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El viento distante Primera edicion: 1963 Segunda edicién aumentada, 1969 Decimosegunda reimpresin: 1997 TERCERA EDICION [NUEVA VERSION], 2000 Cuarta reimpresion: 2008 ISBN-10: 968.411.472.9 ISBN-13: 978,968.411.472.2 DR © 2000, Ediciones Era, S.A. de C. V. Calle del Trabajo 31, 14269 México, D. F. Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico Este libro no puede ser fotocopiado ni reproducido total o parcialmente por ningtin medio o método sin la autorizacién por escrito del editor. This book may not be reproduced, in whole or in part, in any form, without written permission from the publishers. www.cdicionesera.com.mx A Carlos Fuentes A Elena Poniatowska Labyrinthe, la vie, labyrinthe la mort Labyrinthe sans fin, dit le Maitre de Ho. Henri Michaux El parque hondo A Salomén Laiter Todas las tardes, cuando salia de la escuela, Arturo miraba la gran extensi6n verde situada abajo de la calle. Pero esa vez fue hasta el estanque de aguas inméviles. Al ver que oscurecia en- tre los arboles, tuvo miedo y se alejé casi huyendo del parque hondo. —Si no te gusta no lo comas. Pero te prohibo que en la noche saques cosas del refrigerador—. La tfa Florencia retir6 el plato de albéndigas con arroz. Arturo dio algunos sorbos a la leche tibia y junté las migajas que salpicaban el mantel. Iba a cumplir nueve afios. El mundo se reducfa a Florencia, la casa de un piso, la gata que no se dejaba tocar, la primaria “Juan A. Mateos” y Rafael, su condiscipulo, su amigo, el que lo acompafiaba en las funciones de cine y la pesca furtiva en el estanque del parque hondo. Meses atrds Arturo Ilev6 a casa un sapito envuelto en un pafiuelo htimedo. Florencia le pegé en las manos y arrojé el sapo al calentador en que ardfan lefios y periddicos viejos. Después Arturo compré un ratén blanco. Florencia no le dijo nada. Se limit6 a sonreir y a regocijarse cuando la gata salté sobre él y lo maté sin que Arturo pudiera arrebatarselo. Volvié a la sala, tomé el cuaderno de aritmética y se puso a resolver los quebrados. Al terminar dejé su lapiz junto al re- trato del hombre que cada mes lo visitaba y le daba algo de dinero. Arturo nunca quiso Ilamarlo “papa” como a él le hu- biera gustado. Una noche se enteré de todo. Estaba a punto de dormirse cuando lleg6 hasta él la voz de su tia. Florencia, en la sala, echaba la baraja ante una de sus clientas. 13 —Hace siete afios que ella no lo ve. Desde luego, lo intenta pero no la dejamos. Arturo cree que su mama se fue al cielo y que su papa lo visita sélo de cuando en cuando porque es pilo- to aviador y siempre anda de viaje. A los nifios no se les puede contar la verdad. Ricardo tiene una nueva familia y !o anterior, gracias a Dios, qued6 borrado. El chico no es mayor problema. Vive conmigo desde que su madre lo abandon y, ya ve usted, lo estoy educando como formé a mi hermano. Lo terrible, seito- ra, es que el dinero ya no alcanza para nada. No puedo exigirle mas a Ricardo porque é] tiene muchos gastos con su esposa y sus nifias. Me veo obligada a buscar por todas partes. Desde los quince afios he trabajado de sol a sol. Esa fue mi cruz. Pri- mero por mi hermano y ahora por mi sobrino. Para mf no hubo novios ni fiestas ni diversiones. No me quejo. Nuestro Sefior sabe lo que hace. Mi tinica compaiiia es mi gatita, porque Ar- turo es un ingrato y ni siquiera me dirige la palabra... Ay, se- flora, perdone. Usted con sus problemas y yo dandole lata con los mios. No me haga caso, por favor... Baraje siete veces. Par- tame en dos las cartas y luego téquelas. Florencia entr6 en el cuarto de Arturo. Llevaba en brazos a la gata: —jDijiste ya tus oraciones? Hincate. Anda, vamos los dos. Se arrodillaron al lado de la cama. La gata salt6 y se aco- mod6 entre las almohadas. Al terminar Florencia la recobr6, bes6 al nifio en la frente y salié de la habitacién. Arturo temié que los pelos grises, brillantes en la blancura de la sébana, en- traran en su boca y se abrieran camino hasta los pulmones. Es horrible la gata. No sé cémo la quiere tia Florencia. ~jLa envenenaste? —pregunté Rafael. —No, c6mo crees. Sola se puso mal. No quiere comer y chi- Ila todo el tiempo. La vieja cree que los vecinos de enfrente le dieron matarratas. 