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LA DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

IMPORTANCIA CONSAGRACIÓN PERSONAL

Por Florentino Alcañiz, S. J.

Doctor y Maestro Agregado a la Facultad de Filosofía de la Universidad Gregoriana

5ª EDICIÓN AUMENTADA

Misioneras Hijas del Corazón de Jesús


Puentezuelas, 31, dpdo.- Granada

Con licencia de los Superiores

Granada, 29 de julio de 1957


Nihil obstat.
El Censor,
Dr. Fernando Blanco Blanco

Granada, 30 de julio de 1957


REIMPRIMATUR
Dr. Paulino Cobo,
Vic. Gral.

Por mandato de S. Sría. Ilma. y Rvdma.


José García Peralta
Vice-Canciller-Srio.

INTRODUCCIÓN

SUMARIO. - Objeto de esta devoción. - Nuestro intento. - Fuentes. - Una observación.

Objeto de esta devoción

Señalar el objeto de este culto es lo mismo que declarar lo que entendemos con el
nombre de Corazón de Jesús. Esta cuestión ya ha sido desarrollada amplia y
repetidamente por excelentes autores, y así tan sólo haremos aquí un brevísimo
resumen, tomado del P. I. V. Bainvel, a quien puede consultar quien deseare ideas más
amplificadas.

1
Cuando decimos Corazón de Jesús significamos por de pronto el corazón material y
verdadero de Cristo, pero considerado como símbolo de su amor; significamos además
este mismo amor del Hijo de Dios simbolizado en su Corazón divino; significamos todo
lo íntimo de Jesús: sus sentimientos, sus afectos, sus virtudes, etc., «en cuanto tienen en
el corazón viviente un centro de resonancia, un símbolo, o un signo de referencia», a lo
cual llaman el objeto por extensión; significamos, en fin, la Persona amabilísima de
Cristo Nuestro Señor.
«Margarita María, escribe el P. Bainvel, dice este Sagrado Corazón como diría Jesús.
En ambos casos mira directamente a la Persona. Y este uso ha venido a ser corriente,
designando a Jesús por el nombre de El Sagrado Corazón. No es que los dos vocablos
sean sinónimos (adviértase bien). No se puede decir indiferentemente Jesús o el
Sagrado Corazón; no se designa siempre la persona por su corazón. Para hacerlo es
menester que se atienda a la vida afectiva y moral de la persona, a su intimidad, a su
carácter y a sus principios de conducta... Esta consideración de la persona en su corazón
da a la devoción un aire más libre y un alcance más amplio, Por ella el Sagrado Corazón
me representa a Jesús en toda su vida afectiva y moral; lo interior de Jesús, a Jesús todo
amante y todo amable... Todo Jesús se resume y se representa en el Sagrado Corazón
atrayendo bajo este símbolo expresivo nuestras miradas y nuestros corazones hacia su
amor y sus amabilidades, Jesús ¿no es, acaso, en todo y por todo, todo amable y todo
amante? Todo El, ¿no es corazón?... El corazón no desaparece en esta nueva acepción.
Pero la Persona misma de Jesús es quien nos lo abre, diciéndonos como a Santa
Margarita María: «He aquí este Corazón». Y nosotros, mirando al Corazón que se nos
muestra así aprendemos a conocer la Persona en su fondo. Por esta manera todo Jesús se
recapitula en su Corazón, como todo lo demás se recapitula en Jesús» (1)
De este modo hermoso e íntegro consideramos nosotros al Corazón de Jesús en nuestro
libro; modo como suele entenderlo de ordinario el pueblo fiel, y modo como parece
desea que le consideremos la Iglesia, cuando excluye del culto público (no del privado)
al Corazón separado de lo restante de Cristo.

(1) Bainvel. La dev. al Cor. de Jesús, pág. 2, cap. VIII

Nuestro intento

Estudiando la historia de la devoción al Corazón de Jesús, se ve el proceso de evolución


o desarrollo que ha ido siguiendo desde los primeros tiempos de la Iglesia. En esto imita
al astro del día: primero es un alborear tenue; luego una luz sonrosada que matiza con
sus colores las crestas de algunas altas montañas; y en fin un acrecentamiento paulatino
de claridad y calor, hasta llegar al cenit desde donde el astro rey envía cascadas de luz y
torrentes de fuego sobre el planeta.
No creemos que la devoción al Corazón de Jesús haya tocado todavía su cenit. Su
conocimiento y su práctica no han adquirido aún en muchos fieles aquel grado de
perfección que Nuestro Señor desea y que un día han de tener, y aun sospechamos que a
las gentes venideras reserva el Divino Corazón nuevas sorpresas, que descubran más y
más los tesoros que en su devoción se encierran, y den a conocer métodos más rápidos,
sencillos y eficaces de explotarlos.
Respecto de nuestros tiempos, véase lo que el mismo Señor decía no ha muchos años a
una de sus grandes almas:
«Una vez, hablando de este mismo asunto de las comuniones, dijo Él que su deseo había
sido establecer el culto de su Divino Corazón, y que ahora que este culto exterior estaba

2
introducido por sus apariciones a la bienaventurada Margarita María y extendido por
todas partes, El quería también que el culto interno se estableciese más y más; es decir,
que las almas se habituasen a unirse cada vez más con El interiormente y a ofrecerle
sus corazones como morada» (1).
Con esto tiene el lector indicado el fin que hemos tenido al escribir este libro: aportar
nuestro granito de arena a la obra de la generalización entre los fieles cristianos de un
conocimiento más profundo y una práctica más llena de la devoción al Corazón de
Jesús. Pero, como éste es un campo vastísimo, nos hemos ceñido únicamente a estos dos
puntos: importancia de la devoción al Divino Corazón, y práctica fundamental
individual completa. No tenemos pretensiones de descubrir el Dorado, sino de dar a
conocer un poco mejor lo que ya está descubierto.

(1) Soeur Marie da Divin Coeur, Luis Chasle, cap. VIII, pág 240, ed. 1925, París

Fuentes

Varios caminos pueden seguirse para llegar al término que nos propusimos; nosotros
hemos tomado el siguiente, porque creíamos que en conjunto era el más acomodado al
fin absolutamente práctico que ante los ojos llevamos.
Como la devoción al Corazón de Jesús no es cosa inventada por los hombres, sino
revelada al mundo por Cristo Nuestro Señor. sirviéndose para ello de personas
destinadas expresamente a esa misión particular en la tierra, es evidente, que si alguien
en el mundo ha podido conocer a fondo, en su teoría y en su práctica, la devoción del
Sagrado Corazón, han sido estas almas escogidas, y, si ellas no han llegado a
comprenderla, ya podemos los demás renunciar a tal intento. Ahora bien: si en cada
ramo solemos acudir para ilustrarnos a los peritos en él, y de ahí el vulgar proverbio:
«peritis in arte sua credendum est», no se ve por qué no habremos de hacer lo mismo
cuando se trata de la devoción al Corazón de Jesús.
Claro está que también echamos mano, y con bastante frecuencia, de otros documentos
eclesiásticos, como el lector irá viendo en el decurso del libro.
En el cielo de la devoción al Corazón de Jesús hay estrellas de luz propia, y hay planetas
y satélites que la reciben de otros. De ordinario hemos procurado circunscribirnos a
aquéllas, y aun entre ésas solamente a las de más importancia por razón de sus escritos
acerca de los puntos de vista escogidos por nosotros; tales son: Santa Gertrudis,
muerta hacia el 1303, y que contribuyó a una cierta difusión de la devoción al Corazón
de Jesús en los siglos XIV y XV; San Juan Eudes, a quien San Pío X en el Breve de
Beatificación le llama doctor de los Sagrados Corazones de Jesús y de María; Santa
Margarita Mª. de Alacoque, que sin duda ocupa el primer lugar; el P. Bernardo de
Hoyos, primer apóstol del Corazón Divino en España, y favorecido con muchas
comunicaciones del cielo sobre el asunto; el P. Agustín de Cardaveraz, compañero del
anterior y muy semejante a él tanto en sus comunicaciones con el Corazón de Jesús,
como en todo lo demás; la M. María del Divino Corazón, Condesa Droste zu
Vichering, que fue el instrumento con que el Corazón Sagrado, mediante diversas
apariciones, movió al Papa León XIII a que le hiciese la consagración del mundo, y de
quien se sirvió también para comunicarnos algunas ideas magníficas sobre el porvenir
de su reino; y por último, en nuestros días, un alma privilegiada, cuyo proceso de
beatificación está incoado y que puede ejercer bastante influjo con sus hermosos
escritos: Sor Benigna Consolata Ferrero, muerta en Italia el 1916. Esto decíamos en la
primera edición. En la segunda, antes del misterioso pasaje de la Herida del Costado

3
hemos añadido algunas páginas sobre el autor que nos transmitió datos tan interesantes
de tan hondos misterios, el Discípulo amado del Señor, San Juan Evangelista.
En la 4ª edición agregamos, en el Capítulo II y con el título «El Pacto y el Papa Pío
XII», las palabras de este Sumo Pontífice, dirigidas a los católicos de la Argentina.
En esta 5ª edición agregamos en la Parte 1ª, al final del Capítulo III y con el título de
«Pío XII» unos trozos escogidos del último solemne documento pontificio que en 1956
escribía Su Santidad sobre el Corazón de Jesús, carta Encíclica «Haurietis Aquas» del
actual Vicario de Cristo sobre los fundamentos del culto al Sagrado Corazón.
Muchas veces citaremos revelaciones privadas de estos amigos del Corazón de Jesús,
mas no haremos de ordinario hincapié en ello; buscamos sus íntimas convicciones,
prescindiendo del camino por el cual hayan llegado a adquirirlas.

Una observación

Frecuentemente acumulamos gran copia de testimonios, que, tal vez, a algunos de


nuestros lectores, parecerán excesivos, en orden a demostrar nuestro intento. Nos ha
movido a insertarlos el deseo de que en puntos principales, tenga el lector materia
abundante y con unción, ya que de ordinario son palabras de almas santas, para poder
releer y meditar ideas sobre el Corazón Divino, pues son muchas las personas que se
quejan de la penuria de libros que contengan reunidos tan tos pensamientos
hermosísimos sobre el Corazón de Jesús como han expresado sus amigos. Por eso, una
de nuestras primeras ideas fue presentar solamente una colección de documentos, pero
como este proyecto ofrecía no leves inconvenientes, optamos por seguir una vía media:
ni un libro de lectura enteramente seguida, pues para eso bastaba nuestro folleto, ni una
pura colección de testimonios. Mas bien nos hacemos cargo de que estos libros que
quieren llenar dos fines, no es fácil que agraden a todo el mundo. Pero en mano del
lector está saltar los testimonios que no quisiere leer.

PARTE 1

Excelencia de esta devoción

Capítulo 1

SANTA GERTRUDIS, SAN JUAN EUDES Y SANTA MARGARITA

SUMARIO. - §1- Sta. Gertrudis .- Notas biográficas.- Gran revelación.- Reenfervorizar al mundo.- §II-S.
Juan Eudes.- Su vida.- Su estima de esta devoción.- §III- Sta. Margarita.- Palabras de Benedicto XV.-
Una causa de su eficacia.- Su cerebro incorrupto.- Primera gran revelación .-1. Una redención amorosa.
¿Qué significa?- 2. Un último esfuerzo de su amor.- 3. Este gran designio de Dios.- 4. Tesoro, profusión
de gracias.- a) No puede decir cuanto sabe.- b) Cúmulo de gracias.- 5. Deseos vehementes del Sdo.
Corazón.- 6. Odio de Satanás a esta devoción.- 7. Virtud santificadora de este culto.- A)Respecto de los
individuos.- El librero. Un diseño. Dos monedas.- Otros pasajes.- B) Respecto de las Comunidades
religiosas.- Quiebras, cimientos.- Fervor primitivo.- Unión de caridad. - Fines de cada Instituto.- Ricas
promesas. -8. Remedio soberano para las almas del Purgatorio.- Devoción de Sta. Margarita.- La.
explicación.- Preciosa carta resumen.

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§1
SANTA GERTRUDIS

Notas biográficas

Esta santa, considerada como la maestra de los ascetas y místicos del siglo XIV al XVI,
y apellidada la Grande, nació en 1256. A los cinco años entró en el monasterio de
Helfta situado a la entrada de Eisleben en Alemania. Durante sus primeros años de
Religión diose con pasión a la lectura de los clásicos latinos en su lengua original, que
conocía muy bien, según lo demuestran sus escritos. A los veinticinco, cuenta ella que
dio un gran cambio en sentido de vida más fervorosa, y desde entonces, dejando a un
lado a Virgilio, se entregó exclusivamente al estudio de la Sagrada Escritura, Santos
Padres y teólogos, al trato largo con Dios y a aprovechar a los prójimos con sus palabras
y escritos. Estuvo adornada de grandes carismas místicos. En sus obras habla mucho del
Corazón de Jesús, por lo cual se la ha llamado la teóloga del Sagrado Corazón, y ella
fue el principio de una cierta difusión de esta devoción divina a fines de la edad media,
sobre todo, en Alemania.

Gran revelación

Pero entre los muchos pasajes referentes al Divino Corazón hay uno que, como muy
bien se ha dicho, «abre época en la historia de la devoción (al Sagrado Corazón)» (1) y
del cual hicieron mención con estima los Padres del Concilio Vaticano en su mensaje a
Pío IX, pidiendo la consagración de la Iglesia al Corazón de Jesús.
Como más adelante la primera gran revelación a Santa Margarita, tuvo ésta lugar un día
de San Juan Evangelista a la hora de Maitines. «Estando ella ocupada toda entera en su
devoción, según costumbre, el discípulo a quien Jesús tanto amaba, y que por ello debe
ser amado de todo el mundo, se le apareció y la colmó de mil pruebas de amistad... Ella
le dijo: «¿Y qué gracia podría obtener yo, pecadora, en vuestra dulce fiesta? Respondió:
ven conmigo; tú eres la elegida de mi Señor; reposemos juntos sobre su dulce pecho, en
el cual están escondidos los tesoros de toda bienaventuranza». Y llevándola consigo, la
condujo cerca de nuestro tierno Salvador y la colocó a la derecha, y él se retiró para
situarse a la izquierda. Y estando descansando los dos suavemente sobre el pecho del
Señor Jesús, el bienaventurado Juan, tocando con su dedo con respetuosa ternura el
pecho del Señor, dijo: «He aquí el Sancta Sanctorum que atrae a si todo el bien del cielo
y de la tierra». San Juan le explicó en seguida por qué la había colocado a la derecha,
del lado de la haga, (2) en tanto que él había tomado la izquierda: «Hecho un espíritu
con Dios, yo puedo penetrar sutilmente a donde la carne no podrá llegar. Yo, pues, he
escogido el lado cerrado; pues tú, viviendo la vida terrestre, no podrás, como yo,
penetrar en lo interior... Yo, pues, te he colocado junto a la abertura del Corazón divino,
a fin de que puedas sacar de El más a tu gusto la dulzura y la consolación que, en su
manar continuo y como a borbollones, el amor divino derrama con impetuosidad sobre
todos aquellos que le desean».
Como ella experimentase un gozo inefable con las santísimas pulsaciones que hacían
latir sin interrupción al Corazón Divino, dijo a San Juan: «Y vos, amado de Dios, ¿no
experimentasteis el encanto de estos dulces latidos, que tienen para mí en este momento
tanta dulzura, cuando estuvisteis recostado en la Cena sobre este pecho bendito?» El
respondió: «Confieso que lo experimenté y lo reexperimenté, y su suavidad penetró mi

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alma como el azucarado aguamiel impregna de su dulzura un bocado de pan tierno;
además, mi alma quedó asimismo caldeada, a la manera de una marmita bullente puesta
sobre ardiente fuego». Ella replicó: «¿Por qué, pues, habéis guardado acerca de esto tan
absoluto silencio, que no dijeseis nunca en vuestros escritos algo, por poco que fuese,
que lo dejase traslucir al menos para provecho de las almas?» Contestó: «Mi misión era
presentar a la Iglesia en su primera edad una sola palabra acerca del Verbo increado de
Dios Padre, que bastase hasta el fin del mundo para satisfacer la inteligencia de toda la
raza humana sin que nadie, sin embargo, llegase nunca a entenderla en toda su plenitud.
Pero publicar la suavidad de estos latidos estaba reservado para los tiempos modernos, a
fin de que al escuchar tales cosas eh mundo, ya senescente y entorpecido en el amor de
Dios, se torne otra vez a calentar. «Eloquentia autem suavitatis pulsuum istorurn
reservata est moderno tempori, ut ex talium audientia recalescat 1am senescens et am
ore Dei torpescens mundus» (3)

(1) Devotion au Sacré Coeur de Jesus, pág. 2, cap. 1, part. III


(2) En la edad media era frecuente pintar la herida al lado derecho
(3) Revelat. Sta. Gertr, lib. IV cap. IV

Reenfervorizar al mundo

Muchas ideas aparecen en este pasaje, pero la más importante para el fin de nuestra obra
es aquella expresada en las últimas palabras, en que se explican los designios de Dios en
¡a revelación a los hombres de la devoción al Corazón de Jesús. Los planes e intentos de
Nuestro Señor son, pues, que el mundo senescens, que ya en tiempo de Santa Gertrudis
comenzaba a envejecer; el mundo, que iba perdiendo el entusiasmo y el brío propios de
la juventud; el mundo, amore Dei torpescens, pesado, frío en el amor de Dios y de las
cosas divinas, recalescat, volviese a recobrar el calor, la fuerza y la juventud; pues
ambas ideas de rejuvenecimiento y ardor expresa en el contexto la palabra «recalescat»,
ya que es contraposición del envejecimiento y pesada frialdad del primer miembro.
Y es de notar que dice recalescat, tornar a recobrar el calor, es decir, un calor que tuvo
antes y que después ha perdido; de donde se ve, que en esta revelación se trata
directamente sólo del mundo cristiano, porque el mundo gentil siempre ha estado a cero
grados, y así mal podría recuperar calor que nunca ha tenido. Y ¿qué ardor es éste que
tuvo un día el pueblo cristiano y que la devoción al Corazón de Jesús le ha de hacer
recuperar? Ya se ve que éste no puede ser otro que aquél de la primitiva Iglesia, como
las mismas palabras lo insinúan bastantemente al hablar de un ardor o fuego
contrapuestos a la frialdad lenta y torpe de la vejez, es decir, el calor brioso y activo,
propio de la juventud. Así que la devoción al Divino Corazón viene por de pronto a
reproducir en los católicos los fervores de los primitivos fieles: aquel amor y cariño a la
Persona de Cristo, propio de la edad primera, en que todavía estaba fresca la memoria
de la mansedumbre y bondad encantadoras del Dios-Hombre, que arrastraban en pos de
sí las sencillas muchedumbres; aquella devoción a la Eucaristía, que llevaba a todos los
fieles a la comunión diaria; aquel desprecio de las cosas de la tierra y caridad con el
prójimo, que les hacía vender sus fincas y depositar el precio a los pies de los apóstoles
para subvenir a las necesidades de todos; aquel amor. a la oración, que les dulcificaba el
pasarse largas horas del día y de la noche unidos en plegarias y lectura de las Santas
Escrituras, como lo atestiguan aun los documentos paganos, y son todavía prueba de
ello los documentos litúrgicos; aquel fervor apostólico, que hacía de cada cristiano un
misionero ferviente, como lo dan a entender muchos lugares de la Sagrada Escritura, y a

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lo que se debió en gran parte la rápida difusión del cristianismo; y, en fin, aquella
bizarría intrépida en dar la cara por Cristo aun a costa de la sangre, que ha
proporcionado al cristianismo la gran era gloriosísima de mártires.
Para renovar aquellos tiempos fervientes y sacar al mundo cristiano de esa languidez
senil, materialista y sensual, que debiera causar náuseas si no fuera por aquello de que:
ab assuetis non fit passio, para eso ha venido al mundo, según la gran vidente de Helfta,
la devoción admirable del Corazón de Jesús.
Y ya en la misma revelación de San Juan tenemos una especie de misteriosa
comprobación de esta promesa que, si la generalizamos, nos dará el resultado que ¡as
últimas palabras de Santa Gertrudis indican. En efecto, el conocimiento de las
pulsaciones del Corazón de Jesús produjeron, así en Santa Gertrudis como en San Juan
Evangelista, dos efectos; primero: una gran suavidad: «y su suavidad penetró mi alma,
como un azucarado aguamiel impregna con su dulzura un bocado de pan tierno»;
segundo: un ardoroso incendio de amor divino: «además mi alma quedó así mismo
caldeada, como una marmita bullente puesta sobre ardiente fuego». Suponía Santa
Gertrudis que estos mismos efectos se habrían seguido en las almas, si el Evangelista
hubiese descubierto los latidos amorosos del Corazón de Jesús, o como si dijésemos, los
misterios de esta santa devoción; como San Juan la confirma en esta opinión, se sigue
que los frutos que este culto había de producir en aquellos que lo abrazasen de veras,
serían grande ardor de caridad, y suavidad que impregnase toda la vida cristiana.
Supóngase difundida y abrazada esta devoción por. el mundo en general, y tendremos el
retorno a aquel fervor ardoroso de la primitiva Iglesia.
Vamos a terminar este punto con la oración de uno de los oficios locales del Corazón de
Jesús, que respira parecidos sentimientos:
«¡Oh Jesús, restaurador del universo!, ved aquí que ha llegado aquel desdichado tiempo
en que abundó la iniquidad y se enfrió el amor. ¡Ea! Señor, por el culto de tu Corazón,
que, en estos miserables tiempos, te has dignado revelar como remedio de tantos males,
instaura y renueva nuestros corazones; haz que vuelvan los dorados siglos de la caridad
primitiva; crea una tierra nueva; renuévalo todo, a fin de que, con el nuevo incendio de
caridad que arde en tu Corazón, la vejez de los crímenes se borre, y ardan nuestros
corazones en tu amor» (1)
Conciben, pues, la devoción al Corazón de Jesús como un sol esplendoroso que, al
brillar en el invierno de la frialdad del mundo, comienza a vivificar las plantas, a
calentar los gérmenes sepultados en el seno de la tierra y a efectuar en el individuo y en
la sociedad una especie de rejuvenecimiento primaveral del espíritu.

(1) Nilles. De rationibus festorum... L. III, p. 1ª. pág. 250

§II
SAN JUAN EUDES

Su vida

Nació en Ri, municipio del departamento del Orne (Francia), el año 1601. A los 22 años
de edad ingresó en la Congregación del Oratorio. Bien pronto adquirió fama como
predicador, distinguiéndose también por su celo y caridad. En 1640 fue nombrado
superior, pero tres años después abandonó el Oratorio y fundó una nueva Congregación,
destinada a la educación de los seminaristas y a las predicaciones populares, llamada de

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los Presbíteros de Jesús María, y, además, la Orden de las Hijas de Nuestra Señora de la
Caridad. De ella es rama la Congregación del Buen Pastor de Angers, de la cual, más
adelante, hemos de hacer honorífica mención. San Juan Eudes fue un apóstol del
Corazón de Jesús y del Corazón de María en toda la extensión de la palabra. El Romano
Pontífice, Pío X, decía de él en el Breve de su beatificación: «Pero a los méritos de Juan
para con la iglesia es preciso añadir el de que, ardiendo en singular amor para con los
santísimos Corazones de Jesús y de María, fue el primero en pensar, no Sin inspiración
divina (non sine aliquo divíno afflatu), en que se les tributase culto litúrgico. Por lo cual
ha de ser considerado como padre de esta suavísima devoción, ya que desde los
principios de su Congregación de sacerdotes procuró que entre sus hijos se celebrase la
fiesta de los mismos Corazones; doctor, puesto que compuso Oficio y Misa propios en
honor de ellos; (1) apóstol, finalmente, por haberse esforzado con todo su corazón en
que se divulgase por doquiera este provechosísimo culto» (2). No puede darse más
encomiástico elogio. En el decurso de este libro habremos de mencionar varias veces a
este grande amigo del Divino Corazón; aquí sólo citaremos algunas de sus ideas.

(1) Ya se entiende que la intención del Pontífice no es llamar doctor al Santo sólo por
haber compuesto el Oficio y la Misa, sino por esto y por sus muchos escritos sobre el
mismo tema.
(2) AAS. 1910, pág. 480.

Su estima de esta devoción

En el libro: Coeur admirable se expresa de esta manera:


«El Corazón adorable de Jesús es el principio y la fuente de todos los misterios y
circunstancias de su vida, de todo lo que ha pensado, hecho y sufrido...; es la fiesta de
las fiestas, porque su Corazón abrasado de amor es quien le ha movido a hacer todas
estas cosas. Esta fiesta pertenece más bien al cielo que a la tierra, es más bien festividad
de serafines, que festividad de hombres» (1).
Va mostrando cómo toda la santidad, gloria y felicidad de los Ángeles y Santos son
otras tantas llamaradas del horno inmenso del Corazón de Jesús, al igual de las gracias
que de continuo se derraman mediante los sacramentos a fin de vivificar y santificar las
almas de la Iglesia militante, y, al afirmar que la santa Eucaristía es la más ardiente de
estas divinas llamaradas, añade: «Si, pues, se celebra en la Iglesia una fiesta tan solemne
en honor de este divino Sacramento, ¡qué festividad no debería establecerse en honra de
su Sacratísimo Corazón, que es el origen de todo lo grande, raro y precioso que existe
en este augusto Sacramento! (2)
Por eso, el Santo, al considerar que Dios había concedido la merced, a él y a su
Congregación, de entregarles el Corazón de Jesús y el de María, exclamaba con humilde
gratitud:
«No tengo palabras que puedan expresar la excelencia infinita del favor incomprensible
que me habéis otorgado, ¡oh Madre de misericordia!, al entregar a mis hermanos y a mí
el Corazón adorable de vuestro amado Hijo con el vuestro amabilísimo, para ser el
corazón, la vida y la regla viva de dicha Congregación» (3)
Da una idea de lo mucho que San Juan Eudes esperaba de la devoción al Corazón de
Jesús y del concepto grandioso que de ella tenía, aquella teoría de los tres diluvios, que
él admite en sus escritos. Según ella, tres son los diluvios en el mundo. El primero fue
de agua, con el cual la justicia purificó la tierra manchada con los pecados de los
hombres, y éste se atribuye a la omnipotencia de Dios Padre. El segundo fue de sangre,

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con la pasión y muerte de Jesucristo, que satisfizo a la par a la justicia y a la
misericordia de Dios, y éste se atribuye al Hijo. El tercero será de fuego y de amor, y
será atribuido al Espíritu Santo. Este diluvio está reservado a los últimos tiempos, y
vendrá por el Corazón de Jesús.
Sin duda que una idea parecida tenía el Santo en su entendimiento, cuando escribía en el
último año de su vida:
«Los innumerables motivos, que nos obligan a tributar nuestras adoraciones y honores
al Divino Corazón de nuestro amabilísimo Salvador, con una devoción y respeto
extraordinarios, están comprendidos en tres palabras de San Bernardino de Sena, que
llama a este amabilísimo Corazón: Horno de caridad ardentísima para inflamar y
encender el orbe entero» (4) Tal vez, bajo la influencia de esta idea, como hace notar el
P. Doré, el Santo, en la imagen de Nuestra Señora de los Corazones, ha representado a
los de Jesús y de María bajo el emblema de un horno de amor, adonde acuden los
discípulos del Santo a encender sus teas para iluminar y abrasar el universo.

(1) Coeur admirable. Méd. 1, 2, 3


(2) Idem, L. XII, ch.II
(3) Coeur admirable. L. II, ch. III § 12
(4) Le Sacré Coeur de Jésus, cap. XII

§ III
SANTA MARGARITA

De familia de posición social relativamente elevada, nació en el pueblo de Lhautecourt,


diócesis de Autun, el 22 de Julio de 1647. El 25 de Agosto de 1671 tomaba el hábito en
el Monasterio de Paray-le-Monial en la Orden de la Visitación. Fue Asistente de la
Superiora y Maestra de novicias. Las comunicaciones extraordinarias con el Corazón de
Jesús fueron muy numerosas. Trabajó incansablemente por difundir su devoción; y el 17
de Octubre de 1690, a los 43 años de edad, expiró santamente en el mismo Monasterio
de Paray.
Esta alma privilegiada es la primera figura de los tiempos modernos en la devoción del
Corazón de Jesús; sus escritos son la fuente más rica y exacta en la materia, que existe,
y a la cual debe acudir por lo mismo quien deseare conocer en toda su extensión y
profundidad la devoción al Divino Corazón. Sobré todo, son de recomendar sus cartas,
en las que se halla casi todo lo mejor que se ha escrito sobre esta admirable devoción.

Palabras de Benedicto XV

«La iglesia católica entera - escribía Benedicto XV al editor de las obras de la Santa - se
felicita de tener a su disposición, gracias a ti, el archivo viviente del culto del Sagrado
Corazón. La vulgarización de estas fuentes preciosas servirá a los teólogos y a los
predicadores a meditar y establecer después con fruto los fundamentos doctrinales de
una devoción, que importa precisar más de día en día en su fin, en su espíritu y en todas
sus prácticas».
«La devoción al Sagrado Corazón ha llegado a ser familiar a la piedad cristiana, pero el
movimiento del que la Bienaventurada Margarita María ha sido la propagadora, está
llamado a extenderse más aún, y la obra que tú editas será uno de los mejores auxiliares

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del apostolado, el cual debe continuarse con más ardor todavía, si es posible, en esta
época agitada y tumultuosa» (1)
Siguiendo los consejos del Pontífice, hemos procurado cavar en esta abundante mina,
que contiene gran cantidad de mineral y pequeña de escoria; pues Santa Margarita, al
revés de otros autores, habla poco y dice mucho.

(1) Vida y Obras, t. 1, ed. 3ª. al principio

Una causa de su eficacia

Tienen por otra parte los escritos de esta Santa eficacia peculiar para insinuarse en las
almas; lo cual no encierra nada de extraño, si se atiende a la mucha parte que parece
tuvo en ellos la influencia particular del Corazón de Jesús.
Cuando recibió la orden de hacer su propia biografía, como sintiese mucha repugnancia
en ello, el Señor le dijo que obedeciese:
«Escribe, pues, sin temor conforme Yo te dictare, y te prometo derramar la unción de mi
gracia, a fin de que Yo sea glorificado con ello». Y explicándole las causas por qué le
ordenaba escribir, díjole:
«En tercer lugar, para hacer ver que soy la Verdad eterna, que no puede mentir; que soy
fiel en mis promesas, y que las gracias que te he concedido pueden sufrir toda suerte de
exámenes y pruebas» (1)
«Es necesario decir a V. una cosa que me impediría en absoluto escribir, si la
obediencia no me ordenara lo contrario, y es que cuando escribo, después de ponerme
de rodillas para ello, como un discípulo delante de su maestro, escribo siguiendo lo que
Él me dicta, sin poner cuidado ni pensar en lo que escribo; y esto me hace sufrir
grandes humillaciones, tanto por el temor que tengo de decir lo que yo quería callar y
tener oculto, como por la idea en que estoy de que vuelvo a repetir siempre lo mismo,
porque me han prohibido tornar a leer las cartas, a causa de que, cuando lo hacía, no me
podía contener de romperlas y quemarlas» (2).
«Me manda V. que le conteste ampliamente...; quiero decir a V. en su santa presencia
(del Corazón de Jesús) todo lo que El me inspirare para su gloria, pues no está en mi
mano hacer de otra manera, ni preparar nada para escribir, sino decir sencillamente
cuanto Él me pone en el pensamiento sin preocuparme nunca del resultado» (3)

(1) Vida y Obras, ed. 2ª., p. l., Autob. n. 10, pág. 35, ed. frc.
Aunque nosotros seguimos el original francés, puede el lector ver la traducción
castellana, Madrid, 1921
(2) Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2ª, cart. 152, pág. 545, ed. frc.
(3) Idem, cart. 131, pág. 525

Su cerebro incorrupto

Quién sabe si, para expresar ese influjo del Corazón de Jesús que aparece en las frases
de la Santa, permitió el mismo Señor que, por espacio de casi 200 años, se conservase
incorrupto el cerebro de su sierva, como lo atestigua un testigo presencial que lo
observó, al descubrirse los restos en 1864, cuando Pío IX publicó el decreto permitiendo
se procediese a la beatificación. «A las diez del 13 de Julio (1864)- escribe dicho testigo
- el Ilmo. Sr. Obispo de Autun, acompañado de Monseñor Borgui y de unos doscientos

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sacerdotes, entró en el Monasterio de Paray, y en él instaló el tribunal, bajo cuya
autoridad y vigilancia iba a abrirse el sepulcro... Levantada con mucho cuidado la piedra
sepulcral, se vio, en una excavación bastante profunda, la caja de nogal que contenía los
restos de la Venerable... Ábrese la caja de madera, y aparece sucesivamente a nuestras
miradas lo que queda en este mundo de aquella, a quien se dejó ver Jesucristo tantas
veces... Hubo en la inspección y veneración de aquellas reliquias un momento más
interesante que los demás. Todos los huesos, como queda dicho, estaban secos, y las
carnes consumidas, pero el cerebro estaba intacto: había resistido a la corrupción. Esta
parte tan frágil, que se disuelve tan pronto, que es la primera que se corrompe, había
atravesado dos siglos sin destruirse...» (1)
Parece que Nuestro Señor no quiso permitir se corrompiese aquel órgano, que Él había
usado como instrumento particular de su amor para comunicar a los hombres tan
grandes y consoladoras ideas. ¡Buena lección para aquellos que habían considerado a la
humilde religiosa como visionaria y de enfermizo cerebro!
Ahora bien, esta principalísima evangelista del Divino Corazón, ¿qué concepto tenía
acerca de la importancia de la devoción que venimos exponiendo?
Citaremos algunos pasajes de sus escritos, para que el lector pueda por sí mismo verlo.

(1) Mensajero del C. de J, año 1867, t. III, pág. 37-39

Primera gran revelación

En carta al P. Croiset, dándole cuenta de la primera gran revelación, que a nuestro juicio
es la más importante de todas, dice:
«Y me hizo ver que el ardiente deseo que tenía de ser amado de los hombres, y de
apartarlos del camino de perdición adonde Satanás los precipita en tropel, le había
hecho formar este designio, de manifestar su Corazón a los hombres, con todos los
tesoros de amor, de misericordia, de gracia, de santificación y de salud que contenía, a
fin de que, todos aquellos que quisieren darle y procurarle todo el honor, el amor y la
gloria que estuviere en su mano, El los enriqueciese con abundancia y profusión de
estos divinos tesoros del Corazón de Dios, que es la fuente de ellos, y al cual era
necesario honrar bajo la figura de este Corazón de carne, cuya imagen deseaba Él fuese
expuesta y llevada consigo, sobre el corazón, para imprimir en él su amor y llenarle de
todos los dones de que El estaba henchido, y para destruir en él todos los movimientos
desordenados».
«Y que esta devoción era como un último (un dernier) esfuerzo de su amor, que quería
favorecer a los hombres en estos últimos siglos con esta redención amorosa (de cette
redemption amoureuse), para sustraerlos del imperio de Satán, el cual pretendía
arruinar, y para colocarlos bajo la dulce libertad del imperio de su amor, que quería
restablecer en los corazones de todos aquellos que quisiesen abrazar esta devoción».
«Y después de ello, este Soberano de mi alma, me dijo: «He aquí los designios para los
que te he elegido y hecho tantos favores y tomado un cuidado muy particular de ti desde
la cuna; Yo no me he constituido personalmente tu maestro y director, sino para
disponerte al cumplimiento de este gran designio y para confiarte este gran tesoro, que
ahora te muestro al descubierto» (1)
La lectura de este trozo deja cierta impresión de grandeza. Vamos a examinar más
despacio algunas ideas contenidas aquí y en otros escritos de Santa Margarita.

(1) Vida y Obras, ed. 3., t. II, p. 2ª., cart. 133, pág. 566, ed. frc.

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1. Una redención amorosa

«Que deseaba favorecer a los hombres - dice la revelación primera - en estos últimos
siglos con esta redención amorosa...» Indicaremos después en qué sentido deba tal idea
tomarse; entretanto se ve claro que la Santa no temía parangonar esta devoción con el
acontecimiento magno y único en su género de la redención del mundo. Parecerá ello,
quizá, exageración notable. Si esta idea se encontrara sólo en alguna ocasión de
entusiasmo extraordinario, no seria infundada tal hipótesis, mas con sólo estudiar algo
los escritos de la virgen de Paray se convencerá uno pronto de que se trata de idea que
llevaba grabada profundamente en su alma.
Escribiendo a la Hermana M. Magdalena des Escures, dice en tono igual de grandeza:
«Me parece que el gran deseo que Nuestro Señor tiene de que su Sagrado Corazón sea
honrado con algún homenaje particular, es a fin de renovar en las almas los efectos de
su redención, haciendo de este Sagrado Corazón como un segundo Medianero entre
Dios y los hombres, cuyos pecados se han multiplicado tanto, que es necesaria toda la
extensión de su poder para obtenerles misericordia y las gracias de salud y de
santificación que tiene tanto deseo de comunicarles abundantemente. (1)
La devoción, pues, del Corazón de Jesús tiene por objeto «renovar en las almas los
efectos de la redención», es decir, dar al mundo una impulsión de vida semejante a la
que recibió con la venida, pasión y muerte del Redentor; en lo cual Santa Margarita no
hace sino confirmar las ideas que vimos ha poco en Santa Gertrudis.
Añade la Santa en la cita precedente que el Sagrado Corazón es «como un segundo
Medianero para con Dios en favor de los hombres». Es el mismo pensamiento; porque
si esta devoción divina es una especie de segunda redención, claro está que el Corazón
de Jesús será como un segundo Redentor, como un segundo Medianero, pues Jesucristo
con su encarnación, pasión y muerte fue el Medianero entre Dios y la Humanidad caída.
En las cartas 37 y 90 vuelve a insistir en lo mismo.
«El me ha dado a conocer que su Sagrado Corazón es el Sancta sanctorum, el Sancta de
amor; que El quería fuese conocido ahora para ser el Medianero entre Dios y los
hombres» (2). «Hemos de orar en el Corazón de Jesús y por medio del Corazón de
Jesús, que quiere de nuevo constituirse Medianero entre Dios y los hombres» (3)
En la 132, aparece más clara la idea de Santa Gertrudis:
«Me parece que no hay nada que yo no quisiera hacer y sufrir para darle el placer que
desea con tanto ardor (difundir esta devoción), primeramente para tornar a encender la
caridad tan resfriada y casi apagada en los corazones de la mayor parte de los
cristianos, a los cuales quiere Él dar mediante esta devoción un nuevo medio de amar a
Dios por medio de este Sagrado Córazón, tanto como Dios desea y merece ser amado»
(4)

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª, cart. 49, pág. 321, ed. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 37, pág. 300, ed. frc.
(3) Idem, cart. 90, pág. 407
(4) Idem, cart. 132, pág. 552

¿Qué significa?

¿Cuál es el sentido que Santa Margarita quería dar a estas frases de nueva redención,

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etc.? Para nuestro intento tal cuestión tiene un valor secundario, como dijimos arriba,
pues nosotros únicamente deseamos demostrar que, en el concepto de la Santa, esta
devoción es algo grande en el mundo; y eso se muestra evidentemente, cualquiera que
sea la explicación especial que a las frases mencionadas deba darse.
No obstante, parece probable, como se verá por otros testimonios que insertaremos
después, y ya se insinúa un poco en algunos de ¡os vistos, que ¡a devoción al Corazón
de Jesús es como una redención segunda, no en el sentido de que implique redención
numéricamente distinta de la efectuada por Cristo Nuestro Señor en la cruz - ¿quién
piensa tal desatino? - sino en el de que, o es una comunicación tan copiosa e inusitada
de las gracias merecidas por la vida, pasión y muerte del Redentor, que efectivamente
pueda llamarse como una redención nueva, o es una renovación del período de fervor
que se siguió inmediatamente a la redención de Cristo. Ya se ve que entrambas
explicaciones no son entre sí diversas esencialmente, sino que la primera indicaría la
causa y la segunda el efecto. Ambas están confirmadas por otros testimonios de la Santa
y de otros grandes amigos del Corazón de Jesús. «El no quiere establecer su nuevo reino
entre nosotros - escribe Santa Margarita - sino para repartirnos más copiosamente sus
gracias de santificación y de salud» (1)

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª. cart. 97, pág. 425, ed. frc.

