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A mi padre, la persona que despertó mi interés por la

ciencia y la importancia del razonamiento. Te quiero,


papá.
Relatividad especial sin fórmulas

Pedro Gómez-Esteban González


Primera edición. Noviembre de 2007.

© 2007 Pedro Gómez-Esteban González.


pedro@eltamiz.com
http://eltamiz.com

Este libro está publicado bajo una licencia Creative Commons

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• Nada en esta licencia menoscaba o restringe los derechos

morales del autor.

Portada e ilustraciones: Geli J. Crick


geli.crick@gmail.com
Agradecimientos

Este libro no hubiera sido posible sin la colaboración


inestimable de las siguientes personas:

• Geli J. Crick, mi mujer, cuyas ilustraciones no


tienen precio (no, en serio – han sido gratis).

• Alberto López, Miguel Nadal y Germán Alonso,


los correctores inmisericordes que han pulido el
texto desde su forma primitiva y llena de fallos.

• Finalmente, toda la comunidad de El Tamiz, por


su apoyo, sus comentarios, sugerencias y
ánimos. Este libro es vuestro.
Índice

Introducción .................................................. 1
1. Preludio ..................................................... 5
2. Los postulados......................................... 13
3. Relatividad de la simultaneidad................ 21
4. Dilatación del tiempo ............................... 27
5. Contracción de la longitud ....................... 39
6. Aumento de masa .................................... 45
7. Adición de velocidades ............................. 57
8. Paradoja del corredor ............................... 65
9. Paradoja de los gemelos ........................... 75
10. La relatividad en la realidad ................... 89
Conclusión .................................................. 97
Introducción

Este librito pretende ser una introducción breve y


accesible a la Teoría Especial de la Relatividad de Albert
Einstein. Existen otros textos con este propósito, pero la
mayor parte de ellos se pierden –en mi opinión– en
ecuaciones y detalles que no son el núcleo de la
cuestión: calcular no es entender, y es posible entender
la relatividad siendo un lego en la materia, si se tienen
la paciencia y la actitud adecuadas. De ahí el escribir
esta pequeña monografía.

Mis objetivos con este libro son, en primer lugar,


convencerte de que todos los extraños efectos
relacionados tradicionalmente con la Teoría de la
Relatividad (la dilatación del tiempo, la contracción de la
longitud, etc.) son una consecuencia absolutamente
lógica e inevitable de dos simples suposiciones.

Además, espero despertar en ti el suficiente interés por


el asunto para que, al acabar de leer este breve librito,
continúes leyendo sobre la relatividad en textos más
profundos. En la Conclusión puedes encontrar el más
recomendable de todos.

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Sin embargo, para lograr estos dos objetivos tengo que
pedirte algo esencial.

Para empezar, paciencia. Antes de zambullirnos en


cuestiones tan fascinantes como la conocida paradoja de
los gemelos debemos establecer una base sólida. Como
digo, todo lo que vas a leer aquí se deduce de forma
razonada de un par de suposiciones iniciales, pero es
importante que entiendas bien cuáles son y de dónde
surgen.

Pero lo más importante si vas a sacar provecho de este


libro es tu actitud: todo depende de ella. El problema
que tiene mucha gente para entender la relatividad no
son tanto las matemáticas (y no vas a encontrar
prácticamente nada de ellas aquí), sino que va contra
nuestra intuición.

La intuición es una forma muy eficaz de tomar


decisiones rápidas a partir de experiencias anteriores,
pero sólo es útil cuando se aplica a situaciones en las
que tenemos experiencias anteriores a las que recurrir:
y nada de lo que vas a leer en este libro tiene que ver con
nada que hayas experimentado.

De modo, querido lector, que tengo que pedirte lo


siguiente: antes de que pases de página y leas el
Preludio, y hasta que acabes de leer este libro, libérate
de tu intuición. Olvida todo lo que sabes sobre el
movimiento, el tiempo y el espacio, y parte de cero, como

2
un niño – porque gran parte de lo que crees saber es
mentira. No digas “pero es evidente que...”. Mientras lees
este libro, nada debería ser evidente salvo lo que sea
razonado lógicamente.

Al final de cada capítulo he incluído algunas de las


pegas y preguntas más comunes sobre él. Podrás ver
cada pregunta (seguida de la respuesta correspondiente)
junto al siguiente icono:

Apliquemos juntos no nuestra intuición, sino la lógica, y


razonemos cuidadosamente sobre cómo es el Universo
que nos rodea. ¿Preparado?

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4
1. Preludio

A finales del siglo XIX, muchos físicos pensaban que


quedaba muy poco por descubrir: existían teorías muy
sólidas que explicaban la electricidad, el magnetismo,
las ondas, la mecánica, la termodinámica...

Prácticamente todas ellas encajaban con gran precisión


unas con otras, y la comunidad científica estaba muy
satisfecha de sí misma. Sólo había algunos pequeños
detalles que parecían un poco extraños, y uno en
especial de esos pequeños detalles supuso la fractura de
la física clásica y una auténtica revolución científica.

Ese "pequeño detalle" que no encajaba demasiado bien


era una aparente contradicción entre el comportamiento
de las partículas materiales (descrito muy bien por las
teorías de Galileo y Newton), y el comportamiento de las
ondas electromagnéticas (explicado por la teoría de
Maxwell).

El Principio de Relatividad de Galileo afirmaba que no


hay forma de saber, utilizando la mecánica, si un

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sistema está quieto o se mueve a velocidad constante.

Esto tiene sentido: imagina que tú y un amigo os movéis


por el vacío el uno hacia el otro, a velocidad constante,
lejos de cualquier otra cosa que pueda serviros de
referencia. Tú pensarías que estás quieto y que él se
mueve hacia ti. Él pensaría que está quieto y que tú te
mueves hacia él. No hay ningún experimento que ninguno
de los dos pueda hacer para demostrar que tiene razón.
¿Quién está quieto y quién se mueve? No hay manera de
saberlo salvo que os pongáis de acuerdo en tomar algún
punto como referencia.

Pero este principio no se aplicaba a las ondas: de


acuerdo con la teoría de Maxwell, sí se podía saber quién
se mueve y quién está quieto, no utilizando la mecánica
newtoniana sino la física ondulatoria, porque de acuerdo
con Maxwell las ondas electromagnéticas, como la luz,
se mueven a una velocidad conocida y constante en el
vacío: 300.000 km/s. El que mida que la velocidad de la
luz es 300.000 km/s es el que está quieto. El que no
mida esa velocidad se mueve. Por ejemplo, si observo
que la luz se aleja de mí a 299.000 km/s, es que me
estoy moviendo hacia ella a 1.000 km/s. De manera
que, hacia 1900, el Principio de Relatividad (también
llamado Principio de Equivalencia) sólo se aplicaba al
movimiento de objetos, es decir, la cinemática, pero no a
la luz.

Sin embargo, puede que te estés haciendo la misma


pregunta que muchos empezaron a hacerse por

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entonces. Vale, la luz se mueve a 300.000 km/s, pero,
¿respecto a qué? ¿Existe un sistema de referencia fijo y
absoluto en el Universo, y es en ese sistema en el que
debe medirse la velocidad "correcta" de la luz? Y, si es
así, ¿no convierte eso al Principio de Relatividad en
irrelevante? Puede que tu amigo y tú no podáis
encontrar ningún experimento mecánico que os indique
cuál se mueve y cuál está quieto, pero si lo único que
hace falta para saberlo es encender una linterna, ¿qué
relevancia tiene el principio anterior?

Además, todas las otras ondas conocidas hasta


entonces, como, por ejemplo, el sonido, necesitaban de
un medio por el que propagarse (como el agua, una
cuerda o el aire). ¿Por dónde se propagaba entonces la
luz? ¿Cómo nos llega, por ejemplo, desde el Sol, si no
hay nada entre nosotros? (Hoy en día sabemos que no
hay necesidad de un medio de propagación, pero
entonces se pensaba que sí era necesario para cualquier
onda).

Una posibilidad, que los científicos propusieron


rápidamente, es que entre nosotros sí haya algo. Es
posible que la Tierra no se mueva por el vacío, sino que
haya un medio que llena todo el Universo, que transmite
las ondas electromagnéticas y en el interior del cual se
mueven los astros. Los científicos que propusieron su
existencia lo llamaron éter luminífero. La luz que sale del
Sol nos llega a través del éter, con lo que el problema
queda resuelto. Además, puesto que el éter está quieto
(es el “sistema de referencia absoluto” del Universo), la

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luz se mueve a 300.000 km/s respecto a él, y las teorías
del electromagnetismo de la época (sintetizadas en las
Ecuaciones de Maxwell) se cumplían perfectamente.
Todo parecía encajar. Por cierto, el nombre de ethernet
de las redes de ordenadores proviene precisamente del
éter luminífero (ether en inglés).

Pero los científicos no dejan las cosas estar, es lo que


tienen: siempre hacen preguntas. Por ejemplo, ¿no
debería la Tierra, al moverse dentro del éter como un
barco en el agua, rozar con él y frenarse?

Además, todas las demás ondas, como el sonido, se


propagan más deprisa cuanto más denso es el material
por el que se mueven, y la luz es la onda más rápida de
todas, luego ¿no debería el éter ser el material más
denso de todos? ¿Cómo podemos entonces movernos a
través de él sin notarlo?

Sin embargo, al no haber otra explicación posible,


muchos físicos aceptaban la existencia del éter, que sólo
tenía sentido si se consideraba que tenía propiedades
muy raras: era extraordinariamente tenue e invisible, de
modo que ni lo notamos ni rozamos contra él, y todas
las estrellas y planetas se mueven a través de él sin
alterar su camino, pero al mismo tiempo debía ser
densísimo para propagar una onda tan veloz. La luz lo
utiliza como medio de propagación, de modo que puede
viajar por el aparente vacío. Eso sí, no había manera de
poder detectarlo ni de saber de qué estaba hecho. No te
sorprenderá saber que muchos científicos estaban

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bastante incómodos con la idea del éter.

Por supuesto, enseguida surgió otra pregunta inevitable:


si el éter está quieto pero la Tierra se mueve a través de
él, ¿a qué velocidad nos movemos? Saberlo no sería
difícil. Imagina la siguiente situación: te mueves a través
del éter por el vacío interestelar, pero no sabes cuán
rápido. Lo único que sabes es que la luz se propaga
respecto a él siempre a 300.000 km/s. ¿Cómo podrías
saber tu velocidad respecto al éter?

Fácil: podrías coger una linterna y apuntar en una


dirección determinada, y medir la velocidad de la luz de
la linterna. Luego elegir otra dirección y medir la
velocidad de la luz de nuevo. Y la luz se movería más
rápido en unas direcciones que en otras, porque se
mueve a 300.000 km/s respecto al éter y tú te mueves
respecto a él en una dirección.

Por ejemplo, imaginemos que te mueves a 1.000 km/s


en el éter. Si apuntaras la linterna hacia “delante” en tu
movimiento, estarías persiguiendo a la luz que sale de la
linterna, de modo que su velocidad respecto a ti sería
299.000 km/s. Si apuntaras la linterna hacia atrás, te
estarías escapando de la luz, de modo que se movería
respecto a ti a una velocidad de 301.000 km/s.

De manera que los físicos hicieron justo eso: medir la


velocidad de la luz en diferentes direcciones para saber a
qué velocidad nos movemos en el éter. El experimento
más famoso, por su extraordinaria precisión y simpleza,

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fue el de Albert Michelson y Edward Morley en 1887.
Estos dos científicos construyeron un aparato en el que
un rayo de luz era dividido en dos rayos perpendiculares
entre sí por un espejo semirreflectante (la mitad de la
luz atravesaba el espejo, la otra mitad era reflejada
perpendicularmente a la primera).

Los dos rayos se reflejaban a continuación en sendos


espejos tras recorrer la misma distancia, y volvían al
punto de partida. La idea era que, si uno de los rayos
iba más rápido que el otro, volvería antes al punto de
partida, de modo que se produciría una interferencia
entre los dos rayos que volvían: midiendo la
interferencia, podía medirse la diferencia de velocidad
entre un rayo y el otro y, por lo tanto, la velocidad de la
Tierra a través del éter.

Michelson y Morley midieron la diferencia de velocidad


de la luz con una precisión inmensa en muchas
direcciones diferentes, y el resultado que obtuvieron fue
concluyente: la velocidad de la luz era, con la precisión
de la que disponían, exactamente la misma en todas
direcciones. En otras palabras, de acuerdo con las
suposiciones de la época, la Tierra estaba totalmente
quieta en el éter.

De hecho, hubo gente que pensó que tal vez diera la


casualidad de que en ese momento la Tierra realmente
estuviera quieta en ese punto de la órbita alrededor del
Sol. De manera que se repitió el experimento seis meses
después (cuando la Tierra se estaba moviento en sentido

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contrario alrededor del Sol). El resultado: la velocidad de
la luz era exactamente la misma en todas direcciones, es
decir, la Tierra estaba totalmente quieta una vez más.
¡Pero si se había medido en momentos diferentes y en
direcciones diferentes! ¿No debería notarse la diferencia?

