera del
comunitarismo, en 1982. Sandel denuncia como errónea la concepción de persona que se
esconde tras el parapeto de Rawls. Tal idea, dice, elimina toda posibilidad de dotar a la
persona de fines propios y conduce a la incoherencia: si los tripulantes de la nave rawlsiana
negocian olvidándose de quiénes son, no serán capaces de reconocer el destino adonde se
dirigen.
Precisamente, según Sandel, esos fines de los que está dotada la persona han sido
suministrados por la comunidad de la que cada uno procede y de la que ahora se pretende
prescindir. Ahí radica el comunitarismo de Sandel, que le permite acusar a Rawls de
individualismo asocial, subjetivismo moral y ausencia de la declarada neutralidad. Si las
acusaciones de Sandel son ciertas, para Rawls ningún fin puede ser esencial para la persona
ni tampoco puede ella identificarse de modo profundo con aquellos que compartan sus fines,
lo cual conduce a la desintegración de la comunidad política.

MacIntyre: directo a la línea de flotación

Mulhall y Swift han procurado salvar por adelantado la heterogeneidad de los pensadores
que meten en el saco del comunitarismo. Lo hacen en especial con Alasdair MacIntyre,
siguiente autor que oponen a Rawls. Este polifacético escocés afincado en Duke University
rompe el molde con una crítica al liberalismo que es una enmienda a la totalidad, mientras
que los otros no hacen más que señalar los límites de esa ideología. Mulhall y Swift han
tomado al MacIntyre de Tras la virtud (After Virtue, 1981), pero han tenido muy poco en
cuenta sus escritos posteriores.
La primera crítica de MacIntyre es que Rawls está inexorablemente abocado a una
incoherencia sobre la moral que terminará por concebir al "yo" como emotivista: alguien
que valora sus acciones meramente por los sentimientos que le producen en cada
momento. Pero no es que -contra lo que afirman Mulhall y Swift- MacIntyre adjudique a
Rawls tal concepción explícita del "yo". Simplemente dice que, con las premisas de que
parte Rawls, no es posible presentar una oposición real a la amenaza, tan cercana en
nuestras sociedades, del emotivismo.
La conclusión es que Rawls no tiene una concepción adecuada de la persona y de la
moralidad de los actos humanos, concepción que MacIntyre encuentra en Aristóteles y en su
idea de naturaleza humana. Si falla la concepción de persona, el liberalismo incurre también
en individualismo asocial, subjetivismo moral y un falso antiperfeccionismo.

Taylor: fuego a discreción

La crítica de Charles Taylor, profesor de la Universidad McGill (Montreal), se centra en


aspectos hermenéuticos más que ontológicos. Se le asigna al comunitarismo por su idea de
que los seres humanos son "animales autointerpretativos": criaturas cuya identidad como
personas depende de su orientación y adhesión a concepciones del bien que derivan de la
matriz de su comunidad lingüística. Su principal acusación contra Rawls es la de hacer
primar las teorías sobre la justicia sobre las teorías sobre el bien, llegando a hacer de éstas
una cuestión de mero procedimiento.
El filósofo canadiense cree que una teoría puramente procedimental es incoherente cuando
se trata de cuestiones morales, donde los principios de racionalidad siempre están ligados
con la invocación de valores. De esto deduce que, en realidad, el liberalismo maneja sus
propios valores -"hiperbienes" los llama Taylor-, tales como la libertad de elección, la
negación de un orden objetivo del universo, la posibilidad de decidir los parámetros por los
que la propia vida se juzga buena o mala, etc. Critica abiertamente al liberalismo en todo
menos el universalismo; pero, a diferencia de MacIntyre, piensa que todavía la tradición de
la modernidad podría discurrir adecuadamente por otros derroteros.

Walzer: divide y vencerás


Michael Walzer se fija en el problema metodológico de la teoría política de Rawls. En
concreto, critica los aspectos distributivos de la justice as fairness, donde unos mismos
criterios sirven para todo tipo de bienes. Walzer niega esto, pues piensa que a cada tipo de
bienes corresponden sus propios criterios de distribución. Y ello, porque la comprensión del
valor de los distintos bienes varía de unos bienes a otros y de unas sociedades a otras. Se
trata de algo culturalmente condicionado -de ahí el comunitarismo de Walzer- y
dependiente, por tanto, del marco comunal donde surge.
Walzer acusa a Rawls de que, al equiparar todos los bienes sociales bajo unos mismos
principios, en realidad prima algunos de esos bienes sobre otros, encubriendo que los
principios que maneja son los adecuados a unos bienes concretos: los más valiosos para el
liberalismo. Por eso habla de "esferas de la justicia" -título de su principal obra-, o ámbitos
donde determinados principios de justicia son válidos sólo para determinados bienes y en
determinadas sociedades. Esto no quiere decir que no pueda haber principios
transculturales, pero éstos son reducidos a un mínimo; además, la aplicación de unos
mismos principios de una cultura a otra ha de venir por la persuasión y no por la imposición.

