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FIESTA DEL BEATO MANUEL GONZÁLEZ

4 de enero

El lunes de la segunda semana de Navidad, 4 de


Enero, las Misioneras Eucarísticas de Nazaret
conmemoran a su Fundador, el Beato Manuel
González con el rango litúrgico de fiesta. En Sevilla
Málaga y Palencia se celebra con el de Memoria
Libre, y en Huelva con el de Memoria Obligatoria.
En este año 2010, la fiesta del Beato Manuel
González. no puede pasar desapercibida en Huelva ya
que es uno del los que, hace cien años, vivió en ella y
ejerció en ella su fecundo ministerio sacerdotal como
párroco de San Pedro y Arcipreste.Como ya hicimos
el año anterior, iremos glosando mes a mes los
principales acontecimientos de la Cronología del
Beato, especialmente, los que tuvieron lugar en
Huelva

El mes de enero fue especialmente


significativo en la cronologíoa de D. Manuel. El 25
de enero de 1908 inauguró las nuevas Escuelas del
Sagrado Corazón en el barrio de San Francisco de nuestra ciudad.
El 16 de enero de 1916 fue consagrado obispo en la catedral donde había sido seise, en
Sevilla, lugar de su nacimiento.
El 1 de enero de 1934 fundó la asociación de niños Reparación Infantil Eucarística.
El 1 de enero de 1937 fundó la revista infantil RE-IN-E.
El 4 de enero de 1940 murió santamente en el Sanatorio del Rosario en Madrid.
El 7 del mismo mes y año fue enterrado en la Capilla del Sagrario de Palencia, diócesis de la
que era obispo desde el 12 de octubre de 1935.
En la beatificación, el Santo Padre Juan Pablo II asignó su fiesta
al 4 de Enero, día de su nacimiento para el cielo.
BEATO MANUEL GONZÁLEZ, Obispo

Oficio del Común de Pastores, obispo.

SEGUNDA LECTURA

De los escritos del Beato Manuel González, obispo.


(«Aunque todos ...yo no». O.C.s I. Burgos 1998, pp. 16. 20-22. 24)
Mi primer Sagrario abandonado
Me ordené de sacerdote y pasado el primer cuarto de aquella
espiritualmente sabrosa luna de miel, me mandaron los superiores a dar
una misión a un pueblecito.
Fuime derecho al Sagrario de la restaurada iglesia en busca de alas a mis
casi caídos entusiasmos... y ¡qué Sagrario!
Un ventanuco como de un palmo cuadrado, con más telarañas que cristales,
dejaba entrar trabajosamente la luz de la calle con cuyo auxilio pude
distinguir una azul tétrico de añil, que cubría las paredes, dos velas que lo
mismo podían ser de sebo que de tierra o de las dos cosas juntas, unos
manteles con encajes de jirones y quemaduras y adornos de goterones
negros, una lámpara mugrienta goteando aceite sobre unas baldosas
pringosas, algunas más colgaduras de telarañas, ¡qué Sagrario, Dios mío! Y
qué esfuerzos tuvieron que hacer allí mi fe y mi valor para no volver a tomar
el burro del sacristán que aún estaba amarrado a los aldabones de la
puerta de la iglesia y salir corriendo para mi casa!
Pero no huí. Allí me quedé largo rato y allí encontré mi plan de misión y
alientos para llevarlo a cabo: pero sobre todo encontré...
Allí de rodillas ante aquel montón de harapos y suciedades, mi fe veía a
través de aquella puertecilla apolillada a un Jesús tan callado, tan paciente,
tan desairado, tan bueno, que me miraba ...sí, parecíame que después de
recorrer con su vista aquel desierto de almas, posaba su mirada entre triste y
suplicante, que me decía mucho y me pedía más, que me hacía llorar y
guardar al mismo tiempo las lágrimas para no afligirlo más, una mirada en la
que se reflejaba unas ganas infinitas de querer y una angustia infinita
también por no encontrar quien quisiera ser querido...
De mí sé deciros que aquella tarde en aquel rato de Sagrario yo entreví
para mi sacerdocio una ocupación en la que antes no había soñado y para
mis entusiasmos otra poesía que antes me era desconocida.
Ser cura de un pueblo que no quisiera a Jesucristo, para quererlo yo por
todo el pueblo, emplear mi sacerdocio en cuidar a Jesucristo en las
necesidades que su vida de Sagrario le ha creado, alimentarlo con mi
amor, calentarlo con mi presencia, entretenerlo con mi conversación,
defenderlo contra el abandono y la ingratitud, proporcionar desahogos a
su Corazón con mis santos Sacrificios, servirle de pies para llevarlo a donde
lo desean, de manos para dar limosna en su nombre aun a los que no lo
quieren, de boca para hablar de Él y consolar por Él y gritar a favor de Él
cuando se empeñen en no oírlo... hasta que lo oigan y lo sigan... ¡qué
hermoso sacerdocio!
Al poema pastoril en mis ensueños apostólicos del Seminario, había
sucedido de pronto la visión de una tragedia.
Sobre aquel cuadro todo luz, todo expansión, todo alegría de los pueblos
que yo creía cristianos y que por tanto tiempo había embelesado mi alma,
acababa de caer en una mancha roja como de sangre, que quitaba toda la
alegría del cuadro y apagaba toda la luz.
¡La Sangre que al Corazón más bueno de todos los buenos corazones de
padre le está haciendo brotar la herida más cruel y brutal de todos los
malos hijos! ¡Ay! Abandono del Sagrario, como te quedaste pegado a mi
alma!
¡Ay! ¡Qué claro me hiciste ver todo el mal que ahí salía y todo el bien que
por él dejaba de recibirse!
¡Ay! ¡Qué bien me diste a entender la definición de mi sacerdocio
haciéndome ver que un Sacerdote no es ni más ni menos que un hombre
elegido y consagrado a Dios para pelear contra el abandono del Sagrario!

