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Joaquín Pasos: un joven que nunca murió

Miguel Huezo Mixco

Es inevitable hablar de la muerte de Joaquín Pasos. Niño precoz y joven


iconoclasta, autor de ensayos, proclamas, ficciones y, sobre todo, de poemas,
murió más joven que Arthur Rimbaud y vivió unos pocos años más que Kurt
Cobain.

Por haber vivido poco tiempo, Pasos dejó de hacer cosas; por ejemplo: nunca
publicó un libro. Antes de morir dejó listo el título del que sería su único libro:
“Poemas de un Joven”. Cuando murió, sus amigos reunieron casi toda la
poesía suya que encontraron entre sus papeles o en los periódicos, y le
pusieron así.
Joaquín Pasos, que murió más joven que Rimbaud, nació en una comarca
favorecida con la existencia de la poesía. Descontando a Darío, algunos de los
mejores poetas en lengua española del siglo veinte nacieron allí. Por una
inexplicable razón, los poetas nicaragüenses, quizás por rebeldía, o hartos de
tanto prodigio, parecen haber perdido el oído.

Pero los nicaragüenses no son los únicos que padecen esta sordera. Pudimos
constatarlo, a principios de febrero, cuando decenas de malos poetas, algunos
genialmente malos, nos dimos cita en Granada para cantar como gallos
desafinados, leyendo malos, malísimos versos (algunos tan excepcionalmente
malos que merecerían publicarse).

Fuera de los aplausos, del lago y las bellezas de Granada, el mejor momento
de ese Festival fue la celebración privada de cada uno de nosotros cuando
tuvimos en nuestras manos la nueva edición del único libro de Joaquín Pasos
(Managua, 2005), que los organizadores colocaron subrepticiamente en las
mesillas de noche, con una botella de ron. Así, despertábamos en nuestras
habitaciones con ruido... de Pasos.

Decir que Joaquín Pasos comenzó a escribir este libro antes de su muerte es
una redundancia. Pero así fue. Los fuegos de la Segunda Guerra Mundial
estaban desatados. Pasos, que nunca fue a la guerra, se enteraba por los
periódicos. Tampoco necesitaba más. Él, que no viajó nunca, conocía el
mundo, el perro mundo. En poco más de 200 versos admirables, Pasos habla
de los estragos de la guerra, de la imposibilidad de la vida en medio de la
destrucción, y también de la estupidez de una humanidad que anhela ser
cuchillo.
“Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra, si es que llegáis a viejos, si es
que entonces quedó alguna piedra”, sentencia. En su poema, las “cosas”:
metales (el mimado oro, el hierro fiel, el noble plomo), la ametralladora
ardiente como un deseo, vidrios, puentes, piedras, animales y plantas— todo
parece haber sido aniquilado. Y está ausencia de lo inanimado vuelve más
honda la gran ausencia humana. “Vuestras casas de porcelana, vuestros trenes
de mica, vuestras lágrimas envueltas en celofán, vuestros corazones de
bakelita, vuestros risibles y hediondos pies de hule, todo se funde y corre al
llamado de guerra de las cosas”.

Pasos contempló horrorizado el triunfo de los Aliados. Se dice que esta fue la
verdadera enfermedad que lo mató. El 20 de enero de 1947, a los 34 años de
edad, agotado el cuerpo por su vida disipada, Joaquín Pasos bajó a la tumba
convertido en el joven que no murió nunca. Cuando el poeta Carlos Martínez
Rivas, miró pasar el féretro del amigo, derramando lágrimas de bencina y
alcohol, le dijo: “Redoblaremos nuestro rencor habitual...Tú, desde el Orco,
gallo, despiértanos”.

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