2. Un último esfuerzo de su amor

He aquí una nueva expresión con que la Santa designa en la .primera revelación
principal la devoción del Corazón de Jesús. «Y que esta devoción era como un último
esfuerzo de su amor» (1)
Tampoco se trata aquí de una frase escapada en momentos de religioso fervor, sino de
idea repetida acá y allá en diversas ocasiones.
Así en carta a su hermano, el sacerdote, dice que para comunicarnos sus dones ha
manifestado Jesús «la devoción de su Sagrado Corazón, que contiene tesoros
incomprensibles, los cuales desea que sean derramados en todos los corazones de buena
voluntad, porque éste es un último esfuerzo (un dernier effort) del amor del Señor para
con los pecadores, con objeto de llevarlos a penitencia y darles abundantemente sus
gracias eficaces y santificantes, y así obtener su salvación» (2).
Véase de paso cómo la devoción al Corazón de Jesús no es solamente para almas de
vida espiritual algo elevada, como algunos imaginan, sino para los pecadores también.
Al P. Croiset escribe que esta devoción será uno de los medios de que El quiere
servirse:
«Para apartar gran número de almas de la perdición, arruinando el imperio de Satán, a
fin de volverlas a colocar mediante sus gracias santificantes en la vía de la salud eterna,
como me parece haberlo prometido así el Señor a su indigna esclava, haciéndole ver
esta devoción como uno de los últimos esfuerzos de su amor hacia los hombres, con
objeto de que, poniéndoles claramente ante los ojos, como en un retrato, su Divino
Corazón herido de amor por el bien de ellos, pueda poner su salvación en seguridad, sin
permitir perezca nada de cuanto le estuviere consagrado», etc., etc. (3)
Además del punto de que venimos tratando, repárese en la promesa de la salvación
eterna hecha a la consagración.
«Este Corazón Divino es el tesoro del cielo y de la tierra, que nos ha sido dado... como
la última invención de su amor» (4)
Y con matiz más expresivo, dice en la carta 97 que esta devoción:

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.Es una preciosa bebida - unas copias tienen portion, otras potion; parece más auténtica
la segunda forma - que nos ha sido dada por nuestro buen Padre celestial como último
remedio (pour dernier reméde) de nuestros males» (5).
Se habrá observado cómo Santa Margarita habla de un último esfuerzo. La palabra
francesa (dernier) que usa siempre, o casi siempre, puede significar, o último de manera
que no venga otro en pos de él, o último en el sentido de lo más reciente, lo más
moderno, a la manera como solemos decir: «el último invento». No obstante la
oscuridad de este punto, nos parece que, del estudio atento de todos los pasajes de la
Santa en que habla de la devoción al Corazón de Jesús, parece más probable que ella
creía ser éste, en efecto, el último y postrero de los grandes impulsos dados por Nuestro
Señor al mundo, de forma que los que vengan después, si algún otro viene, no sean sino
una introducción y aplicación más completa de este remedio admirable. Por otras varias
razones también nosotros nos inclinamos hacia esta última opinión.

(1) Arriba pág. 30


(2) Idem, cart. 102, pág. 443
(3) Vida y Obras, ed. 3ª, p. 2ª., cart. 132, pág. 552, ed. frc.
(4) Idem
(5) Idem, cart. 97, pág. 425

3. Este gran designio de Dios

Nuevo nombre que Santa Margarita da a nuestra devoción, y que encontramos también
en aquel largo documento que citamos más arriba:
«Yo no me he constituido personalmente tu maestro y director, sino para disponerte al
cumplimiento de este gran designio».
«Y creo - escribe al P. Croiset - que ésta es la razón por la que ha escogido Él a este
bienaventurado amigo de su Corazón, (el B. P. de La Colombiére) para el cumplimiento
de este gran designio, que, como espero, será tan glorioso a Dios, a causa del ardiente
deseo que tiene de comunicar por este medio su amor y sus gracias» (1)
Habla de cómo vio por primera vez al P. La Colombiére, y añade:
«Fue necesario descubrirle, a pesar mío, lo que yo había siempre tenido secreto con
tanto cuidado, porque él había sido destinado para la ejecución de este gran designio,
acerca del cual confieso no saber ni poder expresarme, según lo que me es dado a
conocer, pues es un abismo» (2)
Suplica al P. Croiset que no saque a relucir nada de ella en sus escritos:
«Porque sé -dice- que a mi Soberano no le sirve de nada tan vil y miserable instrumento
en orden al cumplimiento de tan gran designio, designio que ha de procurarle tanta
gloria en lo tocante a la salud de las almas que, si os lo pudiese expresar como me
parece que me lo da a conocer, se redoblaría el celo de usted por esta devoción» (3).

(1) Vida yObras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 132, pág. 551 , ed. frc.
(2) Idem, cart. 133, pág. 577
(3) Idem, cart. 138, pág. 611

4. Tesoros, profusión de gracias

Este pensamiento de la abundancia de bendiciones y gracias, que en sí encierra y

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comunica la devoción al Corazón de Jesús, es frecuentísimo en los escritos de la Santa.
De dos maneras se halla expresado: afirmando positivamente, pero en vago, esa copia
de bienes, y confesando su impotencia de manifestar cuanto conoce.
a) No puede decir cuanto sabe. - Ciertamente, leyendo los escritos de los grandes
amigos del Corazón de Jesús, se ve que lamentan con frecuencia cierta imposibilidad de
expresarse acerca de estos misterios.
Así en la carta 132, después de enumerar la Vidente de Paray las gracias que en general
recibirán mediante la devoción al Corazón de Jesús, añade:
«Mas respecto a aquellos que se ocupan en hacerle conocer y amar, ¡oh!, si yo pudiese y
si me fuese permitido expresarme, de la manera que me es dado a conocer, acerca de las
recompensas que recibirán de este amable Corazón, exclamaría V. como yo, ¡qué
dichosos son aquellos que Él ha de emplear en la ejecución de sus designios!» (1)
Nótese cómo aquí dice la Santa que ni puede ni le es permitido hablar. A la pregunta de
cuál podrá ser la razón por qué el Corazón de Jesús no le permitía decir cuanto sabía de
esas gracias, satisface la Santa algunas líneas después:
« Y la razón – dice - por qué no me es permitido hablar de las recompensas, que Él
promete a aquellos que ocupare en esta santa obra, es a fin de que trabajen sin otro
interés que el de su gloria con la intención de su puro amor» (2)
Esta misma imposibilidad de hablar y otra causa de ella apareció ya en los dos últimos
textos del número precedente:
«Confieso no poder ni saber expresarme según lo que me es dado a conocer, porque es
un abismo». Lo propio se repite en las promesas a los apóstoles del Corazón de Jesús:
«si me fuese permitido manifestar las riquezas infinitas...; en las promesas a las
Comunidades religiosas: mas de poder expresar las gracias...»; pero estos testimonios
hemos de verlos después.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2ª., cart. 132. pág. 546, ed. frc.
(2) Idem, cart. 132, pág. 547

b) Cúmulo de gracias.- Esta idea ya ha aparecido indirectamente en los testimonios


precedentes; añadamos algunos más, en que se expresa en primer término:
«Me parece - escribía a la misma M. Saumaise - que soy una gotita de agua en este
océano del Sagrado Corazón, que es un abismo de toda suerte de bienes, una fuente
inagotable de toda clase de delicias; y cuanto más se saca de ella, más abundante es. Es
un tesoro oculto e infinito, que sólo pide manifestarse, derramarse y distribuirse a
nosotros, para enriquecer nuestra pobreza» (1).
«Para esto (para que seamos santos) nos ha manifestado - escribe a su hermano - la
devoción de su Sagrado Corazón; ésta contiene tesoros incomprensibles, que Él desea
sean derramados en todos los corazones de buena voluntad» (2)
«Si no me engaño, estoy en el (Sagrado Corazón) como en un abismo sin fondo, donde
Él me descubre tesoros de amor y de gracias para ¡as personas que se le consagraren y
sacrificaren... En las cuales (en sus criaturas) El quiere establecer su imperio, como la
fuente de todo bien, para proveer a sus necesidades» (3)
«Su Sagrado Corazón es una fuente inagotable, que no quiere otra cosa que derramarse
en los corazones humildes... » (4)
Éste es el manantial inexhaurible de todos los bienes, que no busca sino derramarse y
comunicarse...» (5)
Así se podrían multiplicar los pasajes. Esta idea servirá quizá también, para que pueda
irse explicando más claramente el lector los apelativos de segunda redención, último
esfuerzo de su amor, etc., que, según hemos visto, aplica a esta devoción Santa

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Margarita.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 90, pág. 405, ed. frc.
(2) Idem, cart, 102, pág. 443,
(3) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª, cart. 87, pág. 396-7
(4) Idem, cart. 55, pág. 336
(5) Idem, cart. 53, pág. 328

5. Deseos vehementes del Sagrado Corazón

Es éste un punto que llama la atención en Santa Margarita, y es muy significativo.


Porque, si bien Jesucristo, como tan amante de los hombres, no puede menos de anhelar
su salvación y cuanto a ella se refiere, sin embargo, como el lector notará, aquí se
descubren deseos tales, que no son los ordinarios, deseos que por lo mismo hacen
sospechar alguna especial razón.
Habla la Santa de las almas que salvará esta devoción y añade:
«Esto es lo que le da un deseo tan ardiente de ser conocido, amado y honrado de los
hombres, en cuyos corazones tanto anhela establecer por este medio el imperio de su
puro amor, que promete grandes recompensas a los que se ocupen en hacerle reinar»
(1)
Nótese, además, en el texto precedente, el amor singular y extraordinario del Corazón
de Jesús para con las personas que propaguen con fervor su devoción, y las promesas
verdaderamente espléndidas en favor de estos apóstoles; la explicación es sencilla:
como el Corazón Divino siente deseo tan ardiente de que su devoción se difunda, no
pueden menos de darle un placer grandísimo los que se ocupen en ello; de ahí su amor,
de ahí sus promesas, de ahí todo. Lo mismo se afirma en otros varios pasajes.
Pero volvamos a nuestro tema. En esta misma carta, un poco más adelante, hablando del
libro del P. Croiset, que el «Corazón de Jesús pide con tanto ardor», añade la Santa:
«Haga usted, pues, sin diferirlo, lo que desea de usted; porque no puedo menos de
manifestarle que me insta ardientemente a causa del vehemente deseo, que descubre
más y más a su indigna esclava, de ser conocido, amado y honrado de los hombres, para
reparar las grandes amarguras y humillaciones que le han hecho sufrir, y de las cuales
quiere aplicarles los merecimientos por este medio. Mas dame a conocer ser tan
excesivo este deseo, que promete a todos cuantos se consagraren y dedicaren a El para
darle este placer etc» (2).
¡Qué expresivo se muestra aquí el deseo del Corazón de Jesús!
«Mi Divino Maestro dio a conocer a su indigna esclava..., que tenía una ardentísima
sed de ser conocido, amado y honrado de los hombres con homenajes y honores
particulares, a fin de tener manera de contentar su deseo de comunicarles
abundantemente sus misericordias y sus gracias santificantes y saludables» (3)
En este texto magnífico está expresado, con grande integridad, todo el porqué de esos
anhelos ardientes de que esta devoción se difunda y se practique.
Mostrándole un día su Corazón arrojando llamas por todas partes, le dijo:
«Si tú supieras cuán sediento estoy de hacerme amar de los hombres, no perdonarías
nada para ello». Y otras veces oía decir: « Tengo sed, me abraso en deseos de ser
amado». Y esto causaba en mí tan fuerte impresión, que me deshacía en lágrimas por no
poder satisfacer su amoroso deseo, cosa que espero harán ahora sus fieles siervos, según
me lo prometió al enviarme a aquellos que Él se había preparado para esto» (4).

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(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart 131, pág. 526, ed. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 131, pág. 527, ed. frc.
(3) Idem, cart. 135, pág. 592
(4) Idem, cart. 135, pág. 600

6. Odio de Satanás a esta devoción

No se trata de un simple aborrecimiento, pues éste lo siente Lucifer hacia todo lo que es
santo, sino de aborrecimiento extraordinario, a juzgar por el número de veces que lo
repite la Santa, y la forma enérgica de expresarse.
«Me parece que el demonio teme extremadamente el cumplimiento de esta buena obra
(la primera imagen del Corazón de Jesús), por la gloria que ha de dar al Sagrado
Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, con la salvación de tantas almas como la
devoción a este amable Corazón obrará, mediante aquellos que se consagraren a El del
todo para amarle, honrarle y glorificarle» (1)
«(El enemigo)... revienta de despecho (créve de dépit), por no haber podido estorbar
esta amable devoción» (2), dice con frase fuerte la Vidente de Paray.
Y escribiendo a la Hermana Joly de las «oposiciones y contradicciones que Satanás
suscitó a los principios, dice: que fueron más grandes de lo que puedo decir» (3).
«En fin – añade - creo que Él realizará estas palabras que hacía resonar continuamente
al oído del alma de su indigna esclava, entre las dificultades y oposiciones que han sido
grandes, en los comienzos de esta devoción: «Yo reinaré a pesar de mis enemigos y de
todos aquellos que se opusieren a ello» (4)
Nótese de paso en este pasaje, cómo el Corazón de Jesús distingue dos clases de
personas que se opondrán a su reinado: sus enemigos con Satanás a la cabeza, y otros
que no serán enemigos, pero que, sin embargo, estorbarán el que reine.
«Veo que todas esas contradiccioncillas, que se oponen a nuestra amable devoción,
sorprenden a V. y le hacen sufrir mucho, si no me equivoco. ¿Y por qué?, pues me
parece que ha sido V,. advertida de que las levanta Satanás, rabioso como está de ver
que este medio saludable le ha arrebatado ya no pocas almas, y todavía le ha de
arrebatar muchas más, por la omnipotencia de Aquel que, en el tiempo elegido por El,
hará que todas esas oposiciones y contradicciones redunden en gloria suya y confusión
de este enemigo, y se servirá de ellas como de sólido fundamento en que establecer esta
santa devoción; por lo cual es necesario nos resolvamos a aguantar esas borrascas de
Satanás. Hasta dicen que todos los párrocos tienen orden de no recibir ninguna
devoción nueva en sus parroquias, y que aun ha sido ya prohibida en algunas ésta del
Divino Corazón; que además se va a prohibir a todos los libreros que impriman nada
sobre este asunto, y otras muchas cosas que se dicen contra esta devoción santa. Mas
todo eso nada me sorprende... » (5)
«Por poco que me mezcle en un asunto - escribía en otra ocasión - es lo bastante para
hacer que en él hormigueen los obstáculos, según la amenaza de Satanás, de que los
haría pulular en cuanto yo emprendiese, y procurarla dañarme en todo» (6)
Sería difícil contar las dificultades y largas dilaciones que hubo, cuando se trató de
hacer el primer cuadro del Corazón de Jesús, y todos saben el revuelo que se levantó
cuando, en la Capilla privada del Noviciado, se dio por primera vez culto doméstico a
su Imagen, siendo Maestra de novicias nuestra Santa.
Cuando más adelante veamos lo que ha de ser el reino del Sagrado Corazón, y el
porvenir poco halagüeño que mediante él espera al imperio de Lucifer en la tierra,
entenderemos completamente la causa de los odios del infierno.

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(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 61, pág. 346, ed. frc.
(2) Idem, cart. 139, pág. 616
(3) Idem, cart. 109, pág. 446
(4) Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2ª., cart. 131, pág. 533, ed. frc.
(5) Idem, cart. 57, pág. 339
(6) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 52, pág. 326, ,ed. frc.

7. Virtud santificadora de este culto

A) Respecto de los individuos

Aunque todas las grandezas que sobre la devoción al Corazón de Jesús nos ha referido
Santa Margarita son principalmente en orden a la santificación de los hombres, sin
embargo, creemos no estará demás aducir algunos testimonios que especifican algo más
aquellas ideas un poco generales.
«¡Si V. supiera cuánto mérito y gloria tiene el honrar a este amable Corazón del
adorable Jesús, y cuál será la recompensa de aquellos que, después de estar a Él
consagrados, no buscan sino honrarle! Sí, me parece que esta sola intención hará sus
acciones más meritorias y agradables delante de Dios, que todo cuanto ellos hubiesen
podido hacer sin esta aplicación» (1)
«No sé, mi querida Madre, si comprenderá V. lo que es la devoción al Sagrado Corazón
de Jesucristo Nuestro Señor de que le hablo; produce un gran cambio y fruto en todos
los que se consagran y se dan a ella con ardor» (2)
«Me parece que no hay camino más corto para llegar a la perfección, ni medio más
seguro de salvación que estar consagrado enteramente a este Corazón Divino, para
tributarle todos los homenajes de amor, honor y alabanza de que seamos capaces» (3).

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª. cart. 27, pág. 278, ed. frc.
(2) Idem, cart. 51. pág. 324
(3) Idem, cart. 59, pág. 344

El librero. Un diseño. Dos monedas

Había la Hermana Joly publicado un librito sobre el Corazón de Jesús. La Santa indicó
al P. Croiset su deseo de que lo ampliase; lo mismo hicieron algunos fervorosos
estudiantes; y el buen librero M. Horacio Molin, amigo del P. Croiset y que se había
entusiasmado por esta santa devoción, comprometióse a editarlo por sí mismo, movido
del deseo que sentía de glorificar al Corazón de Jesús; súpolo la Sierva de Dios y
escribió al P. Croiset:
«Pero, sobre todo, («miro como escogidos y predestinados a su amor eterno») a ese
buen librero, que ha mostrado en este asunto tan buena voluntad; pues por semejante
gasto se ha ganado un lugar en este Corazón adorable, el cual se tornará en asilo seguro
para él en la hora de la muerte. Jamás ha hecho cosa que le haya de ser mejor
premiada» (1)
Repárese en las últimas palabras. Jamás había hecho el librero en su vida acción que le
hubiese de ser mejor recompensada, que aquel acto de apostolado por el Corazón de
Jesús.

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Iba a hacerse la primera imagen o pintura del Sagrado Corazón; se pasó en ello mucho
tiempo, y hubo mil dificultades; por fin, tomóla a su cargo la M. de Saumaise,
encargándose del diseño la Hermana Joly. Cuando la Santa vio por primera vez su
ansiado cuadro, escribió:
«Y por lo que se refiere a esa buena hermana (Joly) creo, si no me engaño, que ha dado
a Él tal placer por esto que ha hecho en su honor, cual no lo había podido hacer hasta
ahora con todas las otras acciones de su vida» (2)
La M. Saumaise quiso contribuir a los gastos de la imagen, y envió a la Santa pata ello
dos luises de oro (3) en seguida contestóle:
«¡Qué honor para V. haber dado los dos luises de oro, que hemos recibido, y que la muy
honorable Madre conservará hasta que la cosa esté hecha; porque me parece poder
asegurar a V., según me siento apremiada a hacerlo, que jamás dinero alguno ha sido
mejor recompensado que lo será el de V. Y creo que ha dado V. tal gusto al Sagrado
Corazón con esta liberalidad que se dirige directamente a El, cual no le hubiese V. dado
con todo cuanto hubiera podido hacer durante toda su vida!» (4)
¡Cuántas veces repite la Santa este pensamiento!

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª, cart. 131, pág. 527, ed. frc.
(2) Idem, cart. 80, pág. 387
(3) Moneda antigua comenzada bajo Luis XII y reemplazada después por la pieza de 20
francos.
(4) Vida y obras, ed. 3ª, t II, p. 2ª. cart. 47, pág 316, ed. frc.

Otros pasajes

Cuando las novicias oyéronla hablar de su devoción: «se dieron – dice - con tal ardor a
honrar a este Divino Corazón, cuya imagen les dio trazada a pluma en un trozo de
papel, que les hizo hacer muchos progresos en su perfección en poco tiempo. Y aunque
les atrajo muchas mortificaciones, no se volvieron atrás, antes se animaron más y más a
honrar a este Corazón Divino» (1)
«Jamas se ha visto tanto ardor, como el que esta devoción derrama en los corazones.
¡Dios sea eternamente bendito!» (2).
«Éste es, según creo, - escribía a su hermano - uno de los caminos más cortos para
lograr nuestra santificación» (3).
Buen testigo fue dicho hermano de la Santa, que en pocos meses dio, por este medio, un
gran cambio.
«No puede V. Creer - decía en otra carta - los buenos efectos que esto (la devoción al
Corazón de Jesús) produce en las almas que tienen la dicha de Conocerla» (4)
Así podríamos multiplicar los testimonios de Santa Margarita, que en esto se parece a
Santa Matilde, la cual solía repetir con gracia: «Si hubiese de escribir todos los bienes
que me ha comunicado el benignísimo Corazón de Dios, llenaría un libro mayor que el
de maitines». (Alude a los voluminosos libros de coro) (5)

(1) Vida y obras, ed. 3ª, t II, p. 2ª. cart. 132, pág. 544
(2) Idem, cart. III, pág. 437
(3) Idem, cart. 72, pág. 365
(4) Idem cart. 53, pág. 328, ed. frc.
(5) Nilles. De rationibus festorum. L. I. P. III. pág. 471

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B) Respecto de las Comunidades religiosas

Dada la fuerza santificante, respecto de los individuos en particular, que esta devoción
encierra, se cae de su peso la importancia que del propio modo tendrá en orden a las
Comunidades religiosas, que al fin y al cabo se componen de individuos; pero como a
pesar de esto, Nuestro Señor tuvo palabras especiales para ellas, no parece será inútil
que expongamos nosotros,, al menos, algunas de ellas.
La mayoría de los textos hablan de la Visitación y de la Compañía de Jesús, por razón
de las personas que intervenían en aquellas circunstancias, pero ya se entiende que,
fuera de algunas cosas peculiares de estas Órdenes, lo demás, que es casi todo, son
promesas que se realizarán en cualquier Instituto o Comunidad que ponga las
condiciones pedidas, ya que Dios Nuestro Señor no es aceptador de personas. Además
de que la propia Santa en otros pasajes habla de la misma forma, refiriéndose a todas las
Órdenes religiosas, y de que, en fin, la experiencia enseña continuamente que no hay
distinción de individuos ni de Órdenes para el Corazón Divino, sino según la distinción
de la fidelidad y el amor.
En orden, pues, a las Comunidades religiosas varios son los efectos que Santa Margarita
atribuye a la devoción del Corazón de Jesús. Indicaremos sólo los más principales.

Quiebras, cimientos

En carta de 1685 a la M. Saumaise, dice: «Nuestro Padre S. Francisco de Sales,


temiendo que los fundamentos de su edificio viniesen a cuartearse, había pedido un
sostén capaz de defenderlo. Se le concedió la devoción del Corazón de Jesús, como
medio para reparar las quiebras del edificio, y servirle de defensa contra los ataques de
sus enemigos, y de apoyo para que no sucumba en lo venidero»
«No puedo dispensarme de decir a V. unas palabras más acerca de la fiesta de nuestro
Santo Fundador, el cual me dio a conocer que no había medio más eficaz para reparar
las quiebras de su Instituto que introducir en él la devoción al Sagrado Corazón, y que
él deseaba que este remedio se usase» (2).
«Yo pienso que éste es uno de los medios más eficaces para tornarle a levantar de sus
caídas, y servirle como de castillo inexpugnable contra los asaltos que el enemigo le da
continuamente para arruinarlo, por medio de un espíritu extraño de orgullo y ambición,
que quiere introducir en lugar de aquel de humildad y sencillez, que son el fundamento
del edificio. Y confieso a V. parecerme que nuestro Santo Fundador es quien desea y
solicita que esta devoción se introduzca en su Instituto, porque conoce sus efectos» (3)
Nótese cuántas veces habla de cimientos, fundamentos, etc.; y es que en este punto está
el nervio de las Órdenes religiosas. Es fácil equivocarse y creer, al menos
prácticamente, que la Orden se reduce a guardar escrupulosamente ciertas prácticas
tradicionales externas, o si internas, de importancia secundaria, y en cambio lo
fundamental, los ejes y el alma del Instituto, lo que fue lo más saliente en los religiosos
primitivos, dejarlo en segunda línea. Por ahí vino Israel al estado en que lo hallé
Jesucristo, y del cual no se ha levantado aún. A todos se nos dirige aquella magnífica
sentencia del Salvador: Haec, estas cosas, es decir, las graves de que acababa de hablar,
las fundamentales, los cimientos, oportet facere, se han de hacer, en éstas se ha de
insistir; el illa, y aquéllas, a saber, lo del comino y el anís, las menudencias, lo
secundario, non omittere, no omitirlas; es decir, poner el cuidado suficiente para no
dejarlas, y nada más; porque las energías vitales de nuestro ser son limitadas, y si se nos

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va mucha agua por la cañería de las menudencias, por fuerza tiene que ir poca por la
cañería de los cimientos.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 35, pág. 295, ed. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 50, pág. 223, ed. frc.
(3) Idem, cart. 49, pág. 321

Fervor primitivo

«Estos frutos de vida y de salud (que traerá la devoción al Corazón de Jesús) nos
renovarán en el espíritu primitivo de nuestra santa vocación. Me parece que la gloria
accidental de nuestro Santo Fundador jamás se ha aumentado, cual se hace por este
medio» (1)
«Satanás quería vomitar su rabia destruyendo el espíritu (de nuestro Instituto), y por
este medio arruinarlo. Mas yo creo que no logrará su intento, si queremos, según las
intenciones de nuestro santo Padre, servirnos de los medios que él nos presenta (esta
devoción), para restituirnos al primer vigor del espíritu de nuestra santa vocación,
viviendo según las máximas del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo» (2)
Como dijimos al principio, lo que Santa Margarita dice referente a la Orden de la
Visitación debe aplicarse a las demás. Véase como ejemplo la promesa que venimos
explicando. En carta a su Director dice, no ya tocante a su Orden, sino a todas en
general:
«Sobre todo haga V. por que la abracen (esta devoción) las personas religiosas, porque
sacarán de ella tantos socorros, que no será necesario otro remedio para restablecer el
primitivo fervor y la más exacta regularidad en las Comunidades menos observantes»
(3)
Así como lo que dice de la Visitación no es sino un caso particular de lo que sucederá a
las Órdenes religiosas, del propio modo, cuanto aquí promete a éstas no es en resumen
sino la aplicación de lo que ya vimos antes que, tanto Santa Gertrudis como ella,
afirman de la Iglesia en general: la renovación del fervor de los tiempos primitivos, la
inyección, mediante la devoción al Sagrado Corazón, de aquella sangre joven, vigorosa,
ardiente, que corría por las venas del naciente cristianismo.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª t II, cart. 100, pág. 434, ed. frc.
(2) Idem, p. 2., cart 97, pág. 422
(3) Vida y Obras, ed. 3ª, t II p. 2ª., cart. 141, pág. 623, ed. frc.

Unión de caridad

Es una de las virtudes esenciales en las Comunidades religiosas; con ella son un paraíso
en la tierra, mas sin ella son un huerto lleno de hortigas y abrojos. Por eso todos los
fundadores tanto han insistido en esta hermosa virtud, y por eso ha resaltado en todos
los Institutos religiosos mientras se han conservado en su fervor primitivo. No es
extraño, pues, sea objeto de particulares promesas por parte del Corazón de Jesús.
En la carta 131, después de enumerar Santa Margarita varias promesas a las
Comunidades religiosas, añade:
«Y (prometió) que Él derramaría esta suave unción de su ardiente caridad en todas las
Comunidades religiosas en que fuere honrado y se pusieren bajo su especial protección,

21
que mantendría en ellas todos los corazones unidos para no formar sino uno solo con el
suyo» (1)
«Que Él derramaría - añade en otra carta - la suave unción de su ardiente caridad en
todas las Comunidades en que fuere honrada esta divina imagen» (2)
«En aquellas (Comunidades) que le conocieren y se colocaren bajo su protección, El
derramará abundantemente los tesoros de sus gracias santificantes, por la unción de
caridad y la suavidad de su amor» (3)
Y obsérvense las expresiones que la Santa usa: unción de caridad, suavidad de amor;
no se trata de una caridad dura, que a veces molesta más que el vicio contrario, sino
suave, embalsamada, ungida; caridad que, a manera de una atmósfera aromática,
envuelva la Comunidad entera, suavizando las asperezas propias de la vida religiosa.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., p. 2ª cart. 131, pág. 528, ed. frc.
(2) Idem, cart. 36. pág. 296
(3) Idem, t. II, cart. 35, pág. 296

Los fines de cada Instituto

Ya de suyo se entendía esta promesa, al hacer las precedentes; porque si la devoción al


Corazón de Jesús renovará el fervor primitivo en cada Orden, claro es, que les hará
conseguir perfectamente los fines para que fueron fundadas; no obstante, también aquí
el Corazón de Jesús ha querido en sus promesas especificar más claramente este punto.
Exponiendo Santa Margarita aquella hermosa visión, en que la Virgen Santísima hizo
entrega de la devoción al Corazón de Jesús a la Orden de la Visitación y a la Compañía
de Jesús, dice:
«Y a medida que ellos (los religiosos de la Compañía) le procuraren tal placer, este
Divino Corazón, fuente de bendiciones y de gracias, las derramará tan abundantemente
sobre las funciones de sus ministerios, que éstos producirán resultados que sobrepujen
sus trabajos y sus esperanzas, lo mismo en lo tocante a la salud y perfección de cada
uno de ellos en particular», (es decir, que también en esto el fruto sobrepasará el trabajo
y las esperanzas).
Y a las hijas de la Visitación les dijo, entre otras cosas:
«En este Divino Corazón es donde hallaréis un medio fácil de cumplir perfectamente lo
que se os manda en este primer artículo de vuestro Directorio, que contiene en
substancia toda la perfección de vuestro Instituto» (1)
Como el fin de la Compañía de Jesús es completamente apostólico, no es de maravillar
que las promesas referentes a la eficacia en mover los corazones al bien se repitan con
frecuencia.
«El les promete derramar abundantemente y con profusión sus bendiciones sobre los
trabajos del santo ejercicio de caridad para con las almas en que ellos se ocupan... »
«De ellos dependerá el enriquecerse con abundancia de toda suerte de bienes y de
gracias, porque por este eficaz medio que El les presenta, es como podrán desempeñar
perfectamente, según su deseo, el santo ministerio de caridad a que están destinados.
Porque este Divino Corazón derramará de tal manera la unción de su caridad sobre sus
palabras, que penetrarán como una espada de dos filos los corazones más endurecidos,
para hacerlos susceptibles del amor de este Divino Corazón; y las almas más criminales
serán llevadas por este medio a saludable penitencia» (2)

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 90, pág. 407, ed. frc.

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(2) Idem, cart. 131, pág. 532

Promesas en general

Son muchos los pasajes en que las promesas, a pesar de no contener ninguna gracia en
particular, son, no obstante, muy hermosas, por la idea de abundancia y profusión que
respiran.
«Confieso a V. que me siento incapaz de expresarme acerca de lo que Él me da a
conocer referente a las gracias y profusión de bienes, que desea derramar sobre nuestro
Instituto, al cual quiere hacer objeto de sus complacencias. Mas ¡ay!, ¿no habrá ninguna
Comunidad que no tenga sino frialdad para con Él, y en cuyos corazones encuentre
dificultad para entrar?» (1)
Se me ha mostrado un tesoro de gracias y de santificación para la Comunidad de V., a
causa del gran placer que Nuestro Señor recibe con el honor que en ella se tributa a su
Sagrado Corazón. Pero creo que, de hablar a V. con franqueza, las gracias que le
promete no consisten en la abundancia de las cosas temporales, porque dice que ellas
son ordinariamente las que nos empobrecen de su gracia y de su amor. De esto último es
de lo que desea enriquecer vuestras almas y vuestros corazones» (2)
Conviene tener en cuenta la observación precedente. Lo que el Corazón de Jesús quiere
dar a las Comunidades no es abundancia de los bienes de este mundo, que de suyo son
muy aptos para desportillar el espíritu de pobreza, que es una de las bases del estado
religioso. A las riquezas del cielo es adonde apuntan sus promesas; de los bienes de la
tierra dará según vaya conviniendo, aunque también en esta materia se notará la mano
previsora de su providencia amorosa. En las riquezas espirituales las promesas no tienen
semejantes restricciones.
«¡Si pudiéramos comprender - escribe la Santa al P. Croiset - las grandes ventajas de
gracias y bendiciones que ello - la devoción al Corazón de Jesús - procurará a estas dos
Congregaciones, con cuánto ardor trabajaríamos en eso, si conociéramos los frutos de
este tesoro!» (3)
«En fin, por este medio es por donde Él quiere derramar sobre la Orden de la Visitación
y sobre la Compañía de Jesús la abundancia de estos divinos tesoros de gracia y de
salud, con tal que le tributen lo que de ellos espera, o sea: un homenaje de amor, de
honor y de alabanza y que trabajen con todas sus fuerzas por el establecimiento de su
reino en los corazones» (4)
Conviene que reparen las Congregaciones religiosas en las condiciones que se piden en
estas postreras líneas; para el cumplimiento completo de las promesas.
De lo dicho se desprende lo que pueden esperar los Institutos religiosos de esta soberana
devoción, el día en que la abracen de lleno, como, gracias al Señor, lo van haciendo.
Y es cosa maravillosa que siendo ella siempre una, se acomode tan perfectamente a toda
clase de Órdenes, a pesar de las diversidades de espíritu; es a manera de un sol divino y
vivificante que nutre y vigoriza todo linaje de flores, haciendo adquirir a cada una las
formas, los matices y el perfume propios de su peculiar especie. Por eso se advertirá que
apenas hay Instituto religioso que en el curso de su historia no haya tenido algunos
grandes amigos del Corazón de Jesús. El gran San Agustín, que por ser uno de los
precursores de Santa Gertrudis, con razón ocupó un lugar muy preferente en el
monumento del Cerro de los Ángeles, es gloria de la Orden Agustiniana; el enamorado
San Bernardo de la Orden Cisterciense; San Buenaventura de la Orden Franciscana;
Santa Gertrudis y Santa Matilde, de la Orden de San Bernardo; Santa Catalina de Sena,
de la Orden Dominicana; Lanspergio, de la Cartuja; Santa María Magdalena de Pazzis,

23
de la Orden Carmelitana. Esto enumerando solamente las figuras más conocidas de
todos; porque en pos de cada una puede cada Orden presentar una legión de otras
muchas que han brillado en cada siglo. De los Institutos religiosos de formación más
moderna no hay que hablar, pues de seguro no hay ninguno que no tenga grandes
modelos de amantes del Corazón de Jesús.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª cart. 100, pág. 438, ed. frc.
(2) Idem, cart. 113, pág. 477
(3) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª. cart. 132, pág 551, ed. frc.
(4) Idem, cart. 131, pág. 532

8. Remedio soberano para las almas del Purgatorio

No deja de sorprender la devoción de Santa Margarita a las ánimas del Purgatorio. Que
un santo canonizado la haya tenido es cosa muy natural, pero que un alma como Santa
Margarita, cuya misión en la tierra fue únicamente el reinado del Corazón de Jesús; a
quien, como ella misma confesará después, el Sagrado Corazón parece había formado
para Sí de tal manera, que era enteramente insensible a todo cuanto Él no fuese; que un
alma así se nos presente después, no con una devoción ordinaria hacia las benditas
ánimas, sino tan saliente y tan marcada cual no se ve en la inmensa mayoría de los
santos, ofrece materia para pensar si, tal vez, haya alguna misteriosa relación entre la
devoción al Corazón de Jesús y las almas del Purgatorio.

Devoción de Santa Margarita

Que en Santa Margarita sea nota característica, es cosa clara para quien esté versado
algún tanto en sus escritos; en la Vida y Obras de la Santa se pueden hallar sin dificultad
más de cincuenta pasajes sobre las almas benditas; las apariciones eran frecuentes y
muy familiares, tanto que ya la Santa las llamaba sus amigas.
¡Qué contacto con ellas supone el siguiente párrafo que vamos a transcribir, y que no es
sino uno de los muchos que tiene sobre este tema!:
«Nuestra querida Madre me ha dado para las almas la noche del Jueves Santo,
permitiéndome pasarla delante del Santísimo Sacramento, en donde estuve una parte del
tiempo como rodeada toda de estas pobres almas dolientes, con las cuales he contraído
una estrecha amistad; y Nuestro Señor me dice que me da para ellas este año, (habla
así la Santa porque todas sus obras eran ya del Corazón de Jesús), con objeto de que les
haga todo el bien que pueda. Están frecuentemente conmigo, y no les doy otro nombre
que el de mis amigas pacientes. Hay una que me hace sufrir mucho, y no la puedo
aliviar cuanto yo quisiera» (1).
Ellas le contaban sus penas y las causas que las habían motivado, cosa por cierto de
grandísima instrucción; muchos de los sufrimientos de la Santa eran debidos a su unión
con las ánimas:
«El Sagrado Corazón continúa dándome ciertas almas del Purgatorio para ayudarlas a
satisfacer a la divina justicia; en este tiempo es cuando sufro un tormento poco más o
menos como el de ellas, sin hallar descanso ni de día ni de noche» (2)
«El me hizo ver en Sí dos santidades, una de amor y otra de justicia, ambas rigurosas a
su manera, y las cuales se ejercitarían continuamente sobre mí. La primera me haría
sufrir una especie de Purgatorio dolorosísimo de soportar, a fin de aliviar las santas

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almas que están en él detenidas, y a las cuales permitiese El, según su beneplácito, que
se dirigiesen a mí» (3)
Frecuentemente pedía oraciones y sacrificios para ellas, con un encarecimiento que
muestra bien el amor que les tenía:
«¡Ah, mi buena Madre, -escribía a la M. de Saumaise- qué obligada le quedan!, si me
ayuda V. con sus oraciones a aliviar a mis buenas amigas pacientes del Purgatorio, pues
así es como yo las llamo! No hay cosa que no quisiera hacer y sufrir por alivianas. Le
aseguro que no son desagradecidas» (4)
Cuando salían del Purgatorio, venían, a veces, a despedirse y darle las gracias.
Con mucha razón y conocimiento de causa en el templo votivo nacional al Sagrado
Corazón en Montmatre, una de las capillas esta dedicada a las ánimas benditas, como
para demostrar la relación que media entre ellas y esta devoción sagrada.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 22, pág. 267 , ed. frc.
(2) Idem, p. 1ª., cart. 92, pág. 416
(3) Idem, Autob. 46, pág. 63
(4) Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 1ª., cart. 35, pág. 295, ed. frc.

La explicación

¿Qué pretendía, pues, declarar el Corazón de Jesús, al desear que su íntima confidente,
siendo así que tan exclusivamente la había escogido y preparado para esta misión
divina, repartiese, sin embargo, tan notablemente su devoción y su alma con las ánimas
benditas?
Creemos que la solución la da ella misma en cierta frase que deja escapar como de paso
en una de sus cartas a la M. de Saumaise:
«¡Sí V. supiera con cuánto ardor estas pobres almas demandan ese nuevo remedio tan
soberano para sus sufrimientos, pues, así es como ellas llaman a la devoción del
Corazón de Jesús y, en particular, la Santa Misa! (se entiende en honor del Corazón
Divino)» (1)
Si eso es esta devoción en orden al Purgatorio, parece muy natural que Nuestro Señor
quisiera manifestarlo a los hombres, tanto para bien de aquellas almas santas y
predestinadas, a quienes El tanto ama, como para utilidad de los mismos viadores, que
al conocer el valor extraordinario a que se cotiza allá esta moneda divina, pudiesen en
este mundo atesorar gran caudal para ellos en el futuro, y para otras pobres almas en el
futuro y también en el presente.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2., cart. 90, pág. 408, ed. frc.