RESPONSORIO Cf. Sal 63, 2.4.5.6; Jn 6, 53. 55


R/ Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo; mi alma está sedienta de ti; mi
carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. Tu gracia
vale más que la vida, te alabarán mis labios. Toda mi vida te bendeciré y
alzaré mis manos invocándote. * Me saciaré como de enjundia y de
manteca, y mis labios te alabarán jubilosos.
V/. Jesús les dijo: Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del
hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Mi carne es
verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. * Me saciaré.

LAUDES, VISPERAS Y MISA

Oración

Oh Dios, tú que concediste al beato Manuel, obispo, anunciar la


muerte y la resurrección de tu Hijo por medio de los sacramentos,
concede a tu pueblo que, siguiendo su ejemplo, sea en el mundo
fermento de santificación por la participación en el memorial de Cristo.
Por nuestro Señor Jesucristo.
LAS ESCUELAS DEL SAGRADO CORAZÓN

El día 25 de enero (fiesta de la Conversión de San Pablo) de 1908, el Cardenal Almaraz


bendijo e inauguró las Escuelas del Barrio de San Francisco.

Ildefonso Fernández Caballero

En el centro, edificio de la antigua Iglesia de San Francisco y Escuelas del Sagdo. Corazón

No se había cumplido aún el primer año de la llegada del Beato Manuel González a la
Parroquia de San Pedro. Le había conmovido profundamente “el espectáculo de centenares de
niños arrojados al arroyo”. En abril de 1906, empezó su primera aventura en el campo
escolar:“nos echamos a la calle a hacer unas escuelas muy grandes, muy buenas, muy cristianas y
absolutamente de balde para los niños pobres”.

¿Dónde encontrar el lugar mínimamente adecuado para tan urgente necesidad?