En ese momento, en el que por un lado el Principio de


Relatividad de Galileo era aceptado para las partículas
pero no las ondas, de modo que teóricamente mediante
la luz podríamos saber a qué velocidad nos movemos, y
por otro lado la velocidad de la luz parecía ser siempre la
misma de manera que debíamos estar quietos todo el
tiempo a pesar de movernos alrededor del Sol…algo no
encajaba. Y, desde luego, la idea de ese "éter luminífero"
invisible y absoluto tenía más agujeros que un colador, y
muchos científicos no se sentían nada cómodos con ella.

En este momento entra Albert Einstein y rompe la física


anterior en mil pedazos con dos simples postulados, de
los que hablaremos en el siguiente capítulo. Einstein no
propuso su teoría para resolver la contradicción
aparente en el experimento de Michelson y Morley, pero
las conclusiones que extrajo resuelven todas las
incoherencias de ese experimento y las teorías clásicas.

De modo que aceptar la teoría de Einstein supone tener


una base teórica que explica el Universo mejor que
cualquier otra teoría anterior. Desgraciadamente,
también supone darse cuenta de que ese Universo es
mucho más raro de lo que pensábamos, y es el primer
paso hacia el rechazo de una realidad absoluta.

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Y todo esto se deduce de dos simples suposiciones (las
cuales han sido comprobadas muchas veces, de modo
que parecen ser ciertas), que Einstein denominó
postulados de la relatividad.

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2. Los postulados

Es difícil expresar la genialidad de Albert Einstein con


palabras. Cuando, como he dicho en el Preludio, al
entrar en el siglo XX la Física era una maraña de
pequeñas (y no tan pequeñas) contradicciones, Einstein
resuelve el problema desterrando concepciones previas y
estableciendo un nuevo paradigma de una sencillez
asombrosa, pero cuyas consecuencias son tan extrañas
a nuestra intuición (pero tan lógicas e irrefutables) que
revolucionarían nuestro conocimiento del Universo.

En este capítulo vamos simplemente a enunciar los dos


postulados sobre los que Einstein construye su teoría, y
a tratar de explicar lo que significan realmente. Ten en
cuenta que son postulados o principios: no se
demuestran, lo mismo que no se demuestra la
conservación de la masa o la energía. Son suposiciones:
es la tarea de los físicos experimentales tratar de realizar
experimentos que determinen si las consecuencias de
estas suposiciones son verdaderas o no – y, hasta ahora,
los experimentos realizados concuerdan perfectamente
con estas dos suposiciones.

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En 1905 Einstein escribe un artículo, "Sobre la
electrodinámica de los cuerpos en movimiento", en el que
propone estos dos postulados:

1. Todos los sistemas de referencia inerciales son


equivalentes.

2. La velocidad de la luz en el vacío es siempre la


misma, independientemente de quién la emita y
quién la mida.

La grandeza de la Teoría Especial de la Relatividad es la


cantidad ingente de conclusiones que extrae de estos
simples postulados. Puede parecer increíble, pero la
equivalencia entre masa y energía, la dilatación del
tiempo, la contracción de las longitudes… todo se
deduce de manera relativamente sencilla de estas dos
simples premisas.

Ahí está el verdadero genio de Einstein: sin un


laboratorio ni complicados aparatos, simplemente con
un lápiz, un papel y su cerebro, fue capaz de realizar
predicciones que parecían una locura, como que un reloj
que se moviera muy rápido marcaría las horas más
despacio…todas a partir de esos dos postulados; y, una
tras otra, todas se han verificado experimentalmente.

¿Qué quieren decir realmente?

El primer postulado, si recuerdas el capítulo anterior,

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es prácticamente el de Galileo - sólo que Einstein lo hace
absoluto: No hay manera posible de saber, con ningún
experimento físico, si te estás moviendo a velocidad
constante o bien estás quieto (eso es lo que es un
“sistema de referencia inercial”). No es cuestión sólo de
que sea imposible utilizando las leyes de la mecánica:
Einstein afirma que es absoluta y totalmente imposible,
realizando experimentos de cualquier tipo, saber quién se
mueve y quién está quieto.

Desde luego, es posible elegir un sistema de referencia


arbitrario, siempre que seamos conscientes de que lo
hemos elegido nosotros y no hay nada especial en él. Es
lo mismo que si quiero estudiar el movimiento de una
mosca en una habitación, y considero que el suelo está
parado. El suelo, por supuesto, no está parado: se
mueve con la Tierra alrededor del Sol, con el Sol
alrededor del centro de la Vía Láctea... de hecho,
dependiendo del sistema de referencia que elija, el suelo
puede moverse a cientos de miles de kilómetros por
hora, pero puedo elegir arbitrariamente un sistema de
referencia, y mirar las cosas respecto a él.

Pero la cuestión es que no es lo mismo decir estoy


parado que estoy parado respecto al suelo. La diferencia
es fundamental, y Einstein afirma que la segunda es la
expresión correcta, y que la primera no tiene sentido.

A lo largo del libro vamos a realizar una serie de


“experimentos mentales” para pensar acerca del
Universo. En ellos voy a utilizar dos personajes, Ana y

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Alberto, que se encuentran lejos de cualquier objeto,
solos en el espacio interestelar - veremos qué
conclusiones extraen Alberto y Ana de lo que observan.

Lo que dice el primer postulado, en términos de “Ana y


Alberto”, es lo siguiente: si Ana y Alberto notan que se
mueven el uno respecto al otro, es absolutamente
imposible que sepan si uno está parado y el otro no,
quién se mueve, o si los dos se mueven. No sólo eso, la
pregunta de si “uno está parado o se mueve con
velocidad constante” no tiene ningún sentido, porque no
hay un punto fijo y en reposo que esté “parado” de
manera absoluta. Einstein no necesita el éter luminífero
para nada.

De manera que todas las leyes físicas y los experimentos


que Ana o Alberto puedan realizar deben ser
consistentes con esto: no puede haber ningún
experimento que Alberto realice, por ejemplo, y le haga
decir, “¡Anda! Si pasa esto, quiere decir que no estoy
parado.” Lo que sí puede observar es que se mueve
respecto a Ana - pero no puede ir más allá en su
razonamiento.

El segundo postulado dice que si Ana o Alberto miden


la velocidad de la luz, independientemente de su origen
y de cómo se mueve cada uno, el resultado en el vacío va
a ser siempre, segurísimo, 300.000 km/s. Este
postulado, en sí mismo, ya hace chirriar nuestra
intuición, aunque puede que no te lo parezca aún.

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Según Einstein, si Alberto se mueve por el espacio hacia
Ana a 200.000 km/s y apunta una linterna hacia ella,
Alberto ve la luz alejarse de él a 300.000 km/s. Y Ana ve
la luz acercarse a ella a 300.000 km/s. ¿Te das cuenta
de lo raro que es, y de cómo extraeremos conclusiones
muy anti-intuitivas de esta simple premisa? Imaginarse
esa situación ya contradice nuestra intuición y nuestro
cerebro (al menos el mío) ya suelta una alarma,
“¡Contradicción! ¡Eso no tiene sentido!”.

Naturalmente, esto se debe a que nuestra intuición (que


hace que, irracionalmente, algo parezca tener sentido o
no tenerlo) se ha desarrollado observando cuerpos que
se mueven muy despacio comparados con la luz,
mientras que la teoría de Einstein obtiene resultados
contrarios a la intuición cuando las cosas se mueven
muy rápido. Por eso insistimos tanto en la Introducción
sobre la necesidad de olvidarse de la intuición y utilizar
la lógica.

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Por cierto, si has entendido el primer postulado y te
pregunto: ¿Cuál de los dos tiene razón? ¿Alberto o Ana?,
seguramente contestarás de manera correcta: los dos
tienen “razón”; y la pregunta no tiene sentido.

Ésta es una de las “revoluciones” de la teoría


einsteniana respecto a las anteriores. De Einstein en
adelante (mucho más aún con la cuántica, pero el punto
de ruptura está aquí), la pregunta “¿Qué está pasando
realmente?” carece de sentido. “¿Qué observa Ana?”
tiene sentido, como lo tiene “¿Qué observa Alberto?”,
pero deja de ser posible hacer preguntas absolutas: la
realidad se convierte en la observación por parte de
alguien, y sin ese alguien no podemos hablar de
realidad. La realidad es local para cada observador.

¿Por qué en nuestra vida cotidiana parece que hay una


sola realidad y todos vemos las cosas igual? Porque la
diferencia entre lo que percibimos unos y otros es tan
pequeña (porque nuestra velocidad relativa de unos
respecto a otros es tan minúscula) que vemos “casi lo
mismo”, y a ese “casi lo mismo” que observamos lo
llamamos “realidad”….pero no hay tal cosa. Raro,
¿verdad?

De hecho, el próximo capítulo tratará de demostrarte


que, partiendo de estos dos simples postulados, una de
nuestras concepciones básicas (e intuitivas), la de que
es “evidente” cuándo dos cosas ocurren a la vez y
cuándo no lo hacen, es falsa: no tiene sentido decir que

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dos cosas ocurren simultáneamente, puesto que pueden
ocurrir en momentos diferentes para distintos
observadores.

¿Cómo puedes decir que Alberto "ve que la luz

se aleja de él a 300.000 km/s"? ¿Cómo puede ver la


luz que se aleja de él?

Esa frase, por supuesto, es una simplificación:


estrictamente, lo que sucedería es que si Alberto utiliza
un experimento para medir con qué velocidad la luz se
aleja de él, como hacer que rebote en un espejo y medir
el tiempo que tarda en hacerlo, obtendría siempre,
independientemente de su propia velocidad respecto al
espejo y la dirección del rayo de luz, 300.000 km/s.

Durante el resto del libro, puedes traducir “ver” como


“medir, observar, comprobar que algo es de determinada
manera experimentalmente”.

Si lo que propone Einstein son simplemente

postulados, toda su teoría es una mera suposición,


¿no?

Desde luego: como absolutamente toda la ciencia. De


hecho, ésa es una de las grandezas de la ciencia.
Einstein piensa en las cosas que observa, y propone un
modelo que trata de explicarlas. Hasta hoy, todo lo que

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se deduce de su modelo concuerda perfectamente con lo
que hemos observado, luego pensamos que su teoría es
cierta. Si en algún momento, por ejemplo, descubrimos
que el éter luminífero existe, y que la velocidad de la luz
cambia todo el tiempo, entonces su teoría habrá sido
derribada.

Pero esto es exactamente lo mismo que sucede con el


Big Bang, la Teoría de la Gravitación Universal o la
mecánica clásica: todo conocimiento científico se basa
en principios susceptibles de ser cuestionados. Visto así,
toda la ciencia es una “mera suposición”, pero que se
vigila y se regula a sí misma observando las cosas.

Lo que no es es una suposición como “supongamos que


Mickey Mouse existe y es de color verde”. La Teoría
Especial de la Relatividad se basa en hechos
experimentales, es un modelo teórico que explica
extraordinariamente bien lo que vemos y ha sido capaz
de predecir incontables observaciones reales.

El segundo postulado dice que la velocidad de

la luz es constante, pero ¿no va más lenta en el


agua o en un cristal?

Sí – lo que afirma el segundo postulado es que la


velocidad de la luz es constante en el vacío. Si un rayo
de luz pasa del vacío a un medio material, su velocidad
cambia, y eso no contradice el segundo postulado.

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3. Relatividad de la simultaneidad

La primera consecuencia relativamente sencilla de


obtener a partir de los postulados de Einstein, sin
utilizar una sola fórmula, es que el concepto de
simultaneidad es relativo: no tiene sentido decir que dos
cosas ocurren a la vez, porque para observadores
diferentes pueden ocurrir una antes que la otra, o al
revés.

Para tratar de convencerte de que esto, que parece


absurdo, es una consecuencia lógica e inevitable de los
dos principios establecidos en el capítulo anterior,
realizaremos un sencillo experimento mental utilizando
a Alberto y Ana.

Supongamos que nuestros dos “observadores ficticios”


se encuentran en el espacio y lejos de cualquier punto
de referencia, y se mueven uno respecto al otro. (Primer
postulado: no pueden saber quién se mueve y quién no).
Supongamos que Alberto está dentro de un cubo de
cristal que se mueve con él por el espacio: Alberto se
encuentra justo en el centro del cubo de cristal y tiene

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una bombilla en la mano. Y supongamos que en las dos
paredes del cubo que están “delante” y “detrás” según el
movimiento del cubo (visto desde Ana) hay dos espejos
iguales.

Justo en el instante en el que el cubo (con Alberto en su


centro) pasa por delante de Ana, Alberto enciende la
bombilla. ¿Qué sucede entonces?

