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4 de enero
SEGUNDA LECTURA
Oración
En el centro, edificio de la antigua Iglesia de San Francisco y Escuelas del Sagdo. Corazón
No se había cumplido aún el primer año de la llegada del Beato Manuel González a la
Parroquia de San Pedro. Le había conmovido profundamente “el espectáculo de centenares de
niños arrojados al arroyo”. En abril de 1906, empezó su primera aventura en el campo
escolar:“nos echamos a la calle a hacer unas escuelas muy grandes, muy buenas, muy cristianas y
absolutamente de balde para los niños pobres”.
El edificio de la iglesia, las Escuelas del Sagrado Corazón y el Seminario de maestros del
barrio de San Francisco permaneció en pie después de la guerra de 1936 de la posterior operación
urbanística que abrió la que hoy es la Avenida de Martín Alonso Pinzón con la edificación del actual
Ayuntamiento. En la parte posterior de éste, completando manzana con él, quedaron todavía la
iglesia de los franciscanos y las Escuelas del Sagrado Corazón que habían sido amasadas con la
dulzura del almíbar y la amargura del sudor, y de no pocas decepciones, de don Manuel González y
don Manuel Siurot.
Sobre el edificio, en el lateral donde se abre la puerta de esta iglesia que hace esquina con la
calle Palos, una sencilla lápida recuerda:”Don Manuel González García, Arcipreste de Huelva y
Obispo de Málaga y Palencia, fundó aquí las Escuelas del Sagrado Corazón de Jesús el 25-1-1908.
El Ayuntamiento y la Ciudad, en el primer centenario de su nacimiento le dedican este recuerdo y
homenaje. 25-2-77”.
La Iglesia de Huelva se siente depositaria del carisma de don Manuel González y de don
Manuel Siurot para educar en la fe a las nuevas generaciones en relación con la cultura de nuestro
tiempo y en el interior de la comunidad humana. Continúa siendo actual la urgente necesidad de
educar a los niños, promover la formación de educadores cristianos, renovar las formas de presencia
y de acción pastoral de la Iglesia en los centros de enseñanza, cuidar y alentar la vida cristiana y la
actividad de los profesores de religión, y acompañar a las asociaciones de educadores cristianos.
Desde su primer emplazamiento junto a la Iglesia de San Francisco, las Escuelas de don
Manuel González y de don Manuel Siurot han pasado por distintas sedes hasta que la Diócesis
terminó de construir un nuevo edificio sobre el solar adquirido el 27 de agosto de 1969 en la calle
Juan de Oñate, esquina con la avenida de Fray Junípero Serra.
Desde aquí, final y felizmente, han pasado a ocupar una parte importante del edificio del
Seminario. El Colegio Diocesano “Sagrado Corazón de Jesús” fue inaugurado oficialmente el 27 de
febrero de 1966 por el obispo de Huelva D. Ignacio Noguer Carmona. Pervive, pues, en Huelva la
institución creada por don Manuel González, dirigida y orientada por don Manuel Siurot. Así lo
recuerda el azulejo conmemorativo de la bendición: “Este Colegio Diocesano, en continuidad con
sus Escuelas, recoge el testigo de su ideal educativo con el compromiso de mantenerlo vivo y
operante en la educación de niños y jóvenes”.
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Con ocasión de la fiesta del Beato, como ya hice en Enero del año pasado, reproduzco la
evocación, que ya publiqué en El Granito de Arena, el año centenario de la venida de D.Manuel a
Huelva, 1905.
Estaban frente a frente a frente el Beato Marcelo Spínola y el Beato Manuel González.
Todavía no en el cielo, sino bajo el alto toldo azul celeste de los días soleados de finales de invierno
en Sevilla. Hace ahora un siglo. Empezaba a correr entonces el año 1905. En la solemne estancia de
Palacio, el arzobispo mendigo D. Marcelo Spínola miraba por el ventanal que da a la plaza de la
Virgen de los Reyes pero sus ojos oteaban desde allí a Huelva, la ciudad de los años de su juventud.
El señor marqués de Spínola, don Juan de Spínola y Osorno, había levantado su casa de Cádiz y
llegó a la «orilla de las tres carabelas» para hacerse cargo de la comandancia del puerto. Llegó allí
su hijo don Marcelo, fresca todavía la tinta de su diploma de licenciado en derecho, dispuesto a
inscribirse en el Colegio de Abogados y a poner una placa en la puerta de la casa de sus padres. De
estos fue Marcelo secretario y báculo. En el bufete que instaló acogía a pobres marineros o
agricultores, se interesaba por sus problemas, conocía de sus labios la Huelva profunda de la
segunda mitad del siglo XIX, y defendía las causas de quienes sabía que poco o nada podían pagar.
En el camino desde su casa hasta el sagrario de la iglesia de la Purísima Concepción iba incubando
«simpatías al estado eclesiástico». Y se preguntaba «¿no será esto efecto de mi soberbia, de mi
indomable orgullo, que me hacen ambicionar las distinciones, llamar la atención y atraer las
miradas de los hombres?».
Los ojos del arzobispo Spínola se elevaban desde la mesa de despacho al cielo de Sevilla,
mientras sus recuerdos de juventud navegaban hasta varar en Huelva, entre el Odiel y el Tinto. —
No; yo no le mando ir a Huelva; aquello está tan mal, y, lo que es peor, tan dividido entre los
pocos buenos... Estoy tan harto de probar procedimientos para mejorarlo sin obtenerlo, que me
he acordado de Vd. como última tentativa; al fin y al cabo Vd. es joven y, si se estrella en Huelva,
como lo temo, el mismo que lo lleva lo puede traer. Pero, repito, esto no es un mandato sino un
deseo.
