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Sobre la muerte

de/en
Don Quijote
de la Mancha

Cervantes y su época
Mucho se ha escrito sobre la posición de Cervantes en vida y obra con respecto a la iglesia y a las
ideas religiosas de su época. Sin embargo, la gran mayoría de los críticos concluyen que, en efecto,
Cervantes no transgredió explícita o abiertamente los rígidos parámetros establecidos por el
Concilio de Trento. En su libro Pensamiento de Cervantes, Américo Castro afirma que "Cervantes
no se propuso exponer un sistema de ideas favorables o adversas a la teología católica" (245). En
párrafo aparte, continúa diciendo Castro que Cervantes fue "un gran disimulador, que cubrió de
ironía y habilidad opiniones e ideas contrarias a las usuales" (245). Y aunque estamos mayormente
de acuerdo con Castro y con otros críticos que sustentan similares posiciones, no podemos dejar de
comentar que la actitud de Cervantes no pudo haber sido de ninguna otra manera (al menos se
tratara de un caso de manicomio) pues el autor vivía en un lugar y en una época donde
oficialmente existía (y funcionaba) algo monstruoso que se llamaba la inquisición. No debemos
pasar por alto el hecho de que, a mediados del siglo XVI, se inicia en Europa una gran ofensiva de
la iglesia católica contra el ideal erasmista, del cual Cervantes es un comprobado admirador y
seguidor. Esa ofensiva se arraigó en España con más fuerza que en ninguno de los demás países
católicos. Sus estragos se dejaron ver hasta bien entrado el siglo XVII.
En ese período, todo intelectual, artista, científico o sencillamente cualquier ser humano que
profesara (expusiera o desplegara) no sólo un sistema de valores sino una expresión, una idea, un
punto de vista contrario a los enunciados de la iglesia, podía convertirse, sin mayores trámites, en
un candidato a la hoguera. Confesamos que, incluso en la actualidad, semejante daga colgando
peligrosamente sobre nuestras cabezas y nuestras vidas sería suficiente pretexto para ni siquiera
dar los buenos días. Y sin embargo, y a pesar de ello, y justo dentro de la quemazón, Cervantes
escribió no uno sino dos tomos de una obra que podía prestarse a confusiones o por lo menos a
distintas interpretaciones. Consideramos que la función primordial de un novelista lúcido, como lo
fue Cervantes, es la de escribir bien; acaso también le corresponda la tarea de echar un poco de
luz, aquí y allá, sobe algunos de los problemas del hombre y de su tragedia. Pero un escritor no
tiene que ser un mártir ni uno de esos bulliciosos héroes nacionales que plagan nuestro siglo,
dispuestos a ofrecer cabezas y vidas a cambio de una agenda social determinada. Pero si además
Cervantes cubrió hábilmente su mensaje, como nos dice Américo Castro en el libro arriba citado,
entonces la importancia de este autor se torna indudablemente superior.