Una Real Orden de 24 de enero de 1823 había impuesto la supresión del convento
franciscano de Huelva, entre otros de la misma orden esparcidos desde antiguo por la provincia. A
partir de ese momento, una parte de los frailes se trasladó al convento de Moguer, mientras que
otros cuatro religiosos franciscanos permanecieron todavía en la casa de Huelva hasta 1834. El día
28 de agosto de 1835, el convento de San Francisco pasó finalmente de derecho y de hecho a
disposición de la Junta de Enajenación de Edificios y Conventos suprimidos. La iglesia, exceptuada
de la desamortización, permaneció abierta al culto y subsistió, con todos sus altares, imágenes,
pinturas y enseres, como ayuda de la parroquia de San Pedro.
Cuando don Manuel González llegó a Huelva, el templo de San Francisco estaba muy
deteriorado . Y la huerta del convento, desaparecida su vieja noria, se había convertido ya en plaza
del barrio.
Como solución de urgencia, Don Manuel habilitó para instalar las primeras aulas los
espacios de las capillas del lado del evangelio y el coro alto de la iglesia, y poco a poco los fue
ampliando. A mediados de julio de 1907 Don Manuel logró comprar dos casas anejas a la iglesia
de San Francisco y derribarlas para aumentar el número de clases. Tantos alfajores, “suspiros”,
tortas, bizcochos, yemas, “lágrimas de San Pedro”, golosinas y refrescos se hicieron y se vendieron
en la Huelva de hace un siglo para ayudar a comprar las casas y a sufragar las obras de adaptación
que don Manuel repetía: “Si se estrujaran las paredes de la escuela chorrearían almíbar”.

El día 25 de Enero (fiesta de la Conversión de San Pablo) de 1908, el Cardenal Almaraz


bendijo e inauguró las Escuelas. Estaba, por fin, el edificio. Faltaban los maestros. En un aparte del
acto inaugural don Manuel González preguntó a su colaborador don Manuel Siurot, ya entonces
prestigioso abogado y escritor brillante: “¿Dónde están los maestros, Dios mío? ¿Qué sabe usted
de maestros?”. Las palabras angustiadas del Arcipreste cayeron como semilla sobre tierra
preparada y fecunda. Siurot venía sintiendo como una llamada en lo más profundo de su corazón:
¡Los niños pobres te esperan! . Siurot formuló con otra pregunta la oblación que le comprometió
de por vida:¿Me quiere usted aceptar como maestro?. A partir de ese providencial momento, las
Escuelas del Sagrado Corazón, del Barrio de San Francisco son impensables sin don Manuel Siurot,
el otro yo de don Manuel González, como éste lo llamaba.
Don Manuel González escribe en el prólogo del libro de Siurot “Cada Maestrito”: «Él ha
dado a las escuelas de niños pobres su diaria asistencia personal a la clase como si fuera un maestro
de plantilla, y con esa asistencia ha dado y da a sus niños toda su inteligencia de genio (y ahora que
se fastidie su modestia y se ejercite en acciones de gracias a Dios) todo su corazón, y me consta que
lo tiene grande de verdad, toda su imaginación de poeta delicado y creador, toda la paciencia de su
alma, naturalmente impaciente, junto con toda la fuerza de sus pulmones, que no poca se necesita; y
hasta todo el gracejo de su carácter andaluz.
Y da todo eso no una semana por sport, ni un mes por vía de experiencia: da todo eso hoy,
mañana y pasado mañana y todos los días, a pesar de sus atenciones de abogado y padre de familia ,
a pesar de los reparos que , amigos, más buenos que prudentes, le hacen contra esa manía de
hacerse maestro de escuela pudiendo subir y hacer tanto por otros caminos, a pesar de la ingrata
prosa del constante machacar, que consigo lleva la profesión, y a pesar de todos los pesares D.
Manuel Siurot es, sin duda, el hombre de las Escuelas del Sagrado Corazón...»
Corría el año 1918 y todavía las Escuelas se ampliaban. El consagrado obispo Don Manuel
González había dejado Huelva camino de Málaga. Pero en el ánimo de don Manuel Siurot
permanecía aún clavado como una flecha el interrogante que el Arcipreste le dirigiera el día de la
inauguración de las Escuelas del Sagrado Corazón : «¿Dónde están los maestros, Dios mío? ¿qué
sabe usted de maestros?». Siurot había aprendido mucho de pedagogía y de maestros, contagiado
de las preocupaciones de don Manuel. El 15 de octubre, festividad de Santa Teresa, bajo la
dirección de don Manuel Siurot se emprendieron las obras para la construcción un Seminario de
Maestros, puesto bajo el patrocinio de la Virgen Milagrosa. El modesto edificio del Internado
gratuito para estudiantes de Magisterio se labró sobre un pequeño corral de la sacristía de la iglesia
de San Francisco, aneja a las Escuelas, y sobre algunas habitaciones de la misma sacristía. La
preocupación de Siurot por el modo de hacer frente al costo de la obra en aquel tiempo de penuria
era como se refleja en una carta dirigida por él a su amigo salesiano, P. Tognetti de la comunidad de
Utrera: «(...) El agobio de una obra superior a mis fuerzas, de un Internado de estudiantes de
Maestros pobres, gratuitos, ahora en su período de albañilería y busca de fondos, me tienen tan
preocupado y preocupan que no me queda espíritu ni para redactar una carta». El Internado
comenzó a funcionar el 15 de octubre de 1919, y de él salieron muchos maestros cristianos que han
sido expertos pedagogos y testigos de la fe en la escuela.