14 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. —Jamas. {Te imaginas si revive y si vuelve? Mi tia me ma- ta, de verdad me asesina. La gata ha estado perdida muchas veces y siempre regresa. A lo mejor lo hace de nuevo. —Pero si ya se esté muriendo. ,No la ves? Haremos una obra de caridad al rematarla. ~Me da miedo. Si mi tia se da cuenta... -No lo sabraé nunca. Imaginate lo que podemos hacer con ese dinero: ir al cine, a remar en Chapultepec, comprar toda clase de dulces y de refrescos. En fin... Arturo palp6 el cuerpo bajo la bolsa de henequén, ¢Estara muerta? Es mala. Florencia la quiere mds que a mi. -No, no me atrevo. Te juro que me da lastima la gata. —De todos modos se va a morir, ,no? Deja la bolsa enmedio de la calle. Con tantos coches ni quién se entere. —Pero sufrirfa mucho. Un dia me tocé ver a un perro... —Tienes raz6n. Busquemos otra forma. —{Darsela a alguien? —jEstas loco?... Ya sé: la echamos al agua. —No seas tonto: los gatos saben nadar. —Mira, vamos al parque. A estas horas no hay nadie. En el parque desierto el olor del estanque se difundfa entre los rboles. Rafael salt6 para alcanzar las ramas bajas y luego imit6 una cabalgata. Dijo: -Oye, ,por qué no la ahorcamos? —Sufriria mucho -repitié Arturo, La gata se revolvié en el interior de su prisién. No debo tener miedo. Mejor acabar con ella de una vez. —Cuidado; no abras la bolsa: puede escaparse. —No. i.Te imaginas? Mi tia es capaz de todo si sabe que la desobedecimos y nos robamos el dinero. Arturo se estremecié de frio y chasqueé los dedos. La noche estaba a punto de caer. Rafael descubrié un trozo de concreto perdido entre las hierbas, parte de algtin proyecto abandonado. Se acercé a él y logré levantarlo. 16 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. —No, gracias. Voy a acostarme. —No sabes cémo extrafio a la gatita. Mafiana a primera hora iré por sus cenizas. Mientras yo viva me acompaiiara en esta casa. El alba lo encontré insomne entre las sabanas revueltas. No quiero imaginarme qué va a pasar cuando Florencia se ente- re de que no llegamos al consultorio. No creeré nunca que la gata escapo. Dird: “Ti siempre la odiaste. Fue tu venganza. No te perdonaré nunca. Ese nifio es malo. El te aconsejé. Us- tedes la mataron para hacerme dafio y robarme el dinero. Maldito, hijo de tu madre tenias que ser. Ahora verds quién soy yo. Acabo de hablar con mi hermano y te vas derechito al reformatorio, a pudrirte con ladrones y asesinos de tu cala- fia”. No, él me defenderd. O quién sabe: nunca he sido cari- fioso ni le agradezco sus regalos. Por culpa de Rafael estoy en un lio del que nadie me sacara. Ahora su tinica esperanza era el regreso de la gata. En el ruido mas leve creia escuchar sus pasos. Mira, tia, te juro por Dios Santo que no nos atrevimos a llevarla para que la ma- taran. Revivio y por eso la dejamos libre en el parque. Com- prende, tia Florencia, yo también quiero mucho a la gatita. No pudo mis. Se levants, sacé los billetes que habia oculta- do en el cléset, los rompid y los eché por la ventana. El viento dispers6 los trozos de papel. Tal vez lo mejor sera huir y no volver nunca. Pero ,ad6nde iré si no sé hacer nada y ni si- quiera conozco bien la ciudad? Florencia escuch6 ruidos y abrié los ojos. En vano buscé a su lado el cuerpo que pulfan sus caricias. Lentas, inttiles cari- cias con que Florencia se gastaba, se iba olvidando de los dias. 18 Tarde de agosto A la memoria de Manuel Michel Nunca vas a olvidar esa tarde de agosto. Tenfas catorce afios, ibas a terminar la secundaria. No recordabas a tu padre, muer- to al poco tiempo de que nacieras. Tu madre trabajaba en una agencia de viajes. Todos los dias, de lunes a viernes, te desper- taba a las seis y