La muerte y el olvido como recursos literarios


Estamos de acuerdo en que la muerte de los personajes en muchas obras de ficción es un recurso
ideal con que el autor de ficción cuenta para eliminar o hacer callar a personajes que cumplieron
ya su acometido dentro de la obra y cuya permanencia en el texto sería en detrimento de la obra
misma cuando no un cabo suelto que restaría puntos a la estructura, calidad y hasta a la maestría
literaria del autor. La muerte del personaje puede tener muchos y variados propósitos pero uno de
los más evidentes es el de que el personaje desaparezca. Cervantes hace uso de este recurso con
la muerte de Grisóstomo y Don Quijote aunque ambas muertes tienen intenciones literarias y
extra-literarias distintas.
Hemos encontrado un interesante artículo escrito por José Fernández de Cano y Martín en el
Boletín de la Sociedad Cervantes de América, titulado "La destrucción del personaje en la obra
cervantina: andanzas y desventura del malogrado mozo de campo y plaza", en el que el crítico
rebate la idea sustentada por numerosos cervantistas sobre un personaje que Cervantes menciona
al principio de la novela, el mozo de campo y plaza, y que supuestamente Cervantes se olvida de
él. Martín de Riquer en su libro El Quijote afirma que "Este mozo no vuelve a ser mencionado en el
resto de la novela; tal vez porque Cervantes se olvidó de él" (Cano y Martín, 95) Según Cano y
Martín, el personaje desaparece de la obra pero no así "su ausencia" (95). Nos parecen
extremadamente subjetivas las ideas que expone Cano y Martín sobre las razones que pudo tener
Cervantes para no olvidarse (énfasis mío) del personaje. Según Cano y Martín, el propósito de
Cervantes era el de dar la idea de concupiscencia entre el mozo, la ama de llave y la sobrina,
quienes permanecieron en la hacienda de Alonso Quijano cuando éste se marcha con Sancho en
busca de aventuras caballerescas. Pero el texto físico de la obra ni siquiera sugiere que algo
semejante pueda estar sucediendo en la hacienda de Don Quijote por lo que rechazamos la teoría
expuesta por Cano y Martín y abrazamos la de Riquer y otros muchos cervantistas: el autor
también se vale del olvido para eliminar personajes secundarios.

Muerte de Grisóstomo
No son muchos los personajes significativos que Cervantes hace morir en su obra cumbre El
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (Don Quijote, a partir de este momento). Haremos un
análisis de la muerte de Grisóstomo, en la primera parte, para compararla con la más ilustre de
todas las muertes, la del propio Don Quijote, en la segunda. A todas luces se ve que las dos
muertes en cuestión (y a las que Cervantes dedica tiempo narrativo) le sirven de trampolín al autor
para lograr otros propósitos, o sea, para abarcar temas generados a partir de la desaparición de
determinado personaje.
Grisóstomo muere de amor, literalmente hablando, al no ser correspondido amorosamente por la
pastora Marcela. Su muerte, en cambio, genera el discurso de Marcela, personaje femenino que se
niega a aceptar la responsabilidad por la muerte de Grisóstomo. Su discurso es una encendida y
apasionada defensa en favor de la liberación de la mujer, algo que en la actualidad podría tener un
equivalente en el vocablo feminismo, hoy día muy en boga. Escuchemos lo que dice Marcela al
respecto:
"Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable;
mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a
quien le ama" (Cervantes, 75)
Que un personaje femenino se exprese de este modo en la España del siglo XVI, donde la mujer no
era sino una sombra casi inexistente del hombre, es ya para ponernos a reflexionar sobre las
intenciones de este autor. Marcela concluye que Grisóstomo se habrá muerto pero no porque ella
tuviera algo que ver en ello y rechaza de lleno todo intento por culparla. Marcela es uno de los
personajes femeninos más liberadores dentro de la novela. Ella, como todo ser auténtico e
independiente, parece decirnos que entre los planes que tenía con su vida no figuraba la vida del
difunto Grisóstomo. Y si éste se murió porque ella no le correspondió, ése es única y
exclusivamente su problema. La fuerza del discurso de Marcela sorprende incluso al lector del siglo
XX. En época de Cervantes imaginamos que estas palabras hubieran producido una violenta
sacudida.

Muerte de Don Quijote


La muerte de Don Quijote es tratada por Cervantes en la novela con intenciones completamente
diferentes. Alonso Quijano muere confesado y sin grandes aspavientos y sin mucho ritual religioso.
Su muerte es menos trágica que las promedio. Es evidente que se trata de una muerte de
trascendencia literaria pero su importancia cae de lleno en otros planos. Literariamente hablando
no creemos que las intenciones del autor al hacer morir a Quijano sean tan sólo las de inmortalizar
a su personaje sino también la de hacerlo irrepetible para otros escritores epigonales, quienes,
valiéndose de los plagios más burdos, ya empezaban a copiar la suprema creación de Cervantes:
sus personajes humanizados. Pero entremos en un estudio más detallado no sólo de la muerte de
Don Quijote sino de las razones y circunstancias que la rodearon.

