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El cantante puede ser un disfrazado mago hechicero. Este fue el caso de Jim
Morrison. Su mítico grupo musical de rock, The doors, nació con la impronta de aquel
verso de Blake: ¨Y si las puertas de la percepción se abrieran entonces veríamos la
realidad tal cual es: infinita¨.
Morrison fue algo más que un resplandor hipnótico en el escenario. Uno de sus
talentos menos difundidos consistió en su condición de libre pensador y poeta. Su
devenir por los fulgores y penumbras del pensar se inicia en su juventud. Recorre
entonces las páginas de Nietzsche, las Vidas de Plutarco, Rimbaud, el mencionado
Blake y los beatniks como Kerouac, Ginsberg y Ferlinghetti.
En 1969, con su verdadero nombre, James Douglas Morrison, publica The Lords y
The New creatures. En la primera obra mencionada, el pensar poético de Morrison
emana collares de reflexiones en los que el cine es un brillo destacado. Morrison danza
en torno a la imagen cinematográfica con agudas intuiciones. El cine nace para
compensar la ausencia de experiencias reales del hombre moderno. El cine es heredero
debilitado del chamán y su poder de viajar fuera de lo cotidiano y ser espectador de
otras realidades. Y lo cinematográfico es también continuidad de la alquimia.
Indaguemos entonces, desde este momento de Temakel, la singularidad del pensar de
un desaparecido hechicero respecto a las imágenes que bailan en una pantalla.