Preciosa carta resumen

Realmente es de las mejores que tiene Santa Margarita, y pensamos no poder hacer
epílogo más perfecto de cuanto llevamos dicho, que insertándola aquí entera; la
escribió, según parece, al fin de la vida a su director espiritual, dice así:
«¡Que no pueda yo contar todo lo que sé de esta amable devoción, y descubrir a toda la
tierra los tesoros de gracias que Jesucristo encierra en este Corazón adorable y que
tiene el designio de derramarlas con profusión sobre todos aquellos que la practicaren!
Le conjuro (je vou conjure), mi Reverendo Padre, que no omita nada por inspirarla a

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todo el mundo. Jesucristo me ha dado a Conocer, de una manera que no da lugar a duda,
que principalmente por medio de los Padres de la Compañía de Jesús, era por quienes Él
quería establecer en todas partes esta sólida devoción, y mediante ella granjearse una
muchedumbre infinita de servidores fieles, de perfectos amigos y de hijos enteramente
reconocidos.
Los tesoros de bendiciones y gracias que este Sagrado Corazón encierra, son infinitos;
yo no sé que haya ningún ejercicio de devoción en la vida espiritual, que sea más a
propósito para elevar en poco tiempo un alma a la más alta perfección, y para hacerle
gustar las verdaderas dulzuras que se hallan en el servicio de Jesucristo. Sí, lo digo con
toda seguridad: si se supiese cuán agradable es esta devoción a Jesucristo, no hay
cristiano, por poco amor que tenga a este amable Salvador, que no la practicase en
seguida.
Haga V., sobre todo, por que la abracen las personas religiosas, pues sacarán de ella
tantos socorros que no será necesario otro medio para restablecer el primer fervor y la
más exacta regularidad en las Comunidades menos observantes, y para llevar al colmo
de la perfección las que viven en la más perfecta regularidad.
Cuanto a Las personas seglares, ellas hallarán por medio de esta amable devoción todos
los auxilios necesarios a su estado, es decir: la paz en sus familias, el alivio en sus
trabajos, las bendiciones del cielo en todas sus empresas (dans toutes Ieurs
entreprises), el consuelo en sus miserias, y que en este Sagrado Corazón es donde
verdaderamente encontrarán un lugar de refugio durante toda su vida, y principalmente
a la hora de la muerte. ¡Ah, qué dulce es morir después de haber tenido una tierna y
constante devoción al Sagrado Corazón de Jesucristo!
Mi divino Maestro me ha dado a conocer, que aquellos que trabajan por la salvación de
las almas, lo harán con verdadero éxito (avec succés), y sabrán el arte de tocar
(toucher) los corazones más endurecidos con tal que tengan una tierna devoción a su
Sagrado Corazón y trabajen por inspirarla y establecerla en todas partes.
En fin, es evidente a todas luces, que no hay persona en el mundo que no recibiera toda
clase de auxilios celestiales, si tuviera para con Jesucristo un amor verdaderamente
agradecido, cual es el que se le manifiesta por la devoción a su Sagrado Corazón» (1)

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2., cart. 142, pág. 624, ed. frc.

Capítulo II

OTROS AMIGOS DEL SAGRADO CORAZÓN

SUMARIO.- § I- P. Bernardo de Hoyos. - Notas biográficas.- Revelación magnífica.- S. Miguel y el


pueblo hebreo. - S. Miguel y los últimos tiempos. - S. Miguel modelo.- Más abundancia que nunca. - A la
persona de Cristo. - Separación de los campos. - Una de las mayores finezas .- Anhelos, riquezas.- § II-P.
Agustín de Cardaveraz. - Breve noticia. - Gran fragmento. - Deseos ardientes del Sagrado Corazón. - § III
- María del Divino Corazón. - Breve noticia. - Magnífica carta al Papa. - Resultado de la carta. - El
Corazón Divino según León XIII. - Porvenir del mundo.- Las promesas se cumplen. § IV - Benigna
Consolata Ferrero. - Breve noticia.- Tesoros, resurgimiento. – Deseos ardientes del Divino Corazón. - §
V- San Juan Evangelista. - A) ¿Conoció esta devoción?. -B) La Herida del costado. - La iglesia y el
costado. - La Iglesia y el Corazón de Jesús.- Pruebas Litúrgicas. - Concilios provinciales, etc. -
Rejuvenecimiento. - El cuerpo místico. - Un don del Corazón Divino. - A las entrañas del cristianismo. -
La idea de progreso. - Un fenómeno de muchas esperanzas.

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§1
P. BERNARDO DE HOYOS

Notas biográficas

Nació en Torrelobatón, villa distante cuatro leguas y media de Valladolid, el 21 de


Agosto de 1711, día del nacimiento de San Francisco de Sales. Entró en la Compañía de
Jesús el 11 de Julio de 1726, a los quince años de edad. El 3 de Mayo de 1733, o sea, a
los veintidós años, recibía las primeras ideas acerca de la devoción al Corazón de Jesús,
y «adorando la mañana siguiente al Señor en la hostia consagrada - escribe él mismo -
me dijo clara y distintamente que quería por mi medio extender el culto de su Corazón
sacrosanto, para comunicar a muchos sus dones» (1). Once días después, o sea, el 14 de
Mayo, «pidiendo esta fiesta - añade - en especialidad para España, en que ni aun
memoria parece hay de ella, me dijo Jesús: Reinaré en España y con mas veneración
que en otras partes» (2) Se ordenó de sacerdote el 2 de Enero de 1735, a los veinticuatro
años, y el 29 de Noviembre moría santamente en el Colegio de San Ignacio de
Valladolid.
Este grande amigo del Divino Corazón, favorecido de frecuentísimas revelaciones, debe
ser conocido y estudiado por todo aquel que deseare conocer a fondo, así la teoría corno
la práctica de esta santa devoción, principalmente siendo el P. Bernardo de Hoyos una
de esas almas que mejor han reunido en si y de modo más brillante, las notas del apóstol
del Corazón de Jesús en toda la extensión de la palabra. Si aquel hombre, mejor
diríamos, si aquel joven endeble y de estatura menuda, llega a vivir veinte años más y la
Compañía no es expulsada y extinguida, otra cosa sería España.
Por otra parte, las convicciones y testimonios del P. Hoyos, como iremos viendo luego,
fueron luces que recibió por sí mismo del Sagrado Corazón y como si dijésemos, es un
astro de luz propia, pues de los escritos de Santa Margarita llegó a conocer muy poco;
por consiguiente, tiene mayor fuerza probativa el que, no obstante, coincidan en todas
las ideas capitales acerca del Corazón Divino estas dos figuras de primer orden.
Además, el P. Hoyos como español, ha de ser a los españoles especialmente agradable.

(1) Uriarte. Vida del P. Hoyos, ed, 2ª., p. III, e. 1, pág. 246
(2) Idem, pág. 251

Revelación magnífica

Entre las luces particulares, tocantes a esta materia, que del cielo recibió, ocupa lugar
preferente un grupo de que habla en carta a su director de espíritu, el P. Juan de Loyola.
Se trata de una aparición del arcángel San Miguel - de las muchas que de él tuvo -
habida en 29 de Septiembre de 1735, dos meses antes de la muerte de Bernardo.
En ella «nuestro glorioso protector, San Miguel, acompañado de innumerable multitud
de espíritus angélicos, me certificó de nuevo estar el encargado de la causa del Corazón
de Jesús, como de uno de los mayores negocios de la gloria de Dios y utilidad de la
Iglesia, que en toda la sucesión de los siglos se han tratado lo que ha que el mundo es
mundo. Porque es una alta idea de aquel gran Dios, que, habiendo socorrido al género
humano por medio de la Encarnación y Pasión de su amado Hijo Jesucristo, quiere se
logren sus frutos más copiosamente que hasta aquí por medio del amor al mismo Dios-
Hombre Cristo-Jesús, el cual se ha de avivar grandemente hasta el fin del mundo, por
los maravillosos progresos que ha de ir haciendo sin cesar, entre mil Oposiciones, la

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devoción al Corazón adorable de nuestro amable Salvador».
«Este misterio escondido a los siglos, este sacramento manifiesto nuevamente al mundo,
este designio formado desde la eternidad en la mente divina a favor de los hombres y
descubierto ahora a la Iglesia, es uno de los que, por decirlo así, se llevan las atenciones
de un Dios cuidadoso de nuestro bien y de la gloria del Salvador; pero para que ésta sea
mayor y la obra salga más primorosa, permite el Señor las que parecen oposiciones, y
son voces que publican ser este asunto todo de la mano del Muy Alto, que saldrá con la
suya, (así me explicó), con admiración del mundo, que verá cómo juega su eterna
sabiduría con los hombres, conduciendo sus encontrados designios a la mayor gloria de
su eterno destino».
«Por esto, pues, es también éste uno de los principales encargos del Príncipe de la
Iglesia San Miguel, según me significó; pero lo trata conforme a los consejos de la
divina providencia. Todo esto entendí el día de su fiesta de Septiembre» (1)
Estas páginas, indudablemente, son de lo bueno que se ha escrito sobre la devoción al
Corazón de Jesús, y que dan una grande idea de ella. Porque, asunto del cual se dice que
es uno de los mayores negocios de la gloria de Dios y utilidad de la Iglesia, que en toda
la sucesión de los siglos se han tratado lo que ha que el mundo es mundo; una alta idea
de aquel gran Dios, como si dijera, de aquel Dios grande y de ideas propias de tal, una
de las que se llevan la palma; «uno de los principales encargos del Príncipe de la Iglesia
San Miguel»; un misterio, un «sacramento», un «designio formado desde la eternidad
en la mente divina», «que, por decirlo así, se lleva las atenciones de un Dios cuidadoso
de nuestro bien y de la gloria del Salvador», un asunto tal, decimos, no era en concepto
del P. Hoyos Cosa de mediana trascendencia.
El mismo hecho de encargarlo a San Miguel, Príncipe de la milicia celeste: princeps
milítiae caelestis, como decimos en la Misa; Príncipe grande: princeps magnus, como le
llama la Escritura (2), muestra la estima en que Dios lo tiene, pues parece que no quiere
fiarlo de otro espíritu inferior, sino del abanderado de las jerarquías angélicas.

(1) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. IV, c. VI, pág. 447, ed. 2ª.
(2) Dan. XI, 1

San Miguel y el pueblo hebreo

No deja de ser algo curiosa la coincidencia de que San Miguel Arcángel, el encargado
de la devoción al Corazón de Jesús en la tierra, sea a la par el custodio especial del
pueblo hebreo, como consta por la Sagrada Escritura. Así, v. gr., cuando el ángel tutelar
de los persas procuraba retener en el destierro a los israelitas, por el bien espiritual, sin
duda, que de ello resultaba a Persia, y el otro ángel que miraba por el pueblo judío se
oponía a ello: «Nadie, dijo a Daniel, ha venido en mi ayuda, sino Miguel vuestro
príncipe: nisi Michael princeps vester» (1)
Por eso siempre miraba por el bien de su pueblo; así cuando a la muerte de Moisés el
diablo, según parece, intentaba que el cadáver fuese enterrado públicamente, para
inducir al pueblo con facilidad a que le tributase un culto de idolatría, San Miguel se le
opuso, y sobre esto versó muy probablemente el altercado de que habla la Epístola
católica de San Judas: «Cuando el arcángel Miguel contendía – dice - con el diablo
disputando sobre el cuerpo de Moisés, etc.» (2). Y más claro aparece todavía este
cuidado en Daniel:
«Y en aquel tiempo – dice - se levan tara Miguel, el gran príncipe, qui stat pro filiis
populi tui, que está por los hijos de tu pueblo; y será un tiempo de angustia, cual nunca

28
se vio desde que existen gentes hasta entonces; mas en aquel tiempo será libertado tu
pueblo; todos los que se hallaren escritos en el libro» (3)
San Miguel, pues, es el encargado de Israel; San Miguel es el encargado de la devoción
al Corazón de Jesús; el pueblo hebreo en los últimos tiempos ha de volver de nuevo a
Dios, y, según se ve en el texto precedente, a ello ha de contribuir San Miguel; el
reinado del Sagrado Corazón, como después diremos, ha de venir en lo futuro: ¿se
verificará quizá la entrada de Israel en la Iglesia por el Corazón Divino?

(1) Dan. X,21


(2) S. Jud. v. 9
(3) Dan. 121

San Miguel y los últimos tiempos

San Miguel ha de representar asimismo un papel muy importante en los últimos tiempos
del mundo, según consta de varios pasajes de la Sagrada Escritura. Ya apareció bien
claro en el texto precedente de Daniel, así como en aquel otro del capítulo 12 del
Apocalipsis, que, según la interpretación más común, se ha de referir, y con razón, a los
últimos grandes acontecimientos del mundo: «Y se dio una gran batalla en el cielo;
Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón» (1). Si, pues, a este santo Príncipe de
las milicias celestes, que tanto relieve parece ha de tener en la postrera época de la
humanidad terrestre, le encargan la devoción al Corazón de Jesús ¿será, acaso, porque
ella haya de tener gran relación con los últimos sucesos de la Iglesia viadora?

(1) Apoc. 127

San Miguel modelo

San Miguel con mucha propiedad ha sido encargado de los asuntos del Sagrado
Corazón, por el carácter típico con que nos lo presentan las Sagradas Escrituras y la
tradición cristiana, a saber: valiente, bizarro, intrépido; amante fidelísimo de Dios, que
no teme salir a pública liza por sus divinos derechos; debelador incansable del reino de
Lucifer; fervorosísimo apóstol que con su actividad angélica contribuyó a mantener en
el bien a los ángeles que permanecieron fieles; defensor aguerrido y perenne del reino
de Cristo Nuestro Señor en la tierra; estas cualidades típicas de San Miguel deben
constituir el núcleo fundamental de las almas entregadas al Corazón de Jesús; por eso
este Príncipe celeste es un modelo admirable. De aquí que los primeros apóstoles de
esta devoción en España tuviesen tanto amor a San Miguel, tan íntima comunicación
con él, y tantos beneficios y socorros en sus luchas por el reino del Sagrado Corazón
recibiesen de este Arcángel.

Más abundancia que nunca

Pero tornemos al pasaje del P. Hoyos. Otra idea que en él se indica es que, mediante
esta devoción, quiere el Señor se logren los frutos de la Encarnación y Pasión de
Jesucristo «más copiosamente que hasta aquí», es decir, que se comuniquen a las almas
las gracias de la Redención del Señor, con una abundancia como no se ha usado en los

29
tiempos precedentes; y sin duda en este sentido, como indicamos arriba, llama Santa
Margarita a este culto una nueva redención, es decir, un derramar los frutos de la
Redención de Cristo con tan desacostumbrada copia, que parezca la Redención repetida.

A la Persona de Cristo

Y añade, que esta copiosa distribución de las gracias vendrá, como de causa inmediata,
«del amor al mismo Dios-Hombre Cristo-Jesús, el cual se ha de avivar grandemente
hasta el fin del mundo». Por aquí se ve la gran orientación hacia la persona de Cristo
que ha de producir en la tierra la devoción al Sagrado Corazón, como de hecho la va
introduciendo cada día más y más.
Testigo de ello es la ascética donde vemos cómo se va gradualmente concentrando en
torno al Verbo humanado, a diferencia de otras épocas pasadas en que más bien había
cierta tendencia a dejar la Humanidad santísima del Señor, y se daba por otra parte más
importancia al estudio y aplicación de cada una de las virtudes que forman la vida
espiritual, sin que apareciese de ordinario con el relieve moderno ese afán hondo y
común de unificar en el amor, cariño e imitación de Cristo Nuestro Señor toda la vida
interior. Cierto, que esta nota ya se veía antes en otros, sobre todo en San Ignacio; pero
San Ignacio de Loyola era un gigante que en esto, como en otras muchas cosas, saltó
varios siglos adelante, sin que la mayoría pudiese seguir sus pasos.
Testigo es también la exégesis de la Sagrada Escritura, que con tanto afán estudia todo
lo que se refiere a la Persona amable del Redentor, para conocer su vida, sus palabras,
sus acciones hasta en los pormenores más mínimos; que tanta simpatía siente hacia las
Epístolas de San Pablo, que son las más llenas y henchidas de Jesucristo, y que tal
interés toma por el Evangelio de San Juan, que fue quien más hondo penetró en los
sentimientos íntimos del Verbo eterno hecho hombre.

Separación de los campos

Y este amor a la Persona adorable del Salvador no está llamado a extinguirse; por el
contrario: se ha de avivar grandemente hasta el fin del mundo - dice el P. Hoyos -; idea
que no deja de ser útil para deshacer cierto negro pesimismo que invade, a veces, a
algunas personas buenas, a vista de la evolución del mal. Es verdad que éste también
crecerá, como ya lo dijo Cristo: «Dejad que la cizaña y el trigo crezcan hasta la
recolección: sinite utraque crescere usque ad messem; (1) para consuelo de los que se
admiran y afligen de la perversidad fina de ciertas gentes actuales; no hay que
espantarse de ello, porque, silos malos de hoy son malos, los que vengan después serán
peores; la cizaña será cada día más cizaña, más perfecta y acabada en su género; pero el
trigo también será cada vez más trigo; de donde se sigue que los campos se han de ir
deslindando más, como se deslinda y distingue gradualmente la cizaña del trigo cuanto
más crecen y como se separan, en progresión ascendente dos locomotoras que marchan
en direcciones contrarias. Por eso los buenos deben seguir su camino, prescindiendo de
lo que hagan los demás, aunque sean la mayoría; porque es natural que discrepen cada
vez en mayor grado, ya que llevan vías en absoluto opuestas.
Mas todo esto del Corazón de Jesús ha de ir siempre entre mil oposiciones - añade el P.
Hoyos -confirmando lo que antes había dicho Santa Margarita; pero «reinará a pesar de
todos», exclamaba ésta, y aquél a su vez escribía: «(Las oposiciones) son voces que
publican ser este asunto todo de la mano del Muy Alto, que saldrá con la suya, - así me

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explicó - con admiración del mundo, que verá cómo juega su eterna sabiduría con los
hombres, conduciendo sus encontrados designios a la mayor gloria de su eterno
destino».

Una de las mayores finezas

Es interesante cierta ilustración que recibió por Junio de 1734. Vio a Jesucristo en la
noche de la Cena antes de instituir el Santísimo Sacramento. En su Corazón luchaban
violentamente, de una parte el amor hacia los hombres, y de otra la tristeza natural de
contemplar todos los grandes ultrajes que había de recibir en la Eucaristía; «y al
dirimirse - escribe él - este combate entre el dolor y el amor, fue aquel levantar los ojos
al cielo Jesús - et elevatis oculis in coelum, - a que acompañó un dulcísimo suspiro, o
una respiración ardiente, un divino esfuerzo en que el amor se mostraba vencedor... », y
añade:
«En aquel punto determinó Jesús, con nuevas finezas, reparar las injurias del
Sacramento augusto, con abrir su Corazón y manifestar a la Iglesia este tesoro
soberano. Y así como instituir la Eucaristía, a vista de sus agravios, fue un redoble
imponderable del amor de Jesús, que resplandece en este divinísimo misterio y muestra
la grandeza de este beneficio, así la determinación de descubrir su mismo Corazón, para
que en El se encuentre el modo de reparar las injurias del mismo Sacramento, fue en
aquel paso una fineza de tan altos quilates, que puede formar otro Sacramento de
amor; pues es una de las mayores que ha hecho el Señor a su Iglesia después de la del
Sacramento. Y aquí entendí de nuevo que la fiesta del Corazón, después de la del
Corpus, sería la más venerable en la Iglesia» (1)
¡Qué concepto tan elevado de la devoción al Corazón de Jesús suponen estas palabras!

(1) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. 3., c. VII, pág. 313-14, 2ª. ed.

Anhelos, riquezas

Dentro de este tesoro escondido - escribía en otra ocasión - vi, por una alta visión
intelectual, las riquezas infinitas que el Padre Eterno depositó en este sagrario de la
divinidad; y oí mil maravillosos secretos que se me declararon, de la inundación, por
decirlo así, con que sin poder ya contenerse quería salir de madre el incendio de este
soberano Corazón, para anegar en fuego de amor los helados corazones de los
hombres. ¡Oh Padre mío, cómo explicaría yo a V. R. las excelencias, prerrogativas y
grandezas que conocí de este soberano Corazón! ¡Cómo insinuaría yo los sentimientos
de este Corazón Sagrado, al ver despreciado su amor! Después de haberme manifestado
los consejos de la divina providencia en manifestar a la Iglesia esta mina escondida,
etc» (1)

(1) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. 3. c. IV, pág. 285, ed 2ª.

§ II
P. AGUSTÍN DE CARDAVERAZ

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Breve noticia

Aunque menos conocido, ordinariamente, que el anterior, es una de las grandes almas
del Corazón de Jesús que han existido en el mundo. De él recibió el mismo P. Hoyos las
primeras ideas de esta devoción; con él estaba tan unido en amistad, en ideales, en
semejanza de espíritu y de favores divinos, que a primera vista no es fácil distinguir en
sus escritos cuál de los dos es quien habla; él, por último, fue quien a la muerte de su
joven compañero tomó por la fuerza de las cosas la bandera del Corazón de Jesús, y la
paseó triunfante por las provincias del norte de la Península mientras con sus cartas
movía a los demás al trabajo.
Nació este seráfico apóstol en Hernani el 28 de Diciembre de 1703, y entró en la
Compañía el 20 de Agosto de 1721. Durante diez y nueve años (1.736-1.755) anduvo
misionando toda Guipúzcoa, gran parte de Vizcaya y no pocos pueblos de la provincia
de Álava, difundiendo por doquier el amor del Corazón de Jesús, y fundando centenares
de Congregaciones en su honor.
Expulsado de España con los demás Jesuitas por orden de Carlos III, murió el 18 de
Octubre de 1770 en Castel San Giovanni, cerca de Bolonia, con general opinión de
santidad.
Las comunicaciones extraordinarias que recibía del Sagrado Corazón fueron
muchísimas. Aduciremos algunos testimonios de esta alma privilegiada.

Gran fragmento

Véanse algunos parrafitos de aquella carta de fuego que, a la muerte del P. Hoyos,
dirigió a su Director el P. Juan de Loyola:
«El demonio hace todos sus esfuerzos para que los Nuestros no tomen con el debido
celo el asunto; y si una vez logramos la felicidad de que nuestro amor Jesús gane de
veras para Silos corazones de muchos de los Nuestros, que pueden y no hacen, se verán
efectos prodigiosos en todos los fieles» (1)
Excusado es decir que lo afirmado aquí por el Padre acerca de los Jesuitas, porque de
ellos trataba, se debe aplicar a los demás que pusieren las condiciones exigidas.
«¡Ay, y cuán divino y sólido consuelo me llena todo mi corazón, con la luz que me da
este Señor en su Corazón Divino, al ver lo macizo que le agrada el celo de algunos y
entre ellos el de V. R.! Quisiera ver a todos, y más a los que yo bien quiero y debo, en
el estado felicisimo que a estos pocos...» (2)
«Alentémonos, Padre mío, con lo que veo en este centro de nuestras eternas delicias:
que este amor, caridad esencialísima y centro de toda la bondad, ha de ocultar y
disimular las miserias en que cada día incurrimos. En este humo divino se han de
consumir, con este bálsamo se han de curar, y con este baño han de sanar nuestras almas
de sus dolencias» (3)
«Buscar trazas y valerse de todos los medios imaginables para este fin, que tiene por
premio viaculadas inefables bendiciones que, aunque conocidas en este Divino Corazón
claramente, non licet homíni loquí (no es lícito hablar al hombre)» (2 Cor. 12) (4).
Al Padre, lo propio que a Santa Margarita, a pesar de conocer los tesoros aquí
encerrados, no le era permitido descubrirlos por entero.
«Ahora, últimamente, quiso su amor infinito hacer alarde y ostentación gloriosa de sus
misericordias y riquezas abriendo sus inagotables preciosidades, encerradas en el
tesoro inestimable de su Corazón deífico y enamorado» (5). De nuevo la idea de
riquezas, tesoros, etc., que tanto vimos en Santa Margarita.

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(1) Uriarte. Principios del Reinado... c. III, nº 68, pág. 312, ed 2ª.
(2) Uriarte. Principios del Reinado... c. III, nº. 68, pág. 313, ed. 2ª.
(3) Idem, pág. 314
(4) Idem, pág. 315
(5) Uriarte. Principios del Reinado... c. III, nº 4, pág. 15, ed. 2ª.

Deseos ardientes del Sagrado Corazón

«Otras veces, más manifiestamente, me ha mostrado ansias amorosas, mostrándome su


Divino Corazón como consumido y exhausto con la sed ardetísima correspondiente a su
amor, y con unas ansias que le oprimen de muerte por comunicarse mas y más a
nuestros corazones» (1)
Es ésta una de las ideas más frecuentes en el P. Cardaveraz y con mayor fuerza
expresadas.
«Una vez sé que en la Misa me mostró mi amor Jesús su adorable Corazón, todo
abrasado en amor y como en una grande opresión por las vivísimas divinas ansias que
padecía y padece por comunicarse a los hombres. Quisiera cerrar los ojos, porque en
estas ocasiones todo el corazón es ojos, como el carro de Ezequiel (1,18, l0 12), para no
ver el sentimiento intimo que penetra el de mi amor Jesús, viendo yo que no puedo dar
entero cumplimiento a los deseos de su Divino Corazón, estampando a sagrado fuego
un incendio general que abrase en su amor todos los corazones humanos» (2)

(1) Uriarte. Principios del Reinado, c. III, nº 17, pág. 67


(2) Uriarte. Principios del Reinado.., cap. III, nº 75, pág. 363, ed. 2ª.

§ III
MARÍA DEL DIVINO CORAZÓN

Breve noticia

María del Divino Corazón, Condesa Droste zu Vischering, fue el instrumento del cielo
para que se llevase a cabo un hecho de notable trascendencia en la historia de esta
devoción sagrada, cual fue la consagración del mundo, efectuada por León XIII al
comenzar este siglo.
Nació en el castillo de Darfeld, cerca de Munster en Wesfalia (Alemania), de la noble
familia de los condes Droste zu Víschering, y sobrina de dos ilustres confesores de la fe
en las luchas del Kulturkampt: los obispos Droste Vischering y Ketteler; de donde se ve
que le corría por las venas, juntamente con la Sangre, aquel amor a la Iglesia, varonil y
luchador, que tanto en ella resplandecía.
Recibida en la Congregación del Buen Pastor, fue enviada, a los pocos años de su vida
religiosa, a gobernar la casa que la Congregación tenía en la ciudad portuguesa de
Oporto.
Cuando pasaron por Ávila era de noche, y durante los pocos minutos que el tren se
detenía en la estación, se bajá para tener el gusto de pisar tierra de Santa Teresa. Llego a
Oporto el 16 de Mayo de 1894.
Unos cuantos años después de su llegada a Portugal, comenzó a recibir del Corazón de
Jesús la comisión de escribir a León XIII, para que le hiciese la Consagración del

33
mundo. Aunque la carta impresionó al Papa no se hizo, sin embargo, cosa alguna.
Nuevas apariciones del Corazón de Jesús para que su sierva escribiese otra vez al
Vicario de Jesucristo, y nuevas y mayores dificultades en esta segunda carta, de las que
ya hubo en la primera, hasta que Jesús le dijo terminantemente que la había de
comenzar el día de la Inmaculada.

Magnífica carta al Papa

«Después de la santa Comunión me dijo que hoy mismo empezase la carta para Roma,
y que la sometiese a la dirección de mi Padre espiritual. Expuse a Nuestro Señor la
dificultad que siento en escribir y en explicar todo; El respondió que no temiese que El
mismo sería, más bien que yo, el que escribirla; que no tendría yo más que hacer, sino
poner lo que El me inspirase, y que yo sentiría su ayuda, y así fue, porque escribí con
la mayor facilidad y casi sin pensar» (1)
Escribióla, pues, el día de la Inmaculada, pero su confesor no permitió que saliese hasta
el día de Reyes, 6 de Enero de 1899. He aquí este importante documento.
«Santísimo Padre: profundamente confundida vuelvo a los pies de V. S., para suplicarle
humildemente me permita hablarle sobre cl asunto de que hablé a V. S. en Junio pasado.
Entonces, mal convalecida de una mortal dolencia, no pude más que dictar una carta, y
aun ahora, enferma y postrada en cama, me veo forzada a escribir con lápiz».
«En mi última confié a V. S. algunas gracias que el Señor, en su infinita misericordia, se
ha dignado concederme sin atención a mi miseria, y con gran confusión debo confesar a
V. 5. que, después acá, no ha cesado de tratarme con la misma misericordia».
«Por orden expresa de Jesucristo y con el consentimiento de mi confesor, vengo, con el
más profundo respeto y sumisión más perfecta, a participar a V. S. otras nuevas
comunicaciones que se ha dignado hacerme el Señor acerca del punto de mi primera
carta».
«Cuando el año pasado padecía V. S. una indisposición, que, atendida vuestra edad
avanzada, llenó de solicito cuidado el corazón de vuestros hijos, diome el Señor el
dulcísimo consuelo de asegurarme que prolongaría los días de V. S., con el fin de que
consagrase el mundo entero al Corazón de Jesús. Más tarde, a principios de Diciembre,
díjome el Señor que había dilatado la vida de V. S. para otorgarnos esta gracia (de hacer
la consagración) y que, después de cumplido este deseo de su Corazón, V. S. debía
prepararse...; y continuó: en mi Corazón.., la consolación.., un refugio seguro para la
muerte y para el juicio; y dejóme con la impresión de que, después de haber hecho la
consagración, V. S. acabaría pronto su peregrinación sobre la tierra».
«La víspera de la Inmaculada Concepción Nuestro Señor diome a conocer que, en
virtud de este nuevo impulso que recibiría el culto de su Divino Corazón, (2) hará
resplandecer una nueva luz sobre el mundo entero, y me penetraron el corazón aquellas
palabras de la tercera Misa de Navidad: Quia hodie descendít lux magna super terram.
Parecióme ver (interiormente) que esta luz, el Corazón de Jesús, este sol adorable,
enviaba sus rayos a la tierra, primero a un espacio reducido, y que luego se iba
extendiendo hasta iluminar al mundo entero. Y me dijo, con el resplandor de esta luz
los pueblos y las naciones serán iluminados y con su ardor recaldeados».
«Reconocí los abrasados deseos que su Majestad tiene de que su Corazón adorable sea
más y más conocido y glorificado, y de derramar la abundancia de sus dones y
bendiciones por toda la haz de la tierra».
«Él ha escogido a V. 8. y dilatado sus días para darle esta gloría, desagraviar su Corazón
ultrajado y atraer sobre vuestra alma las preciosas dádivas que manan de ese Corazón

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Divino, fuente de todas las gracias, asilo de paz y bienandanza».
«A la verdad, me siento indigna de comunicar todo eso a V. S., mas el Señor, después
de haberme penetrado más y más de mi miseria, y héchome renovar el sacrificio de mí
misma, como víctima y esposa de su Corazon, aceptando todo linaje de padecimientos,
humillaciones y menosprecios, me dio el riguroso mandato de escribir de nuevo a V. S.
acerca de este asunto».
«Pudiera parecer extraño que pida el Señor esta consagración del mundo entero, y que
no se contente con la consagración de la Iglesia católica. Mas su deseo de reinar, de ser
amado y glorificado, y de abrasar todos los corazones en su amor y en su misericordia,
es tan ardiente, que El quiere que V. S. le ofrezca todos los corazones de aquellos que
le pertenecen por el santo Bautismo, (3) a fin de facilitar/es la vuelta a la verdadera
Iglesia, y los corazones de todos aquellos que no han recibido todavía la vida espiritual
por el santo Bautismo, mas por los que Él ha dado su vida y su sangre, y que son
llamados igualmente a ser un día hijos de la santa Iglesia, a fin de acelerar por este
medio su nacimiento espiritual»
«En mi carta del mes de Junio expuse las gracias que Nuestro Señor quiere conceder en
virtud de esta consagración y la manera como desea que se haga; mas vista la nueva
insistencia de Nuestro Señor, de nuevo vuelvo a suplicar, con la más filial sumisión y
las más vivas instancias, a V. S. que conceda a Nuestro .Señor el consuelo que Él pide,
y que añada al culto de su Divino Corazón algún nuevo brillo, según Nuestro Señor se
lo inspire. Nuestro Señor no me ha hablado directamente más que de la consagración,
pero me ha mostrado, en diversas ocasiones con instancia, el ardiente deseo que tiene
de que su Corazón sea más y más glorificado y amado para bien de las naciones. Me
parece que le será agradable que la devoción de los primeros viernes de mes se aumente,
mediante una exhortación de V. S. al clero y a los fieles también por la concesión de
nuevas indulgencias. Nuestro Señor no me lo ha dicho expresamente, como cuando me
habló de la consagración, mas yo creo adivinar este ardiente deseo de su Corazón, sin
que pueda, sin embargo, afirmarlo» (4)
«Hecha, con toda sinceridad y sencillez, mi exposición a V. S. sólo me resta pedirle,
Santísimo Padre, con la más profunda humildad, perdón de mi atrevimiento y rogarle
quiera aceptar benignamente el homenaje de mi más filial adhesión a la Santa Iglesia y a
la augusta persona de V. S., a quien me someto con la más perfecta obediencia».
«Dignaos, Santo Padre, bendecir, juntamente con sus hermanas y protegidas, a la que,
besando respetuosamente el pie de V. S., tiene el honor de llamarse la más humilde y
obediente hija de V. S., Sor María del Divino Corazón Droste zu Vischeríng. Superiora
del Monasterio del Buen Pastor en Oporto».
«Oporto Portugal 6 Enero 1899» (5)

(1) Soeur Marie du Divin Coeur. Chasle, cap. Xl, pág. 353, ed. 1925. París
(2) En nuestro opúsculo precedente dimos una rápida ojeada al desarrollo que ha
tomado la devoción al Corazón de Jesús en lo que llevamos de siglo, y que muestra el
fiel cumplimiento de esta promesa.
(3) Esto es, los cismáticos y herejes, que al fin están bautizados
(4) Cómo León XIII cumpió tambén este encargo, se ve por la exhortación que, pocos
meses después, dirigía el Prefecto de la S. Congregación de Ritos a todo el orbe
católico: «De culta Sacratissími Cordís Jesa amplificando». (ASS Vol. 32. part. 51)
(5) Soeur Marie da Divin Coeur. Chasle, cap. Xl, pág. 354-9 ed. 1925. París

Resultado de la carta

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El 15 de Enero llegaba esta carta a manos de León XIII, que quedó hondamente
impresionado, y en seguida pidió al Cardenal Jacobini, Nuncio de Su Santidad en
Lisboa, que obtuviese informes sobre Sor Vischering, «de la que se dice que es una
santa y que tiene comunicaciones celestiales» (1)
El 25 de Marzo, León XIII, a raíz de la difícil operación, cuyo éxito feliz e inesperado
parece lo atribuía en la misma Encíclica al Corazón de Jesús (2) acordó consagrar el
mundo al Corazón Sacrosanto. El 2 de Abril se firmaba el decreto de la S. Congregación
de Ritos, declarando autorizadas, por León XIII, las Letanías del Sagrado Corazón para
que se cantasen en el triduo solemne, preparativo del acto.
De este decreto llegaron a Oporto dos ejemplares con una esquela que decía: «se
enviaban por orden del Padre Santo a la R. M. María del Divino Corazón Droste
Vischering, y que Su Santidad mandaba juntamente su bendición apostólica para la R.
Madre».
Poco después tuvo noticia Sor Vischering de las palabras de Su Santidad al Obispo de
Lieja, Doutreloup: «Llegados a este punto - escribía este Prelado - pareció como que el
Papa se recogía un instante, y luego irguiéndose en su sillón me dijo con voz solemne y
tono conmovido que iba a publicar una Encíclica, mandando la consagración de todo el
mundo al Corazón de Jesús, así de las naciones católicas como de las no católicas; que
los fieles se dispondrían a ese gran acto con un triduo y sermones los días. 9, 10 y 11 de
Junio, y me recomendó que lo hiciese con gran solemnidad en mi Catedral de Lieja».
«Sé, dijo León XIII con palabras de fuego, que este acto atraerá muy pronto sobre el
mundo las misericordias que esperamos... Voy a hacer – terminó - el acto más
importante de mi pontificado» (3)
Más tarde, al recibir Su Santidad a los Obispos de la América hispánica, dijo que había
determinado hacer en breve la consagración del mundo: «a instigación de un alma santa
llena del espíritu de Dios» y que de este acto esperaba grandes y copiosas bendiciones
para toda la Iglesia.
Esta es en resumen la historia de la consagración del mundo al Corazón de Jesús; hecho
de gran trascendencia, según se ha podido ver, y se verá más aún por las observaciones
siguientes:

(1) Soeur Marie da Divín Coeur. Chasle, cap. XI, pág. 365
(2) «Cujus tanti benefícit auctis nunc per nos Sacrattssimo Cordi honoribus, et
memoriam publice extare volumus et gratiam».
Queremos que los honores al Sacratísimo Corazón, por Nos ahora decretados, sirvan de
recuerdo perenne, y público testimonio de gratitud por tan gran beneficio.
(3) Soeur Marie da Divin Coeur. Chasle cap. XI, pág 375-7, ed. 1925. París

El Corazón de Jesús según León XIII

Ante todo, es de notar la importancia extraordinaria que daba el Papa a este paso: «Voy
a hacer el acto más importante de mi pontificado», expresión que dice mucho, si
consideramos la fecundidad en cosas grandes del pontificado de León XIII. «Sé que este
acto atraerá muy pronto sobre el mundo las misericordias que esperamos».
Ni es extraño, pues el R. Pontífice tenía una idea muy grande de lo que representa la
devoción al Corazón de Jesús en la tierra. Ya en la misma Encíclica «Annum sacrum»
se transparenta esta estima. Va, en efecto, enumerando todas las calamidades
individuales y sociales que en todos los órdenes aquejan al mundo, e inmediatamente

36
añade:
«Cuando la Iglesia, en los tiempos cercanos a su origen, yacía oprimida por el yugo de
los Césares, un joven emperador vio en lo alto una cruz, que fue a la vez augurio y
causa de la gloriosísima victoria que bien pronto se siguió. He aquí que se presenta ante
nuestros ojos hoy otra bandera divinísima y llena de grandísimos presagios, a saber: el
Corazón Sacratísimo de Jesús, coronado con la Cruz y brillando entre llamas con
esplendentes fulgores. En Él se han de cifrar todas las esperanzas; a Él hay que pedir y
de Él hay que esperar la salud de los hombres» (1). De estas palabras se deduce que
cuanto, según la tradición, hizo la aparición de la Cruz a Constantino, esto es: la derrota
del paganismo y el triunfo social del cristianismo, eso ha de realizar en todos los
órdenes, pues de todos los órdenes son las calamidades inmediatamente antes
enumeradas, la devoción al Corazón de Jesús; es decir, que está llamada a realizar la
renovación del mundo íntegra, mediante el reinado de Cristo: «en El hay que cifrar
todas las esperanzas, a Él hay que pedir y de Él hay que esperar la salud de los
hombres».
Esta idea de León XIII aparecerá más clara, si se mira a la luz de aquellas otras que, en
su carta al mismo Papa, había expresado Sor Vischering.