Desde el punto de vista de la física clásica, antes de


Einstein, la mayor parte de los científicos hubieran
respondido que la bombilla emite rayos de luz en todas
direcciones y los espejos brillan. Como los espejos están
a la misma distancia de la bombilla, ambos brillarán a la
vez.

Ah, pero desde el punto de vista de la relatividad de


Einstein, no basta con preguntar esto – si te has dado
cuenta de ese detalle antes de leer este párrafo,
enhorabuena. La pregunta correcta es, ¿qué sucede
entonces, visto por cada uno de los dos?

Alberto enciende la bombilla y ve la luz alejarse de ella


en todas direcciones a 300.000 km/s. Como Alberto ve
el cubo, la bombilla y a sí mismo en reposo, observa
cómo la luz alcanza las paredes del cubo a la vez: los
dos espejos, en un momento dado, brillan al reflejar la
luz de la bombilla:

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Pero ¿qué ve Ana? Recordemos que, en su sistema de
referencia, Alberto y su cubo se mueven y pasan por
delante de ella. En un momento dado, Alberto enciende
la bombilla. Pero fijémonos en los dos rayos de luz que
van, visto desde Ana, hacia “delante” y “atrás” en el
movimiento del cubo:

El rayo que sale hacia delante tiene que “perseguir” a la


pared y el espejo, que se están alejando de él. Pero el
rayo que sale hacia atrás se encuentra con que la pared
hacia la que se dirige se mueve hacia él. ¿Ves cómo no

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tienen que recorrer la misma distancia? Pero, por el
segundo postulado de Einstein, ambos rayos se mueven
respecto a Ana a la misma y exacta velocidad de
300.000 km/s, con lo que inevitablemente no tardan lo
mismo en llegar a sus espejos.

Dicho de otra manera, en el sistema de referencia de


Alberto ambos espejos reciben la luz al mismo tiempo,
pero en el de Ana el espejo de “atrás” recibe la luz antes
que el de “delante”. Lo que es simultáneo en un
sistema de referencia no lo es en el otro.

Si posteriormente Alberto y Ana se encuentran y hablan


sobre lo que han visto, uno de ellos pensará que los dos
espejos brillaron a la vez, pero el otro no. Ninguno de los
dos “tiene razón” y los dos la tienen; cada uno, en su
propio sistema de referencia.

Sin embargo, lo que siempre se cumple en todos los


sistemas de referencia es la causalidad: es decir, si algo
es la causa de otra cosa en un sistema de referencia (por
ejemplo, Alberto enciende la bombilla y eso causa que
los espejos brillen), ese algo siempre ocurre antes que su
consecuencia en todos los sistemas de referencia. Fíjate
que los brillos de los dos espejos no son uno causa del
otro, de modo que pueden ocurrir a la vez en un sistema
de referencia y no en otro.

La razón de que la causalidad se mantenga a pesar de


que todo dependa del sistema de referencia es la
siguiente: si una cosa es causa de otra, debe haber una

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transmisión de información de la primera (causa) a la
segunda (consecuencia). Y esta información no puede
viajar más rápido que la luz, que tiene una velocidad
que no depende del sistema de referencia, de modo que
si algo causa otra cosa, va a suceder antes que ella en
todos los sistemas de referencia.

De ahí que la Teoría Especial de la Relatividad, aunque


renuncie a una “realidad absoluta”, no convierte el
Universo en algo totalmente arbitrario: el orden de las
cosas puede cambiar dependiendo de quién las mira,
pero las causas de las cosas son las mismas para todos.

Vale, Ana piensa que los espejos no brillan

simultáneamente y Alberto sí, pero ¿qué ocurre


realmente? ¡Los espejos existen, y brillan en algún
momento, independientemente de que alguien los
mire o no!

¡No hay un “realmente” absoluto! Cada observador vive


inmerso en una realidad diferente, sólo que a veces esas
realidades son muy parecidas.

Cuando la ciencia aceptaba una realidad única y


absoluta para todos los observadores, era posible
preguntarse qué sucede “realmente”, puesto que la
realidad era “lo que se observaba”.

Pero, desde el paradigma de la relatividad, ese enfoque


es absurdo. No hay un “se”. ¿Quién observa? No existe

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una realidad única – cada observador ve cosas
diferentes.

De hecho, en relatividad, igual que en cuántica, el


suceso “un espejo brilla” es incompleto, no tiene sentido
hablar de él – el suceso “Alberto observa el espejo
brillar” sí es un suceso completo.

De manera que (espero) llegado este punto, y sin utilizar


una sola fórmula matemática, al menos te habrás
convencido de que, si aceptamos que la velocidad de la
luz es constante para cualquier observador, la noción de
simultaneidad absoluta se rompe en pedazos. Pero esto
es sólo el principio de las cosas raras que le ocurren al
propio concepto de tiempo.

26
4. Dilatación del tiempo

Espero haberte convencido ya de cómo el tiempo no es


absoluto de manera cualitativa, puesto que decir que
“dos cosas ocurren a la vez” requiere decir quién las ve
“a la vez”. Sin embargo, teniendo en cuenta los
postulados de Einstein, el propio paso del tiempo se
produce a diferente ritmo para unos y otros
observadores, como espero demostrar a lo largo de este
capítulo.

Este concepto es difícil de aceptar porque nuestra idea


intuitiva del tiempo, aunque no muy definida, lo
considera absoluto: si yo veo en un reloj que pasa un
segundo, pienso que cualquier persona que mire el
mismo reloj va a ver que pasa un segundo, pero esta
idea intuitiva es falsa. Es, como tantas otras, una idea
preconcebida y no razonada, obtenida de una
experiencia en la que las velocidades son muy pequeñas.
De manera que, querido lector, razonemos juntos.

En este libro no vamos a lanzarnos a filosofar acerca de


la verdadera naturaleza del tiempo: vamos a dar la

27
práctica y poco ambiciosa definición de que es lo que
miden los relojes. La pregunta que se hizo Einstein, al
extraer conclusiones de sus postulados, fue: ¿es el
tiempo absoluto? ¿ven todos los observadores que un reloj
marca el tiempo de igual manera?

Para averiguarlo, nosotros utilizaremos a nuestros dos


observadores ficticios, Ana y Alberto, y un reloj:
trataremos de averiguar si Ana y Alberto ven el reloj
hacer lo mismo independientemente de cómo se mueve
cada uno.

Un aviso importante: en este capítulo vamos a estudiar


un caso muy concreto, el más sencillo, de cómo el
tiempo cambia cuando las cosas se mueven muy rápido.
En capítulos posteriores veremos otros casos más
complejos en los que ocurren cosas diferentes. De modo
que, cuando leas esos capítulos, no pienses que se
contradice éste: son casos distintos. Prefiero empezar
con lo sencillo para luego complicar un poco la cosa. En
cualquier caso, te recordaré esto cuando lleguemos allí.

Supongamos que Ana y Alberto se encuentran en el


vacío del espacio, lejos de cualquier otro objeto, y que se
mueven uno respecto al otro a velocidad constante. De
acuerdo con los postulados de Einstein, no tiene sentido
preguntar si el que se mueve es Alberto y Ana está
parada o es al revés. Simplemente, se mueven uno
respecto al otro.

Desde luego, si inicialmente estuvieran en reposo uno al

28
lado del otro, y a continuación uno de ellos acelerase
hasta moverse respecto al otro, el problema ya no es
simétrico y ambos sabrían cuál de los dos ha empezado
a moverse respecto al otro, pero eso ya es otra historia.

En nuestro experimento, Ana tiene un reloj que funciona


de la siguiente manera: consta de dos espejos paralelos
separados una distancia determinada, y un rayo de luz
que rebota de espejo en espejo indefinidamente. Cada
vez que el rayo rebota en un espejo es un “tic” del reloj.

Esto es lo que hace el reloj en el sistema de referencia de


Ana:

La línea ondulada es el rayo de luz, que rebota arriba y


abajo en un espejo, luego en otro, etc.

Sí, podría inventarme un reloj diferente, como uno de


péndulo, pero aunque parezca mentira sería muchísimo
más difícil de tratar mentalmente que este reloj. No hay
nada más sencillo que un rayo de luz que rebota
indefinidamente entre dos espejos. Más adelante

29
hablaremos de qué sucedería con relojes diferentes,
como el de péndulo.

Puesto que la luz va a 300.000 km/s y la distancia entre


los espejos es fija, todos los “tics” tardan el mismo
tiempo. Pongamos que el rayo de luz recorre el espacio
entre los espejos en un segundo (ya sé que sería un reloj
muy grande, pero bueno). Entonces, los espejos
brillarían alternativamente cada segundo, “tic”, “tic”,
“tic”...

Pero ahora fijémonos en lo que observa Alberto en su


sistema de referencia. Para él, Ana se está moviendo.
Supongamos que Alberto observa lo que le ocurre a Ana
cuando ésta pasa justo delante de él, de modo que él la
ve moverse “de izquierda a derecha”, mientras el rayo,
visto desde Ana, va “de arriba a abajo”. Lo que ve Alberto
que hace el rayo de luz en el reloj no es lo mismo que ve
Ana, pues los espejos se mueven.

Alberto ve esto (la figura muestra tres “momentos” del


viaje del rayo, los mismos que se mostraron para Ana):

30
Y aquí está el núcleo del asunto - si entiendes lo que voy
a decir, entiendes el fundamento de la Teoría de la
Relatividad Especial. Alberto ve que el rayo de luz
recorre una distancia más grande que la que separa los
espejos, porque el reloj se está moviendo hacia la
derecha.

Con lo cual sólo hay dos posibilidades: o el rayo viaja


más rápido que para Ana, o tarda más tiempo. Pero el
rayo no puede ir más rápido: el segundo postulado dice
que siempre va exactamente a 300.000 km/s….de modo
que es inevitable: el rayo tarda más en ir de espejo a
espejo.

Piensa sobre las consecuencias de este hecho: si el rayo


tarda más en rebotar de espejo a espejo, en el sistema
de referencia de Alberto, el reloj de Ana no hace “tic”
cada segundo: va más lento.

Pero no es sólo el reloj - el reloj mide el tiempo…el


tiempo de Ana, visto desde Alberto, está yendo más
despacio: se “dilata”. Puedes pensar que esto le ocurre a
nuestro reloj de espejos porque es justamente la luz la
que se mueve entre ellos, pero lo que decimos le pasaría
a cualquier reloj.

El “paso del tiempo” que marcan los relojes y que


percibimos nosotros no es más que el cambio en el
Universo que observamos: ese cambio se debe a las
interacciones entre las partículas, y todas las
interacciones fundamentales se propagan a la velocidad

31
de la luz. De modo que, si el reloj fuera de péndulo, la
fuerza gravitatoria (que se transmite a la velocidad de la
luz) tendría que recorrer más distancia; la fuerza
electromagnética (que tira de cada molécula de la cuerda
del péndulo cuando la molécula contigua se mueve)
tendría que recorrer más distancia, etc.

Puesto que los cambios en el Universo se producen a


causa de interacciones que se mueven a la velocidad de
la luz, que es constante, no sólo nuestro reloj iría más
lento: todos los cambios físicos que Alberto observase en
el cubo, el reloj, en Ana... serían más lentos. No es
simplemente una “ilusión óptica” al mirar al reloj: el
tiempo va más lento.

De manera que, cuando Alberto observase a Ana, si


pudiera escuchar los latidos de su corazón, los oiría más
espaciados que Antes. Si Ana se moviera, la vería “en
cámara lenta”...todo estaría ralentizado, visto desde
Alberto.

Por supuesto, si Alberto tuviera un reloj igual que hace


“tic” cada segundo en su sistema de referencia, Ana
observaría que el reloj de Alberto hace “tic” más lento…y
Alberto observaría que es el de Ana el que va más lento.
¿Quién tiene razón? Los dos…cada uno en su propio
sistema de referencia. Como hemos dicho antes, si en
un momento dado están quietos el uno respecto al otro y
uno de ellos empieza a acelerar, el problema ya no es
“simétrico”.

32
Aunque no vamos a utilizar fórmulas, es fácil entender
que, cuanto más rápido se mueva el otro sistema, más
lento te parece a ti que pasa el tiempo para él, porque
más distancia recorrería el rayo dentro del reloj. De
hecho, piensa en el caso extremo: si Ana se estuviera
moviendo a la velocidad de la luz….¡el rayo del reloj
nunca jamás podría alcanzar la otra pared! La pared se
estaría moviendo a la misma velocidad que el rayo, de
modo que el “tic” no se produciría jamás. A la velocidad
de la luz, el tiempo (visto desde fuera) se detiene
completamente.

Si ocurriera esto, Alberto vería a Ana “congelada” en el


tiempo: su corazón no latiría, el reloj no mediría el paso
de un solo segundo….el tiempo se habría parado, para
Ana, vista desde el sistema de referencia de Alberto.
Esto es lo que le pasa a los fotones (las partículas que
componen las radiaciones electromagnéticas como la
luz): como se mueven a 300.000 km/s, vistos desde
nuestro sistema de referencia no cambian jamás…el
tiempo no pasa para ellos.