El edificio de la iglesia, las Escuelas del Sagrado Corazón y el Seminario de maestros del
barrio de San Francisco permaneció en pie después de la guerra de 1936 de la posterior operación
urbanística que abrió la que hoy es la Avenida de Martín Alonso Pinzón con la edificación del actual
Ayuntamiento. En la parte posterior de éste, completando manzana con él, quedaron todavía la
iglesia de los franciscanos y las Escuelas del Sagrado Corazón que habían sido amasadas con la
dulzura del almíbar y la amargura del sudor, y de no pocas decepciones, de don Manuel González y
don Manuel Siurot.

El 18 de junio de 1964, las Escuelas resultaban manifiestamente insuficientes. Los tiempos


cambian, y las nuevas exigencias pedagógicas demandaban ya un edificio nuevo. Para construirlo,
la Diócesis de Huelva, que fue creada en 1954, vendió a la Compañía de Jesús todo el conjunto de
iglesia y dependencias escolares. En septiembre del mismo año se demolieron las ya vetustas
edificaciones y sobre el solar de la iglesia franciscana y escuelas del Sagrado Corazón se
levantaron nueva iglesia y residencia de la Compañía, según proyecto y bajo la dirección del
arquitecto Francisco de la Corte. La casa residencia de los jesuitas fue inaugurada el año 1966, y la
nueva iglesia aneja permanece abierta al culto desde el 9 de junio de 1973.

Sobre el edificio, en el lateral donde se abre la puerta de esta iglesia que hace esquina con la
calle Palos, una sencilla lápida recuerda:”Don Manuel González García, Arcipreste de Huelva y
Obispo de Málaga y Palencia, fundó aquí las Escuelas del Sagrado Corazón de Jesús el 25-1-1908.
El Ayuntamiento y la Ciudad, en el primer centenario de su nacimiento le dedican este recuerdo y
homenaje. 25-2-77”.

La Iglesia de Huelva se siente depositaria del carisma de don Manuel González y de don
Manuel Siurot para educar en la fe a las nuevas generaciones en relación con la cultura de nuestro
tiempo y en el interior de la comunidad humana. Continúa siendo actual la urgente necesidad de
educar a los niños, promover la formación de educadores cristianos, renovar las formas de presencia
y de acción pastoral de la Iglesia en los centros de enseñanza, cuidar y alentar la vida cristiana y la
actividad de los profesores de religión, y acompañar a las asociaciones de educadores cristianos.

Desde su primer emplazamiento junto a la Iglesia de San Francisco, las Escuelas de don
Manuel González y de don Manuel Siurot han pasado por distintas sedes hasta que la Diócesis
terminó de construir un nuevo edificio sobre el solar adquirido el 27 de agosto de 1969 en la calle
Juan de Oñate, esquina con la avenida de Fray Junípero Serra.
Desde aquí, final y felizmente, han pasado a ocupar una parte importante del edificio del
Seminario. El Colegio Diocesano “Sagrado Corazón de Jesús” fue inaugurado oficialmente el 27 de
febrero de 1966 por el obispo de Huelva D. Ignacio Noguer Carmona. Pervive, pues, en Huelva la
institución creada por don Manuel González, dirigida y orientada por don Manuel Siurot. Así lo
recuerda el azulejo conmemorativo de la bendición: “Este Colegio Diocesano, en continuidad con
sus Escuelas, recoge el testigo de su ideal educativo con el compromiso de mantenerlo vivo y
operante en la educación de niños y jóvenes”.