Don Manuel González escuchaba atentamente a su arzobispo. Todavía no había cumplido
28 años. Pocos, para un encargo de tanta responsabilidad. Toda su vida había transcurrido en
Sevilla. Allí nació en la calle Vidrio, nº 22, junto a la Plaza de las Mercedarias, un domingo 25 de
enero de 1877. La toponimia urbana de su infancia y juventud dan testimonio de su sevillanía.
Bautizado en la parroquia de San Bartolomé, en sus primeros desplazamientos infantiles llega hasta
la Calzada y participa en la procesión de la Virgen de Valvanera, de la parroquia de San Benito.
Frecuentó escuelas en las calles de Céspedes, San José, Soledad y San Luis, y en este colegio, que
lleva el mismo nombre que la calle, recibió la primera comunión. En sus apuros y los de su familia
se encomienda a la Virgen de la Alegría de la parroquia de su bautismo y residencia. En la
infancia había soñado con tener una cartera, como la de los repartidores de correo, para llevar los
libros, un acordeón para explayar las aficiones musicales y un burro que le ayudara en sus ímpetus
andariegos. Se le ofreció en aquellos tiempos la posibilidad de comprar un burro por seis reales y
renunció a tenerlo porque su madre le hizo ver que ni siquiera seis reales valía.
Fue admitido como seise de la Catedral en el Colegio de San Miguel. Bailó cubierto ante el
santísimo en las solemnidades del Corpus y de la Inmaculada. En la procesión del Corpus le vieron
bailar en las plazas de San Francisco y del Salvador. Las sevillanísimas coplas de Miguel del Cid,
“Todo el mundo en general...” serían su plegaria a la Inmaculada hasta la fiesta anterior a su
muerte.
Ahora el arzobispo le situaba ante una de las primera encrucijadas decisivas de su vida y de
su ministerio. La ciudad de Huelva había alcanzado la cifra de 30.000 habitantes, aunque apenas si
era otra cosa que un enclave colonial para la explotación de los yacimientos mineros de la
provincia. Estaba marcada por el fuerte contraste entre la pobreza en que se debatían los naturales y
la opulencia de los colonizadores. Dos parroquias: la Mayor de San Pedro en la zona alta y antigua,
junto a las ruinas del castillo de los Pérez de Guzmán, condes de Niebla; y la de la Purísima
Concepción en el primer ensanche de la ciudad , buscando los bordes de la ría.
«¿–Quiere usted ir a Huelva?»
«–Yo voy volando a donde me mande mi prelado»...
—No, no; ahora se va Vd. a su casa y, durante tres días y con completa reserva de esta
conversación, madure este deseo mío delante de su Sagrario y vuelva después con su decisión.
—Espero, con la gracia de Dios, que dentro de tres días vendré aquí a decir a V. E. lo
mismo que ahora le digo.
Me despedí y ¡qué tres días pasé! ¡sin apenas dormir ni comer y con esfuerzos
sobrehumanos para conservar la buena cara y el buen humor!
¡Había oído hablar en todos los años de mis estudios tan mal de la situación religiosa en
Huelva...
Era la época de la Monarquía , entre los años del comienzo en 1902 del reinado de Alfonso
XIII, y del comienzo de la Dictadura de Primo de Rivera instaurada en septiembre de 1920.
El 4 de octubre de 1903 había comenzado el Pontificado de S. Pio X . El panorama de la
Iglesia de aquel tiempo marcaría la presencia y la acción pastoral de D. Manuel en Huelva, si es
que, como le propuso el arzobispo, se decidía a ir a la parroquia de San Pedro. Años de reforma
litúrgica, con la valoración del domingo, la reforma del misal, del breviario y de la música litúrgica,
y el acceso temprano de los niños a la primera comunión. Tiempos de renovación de la catequesis
impulsada por la encíclica «Acerbo nimis», de 15 de abril de 1905, y de inicio de la preocupación
por la participación orgánica de los seglares en el apostolado, que suscitó el 11 de junio del mismo
año la encíclica «Il fermo propósito».
Llegado el tercer día, me presenté de nuevo al señor Arzobispo.
—Sr., aquí me tiene para repetirle lo que le dije el otro día; ¿Cuando quiere que me vaya
a Huelva?
—Pero, ¿así? ¿tan decidido?
—Sí, señor; completamente decidido. Ahora, que, como a mi Prelado debo hablar como al
Jesús de mi Sagrario, debo decirle que me voy a Huelva tan decidido en mi voluntad como
contrariado en mi gusto.
—Me lo explico y no me extraña; espero que ese desprecio de su gusto, para abrazarse a
la voluntad del Prelado le ayudará mucho en su misión en Huelva. Sé que es Vd. muy joven para
un Arciprestazgo tan importante y para lo malo que está aquello; yo he vivido allí y lo conozco,
pero ¡no importa!
Vaya, pruebe y si no le va bien, se viene.
La puertas de este palacio siempre estarán abiertas para Vd.; y en mí siempre tiene un
Padre a quien le puede contar todo, que lo recibirá con los brazos abiertos ».1
«El 1 de marzo de 1905 –anota el mismo don Manuel–, fuí nombrado Cura Ecónomo de
san Pedro de Huelva; tomé posesión el día 9 del mismo. El 16 de junio del mismo año fuí
nombrado arcipreste». 2
Fue nombrado Cura ecónomo o regente porque el Cura propio, D. Manuel García Viejo,
vivía aún, aunque ya muy anciano y achacoso.
Al dar cuenta el Arzobispo a unos católicos onubenses del nombramiento que acababa de
hacer, les dijo: «Envío a Vds. una alhajita».
1 J. CAMPOS GILES El Obispo del Sagrario abandonado. Ed. El Granito de Arena, Palencia 1950, I p.86
2 ib. p.89