Naturalmente, no sería posible viajar a una velocidad


próxima a la de la luz para vivir muchos años y escapar
de la muerte utilizando la relatividad. El problema es
que podrías vivir miles de años visto desde fuera, en
cámara lenta, pero tu tiempo subjetivo – lo que tu
experimentarías, es decir, tu vida – sería exactamente el
mismo para ti. Puedes “durar mucho tiempo” en el
Universo, pero no extender tu vida, considerada como el
conjunto de tus experiencias.

33
Lo que sí permite la relatividad, en cierto sentido, es
“viajar en el tiempo”. Si aceleras hasta una velocidad
muy grande respecto a la Tierra, permaneces
moviéndote a esa velocidad cierto tiempo y luego
deceleras y vuelves a la Tierra, estarías “en el futuro”,
pues para ti habría transcurrido poco tiempo, visto
desde la Tierra (pues todo ha sucedido “a cámara lenta”
desde allí) y al revés: para ti, todo en la Tierra habría
ocurrido “a cámara rápida”.

Pero, por un lado, la cuestión es que estamos “viajando


en el tiempo” todo el rato, a razón de un segundo cada
segundo. Mediante la relatividad puedes cambiar esa
proporción, “viajando en el tiempo” algo más rápido que
otra parte del Universo... pero el nombre es algo
engañoso por esa misma razón: todo viaja en el tiempo,
simplemente a distinto ritmo.

Por otro lado, algo que no es permitido por la relatividad


es viajar hacia atrás en el tiempo, y si has entendido
este capítulo sabes por qué. La cuestión es que lo más
lento que puede pasar el tiempo, si algo se mueve a la
velocidad de la luz, es “no pasar”, es decir, congelarse en
el tiempo, como en el caso de los fotones que hemos
mencionado antes. No es posible revertir el paso del
tiempo, sólo frenarlo y, en este caso extremo, detenerlo.

Bien, un rayo de luz que se mueve entre espejos

lo haría más lentamente. La física se comporta de

34
ese modo, pero ¿qué tiene que ver eso con la
velocidad con la que envejece alguien? Te haces
viejo por causas biológicas, y punto. La velocidad de
la luz y la relatividad no tienen que ver con eso.

No, si te preguntas esto no has meditado este capítulo lo


suficiente: absolutamente todo lo que sucede en el
Universo depende de la velocidad de la luz.

Cuando piensas, cuando andas, el ritmo al que


envejeces... todo son procesos físicos. Las reacciones
químicas, por ejemplo, se producen debido a la
interacción eléctrica entre iones, moléculas y partículas
subatómicas, y estas interacciones eléctricas se
transmiten a la velocidad de la luz.

Si el tiempo que tarda la luz en recorrer algo cambia,


todo el tiempo cambia. El ejemplo que utilizamos es el
del reloj de espejos porque es muy sencillo
conceptualmente, pero todo lo que hemos visto en este
capítulo se aplica a cualquier fenómeno físico – incluso
la velocidad a la que eres capaz de pensar.

Lo que me parece es que, cuando algo se mueve

muy rápido, parece que su tiempo pasa más


despacio. Es una especie de ilusión óptica, como un
espejismo. Pero el tiempo “de verdad” pasa de
forma normal.

No: si aún sigues pensando así es que tu intuición te

35
está amarrando a concepciones previas erróneas sobre
lo que es el tiempo.

No hay un tiempo “de verdad”. La única manera de


medir el tiempo es hacerlo con un sistema físico, y cada
sistema físico puede medirlo de forma diferente, de
modo que el tiempo medido por cada observador es
diferente, y ninguno de ellos es el “real”.

Una ilusión óptica es un fenómeno en el que tu ojo


recibe luz que ha seguido una trayectoria curvilínea, de
modo que le parece que el rayo de luz viene de un lugar
del que no viene. Irónicamente, es tu intuición la que te
da la respuesta errónea, pues tu intuición supone que los
rayos de luz se mueven siempre en línea recta.

En el caso de una ilusión óptica, la trayectoria del rayo


es una curva, y lo es para cualquier observador que la
estudie, incluído tú – en el momento en el que te olvidas
de la intuición, por supuesto, y realizas medidas
experimentales (no simplemente mirar con el ojo) sobre
la trayectoria del rayo.

En el caso de la dilatación del tiempo, no hay ilusión


óptica. No es que a tu ojo le parezca que el rayo sigue
una trayectoria distinta: desde tu sistema de referencia,
el rayo realmente sigue una trayectoria distinta.
Cualquier observador que realice medidas sobre ese rayo
va a trazar la misma trayectoria.

Es un error muy común el resistirse con uñas y dientes

36
a aceptar que las cosas son extrañas, y afirmar que “son
una ilusión” y que, debajo de la ilusión, todo es como
pensabas que era antes de ponerte a pensar. Si aún no
he conseguido que te liberes de ese error, puede que
necesites dejar de leer el libro y empezar de nuevo
dentro de unas semanas, para que los conceptos que
has leído se aposenten en tu idea intuitiva del Universo.

37
38
5. Contracción de la longitud

Si has sido capaz de luchar contra tu intuición y aplicar


la razón al problema de la dilatación del tiempo, el
siguiente paso no debería ser difícil de asimilar: si la
velocidad de la luz es siempre la misma, pero la luz
tarda tiempos distintos en recorrer una distancia para
observadores diferentes, necesariamente la distancia que
ven los observadores es diferente. Veamos si logro
convencerte.

Volvamos a nuestros observadores ficticios en el espacio,


Ana y Alberto. En nuestro experimento mental, esta vez
la situación es la siguiente: en el espacio hay una
bombilla, una pantalla, Ana y Alberto. Alberto se mueve
hacia el resto de los objetos, que están todos en reposo
unos respecto a otros. De modo que Ana ve la bombilla y
la pantalla en reposo, mientras que Alberto ve la
bombilla y la pantalla (y a Ana) moviéndose hacia él.

Ahora bien, supongamos que en un momento dado la


bombilla se enciende. Tanto Alberto como Ana verán que
la pantalla recibe un rayo de luz en un momento

39
determinado, y pueden medir la distancia entre la
bombilla y la pantalla (puesto que saben la velocidad de
la luz, que es siempre 300.000 km/s, y saben el tiempo
que la luz ha tardado en llegar desde la bombilla a la
pantalla).

Si has entendido el capítulo anterior, sabes que no


miden el mismo tiempo. Puesto que Alberto se mueve
respecto a los demás, el tiempo que medirá él será más
pequeño que el que transcurre para la bombilla, la
pantalla y Ana, porque la pantalla se mueve hacia el
rayo de luz en el sistema de referencia de Alberto. Pero
si, por ejemplo, Ana mide 2 segundos y Alberto mide 1
segundo, la única manera de que las cosas tengan
sentido es que Alberto vea que la luz no ha recorrido
la misma distancia que ha visto Ana....¡la bombilla y la
pantalla, en su sistema de referencia, tienen que estar a
la mitad de distancia!

Ambos, al realizar el experimento, ven que tiene sentido:


Ana ve que la luz recorre una distancia en 2 segundos a
300.000 km/s, y Alberto ve que la luz recorre la mitad
de distancia en la mitad de tiempo a 300.000 km/s: la
velocidad de la luz se mantiene, como exige el segundo
postulado. Para que todo encaje, al medir ambos
tiempos diferentes y ser la velocidad de la luz la misma,
las distancias deben ser diferentes.

Pero, al igual que Alberto, al moverse respecto a los


otros objetos, ve todas las distancias en la dirección de
su movimiento "achatadas", Ana ve a Alberto "achatado"

40
en la dirección de su movimiento. Aquí el experimento
no es simétrico, porque Ana sólo ve achatado a Alberto,
mientras que él ve todos los otros objetos (y la distancia
entre ellos, medida en su dirección de movimiento)
achatados.

Otra manera de ver la contracción de la longitud es la


siguiente:

Supongamos que Alberto va a ir de la Tierra a Plutón a


una velocidad muy grande. El tiempo que él mide que
dura el viaje es, como vimos en el capítulo anterior, más
pequeño que el tiempo que pasa para un observador
situado, por ejemplo, en Plutón. Sin embargo, la
velocidad de Alberto respecto al resto del Sistema Solar
es la misma (Alberto ve a Plutón acercarse a la misma
velocidad que Plutón ve acercarse a Alberto), de modo
que la única solución a la aparente contradicción (de
que Alberto crea que tarda menos de lo que debería) es
que, cuando Alberto mira mientras se mueve, ve que la
distancia entre la Tierra y Plutón es más corta que la que
mide un observador situado en Plutón.

De hecho, si lo llevas al extremo, imagina que Alberto


viaja al 99,99999% de la velocidad de la luz. De acuerdo
con el capítulo anterior, para Alberto habrá pasado un
tiempo cortísimo en el viaje. Supongamos que el viaje
dura, para él, 0,001 segundos mientras que el tiempo
que dura medido desde Plutón es de 1 hora. Pero, ¿cómo
diablos es posible viajar de la Tierra a Plutón en sólo
0,001 segundos? Porque la distancia entre la Tierra y

41
Plutón que ve Alberto mientras viaja es de sólo unos
pocos metros.

Piénsalo: es imposible aceptar que cambia la medición


del tiempo entre dos sistemas de referencia y que no lo
hace la medición de la longitud, cuando la velocidad
(que es la relación entre el espacio recorrido y el tiempo
empleado) es la misma en ambos sistemas de referencia,
como lo es la de la luz por el segundo postulado. Es una
consecuencia inevitable que las longitudes se contraigan
si los tiempos se dilatan.

Por si te lo estás preguntando, sí: una partícula que


viaja a la velocidad de la luz (como un fotón) ve el resto
del Universo "achatado hasta el infinito"...no tiene
grosor. Por eso, en su sistema de referencia, llega
instantáneamente a todas partes y el tiempo no pasa
para ella, porque no recorre ninguna distancia. Sin
embargo, visto desde fuera, el tiempo sí pasa y la
partícula sí recorre distancia. ¿Quién tiene razón? Ya
sabes la respuesta.

Bien, Alberto ve que la Tierra y Plutón se

mueven hacia él, de modo que ve la distancia entre


ellos acortada. Pero ¿y si Ana está en Plutón y mira
a Alberto acercarse? ¿Lo vería achatado también?

Desde luego – salvo que haya algo que rompa la


simetría, no hay manera de saber quién se mueve y

42
quién está parado. Si Ana mira a Alberto, lo vería
achatado en la dirección en la que se acerca a ella.

Hablas de lo que le ocurre a la longitud siempre

en la dirección del movimiento. ¿Qué pasa en otras


direcciones?

En cualquier dirección perpendicular a la del


movimiento, Ana y Alberto medirían la misma longitud:
la forma en la que aparece la contracción de la longitud
es cuando un observador se mueve hacia el otro, de
modo que ambos miden la misma velocidad del otro
(uno en un sentido, otro en el contrario).

Si Alberto y Ana miden la velocidad de algo en una


dirección perpendicular, ese algo no va a tardar lo
mismo para ambos, pero tampoco va a la misma
velocidad (ni siquiera en la misma dirección), de modo
que la dilatación del tiempo no lleva a ninguna
contradicción.

De hecho, si te movieras muy rápido y observases un


dado en forma de cubo que se acerca hacia ti a gran
velocidad, no lo verías cúbico: se achataría hasta
convertirse en una especie de lámina muy delgada, igual
de ancha y alta que el dado original, pero muy achatada
en la dirección en la que se acerca a ti.

43
44
6. Aumento de masa

Hasta ahora hemos hablado únicamente de cómo el


espacio y el tiempo se “deforman” cuando te mueves
muy rápido: si ves una nave espacial moverse hacia ti
muy deprisa, estaría achatada en la dirección en la que
viene y, además, todo lo que sucede en ella lo verías en
“cámara lenta”.

Sin embargo, una consecuencia inevitable del segundo


efecto (la dilatación del tiempo) es que la masa de esa
nave espacial no es la misma que la que tendría si
estuviera quieta: ¡los efectos de la relatividad se
extienden a la propia masa de los objetos!

Bien, en primer lugar, una aclaración: estrictamente, lo


que sucede cuando algo se mueve muy rápido es que su
momento lineal (cantidad de movimiento) sigue una
fórmula que no es la newtoniana, sino la relativista. Sin
embargo, esta fórmula es la misma que sería si usamos
el concepto newtoniano de cantidad de movimiento pero
la masa del objeto varía. Lo digo porque algún físico
puede disgustarse oyéndonos hablar del "aumento de

45
masa", pero como nadie en la vida normal trata con el
momento lineal y sí con la masa, y el efecto es el mismo,
prefiero seguir hablando de "masa relativista" y
“aumento de masa” aunque no sea estrictamente
correcto hablar en esos términos.

