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intervención concreta aislada. El tratamiento médico que cura a un
niño de una enfermedad carencial aguda puede ser perfecto en sí,
pero ¿volverá el niño a sus anteriores condiciones de vida? ¿Qué
sucede con sus hermanos y hermanas? ¿Cómo es la alimentación de
la familia? ¿Cuál es la producción agrícola de la comunidad a la que
pertenece el niño? Si se desea lograr un avance, hay que hacerse
este tipo de preguntas que han de guiar nuestra acción. El acto
terapéutico aislado, aunque se repita muchas veces, es
antieconómico e ineficaz desde el punto de vista general del fomento
de la salud. Los reformadores del siglo XIX conocieron bien esta
situación.
Pero ¿qué sucedió en esos mismos países donde las reformas sociales
del siglo pasado desempeñaron un papel tan importante en el
fomento de la salud? Actualmente encontramos un sistema médico
descomunal y gigantescos establecimientos destinados al tratamiento
complicado de todas las dolencias imaginables, hasta el punto de
borrar la distinción entre la vida y la muerte. La atracción irresistible
de una tecnología avanzada se ha traducido en una preocupación
obsesiva por lo que yo llamaría las enfermedades marginales,
preocupación que equivale a una distorsión de la noción misma de la
salud como estado de bienestar físico, mental y social.
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grandes inversiones de capital, contribuye a acelerar estas
distorsiones con su orientación hacia el beneficio.
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rehidratación fueron eficaces y redujeron el número de defunciones.
Pero los centros de rehidratación eran caros y exigían personal
especializado; además los habitantes de aldeas alejadas tenían que
ser transportados hasta ellos. Los centros proyectaban una imagen
incompatible con la manera cómo la gente veía el problema: para
esos aldeanos la diarrea era sin duda algo desagradable, pero a la
que estaban totalmente habituados.
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que otra de la misma eficacia: las presiones venían en este caso de la
asociación médica nacional.
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médicos tienden a ser misteriosamente sibilinos. Sin embargo, el
público está descubriendo que muchos sufrimientos físicos, mentales
y sociales son inevitables y ese descubrimiento inspira desconfianza
en muchos de los sistemas médicos institucionalizados. La profesión
se está desprestigiando en muchos países. Pero tal vez esa misma
situación produzca un cambio; quizá se logre que prevalezca el
principio ético de procurar salud para todos; tal vez el médico del
futuro abandone la actitud de sanador con caracteres divinos y ocupe
el lugar que le corresponde como trabajador consagrado a la salud,
que enseña a sus pacientes a cuidar de sí mismos y a recurrir a él
sólo cuando necesitan la colaboración de un experto, que nunca
pierde de vista la salud de la comunidad y que ayuda a crear las
condiciones médicas, sociales y ambientales necesarias para que sus
pacientes no se enfermen. Aunque este tipo de médico pertenece a
una especie no extinguida por completo, sigue siendo un animal
bastante raro.
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Terminaré citando a un viajero llamado Robert Beverley, quien
escribió en 1708 a propósito de América: “Tienen la suerte de tener
muy pocos médicos y los que tienen emplean tan sólo remedios
sencillos, de los cuales sus bosques abundan sobremanera. Así
sucede que no son muchos los males que los aquejan y su cura es tan
conocida de todos que no hay sobrado misterio para hacer allí de la
medicina un oficio ganancioso, como hacen los eruditos en otros
países, para gran opresión del género humano.”