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Con ocasión de la fiesta del Beato, como ya hice en Enero del año pasado, reproduzco la
evocación, que ya publiqué en El Granito de Arena, el año centenario de la venida de D.Manuel a
Huelva, 1905.

DOS BEATOS, Y HUELVA EN EL HORIZONTE

Estaban frente a frente a frente el Beato Marcelo Spínola y el Beato Manuel González.
Todavía no en el cielo, sino bajo el alto toldo azul celeste de los días soleados de finales de invierno
en Sevilla. Hace ahora un siglo. Empezaba a correr entonces el año 1905. En la solemne estancia de
Palacio, el arzobispo mendigo D. Marcelo Spínola miraba por el ventanal que da a la plaza de la
Virgen de los Reyes pero sus ojos oteaban desde allí a Huelva, la ciudad de los años de su juventud.
El señor marqués de Spínola, don Juan de Spínola y Osorno, había levantado su casa de Cádiz y
llegó a la «orilla de las tres carabelas» para hacerse cargo de la comandancia del puerto. Llegó allí
su hijo don Marcelo, fresca todavía la tinta de su diploma de licenciado en derecho, dispuesto a
inscribirse en el Colegio de Abogados y a poner una placa en la puerta de la casa de sus padres. De
estos fue Marcelo secretario y báculo. En el bufete que instaló acogía a pobres marineros o
agricultores, se interesaba por sus problemas, conocía de sus labios la Huelva profunda de la
segunda mitad del siglo XIX, y defendía las causas de quienes sabía que poco o nada podían pagar.
En el camino desde su casa hasta el sagrario de la iglesia de la Purísima Concepción iba incubando
«simpatías al estado eclesiástico». Y se preguntaba «¿no será esto efecto de mi soberbia, de mi
indomable orgullo, que me hacen ambicionar las distinciones, llamar la atención y atraer las
miradas de los hombres?».
Los ojos del arzobispo Spínola se elevaban desde la mesa de despacho al cielo de Sevilla,
mientras sus recuerdos de juventud navegaban hasta varar en Huelva, entre el Odiel y el Tinto. —
No; yo no le mando ir a Huelva; aquello está tan mal, y, lo que es peor, tan dividido entre los
pocos buenos... Estoy tan harto de probar procedimientos para mejorarlo sin obtenerlo, que me
he acordado de Vd. como última tentativa; al fin y al cabo Vd. es joven y, si se estrella en Huelva,
como lo temo, el mismo que lo lleva lo puede traer. Pero, repito, esto no es un mandato sino un
deseo.
Don Manuel González escuchaba atentamente a su arzobispo. Todavía no había cumplido
28 años. Pocos, para un encargo de tanta responsabilidad. Toda su vida había transcurrido en
Sevilla. Allí nació en la calle Vidrio, nº 22, junto a la Plaza de las Mercedarias, un domingo 25 de
enero de 1877. La toponimia urbana de su infancia y juventud dan testimonio de su sevillanía.
Bautizado en la parroquia de San Bartolomé, en sus primeros desplazamientos infantiles llega hasta
la Calzada y participa en la procesión de la Virgen de Valvanera, de la parroquia de San Benito.
Frecuentó escuelas en las calles de Céspedes, San José, Soledad y San Luis, y en este colegio, que
lleva el mismo nombre que la calle, recibió la primera comunión. En sus apuros y los de su familia
se encomienda a la Virgen de la Alegría de la parroquia de su bautismo y residencia. En la
infancia había soñado con tener una cartera, como la de los repartidores de correo, para llevar los
libros, un acordeón para explayar las aficiones musicales y un burro que le ayudara en sus ímpetus
andariegos. Se le ofreció en aquellos tiempos la posibilidad de comprar un burro por seis reales y
renunció a tenerlo porque su madre le hizo ver que ni siquiera seis reales valía.
Fue admitido como seise de la Catedral en el Colegio de San Miguel. Bailó cubierto ante el
santísimo en las solemnidades del Corpus y de la Inmaculada. En la procesión del Corpus le vieron
bailar en las plazas de San Francisco y del Salvador. Las sevillanísimas coplas de Miguel del Cid,