media. Quedaba atrés un suefio de combates a la orilla del mar, ataques a los bastiones de la selva, desembar- cos en tierras enemigas. Y entrabas en el dia en que era nece- sario vivir, crecer, abandonar la infancia. Por la noche miraban la televisidn sin hablarse. Luego te encerrabas a leer las novelas de una serie espafiola, la Coleccién Bazooka, relatos de la Se- gunda Guerra Mundial que idealizaban las batallas y te permi- tian entrar en el mundo heroico que te gustaria haber vivido. El trabajo de tu madre te obligaba a comer en casa de su hermano. Era hosco, no te manifestaba ningtin afecto y cada mes exigia el pago puntual de tus alimentos. Pero todo lo compensaba la presencia de Julia, tu inalcanzable prima her- mana, Julia estudiaba ciencias quimicas, era la tinica que te daba un lugar en el mundo, no por amor, como creiste enton- ces, sino por la compasién que despertaba el intruso, el huér- fano, el sin derecho a nada. Julia te ayudaba en las tareas, te dejaba escuchar sus discos, esa mtisica que hoy no puedes oir sin recordarla. Una noche te llevé al cine, después te presentd a su novio. Desde enton- ces odiaste a Pedro. Compafiero de Julia en la universidad, se vestia bien, hablaba de igual a igual con tu familia. Le tenfas miedo, estabas seguro de que a solas con Julia se burlaba de ti y de tus novelitas de guerra que Ilevabas a todas partes. Le molestaba que le dieras ldstima a tu prima, te consideraba un testigo, un estorbo, desde luego nunca un rival. 21 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. parecfa nacer junto a un arroyo de aguas heladas y un letrero prohibja cortar flores y molestar a los animales. Entonces Ju- lia descubrié una ardilla en la punta de un pino y dijo: Me gustarfa Ievarmela a la casa. Las ardillas no se dejan atrapar, contesté Pedro, y si alguien lo intentara hay muchos guarda- bosques para castigarlo. Se te ocurrié decir: yo la agarro. Y te subiste al drbol antes de que Julia pudiera decir no. Tus dedos lastimados por la corteza se deslizaban en la re- sina. Entonces la ardilla ascendié atin mds alto. La seguiste hasta poner los pies en una rama. Miraste hacia abajo y viste acercarse al guardabosques y a Pedro que, en vez de ahuyen- tarlo en alguna forma, trababa conversacién con él y a Julia tratando de no mirarte y sin embargo viéndote. Pedro no te delaté y el guardabosques no alzé los ojos, entretenido por la charla. Pedro alargaba el didlogo por todos los medios a su al- cance. Querfa torturarte sin moverse del suelo. Después pre- sentarfa todo como una broma pesada y él y Julia iban a reirse de ti. Era un medio infalible para destruir tu victoria y prolon- gar tu humillacién. Porque ya habfan pasado diez minutos. La rama comenzaba a ceder. Sentiste miedo de caerte y morir 0, lo peor de todo, de perder ante Julia. Si bajabas o si pedfas auxilio el guardabos- ques iba a llevarte preso. Y la conversacién seguia y la ardilla primero te desafiaba a unos centimetros de ti y luego bajaba y corria a perderse en el bosque, mientras Julia lloraba lejos de Pedro, del guardabosques y la ardilla, pero de ti mas lejos, im- posible. Al fin el guardabosques se despidid, Pedro le dejé en la mano algunos billetes, y pudiste bajar pdlido, torpe, humilla- do, con lagrimas que Julia nunca debié haber visto en tus ojos porque demostraban que eras el huérfano y el intruso, no el héroe de Iwo Jima y Monte Cassino. La risa de Pedro se de- tuvo cuando Julia le reclam6é muy seria: Como pudiste haber hecho eso. Eres un imbécil. Te aborrezco. 