(1) «En alterum hodie oblatum oculls auspicatissinum divíníssí nunque signum,
videlicet, Cor Jesu sacratíssimum, superimposita cruce, splendosimo candore inter
flammas elucens. In eo omnes collocandae spes; ex co hominum peteuda atque
expectanda salus». (AAS vol. 31, pág. 651)

Porvenir del mundo

La víspera de la Inmaculada Concepción, Nuestro Señor diome a conocer que, en virtud


de este nuevo desenvolvimiento que tendrá el culto de su Divino Corazón, hará
resplandecer una nueva luz sobre el mundo entero, y me penetraron el corazón aquellas
palabras de la tercera Misa de Navidad: «Quia hodie descendit lux magna super
terram». Parecióme ver interiormente que esta luz, el Corazón de Jesús, este sol
adorable, enviaba sus rayos a la tierra, primero a un espacio reducido, y que luego se
iban extendiendo hasta iluminar al mundo entero, y me dijo: «Con el fulgor de esta luz
los pueblos y las naciones será u iluminados y con su ardor recaldeados».
Según eso, al mundo entero, a los pueblos y naciones espera un gran porvenir, mediante
la devoción al Corazón de Jesús: con su luz iluminarse y con su ardor reencenderse.
Estas mismas consoladoras esperanzas se exponían, con más claridad aún, en la carta
primera a León XIII que se ha perdido; algo, sin embargo, sabemos de ella por el trozo
que la santa religiosa escribió en sus apuntes:
«Nuestro Señor insiste en lo mismo, pero quiere que decida mi Padre espiritual, que
conocerá la verdad por padecimientos extraordinarios que me sobrevendrán.
Consagración del mundo entero al Corazón de Jesús. Obispos y sacerdotes tornaránse
más fervorosos, los justos más perfectos, los pecadores se convertirán, los herejes y
cismáticos volverán a la Iglesia, y los niños aún no nacidos, pero destinados a formar
parte de la Iglesia, esto es, los paganos, recibirán más pronto la gracia bautismal» (1)

(1) Soeur Marie du Divin Coeur. Chasle cap. XI pág. 342, ed. 1925. París

Las promesas se cumplen

37
Las promesas son espléndidas; pero como quiera que están hechas a la consagración del
mundo y ésta se llevó a cabo, sin duda se han de cumplir; cuándo será es cosa profunda
y larga de averiguar, pero, si el lector dirige una somera ojeada hacia lo que llevamos de
siglo - que, sin embargo, es para la vida del mundo menos que unos meses para la vida
del hombre - observará el decaimiento que ha tenido el protestantismo y el cisma desde
la guerra europea, y las corrientes de aproximación hacia la Iglesia católica que han
aparecido; el prestigio internacional en que ésta se va de día en día colocando; su
renovación y robustecimiento interno más pujante cada vez; el brioso incremento
misional en estos últimos años.
Vamos a detenernos un poco en esta promesa de la conversión más rápida del
gentilismo. Dejaremos la palabra a personas que tienen bien estudiado el movimiento
misional por todo el mundo en estos años primeros de nuestro siglo.
«La idea de las misiones – escribe - va prendiendo en todas las naciones donde hay
grupos considerables de católicos. En el siglo XIX la principal nación en sostener las
misiones fue Francia... Alemania, que antes tomaba muy poca parte en las misiones,
posee hoy una organización de misiones grandiosa. Es notable el número crecidísimo de
jóvenes que allí se están preparando para las misiones; y en las asociaciones tiene el
puesto de honor en la Santa Infancia, a la cual contribuyó, en el año antes de la guerra
europea, con 1.744,651 francos...»
«Los católicos de Austria no mostraron gran entusiasmo por las misiones durante el
siglo XIX, y menos todavia los de Hutzgria. En cambio desde hace cosa de veinte años
su participación va siempre en aumento».
«En Italia, hasta hace algunos años, el movimiento de misiones era nada más que
mediano; hoy empieza a ser intenso... »
«En la Gran Bretaña y en los Estados Unidos la idea de las misiones de infieles estaba,
hasta hace algunos años, poco arraigada entre los católicos... Ahora se levanta vigoroso
el espíritu de las misiones entre infieles, particularmente en los católicos de los Estados
Unidos. Sólo los católicos de este país dieron el año 1913 para la Obra de la
Propagación de la Fe, 2.196,053 francos».
«El pueblo iberoamericano, eminentemente católico e idealista, el gran misionero de los
siglos pasados, era el llamado a marchar el primero, en este gran movimiento de
misiones, y lanzarse con toda su fuerza a la conquista del mundo infiel en circunstancias
tan favorables como las presentes. Mas conociendo las revueltas políticas, tanto en la
Península como en el continente americano, ya se deja entender que no había de tomar
gran parte en ese movimiento... Pero también en esto España y la América latina se
levantan. El movimiento de estos últimos años, sobre todo en España, es tan
extraordinario, que con razón ha llamado la atención hasta de los extranjeros, que ponen
grandes esperanzas en este enérgico despertar de los católicos españoles» (1)
De lo dicho se desprende el gran empuje misional que se ha sentido en el mundo desde
comienzos del siglo XX, que con razón es llamado el siglo de las misiones; y se
desprende también con qué integridad se cumplen en este punto las promesas del
Corazón de Jesús, y cuán fundádamente nos es lícito esperar que, del mismo modo; han
de cumplirse las otras hasta que llegue la hora en que, con los rayos de aquella divina
luz, los pueblos y las naciones queden iluminados y con sus ardores abrasados. Ahora
bien, si un acto de la devoción al Corazón de Jesús, que al fin y al cabo esto es la
consagración de León XIII, tiene trascendencia tal, y tales cosas ha de operar en el
inundo, ¿cómo será el árbol íntegro del que nacen tales brotes?

(1) Espasa, Enciclopedia, t. XXXV, pág. 926. Artículo escrito por el P. Hilarión Gil, S.

38
J.

§IV

BENIGNA CONSOLATA FERRERO

Breve noticia

Este alma, verdadera filigrana de la gracia, parece que está llamada a hacer gran bien en
el mundo. Sus escritos exhalan un perfume de singular atractivo. Son del mismo corte
que los de Santa Gertrudis, pero dan un paso más hacia el conocimiento del Corazón de
Jesús. «Te he dado dos misiones que cumplir - decíale un día el Señor -: la primera es
hacer conocer las amabilidades de mi Corazón, las ternuras de mi Corazón. Esta es, en
efecto, su misión principal a juzgar por sus escritos; y en verdad que no es fácil
encontrar muchos en que se descubra tanto la amabilidad inmensa de Cristo Nuestro
Señor. Además ayudan notablemente a conocer y practicar las virtudes con aquel tinte o
matiz que les da la devoción al Corazón de Jesús, nota común de los escritos de todas
las grandes almas que en esta devoción se han distinguido.
Nació esta confidente del Divino Corazón en Turín, el 5 de Agosto de 1885. Muy joven
todavía empezó a tener comunicaciones divinas extraordinarias. En 1906? a los 21 años,
entró en el Monasterio de la Visitación de Pignerol, pero a los pocos días de
experimento, asustadas las Superioras de aquellos caminos extraordinarios, la
despidieron. En 1907 fue recibida en la Visitación de Como (al norte de Milán). El 28
de Noviembre de 1912 hizo su profesión solemne, y el 1º. de Septiembre (Primer
Viernes) de 1916, a los 31 años de edad, expiraba con fama de santidad.

Tesoros, resurgimiento

Aunque su vida toda entera es un testimonio elocuente del concepto en que tenía la
devoción al Corazón de Jesús, vamos, sin embargo, a transcribir algunos pasajes de sus
escritos:
Has de saber para tu bien y para el de otras muchas almas - decíale un día el Señor - que
si se quiere obtener una virtud sólida, es preciso esperarla del Corazón de Jesús. Quien
quiera la salvación, no tiene sino venir a refugiarse en este Arca bendita: desde aquí se
mira la tempestad sin sentir sus sacudidas, sin amenaza de peligro. ¡Oh, esposa!, enseña
a todos el lugar de refugio que has escogido para perpetua morada; haz la caridad de
instruir también a los demás, a fin de que vengan a encontrarme. Yo tengo tesoros de
gracias para todos: el que viene se los lleva» (1)
Repárese, además, en la idea de propaganda y apostolado que aparece también en el
pasaje.
«Estoy preparando la obra de mi Misericordia; quiero un nuevo resurgimiento en la
sociedad, y quiero que éste sea realizado por el amor» (2)
«Es necesario reavivar la devoción a este Corazón, para que el mundo se conmueva de
nuevo. Mi Corazón ha de ser la salvación de todo el mundo, la salvación de cuantos lo
busquen y lo conozcan» (3)

(1) Vida de Sor Benigna C., c. II, pág. 35, ed. 1926, Madrid
(2) Idem, pág. 24

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(3) Revelaciones del Señor a Sor Benigna C. pág. 30, Montevideo 1917

Deseos ardientes del Divino Corazón

Yo no puedo resistir al ver tantas almas engañadas, y con ellas usaré de misericordia,
instruyéndolas cada vez más y llamándolas más dulcemente a mi divino Corazón. Yo les
revelare los secretos inefables de mi divino Corazón y les enseñaré a vivir de mi amor,
de aquel amor que vuelve suave el dolor más grande, y que hace gustar al alma una paz
celestial, aun en medio de las más rudas pruebas» (1)
«Mi esposa, yo llamo a todos a mi Corazón y ninguno responde. Mi Corazón no puede
contener los tesoros de gracias que encierra; tengo necesidad de derramarlas sobre
mis criaturas» (2)
«Mi Corazón, ¡oh amada!, es tan poco conocido, que si los hombres tuviesen que elegir
entre Mí y un pedazo de pan, preferirían el pan... Esto me causa pena, mucha pena. Ver
a los hombres que gimen, sufren privaciones, languidecen; conocer que tengo todo lo
que necesitan, ver que lo rehusan, que lo desprecian, es una pena que me pasa el
Corazón. Para no sentirla, sería menester no amar a los hombres como Yo los amo;
sería menester no haber muerto por ellos como Yo he muerto... ¡Oh María! ¡Cuánto me
preocupa el amor de los hombres! ¡Cuánto ansío su amor! Por esto, cuando Yo
encuentro un corazón que me abre las puertas, me precipito dentro con todas mis
gracias» (3)
«Mi amada Benigna, Yo tengo hambre de hablarte... Mi Corazón está como oprimido
por las gracias, y sobre todo por las gracias extraordinarias» (4)

(1) Revelaciones del Señor a Sor Benigna C. pág. 10, Montevideo 1917
(2) Idem, pág. 9
(3) Revelaciones del Señor a Sor Benigna C. pág. 8. Montevideo 1917
(4) Idem, pág. 4

§V
A) SAN JUAN EVANGELISTA

¿Conoció esta devoción?

Como es el único de los cuatro evangelistas que narra el pasaje de la Herida del Costado
del Señor, que tanta importancia tiene para la devoción al Corazón de Jesús, y por otra
parte lo refiere con tanto énfasis, fácilmente ocurre al lector la idea de si el Discípulo
Amado, el que estuvo recostado en la noche de la Cena sobre el pecho de Jesús, llegaría
a tener conocimiento de la devoción al Divino Corazón. Sobre esta idea, hoy ya bastante
extendida, diremos aquí lo principal que hemos encontrado acá y allá, dejando al lector
que la tome o la rechace según su juicio le dicte.
La primera gran revelación del Corazón de Jesús hecha a Santa Gertrudis en el siglo
XIII, revelación importante, según vimos más arriba, tuvo lugar un día de San Juan
Evangelista por mediación de este santo apóstol, y en ella se afirma el hecho de que
venimos hablando. En efecto, allí se dice que mientras el Evangelista estuvo recostado
en la noche de la Cena sobre el pecho de Cristo Nuestro Señor sintió las pulsaciones de
aquel Corazón Divino, dejando a su alma impregnada de dulzura y enardecida de amor.
¿Y cómo no dijisteis nada en vuestro Evangelio?, preguntó Santa Gertrudis. Porque «el

40
contar la suavidad de estas pulsaciones estaba reservado a los tiempos modernos, a fin
de que oyendo tales cosas, el mundo senescente y entorpecido en el amor de Dios se
caldease de nuevo». Aquí aparece el Discípulo Amado como conocedor de los futuros
grandes destinos de la devoción al Sagrado Corazón y como testigo experimental de su
efecto.
Después de Santa Gertrudis quien más veces y con mayor claridad ha hablado sobre
este punto es el P. Bernardo de Hoyos. Veamos algunos pasajes.
Era el 31 de Julio de 1734, fiesta de San Ignacio de Loyola. «Después de comulgar -
escribe el P. Hoyos - vi entre resplandores de gloria a nuestro muy amado Hermano y
primer condiscípulo del Corazón Sagrado, San Juan Evangelista, acompañado de San
Francisco de Sales y de nuestro Padre San Ignacio. Estando yo asombrado de la
santidad que entendí resplandecía en estos tres Santos, se me declaró cómo éstos eran
los tres a cuya cuenta corrían las glorias del Corazón Sagrado de Jesús: del Santo
Evangelista, por haber sido privilegiado en descansar sobre el Corazón santísimo,
donde se le descubrieron sus excelencias, teniendo desde entonces este amante Apóstol
particular devoción con aquel Corazón de su Maestro en que bebió las luces y fas llamas
de su amor; de nuestro santo Director (1) en su Orden y de nuestro Santo Padre en su
Religión, por haber sido estos dos Santos los dos amantes divinos que más al vivo
copiaron en sus corazones el ardor seráfico del Evangelista: San Francisco de Sales en
lo dulce, que fue el distintivo de su amor, y San Ignacio en lo fuerte, que fue la divisa de
su caridad ardiente» (2). Parecidas ideas se le comunican en otras apariciones, v. g. que
San Juan: «desde que se recostó sobre el Corazón de su Maestro quedó abrasado en su
amor y en deseos de que los hombres le conociesen» (3); «que él con San Francisco de
Sales somos - le dijeron - agentes del Corazón de Jesús y protectores de vuestras ideas»
(4).

(1) Francisco de Sales fue dado por Dios como Director especial al P. Hoyos
(2) Uriarte, Vida del P. Bernardo de Hoyos, p. 3ª, c. VII, pág. 318, ed. 2ª.
(3) Idem, c. V, pág. 291
(4) Idem, pág. 295

Indicios en el Evangelio

En el Evangelio hay algunos que vamos a presentar sin quererles dar más fuerza de la
que el lector prudente vea que tienen. San Juan Evangelista estuvo recostado sobre el
pecho de Jesús y sintió los latidos de su Corazón divino en la noche de la Cena, o sea en
la noche de los misterios eucarísticos, de los misterios de amor; en la noche de las
efusiones tiernas, confiadas, intimas, cuales aparecen en el Sermón de la Cena; las
circunstancias, pues, no podían ser más aptas ni tentadoras para descorrer el velo de los
misterios dulcísimos de su Corazón amante, por lo menos a aquel discípulo íntimo.
Como dijimos arriba, el único evangelista que refiere el episodio de la Herida del
Costado es San Juan, y lo hace con tales datos y tales protestas de veracidad, que parece
está tentando al lector a que se pare allí a reflexionar un poco. Cuatro son las veces en
que el sagrado Evangelio hace mención de la llaga del pecho de Jesucristo. La primera
es en la cruz; la segunda el día de la resurrección, cuando se mostró el Señor a todos los
apóstoles reunidos; y la tercera y la cuarta en el episodio de la incredulidad de Santo
Tomás. Pues bien; da la coincidencia que todas las cuatro veces sólo el evangelista San
Juan es quien hace mención de esa dulcísima herida; y en la última con la circunstancia
de que refiere el mismo acontecimiento San Lucas y calla lo de la llaga. «Les mostró –

41
dice - las manos y los pies» (XXIV, 40); pero en cambio San Juan dice: «Les mostró las
manos y el costado» (XX, 20). Parece que todo lo que tocaba a la Herida del Costado no
se le olvidaba nunca a este santo Evangelista. Ya sabemos y hemos de ver adelante, que
el Sacramento del Amor es el sacramento especial del Corazón de Jesús; y la virtud de
la caridad la suya por excelencia; pues bien, ni de aquel sacramento ni de esta virtud ha
hablado evangelista alguno tan largo ni tan hermoso como el Discípulo Amado. Este es
asimismo quien con sicología más fina ha penetrado en el interior de Cristo y nos lo ha
puesto al descubierto en más bellísimos cuadros. Recuérdese que los episodios de la
samaritana, de la mujer sorprendida en adulterio, del ciego de nacimiento, del buen
pastor, de la resurrección de Lázaro, de la aparición delicadísima a orillas del lago de
Tiberíades, y sobre todo del Sermón de la Cena, que es una de las piezas más divinas de
la Sagrada Escritura, todos son de San Juan Evangelista. Cierto que los otros Evangelios
contienen también pasajes por el estilo, v. g., el hijo pródigo, la oveja perdida, etc., pero
ninguno en tanto número como el de San Juan; y si contamos el largo discurso de la
última noche, quizá el Discípulo Amado llegue a superar en número de lugares de esta
clase a todos los evangelistas juntos. Por lo que en páginas precedentes hemos visto, y
veremos todavía en páginas posteriores, parece que la devoción al Corazón de Jesús está
llamada en el mundo a cosas grandes, sobre todo hacia los últimos tiempos; pues bien,
parecería un poco extraño que habiéndose Dios mostrado tan pródigo con San Juan en
comunicarle los sucesos importantes de la Iglesia, sobre todo, los que miran a las épocas
postreras, no le hubiese revelado este acontecimiento magno de la devoción al Corazón
de Jesús.

Indicios en la tradición

Orígenes, en el Comentario al Cantar de los Cantares trae un pasaje poco claro, pero que
algo por lo menos dice respecto de esta materia. Después de citar las palabras del
Evangelio, en que se afirma cómo San Juan descansó sobre el pecho de Jesús, añade:
«Porque es cierto que en estas palabras se dice que Juan descansó en lo intimo (in
príncipale) del Corazón de Jesús y en el sentido interno de su doctrina, buscando allí e
investigando los tesoros de sabiduría y de ciencia que estaban escondidos en Cristo
Jesús» (1) Como observa con razón el Padre Bainvel a propósito de este pasaje, «el
principate cordis para Orígenes no es el corazón material, sino el espiritual, el hombre
interior y lo que se encuentra en este interior del hombre: sus secretos pensamientos, sus
virtudes, sus sentimientos. Si se quiere saber con precisión lo que Orígenes tiene
particularmente ante los ojos cuando habla del principale cordis Iesus, es decir, de Jesús
íntimo o de lo íntimo de Jesús, sin duda ninguna que son los secretos de su Corazón, sus
pensamientos y sus sentimientos íntimos, los misterios divinos de que él es depositario»
(2) Parece, en efecto, que ésta es la idea que se desprende al examinar el contexto. Por
tanto, para este Doctor de la Iglesia, la Escritura cuando afirma que San Juan descansó
sobre el pecho de Jesús, quiere indicarnos además del hecho histórico externo, este otro
misterioso, a saber: que aquel santo Evangelista penetró «en los secretos del Corazón de
Jesús, en sus pensamientos y en sus sentimientos íntimos, en los misterios divinos de
que es depositario». Estas ideas se repiten en varios pasajes de este gran comentarista.
San Jerónimo, en el prólogo a su Comentario sobre San Mateo, dice hablando de los
evangelistas: «El último es Juan, apóstol y evangelista, a quien Jesús amó muchísimo, el
cual estando recostado sobre el pecho del Señor bebió los purísimos raudales de su
doctrina» (3). Esta idea, a veces más aclarada, se va repitiendo después en la tradición.
San Agustín, en el tratado XVIII sobre el Evangelio de San Juan, dice que el

42
Evangelista en la noche de la Cena sobre el pecho del Señor «descansó en el convite,
para significar con ello que bebía de lo íntimo de su Corazón los secretos más
profundos»; (4) que estuvo - dice en otra parte- «recostado sobre el pecho del Señor, y
del pecho del Señor bebía lo que había de ofreceros a vosotros»; (5) que «no sin causa
descansaba sobre el pecho del Señor, sino para beber los secretos de su más alta
sabiduría, y luego derramase evangelizando lo que había bebido, amando; tan secreta es
su doctrina y profunda de entender, que trastorna a los de corazón perverso y ejercita a
los de corazón recto»; (6) «que de aquel pecho, pues, bebía en secreto; pero lo que
bebió en secreto lo derramó (eructavit) en público»; (7) que a Juan «no bastaba la
misma mesa del Señor, sino que además se recostaba sobre su pecho y de lo profundo
de él bebía secretos divinos»; (8) que éste «es el apóstol que estaba recostado sobre el
pecho del Señor, y en aquel convite bebía los secretos celestiales. De aquel alimento y
de aquella dichosa embriaguez salió (eructavit) el: In principio erat Verbum. Humildad
excelsa y embriaguez sobria. Pues aquel gran derramador (eructator), es decir,
predicador, entre las otras cosas que bebió del pecho del Señor, también dijo esto:
Nosotros amamos porque Él nos amó primero» (J. 1, IV, 10) (9). En el Prefacio de la
Misa de San Juan Evangelista, contenida en el Sacramentario gregoriano, y que se llama
ordinariamente Prefacio Gelasiano por atribuirse al Papa Gelasio, que vivió a fines del
siglo V, se dice: «Igualmente en el sacrosanto convite de la Cena mística se había
recostado sobre la misma fuente de la vida eterna, esto es, el pecho de Jesucristo
Salvador: Y bebiendo los torrentes de celestial doctrina que de él manan perennemente,
fue henchido de tan profundas y ocultas revelaciones, que traspasando todas las
criaturas contempló con mente excelsa y proclamó con voz evangélica que: In principio
erat Verbum et Verbam eral apud Deum et Deus erat Verbum» (10)
Dada la influencia de estos Padres, no es extraño que esta idea se vaya repitiendo
después en la tradición. Examinando, pues, a la luz de ella este punto, se observa que
los Padres en primer lugar afirman que la doctrina de San Juan excede en profundidad y
misterio a la de los otros escritores evangélicos; en segundo lugar, que la razón de este
hecho está en haberla bebido del pecho o del Corazón de Jesús; en tercer lugar, dan
importancia singular en este sentido al episodio de la noche de la Cena, y afirman que
mientras el Evangelista estuvo recostado sobre el pecho o Corazón divino, bebió en él
los torrentes copiosos de su doctrina sublime, sin duda mediante alguna profunda y
misteriosa revelación.

(1) Migne P. G. XIII. 87


(2) La devoción al C. deJ. Apend. II
(3) Qui supra pectus Domini recumbens purissima doctrinarum fluenta potavit. Migrie.
P. L. XXVI, 18
(4) Migne. P. L. XXXV, 1535
(5) Migne. P. L. XXXV, 1382
(6) L. c. P L. XXXV, 1556
(7) L. c. 1663.
(8) L. c. XXXVII, 1875
(9) L. c. P. L. XXXVIII, 210
(10) Migne. P. L. LXXVIII, 34

Otros indicios

También son significativas varias coincidencias históricas. La gran revelación a Santa

43
Gertrudis tuvo lugar, como vimos al principio, el día de San Juan Evangelista, después
de haber estado recostado como él sobre el pecho de Jesús, y a la hora de Maitines, que
sería poco más o menos a la misma en que recibió igual favor el Discípulo Amado. La
primera de las grandes manifestaciones a Santa Margarita acaeció en idénticas
circunstancias: fiesta de San Juan, hora de Maitines, descansó sobre el divino costado.
Asimismo todos los grandes amigos del Corazón de Jesús han tenido una tierna
devoción a San Juan Evangelista. En Santa Gertrudis y en el Padre Hoyos ya lo hemos
visto; de Santa Margarita dice el Padre Alfredo Yenveux: «Ningún santo fue tan querido
de la Sierva de Dios como San Juan Evangelista». En estos fundamentos, pues, se apoya
la idea bastante extendida de que San Juan Evangelista fue el primer discípulo del
Corazón de Jesús. En esta hipótesis se explicaría muy bien el porqué de su insistencia y
cuidado en el episodio de la Herida del Costado, pasaje de tan dulces consecuencias
para la devoción al Corazón de Jesús, y el porqué de otras diversas ideas que se hallan
en su Evangelio: esta hipótesis aportaría además consecuencias muy bellas y
provechosas para la devoción al Corazón de Jesús, ya que en el Discípulo Amado se
podría ver un modelo autorizado de los sentimientos y virtudes especiales en que deben
señalarse todos los devotos del Sagrado Corazón; de las gracias y efectos particulares
que esta devoción trae consigo; y del tinte propio o matiz espiritual que tal camino
interior imprime en los corazones.

B) LA HERIDA DEL COSTADO

La Iglesia y el Costado

Después de referir el Discípulo Amado en el capítulo XIX de su Evangelio, que a Jesús


no le quebrantaron las piernas como a los dos ladrones, añade: Pero uno de los soldados
abrió su costado con una lanza, y en seguida salió sangre y agua. Y quien lo vio lo
testificó, y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que vosotros
creáis (XIX, 34, 35).
De la particularidad con que el Santo Evangelista describe las circunstancias, y de la
insistencia con que llama la atención del lector acerca de la verdad del episodio, nace
fácilmente la sospecha de que en esta narración se esconda algún arcano más hondo de
lo que la letra expresa. En efecto, que en la sangre y en el agua que brotaron de la herida
del costado hay gran misterio, es idea repetida por los SS. Padres y Doctores de la
Iglesia. El misterio es éste: dicen que así como del costado de Adán dormido en el
Paraíso fue formada Eva, su esposa, así del costado de Cristo muerto en la cruz fue
formada la Iglesia, esposa suya; y por eso, para declarar el Señor este misterio hizo
brotase de la herida agua y sangre, agua con que se representa el Bautismo, y sangre con
que se representa la Eucaristía en especial y los otros sacramentos en general. Ahora
bien, el Bautismo es el sacramento en que nace, por decirlo así, la Iglesia, ya que todos
y cada uno de los miembros que la integran por él vienen a la vida de la gracia y quedan
hechos miembros de esta Sociedad de Cristo; y la Eucaristía, sobre todo, es el
sacramento con que se alimenta, crece y llega a su perfección el pueblo fiel; por
consiguiente, decir que del costado de Cristo salió agua y sangre, es lo mismo que si
afirmara, que de aquella herida divina ha nacido y recibe su desarrollo la Iglesia.
Así lo dice expresamente San Agustín. Después de referir cómo el Evangelista afirma
que un soldado abrió el pecho con la lanza, añade: «Ut illic quodammodo vitae ostium
panderetur, ande sacramenta Ecclesiae manaverunt, sine quibus ad vitam, quae vera
vila est, non intratur». «Para que allí quedase en cierta manera abierta la puerta de la

44
vida, en donde brotaron los sacramentos, sin los cuales no se entra en la vida, que es la
vida verdadera... » «Hoc praenuntiabat quod Noe in latere arcae ostium facere jussus
est, quo intrarent anima/la, quae non erant dilavio peritura, quíbus praefigurabatur
Ecclesia». «Esto anunciaba de antemano el mandarse a Noé que hiciese en el costado
del Arca la puerta por donde entrasen los animales, que no habían de perecer en el
diluvio, en los cuales se prefiguraba la Iglesia». «Propter hoc prima mulier facta est de
latere viti dormientis el appellata est vita materque vivorum...» «Por esto la primera
mujer fue formada del costado del hombre dormido, y fue llamada vida y madre de los
vivos». «Magnum quippe significavit bonum, ante magnum praevaricationis malum.
Profetizando así el gran bien antes del gran mal de la prevaricación». «Hic secundus
Adam, inclinato capite, in cruce dormivit, ut inde formaretur ei conjux quod de latere
dormientis effluxit». «Este segundo Adán, inclinada la cabeza, durmióse en la cruz, para
que le fuese formada una esposa de lo que brotó del costado del dormido» (1)
«No sin causa ni por acaso - dice San Crisóstomo - manaron estas dos fuentes, sino
porque de entrambas está formada la Iglesia. Los iniciados saben que con el agua son
regenerados y con la carne y la sangre alimentados. Aquí tienen su origen los
sacramentos; de manera que cuando te acerques al venerando cáliz, llégate como si
hubieses de beber de este costado» (2).
Así hablan Teofilacto, el V. Beda, Ruperto, San Buenaventura, Santo Tomás, etc.
Ni es extraño que así hablen los SS. Padres, ya que este mismo pensamiento expresa San Pablo en la
Epístola a los Efesios, como después veremos.

(1) In loan. Trac. CXX n 2, Mígne P. L. t. 35, C. 1953


(2) Idem Homil. LXXXV n. 3, G. t. 59, c. 463

La Iglesia y el Corazón de Jesús

Como el lector habrá visto, los SS. Padres (y San Pablo) dicen que la Iglesia salió del
costado abierto de Jesucristo o de la herida del costado, pero la lanza hirió no solamente
el costado, sino otras partes interiores del cuerpo del Redentor, entre ellas el Corazón; la
herida, pues, del costado fue a la vez herida de los músculos intercostales, herida de la
pleura y herida del Corazón. ¿Podríamos averiguar si de alguno de esos miembros en
particular nació la Iglesia, o nos habremos de contentar con saber que salió de la Haga
del costado en general? Los testimonios de los SS. Padres que acabamos de indicar
hablan en ese último sentido algo vago, sin descender a concretar nada más la
significación de la frase. Pero de la manera que otros puntos de la doctrina católica han
ido aclarándose y determinándose con el decurso del tiempo, como se esclarecen y
limitan los objetos a medida que avanza la aurora o el sol en el horizonte, se pregunta si
acaso también en éste han aportado algún aumento de luz las edades posteriores. No
tratamos de aparición de algo nuevo, sino de aclaración y concreción de lo que se
hallaba en forma un poco vaga u oscura. En este sentido, pues, creemos que hoy es
permitido dar la respuesta afirmativa, y que podemos pía y sólidamente pensar que la
Iglesia salió, no sólo de la haga del costado, sino más concretamente, de la herida del
Corazón de Jesús. Vamos a presentar algunos argumentos en pro de esta afirmación.
Ante todo recordemos las ideas de los Padres. Del costado abierto de Cristo brotaron
sangre y agua, pero éstas representaban los sacramentos, luego de la herida del costado
brotaron los sacramentos; mas como de los sacramentos recibe la vida y el ser la Iglesia,
se concluye que la Iglesia nació de Ja herida del costado.
El R. Pontífice Pío IX, en el Breve de Beatificación de Santa Margarita, dice:
«¿Habrá alguno que no se sienta incitado a honrar con toda clase de obsequios a aquel

45
sacratísimo Corazón de cuya herida manó sangre y agua, es decir, la fuente de nuestra
vida y salud?» (1)
Según el R. Pontífice el agua y la sangre de la herida son la fuente de nuestra vida y
salud; es decir, que así Como de la fuente brotan las aguas, así de aquella sangre y de
aquel agua brotó, tuvo su origen nuestra vida, la de todos nosotros, la de la Iglesia; o
séase que la Iglesia nació de la sangre y del agua del costado; pero como éstas salieron
de la llaga del Corazón, según afirma el Pontífice, síguese que la Iglesia nació del
Corazón de Jesús.

(1) Cujus ex vulnere aqua et sanguis fons scilicet nostrae vitae ac salutis effluxit?

Pruebas litúrgicas

Suele decirse que en la Iglesia católica lex orandi lex credendi, la manera de orar
expresa la manera de creer, o sea, que las oraciones oficiales del catolicismo, su liturgia,
reflejan juntamente sus creencias; por eso los teólogos en sus investigaciones una de las
fuentes a que acuden es a los documentos litúrgicos. También nosotros en este punto
vamos a acudir a ellos.
En 1929, con motivo de haber sido elevada a más alto rito la fiesta del Sagrado
Corazón, imponía el R. Pontífice a la Iglesia universal un nuevo Oficio litúrgico, bello y
magnífico por cierto. Ahora bien, en él se afirma con la mayor claridad que la Iglesia
nació del Corazón sacrosanto.
Así en el himno de las primeras Vísperas leemos:
«Del Corazón rasgado, la Iglesia, esposa de Cristo, nace. Ex Corde scisso Ecclesia -
Christo fugata nascitur». En el himno de Maitines añade: «Por eso le hirió la lanza, -por
eso recibió herida, -para lavar nuestras manchas - con corriente de agua y sangre.
Percussum ad hoc est lancea - Passumque ad hoc est vulnera, - Ut nos lavaret sordíbus
- Unda fluente et sanguine». Viene hablando del Corazón de Jesús; y al decir que de él
salió sangre y agua, y que esa sangre y esa agua, nos lavan de nuestras manchas, da a
entender que de él salieron los sacramentos, que son los que propiamente nos limpian de
los pecados; y por tanto que de él nació la Iglesia.
Esta misma idea se repite en la lección primera del tercer Nocturno: «Con el agua y con
la sangre manó el precio de nuestra salud, el cual brotando de la fuente, a saber, de lo
íntimo del Corazón, dio a los sacramentos de la Iglesia virtud para conferir la gracia».
Y añade el texto que todo esto sucedió «para que del costado del Cristo dormido en la
cruz fuese formada la Iglesia». De donde parece que, en la mente del escritor, decir que
la Iglesia salió del costado es lo mismo que afirmar que salió del Corazón de Jesús.

Concilios provinciales, etc.

Estas ideas, que el Pontífice Pío IX proclamó y que Pío XI ha insertado en la liturgia de
la Iglesia universal, flotaban hacia ya tiempo en el ambiente católico, y así aparecen con
frecuencia acá y allá, unas veces en Concilios provinciales, otras en Oficios del Corazón
de Jesús aprobados por la autoridad eclesiástica para determinados lugares, otras en
escritores diversos.
En el año 1849 el Concilio provincial de Aviñón, en el acta en que resolvía consagrarse
al Corazón de Jesús se decía: «De aquel Corazón atravesado por la lanza en la cruz
nació la Iglesia, brotaron los sacramentos, salimos todos cuantos hemos renacido por el

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Bautismo del agua y de la sangre que de allí manaron, y hemos sido constituidos en
miembros del cuerpo y de la carne de Cristo» (1) «Oh Corazón amantísímo de Jesús, -
exclamaba un año después el Concilio de Bourges... - Corazón dulce, Corazón amable,
del cual nació y fue formada la santa Iglesia que nos ha engendrado...» (2) «De aquel
Divino Corazón atravesado por la lanza en la cruz- añadía el Concilio de Auch - nació la
Iglesia, manaron los sacramentos...» (3) Y el Concilio de Quebec en 1883 repetía la
misma idea, copiando las palabras de San Buenaventura, que hemos visto más arriba en
la Misa del Sagrado Corazón.
Lo propio que en los Concilios provinciales se puede observar en los Oficios litúrgicos
locales. Hay un Oficio Parvo del Corazón de Jesús que tiene importancia por su
antigüedad, y que nos complacemos en citar, por ser un monumento de la devoción al
Corazón Divino en España. Se imprimió en 1550, y fue compuesto por el español y
valenciano Juan Bautista Anyés, sacerdote insigne en doctrina y santidad, amigo íntimo
de Santa Teresa y de San Francisco de Borja, que murió en 1553. En ese Oficio, pues, el
himno de Nona dice: «Alégrense nuestro primer padre y nuestra primera madre.
Muriendo en la cruz el dueño de la vida saldó las deudas de la muerte; se levanta la
segunda Eva, abierto con el hierro el Corazón; de él manan las corrientes y el precio de
nuestra salud» (4). Las mismas ideas van apareciendo después en otros varios Oficios.
Por último vamos a dar por terminado este punto con este breve argumento. Es
interpretación comúnmente admitida entre los comentaristas modernos de la Sagrada
Escritura que la sangre y el agua salieron del Corazón de Jesús; así lo afirman v. g.
Lucas, a Lapide, Barradas, Tirini, Menoquio, Knabenbauer, Fillion, y algunos más a los
cuales ya hablan precedido otros, entre ellos Santo Tomás. Ahora bien, sabemos por el
testimonio de los SS. Padres que de la sangre y del agua que hizo saltar la lanzada, en
cuanto que representaban los sacramentos, nació o fue formada la Iglesia; pero, según
los comentaristas, la sangre y el agua no solamente brotaron de la haga del costado en
general, sino concreta y determinadamente de la herida del Corazón, luego del Corazón
de Jesús salió la Iglesia católica.

(1) Nílles. De rationibus festorum Smi. C. J. Libro III, part. 1, pág. 316, ed. 5ª.
(2) Idem, pág. 320
(3) Nilles. De rationibus festoram Smi. C. J. Libro III, part. 1, pág. 322
(4) Idem, pág. 256

Rejuvenecimiento

Decíamos que el origen de la Iglesia del Corazón de Jesús es una idea muy fecunda, y
que declara no poco la excelencia de esta devoción; porque si la Iglesia nació del
Sagrado Corazón, como quiera que, según expresión de León XIII a propósito
semejante, las cosas se conservan y perfeccionan por aquellas mismas causas de que
recibieron el ser, ¿qué será volver el Señor la Iglesia a su Corazón Divino, sino tornarla
a la fuente donde recibió la vida, para que salga de ella con aquella plenitud de vigor y
lozanía juvenil con que al principio brotó? ¿Qué será sino volverla a la fragua, en donde
fue modelada, para sacarla de allí tan renovada y flamante en el fervor, como apareció
en el mundo, cuando salió por primera vez a la luz? ¡Cuán bien concuerda este pasaje de
San Juan Evangelista con aquellas palabras que él mismo dijo a Santa Gertrudis en la
gran revelación del siglo XIV: que esta admirable devoción estaba reservada para los
tiempos modernos, a fin de que el mundo senescente volviese a caldearse de nuevo!

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El cuerpo místico

Pero hay aquí otro misterio que merece considerarse. Los que conocen un poco las
Epístolas de San Pablo saben que uno de los principios de que más consecuencias y
aplicaciones deduce, uno de los focos de luz potente que más de continuo está
irradiando en sus ideas y en su vida, es aquella fecunda y consoladora verdad de la
incorporación de los fieles en Jesucristo. En efecto, es una aserción católica, cien veces
repetida en la Escritura Sagrada, que Cristo Nuestro Señor es, usando la alegoría de San
Pablo, como una oliva divina, en la cual por el Bautismo quedan injertos los hombres,
para no formar sino un misterioso árbol, cuyo tronco es el Dios-Hombre, y las ramas
son los fieles. Viene a ser lo mismo que dijo Cristo en el sermón de la Cena: Yo soy la
vid y vosotros los sarmientos. El que está en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto (15,5).
Como el sarmiento no puede llevar fruto de sí mismo, si no estuviere en la vid, así
tampoco vosotros, si no estuviereis en mí (15,4). El que en mí no estuviere será echado
fuera, como el sarmiento, y se secará, lo recogerán, lo arrojarán en el fuego y arderá
(15,6)
Y no se crea que éstas sean sólo metáforas: son hermosas realidades; es cosa cierta que
de un modo misterioso, pero verdadero, los fieles por la gracia santificante quedan
injertos en Jesucristo y constituidos miembros suyos; y es ello tan verdadero, que una
serie de ideas muy capitales de la doctrina católica las deduce el Apóstol de este
principio por extremo luminoso.
En efecto: a) Si los cristianos son miembros de Jesucristo, los miembros, como es
sabido, participan de la naturaleza del cuerpo, y así si el cuerpo es de un hombre, los
miembros son miembros de hombre o humanos, pero como Cristo es Dios, sus
miembros habrán de ser miembros de Dios o divinos; luego los hombres al ser injertos
en Cristo han de quedar con ello divinizados, elevados a categoría divina, partícipes de
la naturaleza de Dios; y así es como sucede en efecto, pues mediante la infusión de la
gracia santificante, que es la que incorpora los hombres a Jesucristo, quedan éstos,
como dice la Escritura y la teología católica: divinae consortes naturae, (1) partícipes
de la naturaleza divina, que es una de las verdades más bellas del cristianismo.
b) Si el árbol es divino y las ramas son divinas, los frutos que de ellas broten divinos
serán también; las obras, pues, del cristiano que esté incorporado en Cristo y que no
sean obras malas son en cierto modo divinas; pero a obras divinas corresponde premio
divino, gloria divina, gloria propia de Dios, y como la gloria con que es Dios
bienaventurado consiste en verse y amarse a sí mismo: en la visión beatífica, en esa
misma gloria consistirá la felicidad de los miembros de Jesucristo, como así es en
verdad, según lo enseña la fe.
c) Los miembros del cuerpo están vivificados por el alma, por el espíritu que informa y
anima al cuerpo. Ahora bien, el espíritu que mueve y gobierna el cuerpo de Jesucristo es
el Espíritu Santo, que en Cristo-Dios esencialmente mora; luego también el Espíritu
Santo habitará en cada uno de los fieles, como lo enseña la teología, según aquello de la
Sagrada Escritura:
¿No sabéis que vuestros miembros son templos del Espíritu Santo? (2)
d) Pero no solamente el Espíritu Santo, sino el Padre y el Verbo habitan también en
Cristo: el Verbo por identidad de persona, y el Padre por identidad de esencia; luego
también ambos a dos morarán en los miembros de Jesucristo, como los católicos
creemos.
e) La Virgen es madre de Jesucristo, pero si es madre de Cristo, había de serlo también
de todos sus miembros, porque las madres son madres del hijo entero; por consiguiente:

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la Virgen es madre nuestra.
Así podríamos continuar discurriendo, pero lo dicho es bastante; sólo una consideración
más no queremos omitir de pasada, porque ilustra en gran manera la doctrina del
pecado. Unicamente están injertos en Cristo por la manera indicada los fieles que se
encontraren en gracia; luego el que pierde la gracia por el pecado mortal, pierde la
inserción en Jesucristo; y como de ella fluían las grandezas indicadas, queda en un solo
momento desnudo, despojado de todas y condenado a secarse, como el sarmiento
separado de la vid.