Un viaje hacia la muerte


Algo que nos ha llamado poderosamente la atención desde el comienzo de esta novela, desde que
Don Quijote sale por vez primera en busca de aventuras gallardas o caballerescas, lo ha sido la
naturaleza violenta de los encuentros armados que Don Quijote sostiene con los enemigos que a su
paso se encuentra. Don Quijote sale casi siempre tan físicamente maltratado de esos encuentros
bélicos que el lector no se imagina cómo puede el personaje reponerse de esas golpizas brutales
tan fácilmente. Y lo que es más doloroso: que Don Quijote no aprenda del dolor padecido lo que
implica lanzarse con su lanza contra los múltiples desafíos. Veamos qué ocurre a Don Quijote en el
famoso encuentro con los molinos de viento:
"(...) y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la
volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al
caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo (...) Y, ayudándole a levantar (Sancho),
tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba" (I, VIII)
No requiere grandes explicaciones concluir que Don Quijote salió molido de esta embestida contra
los molinos de viento. Sin embargo, pocas líneas más abajo, Don Quijote se incorpora y prosigue el
camino con su escudero rumbo al Puerto Lápice, como si no le hubiese ocurrido nada, lugar este
donde Don Quijote asegura que tendrá nuevas y más gratificantes aventuras. Los ejemplos son
variadísimos y múltiples. Las golpizas y magullamientos no detienen a nuestro héroe ni lo hacen
flaquear en sus andanzas. Incluso más: apenas sí los siente. En su ensayo "Esplendor y miseria de
la imaginación", el crítico Eduardo Camacho afirma que Cervantes fue no sólo excesivamente cruel
con Don Quijote sino también sádico (énfasis mío) al propiciarle a su personaje todo tipo de
golpizas y moleduras físicas que lo dejaban casi siempre al borde la muerte. Estamos en rotundo
desacuerdo con Eduardo Camacho en lo que a este planteamiento se refiere. Don Quijote forja su
personalidad precisamente como resultado de esas batallas de las que sale tan mal parado. Pero
creemos más bien que el personaje se repone con tanta facilidad de tales golpizas porque Don
Quijote es en realidad una creación mágica que, al igual que los comics de la pantalla
norteamericana o como los personajes de las novelas del realismo mágico latinoamericano de
nuestros días, puede ser desmembrado, descuartizado y hasta aniquilado para resurgir después
con nuevos bríos o con nuevas vivencias. No nos podemos substraer a la tentación de mencionar el
mismísimo Nuevo Testamento, en el que Cristo es ejecutado en la cruz para resucitar después,
iniciándose con ese acto mágico y místico la cristianización real de todo el mundo occidental. No
vemos sadismo en el tratamiento que Cervantes da a Don Quijote en la novela sino magia. Sin
embargo, sí consideramos que el derrotero violento, idealista y hermoso que Cervantes le asigna a
Don Quijote parece estar encaminado hacia su muerte.

