Sie sind auf Seite 1von 3

Perdonar para empezar a sanar

J. Enrique Cáceres-Arrieta

Una cálida mañana de agradable brisa tropical, la autora de mis días y yo


conversábamos en un lujoso hotel en el sur de América. No recuerdo
exactamente qué dije; el asunto es que ella esbozó una sonrisa y expresó una
frase que quedó dando vueltas en mi cabeza.
La ciudad era Cartagena de Indias y el año, 1999. Sin percatarnos, la
conversación se enfocó en el perdón. Mi madre aseveró que perdonar no es
olvidar porque si así fuese sufriríamos de amnesia. Recordé que muchos
hemos creído que perdonar es olvidar.
Después de esa plática, introspecciones y cavilaciones, dejé de creer que
perdonar es olvidar. Mi madre tiene razón porque perdonar no es olvidar sino
traer algo a la memoria pero sin dolor. Evocar palabras ajenas o lo que nos
hicieron sin querer torcerle el pescuezo al ofensor.
¿Cuál es la etimología de perdón o perdonar? En griego koiné es afesis y
denota despido, liberación. Perdonar es soltar o liberar al que dañó o dijo algo
indebido. Cuando perdono suelto el cuello al otro; le dejo libre. Además de
dañar emocional y físicamente, el resentimiento, el rencor y el odio producen
el efecto contrario deseado, porque mientras anidas emociones suicidas el
objeto repudiado vive indiferente.
No nos engañemos. Perdonar o pedir perdón cuesta pues el ego queda
malherido o se ensoberbece. Es complicado perdonar al que lesionó el honor,
afectó intereses o destruyó a un ser amado. Sin embargo, no hay cosa más
enrevesada que perdonarse uno mismo; aceptar que me equivoqué y liberarme
a fin de escapar de la prisión de gruesos barrotes llamada “perfección”.
Creencia narcisista que impele a pensar que somos omnisapientes e inerrantes.
Sin ser excusa para la insensibilidad al mal del prójimo y la mediocridad, vale
reconocer mi imperfección y perdonarme lo que hice o manifesté mal.
Antes de perdonar a otros, debo perdonarme a mí mismo. No hay garantía
de que una mujer viva conmigo toda la vida. Pero está cien por ciento
garantizado que viviré conmigo el resto de la vida. De modo que es imperioso
hacer las paces, primero, conmigo mismo.
Luego de perdonarme, debo perdonar a mis padres o tutores por lo malo
que hayan hecho o las locuras que en rabia me dijeron. Hay muchísimos hijos
resentidos y llenos de odio contra sus papás. Quizá los viejos estén tres metros
bajo tierra, pero mi Niño interior se ahoga en rabia y odio contra ellos. Es
tiempo de soltarles para sanar.
En otros es tal el daño que provocaron sus padres a su Niño interior, que
en la adultez les cuesta ver el perjuicio que les causaron; precisando que los
desmitifiquen para sentir y expresar lo que han reprimido (en general, es odio,
rabia, resentimiento) para sanar. Es una falacia que Dios condena por admitir
que sentimos resentimiento u odio por nuestros padres. Dios no espera
perfección de nosotros, pero sí honestidad y perdón. ¿Acaso no enseña el
Padrenuestro “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden”?
El perdón hacia mí y mis padres es cura de emociones. Si un progenitor o
los dos obraron mal, o abusaron de su hijo (o hijastro) sexual o
emocionalmente, es natural que haya rabia, odio y suma tristeza en el corazón
del niño de ayer, hoy adulto. Raro y preocupante sería la ausencia de
emociones; lo realmente importante es qué haré con ellas. Si una situación
vivida en mi niñez o adolescencia fija los términos de mi conducta hoy, sabido
es que emocional y sicológicamente estoy estancado. Todavía soy un niño o
adolescente aunque tenga cien años. ¿Permitiré que esas emociones suicidas
me destruyan? ¿Viviré amargado toda la vida? ¿O las sacaré canalizándolas
bien para sanar? Innumerables son las enfermedades físicas frutos de añejos
conflictos emocionales.
Por mi bienestar debo perdonar al agresor, aunque no haya reconocido sus
faltas, algo muy típico de gentes soberbias y pequeñas de espíritu. Como dice
el Dalai Lama, “si no perdonas por amor, perdona al menos por egoísmo, por
tu propio bienestar”. Es decir, si no quieres o no puedes perdonar -es natural
que no sientas amor por quien te dañó- hazlo por ti; por tu salud emocional.
Toca perdonar para sanar. Perdonar sin exponerme a que me vuelvan a
abusar. Pongamos límites sanos, no murallas. Si coloco un muro, no he
perdonado. “Te perdono, pero ya no será igual que antes” es la clásica
condición de quien no ha perdonado. Insisto, la primera divisa de perdón para
hacer efectiva es perdonarme a mí mismo. Perdonarme por errores cometidos
y aceptarme como soy.
Perdonémonos el pasado para vivir el presente, pues no soy culpable por
lo que de niño me pasó, pero soy responsable de mi sanación interior hoy.

El autor es periodista

Das könnte Ihnen auch gefallen