Dicho esto, si estás preparado y con la mente clara,


empecemos a realizar nuestros experimentos mentales
con Ana y Alberto, nuestros "observadores ficticios",
para ver cómo extraemos conclusiones de lo que ven el
uno y el otro cuando se mueven muy rápido uno
respecto al otro. En este experimento mental, tanto Ana
como Alberto tienen en las manos una bola de bolos
cada uno (ambas idénticas).

Como en ocasiones anteriores, supongamos que Ana y


Alberto se encuentran en el vacío, lejos de cualquier otro
cuerpo, y que se mueven el uno respecto al otro a gran
velocidad. Pongamos que se acercan el uno al otro en
trayectorias paralelas como se muestra en el dibujo:

46
En un momento dado, ambos lanzan la bola que tienen
en las manos perpendicularmente a la dirección de
movimiento respecto al otro. Como cada uno de ellos ve
moverse al otro hacia él (y se considera a sí mismo en
reposo), lanza la bola perpendicularmente a la
trayectoria del otro (perpendicularmente visto desde su
sistema de referencia, oblícuamente visto por el otro). Y
supongamos que ambos (que son muy listos) lanzan la
bola en el momento justo para que choquen en el punto
medio entre ambos cuando pasan uno junto al otro, de
manera que las bolas choquen y les vuelvan a las
manos.

Para que ocurra esto, deben lanzar la bola con la misma


velocidad respecto de cada uno, de modo que todo sea
simétrico. Sé que es algo complicado, pero un dibujo
debería aclararlo:

47
Piensa que cada uno lanza la bola perpendicularmente
al movimiento del otro, de modo que, en el dibujo, Ana y
Alberto seguirían moviéndose uno hacia el otro y las
bolas se moverían a su misma velocidad
"horizontalmente" y a la vez hacia la trayectoria del otro,
de modo que al final se tocasen, volvieran a bajar
mientras siguen moviéndose horizontalmente al mismo
ritmo que sus lanzadores y, al final, volvieran a las
manos de uno y otro.

Pero analicemos lo que ve uno de los dos, por ejemplo,


Ana. Lo que ella ve que hace su bola de bolos
(considerándose a sí misma en reposo y a Alberto
moviéndose en línea recta) es lo siguiente:

48
Su bola de bolos ha sido lanzada a una velocidad (la que
sea) perpendicularmente a la trayectoria de Alberto. La
bola de Alberto, por otro lado, va en una dirección
oblicua: tiene una velocidad hacia la izquierda que es la
de Alberto, y otra hacia abajo que es la que Alberto le ha
dado.

Pero cuando Ana mira a Alberto y su bola, todo pasa


más despacio. Si recuerdas el capítulo acerca de la
dilatación del tiempo, cuando Ana mire la bola de
Alberto bajar, la bola de Alberto se moverá “en cámara
lenta”, irá más despacio que en el sistema de referencia
de Alberto, porque el tiempo de Alberto (y su bola, que
se mueve hacia la izquierda a su misma velocidad) es
más lento que el de Ana. De modo que, en el sistema de
referencia de Ana, la bola de Alberto baja más despacio
de lo que sube la suya propia.

49
Fíjate en lo que sucede en la colisión entre ambas bolas:
Ana ve la suya subir rápido y la de Alberto bajar
despacio, y a ambas bolas chocar, y luego su propia bola
bajar y la de Alberto subir, volviendo por donde vinieron
con las mismas velocidades que tenían. Sin embargo,
Ana es una persona inteligente y sólo puede extraer una
conclusión lógica de lo que ha visto... una conclusión
muy, muy rara.

Si recuerdas cómo funcionan los choques elásticos,


piensa un momento: dos bolas de billar chocan la una
contra la otra. Una bola va, por ejemplo, el doble de
rápido que la otra pero, sin embargo, después de chocar
se vuelven a ir cada una a la misma velocidad con la que
vinieron. La única posibilidad es que la bola que iba la
mitad de rápido tiene el doble de masa, de modo que
compensa la diferencia de velocidad y al final ambas
vuelven igual que vinieron.

Dicho de otra manera: si dos bolas iguales chocan y una


va más rápido que la otra, "gana" la que va más rápido.
De igual manera, si una bola es más pesada que otra y
ambas van igual de rápido, "gana" la más pesada. Pero
si una va más lenta que la otra y ninguna "gana", es que
la lenta tiene más masa que la rápida.

Es decir: visto desde Ana, la bola de Alberto baja a la


mitad de velocidad que la suya pero, como tiene el doble
de masa, al chocar cada una se vuelve como vino. Por
supuesto, visto desde Alberto es la bola de Ana la que

50
tiene el doble de masa y va a la mitad de velocidad...

Es decir, que cuando algo se mueve respecto a ti, no


sólo lo ves “en cámara lenta” y “achatado”, además lo
ves “gordo” – en el sentido de que tiene más masa de la
que tenía cuando estaba parado. Es extraño al principio,
pero es inevitable al aplicar la lógica a los argumentos
de capítulos anteriores. Pero la rareza no acaba ahí.

La consecuencia más importante de este hecho es la


imposibilidad de alcanzar la velocidad de la luz si tienes
masa, por pequeña que sea. Supongamos que, una vez
han intercambiado las bolas, Alberto decide ir muy, muy
rápido, y empieza a acelerar. Lo que vería Ana sería lo
siguiente:

Alberto empieza a ir más rápido. Supongamos que iba a


una velocidad de 200.000 km/s y acelera hasta 210.000
km/s. Ana verá que el tiempo de Alberto, que ya iba más
lento que el suyo, es ahora más lento aún. Además,
vería que Alberto se achata en la dirección del
movimiento y que su masa aumenta. Hasta aquí, ningún
problema.

Pero digamos que Alberto sigue acelerando, y pasa de


210.000 km/s a 220.000 km/s. Ana lo verá aún más
"en cámara lenta", y más contraído, pero lo importante
en lo que concierne a este capítulo: Alberto debe haber
gastado más energía para acelerar de 210.000 a 220.000
km/s que lo que gastó para pasar de 200.000 km/s a
210.000 km/s. ¿Por qué? Porque a 210.000 km/s su

51
masa es más grande que a 200.000 km/s, de modo que
le cuesta más acelerar. El efecto se hace más y más
extremo hasta que llegaría un momento en el que
Alberto tendría que gastar una energía increíble para
aumentar su velocidad un milímetro por segundo, pues
el aumento de masa tiende a infinito cuando la
velocidad se acerca a la de la luz.

Por ejemplo, imagina que gastas cierta cantidad de


energía para acelerar de 250.000 km/s a 280.000 km/s.
Si vuelves a gastar la misma energía, aceleras menos,
porque pesas más: sólo llegas a 289.000 km/s. Y si
vuelves a gastar la misma energía, llegas a 293.000
km/s. Si lo sigues haciendo, cada vez que gastas la
misma energía aceleras un poco menos: 295.000 km/s,
296.000 km/s... de modo que nunca, jamás, podrías
alcanzar la velocidad de la luz.

De hecho, da igual con qué energía empieces acelerando


el primer tramo: cuanto más aceleres al principio, mayor
será tu masa, de modo que más te costará acelerar...al
final, la energía total para poder alcanzar la velocidad de
la luz es infinita. De manera que, para cualquier cuerpo
material, es imposible lograrlo.

Esta idea de que cuando aumenta tu energía (por


ejemplo, tu energía cinética al acelerar) aumenta tu
masa, es decir, la equivalencia de masa y energía, tiene
su expresión más famosa en la fórmula E = mc2 que
seguramente has visto en camisetas.

52
Una vez más, pensar en masa y energía como dos caras
de la misma moneda no es intuitivo: nadie ve, en la vida
cotidiana, que la materia se convierta en energía, ni al
revés, pero una vez más esto sucede porque la velocidad
de los objetos que observamos es muy pequeña.

Como ejemplo (tendrás que creerme, porque no voy a


ponerme a deducir fórmulas aquí), para que un coche de
1.000 kilogramos de masa en reposo ganara un gramo
de masa debido a su velocidad, tendría que moverse a
unos 750.000 km/h respecto a ti. ¡Ahí es nada!

Vale, cuando Ana ve la bola de Alberto moverse

a gran velocidad, le parece que tiene más masa.


Pero eso es todo: es una apariencia, ¡la bola es la
misma de antes, no puede haber cambiado! No tiene
más masa, eso es simplemente lo que le parece a
Ana.

No, sigues haciendo caso a tu intuición, que te dice que


las cosas “son como son” de manera absoluta. La masa
de la bola es la que mide alguien. La bola no tiene “masa
de por sí”.

Si Alberto mide la masa de la bola, y Ana mide la masa


de la bola, ambos obtienen resultados diferentes.
Ninguno de los dos “tiene razón”, y la bola no es la
misma en ambos sistemas de referencia.

Sí es cierto que, estrictamente, como hemos dicho antes,

53
la masa de la bola es su masa en reposo, y lo que
cambia es su cantidad de movimiento, pero para
cualquier efecto práctico (por ejemplo, si Ana quiere
parar la bola de Alberto, o hacer que se mueva más
deprisa) la bola tiene más masa que si estuviera parada.

¿Cómo es posible que algo gane masa? ¿Qué

hay del principio de conservación de la masa?

El principio de conservación de la masa, querido lector,


es mentira: sigue enseñándose en los colegios porque es
fácil de entender, y porque en las reacciones químicas se
cumple, pero el principio de conservación verdadero es
el de la masa-energía... y, francamente, ni siquiera ése
es estrictamente cierto cuando se tiene en cuenta la
cuántica, pero eso es otra historia.

De hecho, los físicos hacen colisionar partículas todo el


tiempo, y a veces dos partículas chocan y se
desintegran, su masa desaparece... y se convierte en
energía. Lo mismo sucede en las reacciones nucleares.

Incluso puede hacerse lo contrario: hacer que una


partícula muy ligera vaya muy, muy rápido... y que se
convierta en partículas más pesadas que ella que se
mueven lentamente, convirtiendo parte de la energía
cinética de la partícula en materia que aparece “de la
nada”. ¿De la nada? No: de la energía.

54
Entonces, cuando algo gana masa, ¿tiene más

átomos que antes? ¿De dónde salen esos átomos?

No, cuando algo se mueve muy deprisa, la masa de cada


uno de sus átomos parece más grande. No es que gane
átomos, tiene los mismos que antes, pero cada uno
“pesa más”.

55
56
7. Adición de velocidades

Este capítulo es bastante abstracto; además, ten en


cuenta que, sin utilizar fórmulas, no puedo demostrar
resultados exactos. Recuerda que el objetivo de este
librito no es convencerte de que los efectos relativistas
tienen un valor u otro, sino que las cosas “raras” que
ocurren en relatividad son una consecuencia necesaria
de los postulados de Einstein.

En primer lugar, si has entendido los capítulos


anteriores, espero que veas inmediatamente que la suma
de velocidades “intuitiva” (newtoniana) es absolutamente
incompatible con la relatividad. Veámoslo con un
ejemplo.

La teoría clásica, que es la que damos por sentado


intuitivamente, dice lo siguiente: supongamos que
nuestros observadores, Ana y Alberto, se encuentran,
como siempre, en el espacio, lejos de cualquier punto de
referencia e influencia exterior. Y supongamos que
Alberto se aleja de Ana a 200.000 km/s, y que tiene una
naranja en la mano.

57
En un momento dado, Alberto lanza la naranja hacia
delante con lo que a él le parecen 200.000 km/s. Si
preguntamos a Newton, ¿qué velocidad mide Ana que
tiene la naranja? su respuesta sería, indudablemente,
400.000 km/s: los 200.000 de la naranja alejándose de
Alberto más los 200.000 de Alberto alejándose de Ana.

De hecho, supongamos que Alberto tiene una linterna


en la mano y la apunta en sentido contrario a Ana.
Según Newton, puesto que la luz de la linterna respecto
a Alberto es de 300.000 km/s, Ana vería a la luz alejarse
de ella a 500.000 km/s.

Tanto la primera como la segunda conclusión son total y


absolutamente incompatibles con todo lo que hemos
obtenido hasta ahora a partir de los postulados de
Einstein: la primera haría que, en el sistema de
referencia de Ana, la naranja tuviera más velocidad que
la luz, lo cual vimos que es imposible en el capítulo
anterior; la segunda haría que un observador (Ana)
midiera una velocidad de la luz distinta de 300.000
km/s, lo cual contradice el segundo postulado.

De modo que la idea intuitiva de, simplemente, sumar


las velocidades, es falsa si aceptamos los postulados de
Einstein. Y, por supuesto, la clave de la cuestión está en
cómo podemos comparar lo que ve cada uno cuando sus
conceptos de tiempo, distancia y simultaneidad son
diferentes.

58
Aquí es donde ampliamos nuestro estudio de qué le
ocurre al tiempo de un observador que se mueve
respecto a otro. En el capítulo acerca de la dilatación del
tiempo ya pusimos de manifiesto el “ralentizamiento”
que mide un observador cuando algo se mueve rápido
respecto a él. Pero en ese caso, si recuerdas, el rayo de
luz que iba de espejo a espejo se movía
perpendicularmente a la dirección de movimiento de un
observador respecto a otro, y justo cuando un
observador pasaba junto al otro, y esto es importante.