Teoría de A.G. Lo Ré
A.G. Lo Ré nos dice en su brillante ensayo "The Three deaths of Don Quixote: Comments in Favor of
the Romantic Critical Approach" que son tres las muertes de Don Quijote en la novela. La primera,
ocurrida en la primera parte de la novela (capítulo 52) cuando Don Quijote es llevado en una jaula
hasta su casa y tendido en su cama al cuidado de la sobrina y el ama de llaves. En este capítulo se
encuentra una caja que contiene pergaminos escritos en letras góticas y que mencionan la
sepultura del Quijote describiendo los elogios y epitafios que aparecen en ella. Pero la historia no
está completa y el autor continúa la narración pidiéndole a los lectores que no le den crédito a
semejantes habladurías. Esta es la primera muerte que en el texto sufre Don Quijote.
Nuestro crítico señala en su trabajo crítico que la segunda muerte de Don Quijote viene dada al
comienzo de la Segunda Parte (capítulo 24). Después de las bodas de Camacho, viene el episodio
de la cueva de Montesinos. El autor del texto, supuestamente Cide Hamete, declara que "(...) se
tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte (la de Don Quijote) dicen que se retrató della (...)"
(II, 445). Estamos de acuerdo con Lo Ré en que "Cervantes evidently had in mind here an ending in
which Don Quixote would admit to play-acting in this and perhaps in other insatances" (Lo Ré, 26).
Don Quijote mismo confirma después lo dicho por Cide Hamete aunque más tarde lo niega. Nos
parece muy acertada la observación de Lo Ré cuando nos dice en el trabajo arriba citado que "His
knight’s stance (Don Quijote’s)--his constancy, courage, wisdom, etc-- was beginning to leave no
room for falsehood or pretense" (Lo Ré, 26). Por esta misma razón creemos que Cervantes no pudo
hacer morir en este capítulo a su protagonista, porque hubiera arruinado toda la grandeza,
humanismo y belleza de su creación máxima al hacerlo quedar como un ente vacío y falso. Sin
embargo, es evidente que Cervantes pareció haber concebido su muerte.
La tercera muerte del Quijote es la verdadera, la que transcurre en el capítulo 74 de la Segunda
Parte. Según Lo Ré, Cervantes debió enterarse de la publicación del plagio del Quijote por Alonso
Fernández de Avellaneda cuando escribía el capítulo 57 de la Segunda parte (a estas conclusiones
llega el crítico al comparar las fechas en que Sancho y el Duque escriben sendas cartas). Lo Ré
afirma que el falso Don Quijote de la Avellaneda debió hacer sentir a Cervantes "appalled and hurt"
(Lo Ré, 28) no sólo por el plagio hecho a su obra sino por la vulgarización y distorsión que ha
sufrido su protagonista. Para desmentir al falso Quijote, Cervantes cambia el itinerario del viaje del
verdadero Quijote hacia Barcelona y no hacia Zaragoza como rezaba en el libro de Avellaneda. Al
morir Don Quijote, el Cura pide al escribano que de testimonio de la muerte del personaje "para
quitar la ocasión de que algún otro autor que Cide Hamete Berengeli le resucitase falsamente..."
(II, 672).
A.G. Lo Ré afirma en su ensayo que el único error que Alonso Quijano el Bueno admite en su lecho
de muerte es el haber creído en la existencia de los héroes de caballería. Y a continuación nos dice
que Don Quijote se ha entristecido al haber descubierto que los hombres de caballería no existían
en su tiempo o que nunca existieron. En esta medida creemos que nos sigue hablando Don Quijote
y no Alonso Quijano.
Lo Ré coincide con Rielo en que la muerte de Don Quijote apunta también hacia la muerte de
Cervantes. El autor explica cómo Cervantes, tras su presidio en Argel, y tras la fría acogida en
España, se desiluciona y se amarga. Y afirma Lo Ré refiriéndose al paulatino desencanto de Don
Quijote (a su desquijotización): "(...) Don Quijote expresses doubt and confusion about what he has
been doing. Something is bothering him, it seems, because something is bothering the author"
(bastardillas mías) (Lo Ré, 27). Estamos de acuerdo con estos planteamientos en lo esencial.
Conclusiones
Cervantes siempre pensó hacer morir a su protagonista, incluso antes de la aparición del falso
Quijote de Avellaneda. La muerte de Don Quijote está rodeada de un realismo tan profundo que a
veces adquiere un tono grave. Su muerte parece más real que el personaje mismo, logrando con
ello que el personaje se revista de una convincente y nueva capa de realismo. El lector queda
satisfecho y convencido de la muerte real de este personaje de ficción. Como en el episodio de la
cueva de Montesinos, la muerte de Don Quijote agrega un nivel más a lo real dentro de la ficción,
haciendo que Don Quijote se convierta, aún más, en un personaje extraordinariamente
humanizado, extraordinariamente verosímil, o sea inmortal.

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