23 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. El viento distante A Edith Negrin La noche es densa. S6lo hay silencio en la feria ambulante. En un extremo de la barraca el hombre cubierto de sudor fuma, se mira al espejo, ve el humo al fondo del cristal. Se apaga la luz. El aire parece detenido. El hombre va hasta el acuario, enciende un fésforo, lo deja arder y mira la tortuga que yace bajo el agua. Piensa en el tiempo que los separa y en los dias que se Ilev6 un viento distante. Adriana y yo vagébamos por la aldea. En una plaza encontra- mos la feria. Subimos a la rueda de la fortuna, el latigo y las sillas voladoras. Abati figuras de plomo, enlacé objetos de ba- 10, resisti toques eléctricos y obtuve de un canario amaestra- do un papel rojo que predecia mi porvenir. Hallamos en esa tarde de domingo un espacio que permitia la dicha; es decir, el momentaneo olvido del pasado y el futu- ro. Me negué a internarme en la casa de los espejos. Adriana vio a orillas de Ja feria una barraca aislada y miserable. Cuan- do nos acercamos el hombre que estaba a las puertas recité: —Pasen, sefiores. Conozcan a Madreselva, la infeliz nifia que un castigo del cielo convirtié en tortuga por desobedecer a sus mayores y no asistir a misa los domingos. Vean a Ma- dreselva. Escuchen en su boca la narracién de su tragedia. Entramos. En un acuario iluminado estaba Madreselva con su cara de nifia y su cuerpo de tortuga. Adriana y yo sentimos vergiienza de estar alli y disfrutar la humillacién del hombre y de una nifia que con toda probabilidad era su hija. Terminado el relato, Madreselya nos miré6 a través del acuario con la ex- presion del animal que se desangra bajo los pies del cazador. 27 -Es horrible, es infame -dijo Adriana en cuanto salimos de la barraca. ~Cada uno se gana la vida como puede. Hay cosas mucho mas infames. Mira, el hombre es un ventrilocuo. La nifia se coloca de rodillas en la parte posterior del acuario. La ilusién Optica te hace creer que en realidad tiene cuerpo de tortuga. Es simple como todos los trucos. Si no me crees, te invito a conocer el verdadero juego. Regresamos. Busqué una hendidura entre las tablas. Un minuto después Adriana me suplic6é que la apartara. Al poco tiempo nos separamos. Después nos hemos visto algunas ve- ces pero jamas hablamos de! domingo en la feria. Hay lagrimas en los ojos de la tortuga. El hombre Ja saca del acuario y la deja en el piso. La tortuga se quita la cabeza de ni- fia. Su verdadera boca dice oscuras palabras que no se escuchan fuera del agua. El hombre se arrodilla, la toma en sus brazos, la atrae a su pecho, la besa y llora sobre el caparazon htimedo y duro. Nadie entenderfa que la quiere ni la infinita soledad que comparten. Durante unos minutos permanecen unidos en silen- cio. Después le pone la cabeza de plastico, la deposita otra vez sobre el limo, ahoga los sollozos, regresa a la puerta y vende otras entradas. Se ilumina el acuario. Ascienden las burbujas. La tortuga comienza su relato. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. A Russell M. Cluff aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. Il Al otro extremo de! zoolégico se halla el jardin botanico. Pa- sados los invernaderos, més alla del desierto fingido y del no- veno lago, surge tras un recodo la selva artificial. Este lugar resulta peligroso pues lo vigilan varios policfas. A las once de la mafiana entra una fila de nifios guiados por su maestra de primaria. La mujer saluda a los policfas, con voz marcial ordena a sus alumnos alinearse por la derecha y pide a Zamo- ta y Lainez que den un paso al frente, Les reprocha su mala conducta, su falta de interés por los estudios, la cdscara de na- ranja que Zamora le tir6 con resortera y las sefias obscenas que hizo Lainez cuando ella corregia en el pizarrén una su- ma que el nifio no supo resolver. Acto continuo, toma a Za- mora y Lainez por las orejas y sin hacer caso de sus bramidos, estimulada por el aplauso y los gritos de sus compafieros y la indolencia de los guardianes, los acerca a los tentdculos de una planta carnivora. La planta engulle a los nifios y los ablan- da para digerirlos. S6lo es posible ver la dilatacién de su tallo y los feroces movimientos peristalticos. Se adivinan la asfi- xia, los huesos quebrantados, el trabajo del dcido, la disolu- cién de la carne. Resignada, aburrida, la maestra dicta la cla- se de botanica en vivo correspondiente al dia de hoy. Explica a