Rawls, el estratega

Frente a esas críticas, la defensa de Rawls no ha sido entrar directamente a deshacer los
argumentos de sus opositores, sino matizar su teoría adoptando una posición claramente
distinta.
Así, Rawls ha maniobrado en lugar de contraatacar. Responde que con la justice as fairness
no pretende hacer una teoría global de la justicia (para no decir "metafísica", usa el término
de teoría "comprehensiva": aquella que comprehende aspectos morales, religiosos, etc.).
Todo lo que afirma acerca de la justicia, asegura, es exclusivamente para el aspecto
político. Así, contra las críticas a su concepto de persona, él precisa que nunca ha
pretendido exponer uno de esos conceptos comprehensivos, sino que sólo le interesa la
"persona en cuanto ciudadano".
El buque insignia del liberalismo ha ocultado el flanco con este "giro político" y se ha puesto
a navegar en la misma dirección de sus críticos, al asumir los valores de la comunidad. En
efecto, si sus principios de justicia son expresión de las ideas propias de la sociedad
democrática liberal, pueden no ser válidos en otras sociedades. Pero -anota Rawls- en las
occidentales del siglo XX son las que mejor pueden justificarse públicamente. Y esta no es
una postura pragmática (no implica un criterio de mera constatación de una mayoría
sociológica en un momento dado), sino la que naturalmente han de mantener esas
sociedades de estructura democrática, al tender a su justificación pública racional. Es
importante resaltar que este giro de Rawls fuerza un tanto las afirmaciones que hizo en
1971, donde rezuman por todas partes las pretensiones de universalidad y neutralidad de
su teoría.
Así, ahora los ciudadanos sólo se cubren con el "velo de ignorancia" en la esfera política, y
cada uno puede seguir teniendo en su vida privada sus propias concepciones
comprehensivas. Así dicen Mulhall y Swift: "Se puede esperar que la gente acepte que no es
apropiado utilizar el poder político para establecer sus puntos de vista comprehensivos,
aunque piensen que son los verdaderos, porque aceptan el valor principal de que una
sociedad sea públicamente justificable; una sociedad donde el poder coercitivo del Estado
no se use contra aquellos que son iguales y discrepan razonablemente de sus visiones
comprehensivas". Así, para Rawls, "sólo como ciudadanos nos concebimos a nosotros
mismos como libres de nuestros fines; capaces de revisar, en terrenos razonables, nuestras
particulares concepciones sobre el bien".

Dos principios en conflicto

Mulhall y Swift centran muy bien las posibles respuestas del bando comunitarista en el
futuro. Podrían replicar que no es posible aislar lo político. O bien, podrían apuntar a una
posible contradicción en Rawls: si lo que pretende es formular una tesis liberal de la
justificabilidad pública, entonces en realidad está dando prioridad a una doctrina
comprehensiva -cosa que niega-; pero pretende escapar de ahí afirmando que ceñirse a lo
político es lo deseable. Y esto, porque piensa que un acuerdo sobre las doctrinas
comprehensivas es, si no imposible -para no ser acusado de escéptico-, improbable. Pero
con esto reconoce implícitamente que sí sería posible el acuerdo en ciertos temas: ¿y cuál
es la razón en esos casos para no admitir el perfeccionismo del Estado?
Lo que ocurre es que los dos principios básicos de Rawls pueden entrar en contradicción: el
pluralismo como un hecho, por un lado, y el compromiso de la justificabilidad pública, por
otro. Y si -aunque sea en unos pocos valores básicos- se llega a principios públicamente
justificables en cuestiones comprehensivas, se da cabida a tales cuestiones en el aparato
del Estado.