Veamos ahora qué le ocurre al tiempo cuando un


observador se aleja directamente del otro, porque
ocurren cosas aún más raras: vamos a hablar del efecto
Doppler.

Supongamos que Ana y Alberto realizan el siguiente


experimento: Alberto se aleja de Ana a 150.000 km/s y
lanza una naranja hacia delante con lo que a él parecen
150.000 km/s. Como hemos dicho antes, es seguro que
Ana no mide una velocidad de la naranja respecto a ella
de 300.000 km/s, sino más pequeña, porque si no se
incumplen los postulados.

La cuestión aquí es: ¿cómo puede Alberto comunicar a


Ana la velocidad de la naranja respecto a sí mismo? Al
tener en cuenta la relatividad debemos, como en el caso
del reloj de espejos, especificar cómo se transmite la
información.

59
Supongamos que Alberto tiene una linterna. Cada
segundo, lanza un destello de linterna hacia Ana, para
que ella sepa cómo está pasando el tiempo para él. Si
Alberto se mueve a 150.000 km/s, Ana no va a ver un
destello cada segundo. ¿Por qué? Porque cada destello
que lanza Alberto va a tener que recorrer una distancia
mayor que el anterior.

Si no tenemos en cuenta efectos relativistas, esto


significa que cada destello (que se produce cada
segundo) tiene que recorrer 150.000 km más que el
anterior (la distancia que Alberto se mueve en un
segundo), de modo que tarda 0,5 segundos “de más”
respecto al anterior. De modo que Ana observa destellos,
no cada segundo, sino cada 1,5 segundos. Este
ralentizamiento, cuando se aplica a las ondas, se
denomina efecto Doppler, y es lo que hace que cuando
oyes la sirena de una ambulancia que se aleja de ti,
parece más grave (porque el sonido tiene una frecuencia
menor), y al revés si se acerca a ti, parece más agudo.

En mecánica newtoniana no importa, porque el tiempo


es el que es (el mismo) para todos los observadores, pero
en mecánica relativista sí: los observadores deben
comunicarse unos a otros el tiempo que están midiendo.
Ana y Alberto no miden el tiempo al mismo ritmo - Ana
recibe la información ralentizada, de modo que cualquier
cosa que mida Alberto (por ejemplo, la velocidad de la
naranja) va a ser diferente para Ana.

60
Además, hay que tener en cuenta la dilatación del
tiempo de la que ya hablamos, que hace que Ana vea a
Alberto aún más ralentizado: de hecho, cuando Alberto
se aleja de Ana, el ralentizamiento del tiempo que ve ella
es aún mayor que cuando se mueve perpendicularmente
(cuando pasa por delante de ella). No vamos a entrar en
fórmulas, pero Ana vería los destellos de Alberto cada
1,73 segundos. De manera que, cuanto más rápido vaya
Alberto, más diferentes son las medidas de la velocidad
de la naranja para uno y otro.

Y además de eso, hay que tener en cuenta la contracción


de la longitud: cuando Alberto lanza la naranja, él ve
que recorre una determinada distancia, pero Ana ve que
recorre una distancia más pequeña, porque cualquier
medida de longitud del sistema de referencia de Alberto
ella la ve “achatada”.

De hecho, si Alberto se mueve muy cerca de la velocidad


de la luz, aunque mida una velocidad muy grande para

61
la naranja respecto a sí mismo, Ana medirá una
velocidad mucho más pequeña, porque el tiempo de
Alberto para ella estará pasando muy, muy despacio y la
distancia que ha recorrido la naranja es muy, muy
corta, de modo que la velocidad de la naranja respecto a
ella nunca alcance la de la luz.

Pero aquí hay algo más interesante: ¿qué pasa si Alberto


se está acercando a Ana en vez de alejarse? Entonces, el
efecto Doppler se invierte: como cada destello de luz
tiene que recorrer menos distancia que el anterior, Ana
ve los destellos más cerca unos de otros (sin tener en
cuenta la dilatación del tiempo, sería cada 0.5
segundos)…¡el tiempo de Alberto pasa más deprisa!
También hay que tener en cuenta la dilatación del
tiempo, por supuesto, que hace que el tiempo de Alberto
pase “en cámara lenta” para Ana, de modo que Ana vería
los destellos, considerando el efecto Doppler relativista,
cada 0,577 segundos.

Esto es algo que a veces no se menciona, y la gente


piensa que el tiempo aparente de un sistema que se
mueve respecto a ti es siempre más lento (de hecho, yo
no lo mencioné en el primer capítulo para no liar las
cosas, de ahí que el movimiento de los rayos fuera
perpendicular al movimiento de los observadores). Pero
su tiempo va más rápido cuando se acerca a ti, y más
lento cuando se aleja de ti; aunque en ambos casos la
dilatación del tiempo se aplica (fíjate que los destellos
que ve Ana son cada 1,73 en vez de 1,5 segundos, y
cada 0,577 en vez de cada 0,5 segundos). Hay que tener

62
en cuenta ambas cosas: la dilatación del tiempo “básica”
y el efecto Doppler relativista.

Podrías pensar que esto hace que si Alberto se mueve


hacia Ana muy rápido (de modo que ella vea el tiempo de
Alberto muy “acelerado”) y él lanza la naranja hacia ella
muy rápido, la velocidad de la naranja respecto a Ana
será mayor que la de la luz. Sin embargo (sin usar
fórmulas), los efectos de dilatación del tiempo y de
contracción de la longitud son suficientes para que esto
no llegue a pasar.

Tendrás que creerme si te digo que, teniendo en cuenta


el efecto Doppler relativista, un objeto que se mueve a la
velocidad de la luz se mueve a esa velocidad respecto a
cualquier observador, y que no es posible que un objeto
que no se mueve a la velocidad de la luz en un sistema
de referencia lo haga en cualquier otro. Si quieres ver la
fórmula, tendrás que aventurarte en la sección
correspondiente.

Pero, ¿no dijiste en el capítulo sobre la

dilatación del tiempo que el tiempo de un


observador que se mueve es siempre más lento?
¿Ahora resulta que puede ser más rápido?

Recuerda que ese capítulo fue casi al principio del libro:


¿cómo hubieras reaccionado si te hubiera dado la
versión complicada? En el capítulo sobre la dilatación

63
del tiempo se da la versión básica: cuando el movimiento
es perpendicular a la línea entre los dos observadores.
Ya te avisé de esto entonces.

En este capítulo se combina ese efecto con el efecto


Doppler, para mostrar la versión completa: el tiempo va
más lento si te alejas de alguien o te mueves
perpendicularmente a la línea que os separa, y más
rápido si te acercas.

64
8. Paradoja del corredor

Si has entendido los capítulos anteriores, tienes ya una


comprensión básica –aunque sea cualitativa- de la
Teoría Especial de la Relatividad. Sin embargo, para
completar este conocimiento, y puesto que es probable
que se te hayan ocurrido experimentos mentales que
traten de probar que la relatividad “no encaja”, quiero
dedicar un par de capítulos a analizar las dos paradojas
relativistas más conocidas, propuestas por detractores
de Einstein. Durante los primeros años de la relatividad
se propusieron muchas, pero todas se desmoronan al
aplicarles la lógica cuidadosamente.

Espero que veas que, en efecto, las “paradojas


relativistas” lo son por parecer absurdas, pero no son
realmente absurdas: parece que hay algo que no encaja,
pero todo tiene perfecto sentido si se mira con cuidado.
El problema es, como siempre, que nuestra intuición se
ha desarrollado en un mundo de cosas que se mueven
despacio, de modo que lo que nos parece “evidente” es
evidente si las cosas no van muy rápido, pero deja de
serlo en caso contrario.

65
La primera paradoja que discutiremos es la llamada del
palo y el granero, de la escalera y el granero, del corredor
y con otros nombres, todas ellas básicamente la misma
“paradoja”. Por supuesto, nosotros utilizaremos a
Alberto y Ana para describir la situación. Veremos si, en
primer lugar, ves la paradoja, y si en segundo lugar
puedo convencerte de que, realmente, todo encaja.

Supongamos que Alberto y Ana, nuestros observadores


relativistas, están en una granja en la que hay un
granero de base cuadrada de diez metros de lado. El
granero tiene dos puertas, una en una pared y otra en la
pared opuesta. Ana se encuentra en reposo junto al
granero, que tiene una puerta abierta y la otra cerrada.

Aparece Alberto, que lleva en las manos un palo de diez


metros de longitud y corre hacia la puerta abierta del
granero a una velocidad de, por ejemplo, 240.000 km/s.
¡Alberto es un pedazo de atleta! Veamos que es lo que
observa cada uno de ellos con dibujos.

Lo que ve Ana, que está en reposo respecto al granero y


ve a Alberto moverse, es que el granero tiene diez metros
de largo (normal), y que Alberto lleva en las manos un
palo más corto de diez metros, debido a la contracción de
la longitud. Pongamos que, en el sistema de referencia
de Ana, el palo mide seis metros. Ella vería esto:

66
Pero Alberto, por supuesto, no ve lo mismo. Su palo,
cuando lo mira, mide diez metros, pues está en reposo
respecto a él. Es el granero el que es más corto…al
estar moviéndose hacia Alberto a 240.000 km/s, de
puerta a puerta Alberto no ve 10 metros, sino que ve 6
metros (la misma contracción de longitud que Ana ve en
el palo). Esto es lo que ve él:

67
Pero Ana, que no se cree la Teoría de la Relatividad
Especial, opina que la contracción de la longitud es una
“ilusión óptica”. De modo que decide comprobarla: va a
encerrar a Alberto en el granero, para ver si realmente
cabe dentro. Puesto que lo que ella ve es que el palo
mide seis metros y el granero diez, no debería haber
ningún problema.

Ana observará el movimiento de Alberto


cuidadosamente: en cuanto el extremo de atrás del palo
de Alberto entre en el granero, ella cerrará la puerta de
entrada (de modo que, en ese instante, ambas puertas
están cerradas con Alberto dentro) y, al mismo tiempo,
abrirá la puerta de salida, dando tiempo de que el
extremo anterior del palo salga del granero sin
problemas:

68
De esta manera, Ana comprobará que, efectivamente, el
palo es más pequeño que el granero y cabe dentro, sin
que el experimento altere la velocidad de Alberto: el palo
pasa por ambas puertas sin encontrar obstáculos.

Pero, ¿qué vería Alberto? La paradoja consiste en lo


siguiente: si en el sistema de referencia de Alberto el
palo mide 10 metros y el granero 6, cuando las puertas
estén cerradas, es imposible que el palo quepa en el
granero. En el sistema de referencia de Alberto, debería
pegarse un morrazo con la puerta de salida, porque
como la parte de atrás del palo no habrá superado la
puerta de entrada cuando la parte de delante llegue a la
puerta de salida, esta segunda puerta estará cerrada.
¿Cómo es esto posible?

Antes de leer la explicación, piensa un par de minutos.


Si has entendido este libro hasta ahora, no espero que
tengas la solución exacta, pero ya deberías oler más o
menos por dónde van los tiros. Una vez lo hayas
pensado un rato, sigue leyendo.

Si has entendido los anteriores capítulos, aunque no

69
sepas exactamente qué está pasando, probablemente te
hueles que tiene que ver con el tiempo: para empezar, lo
que Ana ve simultáneo Alberto puede no verlo a la vez.
Si has pensado algo así, enhorabuena, porque entiendes
el fundamento de la solución y eres parte de la selecta y
minúscula porción de la población que entiende la
relatividad.

En efecto, Ana ve las dos puertas cerradas en un


instante de tiempo, porque el granero está en reposo
respecto a ella. Pero puesto que Alberto se mueve
respecto al granero, el tiempo no pasa igual para él. Si
recuerdas el capítulo de la relatividad de la
simultaneidad, entiendes de qué manera.

En el sistema de referencia de Alberto, los sucesos de la


pared de delante del granero se producen antes que en
el de Ana, porque un rayo de luz que sale de ese lugar va
hacia Alberto y Alberto hacia él. Pero, por el contrario,
un suceso en la pared por la que Alberto entra en el
granero está “retrasado”, porque un rayo de luz que
salga de esa pared del granero tiene que “perseguir” a
Alberto, que se aleja de la pared.

De modo que Alberto ve las cosas pasar, comparado con


Ana, “antes de tiempo” en la puerta de salida, y
“después de tiempo” en la puerta de entrada. No vamos
a entrar, numéricamente, en cuánto tiempo hay de
diferencia, pero fíjate en lo rara que es la conclusión: si
Ana ve las dos puertas cerradas al mismo tiempo, y
la segunda puerta abrirse inmediatamente después
de que se cierre la primera, Alberto verá la puerta de

70
salida abrirse antes de que se cierre la primera. Es
decir: Alberto nunca ve las dos puertas cerradas a la vez.