“Todo el mundo en general...” serían su plegaria a la Inmaculada hasta la fiesta anterior a su
muerte.
Ahora el arzobispo le situaba ante una de las primera encrucijadas decisivas de su vida y de
su ministerio. La ciudad de Huelva había alcanzado la cifra de 30.000 habitantes, aunque apenas si
era otra cosa que un enclave colonial para la explotación de los yacimientos mineros de la
provincia. Estaba marcada por el fuerte contraste entre la pobreza en que se debatían los naturales y
la opulencia de los colonizadores. Dos parroquias: la Mayor de San Pedro en la zona alta y antigua,
junto a las ruinas del castillo de los Pérez de Guzmán, condes de Niebla; y la de la Purísima
Concepción en el primer ensanche de la ciudad , buscando los bordes de la ría.
«¿–Quiere usted ir a Huelva?»
«–Yo voy volando a donde me mande mi prelado»...
—No, no; ahora se va Vd. a su casa y, durante tres días y con completa reserva de esta
conversación, madure este deseo mío delante de su Sagrario y vuelva después con su decisión.
—Espero, con la gracia de Dios, que dentro de tres días vendré aquí a decir a V. E. lo
mismo que ahora le digo.
Me despedí y ¡qué tres días pasé! ¡sin apenas dormir ni comer y con esfuerzos
sobrehumanos para conservar la buena cara y el buen humor!
¡Había oído hablar en todos los años de mis estudios tan mal de la situación religiosa en
Huelva...
Era la época de la Monarquía , entre los años del comienzo en 1902 del reinado de Alfonso
XIII, y del comienzo de la Dictadura de Primo de Rivera instaurada en septiembre de 1920.
El 4 de octubre de 1903 había comenzado el Pontificado de S. Pio X . El panorama de la
Iglesia de aquel tiempo marcaría la presencia y la acción pastoral de D. Manuel en Huelva, si es
que, como le propuso el arzobispo, se decidía a ir a la parroquia de San Pedro. Años de reforma
litúrgica, con la valoración del domingo, la reforma del misal, del breviario y de la música litúrgica,
y el acceso temprano de los niños a la primera comunión. Tiempos de renovación de la catequesis
impulsada por la encíclica «Acerbo nimis», de 15 de abril de 1905, y de inicio de la preocupación
por la participación orgánica de los seglares en el apostolado, que suscitó el 11 de junio del mismo
año la encíclica «Il fermo propósito».
Llegado el tercer día, me presenté de nuevo al señor Arzobispo.
—Sr., aquí me tiene para repetirle lo que le dije el otro día; ¿Cuando quiere que me vaya
a Huelva?
—Pero, ¿así? ¿tan decidido?
—Sí, señor; completamente decidido. Ahora, que, como a mi Prelado debo hablar como al
Jesús de mi Sagrario, debo decirle que me voy a Huelva tan decidido en mi voluntad como
contrariado en mi gusto.
—Me lo explico y no me extraña; espero que ese desprecio de su gusto, para abrazarse a
la voluntad del Prelado le ayudará mucho en su misión en Huelva. Sé que es Vd. muy joven para
un Arciprestazgo tan importante y para lo malo que está aquello; yo he vivido allí y lo conozco,
pero ¡no importa!
Vaya, pruebe y si no le va bien, se viene.
La puertas de este palacio siempre estarán abiertas para Vd.; y en mí siempre tiene un
Padre a quien le puede contar todo, que lo recibirá con los brazos abiertos ».1
«El 1 de marzo de 1905 –anota el mismo don Manuel–, fuí nombrado Cura Ecónomo de
san Pedro de Huelva; tomé posesión el día 9 del mismo. El 16 de junio del mismo año fuí
nombrado arcipreste». 2
Fue nombrado Cura ecónomo o regente porque el Cura propio, D. Manuel García Viejo,
vivía aún, aunque ya muy anciano y achacoso.
Al dar cuenta el Arzobispo a unos católicos onubenses del nombramiento que acababa de
hacer, les dijo: «Envío a Vds. una alhajita».

1 J. CAMPOS GILES El Obispo del Sagrario abandonado. Ed. El Granito de Arena, Palencia 1950, I p.86

2 ib. p.89

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