(1) 2 Petr. 1,4


(2) Cor. 6,19

Un don del Corazón Divino

Lo es el ser miembros de Cristo. No queremos decir con esto que los cristianos en
gracia sean miembros del Corazón de Jesús, o sea, partes de ese órgano particular de su
cuerpo; no, decimos ser miembros de Jesucristo en el sentido en que hablan las
Sagradas Escrituras; lo único que pretendemos significar es, que esa gracia, esa
grandeza admirable de pertenecer al cuerpo de Jesucristo, es beneficio que debemos al
Divino Corazón.
Por de pronto esta idea se deduce claramente de lo que llevamos dicho. Vimos, en
efecto, que el Bautismo y los demás sacramentos brotaron del Corazón de Jesús, pero
los sacramentos son los que nos injertan en Jesucristo al conferirnos la gracia
santificante, luego al Corazón Divino debemos en último término nuestra incorporación
a Cristo o el ser miembros de su cuerpo.
Pero hay además un pasaje de San Pablo muy profundo, del cual se deduce este mismo
pensamiento. En el capítulo 5 de su carta a los de Efeso, hablando de Cristo dice: «Quia
membra sumas corpons efas, de carne ejus et de ossibus ejus ». Porque somos
miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos (v. 30). Mas ¿por qué razón, según
el Apóstol de las gentes, somos cuerpo, carne y huesos de Jesucristo? Aquí aduce como
argumento el pasaje del Génesis (II, 23, 24), en que se refiere cómo Eva fue formada del
costado de Adán, y por eso la llamó carne de su carne y hueso de sus huesos. Y a
continuación de esto añade San Pablo: «Este misterio es grande, pero yo digo en orden
a Cristo y a la Iglesia» (y. 32). Según el Apóstol, pues, la Iglesia es cuerpo de Cristo,
porque fue formada de su costado, como Eva fue llamada cuerpo y carne de Adán,
porque de su costado fue hecha; además este misterio del Paraíso fue figura del de la
cruz.
Pero ya demostramos largamente que la palabra costado, un poco general, que aparece
en los primeros tiempos, se ha ido concretando más en el curso de los siglos, y hoy
podemos afirmar que la Iglesia tuvo su origen precisamente en el Corazón Divino. Por
consiguiente, es fácil determinar más aún el pensamiento de San Pablo y decir que la
Iglesia es cuerpo y carne de Cristo, porque salió de su Corazón; por tanto, si los fieles
cristianos somos de carne ejus et de ossibus ejus: de su carne y de sus huesos, en
expresión del Apóstol, al Corazón de Jesús tenemos que agradecerlo, según aclararemos
algo más unas páginas después.
Si, pues, de nuestra incorporación a Cristo se deriva, según observamos antes, la
divinización de nuestro ser, el precio subido de nuestras obras, nuestros destinos
sublimes, nuestro todo, y esa inserción en Jesucristo es gracia que nos viene del
Corazón de Jesús, síguese que de él han promanado y promanan todos y cada uno de los

49
bienes y grandezas de los hombres.
De aquí se deduce, entre otras, dos consecuencias principales: primera, que la Iglesia,
todos los fieles cristianos deben tener una tierna devoción, siquiera por gratitud, a aquel
Corazón Divino, de donde han recibido y reciben cuanto son y cuanto esperan; segunda,
que acercarse al Corazón de Jesús es allegarse al nacimiento, al manantial, al venero
caudaloso de donde han surgido y surgen los arroyos y las fuentes de las gracias
celestiales en la Iglesia; y así se explica perfectamente todo aquel modo de hablar de
profusión y abundancia, al tratar de esta devoción divina, que vimos en los amigos del
Divino Corazón.
En efecto, no participa de las aguas en la misma cantidad quien tiene que recibirlas del
grifo limitado de una fuente que el que va al manantial mismo. ¡Qué diferencia además
entre uno y otro en punto a celeridad!

A las entrañas del cristianismo

Pero aún hay aquí otras armonías consoladoras. ¿Qué significa, en efecto, todo este
simbolismo de que la Iglesia nació del Corazón de Jesús? Como el corazón significa el
amor, presentar Dios a la Iglesia como naciendo del Divino Corazón, es decir de modo
gráfico y bello que el cristianismo ha brotado del amor de Jesucristo, es la obra del
amor, la caridad de Cristo es, por decirlo así, su madre.
De aquí se sigue, en primer lugar, que las relaciones entre Cristo y el mundo católico
son relaciones de amor, puesto que en el amor la Iglesia tiene su razón de ser. Por
consiguiente la devoción al Corazón de Jesús, cuyo objeto es Cristo amante, cuyo fin es
el amar, cuyo efecto primordial es encender el amor dentro del pecho, y cuya principal
práctica, como veremos después, consiste en el amor puro, desinteresado y práctico al
Redentor, es una devoción, una ascética, que por una parte apunta de manera muy
directa a las entrañas mismas de la obra de Dios Nuestro Señor en la tierra y a la raíz
más recóndita de los proyectos divinos sobre los hombres, y por otra, viene hoy día -
apoyada en gran número de gracias - a dar al mundo cristiano un impulso vigoroso
hacia el ideal de las relaciones que deben existir entre Jesús y su Iglesia. Dios «quiere
dar - dice Santa Margarita - (a los cristianos) con esta devoción, un nuevo medio de
amar a Dios por este Sagrado Corazón tanto como Él desea y merece ser amado» (1)
Parece, pues, que desea Nuestro Señor por la devoción al Corazón de Jesús ampliar más
el radio de la virtud en el mundo, de forma que el grado de perfección, que traspase los
límites de lo vulgar, sea común a un número de personas mucho más grande que antes.
«Jesucristo me ha dado a conocer de una manera que no ha lugar a duda - dice Santa
Margarita - que... El quería establecer por doquiera esta sólida devoción, y por medio
de ella granjearse una muchedumbre infinita de siervos fieles, de perfectos amigos y de
hijos enteramente agradecidos» (2),
De manera que la devoción al Corazón Divino está llamada a hacer surgir en el mundo
una grande multitud, no de cristianos pasables, de religiosos buenos pero nada más, sino
de siervos leales, de amigos íntimos y finos y de hijos verdaderos de Cristo Nuestro
Señor. Por eso esta devoción, que en los siglos precedentes era propia solamente de
algunas almas muy elevadas y finas: de una Santa Gertrudis, madre y maestra de los
místicos de la edad media, de una Santa Matilde, de una Santa María Magdalena de
Pazzis, etc., quiere Nuestro Señor que sea hoy propiedad de todo el mundo y entre en el
pueblo cristiano a banderas desplegadas, para mostrar a las claras que desea hacer más
frecuentes las delicadas labores de la perfección elevada y superior.

50
(1) Vida y Obras, ed. 3., t. II, part. 2ª, cart. 132, pág. 255, ed. frc.
(2) Idem, cart. 141, pág. 623

La idea de progreso

Lo que acabamos de afirmar parece por otra parte muy conforme a la razón.
Efectivamente, vemos que en el mundo, por lo general, las cosas se desarrollan
gradualmente; así una planta empieza por el germen, sigue el tallo y de este modo
continúa progresando hasta hacerse árbol perfecto. Lo propio que en la naturaleza se
observa en las ciencias, en las artes, en la industria, en el comercio y en general en las
obras de los hombres. ¡Qué diferencia, v. g. entre el viajar de hoy y el de los tiempos
pasados! La misma ley rige en la Iglesia católica, por lo menos en gran parte, como lo
había dicho Nuestro Señor Jesucristo, al compararla con el grano de mostaza, la espiga
de trigo, etc. Así vemos que no sólo en el número de miembros, sino en la claridad y
precisión de sus doctrinas, en la perfección de su legislación, en su gobierno, en su
liturgia, etc., se perfecciona por grados. Ahora bien, sería una anomalía extraña que en
todo generalmente se viese esa ley del progreso, excepto en la manera de santificarse los
hombres; anomalía tanto más rara, cuanto que así el mundo en general, como la Iglesia
en particular no tienen más fin en el plan divino que la salvación y santificación de los
hombres; de donde resultaría el hecho desconcertante de adelantar cada día en lo
secundario, y en lo principal hallarnos eternamente estancados. Esto supuesto,
pensamos que quien haya leído con atención lo que llevamos escrito, no podrá menos de
sentirse impulsado, de modo irresistible, a pensar que la devoción al Corazón de Jesús
lleva consigo un gran paso en la evolución y desarrollo de la manera de levantarse las
almas a las cumbres de la perfección cristiana. Y como quiera que el Señor ha puesto,
según parece, un cierto paralelismo entre lo externo y lo interno, para que por lo uno
venga más fácilmente en conocimiento de lo otro, según idea de Santo Tomás de
Aquino, puede observar el lector, cómo la devoción al Corazón de Jesús tiene los
mismos caracteres que los progresos modernos en general, v. g.: medios de viajar,
industrias, etc., etc.; es a saber: rapidez, suavidad, eficacia, economía. No sé - dice Santa
Margarita - que haya ningún ejercicio de devoción en la vida espiritual, que sea más a
propósito para levantar un alma en poco tiempo a la perfección más alta y para hacerle
gustar las verdaderas dulzuras que se hallan en el servicio de Jesucristo (como la
devoción al Corazón de Jesús). Bien claras aparecen las dos notas: rapidez:
-«rápidamente a gran perfección»,- y suavidad: - «y para hacerle gustar las dulzuras»,
etc.

Un fenómeno de muchas esperanzas

Aquí en parte se halla también la razón de otro fenómeno, y es que en las grandes
ciudades, en don de el mundo moderno está más adelantado, entienden mejor las almas
la devoción al Sagrado Corazón en todo su alcance, la abrazan más prontamente, la
practican más de lleno y la conservan con mayor tenacidad, a pesar de que en
semejantes centros se respira un ambiente más mundano. Esto es de mucho consuelo,
porque parece indicar que cuanto el mundo más avance, más preparará a los hombres
para el Corazón Divino; que aunque el mundo es enemigo de Cristo, hiere con espada
de dos filos: con el uno hiere a Él, porque pierde a muchas almas; mas con el otro hiere
a sí, porque prepara a no pocas para el reinado completo del Corazón de Jesús. Por eso

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esta devoción irá de bien en mejor con el correr de los siglos, porque hallará cada vez el
terreno más dispuesto; y por eso en parte también ha ido penetrando e insinuándose en
el mundo lentamente, mas con paso progresivo, como puede ver cualquiera que estudie
un poco su evolución en la historia. Y es que según el mundo iba creciendo el Divino
Corazón se iba descubriendo más, porque lo encontraba más dispuesto a recibir sus
ideas. Causa de ello puede ser el que esta devoción divina lleva a las almas por amor y
tal sistema es muy bueno para personas mayores, y cuanto el hombre es más hombre,
más fino, más de verdad culto y perfecto, tanto es más acomodado para llevarle por la
vía de la bondad; en cambio, si con los niños y gente poco civilizada no se mezcla
juntamente el sistema del temor, se va a un fracaso seguro, como vemos por desgracia
cada día. Por eso esta devoción no podía descubrirse por completo a un mundo niño,
sino poco a poco al paso que iba haciéndose mayor; y cuanto más continúe
desarrollándose, más dispuesto se hallará para la devoción al Corazón de Jesús. De esta
manera, así como nosotros estamos más preparados que nuestros antepasados, y por eso
reina más entre nosotros el Divino Corazón, del mismo modo las gentes que han de
venir lo estarán más que las de hoy, y por tanto ese reinado será entonces más dilatado y
profundo de lo que es en nuestros tiempos.

Capítulo III

EL REINO DEL CORAZÓN DE JESÚS

SUMARIO - § I El reino según los amigos del Sagrado Corazón. - Documentos


generales. - Concretando más. - Testimonio del P. Hoyos. - María del Divino Corazón.
§ II - El reino y la Encíclica Miserentissimus. - Importancia de esta devoción. - Reino
del Corazón de Jesús. - Reino universal. - La Misa de Cristo Rey. - § III.- Reino
universal de Cristo en la S. Escritura. - S. Pablo. - Los Patriarcas. - Salmo 71. - Isaías. -
Daniel. - § IV.- Conclusión. - La Iglesia y la importancia de esta devoción. - Concilios
provinciales. - PP, del Concilio Vaticano.

§1

EL REINO SEGÚN LOS AMIGOS DEL SAGRADO CORAZÓN

Es éste un punto de los que hacen entrever amplísimos horizontes en esta devoción, y
así vamos a tratarlo con alguna detención. ¿Cuál es el reino del Corazón de Jesús? Para
las personas que colocan este culto en el plano vulgar y ordinario de una devoción de
tantas, como quiera que al presente se halle difundido por la Iglesia tanto o más que las
otras devociones, claro es que ya estamos en el reino.
Pero si flaquea la premisa o base del argumento, evidentemente que también ha de
flaquear la conclusión.
Siguiendo el método que tomamos al principio, vamos a ver por lo pronto qué han
sentido, acerca del punto que nos ocupa, los grandes amigos del Divino Corazón.

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Documentos generales

Desde luego se ofrece que, si esta devoción de hecho es una como nueva redención, un
último esfuerzo del amor de Dios para con los hombres, uno de los mayores negocios
que se han tratado en la tierra lo que ha que el mundo es mundo, un no sé qué poderoso
que renovará nuestra envejecida humanidad, etc., etc., parece que tenemos derecho para
esperar algo más que la difusión de una mera devoción.
Pero además se encuentran otros pasajes que tocan la cuestión directamente.
Ya veremos adelante uno del P. Hoyos, en que dice que esta devoción:
«Será el imán de las almas santas», (1) idea que da bastantemente a entender la
dirección que han de tomar las corrientes de la ascética.
También vimos cómo Santa Margarita decía que Nuestro Señor:
«Quería establecer en todas partes esta sólida devoción, y por medio de ella formarse
una multitud infinita de siervos fieles, de perfectos amigos y de hijos enteramente
agradecidos» (2)
Aquí se insinúa en primer lugar la extensión en superficie: «por todas partes»; y luego
la extensión en profundidad: «siervos fieles, perfectos amigos, hijos enteramente
reconocidos»; lo cual no realiza la devoción al Sagrado Corazón, sino en almas dadas
por completo a El, según diremos después; por consiguiente, se trata de una infinita
muchedumbre de almas entregadas sin reserva al Divino Corazón. Ciertamente las
almas en esta manera dadas no pueden contarse aún por muchedumbre infinita.
Pero estos documentos no son todavía decisivos; otros hay más terminantes,

(1) Uriarte. Vida del P. Bernardo de Hoyos, p. 3ª., c. IV, pág. 277, ed. 2ª
(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, part. 2ª.,cart. 141, pág. 623, ed. frc.

Concretando más

En efecto, ya en la primera revelación principal se afirmaba que el Señor, con esta


redención amorosa, se proponia:
«Substraer a los hombres del imperio de Satanás, el cual (el imperio) pretendia Él
arruinar (lequel il pretendait ruiner), a fin de colocarlos bajo la dulce libertad del
imperio de su amor» (1)
Según eso, el designio de Cristo Nuestro Señor en la devoción al Corazón de Jesús es
arruinar el imperio de Satanás en el mundo.
Lo mismo dice, pero con más precisión, en la carta 118.
«El adorable Corazón de Jesús quiere establecer su reino de amor en todos los
corazones, destruir y arruinar el de Satan. Me parece que de esto tiene tan gran deseo,
que promete grandes recompensas a los que de buena voluntad se aplicaren a ello de
todo corazón, según el poder y las luces que para este fin les diere» (2)
Sobre la idea de arruinar y destruir el reino de Satanás, añade aquí la Santa la de
establecer su reino de amor en todos los corazones. Esto es, pues, lo que pretende el
Señor con la devoción a su Corazón Divino. Pero dirá alguno: es claro que eso desea,
pero ¿lo desea tan eficazmente que de hecho lo lleve a cabo? Para responder recuérdese
aquella idea tan repetida por Santa Margarita:
«Reinará este amable Corazón a pesar de Satanás. Esta palabra me transporta de alegría
y constituye todo mi consuelo» (3)
«En fin, reinará este Divino Corazón a pesar de cuantos a ello quieran oponerse.
Satanás quedará confundido».

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Y así en otros lugares. El Corazón de Jesús reinará, pues; pero por reinar parece obvio y
natural que signifique llevar a efecto lo que con esta santa devoción intenta, realizar los
proyectos que abriga respecto a ella; pero como quiera que éstos sean arruinar y destruir
el reino de Lucifer y establecer en todos los corazones el imperio de su amor, síguese
que habrá de llegar un día en que el imperio de Satán quede arruinado, y establecido en
todos los corazones el imperio del amor al Corazón de Jesús. Entonces si que se verá
bien claro, cómo esta devoción era una nueva redención, un último esfuerzo, etc. Claro
es que no hay que extremar las cosas, y esas frases de todos los corazones pueden
entenderse en el sentido de cierta universalidad moral.

(1) Idem, cart. 133, pág. 568


(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, part. 2ª., cart. 118, pág. 485, ed. frc
(3) Idem, cart. 100, pág. 434

Testimonio del P. Hoyos

Otro indicio de que la pretensión del Sagrado Corazón será un hecho real en el mundo,
aparece en aquel documento del P. Hoyos, que más abajo copiamos:
«El cual - el amor de Cristo - se ha de aumentar grandemente hasta el fin del mundo,
por los maravillosos progresos que ha de ir haciendo sin cesar entre mil oposiciones la
devoción al Corazón adorable de nuestro amable Salvador».
Por consiguiente, esta devoción ha de ir haciendo progresos y progresos maravillosos y
sin cesar y hasta el fin del mundo. Ahora bien, el paso que lleva, sobre todo desde la
consagración de León XIII, es realmente avasallador, como ya el mismo Corazón
Sagrado lo había prometido, si la consagración se hacia; recuérdese el movimiento de
consagración de naciones, provincias, municipios, familias, talleres, fábricas, buques,
etc.; la erección de grandiosos monumentos y de templos nacionales; y otros hechos que
pudiéramos fácilmente enumerar, y que muestran a las claras el auge que de día en día
va tomando este fuego abrasador. Si, pues, la devoción al Corazón de Jesús lleva este
paso, y sin cesar ha de hacer progresos maravillosos, y el mundo dura unos cuantos
siglos más, no parece inverosímil que lo invada por completo el Divino Corazón, sobre
todo, si tiene lugar alguna intervención más enérgica que acelere los acontecimientos,
cosa que pudiera suceder.

María del Divino Corazón

Pero donde el reinado aparece con fulgores verdaderamente espléndidos es en los


escritos de la M. María del Divino Corazón. Recordemos aquel párrafo de su carta a
León XIII:
«La víspera de la Inmaculada Concepción Nuestro Señor diome a conocer que, en
virtud de este nuevo desenvolvimiento que tendrá el culto de su Divino Corazón, hará
resplandecer una nueva luz sobre el mundo entero, y me penetraron el corazón aquellas
palabras de la tercera Misa de Navidad: Quia hodie descendit lux magna super terram.
Parecióme ver interiormente que esta luz, el Corazón de Jesús, este sol adorable,
enviaba sus rayos a la tierra, primero a un espacio reducido y que luego se iban
extendiendo, hasta iluminar el mundo entero, y me dijo: Con el brillo de esa luz los
pueblosyq las naciones serán iluminados y con su ardor reencendidos.
Aquí ya no se habla de pretensiones y designios del Sagrado Corazón, que alguien

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pudiera tomar por deseos condicionados a la libre cooperación de los hombres, sino de
futuros absolutos: hará brillar, iluminará, encenderá, etc. Tampoco se trata de
individuos o país alguno especial, sino del mundo entero, de toda la haz de la tierra, de
los pueblos y naciones sin excepción. Asimismo no es cuestión de una difusión de puros
cultos externos, cual es la devoción que se tiene al presente en muchos sitios, sino de
algo más hondo, transformador de inteligencias y de corazones: «con los rayos de esta
luz los pueblos y las naciones serán iluminados y con su ardor reencendidos; luz, calor,
encendimiento de naciones y de pueblos.
Parecidas ideas se advierten a través de las palabras de Benigna Consolata que más
arriba citamos.
«Es necesario reavivar la devoción a este Corazón, para que el mundo se conmueva de
nuevo. Mi Corazón ha de ser la salvación de todo el mundo» (1)
«Estoy preparando la obra de mi Misericordia; quiero un nuevo resurgimiento de la
sociedad, y quiero que éste sea realizado por el amor» (2)

(1) Revelaciones del Señor a Sor Benigna C. pág. 30, Montevideo 1917
(2) Vida de Sor Benigna C., c. II, pág. 35, ed. 1916, Madrid

§ II

EL REINO Y LA ENCÍCLICA «MISERENTISSIMUS»

El 8 de Mayo de 1928 el Romano Pontífice, Pío XI, publicaba su preciosa Encíclica


sobre el espíritu de reparación en la devoción al Corazón de Jesús, en la cual se
contienen juntamente diversas ideas referentes al punto que nos ocupa.

Importancia de esta devoción

Va diciendo el Pontífice cómo Nuestro Señor Jesucristo ha ido siempre enviando a su


Iglesia nuevos remedios según las nuevas necesidades; y así, corno se entibiase la
caridad en el mundo, «fue propuesta a la veneración de los fieles con un particular culto
la caridad misma de Dios, y descubiertas ampliamente las riquezas de su bondad, por
aquel conjunto de prácticas religiosas con que es honrado el Corazón de Jesús, «en
quien están todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia escondidos» (1) (2).
Compara después al Corazón Divino con el arco iris que apareció a Noé a su salida del
arca; afirma que es como «una bandera de paz y de caridad levantada a las naciones,
anunciadora de una victoria segura en el combate»; vuelve a repetir aquellas solemnes
palabras de León XIII, en que, comparando al Corazón de Jesús con el Lábaro que
apareció a Constantino, augurio y causa de la gloriosa victoria, concluye: «en El (en el
Corazón Divino), omnes collocandae spes, hay que cifrar todas las esperanzas:
a Él hay que pedir, y de Él hay que esperar la salud de los hombres, ex eo hominum
petenda atque exspectanda salas» (3). Repare el lector de paso en el tono de
grandiosidad que usan estos RR. Pontífices al hablar de la devoción al Corazón de
Jesús.
«Y con razón, Venerables Hermanos, - añade Pío XI a continuación de las palabras de
León XIII - ya que en aquella bandera de favorabilísimos presagios, y en aquel modo de
santificación - forma pietatis - que de ella se desprende, ¿no se encierra por ventura la

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síntesis de toda la religión y la norma de la vida más perfecta, puesto que lleva los
entendimientos con mayor expedición al conocimiento completo de Cristo Nuestro
Señor, e inclina las voluntades más eficazmente a amarle con mayor vehemencia y a
imitarle más de cerca? Nadie, pues, se maraville de que a tan excelente culto Nuestros
predecesores hayan defendido sin cesar de las calumnias de sus acusadores, ensalzado
con grandísimos elogios y promovido con amoroso entusiasmo, según las circunstancias
lo han pedido» (4)
¡Qué ideas tan encomiásticas!

(1) Colos. II,3


(2) AAS Vol. XX, pág. 166
(3) AAS. Vol. XX, pág. 167
(4) AAS Vol. XX, pág. 167

Reino del Corazón de Jesús

Ante todo, ha de advertirse que el reinar es propio de la persona, no de un miembro de


su cuerpo. Por consiguiente, cuando hablamos del reinado del Sagrado Corazón, no
consideramos al corazón solitario, sino al objeto de este culto en toda su latitud, es
decir, al corazón, al amor, al interior de Jesús: toda su persona amabilísima, pero bajo
ese aspecto particular de ternura, misericordia y amor; a Jesús todo entero, pero
respirando por todas partes amor; a Jesús todo amor y todo corazón.
Según eso, el reinado del Corazón de Jesús es el reinado de la Persona de Cristo, pero
con ese especial carácter que le da esta devoción; es el reinado de Jesús por el amor; por
el amor de Jesús que se muestra a los hombres en toda su hermosura arrebatadora, y por
el amor sincero, desinteresado, ardiente de los hombres a Jesús,
Esto supuesto, prosigamos en la Encíclica del Papa. Y porque en la edad precedente y
en esta misma en que vivimos, se ha llegado por las maquinaciones de hombres impíos
hasta rechazar el imperio de Cristo Nuestro Señor y declarar la guerra públicamente a la
Iglesia, dando leyes y decretos repugnantes contra el derecho divino y el natural, más
aún, clamando en pública asamblea: «Nolumus hunc regnare super nos», (1) de aquella
consagración, que dijimos, brotaba, por decirlo así, la voz de todos los servidores del
Corazón de Jesús: «Oportet Christum regnare, (2) Adveniat regnum tuum». «Es
necesario que Cristo reine», «venga a nosotros tu reino», con que se oponían de frente
para vindicar su gloria y afirmar sus derechos. De aquí felizmente resultó que todo el
género humano, que por nativo derecho posee como suyo Cristo, que es el único en
quien todas las cosas se instauran, a principios de este siglo, por medio de Nuestro
predecesor de feliz memoria, León XIII, y aplaudiendo todo el orbe, fue consagrado al
mismo Sacratísimo Corazón» (3).
Según el Papa aparecen dos campos en el mundo: el de los impíos que rechazan el
imperio de Cristo y gritan: «no queremos que éste reine sobre nosotros», y el de los
buenos que en contraposición claman: «es necesario que Él reine»: «venga a nosotros tu
reino»; pero, el reino ¿de quién? Para el Pontífice el reino del Corazón de Jesús; por eso
como un mentís a los malos y como un acto eficaz de protesta, él y con él todos los
buenos consagran el mundo al Sagrado Corazón, para con ello reconocer el imperio de
Cristo que los impíos le niegan. Donde se ve que para el Vicario de Cristo, el reino del
Corazón de Jesús es idéntico al reino de Cristo de que habla San Pablo, al reino que
pedimos en la oración dominical y al mismo que los impíos rechazan y que los buenos
desean; o sea, que el reinado del Mesías, al menos en su último desarrollo, tendrá el

56
tinte que le da la devoción al Corazón Divino, o lo que es igual, Cristo quiere reinar por
su Corazón, por su amor.
Pero sigamos con el documento pontificio, que nos irá aclarando más y más estas ideas.
«Nos mismo - continúa el Papa - como ya dijimos en Nuestra Encíclica: Quas primas,
accediendo a los reiterados y ardientes deseos de muchísimos Obispos y fieles, por fin,
con la gracia del Señor, completamos y perfeccionamos aquellos tan faustos y gratos
comienzos, cuando al finalizar el año jubilar instituimos la fiesta de Cristo, Rey
universal, para que solemnemente se celebrase en todo el orbe cristiano». Y un poco
más adelante, añade: «Pero a todos estos oficios, sobre todo, a la tan fructífera
consagración, que ha sido como confirmada por la sagrada solemnidad de Cristo Rey, es
necesario añadir otro, etc.» (4)
Tenemos, pues, que, según Pío XI, el intento que él mismo tuvo al establecer la fiesta de
Cristo Rey, fue completar, llevar a perfección, y como confirmar la consagración del
mundo por León XIII al Corazón de Jesús. La fiesta de Cristo Rey es, por tanto,
complemento, perfección, confirmación de la consagración al Corazón Divino. La cosa,
por otra parte, se explica perfectamente. En efecto, la tendencia de la consagración de
León XIII y de la consagración en general al Corazón de Jesús, es la que el mismo Papa
expresaba en su Encíclica Annam sucrum por estas palabras: «Nosotros,
consagrándonos a El, no solamente reconocemos y aceptamos su imperio abierta y
gustosamente, sino que con la obra testimoniamos que, si eso mismo que ofrecemos
como don en realidad fuese nuestro, con suma voluntad se lo daríamos». Como se ve, al
consagrarnos decimos al Corazón Sagrado: Señor, aunque no fueras Rey nuestro, como
lo eres por mil títulos, con este acto voluntario te declararíamos por tal, poniéndonos en
tus manos para que, como señor y emperador absoluto, hagas y deshagas de nosotros
según tu divino agrado. Por la consagración, pues, del mundo, León XIII en nombre de
la humanidad declaraba y aceptaba de palabra la realeza del Corazón de Jesús; en la
fiesta de Cristo Rey Pío XI sella, con todo ese aparato de culto y solemnidades
litúrgicas, lo que entonces se hizo con una fórmula oral; reconoce, acepta, proclama
aquella realeza en una de las formas más solemnes que suele emplear la Iglesia. Es
claro, pues, que este acto es complemento de aquél. Pero obsérvese cómo nuevamente
aquí va el Papa en el presupuesto en que vimos venía desde el principio, a saber: que el
reino de Cristo y el reino del Corazón de Jesús son una misma cosa, o sea, que Cristo
quiere reinar por su Corazón y su amor. Esta idea se aclara aún más con lo que a
continuación sigue.

(1) Luc. XIX, 14


(2) 1 Cor. XV, 25
(3) AAS Vol. XX, pág. 108
(4) AAS Vol. XX, pág. 168

Reino universal

Después de afirmar el Papa que con la fiesta de Cristo Rey completaba la consagración
del género humano, continúa:
«Y al hacer esto - al instituir dicha solemnidad - no solamente pusimos en plena luz el
supremo imperio de Cristo sobre todas las cosas: sobre la sociedad civil y doméstica y
sobre cada uno de los hombres, sino que también ya entonces saboreamos de antemano
las alegrías de aquel día venturoso en que todo el orbe, de voluntad y con gusto, se
someterá obediente al imperio suavísímo de Cristo Rey (1). Por lo cual ordenamos

57
juntamente que todos los años, al celebrarse la fiesta que establecíamos, se renovase la
misma consagración, a fin de lograr más cierta y copiosamente su fruto, y en caridad
cristiana y conciliación de paz aunar todos los pueblos en el Corazón del Rey de reyes y
Señor de los señores» (2)
En el párrafo citado el Vicario de Jesucristo rotundamente asegura que ha de llegar un
día: saboreamos de antemano las alegrías de aquel día venturoso, un día en que todo el
orbe, de voluntad y con gusto se someterá obediente al imperio suavísimo de Cristo
Rey, un día, pues, en que se halle realizado el reinado universal de Jesucristo en la tierra.
Si, pues, el reino de que habla el Papa fuese el del Corazón de Jesús, tendríamos
afirmado por el R. Pontífice el reinado universal del Sagrado Corazón.
Ahora añadimos que ese reino es, en efecto, el del Corazón Divino. En primer lugar, al
final del párrafo, tornando otra vez el Pontífice a hablar del reino universal futuro, lo
describe con estas palabras: aunar todos los pueblos en el Corazón del Rey de reyes y
Señor de los señores; por donde se ve bien claro que ese reino universal no es otro que
el del Corazón Divino. Además hemos venido observando en toda la Encíclica cómo
para el R. Pontífice el reino de Cristo que pedimos, que deseamos, que esperamos, es
idéntico al del Corazón de Jesús, o que Cristo ha de reinar por su Corazón; luego de éste
mismo se ha de entender igualmente lo que dice en el último pasaje. También es preciso
reparar en que manda el Papa que cada año se renueve en la fiesta de Cristo Rey la
consagración del mundo al Sagrado Corazón, a fin de lograr más copiosamente su fruto,
y aunar todos los pueblos en el Corazón del Rey de reyes; de donde parece que ese reino
universal es un efecto a que tiende la consagración; pero la consagración, como es claro,
apunta al reino precisamente del Corazón de Jesús; luego éste y no otro es el reino de
que trata Pío XI.
Por último, todas las notas con que describe la Encíclica ese reino universal cuadran
admirablemente a un reinado del Divino Corazón. Veámoslas:
Por lo pronto es un reino: universal, así étnica, como territorialmente: «todo el orbe»,
«todos los pueblos»; un reino verdadero, en que se cumplan las leyes de Jesucristo:
«todo el orbe obedecerá a su imperio»; no como ahora, que a veces se dice reina aquí o
reina allá el Corazón de Jesús, y nadie cumple sus divinos mandamientos; un reino de
amor a Cristo, puesto que todo el orbe obedecerá a su imperio gustosa y
voluntariamente», lo que prueba que hay amor y cariño al Rey que manda; un reino de
suavidad: «obedecerá... al suavísimo imperio de Cristo Rey»; un reino de caridad: «en
caridad cristiana; de paz: «en conciliación de paz»; de unión: «aunar todos los pueblos
en conciliación... » etc. No se necesitan muchos conocimientos acerca de la materia,
para notar en seguida la coincidencia entre los caracteres del reino descrito por el
Pontífice y las virtudes que engendra la devoción al Corazón de Jesús cuando de veras
se abraza, y por consiguiente las notas que a su reinado atribuyen Santa Margarita y los
otros confidentes del Sagrado Corazón.

(1) Sed etiam gaudia jam tum filias diei praecepimus auspicatissimi, quo die omnis
orbis libens volens que Christi Regis suavissimae dominationi parebit.
(2) AAS Vol. XX, pág. 168

La Misa de Cristo Rey

Nueva confirmación de lo dicho es el notable relieve que en la Misa de Cristo Rey tiene
la nota de universalidad, suavidad, amor, y paz, propias del reino del Corazón de Jesús;
aunque en la Misa, a diferencia de la Encíclica del Papa, se trata más bien de la

58
universalidad de derecho y en deseo.
Omnipotente y sempiterno Dios, que en tu amado Hijo, Rey universal, quisiste instaurar
todas las cosas: concede benignamente que todas las familias de las gentes, desunidas
por la herida del pecado, se sometan a su suavisimo imperio».
En el Gradual todo es netamente universal: «Dominará de mar a mar, y desde el río
hasta los confines del globo. Y le adorarán todos los reyes de la tierra: todas las gentes
le servirán...» «Y lleva escrito en sus vestiduras y en su muslo: Rey de reyes y Señor de
los señores».
Lo propio aparece en el Ofertorio:
Pídeme, y te daré las gentes por heredad, y como posesión los confines de la tierra».
En la Oración de la Secreta pide la Iglesia:
«Ofrecémoste, Señor, la Hostia de la reconciliación humana: y pedimos nos concedas,
que Jesucristo, tu Hijo y Nuestro Señor, a quien inmolamos en el sacrificio presente,
conceda a todas las gentes el don de la unidad y la paz».
Y en fin, el Prefacio habla con el Padre Celestial y le dice:
Eterno Dios, que a tu Hijo unigénito Nuestro Señor Jesucristo, Sacerdote eterno y Rey
universal, has ungido con óleo de regocijo, para que, ofreciéndose a sí mismo en el ara
de la cruz, como hostia inmaculada y pacífica, llevase a término los misterios de la
redención humana, y, sometidas a su imperio todas las criaturas entregase a tu inmensa
Majestad un reino eterno y universal: reino de verdad y vida; reino de santidad y de
gracia; reino de justicia, amor y paz, justo es que te demos gracias, etc., etc. »
No pueden expresarse más breve y hermosamente, ni los caracteres que atribuyen los
Profetas al imperio del Mesías, ni los que son peculiares del reino del Corazón de Jesús.

§ III

REINO DE CRISTO EN LA SAGRADA ESCRITURA

Las ideas precedentes de Pío XI, respecto a la universalidad del reino del Corazón de
Jesús y a los caracteres que lo han de adornar, no aparecerán extrañas a quien haya
leído, aunque sea someramente, lo que dicen las Sagradas Escrituras - y lo mismo se
diga de los Padres de la Iglesia - acerca del reino de Jesucristo. Si hay idea repetida en
los Libros Santos es la universalidad’ de ese reino. Aduzcamos algunos de sus
innumerables pasajes, pues servirán de consuelo a los amantes del Corazón Divino,
confirmarán las palabras del Pontífice y levantarán el aliento de los espíritus algún tanto
pesimistas.

San Pablo

Bien conocido es aquel trozo de su carta a los Romanos. Parece que estos cristianos
miraban con desprecio a los judíos por su infidelidad al Mesías, mientras se estimaban a
sí propios demasiado, y les escribe el Apóstol: «No quiero, hermanos, que ignoréis este
misterio, para que no seáis arrogantes acerca de vosotros mismos, y es que la ceguedad
ha sobrevenido a parte de Israel, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles, y así
todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sión el Libertador, que quitará la
impiedad de Jacob» (1)
En estas palabras se ve bien clara la universalidad del reino: la entrada en la Iglesia

59
católica de la gentilidad en pleno y de todo el pueblo de Israel.
«Así como el v. 12 - escribe Cornely - con la expresión de plenitud de Israel, en
contraposición a su disminución o reducido número de los que habían recibido la fe, se
designa a la nación israelítica entera, del mismo modo se debe decir que en la locución:
plenitud de las gentes, queda significada la universalidad de las gentes o todas las
naciones gentiles, en oposición al número de individuos que de varias naciones del
gentilismo habían entrado en la Iglesia en los tiempos apostólicos» (2)
Otra idea apunta el Apóstol en este mismo capitulo muy consoladora:
«Y si el pecado de ellos (de los judíos) ha sido riqueza del mundo, y el menoscabo de
ellos riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plenitud?» (3)
«Porque si la exclusión de ellos es la reconciliación del mundo, ¿qué será su recepción,
sino vida de los muertos?» (4)
De estas palabras se deduce que la conversión de Israel como nación ha de servir al
mundo de «suma utilidad y dicha» por los «bienes eximios» que con este acaecimiento
han de venir, como dice muy bien Cornely. En qué consistan estos bienes disputan los
comentaristas, pero todos convienen que han de ser cosas grandes.

(1) Ad Rom. XI, 25, 26


(2) Cornely in Epist. ad Rom. pág. 613, ed. 1896
(3) Epist. cd Rom. XI, 12
(4) Idem, 15

Los Patriarcas

Decíamos que esta idea es una de las más repetidas. Ya Cornely, al hablar del texto de
San Pablo, dice que éste no hace sino confirmar los antiguos vaticinios, que suponía
conocidos de sus lectores y en los cuales:
«Se promete - dice - que todas las gentes de la tierra habían de ser benditas en la
descendencia de Abraham (Gen. 2318); que todas las gentes que Dios hizo habían de
venir, le habían de adorar y habían de glorificar su nombre (Ps. 85 9); que el Señor
dominaría de mar a mar, y desde el río hasta los confines del orbe (Ps. 71 8) etc.» (1).
Existe, en efecto, una espléndida cadena de profecías bellísimas, cuyos eslabones van
corriendo a través de todos los libros de la Escritura desde el Génesis hasta el
Apocalipsis.
Pasando por alto las promesas mencionadas de Abraham, Isaac y Jacob, en que se
agotan los vocablos para expresar la universalidad de las gentes: «todas las tribus de la
tierra» Gen. 28, 14); «todas las familias de la tierra» (Gen. 12, 3), «todas las naciones
de la tierra» (Gen. 18, 18), «todas las gentes de la tierra» (Gen. 22, 18), etc., ya en el
mismo paraíso, en los albores del linaje humano, aparece insinuada la idea en aquel:
«ella (o El, el Hijo de la Mujer, «que es Cristo», como dice San Pablo (Gal. 3 16),
aplastará tu cabeza» (Gen. 3, 15), sentencia dirigida por el Señor a Satanás,
personificado en la serpiente, y que, según la opinión de varios comentaristas, se echa
de ver la ruina total o muerte del imperio de Lucifer en el mundo, que había de tener
lugar cuando en el Hijo de Abraham fuesen benditas todas las gentes del globo (2)
Hermosas son a la verdad aquellas expresiones en que el anciano Tobías prorrumpió
proféticamente a la desaparición del Ángel:
«Jerusalén, ciudad de Dios..., brillarás con luz espléndida, y todos los confines de la
tierra prosternaranse ante ti. De lejos vendrán a ti las naciones, y trayendo dones
adorarán en tus muros al Señor, y como un santuario considerarán tu tierra, porque

60
invocarán el gran Nombre en medio de ti». (Tob. 23 ,11, 31, 15)

(1) Cornely in Epist. ad Rom. pág. 614, ed 1896


(2) Véase Hummelauer, in Genes. pág. 364, ed. 1908

Salmo 71

Llenos están de estas ideas los Salmos, sobre todo aquel 71, verdaderamente regio, en
que el Salmista parece que no se harta de repetir esta consoladora verdad.
«Y dominará de mar a mar, desde el Río (el Eufrates o el Jordán) hasta los confines de
la tierra» (v. 8).
« Y le adorarán todos los Reyes de la tierra; todas las gentes le servirán» (v. 11).
« Y serán en él benditas todas las tribus de la tierra y todas las gentes le magnificarán
»(v. 17).
Expresiones parecidas pudiéramos traer de los Salmos, 2, 6,13, 14, 15, 16, 18... 46, 67,
96, 97, 98, etc., etc.

Isaías

Entre los profetas apenas se encontrará uno que no cante la gloria del reinado universal
del Mesías; pero quien en esto se lleva la palma es el grandilocuente Isaías, a quien con
razón pudiérase apellidar el profeta de Cristo Rey.
«Y acontecerá - dice - en lo postrero de los tiempos que el monte de la casa del Señor
(el monte del templo, el centro del reino de Dios, la Iglesia) será firmemente establecido
sobre la cima de los montes (conspicuo y elevado sobre todo lo demás), y será
ensalzado sobre los collados y correrán a él todas las gentes» (1)
«Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos es dado; y el principado sobre sus hombros.
Y llamaráse Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eternal, Príncipe de paz. Lo
dilatado de su imperio y la paz no tendrán término» (9,5).
En el capitulo 60 habla el Profeta con Sión, y le dice entre otras cosas:
«Tus puertas estarán abiertas continuamente; no se cerrarán de día ni de noche, a fin de
dejar entrar en ti la opulencia de las naciones y sus reyes en cortejo» (v. 11).
«Porque pueblo y reino que no te sirvieren perecerán, y serán asolados por completo»
(v. 12).
«Los hijos de los queje oprimieron vendrán a ti inclinada su frente, y los que te
escarnecían se prosternarán a las plantas de tus pies... » (v. 14)
«En cambio de haber sido desechada, aborrecida y de que no había quien por ti pasase
(solitaria), yo te haré el orgullo de los siglos, el gozo de todas las generaciones» (v. 15).
«Y tu pueblo, lodos justos; (2) para siempre heredarán la tierra, ellos, renuevos de mi
plantío, obra de mis manos, para mi gloria. El mínimo será por mil; el menor por nación
fuerte».
Yo, el Señor, en su tiempo yo aceleraré estas cosas (v. 21, 22).