sus alumnos cémo se parece el funcionamiento de las plan- tas carnivoras a la accién digestiva de una boa constrictor. Un nifio alza la mano, mira distraido la planta en que ya ningtin mo- vimiento puede advertirse y pregunta a la maestra qué es una boa constrictor. I Me encantan los domingos del parque me divierte ver tantos animales creo estar sofiando me vuelve loco la alegria de con- templar fieras que juegan o hacen el amor y estan siempre a 32 punto de asesinarse con garras y colmillos me fascina verlos comer ldstima que huelan tan mal o mejor dicho hiedan pues por mas que se esfuerzan para tener el parque limpio todos apestan a diablos y producen mucha basura porque tragan y beben sin reposo ellos al vernos no se divierten como noso- tros me duele mucho que estén alli las bestias prisioneras su vida debe de ser muy dura hacen siempre las mismas cosas para que los otros se rian de ellos y los lastimen por eso no me explico que algunos Ileguen ante mi jaula y digan mira qué ti- gre gno te da miedo? porque aun si no hubiera rejas yo no me moverfa de aqui para atacarlos pues todos saben que siempre me han dado mucha lastima IV La seccién llamada por eufemismo “la cocina” o “los talleres” del parque esté vedada a los espectadores. El permitir tales vi- siones podria tener las peores consecuencias. En un gran patio de muros roidos por la humedad se sacrifica a los caballos comprados para alimento de las fieras. Hombre humanitario, el director suaviza la brutalidad comin en los mataderos. A pesar de ello, como el presupuesto apenas alcanza a cubrir sueldos, compensaciones y vidticos del director, atin no se ad- quiere la pistola eléctrica e imperan los métodos tradiciona- les: mazazo o degiiello. Ancianos menores de veinte afios son liquidados uno tras otro en el patio. Aqui terminan todos sin que cuenten su lealtad y sus horas infinitas de trabajo. Anima- les de montura y de tiro, exhaustos caballos de carrera, ponis y percherones se unen en la igualdad de la muerte, reciben el cuchillo del matarife como pago de sus esfuerzos y su vida in- fernal. Sdlo visceras, huesos y pellejos van a dar a las jaulas de los carnfvoros. El director envia las mejores partes a sus puestos de hamburguesas y hotdogs y destina otra porcién a su fabrica de alimentos para gatos y perros, Entre los visitan- 33 tes y los trabajadores del parque no se menciona a los caba- llos. Nadie quiere ver en qué forma sera recompensado su propio esfuerzo. Vv Atrds de las jaulas se levanta la estacién del ferrocarril. Mu- chos nifios suben a él, a veces acompaiiados por sus padres. Cuando arranca el tren se sobresaltan. Luego miran con jubilo los bosques, la maleza, la cadena de lagos, las montafias, los ttineles, Lo Gnico singular en este tren es que nunca regresa. Y cuando lo hace los nifios son ya adultos y estan ilenos de miedo y resentimiento. VI Una familia -el padre, la madre, los dos nifios— llega a la arbo- leda del parque y tiende su mantel sobre la hierba. El esperado dia de campo ocurre al fin este domingo. A uno de los niiios le dan permiso para comprar un globo. Se aleja. Sus pasos resue- nan al quebrantar las hojas muertas del sendero. Cantan algu- nos pajaros. Se oye el rumor del agua. El sefior ordena a su esposa que empiecen a comer antes que vuelva el nifio. La sefiora tiende el mantel y distribuye carne, pan, mantequilla, mostaza. No tardan en reunirse algu- nos perros y, como siempre, una hilera de hormigas avanza hacia las migajas. Los dos sefiores quieren mucho a los ani- males. Reparten cortezas de pan y trocitos de carne entre los perros y no hacen nada por impedir que las hormigas asalten la cesta que guarda el flan y las gelatinas. Al poco tiempo es- tan rodeados por setenta perros y mas 0 menos un bill6én de hormigas. Los perros exigen mas comida. Rugen, ensefian los colmillos. Los sefiores y su hijo tienen que arrojar a las fauces sus propios bocados. Pronto quedan cubiertos de hormigas que 34 voraz, veloz, vertiginosamente