Esto es lo que ve Alberto, teniendo en cuenta la


relatividad:

De manera que, en su sistema de referencia, todo tiene


sentido. Sí, su palo es más largo que el granero, pero no
hay problema, porque antes de que el extremo anterior
del palo alcance la puerta de salida, ésta se ha abierto. Y
cuando la puerta de entrada se cierra, el extremo
posterior del palo ya ha superado la puerta hace un
tiempo.

Es extraño, pero si recuerdas el capítulo sobre la


relatividad de la simultaneidad verás que es
exactamente lo mismo. ¿Quién tiene razón? Los dos.
Desde luego, Ana ha comprobado que la contracción de
la longitud no es una ilusión óptica: en un momento
determinado, Alberto está completamente dentro del
granero y corriendo a casi la velocidad de la luz, sin
tocar ninguna pared.

71
Vamos a ver: ¿no decías que la causalidad se

mantiene? Si la puerta de salida se abre porque se


cierra la puerta de entrada, ¡en el sistema de
Alberto ocurre la consecuencia antes que la causa,
la puerta de salida se abre antes de que se cierre la
de entrada!

No – en el experimento mental que acabamos de realizar


nunca se dice que una puerta se abra como
consecuencia de que se cierre la otra. Ana cierra las dos
puertas simultáneamente.

La cuestión es que el problema se complica bastante


cuando se considera que una puerta se abra porque la
otra se cierra, pero es posible razonar sobre ese caso, y
voy a tratar de convencerte de que, incluso entonces, no
hay contradicciones y la causalidad se mantiene.

Supongamos que Ana cierra la puerta de entrada


cuando Alberto y el palo están completamente dentro del
granero y, en el momento en el que la puerta se cierra,
una señal (por ejemplo, eléctrica) ordena que se abra la
puerta de salida. En este caso, desde luego, Alberto se
pega un buen porrazo contra la puerta de salida en su
sistema de referencia, pues no le da tiempo a abrirse
antes de que el extremo delantero del palo llegue a ella.

Pero, en ese caso, la puerta de salida no se abre


inmediatamente: lo más rápido que la información

72
puede llegar a ella desde la otra puerta es a la velocidad
de la luz, en cuyo caso tardaría unos 0,0000333
segundos en abrirse, visto desde Ana... y el extremo
delantero del palo sólo tarda 0,000017 segundos en
llegar a la puerta de salida. Alberto se pega un trompazo
en su propio sistema de referencia y en el de Ana.

Dicho de otra manera y sin números: si una puerta se


abre como consecuencia de que se cierre la anterior, no
da tiempo a que la causa se propague hasta la segunda
puerta antes de que llegue Alberto, en ninguno de los
dos sistemas de referencia. La causalidad se mantiene.

73
74
9. Paradoja de los gemelos

Probablemente la paradoja relativista más conocida de


todas, la “paradoja de los gemelos” ha producido
quebraderos de cabeza a generaciones enteras. En
general, suele explicarse bastante mal, y pocos textos
van más allá de cosas como “el sistema no es simétrico,
porque uno de los dos gemelos acelera” y cosas
parecidas.

Aquí, por supuesto, vas a leer una explicación razonada


y completa, ¡faltaría más! Pero tengo que darte un aviso:
este capítulo es, sin ninguna duda, el más complejo de
todo el libro. Si te cuesta entenderlo, no te desanimes:
deja pasar un tiempo, relee el librito y enfréntate a él de
nuevo. Si te sirve de consuelo, muchos físicos no
entienden realmente (aunque puedan calcular muchas
cosas) por qué la paradoja de los gemelos no es una
contradicción.

¿Estás listo para enfrentarte a esta paradoja? Lee


despacio y piensa cuidadosamente antes de pasar cada
párrafo. En esta paradoja están involucrados

75
prácticamente todos los conceptos que hemos visto ya:
la dilatación del tiempo, la contracción de la longitud, la
relatividad de la simultaneidad, el efecto Doppler
relativista... es un buen examen para comprobar la
profundidad de tu conocimiento a estas alturas. Es
posible, por supuesto, que tengas que releer capítulos
anteriores para refrescar la memoria y no hay ningún
problema en ello. Vamos allá:

Supongamos que hay dos gemelos idénticos. Uno de


ellos decide hacer un viaje hasta el planeta imaginario
Einstenon, que está a 10 años-luz de la Tierra, y viaja a
una velocidad muy grande (digamos, por ejemplo, el
87% de la velocidad de la luz). Entonces, visto desde la
Tierra, el tiempo del gemelo viajero pasa muy
lentamente, de modo que, al volver, en vez de haber
pasado muchos años, para él han pasado pocos y es
joven, mientras que el gemelo que se quedó en la Tierra
es viejo. Perfecto.

Pero, visto desde el sistema de referencia del gemelo


viajero, es el gemelo que se queda en la Tierra el que se
mueve, de modo que para él pasa el tiempo más
lentamente y es él el que debería ser joven cuando
vuelven a encontrarse. Cuando se miran a la cara, ¿cuál
es joven y cuál es viejo? Está muy bien decir “en cada
sistema de referencia, el otro es joven y yo soy viejo”,
pero ¿qué pasa, que cada uno le dice al otro “te veo muy
joven”? ¡Uno de los dos debe tener razón! Si aceptamos
la relatividad, llegamos aquí a un absurdo. ¿Significa
esto que la relatividad es mentira?

76
En absoluto. Una vez más, simplemente tenemos que
analizar el problema cuidadosamente, aplicando los
postulados de Einstein y sus conclusiones, para ver que
todo encaja perfectamente y no hay contradicción
alguna.

Para explicar lo que está pasando realmente,


utilizaremos, por supuesto, a Alberto y Ana en vez de a
dos gemelos desconocidos (he querido plantear la
paradoja de la manera tradicional porque es como
aparece en todas partes).

Ana decide hacer un viaje a Einstenon, que está a 10


años-luz de la Tierra, viajando al 87% de la velocidad de
la luz. De modo que tenemos dos observadores: Alberto,
que está en la Tierra y no se mueve de ella, en reposo
respecto a todo lo demás excepto Ana. Y Ana, que se
mueve de la Tierra hacia Einstenon en el viaje de ida, y
luego se da media vuelta y vuelve de Einstenon a la
Tierra.

Alberto y Ana tienen, ambos, relojes que emiten un


destello luminoso cada segundo, para que Alberto pueda
ver cómo pasa el tiempo de Ana y al revés.

Veamos en primer lugar lo que experimenta Ana


mientras viaja. Para ella, la distancia entre Einstenon y
la Tierra no es de 10 años-luz, es de 5 años-luz debido a
la contracción de la longitud. De modo que ella, que se
mueve al 87% de la velocidad de la luz, debe recorrer 5

77
años-luz de distancia de ida (lo cual le lleva unos 5,77
años) y lo mismo de vuelta (otros 5,77 años más o
menos), de modo que el viaje total, para ella, dura
11,55 años.

Sin embargo, cuando ella mira hacia Alberto según se


aleja de él, como dijimos en el capítulo de adición de
velocidades, el efecto Doppler relativista hace que los
destellos del reloj de Alberto sean más lentos (por un
lado, Alberto se mueve de modo que Ana lo ve “en
cámara lenta”, como dijimos en la dilatación del tiempo
y, por otro, los rayos de luz deben perseguir a Ana). De
hecho, como Ana va a una velocidad bastante parecida a
la de la luz, los destellos del reloj de Alberto se producen
cada 3,73 segundos en vez de cada segundo.

Por lo tanto, cuando Ana llega hasta Einstenon, aunque


ella ha experimentado un tiempo de viaje de 5,77 años,
el reloj de Alberto ha marcado 3,73 veces menos: unos
1,55 años. De hecho, en el momento en el que Ana llega
a Einstenon, la imagen que ve de Alberto es de un
Alberto “joven”, que sólo ha envejecido 1,55 años
mientras que ella lo ha hecho 5,77 años.

Pero, sin embargo, cuando Ana se da la vuelta en


Einstenon y empieza a moverse hacia la Tierra, ve los
destellos de Alberto acelerados, justo por lo contrario
que antes: ahora ella se mueve hacia la fuente de la luz,
de modo que cada destello debe recorrer menos que el
anterior. Ahora, los destellos de Alberto son 3,73 veces
más rápidos en vez de más lentos: se producen cada

78
0,27 segundos. De modo que, durante el viaje de vuelta,
Ana ve a Alberto “en cámara rápida”, de modo que en
vez de pasar 5,77 años, para él pasan 21,55 años.

En la siguiente página hay un diagrama que explica todo


el viaje desde el punto de vista de Alberto. Estúdialo
durante un minuto antes de seguir leyendo, para
comprobar que has entendido todo correctamente hasta
ahora.

79
80
Es decir, Ana hace cuentas y piensa: mi reloj ha marcado
5,77 años de ida y otros 5,77 años de vuelta, es decir, el
viaje ha durado para mí 11,55 años (redondeando). El
reloj de Alberto ha marcado 1,55 años en el viaje de ida y
21,55 años en el de vuelta, es decir, para Alberto han
pasado 23,1 años. Y, en efecto, cuando ambos se
encuentran y Ana mira a Alberto, lo ve más viejo que
ella: ha envejecido 23,1 años, mientras que ella sólo ha
envejecido 11,55 años.

Por otro lado, ¿qué ve Alberto? Él ve que Ana se aleja de


él al 87% de la velocidad de la luz y debe recorrer 10
años-luz, de modo que tarda en llegar a Einstenon unos
11,55 años. Y en el viaje de vuelta tarda otros 11,55
años, es decir, que para Alberto el viaje dura un total de
23,1 años. En este aspecto, puedes ver que ambos,
cuando se encuentran, están de acuerdo: Alberto ha
envejecido, en efecto, 23,1 años.

Pero, ¿qué observa Alberto que pasa para Ana? En el


viaje de ida, Ana se aleja de él, de modo que Alberto la
ve “en cámara lenta”: los destellos de Ana le llegan cada
3,73 segundos. Llegamos aquí a la clave de la paradoja,
de modo que frena y lee esto despacio, porque si lo
entiendes has entendido la paradoja de los gemelos:

Aunque Ana se da la vuelta al llegar a Einstenon (a los


11,55 años de partir, para Alberto), Alberto no ve
inmediatamente que los destellos de Ana se aceleren.
Ana se da la vuelta, y a partir de entonces sus destellos,
efectivamente, se mueven hacia Alberto y están

81
“acelerados”…¡pero esto ha ocurrido a 10 años-luz de
Alberto!

Él no ve el cambio instantáneamente: sólo verá el


cambio cuando el primer destello enviado cuando Ana se
da la vuelta le llegue a él…lo cual no ocurre hasta 10
años después de que Ana dé la vuelta: como está a 10
años-luz, el primer destello tarda 10 años en llegar a
Alberto. Todos los demás destellos “ralentizados” que
aún no le han llegado en el momento en el que Ana se
da la vuelta, aún tienen que llegar a Alberto hasta que el
primer destello “acelerado” le llegue.

De modo que Alberto no ve el tiempo de Ana


“ralentizado” durante 11,55 años, sino durante 21,55
años (11,55 hasta que Ana se da la vuelta más otros 10
hasta que el primer destello “acelerado” le llega). En ese
tiempo, como Ana va “en cámara lenta”, para ella
habrán pasado, no 21,55 años sino 3,73 veces menos:
sólo unos 5,77 años.

A partir de ese momento, Alberto ve a Ana en “cámara


rápida”…pero sólo la ve así durante un tiempo muy
corto. Piensa que, como el primer rayo “acelerado” llega
a Alberto 10 años después de que ella se diera la vuelta
y en esos 10 años ella ha estado viajando hacia la Tierra
(y el viaje de vuelta dura, para Alberto, 11,55 años),
cuando Alberto empieza a verla “acelerada” ella está a
tan sólo 1,55 años-luz de la Tierra.

82
Esos 1,55 años que dura la última parte del viaje,
Alberto ve a Ana lanzando destellos 3,73 veces más
rápidos de lo normal, de manera que para ella ese tramo
no dura 1,55 años, sino unos 5,77 años; en esa parte
del trayecto, Ana está envejeciendo más deprisa que él,
vista desde Alberto.

Una vez más, la siguiente página contiene un diagrama


de todo el viaje, visto desde el sistema de referencia de
Alberto. Comprueba que has comprendido cada parte
del viaje (por supuesto, de forma cualitativa) y,
especialmente, el momento clave en el que Ana se da la
vuelta pero Alberto tarda en recibir la información de ese
hecho.

83
84
De modo que Alberto echa cuentas y piensa: el viaje de
Ana ha durado en total 11,55 años de ida y otros 11,55
de vuelta, en total, para mí han pasado 23,1 años. Y
para Ana ha durado 5,77 años “ralentizada” y otros 5,77
“acelerada”, en total, para ella han pasado 11,55
años…exactamente lo mismo que ha medido ella.
¡Todo encaja!