(1) Cap. 2, 2, 3
(2) Tocante a esta abundancia de justicia o santidad, dice el mismo Profeta en el
capítulo XI, hablando del reino mesiánico:
«La tierra esta repleta del conocimiento del Señor, como el fondo de los mares por las
aguas que lo cubren» (v. 9). Conocimiento de Dios es en los Profetas sinónimo de

61
santidad.

Daniel

Muy significativos son los textos de Daniel; veamos uno, a saber: la visión de la famosa
estatua de Nabucodonosor.
Vio en sueños este monarca una estatua grande y terrible, cuya cabeza era de oro, pecho
y brazos de plata, vientre y muslos de bronce, piernas de hierro, pies en parte de hierro y
en parte de arcilla.
Como el mismo Profeta explica largamente, las cinco partes de la estatua significan
cinco imperios sucesivos en el mundo, o mejor dicho, cuatro y el último que se divide
en varios reinos (v. 41).
Estos imperios son partes de una misma estatua. «No son, pues, - como dice muy bien
Knabenbauer - éstos varios imperios que se suceden, sino partes de una sola obra, que el
género humano, el hombre, procura con sus propias fuerzas erigir y establecer contra
Dios. Como en esta obra el hombre se manifiesta, y como que se desenvuelve a sí
mismo, está muy bien representada en la figura de hombre» (1). En una palabra, los
cinco imperios son partes de uno solo, del imperio antidivino, de esa ciudad que se alza
frente a la ciudad de Dios.
El imperio cuarto es el romano, y el quinto lo forman las naciones en las que se dividió,
como salta a la vista con sólo leer el sagrado texto. «Que en el cuarto imperio deba
entenderse el imperio romano es sentencia Ionge communissima de los Padres e
intérpretes católicos... Y esta sentencia debe tenerse» - dice Knabenbauer – (2) . Ahora
veamos el texto:
«Estabas mirando, hasta que una piedra se desgajó, no por mano alguna, e hirió la
estatua en sus pies de hierro y de arcilla, y los desmenuzó. Entonces fue desmenuzado al
mismo tiempo el hierro, la arcilla, el bronce, la plata y el oro, y se tornaron como el
tamo de las eras en verano, y llevóselos el viento, y no quedó ya nunca rastro de ellos.
Mas la piedra que hirió a la estatua se convirtió en un gran monte, que hinchió toda la
tierra» (v. 33 - 35).
Esta piedra y este monte es el reino de Cristo, como el mismo Daniel lo afirma
explicando la parábola.
«Y en los días de estos reyes levantará el Dios del cielo un reino que nunca jamás será
destruido; y no será entregado a otro pueblo este reino, el cual desmenuzará y
consumirá todos estos reinos, y di permanecerá para siempre» (v. 44).
Según se ha podido ver, la piedra desgajada cayó sobre el quinto imperio, formado por
el conjunto de reinos, en que el cuarto se dividió; y lo desmenuzó, y como él era la
herencia o la resultante de todos los anteriores, por el hecho de quedar él destruido
quedólo la estatua íntegra, o sea, todo el poder anticristiano. Y su ruina fue absoluta: fue
reducido a polvo, al tamo de las eras en verano, que el viento levanta y disipa. Ni sólo
fue aniquilación completa, sino eterna, de manera que jamás habrá de dominar en el
mundo otro imperio anticristiano. En cambio, la piedra que se hizo monte, el reino de
Cristo, ocupó, llenó toda la tierra. Verdaderamente no puede expresarse con más vigor
y claridad la destrucción del poder anticristiano y la universalidad del reino de
Jesucristo. ¡Qué luz derrama este pasaje sobre aquella expresión de Santa Margarita:
«Arruinar y destruir el reino de Satanás, y establecer en lodos los corazones el imperio
de su amor»!
Como aquí presenta Daniel los imperios anticristianos bajo el símbolo de partes de una
estatua, en el capítulo VII los ofrece bajo la forma de bestias; pero siempre el resultado

62
es idéntico: la aniquilación de ellas, mientras al Hijo del Hombre le fue dado: «el
señorío, la gloria y el reino; y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron; su
dominación es eterna y no pasará, y su reino nunca será destruido» (v. 13). O como dice
unos versículos después: «Y el reino y el señorío y la grandeza de los reinos, que están
debajo de todo el cielo, serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo (a los
justos), y todos los reyes le servirán y le adorarán» (v. 27).
«Todos los reinos y todos los señoríos - anota aquí Knabenbauer - se someterán a aquel
reino que Dios constituyó en su pueblo... Entonces la iglesia reinará en todo el orbe, y
de israelitas y gentiles se formará un solo rebaño con un solo pastor» (3)
Por estos pasajes de los Libros inspirados, que no son sino unos pocos de los
muchísimos que podríamos aducir, se ve la grande extensión que, según la Escritura, ha
de tener el reino de Jesucristo. Y lo que hemos hecho respecto de la extensión,
podríamos hacer acerca de los otros caracteres con que Pío XI describe el reino antes
mencionado; pues con notas iguales o parecidas presentan las Sagradas Escrituras el
imperio del Mesías; mas tal investigación agrandaría demasiado el volumen de este
libro.

(1) Knabenbauer, In Dan., 2º, pág. 90, ed. 1891


(2) Idem
(3) In Dan. pág. 202

§ IV

CONCLUSIÓN: LA IGLESIA Y LA IMPORTANCIA DE ESTA DEVOCIÓN

Sería un trabajo muy útil, y que produciría honda impresión en el ánimo, ir examinando
despacio cuanto los prelados de la Iglesia, tanto en sus pastorales cada uno, como
reunidos en Concilios provinciales o generales, han enseñado a los fieles acerca de la
trascendencia de esta devoción divina; mas ya que ello no es posible, no queremos
cerrar la primera parte sin ofrecer al lector al menos algunos trozos del precioso
mineral, como muestra de lo que encierra la mina.

Concilios provinciales

Concilio de Oregón. - Véase cómo se expresaba en 1848: «A todos los presbíteros de


esta Provincia recomendamos encarecidamente aquella dulcísíma y saludabilísima
devoción del Sacratísimo Corazón de Jesús, que nuestro Dios piadosísimo, conmovido
de las humanas miserias, ha manifestado en estos últimos tiempos, como fuente celestial
de la que nos será fácil recoger agua saludabilísima, no sólo para nosotros, sino también
para las almas puestas a nuestro cuidado. Por lo cual cada uno, no solamente procure
fomentar en sí esta devoción, sino que se esfuerce por insinuarla y desarrollarla en otros
opportune et importune, echando mano de cualquier ocasión que se presente; y cada
cual se persuada de que cuanto más fervoroso se mostrare en esta devoción, tanto
mayor será el fruto que sacará del sagrado ministerio» (1) No puede dar - se
exhortación más apremiante y sentida.
Concilio de Aviñón. – Un año después, 1849, exclamaban los Padres de este sínodo:
«Entre los cultos que debe tributar la piedad cristiana a nuestro santísimo Redentor y

63
Salvador, ninguno puede ser a Cristo más agradable, más útil a la Iglesia, más fecundo
en derramar sobre los hombres gracias y riquezas espirituales, que el rendido al
santísimo Corazón del Salvador» (2)
Después de afirmación tan rotunda y encomiástica enumera las razones que tenemos
para honrar al Corazón de Jesús, y añade:
«En este Corazón está el tesoro inexhausto de la misericordia, la fuente perenne de la
gracia, la plenitud de los bienes todos que se han de derramar sobre nosotros, de la luz
con que debemos ser ilustrados, de las fuerzas con que podamos caminar a Dios y a la
salvación, vencer todos nuestros enemigos, superar los peligros, conculcar al mundo y
al diablo, y hacernos más poderosos que todas las impugnaciones. Por tanto,
exhortamos a los párrocos que enseñen a los fieles todo cuanto pertenece a este culto y
los muevan a practicarlo» (3)
El Concilio de Albi. - Al consagrar la Provincia eclesiástica al Corazón de Jesús en
1850, afirmaba: «Su culto es lo mejor que conocemos para inflamar en fuego de amor
divino aun los corazones obstinados» (4). ¡Magnífica confesión!
El Concilio de Lyón. - Poco antes de disolver - se escribía en el mismo año 1850: «Y a
fin de que el presente Concilio sea como un monumento a este excelentísimo culto, y
una incitación perenne para extender esta devoción eximía, los Obispos, antes de partir
de la Asamblea, movidos por el mismo afecto de piedad, dedican y consagran
solemnemente la grey a ellos confiada y toda la provincia eclesiástica de Lyón al
Corazón amantísimo de Jesús» (5)
Culto excelentísimo, devoción eximía, llama el Concilio a la del Corazón Divino.
Todo el episcopado alemán. - En la carta en que pedía en 1871 a Pío IX que elevase la
fiesta del Corazón de Jesús a doble de primera clase, se expresaba en estos términos:
«Esperan con mucha confianza de la reconocida clemencia de Tu Santidad que será bien
recibida nuestra humilde petición...
.Robustece nuestra confianza el tiempo en que vivimos, que es tormentoso; porque entre
tantos peligros y revoluciones civiles con que se agitan los pueblos y se estremecen los
reinos, cuando en ninguna parte se descubre un puerto firme de paz, entendemos al fin
que allí hemos de buscar segurísimo refugio, en donde Dios por don singular de su
misericordia nos ha querido abrir un asilo en donde hallar remedio seguro de nuestros
males, es decir: en el Santísimo Corazón de Jesús, cuya entrada Él mismo procuró
quedase abierta en su costado, a fin de que en él, como en arca de seguridad y
salvación, entrasen todos los que no quieren perecer en un mar lleno de escollos.
Robustece asimismo nuestra esperanza innumerables actos de Tu Autoridad suprema,
en los cuales has mostrado como con el dedo al Sacratísimo Corazón de Jesús, a la
manera de puerto de salvación guarnecidisimo para los fieles que zozobran en este mar,
todo lleno de bajíos» (6)

(1) Nilles. De rationibus festorum, SS. Cord. 1, s., pág. 198


(2) Nilles. De ratíonibus festortirn, SS. Cord. 1, s., pág. 198
(3) Idem, L. III, P. 1, pág. 316
(4) Idem,pág. 217
(5) Nilles. De rationibus festortun, SS. Cord. L. III. P. 1, pág. 318
(6) NilIes. De rattonibus festoram, SS. Cord. L. 1. P. 1, pág. 19

Los PP. del Concilio Vaticano

Más autorizado y hermoso es el presente documento. En 1870 y 71 casi todos los

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Obispos, que asistieron al Concilio Vaticano, e innumerable multitud de sacerdotes y
fieles acudieron al Pontífice para que elevase de rito la festividad del Corazón de Jesús.
Vamos a trasladar aquí por lo menos el final de este importante mensaje.
Poco antes viene diciendo que la devoción al Corazón de Jesús, gracias a Dios, se va
difundiendo por el mundo, y luego continúa con estas palabras.
Sin embargo, todavía falta mucho para que de la fuente descubierta en medio de la
Jerusalén nueva hayan manado todos los bienes que de su eficacia divina y de las
promesas a los Santos nos es lícito esperar. Si bien es verdad que entre los fieles se
difunde de día en día el espíritu de gracia y de oración, sin embargo, aún hay muchos,
así entre los heterodoxos como entre los mismos católicos, que no quieren mirar al
Corazón de Aquel a quien atravesaron, y por eso no pueden ser atraídos de su caridad
suavísima. Con objeto de que esto, Beatísimo Padre, suceda más prontamente, y a fin de
que las dolencias de la sociedad humana, que se agravan de día en día, puedan más
prontamente curarse por virtud de este supremo remedio, preparado para ellas por la
divina bondad, los prelados, sacerdotes y piadosos fieles que suscriben, postrados a los
pies de Tu Beatitud, le suplican que se digne elevar la fiesta del Sacratísimo Corazón de
Jesús al supremo rito de la liturgia eclesiástica, y en el día de dicha fiesta, circundada Tu
Beatitud de todos los Padres del Concilio Vaticano, consagre solemnemente a este
amantísimo Corazón la Iglesia universal.
Si Tu Beatitud accede benignamente a nuestros deseos, firmísimamente esperamos,
Santísimo Padre, que las bendiciones del Corazón de Jesús han de descender con
abundancia, lo mismo sobre este santo Concilio, que sobre la Iglesia toda. Pues cuantos
aman a Cristo, al aproximarse más a su Corazón, que es el centro vivo de la unidad de
la Iglesia, despreciadas todas las causas de división, no ambicionarán otra cosa que lo
que El mismo ardientemente desea, a saber: que todos en Él sean uno, como Él es uno
con su Padre; y si en los corazones cristianos se enciende más ardientemente aquel
divino fuego que vino a derramar en la tierra desde lo íntimo de su Corazón, su benéfico
calor se difundirá hasta aquellos que caminan en las sombras de la muerte, y les dará
nueva vida»(1)

(1) Nilles. De ralionibus festorum, SS. Cord. L. 1, P. 1, pág. 189 - 191

Pío XII

En la Encíclica: «Haurietis Aquas» de 15 de Mayo de 1956 dice el Romano Pontífice:


«... Es imposible enumerar los bienes celestiales que el culto tributado al Santísimo
Corazón de Jesús derrama en las almas de los fieles, purificándolos, aliviándolos con
sus consuelos sobrenaturales, y animándolos a alcanzar todas las virtudes.
Por eso, Nos, al acordarnos de las sabias palabras del Apóstol Santiago: «toda dádiva
preciosa y todo don perfecto viene de arriba, desciende del Padre de las luces», (1)
vemos con toda razón en este culto, que cada día se enciende y extiende más por todo el
mundo, el don inestimable que el Verbo encarnado, Nuestro Divino Salvador, único
Mediador de la gracia y la verdad entre el Padre celestial y el género humano, ha
concedido a la Iglesia, su mística Esposa, en estos últimos siglos en los que ella ha
tenido que soportar tantos trabajos y dificultades.
Más adelante añade: «Aunque la Iglesia siempre ha estimado y estima en gran manera el
culto al Sacratísimo Corazón de Jesús, tanto que procura defenderlo por todas partes
entre el pueblo cristiano y fomentarlo por todos los medios posibles, a la vez que trabaja
con todo empeño por defenderlo contra el Naturalismo y el Sentimentalismo, sin

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embargo, es muy doloroso comprobar que, en los tiempos pasados y aun en los actuales,
algunos cristianos no tienen este culto nobilísimo en el honor y estima debidos;
conducta que se da, a veces, en los que hacen profesión de catolicidad y de deseos de
perfección».
Poco después prosigue: «No faltan quienes, confundiendo o equiparando la naturaleza
genuina de este culto con las diversas formas peculiares de piedad, que la Iglesia
aprueba y fomenta, pero no prescribe, lo tienen como un aditamento más que cada uno
puede practicar a su elección; y también hay quienes juzgan de este culto que es oneroso
y aun de poca o ninguna utilidad, en especial para los que luchan por el Reino de Dios
con la sola mira de consagrar sus energías, sus iniciativas y su tiempo a la defensa de la
verdad católica, a enseñarla y propagarla, a inculcar la doctrina social cristiana y a
fomentar las prácticas y obras religiosas que piensan ser mucho más necesarias en la
hora presente.
Hay por fin quienes creen que, lejos de ser este culto un poderoso medio para infundir y
renovar las costumbres cristianas en la vida de los individuos y de las familias, es más
bien una piedad sensiblera, sin pensamientos ni afectos elevados, y por consiguiente,
más propia de mujeres que de hombres instruidos.
Y también hay otros que, al ver que este culto pide penitencia, expiación y otras
virtudes, sobre todo, las que se llaman «pasivas» porque no producen frutos externos,
no lo estiman apto para reavivar la piedad de nuestros tiempos que debe más bien
encaminarse abiertamente (dicen ellos) hacia la intensa acción, el triunfo de la fe
católica y la arrojada defensa de las virtudes cristianas; las cuales, como todos saben,
fácilmente se ven hoy contaminadas por las falaces opiniones de los que - al margen de
todo criterio que discierna lo recto y lo falso en la línea del pensamiento y en el modo
de obrar - igualmente se inclinan hacia cualquier forma de religión; y así, se ven las
costumbres lamentablemente inficionadas por los principios del materialismo ateo y del
laicismo».
Después, al final de la Encíclica, dice: «A la vista de tantos males que, hoy más que
nunca, perturban hondamente a los hombres, los hogares, las naciones y el orbe entero,
¿dónde, Venerables Hermanos, hallaremos un remedio eficaz?
¿Se encontrará, acaso, alguna forma de piedad más excelente que el culto augustísimo al
Corazón de Jesús, que esté más en consonancia con la índole peculiar de la fe católica,
que sea más apta para responder a las necesidades actuales de la Iglesia y del género
humano?
¿Qué obsequio puede ofrecer la religión más noble, más suave, más saludable que este
culto, que se dirige por entero a honrar a la misma caridad de Dios? (2)
Finalmente, ¿qué puede haber más eficaz que la caridad de Cristo - la cual se fomenta y
promueve cada día más con la devoción al Corazón de Jesús - para inducir a los
cristianos al cumplimiento de la Ley Evangélica, sin la cual es imposible que se dé entre
los hombres la verdadera paz, como claramente nos avisa el Espíritu Santo con aquellas
palabras:
«La obra de la justicia será la paz»? (3)
Por lo cual, siguiendo el ejemplo de nuestro inmediato predecesor, nos es grato volver a
recordar a todos nuestros hijos en Cristo la exhortación que León XIII de inmortal
memoria, dirigió al terminar el pasado siglo a todos los fieles cristianos y a todos
cuantos sinceramente estaban preocupados por su propia salvación y por la salud de la
sociedad civil:
«Ved hoy, ante vuestros ojos, un nuevo emblema consolador y divino: el Sacratísimo
Corazón de Jesús... que brilla entre llamas con maravilloso fulgor; en Él debemos todos
depositar nuestra esperanza; a El debemos pedir y esperar la salvación de los hombres»

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(4)
Es también nuestro deseo ardentísimo que todos cuantos se glorían del nombre de
cristianos y combaten infatigablemente por establecer el Reino de Cristo en el mundo,
consideren este obsequio de devoción al Corazón de Jesús como bandera y como fuente
de unidad, de salvación y de paz.
No se crea, sin embargo, que este obsequio religioso viene a suprimir otras
manifestaciones de piedad que el pueblo cristiano, bajo el Magisterio de la Iglesia
tributa al Divino Redentor.
Al contrario, una ferviente devoción al Corazón de Jesús favorecerá y acrecentará sobre
todo el culto a la Santísima Cruz y la veneración hacia el Augustísimo Sacramento del
Altar.
Pues, se puede asegurar, en realidad, - como se confirma admirablemente con las
revelaciones de Jesucristo a Santa Gertrudis y a Santa Margarita María - que nadie
llegará a sentir debidamente de Jesucristo Crucificado si no penetrare en los más
íntimos secretos de su Corazón. Ni entenderá fácilmente el ímpetu de amor que impulsó
a Jesucristo a dársenos en alimento espiritual, si no fomenta muy especialmente el culto
al Corazón Eucarístico de Jesús, el cual - en frase de nuestro predecesor de feliz
memoria, León XIII - nos recuerda «el acto de amor supremo con que Nuestro
Redentor, derramando todas las riquezas de su Corazón, a fin de quedarse con nosotros
hasta la consumación de los siglos, instituyó el adorable Sacramento de la Eucaristía»;
(5) pues, «no es pequeña la parte que en la Eucaristía tuvo su Corazón, siendo tan
grande el amor con que nos la dio» (6)
Finalmente, deseando con todo empeño oponer una firme barrera a las impías
maquinaciones de los enemigos de Dios y de la Iglesia, como también hacer volver las
familias y las naciones al amor de Dios y del prójimo, no dudamos en proponer la
devoción al Sagrado Corazón de Jesús como la escuela más eficaz de la caridad divina;
de esa caridad divina sobre la cual es necesario que se cimente el Reino de Dios en el
alma de cada individuo, en los hogares y en las naciones, según lo manifestó sabiamente
nuestro mismo predecesor de piadosa memoria: «El Reino de Cristo recibe su fuerza y
su estructura de la caridad divina, ya que su fundamento y su síntesis consiste en amar
santa y ordenadamente; de aquí fluye por necesidad todo lo demás: el cumplimiento fiel
de las obligaciones, el no perjudicar en nada los derechos ajenos, el estimar las cosas
humanas como inferiores a las celestiales y el anteponer el amor de Dios a todas las
cosas» (7).

(1) Sant. 1, 17
(2) Cfr. Míserentis.simus Redetnptor: AAS 20 (1928) 166
(3) Is. 32, 17
(4) Annam Sacrum: Acta Leonís, 19 (1000) 79; Miserentíssimus Redemptor: AAS 20
(1928) 167
(5) Litt. Apost. qnibus Archisodalitas a Corde Eucharistico Jesu ad S. Ioachim de Urbe
erigitur, 17 de Febrero de 1903: Acta Leonis 22 (1903) 307 s; Cfr. Encicl. Mírae
Caritatis, 22 de Mayo de 1902: Acta Leonis 22 (1903) 116
(6) S. Alberto Magno, De Eacharistia, díst. VI, tr. 1, c. 1: Opera Omnia, ed. Borgnet.
vol. 38, París 1890, p. 358
(7) Tametsi Futura: Acta Leo nis 20 (1900) 303

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PARTE II
Consagración. Primer elemento

Capitulo 1
IMPORTANCIA DE LA CONSAGRACIÓN

SUMARIO. - § 1. - La práctica. - Dos grados. - Segundo grado. - § II. - La consagración


y la Iglesia. - Toda la Iglesia. - § III. - La consagración y Santa Margarita. - (M.
Soudeilles). - Descripción. - Promesas (M. Saumaise). - A su hermano. - A Luis XIV. -
Para todos. - § IV. - La consagración y otros amigos del Corazón Divino. - Los
compañeros de la Santa. - E1 Padre Hoyos y sus compañeros. - María del Divino
Corazón. - Consagración perfecta. - Conclusión.

§1
LA PRÁCTICA

Hemos visto la excelencia de la devoción al Corazón de Jesús; ahora resta averiguar lo


que tenemos que hacer para lograr sus frutos en abundancia. Conocemos la mina;
veamos la manera de explotarla.

Dos grados

En la práctica de la devoción al Corazón Divino hay que distinguir dos grados: el de


práctica parcial, y el de práctica completa. El primero, que es el ordinario y corriente
entre personas piadosas, consiste en ejercitar algunas acciones sueltas de amor o culto al
Divino Corazón muy conocidas ya en la Iglesia; todo esto es cosa laudable, pues,
además del obsequio que se rinde con ello a Nuestro Señor, casi todos esos actos llevan
vinculadas particulares promesas, y de ordinario suelen ser preparación para cosas
ulteriores. Pero no hay que caer en el error de pensar que en esto se halle cifrada toda la
devoción al Corazón de Jesús; no, éste es un grado inferior, la devoción incompleta. Por
consiguiente las grandes promesas, las excelencias magníficas, que en la primera parte
vimos, como quiera que están hechas a la práctica completa, según consta del texto o
contexto mismos, nadie tiene derecho a esperar que se realicen en él con sola la práctica
fragmentaria. Es éste un punto muy digno de que se repare en él, porque de su mala
inteligencia se puede hacer mucho daño a esta devoción divina. Se ven las grandes
promesas; por error o por cualquiera otra causa se supone que toda la práctica consiste
en aquella elemental; se advierte que, después de cumplir todo, las promesas no parece
que se cumplan, y se saca la natural consecuencia de que en esta devoción debe haber
buena dosis de exageración, quizás bien intencionada.

Segundo grado

Debemos decir aquí lo mismo que decíamos al principio respecto de la importancia;


que, si alguien en este mundo ha podido conocer con perfección la práctica llena e

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íntegra y la ha llevado a la obra, han sido aquellas personas que han recibido del cielo la
particular misión de manifestar y enseñar al mundo la devoción del Corazón de Jesús;
por consiguiente, a sus escritos y a su vida hemos de acudir también.
Ante todo se comprende que un asunto, al cual llaman algo así como una redención
segunda, un último esfuerzo del amor de Dios para con los hombres, uno de los mayores
negocios que se han tratado en el mundo, etc., etc., no habrá de venir a reducirse
únicamente al rezo de algún Padrenuestro más en nuestras devociones diarias, a la
colocación de otra imagen entre las muchas que tenemos en nuestras habitaciones, a
unas cuantas comuniones, a alguna función de iglesia, o a cosas por el estilo.
Ciertamente no está en eso, si nos atenemos a lo que dicen los maestros de este arte. Es
preciso darle en la práctica la misma importancia que tiene en la teoría; es preciso que
ocupe en nuestro aprecio intelectual, en nuestra estima afectivas en nuestra vida interior,
en nuestras ocupaciones externas, en todo, aquel lugar preeminente que vimos tenía en
los pensamientos divinos. Es preciso, en una palabra, tomar la devoción al Corazón de
Jesús como ella es: como un sistema acabadísimo de vida espiritual, tan hermoso y
eficaz como no creo que lo haya habido hasta el presente en la Iglesia; un sistema con el
cual, sin necesidad de salir de su campo para nada, puede el hombre llegar, con la
mayor rapidez y suavidad dentro del modo de ser de la vida del espíritu en la
providencia actual, y de las condiciones personales de cada individuo, a la perfección
cristiana y a la santidad elevada.
¿Qué hacer, pues, para ser devoto del Corazón de Jesús en esta segunda forma?
Decimos que lo principal, lo que es como la raíz y el tronco, puestos los cuales, todo lo
demás irá de suyo y fácilmente brotando, puede reducirse según los grandes amigos del
Corazón de Jesús, a la consagración verdadera.

§ II

LA CONSAGRACIÓN Y LA IGLESIA

Que la consagración sea un acto muy principal en la devoción al Corazón de Jesús es


cosa que no se puede negar.

Toda la Iglesia

En primer lugar basta echar una ojeada por la Iglesia, para ver cómo en esta devoción va
siempre la idea de consagración envuelta. Consagración del género humano al Corazón
de Jesús efectuada por León XIII, y mandada renovar todos los años por Pío X y Pío XI;
consagración de las naciones: Ecuador, Colombia, España, Bélgica, Malta, varias otras
Repúblicas americanas, Polonia, etc.; consagración de Provincias, diputaciones y
ayuntamientos; de diócesis y parroquias; de Institutos religiosos, colegios, fábricas,
buques y casas particulares; apenas hay función de Iglesia en obsequio del Corazón
Divino, en que no se haga alguna consagración. Todo este movimiento prueba la
persuasión en que está el mundo católico respecto al lugar preeminente y capital, que en
la práctica de la devoción al Corazón de Jesús ocupa la consagración.
Los que saben la providencia especialísima que sobre la Iglesia tiene el Espíritu Santo,
para que en las cosas de la fe y de la moral no yerres comprenderán el grande valor que

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tiene tan general persuasión de todo el pueblo católico con sus jerarcas supremos a la
cabeza.
Para que nada faltase, Pío XI ha venido a confirmar recientemente esta idea en su
Encíclica «Míserentissimus Redemptor». En ella, después de enumerar diversas
prácticas de culto al Divino Corazón añade:
«Ac ínter cetera illa, quae proprie ad Sacratissimi Cordis Cultum pertinent, pía eminet
ac memoranda est consecratío»... «Pero entre las otras prácticas, que propiamente
pertenecen al culto del Corazón Sacratísimo, sobresale la consagración piadosa... y de
ella debemos hacer mención» (1)
En seguida expone sumariamente el proceso de este acto, desde que por el Corazón de
Jesús fue pedido a su sierva Margarita, hasta la consagración más solemne, cual fue la
consagración del orbe llevada a cabo por el Papa León XIII.

(1) AAS

§ III

LA CONSAGRACIÓN Y SANTA MARGARITA

Comenzamos por ella a causa de ser la fuente más copiosa y más completa que en este
punto tenemos; pero ya antes de esta Santa aparece la idea de consagración al Corazón
de Jesús con sus palabras formales.
Así, v. g., San Juan Eudes, entre otros muchos pasajes, dice en unas letanías a los SS.
Corazones, que se recitaban en el coro dos veces cada día en todas las casas de su
Instituto desde el año mismo de su fundación (1643): «Te ofrecemos, donamos,
consagramos, inmolamos nuestro corazón. Recíbelo y poséelo todo entero; purifícalo,
ilumínalo, santifícalo, para que en él vivas y reines ahora y siempre por los siglos de los
siglos. Amén» (1)
Este pasaje de San Juan Eudes está inspirado en Santa Gertrudis, en la cual ya se
muestra la idea de consagración. Lo propio se diga de Santa Matilde, algunas de cuyas
devotísimas oraciones al Corazón de Jesús son realmente consagraciones; v. g.: «Te
ofrezco todos mis trabajos y sudores; te dedico todas mis angustias y miserias; te
encomiendo mi vida y el fin de ella», etc. (2). Y lo más curioso es que estas ideas parece
que habían pasado a la devoción popular, pues, en un devocionario del siglo XV,
escrito en alemán, y titulado: «Al dulce Corazón de Jesús», aparece repetidas veces la
entrega de todo al Corazón sacrosanto.
Pero volvamos a Santa Margarita. Habla muchísimo acerca de esta materia. Vamos a
insertar al principio algunos pasajes largos, porque como después hemos de citar no
pocas veces frases sueltas de algunos de estos lugares, nos ha parecido más leal que el
lector pueda ver un poco más el contexto, para examinar, si quiere, la fuerza de las ideas
aducidas; y a fin de no repetirlos cada vez, hemos creído conveniente ponerlos sólo al
principio. Además procuraremos que los trozos sean de los más instructivos.
Como alguien pudiera, quizá, pensar que la consagración perfecta no es para todas las
personas, hemos de intento escogido cartas dirigidas a religiosas, religiosos, sacerdotes
y casados.

(1) Doré. Le Sacré Coeur de Jésus. Son amour, cap. VIII, pág. 464, París, 1909
(2) Nilles. De rationibus festorum, SS. Cord. L. III. P. 1, pág. 220

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Descripción. (M. Soudeilles)

Y viniendo ya a V. caridad, le diré sencillamente, como a una verdadera amiga en el


adorable Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, que cuando pido por V. me viene este
pensamiento: que sí desea vivir toda para Él y llegar a la perfección que de V. pide, es
preciso hacer a su Sagrado Corazón un entero sacrificio de si misma y de todo cuanto
de sí depende, sin reserva, para no querer ya nada sino por la voluntad de este amable
Corazón, nada desear sino por sus deseos, no obrar sino por sus luces, ni emprender
jamás cosa alguna sin antes pedirle su consejo y su socorro; darle la gloria de todo y
rendirle acciones de gracias así en el buen como en el mal resultado de nuestras
empresas; quedar siempre tranquilas, sin inquietarnos por nada; pues si este Divino
Corazón está contento (y es) amado y glorificado eso nos debe bastar. Y si desea ser del
número de sus amigos, le ofrecerá este sacrificio de sí misma un Primer Viernes de mes
después de la comunión, que con esta intención recibirá, consagrándose toda a Él, para
darle y procurarle todo el amor, el honor y la gloria que en su mano estuviere, y todo
ello en la manera que El le inspire. Después de lo cual no debe ya mirarse sino como
pertenecíente y dependiente del adorable Corazón de Nuestro Señor Jesucristo; recurrirá
a Él en todas sus necesidades, establecerá en Él su morada en cuanto le sea posible, y
El reparará todo lo que pudiere haber de imperfecto en sus acciones y santificará las
buenas, si V. se une en todo a sus designios, que son grandes sobre V. para pro curarse
mucha gloría por su medio con tal que le deje V. hacer» (1)
Aquí tiene el lector una buena descripción, si bien no en absoluto completa, de la
consagración al Corazón de Jesús; en ella habrá podido observar aquellas primeras
frases: «si quiere V. vivir toda para Él y llegar a la perfección que desea de ... . »«Si
desea ser del número de sus amigos, es preciso etc.»; manera de hablar que muestra la
necesidad de este acto para entrar en la amistad especial del Corazón de Jesús, y recibir
de lleno las gracias particulares vinculadas a su culto.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, part. 2.8, cart. 28, pág. 279, ed. frc.

Promesas. (M. Saumaise, etc.)

A la M. de Saumaise escribía la Santa el 24 de Agosto de 1685, y tocante a la


consagración le decía:
«Vea, mi querida Madre, una ideita que mi corazón, que tiernamente la ama, deposita de
paso en el secreto del suyo. Le diré con sencillez que me parece haría V. una cosa muy
agradable a Dios, st se consagrase y se sacrificase a este Sagrado Corazón, caso de
que no lo haya hecho aún».
«Es necesario comulgar un Primer Viernes de mes, y después de la santa comunión
hacerle el sacrificio de sí misma, consagrándole todo su ser, para emplearse en su
servicio y procurarle toda la gloria, amor y alabanza que estuviere en su mano. Vea, mi
buena Madre, una cosa que pienso pide el Divino Corazón para perfeccionar y
consumar la obra de la santificación de V.» (1)
A la M. de Soudeilles, Superiora de Moulins, le envía dos imágenes del Corazón de
Jesús: una grande y otra pequeña, y le dice:
«La pequeña podrá V. llevarla consigo con esta breve consagración que me tomo la
libertad de enviarle, confesándole, mi querida madre, que se necesita amarla tanto como

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yo la amo, y estar tan persuadida de sus bondades como yo lo estoy, para proceder de
este modo con V. Pero no puedo dejar de hacerlo por la idea que tengo, de que este
Divino Corazón quiere ser el dueño absoluto del de V, a fin de que le haga honrar,
amar y glorificar en su Comunidad... »
«Además, le confieso no poder creer que las personas consagradas a este Sagrado
Corazón perezcan, ni que caigan bajo la dominación de Satanás por el pecado mortal;
quiero decir, si, después de estar dadas por completo a El, procuran amarle, honrarle y
glorificarle, según toda su posibilidad, y se conforman en todo con sus santas máximas.
No puede V. imaginarse los buenos efectos que esto produce en las a/mas que tienen la
dicha de conocerlo por medio de este santo varón (2), que estaba todo dedicado a Él, y
no respiraba sino para hacerle amar, honrar y glorificar. También pienso que esto es lo
que le ha elevado a una perfección tan alta en tan poco tiempo» (3)

(1) Vida y Obras, ed. 3ª , t II , part. 2ª., cart. 36, pág. 297, ed. frc.
(2) El B. P. de La Colombiére
(3) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 53, pág. 328, ed. frc.

A su hermano

Había enfermado gravemente un hermano de la Santa, párroco, y ella, interesada por su


salud, pidió al Corazón Divino se la concediese, y en cambio prometía, en nombre del
enfermo, con su permiso presunto, que los años de vida que le restasen los emplearía en
trabajar por difundir este culto. Mejoró, y entonces su santa hermana diole cuenta de lo
hecho, y llegando a explicarle en qué consistia ser del Corazón de Jesús, no viene a
proponerle otra cosa que la consagración personal.
«Creo - le escribe - haberos hablado ya de esta devoción, que se ha establecido muy
recientemente; mas como no me habéis contestado, no sé si os agradará lo que os dije.
Mas paréceme que no hay camino más corto para llegar a la perfección que estar todo
consagrado a este Corazón Divino, para tributarle todos los homenajes de amor, de
honor y de alabanza de que seamos capaces. Esto es a lo que yo os he comprometido
ahora» (1)
Todo ello he prometido - dice un poco antes - al Corazón de Jesús por vos, en el caso de
que tengáis a bien dar vuestro consentimiento; y que os consagraréis todo a este
Corazón adorable, para darle y procurarle cuanto amor, honor y gloria estuviere en
vuestra mano, así por vos mismo, como por aquellos que se hallen a vuestro cargo» (2)
Como se ve nuevamente, para la Santa la práctica de la devoción al Corazón de Jesús, a
que se hallan vinculadas todas aquellas promesas de rápida santificación personal, de
que hablábamos, viene a reducirse a la consagración verdadera.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, cart. 59, pág. 343, ed. frc.
(2) Idem

A Luis XIV

Haz saber al hijo primogénito de mi Sagrado Corazón que, como su nacimiento


temporal ha sido obtenido por la devoción a los méritos de mi santa infancia, de la
misma manera, él obtendrá su nacimiento de gracia y de gloria eterna, si hace una
consagración de sí mismo a mi Corazón adorable, el cual quiere triunfar del suyo, y

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mediante él de los corazones de los grandes de la tierra. Quiere reinar en su palacio, ser
pintado en sus banderas y grabado en sus armas, para hacerlas victoriosas de todos sus
enemigos, humillar a sus pies esas cabezas orgullosas y soberbias, y hacerle triunfar de
todos los enemigos de la santa Iglesia» (1).
Lo que propone aquí Santa Margarita al monarca francés es lisamente la consagración
completa; y, sin embargo, es sabido que Luis XIV no era ningún alma pía; de donde se
ve que la entrega al Divino Corazón no es solamente para personas dedicadas ya al
Señor.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, cart. 100, pág. 436

Para todos

Habla al P. Croiset de los deseos que tiene el Corazón de Jesús de ser conocido, y
añade:
«Pero me da a conocer ser este deseo tan excesivo que a todos aquellos que se
consagraren y sacrificaren a Él para darle este placer, (a saber) de tributarle y
procurarle todo el amor y la gloria que estuviere en su mano, siguiendo los medios que
El les proporcione para ello, El promete no dejarlos perecer en modo alguno, ser para
ellos un asilo seguro contra todas las emboscadas de sus enemigos, ya la hora de la
muerte, sobre todo, recibirlos amorosamente; además pondrá su salvación en seguro, y
tomará el cuidado de santificarlos y hacerlos grandes delante de su Padre Eterno tanto,
cuanto trabajo se tomaren por extender el reino de su amor en los corazones» (1)
Toda la práctica de esta devoción viene, pues, a reducirse a la consagración íntegra, a la
cual se vinculan hermosísimas promesas; ella además es propuesta a todo el mundo, sin
exceptuar a nadie, ni a nadie en particular ceñirse.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 131, pág. 528, ed. frc.

§ IV

LA CONSAGRACIÓN Y OTROS AMIGOS DEL CORAZON DIVINO

Los compañeros de la Santa

B. La Colombiere. - Este camino han seguido después todos los grandes amigos del
Corazón de Jesús. Así, p. ej., lo podemos observar en el B. P. de La Colombiére.
En efecto, el 16 de Junio de 1675 recibía Santa Margarita la tercera de las grandes
revelaciones del Sagrado Corazón, en la cual Este le decía entre otras cosas:
«Dirígete a mi siervo el P. de La Colombiére, y dile de mi parte que haga cuanto le sea
posible por establecer esta devoción y dar ese placer a mi Corazón. Que no se desanime
por las dificultades que en ello ha de encontrar, porque ésas no faltarán; pero debe saber
que es omnipotente aquel que desconfía enteramente de sí mismo, para fiarse
únicamente de Mí» (1)
Esto acaecía, como dijimos el 16 de Junio; pues bien, el 21 del mismo mes (2), viernes
después de la octava del Corpus, día en que el Sagrado Corazón quería se celebrase su
fiesta, el P. La Colombiére, deseando «aplicarse en seguida - como escriben las

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Contemporáneas - al ministerio que Dios acababa de confiarle, y para desempeñarlo
sólida y perfectamente quiso comenzar por sí mismo. Se consagró, pues, enteramente al
Sagrado Corazón de Jesús, y le ofreció todo cuanto él creyó en sí capaz de honrarle y de
agradarle» (3)
Y cuán de veras lo hizo, él mismo lo refiere en sus Retiros:
«Me he impuesto - escribe - como una le el pro curar por cuantas vías sean posibles la
ejecución de lo que me fue prescrito de parte de mi adorable Salvador... He conocido
que Dios quería le sirviese en procurar el cumplimiento de sus deseos, tocante a la
devoción que ha sugerido a una persona a quien se comunica muy confidencialmente, y
para la cual se ha querido valer de mi flaqueza. Ya la he inspirado a bastantes personas
en Inglaterra y he escrito a Francia... ¡Que no pueda yo, Señor, estar en todas partes y
publicar lo que esperáis de vuestros servidores y amigos!» (4).
Como se ve, el P. La Colombiére apenas le constó con claridad la voluntad del Corazón
de Jesús, abrazó resueltamente su devoción, y el primer paso que dio fue consagrarse
por completo.
Igual camino siguió aquella otra alma apóstol, Madre María Francisca Saumaise, que,
desde el retiro del claustro y sin que apenas pudiese nadie advertirlo, trabajó
incansablemente.
«Antes de poner manos a la obra - escribe el P. Yenveux - quiso hacer una
consagración especial de sí misma al Sagrado Corazón. Este es, ciertamente, el primer
acto que el Divino Corazón exige a sus apóstoles» (5)
Al P. Croiset ya vimos cómo exigía Santa Margarita la consagración el día que ofreciese
su primera Misa, y sin duda así lo hizo; de hecho se conserva su fórmula, que es muy
hermosa por cierto y en parte está tomada de la de Santa Margarita.