Liberales al rescate

En este momento, dos refuerzos salen al rescate de Rawls: Richard Rorty, para intentar
poner un parche en la vía de agua abierta; Joseph Raz, para dotar de nuevas velas a Rawls
en la línea de adaptación a las críticas comunitaristas.
El irracionalismo liberal de Rorty no hace más que amotinar la nave. Las contradicciones
internas de su escepticismo acerca de cualquier tipo de teoría valorativa, le hacen incapaz
de corregir el rumbo del liberalismo y lo dejan a la deriva del sistema climático-cultural.
Rorty es liberal porque las sociedades que habitamos de hecho lo son: plantearse cuestiones
de valor, de deber ser, para él es un sinsentido, pues nunca podremos llegar a un acuerdo
racional sobre ellas. Así acentúa el principio de separación de lo político: puesto que no
podemos llegar a un acuerdo sobre el fondo, se conforma con un acuerdo sobre el
procedimiento.
Más simpatía muestran Mulhall y Switf por Raz. Este pretende dotar al liberalismo de nueva
fuerza afirmando que puede articularse como una teoría perfeccionista, es decir, sin
necesidad de separar el ámbito de lo político de los juicios sobre el valor de los modos de
vida particulares. Para ello, opta por corregir nada menos que el concepto liberal de
autonomía, afirmando que una vida autónoma sólo es valiosa si se gasta en la realización
de proyectos y en el establecimiento de relaciones aceptables y valiosos. El perfeccionismo
de Raz se basa en la definición de la vida buena, no como aquella que uno cree valiosa, sino
como la que de hecho lo es. El Estado puede intervenir para primar ciertos modos de vida y
excluir otros, aunque según ciertos principios, que incluyen la no imposición coercitiva.
Estos modos de vida buena son aprendidos y desarrollados dentro de la sociedad. De este
modo, Raz podría superar el conflicto entre antiperfeccionismo y justificabilidad pública,
para limitar el pluralismo, corregir la esquizofrenia entre los aspectos políticos y
comprehensivos y dotar a la autonomía liberal de un factor de determinación esencial. Lo
que mueve a preguntarse hasta qué punto es liberal su teoría.

MacIntyre responde

MacIntyre es el más difícil de los críticos del liberalismo. Aunque fue el primero que lanzó el
reto, su crítica llega mucho más lejos, poniendo en jaque a toda la tradición liberal, y no
sólo en materia de teoría política. Se niega a aceptar que se le asimile a los comunitaristas,
pues ve en ellos sólo una crítica superficial al liberalismo:
"Los comunitaristas contemporáneos, de los cuales me he distanciado netamente siempre
que he tenido ocasión, presentan sus propuestas como una contribución a la política del
Estado nacional. Donde los liberales se han caracterizado por insistir en que el gobierno
dentro del Estado nacional debe permanecer neutral ante las concepciones rivales del bien
humano, los comunitaristas contemporáneos han subrayado que tal gobierno debe dar
expresión a alguna visión compartida del bien humano, una visión definida por algún tipo de
comunidad. Cuando los liberales han recalcado que esas visiones compartidas del bien
deberían articularse a través de las actividades de asociaciones inferiores voluntarias, tales
como las constituidas por grupos religiosos, los comunitaristas han insistido en que la
nación misma a través de las instituciones del Estado nacional debería constituirse en buena
medida como una comunidad.
"En los Estados Unidos esto ha sido objeto de un debate dentro del Partido Demócrata, un
debate en el que, según creo, los comunitaristas han atacado a los liberales en un terreno
en el que los liberales estaban en lo cierto" (3).
MacIntyre parte de que toda la tradición liberal está basada en unos presupuestos filosóficos
que, al hacerla incapaz de formular una explicación adecuada de la acción humana,
conducen a la incoherencia moral y a un individualismo político ajeno al bien común. Y
opone a esa tradición la aristotélico-tomista, que llega a formular aspectos sustantivos del
bien más allá del mero dato cultural o sociológico.
El debate MacIntyre-Rawls se ha prolongado durante los últimos años en diferentes foros, y
el propio Stephen Mulhall ha sido uno de los paladines del profesor de Harvard. Ahora, la
estrategia de los liberales consiste en reconocerse como una tradición concreta,
renunciando a la neutralidad que se atribuían antes. Pero MacIntyre les sorprende con la
distinción entre tradición de investigación moral y tradición socio-cultural. Aunque los
investigadores morales liberales den ahora abiertamente sus señas, la tradición socio-
cultural liberal encubre, so capa de aparente neutralidad, desacuerdos fundamentales que la
llevan a la incoherencia y a la desintegración.
Pero ¿cómo puede el liberalismo ser, por un lado, la moralidad dominante y, por otro, ser
absolutamente incapaz de funcionar como una moralidad? MacIntyre ha respondido que los
liberales pactan el desacuerdo, que no es sino un truco para encubrirlo. Así, se da la
paradoja de que el liberalismo, como tradición de investigación moral, intenta dar
fundamento a las acciones humanas, sin conseguirlo; y, como tradición social -dominante
en nuestros días- finge que no pretende configurar las acciones, pero de hecho lo hace
severamente.

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