se obstinan en descarnarlos. Los perros se dan cuenta de su inferioridad y prefieren pactar con las hormigas antes de que sea tarde. Cuando el primer ni- fio regresa a la arboleda busca a su familia y sdlo encuentra repartido el botin: largas columnas de hormigas (cada una lle- va un invisible pedacito de carne) y una orgia de perros que juegan a enterrar tibias y craneos o pugnan por desarticular el minimo esqueleto que por fin cede y en un instante mas que- da deshecho. VII A la sombra de los juegos mecdnicos se yergue la isla de los monos. Un foso y una alambrada los separan de quienes, con ironfa o piedad, los miran vivir. En la selva libre que sdlo co- noci6 la primera generaciOn (ya muerta) de reclusos del par- que los monos convivian en escasez y en paz, sin oprimir a los érdenes inferiores de su especie. En el sobrepoblado cau- tiverio disfrutan de cuanto se les antoja. La tensidn, la agresiva convivencia, el estruendo letal, la falta de aire puro y espacio, los obligan a consumir toneladas de plétanos y cacahuates. Varias veces al dia hombres temerosos y armados entran a limpiar la isla para que la mierda y la basura no asfixien a sus habitantes. Asf pues, en principio, los cautivos tienen asegu- rada la supervivencia. No les hace falta preocuparse por bus- car alimento y los veterinarios atienden (cuando quieren) sus heridas y enfermedades. Sin embargo, la existencia en la isla es breve y siniestra. El sistema de !a prisi6n descansa en una jerarquia implacable. Los machos dominantes se erigen en ti- ranos. Habiles en su juego pero cobardes por naturaleza, los chimpancés actian como bufones para diversién de los de adentro y los de afuera. Minorfas como el saraguato, el mono titf y el mono arafia sobreviven bajo el terror. Los mandriles reverencian a los gorilas. Nadie cuida de las crias. Violencia 35 aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. ve a nadie sin ser al mismo tiempo mirado, juzgado y conde- nado, Tomemos un solo ejemplo para ilustrar lo que he dicho. Miren: La gente se ha congregado alrededor del sitio que ocu- pan los elefantes. Entre injurias y rifias todos tratan de llegar a la primera fila con objeto de no perderse un solo detalle. Los mis jvenes han subido a los drboles y asisten desde alli al es- pectaculo del parto”. 37 La cautiva aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You have either reached a page that is unavailable for viewing or reached your viewing limit for this book. aa You 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Se ha dicho que un poema nunca deja de escribirse. Un cuento tampoco, segun lo confirma esta nueva edicién de El viento distante, de José Emilio Pacheco. Aparecido originalmente en 1963, corregido y aumentado en 1969 y sujeto, desde entonces, al trabajo y perfeccionamiento que la prosa de este minucioso escritor le imprime a sus narraciones, este libro continiia su paciente maduracién aunque Ileva mis de treinta afios de ser parte imprescindible de nuestro canon literario moderno. El lector de estos catorce cuentos encontrar, ademés del amoroso inventario de los afios distantes de un pais, la viva evocacién de sus protagonistas: nifios capaces de encarnar los sufrimientos mas hondos, los terrores mds helados; adolescentes en llamas cuya luz es la de las pasiones cotidianas, la luz que cae sobre todos nosotros; personajes que la Historia no registra pero cuyos pasos a lo largo de estas paginas dejan una impronta de inevitabilidad en los grandes acontecimientos. Todos ellos més proclives a las pequefias texturas del dolor que a la planicie sin sombras de la alegria... La escritura de José Emilio Pacheco, que se delecta en la descripcién de las épocas y los contextos, demuestra en esta renovada entrega que el mundo no es tanto de los héroes que lo moldean como de los lectores mudos (anénimos personajes) que lo atestiguan y que, todos los dias, lo protagonizan. —.— NN BE 44/18-1 [BE a

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