1 Vida de Sta. Margarita, según las Contemporáneas, ed. 3ª t., I nº 153, tomado del
«Retraite faite a Londres Van 1677», del P. La Colombiére
(2) Todos los autores dan esta fecha, aunque ninguno cita las fuentes
(3) Vida de Sta Margarita, según las Contemporáneas ed. 3ª, nº 153, tomado del
«Retraite falte a Londres l’an 1677», del P. de La Colombiére
(4) Retiros espirituales, trad. cast. pág. 131 - 134
(5) Reinado del C. deJ. por un P. Oblato... t. III, pág. 311, p, 2 cap. II

El P. Hoyos y sus compañeros

Si de estos primeros compañeros de Santa Margarita pasamos al grupo de apóstoles


españoles, encontraremos ideas y modo de obrar idénticos. El 3 de Mayo de 1733
recibía el P. Bernardo de Hoyos la primera idea del culto al Corazón de Jesús, y el 12 de
Junio del mismo año, día señalado para esta divina fiesta, firmaba su consagración con
la misma fórmula del P. de La Colombiére. Merecen copiarse las palabras de su
biógrafo:
«Ya desde que conoció su culto - escribe - había deseado consagrarse a con la devota
fórmula del P. Claudio de La Colombiére que vio en la obra del P. Gallifet; mas
parecióle mejor aguardar a este día, como tan solemne y propio para su consagración.
Hízola el 12 de Junio de 1733 en San Ambrosio de Valladolid, durante la Misa y a los
pies del Señor Sacramentado, firmándose luego en el papel que, según aparece del
original, estaba escrito en latín: Dilectas et amantissímus discipulus Cordis Sacrosanti
Jesu, Bernardas Franciscas de Hoyos».
Al tiempo de pronunciar la fórmula «sentí», dice él, «la presencia de las tres Santas (1)

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y del discípulo amado, San Juan Evangelista; entendí recibía el Corazón de Jesús el
sacrificio; y al firmar, conocí por un modo suavísimo, no tanto de visión cuanto de tacto
o experiencia palpable, que Jesús escribía mi nombre en su Corazón» (2)
Poco después decía el mismo Bernardo a - su director, el P. Juan de Loyola:
«Remito - dice - la copia de la fórmula con que el P. La Colombiére se consagró al
Corazón de Jesús, siguiendo a la y. M. Margarita, que lo hizo así por mandato del
Señor. El día de la Asunción de nuestra Madre con este jurídico instrumento protestará
V. R. a los dos divinos Corazones, (porque lo que se hace por el Corazón de Jesús se
hace consiguientemente por el de su Madre) su amor y deseos de su mayor gloria y
quedará ese mi corazón nuevamente obligado por esa ley suave de amor al Corazón de
Jesús. A la V. Margarita declaró el Señor lo agradable que era a su Corazón esta
oferta, y a mí me lo ha confirmado con soberanas luces. V. R. firmará en el papel su
amor, y Jesús en su Corazón el suyo para con V. R., y con su sangre divina rubricará la
escritura divina de obligación de su Corazón, que mutuamente otorgará en aquel día en
favor de V. R.» (3)
El día de la Asunción, en efecto, se consagraba el P. Juan de Loyola. Siguióle en
seguida el intrépido misionero Pedro de Calatayud, el P. Provincial Juan de Villafañe, y
otros veinte o más sujetos notables: «los primeros hombres de nuestra Provincia de
Castilla», como escribe el P. Loyola (4); de forma que podemos decir con el P. Uriarte,
historiador de estos sucesos, al hablar de aquella primera legión de apóstoles del
Corazón de Jesús:
«Tenemos... establecido el primer medio en el ofrecimiento total y voluntario de sí al
Corazón deifico, que pudiéramos decir la jura de su real bandera. Esta debía hacerse
indispensablemente, por todos los alistados en su defensa: y es admirable por demás el
empeño de Bernardo en que se hiciese con la mayor solemnidad y urgencia» (5)

(1) Sta. Teresa, Sta. María Magdalena de Pazzis y Sta. Margarita Alacoque
(2) Uriarte. Vida del P. Bernardo de hoyos, p. 3ª., c. II, pág. 259, ed. 2ª
(3) Uriarte. Vida del P. hoyos, p. 3ª., cap. II, pág. 262, ed. 2ª
(4) P Loyola. Vida del P. Hoyos, lib. III, cap. 1
(5) Uriarte. Principios del Reinado... del C. de J. en España, cap. 11, nº. 20, pág. 79, ed.
1ª.

M. María del Divino Corazón

Esta alma privilegiada, que habla de ser el instrumento escogido por el Corazón Divino
para la consagración del mundo, ocioso será inquirir si daría importancia a esta
fundamental práctica. Mas la primera consagración puede decirse que no la hizo ella,
sino que casi todo fue obra del Divino Corazón. Es interesante episodio, porque muestra
claramente los dos estadios de devoción al Corazón de Jesús. El primero es el de la
devoción corriente, que ella empezó a tener desde pequeña.
«No me acuerdo - escribe - en qué momento comencé a conocer y amar al Corazón de
Jesús. Las primeras imágenes que recuerdo haber visto en las habitaciones de mis
padres y de mis hermanos fueron las del Sagrado Corazón de Jesús y la Santísima
Virgen. También recuerdo cómo el mes del Sagrado Corazón era celebrado en nuestra
Capilla, cuando yo era todavía muy pequeña. Se levantaba un altar, se le rodeaba de
gran número de flores y velas, y se colocaba una estatua del Sagrado Corazón casi de
tamaño natural. Siempre experimentaba yo una grande impresión cuando se sacaba la
estatua de la caja en donde se guardaba. Este era para mí un día de gran fiesta. Podía

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tener entonces como siete u ocho años, o quizá menos. Esta imagen, unida al Santísimo
Sacramento que se hallaba al lado, se imprimía en mi corazón, y poco a poco Nuestro
Señor me atraía a Si» (1)

(1) Soeur Marie du Dívin Coeur. Chasle,cap. 1, pág, 8, ed. 1925. Paris

Consagración perfecta

Esto era a la edad de siete u ocho años o quizá menos; a los veintiuno (1884) comienza
la segunda fase de la devoción al Corazón de Jesús la consagración completa. Veamos
cómo refiere ella misma este suceso:
«Oraba yo en la Capilla la mañana de la fiesta del Corazón de Jesús delante de esta
imagen, a la cual desde mi infancia tenía tanta devoción. El mismo día se celebraba Ja
octava de la fiesta de San Antonio, titular de la Capilla. El Santísimo Sacramento estaba
expuesto. La imagen del Corazón de Jesús, rodeada de flores y de velas, se encontraba
muy cerca del altar, del lado del Evangelio, y al orar delante de ella podía de una sola
mirada ver también la sagrada Hostia en la custodia... Acababa de comulgar y, toda
unida a Nuestro Señor, estaba embriagada de las delicia de su Corazón, cuando El con
una voz que no se deja oir con los oídos del cuerpo, sino con esa voz interior que yo no
conocía todavía y que hoy me es tan familiar, me dijo: Tú serás la esposa de mi
Corazón».
«No puedo decir lo que sentí; quedé consternada, anonadada, confundida, y al propio
tiempo inundada de las olas de su amor. ¡Qué dichosos instantes! ¡La esposa de su
Corazón! Pero ¿cómo? ¿cuándo? ¡Y yo tan pobre, tan miserable! ¡Oh mi Jesús! Vos
solo sabéis lo que pasaba entre nosotros, y nadie lo comprenderá jamás».
«El velo que cubría mi porvenir se levantó a estas palabras, bien que no lo
comprendiese del todo... A partir de este momento no pensaba más que en el Corazón
de Jesús, como en mi Esposo. Puse su Imagen sobre mi reclinatorio y sobre mi pupitre.
¡Qué consuelo cada vez que miraba a mi Esposo, qué intimidad entre nosotros! Vivía
con Él, le decía todo, y Él estaba siempre lleno de misericordia y de bondad» (1)
Aquí tiene el lector, como dijimos, las dos fases de devoción ordinaria y consagración
completa. Claro está que en este caso el Señor fue quien por sí mismo hizo la
consagración de su sierva, porque se trataba de un alma de misión extraordinaria; en los
casos ordinarios habremos de hacerla por nosotros mismos con el auxilio del cielo. Aun
esta santa religiosa renovó varias veces su consagración entera con fórmulas por sí
misma preparadas.

(1) Soeur Marie du Divin Coeur. Luis Chasle cap. 1. pág. 41-44 ed. 1925. París

Conclusión

En los testimonios precedentes tres ideas se repiten: Primera, que la consagración es


cosa necesaría en la práctica de la devoción al Corazón de Jesús. Segunda, que de tal
manera es importante y necesaria, que ser perfecto amigo del Corazón de Jesús y estar
consagrado a Él, por entero, se toman como sinónimos. Tercera, que las grandes
promesas del Corazón de Jesús son para las personas consagradas. No es que a las no
consagradas se les prive de las gracias de este culto, pues sabemos que hay promesas, p.
ej., la de los Primeros Viernes, que no exigen que el hombre esté consagrado; pero las

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excelentes y espléndidas, las que dan a esta devoción hermosa aquella grandiosa
magnificencia, de que en la primera parte hablamos, ésas no se pueden esperar sin
consagración entera.

Capítulo II

CONSAGRACIÓN 1ª PARTE: ENTREGA DE TODO

SUMARIO. - § 1. - ¿Qué es consagrarse?. - Según el nombre. - Un pacto - El pacto y el Papa Pío Xll. -
Entrega de todo. - §I. - Entrega del alma. - La libertad. - ¿Por qué a todos la libertad? - Gracia y gloria. -
En las fórmulas. - Sta. Margarita. - B. Consolata. - § III. Entrega del cuerpo. - Sta. Margarita. - La idea de
la salud. - § 1V. - Entrega de las obras. - El testamento - En otros pasajes. - El B. La Colombiére. - Otros
testimonios. - § V. Entrega de lo externo. - Sta. Margarita.

§1

¿QUÉ ES CONSAGRARSE?

Este vocablo: consagración, tomado en sentido ascético debe su vulgarización a la


devoción del Corazón de Jesús. Pero suele acontecer que los nombres y las ideas al
mucho vulgarizarse pierden fácilmente su fuerza y netitud primitivas; que no parece
sino que en ellas se cumple en todos sentidos aquello de los dialécticos: de que las ideas
cuanto ganan en extensión lo pierden en comprehensión. Algo parecido ha llegado a
suceder con la de consagración. Ya se usan consagraciones para todos los santos y
santas del paraíso.
Naturalmente que consagrarse a todo el mundo es no Consagrarse a nadie, como
consagrarse a veinte oficios es término equivalente de no consagrarse a ninguno. Pero
con esto sucede que a la idea de consagración se le va esfumando ya su significado
exacto, y así, aun al aplicarse al Sagrado Corazón, su propio y nativo objeto, resulta, a
veces, una cosa muy diversa de l~ que deseaba El. Urge, pues, concretar bien este
punto, sobre todo siendo tan fundamental y de cuya mala inteligencia puede perder lo
mejor de su eficacia esta egregia medicina.

Según el nombre

¿Qué es consagrarse al Corazón de Jesús? La misma palabra en su significación pura


deberá ya decir algo; dice tanto, que con ella sola tendríamos la Idea substancial exacta
de la consagración verdadera. ¿Qué significa, pues, en general, el nombre consagración?
este vocablo se aplica a muchas materias; decimos consagrar un cáliz, o cualquier vaso
sagrado. ¿Y qué se entiende con ello? Dedicarlo con ceremonia especial al culto divino
de tal manera, que después es ilícito y sacrílego aplicarlo a usos profanos. Como se ve,
envuelve dos elementos: aplicación positiva al culto divino y aplicación exclusiva al
mismo, Con igual significación hablamos de consagrarse una persona a Dios en el
estado religioso; dedicarse con una ceremonia o forma peculiar al servicio divino y solo
a él; y por eso se renuncia a las cosas de este mundo. De nuevo aparecen los dos

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elementos positivo y exclusivo. Ya en sentido más vulgar decimos también que un
hombre se ha consagrado a las ciencias o al comercio; que una madre de familia está
toda consagrada al cuidado de sus hijos, etc, etc. ¿Y qué entendemos con ello? Que en
cuerpo y alma se han entregado a esas cosas, de manera que eso es su preocupación, su
trabajo, eso absorbe su existencia; que a eso se hallan dedicados, y a eso solo,
aplicación, pues, positiva y exclusiva, y cuanto más positiva y exclusiva tanto más
consagración.
Esto entendemos los hombres por consagrarse en todas las materias en que tal vocablo
usamos; por consiguiente cuando el Corazón de Jesús pidió la consagración, sin duda
que entendía bajo esta palabra lo que los hombres significamos con ella, según aquel
principio capital de los exégetas: cuando Dios habla con los hombres, usa las palabras
de los hombres en el mismo sentido en que los hombres las usan; pues de lo contrario
no podríamos entendernos. Según eso, vea el lector lo que entre los hombres se entiende
por consagrarse, cambie el objeto, aplíquelo al Corazón de Jesús y tendrá la
consagración en su idea capital.

Un pacto

Pero como alguien pudiera pensar que, tal vez, el Sagrado Corazón cuando hablaba de
consagración no pretendía usar esta palabra en su significación estricta, acudamos de
nuevo a sus escogidos confidentes para ver qué entendían con este término.
Según ellos, la consagración expresada en forma clara y concisa, puede reducirse a dos
ideas capitales y maestras, contenidas primorosamente en aquellas palabras que el
Corazón de Jesús repetía al P. Hoyos:
«Cuida tú de mi honra y de mis cosas, que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas»
(1)
Fórmula por otra parte que en substancia expresa con frecuencia Santa Margarita:
«El promete que todos los que se consagraren y sacrificaren a El...» (aquí pone diversas
promesas y continúa) «tomando el cuidado de santificarlos y hacerlos grandes delante
de su Padre eternal tanto, cuanto ellos se tomaren de trabajo por dilatar el reino de su
amor en los corazones» (2)
«Aquí tiene V. - decía al P. Croiset animándole a trabajar por dicho reino - el medio
destinado, según me parece, a su santificación; pues a medida que V. trabajare ea ello
este Divino Corazón le santificará con su misma santidad» (3)
«Y después de habernos entregado a Él del todo - escribía a la Hº. de la Barge - no
debemos jamás volver a tomar lo que entregamos, y Él tendrá cuidado de santificarnos
a medida que nosotros tomemos el de glorificarle» (4)
Andaba la ferviente y activa Hª. Joly un poco preocupada, porque, enfrascada en los
intereses del Corazón de Jesús, le parecía se olvidaba de sí misma, y contéstale la Santa:
«¡Oh dichoso olvido que proporcionará a V. un eterno recuerdo de este amable
Corazón! Según espero no se olvidará Él de V. y de lo que por Él hace... Debe
considerar como gran dicha haber sido empleada en esta santa obra. No tema olvídarse
de sí por esta causa, porque la verdadera disposición que El exige de aquellos que se
emplean en este asunto, es precisamente el olvido de todo interés propio. El no la
olvidará en su trabajo; (antes) la con templa con placer, y se aplica a purificarla y
santificaría para unirla a si mismo perfectamente, mientras y. se ocupa en glorificarle»
(5)
Y, escribiendo a la M. Saumaise sobre el mensaje a Luis XIV, dice:
«¡Qué feliz, pues, será él si toma gusto a esta devoción, que le asegurará un reino eterno

78
de honor y de gloria en este Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo! Él tomará el
cuidado de elevarle y hacerle grande en el cielo delante de Dios, su Padre, tanto
cuanto este gran monarca lo tomare de realzar (relever) ante los hombres los oprobios y
anonadamiento, que este Divino Corazón ante ellos ha sufrido; y esto hará tributándole
y procurándole los honores, el amor y la gloria que El en este asunto espera» (6)
¡Cuántas veces, pues, viene a repetir en substancia Santa Margarita aquel: «cuida tú de
mi honra y de mis cosas, que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas», en que dijimos
estaba cifrada la consagración! Puede, por lo tanto, reducirse a un pacto o convenio de
dos partes, que, puestas por orden inverso del que se hallan en la frase mencionada, son:
1) Yo cuidaré de ti y de tus cosas.
2) Cuida tú de Mí y de las mías.

(1) Uriarte. Viai del P. Hoyos, p. III, cap. II, pág. 261, ed. 2ª.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª. t. II p. 2º., cart. 131, pág. 528, ed. frc,
(3) dem, pág. 532
(4) Idem, cart. 54, pág. 335
(5) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª. cart. 105, pág. 448, ed. frc.
(6) Idem, cart. 107, pág. 455

El pacto y el Papa Pío XII

El 28 de Octubre de 1945, S. S. Pío XII, dirigiéndose por radio a los católicos de la


Argentina en su Centenario del Apostolado de la Oración, habla expresamente de la
consagración al Corazón de Jesús, según le manifestó Nuestro Señor al P. Hoyos. Dice
así, entre otras cosas, el Papa:
«Vosotros, dignos hijos de la República Argentina, habéis escrito toda vuestra historia
bajo el signo de Jesucristo. Pero hoy, en esta hora solemne, siguiendo principalmente el
ejemplo de tantas naciones hermanas vuestras de lengua y de sangre, y de la misma gran
madre de la Hispanidad, habéis decidido saltar a la vanguardia, al puesto de los que no
se contentan con menos que con ofrecer todo. «Cuida tú de mi honra y de mis cosas»,
dijo un día Nuestro Señor a uno de sus confidentes, expresando el ideal de la
consagración, «que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas...»
«Hasta ayer, pues, podría decirse que erais todavía vuestros. Desde hoy sois, de una
manera especial, de Jesucristo. Vos autem Christi! Hasta ayer disponíais de vuestra
actividad y de vuestra libertad, de vuestras potencias y de vuestros bienes exteriores, de
vuestro cuerpo y de vuestra alma. Desde hoy todo eso se lo habéis ofrecido al Divino
Corazón, que quiere establecer su reino de amor en todos los corazones y destruir y
arruinar el de Satanás. Pero, en cambio, desde ahora, cosa en realidad maravillosa,
vuestras empresas lo mismo que vuestros intereses, vuestras intenciones lo mismo que
vuestros propósitos, los toma El como suyos, y vosotros, saboreando por anticipado
dones que son del cielo, si os abandonáis totalmente a Él y a su suavísimo imperio,
podréis gozar de aquel paraíso de paz que para todo lo demás deja Indiferentes, porque
todo en su comparación parece cosa despreciable».

Entrega de todo

Ahora bien, para que el Corazón Divino cuide de nosotros y de lo nuestro es preciso que
entreguemos todo a El y en Él lo dejemos confiados, a fin de que disponga de todo

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como quisiere, sin atender para nada a nuestro gusto. Esta es la primera parte: donación
universal. Esta donación de sí se encuentra a cada paso en los amigos del Corazón de
Jesús.
«Es preciso - escribe Santa Margarita – hacer a su Sagrado Corazón un entero sacrificio
de sí misma y de todo cuanto de V. depende sin reserva...; darle la gloria de todo,
tributarle acción de gracias así en el bueno como en el mal resultado de nuestras
empresas, y quedar siempre contentas, sin inquietarnos por nada... Después de lo cual
no debe V. ya mirarse, sino como perteneciente y dependiente del adorable Corazón de
Nuestro Señor Jesucristo... » (1)
A la Hª. de la Barge vimos cómo, explicándole la consagración, le exigía:
«Una vida de sacrificio, de abandono y de amor: de sacrificio de todo lo que sea a V.
más querido y le cueste más; de abandono total de sí misma a los cuidados de su
amorosa dirección, tomándole como guía en el camino de la salvación...» (2)
«Os invito a que (le) hagáis una entera donación de todo vuestro ser espiritual y
corporal, y de todo cuanto habréis de hacer y habéis hecho, a fin de que, después de
haber Él purificado y consumido todo cuanto no le agrade, pueda disponer de ello según
su gusto (3).
«Una vez que Él me ha hecho la misericordia de consagrarme por si mismo a su amor y
a su gloria. no me cuido más de qué manera me trata; con tal que Él esté contento, ésto
me basta; sea que me levante o que me abata, que me consuele o que me aflija, todo me
deja igualmente contenta en su contentamiento...; mi corazón, después de haberse
enteramente abandonado al de mi soberano Dueño, le deja el cuidado de perfeccionarse
a su modo, sin desear en esto más de lo que El me quiera dar» (4)
La misma idea se repite sin falta, de una manera o de otra, en todas las fórmulas de
consagración, así de la Santa como del P. de La Colombiére, Croiset, Froment, Hoyos
y María del Divino Corazón, etc.

(1) Véase todo el pasaje, p. 2º., cap. 1. § III


(2) Idem
(3) Idem
(4) Véase todo el pasaje, p. 2.0, cap. 1. § III

§ II

ENTREGA DEL ALMA

Es lo principal del hombre, lo primero que en manos del Corazón de Jesús se ha de


poner, y lo primero que aparece de ordinario en todos los documentos. El alma y todo lo
que a ella toca, es decir, sus facultades: memoria, entendimiento, voluntad y libertad.

La libertad

Ésta parece fue lo que ya desde el principio pidió el Señor le consagrara Santa
Margarita, aun antes de las manifestaciones de su Corazón Divino.
«Él me pidió, después de la sagrada Comunión, que le reiterase el sacrificio que yo le
había hecho ya de mi libertad y de todo mi ser; cosa que hice de todo corazón» (1)
Como Nuestro Señor es tan respetuoso con la libertad humana, y, por otra parte, en la
Santa quería obrar de modo muy eficaz, puede ser que, a fin de tener las manos libres -

80
por hablar a nuestro modo - pidiese de antemano la voluntaria y libre entrega de la
propia libertad.
Así parece desprenderse de las palabras con que la Sierva de Dios da cuenta de la
primera donación de la libertad que el Divino Corazón le demandó.
«Habiéndome, pues, determinado por la vida religiosa, este divino Esposo de mi alma,
temiendo todavía no me escapase de sus manos, preguntóme si consentía en que El se
apoderase y se constituyese el dueño de mi libertad, porque yo era débil. No opuse
ninguna dificultad al consentimiento que me pedía, y desde entonces se apoderó tan
fuertemente de mí libertad, que no he gozado más de ella en todo el resto de mí vida»
(2)
Esta última idea aparece con frecuencia.
Así, escribiendo al P. Croiset, pide le diga con franqueza su opinión sobre fas
apariciones del Corazón de Jesús, pero añade:
«Si bien puedo asegurar a V. que, aunque me diese a conocer que todo esto que fe he
dicho no es sino ilusión y engaño, quedaría, no obstante, en paz respecto de ello, pues
me parece que este soberano Dueño se ha constituido señor absoluto de mi espíritu y de
mi corazón, sin que esté en mi poder hacer de ellos otro uso, ni excitar movimiento
alguno, sino como a Elle place; porque de tal manera se ha apoderado de todas las
potencias de mi alma, que le siento obrar en mí, tan independientemente de mi misma,
que no puedo hacer otra cosa que adherirme y someterme a lo que El hace; así que, si
estoy engañada, puedo decir a V. que lo estoy de verdad, pues no me he apartado de este
engaño. Cualquier esfuerzo y resistencia que haya hecho a este espíritu, siempre ha
quedado él victorioso del mío» (3)
«Me hará V. el favor - dice en otra carta - de indicarme netamente su pensamiento, por
razón del gran temor que siempre tengo de estar engañada, sin que me pueda
desengañar por más esfuerzos que haga, a causa de que este espíritu que me conduce ha
tomado tan absoluto imperio sobre todo mi ser espiritual y corporal, que me parece
que ¿vive y obra en mi mós que yo misma, y por más resistencia que le haga, no puedo
estorbar sus operaciones» (4)
«Confieso a V. - añade en la 133 - que este Soberano de mi alma ha tomado tal imperio
sobre mí que, si es el espíritu del demonio, iré, en verdad, a parar hasta lo más profundo
del infierno» (5).

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t II. P 1ª, Autob,. Nº 48, pág. 65, ed. frc.
(2) Idem, Autob. Nº 25, pág. 47
(3) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 153, pág. 597, ed. frc.
(4) Idem, cart. 158, pág. 611
(5) Idem, cart. 133, pág. 566

¿Por qué a todos la libertad?

Todo esto hace ver el dominio extraordinario que sobre la voluntad de la Santa ejercía el
Corazón de Jesús. Esta misma consagración de la libertad pide a todos sus amigos, y
quién sabe si lo hará con intento parecido; pues como por este medio pretende llevar
rápidamente las almas a la perfección, y para ello será, a veces, necesario intervención
algo fuerte sobre nuestra torpe y rebelde voluntad, no parece inverosímil pensar que
pida con este intento la libre entrega de ella. Y nótese de paso por vía de coincidencia
curiosa, que San Ignacio de Loyola en el libro de los Ejercicios, hablando al principio
de las cosas que deben tener en cuenta el que da los Ejercicios y el que los recibe, dice

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en la anotación 5ª :
«La quinta: al que recibe los Ejercicios mucho aprovecha entrar en ellos con grande
ánimo y liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para
que su Divina Majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme
a su santísima voluntad» (1).
Quiere el Santo se empiecen los Ejercicios con una especie de consagración de sí, y en
ella lo primero que se debe ofrecer es la libertad.
También al terminar los Ejercicios, en el primer punto de la Meditación para alcanzar
amor, pide que se haga otra especie de consagración más completa que la precedente, y
que es bien conocida:
«Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi
voluntad, todo mi haber y mi poseer: Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es
vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia que esto me
basta. (2)
Es una hermosa consagración; se ha de hacer de veras, según el Santo: «afectándose
mucho». Véase, pues, que San Ignacio parece que comienza y cierra los Ejercicios con
sendas consagraciones; y en ellas lo primero que aparece es la libertad. Al consagrar,
pues, al Corazón de Jesús nuestra alma, hay que consagrarle la libertad, lo propio que la
memoria, el entendimiento y la voluntad, como dicen casi todas las fórmulas y
documentos; pero no es éste el punto principal en lo que atañe al espíritu; hay otro más
importante.

(1) Ejercicios de S. Ignacio. Anotación 5ª


(2) Ejercicios de S. Ignacio. Meditación para alcanzar amor, punto 1º.

Gracia y Gloria

Cuanto una cosa sea para nosotros más cara y mayor solicitud pueda causarnos, con
tanto mayor empeño la pide el Divino Corazón. Esto cabalmente ocurre con la salvación
eterna de nuestra alma en el cielo y su santificación en la tierra. Es el asunto de mayor
trascendencia que tenemos, y el que por consiguiente, mayor importancia tiene en esta
primera parte de la consagración que venimos explicando. Debemos remitir a los
cuidados amorosos del Corazón de Jesús, con toda la confianza segura de un
pequeñuelo en los brazos de su madre, nuestra salvación eterna, nuestro grado de gloria
en el cielo y de virtud en la tierra, nuestros progresos, nuestras flaquezas y miserias, en
una palabra: toda esta máquina complicadísima de nuestro interior, para que Él sea en
adelante el principal Director, el que haga y deshaga, quite y ponga según fuere de su
agrado. Y aunque se ha de trabajar con toda la diligencia posible por adelantar en la vía
del espíritu, según diremos más largamente después, el resultado debemos abandonarlo
con entera confianza al Sagrado Corazón, no queriendo más de lo que El quisiere
darnos, ya que nuestro bien individual ha de ser asunto suyo. Más adelante hemos de
completar esta idea.

En las fórmulas

En este pensamiento abundan los escritos de los grandes amigos del Corazón de Jesús.
Léase la llamada «Consagración breve» de Santa Margarita, y se verá cómo casi toda
ella se ocupa en abandonar al cuidado del Divino Corazón la vida espiritual:

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«Os tomo, pues, ¡oh Sagrado Corazón...!, por mi seguro de salvación, el remedio de mi
fragilidad, el reparador de todos los defectos de mi vida... Sed, pues, ¡oh Corazón
bondadoso!, mi justificación para con Dios... ¡Oh Corazón de amor!, yo pongo toda mi
confianza en Vos, porque todo lo temo de mi malicia, mas lodo lo espero de vuestra
bondad. Consumid en mi todo cuanto os pueda desagradar o hacer resistencia» (1)
Igual espíritu anima la consagración del B. La Colombiére:
«Siento en mí gran voluntad de daros gusto (¡Oh Sagrado Corazón de Jesús!) y gran
impotencia de conseguirlo sin mucha luz, y sin un socorro muy particular, que no puedo
esperar más que de Vos. Señor, haced en mí vuestra voluntad; veo que me opongo a
ella, pero bien quisiera, como creo, no oponerme más. Vos lo haréis todo, Divino
Corazón de Jesucristo; Vos solo tendréis toda la gloria de mi santificación, si me hago
santo; 1Q veo más claro que la luz del día; será para Vos una gran gloria; por esto
solamente quiero desear y deseo aun mi propia perfección» (2)
Esta idea parece la tenía muy grabada el B. La Colombiére, pues al partir para Inglaterra
la dejó como resumen de sus enseñanzas a Santa Margarita:
«Debe V. acordarse - escribe - que Dios exige de V. todo y no exige nada. Exige todo,
porque quiere reinar sobre V., como en un terreno (dans un fond) que es de El en todas
maneras; de suerte que El disponga de todo, que nada le resista, que todo se pliegue,
,todo obedezca a la menor señal de su voluntad. El no exige nada de V., porque quiere
hacerlo todo en V., sin que V. se entremeta para nada en ello, contentándose de ser la
materia sobre la cual y en la cual ,opere El, a fin de que toda la gloria sea suya, y El solo
sea conocido, alabado y amado eternamente» (3)

(1) Vida y Obras, ed. 3ª , t. II, p. 2ª., cart. 54, pág. 332, ed. frc.
(2) Croiset. Dev, al C. de J., p. 3ª,, cap. IV, pág. 274, ecl. castellana, 1881
(3) Vida y Obras, ed. 3ª. t. 1, p. Iª., nº 159, pág. 149, ed. frc.

En Santa Margarita

De ello están llenas sus cartas: «Él quiere poseer todo sin reserva y hacer todo en
nosotros sin resistencia de nuestra parte. Entreguémonos, pues, a su poder, con
fiémonos a El, dejémosle hacer y veremos cómo emplea infaliblemente todos los
obreros necesarios para nuestra perfección, de tal manera que la tarea estará pronto
acabada, si nosotros no le ponemos obstáculos. Porque frecuentemente por querer
hacer demasiado echamos todo a perder, y le obligamos a que nos deje hacer y a retirar
- se disgustado de nosotros» (1)
«Dejémosle hacer - escribe a una religiosa - en nosotros, de nosotros y por nosotros
según su deseo, a fin de que nos perfeccione a su modo, y nos modele a su gusto» (2)
«El es muy sabio, y cuando nos abandonamos a su dirección y le dejamos hacer, nos
hace andar mucho camino en poco tiempo sin que nos demos cuenta de ello, si no es
por los combates que su gracia empeña continuamente contra nuestra naturaleza
inmortificada» (3)
Ya vimos arriba cómo, explicando a la Hª. de la Barge la consagración, le decía que el
Divino Corazón reclama:
«Abandono total de sí misma a los cuidados de su amorosa providencia, tomándole
como guía en el camino de la salvación. Además, no hará V. nada sin pedirle su socorro
y su gracia, que espero le dará tanto, cuanto V. de El se fiare» (4)
Y la Santa confesaba de sí misma:
«Mi corazón... después de haberse abandonado enteramente al de mi soberano Dueño, le

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deja además el cuidado de perfeccionarlo a su modo, no deseando en esto más de lo que
Él me quiera dar» (5)
«Una sola cosa nos es necesaria: el puro amor de Dios con el de nuestra abyección,
abandonándonos a la amorosa providencia del sagrado y amable Corazón de Jesús,
para dejarnos conducir y gobernar a su gusto. Él tendrá mucho cuidado de
proporcionarnos cuanto es necesario para nuestra santificación, con tal que nos
apliquemos a recibirlo bien según sus designios» (6)

(1) Idem, p. 2ª , cart; 110, pág. 468


(2) Idem, car. 94, pág. 418
(3) Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2ª., cart. 78, pág. 373, ed. frc.
(4) Arriba p. 2ª., cap. 1. § III
(5) Idem
(6) Idem, cart. 101, pág. 439

En Benigna Consolata

De una manera tierna y delicada por extremo pedía el Corazón de Jesús a Benigna
Consolata esta entrega del alma con sus faltas y miserias:
«Nigna, (1) ¿dónde puedes encontrar un corazón que te ame más? ¿Dónde, Nigna,
dónde? Mi Corazón es un abismo de misericordia, ¿y tú no lo conoces todavía?, ¿no has
hecho ya tantas veces feliz experiencia de ello? Sí, Nigna; proporcióname el consuelo
de darme tus miserias. Yo quiero hacer contigo el Trapero, esto es, el que se lleva los
trapos viejos y encima paga al que se los da. Si tú me das tus miserias, Yo te pago,’ tú te
quitas de encima un enredo (un imbroglío) q a Mi me das un placer; pero es necesario
vendérmelas con un acto de humildad profunda, no despechada sino sentida; y luego,
Benigna mía, de estas cosas de que no sabrías qué hacer, Yo hago que resulte algo útil
para las almas. Deja hacer a mi amor. Llámame como quieras: o el Trapero del amor o
el de la misericordia, las dos cosas me agradan: Amor y Misericordia son como la
respiración de mi dulcísimo Corazón. Yo aspiro, esto es, atraigo a Mí las miserias de
mis pobres y débiles criaturas, para consumirlas en el fuego de mi divina Caridad, y
después respiro, esto es, envío fuera de mi dulcísimo Corazón aquel fuego que lo
devora, y que es capaz de inflamar muchos corazones. Yo tengo necesidad de consumir
miserias de mis pobres y débiles criaturas, y no me canso jamás de lavar y relavar las
almas, porque las lavo con mi preciosísima sangre. Tú no puedes creer, oh Benigna, el
placer que experimento en hacer de Salvador, es todo mi contento, y fabrico las más
bellas obras maestras precisamente de aquellas almas que he tomado de más bajo, más
de entre el fango, porque tengo más materia, tengo más cosas sobre que trabajar» (2)
Es difícil hallar páginas más bellas.
«.Este Dios de amor - dice en otra parte - no busca sino miserias que consumir,
imperfecciones que destruir, voluntades flacas que fortificar, buen os propósitos que
robustecer... » (3)
«Todo contribuye a trabajar un alma, todo; aun sus mismas imperfecciones son en mis
manos divinas como unas piedras preciosas, por razón de que las cambio en actos de
humildad, que hago hacer al alma; de esta manera, si el alma se presta a mis designios
de amor, las imperfecciones quedan en un instante trocadas. Si los que edifican las casas
pudiesen cambiar los desperdicios y escombros en otro tanto material de construcción,
¡qué felices se considerarían! Pues bien, el alma fiel lo puede con mi ayuda; y hasta las
faltas más graves y vergonzosas, lloradas, resultan piedras fundamentales del edificio de

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su perfección» (4) . Hasta aquí la sierva de Dios.
Todo esto nos ha de mover a depositar en manos tan hábiles y diestras todo el asunto de
nuestra santificación, con fe y seguridad firmisimas.

(1) Abreviatura italiana familiar y cariñosa de Benigna


(2) Vademecum... da un Pío Autore, pág. 105, ed. 1919. Como
(3) Idem, pág. 68
(4) Idem, pág. 84

§ III

ENTREGA DEL CUERPO

Santa Margarita

Después del alma hemos también de poner en manos del Corazón de Jesús nuestro
cuerpo con todo lo que a él atañe: salud, vida, etc., según lo afirman concordes los
amigos del Sagrado Corazón.
«Yo N. N. - dice la llamada «pequeña consagración» de Santa Margarita - doy y
consagro al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, mi persona y mi vida... » (1)
A una de sus novicias, exhortándola al abandono perfecto, le dice: «Abandono en lo que
se refiere al cuerpo, aceptando y recibiendo indiferentemente así la enfermedad como
la salud, el trabajo como el reposo...» (2) Parece que una religiosa ursulina le había
preguntado algo respecto de su muerte, y la Santa le responde: «Y cuanto al segundo
articulo, que se refiere a su muerte, abandone V. eso a la Providencia del cielo, sin
querer penetrar en el secreto de Dios... » (3) «Os invito – escribía a la Hª. de la Barge - a
que hagáis (al Sagrado Corazón) una entera donación de todo vuestro ser espiritual y
corporal... » (4) «Yo os consagro mi persona y mi vida... » decía el P. Croiset en su
fórmula (5) «Yo os consagro mi cuerpo y mi alma», escribe en la suya el Padre
Froment. Lo mismo afirma la M. María del Divino Corazón: «Os consagro mi cuerpo
con todos sus sentidos..,» (6)

(1) Vida y Obras. ed. 3ª., t. II, p. 3ª, Nº 24, pág, 808, ed. frc.
(2) Idem
(3) Idem, cart. 127, pág. 503
(4) Vida y Obras, ed. 3ª, T. II, p.3. Nº 24, cart. 94, pág. 419, ed. frc,
(5) Croiset. DeV, al C. de j., trd. Peñalosa, t. 1, p. 3ª., cap. IV pag. 267, ed. 1881
(6) Soeur Marie du Divin Coeur. Luis Chasle cap. XI, pág. 351, ed. 1925. París

La idea de la salud

La consagración del cuerpo, salud y vida.., tiene también su importancia; porque es


increíble el estrago que produce en la vida espiritual la idea de la salud, cuando llega a
apoderarse del alma, una verdadera calamidad para sí y para los que la rodean. Es una
idea despótica que ocupa el campo de la conciencia, y mata a cualquiera otra que quiere
edificar en ese infeliz solar. Viene de una sobreexcitación morbosa del sistema nervioso,
que la misma idea fija agrava de día en día. Cierto, que a veces, y aun quizá

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frecuentemente, hay verdadera enfermedad; pero entonces la preocupación continua por
la salud hace que la poca - más o menos - que uno tiene la ocupe toda en cuidarse o en
pensar cómo se cuida; con esto viene rápidamente a perderla, con permisión de Dios
justamente merecida, porque si tan mal emplea la poca salud que tiene, mejor es no le
conceda ninguna y puesto que no hace nada, al menos lleve la cruz.
Y ¿qué es lo que la consagración exige?
Exige que tomemos los medios ordinarios y corrientes para conservar las fuerzas
mientras estamos sanos, y los remedios que la razón o la obediencia demandan para
recuperarlas cuando las hubiéremos perdidos porque Dios pide siempre la cooperación
del hombre en lo que el hombre por sí mismo puede hacer; pero después es preciso
aplicar aquí también los principios generales de la paz y el abandono que rigen toda esta
primera parte, y que hemos de tratar más adelante.

§ IV

ENTREGA DE LAS OBRAS

Después del alma y del cuerpo hemos de ofrecer al Corazón de Jesús todas nuestras
acciones virtuosas: en pos del árbol, los frutos. Todas las obras buenas y sufrimientos
pasados, presentes y por venir; las que otras personas ofrecieren por nosotros durante
nuestra vida, los sufragios después de nuestra muerte: todo hay que ponerlo en sus
manos sacrosantas, para que disponga de ello en favor de las personas que guste y en la
forma que le agrade, como señor absoluto.

