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En los cimientos de esa patria se inspiró Manuel Méndez Ballester al retratar las penurias
que vivieron nuestros indios a través del proceso de conquista y colonización que se inició en el
año 1493 cuando Cristóbal Colón descubrió a Puerto Rico en su segundo viaje. España, que tenía
sed de expandir su dominio, no se inmutó en colonizar a Puerto Rico y hacerlo parte de su
territorio. Debido a esto, la población taína fue expuesta a cambios despiadados; ellos que
estaban constituidos en algo que podría denominar como una estructura social comunitaria,
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pasaron a un régimen en el cual eran propiedad de personas ajenas. Puerto Rico era para los
españoles una mina de oro, la cual con la esclavitud de los indios podrían explotar al máximo.
Este abuso sin precedentes dio partida a la extinción de la raza taína. Los españoles, que estaban
sedientos de riqueza, trajeron negros africanos. Los africanos, adaptados a una naturaleza más
agreste que los taínos, resultaron ser más resistentes al sistema de esclavitud. Todo este proceso
y crítica social acerca de la colonización la podemos presenciar en la novela de Méndez Ballester
Isla Cerrera (1937). Es a través de la voz del viejo Cayán, un indio octogenario, por la que nos
enteramos del proceso de desintegración degradante al cual fue sometido no sólo el indígena,
sino nuestra naturaleza virgen y cerril cuando expresa: "Llegó el blanco y perdimos el conuco,
el bohío y los montes”. Cayán nunca entrega su corazón al invasor; defiende los intereses de su
raza y alienta la rebelión en el ánimo de sus hermanos indígenas. Hoy, hace falta que el espíritu
de Cayán se despierte en el ánimo de los puertorriqueños para vencer, no a nuestros semejantes,
sino todos aquellos males sociales que nos invaden, nos conquistan, nos colonizan y van
socavando los valores de un pueblo noble y puro de la misma manera que se destruyó el conuco,
el bohío y los montes. Es un desafío para aquellos que saben, como Méndez Ballester, que la
vida fácil nunca nos llevará a la tierra prometida y que de la misma manera en que la tierra
cerrera se resiste al invasor, así mismo deberíamos resistirnos a actuar motivados por la ambición
y el egoísmo o por los feroces ataques de la falta de amor, usurpadores de nuestra identidad y de
nuestra paz.
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nuestros jíbaros. A la desesperanza se suma el tema de la mujer mancillada y maltratada que
grita pidiendo ayuda, el crimen, la venganza y el suicidio. Rosa, jovencita llena de vida y
sueños, dentro de aquel lodazal, termina deshonrada, con su honor mancillado. Su madre se
suicida después del asesinato de su hijo y de que su esposo se entregara a las autoridades
judiciales, no sin antes cumplir su venganza al matar al violador. Expresa Josefina Rivera de
Álvarez que en esta obra Méndez Ballester “hace de los personajes víctimas de las condiciones
sociales, hundiéndose poco a poco en el sumidero que es su medio ambiente”.
Hoy día las consecuencias del tiempo muerto son el ocio, el mal ejemplo de nuestros
mayores y de aquellos que deberían dejarnos en herencia una patria llena de esperanzas. Las
estadísticas de violencia contra la mujer, asesinatos y corrupción en las instituciones sociales son
alarmantes. Sin embargo, es tiempo de levantarnos ante la infección que destruye la esperanza
boricua y decir, igual que Ricardo de Boadilla le expresó a su amada en Isla cerrera: “–
Guimazoa, volveré de nuevo cuando florezcan los flamboyanes. Fijaos en lo hermoso que están
los que sembramos –y Ricardo permaneció mudo, observando la ofrenda bermeja de los
flamboyanes sobre el altozano, sin atreverse a violar con sus palabras la virginidad de aquella
emoción que antes nunca sintiera.” Los flamboyanes se tardan años en florecer, pero tenemos
que sembrarlos con la ilusión de que florecerán. Ese mensaje del escritor debe llenarnos de
confianza en que aunque no podamos resolver nuestra situaciones sociales en un abrir y cerrar de
ojos, debemos continuar sembrando la buena semilla de los valores morales y espirituales, de la
educación y del trabajo digno para que den fruto, no importa el tiempo que nos tome lograr que
florezcan.
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Nueva York llamado el “Harlem neoyorquino” y donde se puede apreciar que fuerzas externas
sociales tratan de corromper la identidad del puertorriqueño. Henríquez Ureña asegura que esta
obra es un resumen acerca de los cambios histórico-sociales a los cuales hemos sido sometidos
comenzando con la colonización española y finalizando con la invasión norteamericana. Con
claridad se puede presenciar que cada personaje simboliza una actitud histórica. El abuelo es fiel
defensor del régimen español, mientras que su yerno pelea con los invasores norteamericanos.
De los nietos, se presenta al mayor como el miembro de la familia que se moldea como el barro,
ya que es absorbido por la cultura americana. Por su parte, su hermano menor representa el
movimiento patrio que busca la libertad de los suyos, igual que lo hace Cayán; es aquél que no se
deja pisotear y defiende a capa y espada su identidad. Antonio cree que es necesario luchar para
encontrar solución a los problemas sociales y políticos a los que estaban expuestos. Estas voces
siguen resonando en nuestra sociedad, pero más fuerte es la voz del corazón puertorriqueño que
clama por la permanencia en el suelo patrio, por devolverle a nuestra tierra lo que nos ha dado;
clama para que ante la encrucijada creamos en nosotros mismos y levantemos las manos para
ondear la bandera de la esperanza.
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