Cuando ambos se miran el uno al otro al encontrarse


después del viaje de Ana, ambos son conscientes de que
Alberto es más viejo que ella, y la diferencia de edad que
ven los dos es exactamente la misma. No hay
contradicciones de ningún tipo – la relatividad no es
absurda, lo son las conclusiones precipitadas sobre ella.

Para que no te queden dudas, repetiré dónde está la


clave de la paradoja: Alberto está en reposo respecto a
los dos planetas, y es Ana la que se da la vuelta. Ana ve
el reloj de Alberto ir lento durante la mitad del tiempo, y
rápido durante la otra mitad, pero Alberto no: para que
él empiece a ver el reloj de Ana ir rápido, los rayos del
reloj en el momento de que ella se dé la vuelta deben
alcanzarlo, y para entonces ella ya ha recorrido parte del
camino de vuelta, de modo que al final no hay duda por
parte de ninguno de los dos de que ella es más joven que
él.

Como he dicho antes, no hay mucha gente que entienda


realmente esta paradoja, de modo que, si no te has
quedado totalmente convencido, no pasa nada. Deja

85
pasar un tiempo, relee el resto del librito, y vuelve a
intentarlo de nuevo – ¡no es sencilla!

Con esto, hemos terminado de extraer conclusiones


razonadas de los dos postulados de Einstein. Sin
embargo, quiero poner de manifiesto que todo esto no
son simplemente elucubraciones filosóficas sobre la
naturaleza del Universo: todos estos fenómenos
contrarios a la intuición han sido observados en la
realidad. Si aún no estás convencido de la existencia de
la relatividad, espero que el próximo capítulo destierre
tus últimas dudas.

Pero ¿no has estado diciendo durante capítulos

enteros que “ninguno de los dos tiene razón”?


¿Ahora resulta que los dos están de acuerdo en que
el que ha envejecido más es Alberto?

Ah, pero la clave de la paradoja es precisamente ésa:


que, en este capítulo, ambos no son intercambiables, y
las cosas no son simétricas.

En el momento en el que Ana frena y se da la vuelta,


acaba de romper la simetría del problema: la
información “Ana se da la vuelta” es instantánea para
ella, pero no para Alberto. Tiene que viajar hasta él, lo
cual lleva tiempo, y ahí es donde se cuece la solución de
la paradoja. En los capítulos sencillos ambos
observadores eran inerciales y equivalentes, pero en éste
no.

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Vale, la cuestión es que Ana “se da la vuelta”,

pero ¿y si no se diera la vuelta? ¿Y si estuviera, por


ejemplo, dando vueltas en órbita alrededor de
Alberto, siempre a la misma distancia?

Las cosas serían, conceptualmente, algo más


complicadas, pero tampoco habría contradicciones.

La cuestión, en este caso, es que si Ana realiza órbitas


alrededor de Alberto “se está dando la vuelta todo el
tiempo”. Es decir, la dirección de su velocidad cambia
continuamente y, una vez más, la información de ese
cambio tarda cierto tiempo en llegar hasta Alberto, con
lo que todo sigue encajando.

En cualquier caso, un movimiento como éste tiene


aceleración todo el tiempo (aunque Ana siempre se
mueva igual de rápido, la dirección de su velocidad está
cambiando continuamente), de modo que una manera
correcta de estudiar el problema sería la Teoría General,
y no la Especial, de la Relatividad.

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10. La relatividad en la realidad

Sí, aunque parezca un disco rayado, la relatividad no es


una ilusión, y se ha comprobado de manera exhaustiva
con numerosos experimentos. Hablaré aquí de algunos
de ellos.

Por cierto, recuerda que este libro habla acerca de la


Teoría de la Relatividad Especial, no General, de modo
que no vamos a hablar en este capítulo de la curvatura
de la luz al pasar cerca del Sol ni nada parecido.

En primer lugar, el punto más débil de toda teoría son


sus puntos de partida: en este caso, los dos postulados
de Einstein. Los físicos han realizado muchísimos
experimentos tratando de cerciorarse de que, por un
lado, es imposible distinguir un sistema inercial de otro
y, por otro lado, la velocidad de la luz es siempre la
misma.

Todos los experimentos realizados son congruentes con


los postulados de Einstein: por un lado, no se ha
descubierto ningún experimento físico que pueda

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diferenciar un sistema inercial de otro. Respecto a la
constancia de la velocidad de la luz, se han hecho una
miríada de experimentos (el primero de todos, el de
Michelson y Morley que mencionamos en el Preludio): se
ha medido la velocidad de la luz que nos llega de
estrellas que se acercan a nosotros, que se alejan de
nosotros y que no se mueven demasiado ni en un
sentido ni en otro. Se ha medido la velocidad de la luz de
una fuente que se mueve a gran velocidad, desde un
observador que se mueve hacia la fuente y que se aleja
de ella…en todos los casos, la velocidad de la luz ha
resultado ser la misma (dentro del error inherente a las
medidas de los experimentos, pero es un error muy
pequeño). De modo que parece que los postulados se
cumplen.

Respecto a los efectos anti-intuitivos de los que hemos


hablado, también se han observado experimentalmente.

Un ejemplo muy curioso es el de los muones. Un muón


es una partícula subatómica inestable: en muy poco
tiempo, se desintegra en otras partículas diferentes.
Cuando digo “muy poco tiempo” me refiero a que un
muón sólo existe durante unos dos microsegundos
(0,000002 segundos) antes de desaparecer.

Sin embargo, cuando los físicos midieron la vida media


de los muones producidos en las capas altas de la
atmósfera, cuando los rayos cósmicos chocan contra las
moléculas de aire, resultó que esos muones existían
durante 0,00004 segundos. ¡Una eternidad! Estos

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muones estaban existiendo durante un tiempo veinte
veces mayor que el que deberían “vivir”.

La razón, por supuesto, es que esos muones se están


moviendo muy, muy rápido. Tan rápido que los efectos
relativistas pueden notarse. De hecho, cuando se aplica
la dilatación del tiempo a la velocidad de los muones
atmosféricos, su vida media resulta ser exactamente de
0,0004 segundos. ¡Esos muones “viven en cámara lenta”
debido a su velocidad! Y la razón de que esto suceda la
dedujo Einstein con un lápiz y un papel cincuenta años
antes de que se observase. Es para quitarse el sombrero.

Por si te lo estás preguntando, si se observa un muón


que no se mueva a esas velocidades, se desintegra en el
tiempo esperado. Es más: según aumenta la velocidad
con la que se mueve, más tarda en desaparecer, y sigue
con una enorme precisión las predicciones numéricas de
las fórmulas de Einstein.

Es posible que sigas pensando que esto no demuestra


“realmente” nada, pues sigue siendo la observación de
cosas que no podemos ver con los ojos, pero también se
ha comprobado la dilatación del tiempo con relojes
estacionarios y en movimiento. Desde luego, no podemos
acelerar relojes a las velocidades que llevan, por ejemplo,
los muones, de modo que el reloj que se mueve no
marca un tiempo 20 veces más lento, pero utilizando
relojes atómicos muy precisos sí se observan diferencias
de tiempo del orden de nanosegundos: el reloj que se
mueve va más lento. Desde luego, introduciendo la

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velocidad relativa de ambos relojes los números encajan
en las fórmulas einstenianas.

La contracción de la longitud, que yo sepa, no se ha


medido, pues los objetos que se han acelerado a grandes
velocidades suelen ser partículas subatómicas. Sin
embargo, cuando se mira, por ejemplo, el experimento
de los muones, si se acepta que su vida media en su
propio sistema de referencia es de 2 microsegundos y
que ven a la Tierra acercarse a la misma velocidad que
nosotros los vemos a ellos acercarse al suelo, la
distancia que recorren en su propio sistema de
referencia debe necesariamente ser más corta que la que
medimos nosotros. Desde luego, esto no es una prueba
directa sino una deducción.

Respecto al aumento aparente de masa, es muy evidente


a grandes velocidades: cuando, en los aceleradores de
partículas, los físicos llevan (por ejemplo) un electrón a
una velocidad próxima a la de la luz y luego miden su
masa (haciendo que choque con algo), las predicciones
de la teoría de Einstein se cumplen a la perfección: el
electrón empuja las cosas con un momento lineal mucho
más grande del que Newton hubiera predicho. La masa
aumenta. Una vez más, los datos numéricos encajan con
enorme precisión.

No sólo eso - en los aceleradores de partículas pueden


llevarse dos partículas de masa 1 unidad (es un ejemplo,
da igual la masa que tengan) a una velocidad enorme y
hacerlas chocar. El resultado es (por ejemplo) otra

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partícula más pesada que las dos anteriores. Hasta ahí,
todo encaja. Sin embargo, resulta que la masa de la
partícula que se obtiene no es 2 unidades, sino más
grande…por ejemplo, 2,1. Está apareciendo masa “de la
nada”. Ah, por supuesto, no de la nada: de la energía
que tenían las dos partículas al moverse muy rápido.

¿Cómo diablos podría explicarse eso con la simple,


cómoda, intuitiva mecánica newtoniana? Sin embargo,
la teoría relativista lo explica perfectamente mediante la
equivalencia entre masa y energía. Parte de la enorme
energía cinética de las dos partículas iniciales se ha
convertido en masa de la partícula resultante.

También se comprueba el caso contrario todos los días


en las centrales nucleares de fisión: cuando se produce
la desintegración radiactiva de los isótopos del uranio, la
masa total de las partículas que se obtienen es más
pequeña que la de las originales…pero si se tiene en
cuenta la energía desprendida en forma de radiación y
se usa la famosa fórmula de equivalencia (E = m·c2), todo
encaja a la perfección.

En resumen - puede que la Teoría de la Relatividad


Especial resulte anti-intuitiva. Hay mucha gente que se
resiste con uñas y dientes a aceptar que es una
realidad, y se agarra a cosas como que “parece que el
tiempo es diferente” o que “es una ilusión”. Sin embargo,
no es un invento filosófico o matemático, sino una
necesidad teórica para explicar fenómenos, como los
descritos en este capítulo, que se observan en el

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Universo. Todos esos experimentos son coherentes: el
tiempo no es absoluto, la velocidad de la luz sí lo es, la
masa y la longitud varían con la velocidad, la masa y la
energía se convierten la una en la otra…la relatividad es
una realidad.

Esto no quiere decir que sea la realidad última: puede


que, en el futuro, la refinemos y se convierta en un caso
especial de una teoría más amplia (como sucede con la
Especial dentro de la Relatividad General), pero de lo
que estamos tan seguros como podemos estar es de que
no es una ilusión y que los efectos que describe son
reales. Además, las fórmulas que se derivan de los
postulados producen resultados totalmente coherentes
con los experimentos, de modo que ¿qué más se le
puede pedir a una teoría física?

Dicho de otra manera: nunca se puede poner la mano


en el fuego por una teoría física, pues las observaciones
posteriores pueden destronarla. De hecho, ésa es una de
las grandezas de la ciencia. Pero de lo que sí estamos
seguros es de que, si la relatividad es sustituída por otra
teoría, esa teoría no va a ser la intuitiva mecánica
newtoniana, porque esa teoría no explica cómo funciona
el Universo en absoluto. Sí, querido y terco lector (si aún
te resistes a aceptar los fenómenos descritos en estas
páginas): debes decirle adiós al sencillo mundo de
Newton.

Por otro lado, aunque hoy en día tengamos todo este


equipaje experimental para apoyar la teoría, espero que

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seas consciente de que Albert Einstein dedujo todos esos
efectos y fórmulas sin un solo experimento - sólo
pensando con un papel y un lápiz. Y que, en su
momento, él no podía decir (como hago yo aquí) “Bien,
puede no convencerte mi argumento, pero es que lo que
estoy diciendo no es una opinión, ¡se ha comprobado que
la masa y la energía son equivalentes!” Hoy lo tenemos
muy fácil…

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Conclusión

Espero que hayas disfrutado tanto de este pequeño libro


como yo al escribirlo y que, al menos, hayas entendido
por qué el simple hecho de que la luz siempre se mueva
a la misma velocidad, sin importar quién la mire, hace
que el Universo sea un lugar muy extraño.

Si quieres continuar el viaje por la Teoría Especial de la


Relatividad y leer textos más completos, aprender cuáles
son las fórmulas que se deducen de los postulados y, en
general, profundizar en tu conocimiento de esta
fascinante teoría, mi consejo es que leas la mejor fuente
de todas: el libro Sobre la teoría de la relatividad especial
y general, del propio Albert Einstein. Existen multitud
de ediciones, y es un libro extraordinario que no debería
faltar en la biblioteca de ningún aficionado a la ciencia.

Esta monografía es un compendio de los artículos


escritos sobre la Relatividad Especial, en forma de serie,
en la página web de El Tamiz. Si quieres leer otros
artículos de divulgación científica del mismo estilo que
este libro, puedes visitar http://eltamiz.com y unirte a

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nosotros en el descubrimiento del mundo a través de la
ciencia y la razón.

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