El testamento

Esta consagración fue una de las primeras cosas que el Corazón Divino pidió a Santa
Margarita. Es un pasaje instructivo.
«Una vez mi Soberano Sacrificador me pidió que hiciese a su favor, por escrito, un
testamento o donación entera y sin reserva, según ya se la había hecho de palabra, de
todo cuanto pudiese hacer y sufrir, y de todas las oraciones y bienes espirituales que se
hicieran por mi; así durante mi vida, como después de mí muerte, y me ordenó pidiese a
mi Superiora (1), si quería servir de notario en este acto; que El se encargaba de pagarle
bien (solidement), y que, si ella rehusaba, me dirigiese a su siervo el R. P. La
Colombiére. Mi Superiora, sin embargo, quiso hacerlo, y habiéndolo presentado a este
Único Amor de mi alma, mostró gran gusto por ello, y me dijo que esto era porque
quería disponer de estas cosas según sus designios, y en favor de quien le agradare;
pero que, como su amor me había despojado de todo, Él quería que yo no tuviese otras
riquezas que las de su Sagrado Corazón, de las cuales me hizo una donación en aquel
instante, haciéndomela escribir con mi sangre, según Él me la dictaba, y después la
rubriqué sobre mi corazón con un cortaplumas, escribiendo allí el sagrado nombre de
Jesús. A continuación me dijo que El tendría cuidado de recompensar centuplicada -
mente todo el bien que se me hiciere, como si fuera hecho a El mismo, puesto que yo no
tenía ya sobre ello ningún derecho; y que como recompensa a la que había redactado el
testamento en su favor (la Madre Greyfié), El quería darle el mismo premio que a Santa
Clara de Montefalco, y para esto uniría a las acciones de aquélla los méritos infinitos de

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las suyas, y, por medio del amor a su Sagrado Corazón, le haría merecer la misma
corona» (2)
Lo primero que de este lugar se deduce es que el Corazón de Jesús exige la donación:
«de todo cuanto pudiese hacer y sufrir», dice la Santa; y no solamente lo personal de
cada uno, sino: «de todas las oraciones y bienes espirituales - añade - que se hicieren
por mí, así durante mi vida, como después de mi muerte».Y esto lo pidió con mucho
empeño, según aparece por la forma solemne con que mandó que se hiciese, por las
grandes recompensas con que prometió premiarlo, por el agrado singular que mostró
después, etc. Además, es cosa notable el premio singular a la M. Superiora por su papel
de notario en aquel acto, y que dice mucho en favor de la devoción al Sagrado Corazón
en general, y en particular de esta parte de la consagración.
También es preciso reparar en las palabras que añadió el Corazón de Jesús:
«Que, puesto que su amor me habla despojado de todo, El quería que yo no tuviese
otras riquezas que las de su Sagrado Corazón, de las cuales me hizo en el acto una
donación, y me ordenó escribirla con mi propia sangre, según El me la dictaba».
Las Contemporáneas en la vida de Santa Margarita insertan el texto de esta donación, y
dice así:
«Yo te constituyo heredera de mi Corazón y de todos sus tesoros por tiempo y
eternidad, permitiéndote usar de ellos según tu deseo; y te prometo que no te faltará mi
socorro, sino cuando a mi Corazón falte el poder. Tú serás para siempre su discípula
amada, el juguete de su voluntad y el holocausto de sus deseos; y Él solo será el objeto
de todos tus deseos, el que reparará y suplirá tus defectos y cumplirá tus obligaciones»
(3)
No es fácil averiguar a punto fijo en qué forma realizaría Nuestro Señor aquello de: «te
constituyo heredera de mi Corazón y de todos sus tesoros..., permitiéndote usar de ellos
según tu deseo», pero realícelo en la forma que lo realizare, se ve que aquí ha de ir
envuelta alguna concesión grande.

(1) A la sazón era la M. Greyfié


(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 1ª., Autob. Nº 84, pág. 95, ed. frc•
(3) Vida y Obras, ed. 3ª., t. 1, p. 1ª, nº 192, pág, 173, ed.frc.

En otros pasajes

Son muchos aquéllos en que Santa Margarita hace alusión a este episodio y que prueban
lo en serio que lo tomaba. Así, hablando al Padre Croiset de aquella unión de obras
buenas, que el Corazón Divino deseaba existiese entre sus amigos, dice:
«Sin embargo, vea V. si acepta esta manera de unión en la forma susodicha; y si quiere
V. que permanezca, es necesario que haga V. la misma donación al Sagrado Corazón de
Jesús el día que V. le ofreciere el primer Santo Sacrificio en su Misterio de amor (1) ,
consagrándose y dándose todo a este Divino Corazón de amor, para amarle, glorificarle
y procurarle todo el amor y la gloria de que por sí mismo le haga El capaz, sea de
palabra o por escrito, a fin de que por estos medios constituya a V. igualmente participe
de sus tesoros infinitos, mediante los cuales espero que le hará exclamar eternamente:
Misericordias Domini in aeternum cantabo» (2)
La Santa, pues, exigía al P. Croiset la misma donación que ella había hecho, a fin de
que, mediante ella y lo demás que pertenece a la consagración, el Corazón de Jesús le
hiciese «igualmente partícipe de todos sus tesoros infinitos».
La M. de Soudeilles había mostrado deseos de entrar asimismo «en particular sociedad

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de bienes» con la Santa, y ésta le contesta:
«Puedo asegurar a V. que no hago cosa buena, pero Dios es tan bondadoso que permite
me apropie el tesoro de los verdaderos pobres, que es el Sagrado Corazón de Jesús;
cuya celestial abundancia puede satisfacer sin escasez nuestra necesitada indigencia.
Con este precioso bien es con lo que debemos hacer nuestra asociación, poniendo en
este Sagrado Corazón todo el bien que podamos efectuar con su gracia, para cambiarle
con los suyos, que hemos de ofrecer al Eterno Padre en lugar de los nuestros» (3)
En primer lugar, pues, llama al Corazón de Jesús: «el tesoro de los verdaderos pobres»
y que por ser ella tal, Dios permitía que se lo apropiase; ahora bien, la Santa era pobre,
porque todo lo había dado al Divino Corazón; ésta es la razón que da ella
ordinariamente, ésta fue la que dio el Sagrado Corazón al hacerle donación de sus
tesoros: «Que, puesto que su amor me había despojado de todo, El quería que yo no
tuviese otras riquezas que las de su Sagrado Corazón, de las cuales me hizo en el acto
donación». El Corazón de Jesús, pues, es el tesoro de los que todo lo entregan; El da sus
tesoros a quienes le dan los suyos, porque Nuestro Señor no quiere que sus criaturas le
venzan en generosidad. ¡Qué cambio tan ventajoso para nosotros! ¿Qué son nuestros
pobres biénes espirituales comparados con la riquísima mina de ese Corazón Divino?

(1) El P. Croiset todavía no era sacerdote


(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 130, pág. 513-14, ed. frc.
(3) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 4, pág. 230, ed. frc.

El B. La Colombiére

Esta misma donación aparece clara en la fórmula de consagración del B. La


Colombiére:
«Ofrezco a este Corazón Sagrado todo el mérito y toda la satisfacción de todas las
Misas, oraciones, actos de mortificación, prácticas piadosas, actos de humildad, de
obediencia y de todas las demás virtudes que practicare hasta el último momento de mi
vida. No solamente todo esto será para honrar al Sagrado Corazón de Jesús y sus
admirables disposiciones, sino que aun le ruego humildemente acepte la entera
donación que le hago de todo, para que disponga en el modo que más le agradare y en
favor de quien fuere servido. Y como tengo cedido a las benditas ánimas del
Purgatorio todo cuanto haya en mis acciones capaz de satisfacer a la divina justicia,
deseo que les sea distribuido según el beneplácito del Corazón de Jesús».
«Esto no me impedirá cumplir con las obligaciones que tengo de decir Misas y de rogar
por ciertas intenciones que la obediencia me señale, ni aplicar por caridad algunas Misas
a los pobres o a mis hermanos y amigos que me lo pidieren; mas, como he de valerme
entonces de un bien que no me pertenece, quiero, como es justo, que la obediencia, la
caridad y las demás virtudes, que con estos actos practiques sean todas del Corazón de
Jesús; en El hallaré el valor para ejercitar estas virtudes, las cuales, por consiguiente, le
pertenecerán sin reserva» (1)
Aquí tiene el lector expuesta con exactitud la idea, y resueltas por persona tan
autorizada algunas dudas que pueden sobrevenir en la práctica.
Suele versar la primera acerca del llamado: «Voto de ánimas», que algunas personas
tienen hecho, como lo tenía el B. La Colombiére. A ésta ya ha respondido él muy bien.
La segunda tiene lugar en personas religiosas, que por obligación de regla han de
ofrecer ciertas obras por determinados fines. En este caso la solución es sencilla: lo que
manda la obediencia lo manda el Corazón de Jesús; por consiguiente, Él es quien

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propiamente dispone de aquellas obras, y el religioso es puramente ejecutor.
Cuando no hay precepto alguno, sino que solas la caridad, o amistad, etc., parecen
pedirlo, puede uno proceder de dos maneras: una es la que propone el B. La
Colombiere, o sea, que el ofrecimiento se haga con la condición de reservarse uno la
libertad de disponer de sus obras en determinados casos. La otra puede ser la de Santa
Margarita: no hacer excepción alguna, y cuando se presentare uno de esos
compromisos, ofrecer los sufragios que se quieran, pero condicionalmente: «Ya sabéis,
Señor, que todo es vuestro, no mío; sin embargo, me parece que debo en esta ocasión
disponer de vuestra hacienda en favor de tal persona; mas como Vos sois el dueño, si no
os agrada la aplicación a este objeto, no lo hagáis». Y no se crea que semejante
condición desvirtúa el ofrecimiento, porque ella va siempre implícita en todas las
promesas de este género aun sin la consagración, por razón de que no consta de cierto
que Dios aplique todos los sufragios y obras buenas por las intenciones que nosotros
deseamos en todos y cada uno de los casos, aunque es de creer que lo hará de ordinario,
como lo hará asimismo de ordinario en el caso de la consagración al Sagrado Corazón,
ya que ha prometido con frecuencia tener un particular cuidado de las cosas,
intenciones, deberes, etc., de las almas consagradas.
En sacerdotes seculares puede ocurrir alguna duda sobre la aplicación de las Misas.
Cuando se ha recibido estipendio por alguna, se cae de su peso que es obligación de
justicia ofrecerla por la intención del donante. Pero en manos del sacerdote estará
determinar de antemano, si todas las Misas del año las ha de ofrecer por otros, o si ha de
reservar algunas que sean íntegras para el Corazón de Jesús. Las necesidades personales
y las de su parroquia le dirán qué ha de hacer en cada caso. Además, aun Misas que se
ofrecen por intención obligada pueden ser, si se quiere, para el Corazón Divino,
empleando el estipendio en contribuir de algún modo a su reinado. Más todavía; muchas
de las Misas se encargan por el descanso de un alma; ahora bien, como quiera que de las
partes impetratoria y satisfactoria del divino Sacrificio solo esta última es aplicable a los
difuntos, la otra puede quedar a disposición del Corazón de Jesús. Viceversa, si la Misa
se ofreciere por los vivos, puede quedar libre para el Corazón de Jesús la parte de los
difuntos. Porque en todos los casos la segunda intención queda, de ordinario, a merced
del sacerdote, cosa que no debe despreciarse, pues a veces vale tanto como la intención
primera, y. gr.: cuando ésta no tiene objeto, como acontece en el caso de una Misa
ofrecida por el alivio de un alma que ya está en el cielo o que se haya condenado.
Esta donación de las obras buenas al Corazón de Jesús no es incompatible con la
Esclavitud mariana, porque el ofrecer a la Virgen nuestras obras lleva siempre implícita
la intención de que sea para que esta buena Madre disponga de ellas según fuere mayor
gusto de su Hijo; ni jamás esta divina Señora, la más santa de todas las criaturas,
procede de otra manera. Todo va a parar a Dios en ambas consagraciones, como así
debe ser y así es, porque Dios es el fin último; pero en la Esclavitud mariana se ofrece
por mediación de María, cosa muy buena y que todos los que se consagran al Corazón
de Jesús deberían hacer en alguna forma. Pero, como algunas personas se intranquilizan
con estas cavilaciones, dando y tomando sobre si se disgustará la Virgen o el Corazón
de Jesús, lo mejor es que hagan su consagración completa al Divino Corazón, continúen
con la Esclavitud mariana, y dejen por lo demás que el Hijo divino y su Madre
benditísima se convengan entre sí como les parezca bien.

(1) Croiset. Dev. al C. de J. trad. Peñalosa, t. 1, p. 3ª., cap. IV, pág. 272, ed. 1881

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Otros testimonios

Del mismo modo que en la fórmula de consagración del B. La Colombiére esta


donación de las obras aparece también en la del P. Croiset:
«Yo os consagro mi persona y mi vida, mis acciones, mis trabajos y sufrimientos, etc.»
(1)
Lo propio se ve en la de la M. María del Divino Corazón. «Os consagro todos mis
pensamientos, palabras, obras y sufrimientos, etc. » (2)
En fin, es precioso el testimónio de Benigna Consolata:
«Ahora, óyeme - díjole un día Jesús - : quiero pedirte en cambio del amor infinito que te
tengo un testimonio particular de afecto. Quiero que te ofrezcas de un modo especial a
mi Corazón Divino por la salvación de los pobres pecadores; unirás la obra a la oración,
y así obtendrás más fácilmente lo que con ardor deseas y que de la misma manera deseo
yo: la conversión de los pobres pecadores. Se trata de hacerme un generoso sacrificio, a
saber: ofrecerme aquella parte de méritos, que todavía te sobran de la donación que me
has hecho a favor de las almas del Purgatorio, mediante el acto heroico de caridad.
Quiero tomártelo todo; de lo tuyo no te quedará ya nada: ni de lo que hagas, ni de lo
que sufras; todo lo debes dejar a mi disposición, a fin de que Yo lo distribuya, como
crea mejor y más oportuno, a favor de aquellas almas cuya conversión anhelas. Oferta
tan generosa te merecerá las más escogidas bendiciones de Dios, y te hará participe de
la alegría de la corredención; porque así sacrificas todo lo que haces, todo lo que
puedes y todo lo que eres a favor de estas pobres almas, las cuales, gracias a ti,
obtendrán de mi Corazón amante, misericordia y perdón. Pero se requiere generosidad
absoluta, generosidad en no limitar los sacrificios, aun los más costosos; quiero que
tengas un santo escrúpulo en dejar alguno sin ofrecérmelo; cuanta mayor repugnancia
sientas, más gracias especiales merecerás. Que te sea esta promesa estimulo saludable,
para que de ahora en adelante no tengas más dudas o vacilaciones ante la prueba; con un
corazón generoso acéptala, sopórtala, y por premio obtendrás aquello que de Mí esperas
y anhelas» (3)

(1) Croiset. Dev, al C. deJ., t. 1, cap. IV, p. 3ª., pág. 286, ed. castellana, 1881
(2) Soeur Marie du Divin Coeur. Chasle, cap. XI, pág. 351, ed. 1925. Paris
(3) Vida de Sor Benigna C., cap. II, pág. 267 , ed. Madrid, 1916

¿Por qué ofrecer las obras?

Y ¿para qué desea el Corazón de Jesús que le entreguemos nuestros míseros haberes?
Santa Margarita refiere al P. Croiset esta escena del testamento, y dice:
«Que Él recibía un singular placer en disponer de las oraciones y sacrificios de la santa
Misa que se ofreciesen a mi intención, que no es otra que la suya, y me dio a entender
que suscitaría muchas de estas almas que rogasen por mí, a fin de que yo tuviese medios
deformar/e un tesoro; pues aunque eran bienes suyos, El quería tener el placer de
distribuirlos a su gusto, como si se tratase de un don que hubiese recibido. Y vea V. por
qué aquellos que me hacen algún bien espiritual, no solamente participan de las riquezas
inmensas de su Corazón, sino que además le procuran gran placer» (1)
De manera que el intento del Sagrado Corazón de Jesús es tener un tesoro, formado de
los bienes de sus amigos, del cual pueda disponer según le agrade. Pero si El es infinito
¿para qué reunir un tesoro semejante? Porque no quiere redimir el mundo, ni establecer
su reinado por Sí solo, sino ayudado de los hombres; en primer lugar, a causa de que

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éstos son miembros suyos, y la obra debe ser no de la cabeza sola, sino del Cristo
completo; y en segundo lugar, con objeto de honrarnos, elevándonos a la dignidad
excelsa de corredentores con El. Por eso, al modo como ha querido que los hombres
completasen su apostolado y su sagrada pasión, desea también que completen el tesoro
de sus méritos divinos. Esta cooperación de los hombres es de mucha trascendencia;
porque la parte de Cristo ya se puso, para reinar, pues, sólo le falta la nuestra; por eso no
es de extrañar que tanto deseo muestre por aumentar el tesoro de las cooperaciones
humanas. ¡Cuánto ha de movernos esta causa a acrecentar sin descanso ese tesoro
divino! Ya vimos cómo indicaba esta razón a Benigna Consolata.
Otra muy propia de la generosidad del Sagrado Corazón apunta Santa Margarita.
Después de exhortar a la Hª. de la Barge a hacer la donación indicada, añade:
«Porque Él exige ordinariamente esto de sus más queridos amigos, de cuyo número creo
a V., a fin de que, habiéndole dado todo sin reserva, Él pueda enriquecerlos de sus
preciosos tesoros» (2)
Parece que, deseando el Divino Corazón dar sus tesoros a los hombres, y siendo, quizá,
ley suya entregarlos solamente a quien le entregue sus bienes, mediante la consagración
entera, tiene un empeño especial en que las almas le hagan semejante donación, para de
este modo poder El con toda legalidad - por expresarnos así - constituirlos herederos de
sus bienes.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 133, pág. 573, ed. frc.
(2) Véase arriba p. 2ª., cap. 1. § III

§ IV

ENTREGA DE LO EXTERNO

A saber: familia, ocupaciones, oficio, negocios, bienes de fortuna, etc. Las fórmulas de
consagración y los escritos de los amigos del Corazón de Jesús no insisten en este punto
tanto como en los pasados, porque ante los ojos de aquellas almas de Dios estas cosas
terrenales significaban muy poco, y así no les parecía que merecía la pena de que en
ellas se insistiese, estando ya incluidas en la donación de todo, que tantas veces repiten;
pero como por desgracia no estamos nosotros tan despegados como ellos de todo lo de
acá abajo, y con frecuencia estas cosas nos preocupan y distraen, impidiendo que
nuestros anhelos, amores y pensamientos estén fijamente en Dios, es preciso declararlas
en nuestra consagración; y cuanto más nos costare dejar la preocupación y apego
excesivo de algo, más determinadamente debemos consagrarlo.

Santa Margarita

Explicando la Santa a la M. de Suudeilles la consagración, le dice que no debe:


«Emprender nada jamás sin pedir antes consejo y socorro (al Corazón de Jesús),
dándole la gloria de todo, y tributándole acciones de gracias, así en el malo como en el
buen suceso de nuestras empresas, quedando siempre contentos y sin inquietarnos por
nada; pues con tal que este Divino Corazón sea contento, amado y glorificado esto nos
debe bastar» (1)
Aquí se ve, por una parte, la diligencia que se debe poner en nuestros asuntos, pues

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quien pide luz y socorro al cielo en ellos, señal es de que quiere hacerlos bien; y por otra
parte la resignación, la paz, la conformidad acerca del resultado.
Acababa de ser elegida Superiora de Moulins la misma M. Soudeilles y pidiendo a la
Santa consejos para acertar en su cargo, ésta le responde:
«Cuando Él eleva a semejante dignidad, quiere un entero despojo de todo propio interés,
dejándole el cuidado de nosotros mismos, para no pensar sino en hacer bien su obra, ni
mirar en todo otra cosa que su mayor gloria, ni amar sino por el amor del Sagrado
Corazón de Jesucristo, ni obrar sino por su espíritu, dejándole vivir, reinar y hacer a Él
mismo cuanto nos fuere posible, pues me parece que nada hay tan temible y difícil
como el dar cuenta de otros... Es verdad, mi querida Madre, que su obligación es grande
ahora, y que su peso no puede ser suavizado sino por Aquél que ha prometido hacer su
carga ligera; pero esto se entiende cuando El nos la impone por su elección; entonces
sostiene por Sí mismo el peso de ella, haciéndose nuestra fuerza y nuestro sostén, y aun,
como un padre bondadoso (derbonnaire), excusa frecuentemente nuestra fragilidad; y
así nosotros no debemos temer nada entre sus sagrados brazos, con tal que,
desconfiando de nosotros mismos todo lo esperemos de Él. Cuanto viene de la criatura
es de temer, y no conviene que de ello nos fiemos. Me agrada que nuestro Divino
Maestro haga ver a V. estas circunstancias que agravan el peso de la carga, porque
desea que le sirvan de ocasión para recurrir con más frecuencia a su bondad, la cual
hará que todas esas cosas se tornen para gloria suya y bien de V., si secunda sus
designios, como creo que lo hace» (2)
Como se ve por los textos aducidos, en todos estos asuntos, lo propio que en los demás,
hemos de poner toda nuestra diligencia como si el éxito dependiera de nosotros
solamente, mas después el resultado abandonarlo con paz, fe y conformidad al cuidado
del Corazón de Jesús.

(1) Véase arriba p. 2ª., cap. 1. § III


(2) Vida y Obras, ed. 3ª,, t. II cart. 14, pág. 253, ed. frc.

Capitulo III

VIRTUDES DE LA PRIMERA PARTE

SUMARIO. - § 1. - Olvido de sí mismo. - Un núcleo. - A) Testimonios. - El B. La


Colombiére. - Sta. Margarita. - María del Divino Corazón. - Benigna Consolata. - B) 1ª
Significación: no inquíetarse. - C) 2ª. Significación: desinterés. – C) 1ª La tradición. -
2.ª La exageración. - 3.0 El justo medio. - ¿Por qué? - Otro extremo. – 4º. En esta
devoción. - Nada de quietismo. - Dos aspectos de lo nuestro. - Nada de semiquietismo. -
Apéndice. - El amor a la propia abyección. -§ 1I. - La confianza. - Virtud básica. - Sta.
Margarita. - A ciegas. - ¿Por qué a ciegas? - Benedicto XV. - Benigna Consolata. - § III.
- La paz del alma. - Sta. Margarita. - B. La Colombiére. - P. Hoyos. - ¿Cuál es la causa?
- Virtud muy mesiánica.

§1

EL OLVIDO DE SI MISMO

92
Un núcleo

Hemos ido especificando en las páginas pasadas las cosas capitales, cuyo ofrecimiento
constituye la primera parte de la consagración personal.
Pero lo importante aquí no está en la materialidad de la oferta, que en sí no parece
incluir notable dificultad, sino en un cierto espíritu, en unas cuantas ideas y sentimientos
que a manera de atmósfera la bañan y la penetran, constituyendo su nervio y finalidad,
ya que a la consecución de este espíritu va ordenada toda aquella batería de
ofrecimientos diversos. Y ese núcleo o meollo, ¿en qué consiste? En dos o tres
principios muy trabados entre sí y que en todas las grandes almas del Corazón de Jesús,
sobre todo, en Santa Margarita y en aquel grupo de apóstoles que bullían en torno suyo,
aparecen de continuo, y que pueden compendiarse en esta frase: o 1v/do absoluto de st
mismo y de todo interés propio, pero abandonado q seguro en manos del Sagrado
Corazón. Como éste es uno de los grandes ejes, en torno de los cuales gira esta máquina
admirable, parece muy necesario ilustrarlo y comprobarlo con bastantes documentos. Su
lectura y meditación nos podrá servir también para ir empapando más y más la mente y
el corazón en estas ideas y sentimientos.

A) TESTIMONIOS

B. La Colombiére

En su fórmula de consagración, que fue también la que autorizaron con su práctica los
Padres Cardaveraz, Hoyos, Loyola, Calatayud y demás primeros apóstoles del Corazón
de Jesús en España, aparece bien claro el olvido de sí propio:
«Me entrego enteramente a Vos - dice al principio - y desde este momento protesto
sinceramente, como creo, que ansío olvidarme de mí mismo y de todo lo que pueda
tener relación conmigo, para quitar el obstáculo que podría impedirme la entrada en ese
Divino Corazón, que habéis tenido la bondad de abrirme, y donde deseo entrar para
vivir y morir en Él con vuestros más fieles servidores... » Y al terminar vuelve de nuevo
a la misma idea: «Sagrado Corazón de Jesús, enseñadme el perfecto olvido de mi
mismo; enseñadme lo que debo hacer para llegar a la pureza de vuestro amor, cuyo
deseo me habéis inspirado» (1)
En carta a la M. de Saumaise escribe:
«Esté V. siempre en el Corazón de Jesucristo con todos aquellos que se han olvidado
enteramente de sí mismos, y que no sueñan más que en amar y en glorificar a Aquél que
merece El solo todo amor y toda gloria» (2)
Escribe a una religiosa inglesa y termina así su carta:
«¡Adiós, mi muy amada Hermana en el Corazón de Jesucristo! Pido a Nuestro Señor
que le dé su paz y su amor, y que la despegue de tal modo de sí misma, que no se ocupe
V. más que de Él solo, sin pensar si todavía existe V. en el mundo» (3)
No se puede decir la idea con frase más decidida. A un hermano suyo, Contador mayor
de Grenoble, y primogénito de la familia, dice que su otro hermano no le escribe, y
añade:
«Con el designio que tiene de ser todo para Dios estoy encantado de ser yo el primero a
quien olvida. Suplico a Nuestro Señor que le conceda la gracia de olvidar todo, hasta a
sí mismo».

93
«Cuando se ha empezado a gustar de Dios, como hace él, queda en el corazón poco sitio
para las criaturas, y menos queda aún en la memoria. Todo está ocupado, porque Él es
quien llena todo. Yo deseo, mi queridísimo hermano, que tengáis parecidos
sentimientos en medio de los negocios que os ha encargado la Providencia» (4), Aun a
hombres de negocios proponía tal doctrina.
Escribe también a cierta persona del mundo una carta muy larga, y termina así:
«Adiós, Señorita: haga V. de manera que su amor para con Dios sea más puro cada día;
no omita V. nada para lograr olvidarse de sí misma enteramente; preocúpese V. de
Dios, y confíele el cuidado de sus asuntos» (5)
«Me voy haciendo viejo - dice en otra carta con una humildad profunda - y estoy
infinitamente lejos de la perfección propia de mi estado; no puedo llegar a este olvido
de mi mismo, que me ha de dar entrada en el Corazón de Jesucristo, del cual, por
consiguiente, estoy bien lejos. Veo que, si Dios no tiene piedad de mí, moriré muy
imperfecto. Sería para mí de gran dulzura si al fin, después de tanto tiempo pasado en la
religión, pudiese descubrir por qué medio podría adquirir entero olvido de mí. «En su
última me cuenta V. una especie de visión, en que el demonio le había representado sus
infinitos pecados, de los cuales, sin embargo, ninguno en particular veía y me indica V.
haber sospechado entonces no fuese ello efecto de ceguedad e insensibilidad interior.
Yo más bien creo ser la causa que Dios quiere que V. se abandone enteramente a su
misericordia infiuita,y que no se entremeta más en todo lo que le toca» (6)

(1) Croiset. Dev, al C. de J., p. 3ª., cap. IV, pág. 274, ed. castellana. 1881
(2) La Colombiére. Cartas. cart. 41
(3) Idem, 90
(4) Vida del P. La Colomblére. Pouplard, c.VII, pág. 196, ed. frc. 1875
(5) Idem, c. VIII, pág. 201
(6) Vida del P. La Colombiére. Pouplard. c. IX, pág. 202-3

Santa Margarita

Por lo que a ella se refiere, ciertamente esta idea es una de las que tenía más impresas en
su mente y más inculcaba a los demás.
Así, escribiendo al P. Croiset, dice: «Y todos esos impulsos, que el ardor de su amor
hace sentir a V., son, como creo, disposiciones para el cumplimiento de los designios
que tiene sobre y.; en los cuales le pido encarecidamente por este mismo amor persevere
con fiel correspondencia, mediante un perfecto abandono de sí mismo y de todo interés
propio. Nada de mirar a sí, ni acordarse de sí mismo, a fin de dejarle hacer en V. y por
V. según sus deseos, los cuales le serán dados a conocer en el tiempo que Él tiene
escogido» (1)
En la carta siguiente vuelve a recordarle lo mismo, al animarle a trabajar por el Corazón
Divino.
«Él sostendrá a V. y no dejará que le falte ningún medio necesario para ello, con tal que,
con un perfecto olvido y desconfianza de sí, y con humilde y am oros a confianza en su
bondad, espere todo de El» (2)
La misma doctrina inculca a la M. de Saumaíse en muchas cartas. «Mas por lo que se
refiere a las gracias y dones que recibo de su bondad - le dice en una - confieso a V. que
son muy grandes, pero el Dador vale más que todos sus dones. Mi corazón no puede
amar ni apegarse sino a Él solo. Todo lo demás es nada para mí, y no sirve
frecuentemente sino para impedir la pureza del amor y establecer una separación entre

94
el alma y su Amado, el cual quiere que se le ame sin mezcla y sin interés» (3)
Ya vimos cómo ideas parecidas enseñaba a la ferviente Hª. Joly, cuando ésta le escribía
preocupada de que, por pensar en los intereses del Corazón de Jesús, se olvidaba de sí
propia: «¡Oh dichoso olvido que proporcionará a V. un eterno recuerdo de este amable
Corazón, quien, según espero, no se olvidará de V. ni de lo que por Él hace...! No tema
V. olvidarse de sí, puesto que la verdadera disposición que Él demanda de aquellos que
se emplean en esto, es precísamente ese olvido de todo interés propio» (4)•
En las cartas escritas a la Hª. de la Barge indudablemente es donde la Santa trata mejor
este punto; once son las que se conservan, y en todas, si se exceptúa la 58 que solo tiene
6 u 8 líneas, le inculca el olvido de sí misma.
En la carta 78 va diciéndole que reciba y aproveche las humillaciones que el Señor
quiera enviarle:
«Sin entretenerse - añade - a dar vueltas en torno de sí misma, pues me parece que esto
le desagrada. Debe bastar a y. el haberle dejado todo el cuidado de sí propia, pues a
medida que se olvide V. de sí Él tomará un cuidado muy particular de perfeccionarla,
purificarla y santificarla; mas la demasiada reflexión acerca de sí estorba la realización
de sus designios sobre nosotros. Olvido y silencio, pues, respecto de nosotros mismos y
de todo cuanto a nosotros se refiere» (5)
«Por el excesivo cuidado de sí misma impide V. el que desearla Él tener para hacerle
adelantar, sin que se diese cuenta, en un mes más de lo que pudiera hacerlo V. por la
manera ordinaria» (6) «Frecuentemente por querer hacer demasiado lo echamos todo a
perder, y le obligamos a que nos deje hacer y se retire disgustado» (7). «Yo creo que Él
quiere desterrar del corazón de V. a las criaturas, y después a sí misma» (8) « ¡Si se
pudiera comprender cuanto adelantan las almas, llamadas a esta perfecta desnudez y
abandono de sí mismas, cuando son fieles en corresponder...! » (9)

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 130, pág. 514, ed. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª• t. II, p. 2ª., cart. 131, pág. 526, ed. frc.
(3) Idem, cart. 13, pág. 251
(4) Idem, cart. 108, pág. 458-461
(5) Vida y Obras, ed. 3ª t, II , p. 2ª., cart. 78, pág. 378, ed. frc.
(6) Idem, cart. 81, pág. 386
(7) Idem, cart. 110, pág. 469
(8) Idem, cart. 70, pág. 361
(9) Idem, cart. 94, pág. 418

María del Divino Corazón

Para que no se crea que esa manera de hablar es propia solamente de aquel grupo
antiguo de Santa Margarita, obsérvese cómo se expresa esta apóstol del Corazón de
Jesús, contemporánea nuestra.
En una página de su diario se encuentran estas expresivas frases:
«Dios, todo bondad, exige de mí que desde ahora no me ocupe más de mí misma. No
debo pensar más ni en lo que deseo, ni en lo que espero, ni en lo que quiero, ni en lo que
temo, ni en lo que sufro, ni en todo lo que el amor propio me inspira; mas pensar en los
intereses del Corazón de Jesús, compenetrarme de sus disposiciones y de sus designios,
someterme enteramente a su dirección, a su providencia y a su amor. Sólo así tendré
paz y conseguiré unirme con Dios» (1)
Y en una serie de prácticas que pretendía observar para el mes de Junio de 1890 dice:

95
«5º, (Es la última). No ocuparme del mí misma voluntariamente; desechar
inmediatamente todo pensamiento que viene del amor propio, en orden a lo que deseo,
temo, espero, sufro; entrar completamente en las intenciones y disposiciones del Divino
Corazón para no pensar sino en sus intereses, para entregarme a su amor» (2)
Hasta ahora te has buscado todavía a ti misma; en adelante mírate como cero (comme
zero); Yo quisiera ser el todo para ti. (3)
«Uno de mis principales recursos después de la oración y la sagrada Comunión, es el
ejercicio del amor de Dios. Me es más fácil sacrificarme y sufrir por amor puro y
desinteresado, que por la idea del acrecentamiento de mi felicidad en el cielo. Como
somos seres finitos, este pensamiento solo (el de la propia felicidad) no da el ardor
necesario para perseverar inquebrantablemente en el sufrimiento sin consuelo y sin
alivio. Únicamente la extensión ilimitada del puro amor de Dios, de nuestro soberano y
único Bien, bien infinito, puede sosegar el alma y hacerla capaz de todo. No sé si pienso
bien, o si hablo de modo ininteligible» (4)

(1) Soeur Marie du Divin Coeur. Chasle, cap. III, pág. 91, ed. 1925. París
(2) Soeur Marie du Divin Coeur. Luis Chasie, cap. III, pág. 88 ed. 1925. París
(3) Idem, pág. 90
(4) Idem, cap. IX, pág. 290

Benigna Consolata

Es magnífico para nuestro propósito el testimonio que sigue:


«¿Quién es el que debe pretender salvar las almas sino una Esposa deJesús? - decía un
día Este a su sierva - . Mas son pocas entre el número de esposas las que piensan con
ardor en salvar almas; atienden más a su propia santificación individual, y no caen en la
cuenta de que, ocupándose en santificar a los otros, se la procuran mejor a sí mismas.
¡Oh Benigna mía, qué difícil es vencer el egoísmo espiritual! Hay almas siempre
ocupadas de sí mismas» (1)
En este otro testimonio se insinúa el porqué de este olvido en el Corazón Divino:
«Valor, esposa mía, ten ánimo; estás siempre con tu Dios, si bien a veces no lo ves y no
lo sientes. El sentido da certeza, pero disminuye la fe; al que quiero ejercitar con
perfección en esta virtud le privo de esta prueba sensible. Se trata de creer y de creer sin
comprender; así se sujeta la razón, así se alaba a Dios. ¿Quieres darle placer? no
escudriñes sus designios respecto a ti, déjate tratar como Él quiera y cuando El quiera.
Dios para realizar sus designios no necesita usar de aquellos medios que los hombres
creen oportunos e indispensables para obtener los mismos resultados» (2)

(1) Vademecum... pág. 140, ed. 1926. Toledo


(2) Vida de Sor Benigna C., cap. II, pág. 30, ed. 1925. Madrid

B) 1ª. SIGNIFICACIÓN: NO INQUIETARSE

Hemos visto cuánto hablan los confidentes del Corazón de Jesús acerca del olvido de sí
mismo.
Vamos a hacer algunas observaciones sobre este punto, a fin de no falsear el
pensamiento de aquéllos, ni caer en error alguno.
Ante todo, con aquellas expresiones pretenden significar una cosa enseñada por todos

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los ascetas del catolicismo, y de mucha utilidad en el camino de la perfección cristiana,
o sea, que «bueno es el deseo de todas las virtudes - dice el popular asceta Alonso
Rodríguez - y el andar suspirando por ellas y procurándolas, pero de tal manera hemos
de desear siempre ser mejores y crecer e ir adelantando en la virtud, que tengamos paz
si no llegamos a lo que deseamos, y que nos conformemos con la voluntad de Dios y
nos contentemos con ella... Dice muy bien el P. M. Avila: «No creo que ha habido santo
en este mundo que no desease ser mejor de lo que era, mas esto no les quitaba la paz,
porque no lo deseaban ellos por su propia codicia, que nunca dice harto hay, mas por
Dios, con cuyo repartimiento estaban contentos aunque menos les diera, teniendo por
verdadero amor el contentarse con lo que Él les da, más que el desear tener mucho,
aunque diga el amor propio que es para más servir a Dios» (Tratado del Audi filía c.
23). (1) Léase todo este capítulo del P. Alonso Rodríguez, que es muy substancioso.
Que ésta sea una de las cosas que quieren decir los amigos del Corazón de Jesús en los
textos precedentes, lo habrá podido ver el lector; pues aquel: no perder la paz; el
excesivo reflexionar acerca de sí mismo, el dar y tomar sobre sí propio, etc., prueban
cuál sea su pensamiento.
Según eso, ya se ve cómo se ha de proceder en el asunto del Sagrado Corazón. Después
de colocar en sus manos todo lo nuestro: el alma con sus negocios espirituales y eternos;
el cuerpo, salud y vida; las otras cosas del mundo que nos atañen: familia, hacienda,
ocupaciones, negocios, etc., hemos de procurar emplear todas nuestras diligencias con
tanto empeño y esmero, como si únicamente de ellas dependiese el resultado; pero
luego tornarnos al Corazón de Jesús y con una seguridad y confianza ilimitadas decirle:
«Señor, hice buenamente lo que estaba de mi parte; lo demás, el éxito bueno o malo, ya
te pertenece a Tí; haz como más te agradare; todo lo dejo en tus amorosas manos». Y
luego quedarse en paz, combatiendo con firmeza y energía todo lo que sea inquietud.
Entonces viene el olvido de sí mismo y el no andar dando y tomando sobre el caso, ni
haciendo mil conjeturas sobre el porvenir, con tristezas, desalientos, murmuraciones de
Dios, etc., etc.
Contra estas cosas tiene Santa Margarita expresiones muy enérgicas y con sobrada
ratón, porque es natural que, después de hecha la consagración sincera, hayan de ser
poco gratas al Corazón de Jesús, ya que es atacar directamente su fidelidad y su amor. Y
téngase aquí presente aquella observación del P. Alonso Rodríguez, porque es muy
atinada y muy práctica, a saber: que no hemos de perder la paz, aunque por nuestra
flaqueza no pongamos, a veces, todas las diligencias debidas.
En ese caso, que será harto frecuente, pedir perdón de la falta, prometerle seria
enmienda y rogarle humildemente que supla Él más todavía, pues al fin, algún bien se
seguirá de este mal, cual es el de que la obra y la gloria será casi toda suya, ya que ni lo
poco que debíamos aportar lo hemos puesto por entero; de este modo, con oración y
humildad podemos suplir el defecto de cooperación debida.
Este principio de la cooperación y el abandono era muy familiar a aquel hombre de
vastísimas empresas, San Ignacio de Loyola. El P. Ribadeneira, que le trató
íntimamente, dice de él:
«En las cosas del servicio de Nuestro Señor que emprendía, usaba de todos los medios
humanos para salir con ellas, con tanto cuidado y eficacia, como si de ellos dependiera
el buen suceso; y de tal manera confiaba en Dios y estaba pendiente de su divina
providencia, como si todos los medios humanos que tomaba no fueran de algún efecto»
(2)
¡Soberbio principio de acción interna y externa! Después de todo, no es sino una especie
de paráfrasis de aquella sentencia de Cristo Nuestro Señor:
«Cuando hubiereis hecho todo cuanto se os había mandado decid: siervos inútiles

97
somos» (3)
Por lo dicho se ve cuán excelente y evangélico es este primer principio de la devoción al
Corazón de Jesús.
Pero no es esto solo cuanto quieren significar con aquellas expresiones de: olvido
absoluto de sí mismo y de todo interés propio aquellos grandes amigos del Sagrado
Corazón; llevan además otra idea más importante, más profunda, de perfección más
subida y que apunta a la raíz misma de las turbaciones y congojas de que hemos
hablado antes. Como es punto importante y delicado, vamos a tratarlo con alguna
detención.

(1) Ejercido de Perfección, part. 1, trat. VIII, cap. 30


(2) De Modo gubernandi. S. P. N. Ygn., cap. 6, nº. 14
(3) Luc. XVII, 10

C) 2ª. SIGNIFICACIÓN: DESINTERÉS

1º. La tradición

Es sabido que la Sagrada Escritura, los Santos Padres, los ascetas y los Santos exhortan
frecuentemente a la caridad perfecta, a servir al Señor, no tanto por el miedo del
infierno o la esperanza del premio, cuanto por amor desinteresado a El; porque, como la
caridad es reina de las virtudes, obrar por este motivo es obrar por el motivo de más
perfección que existe.
Ya el primer precepto del Decálogo: «Y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (1), está respirando caridad. Bien conocido es
el pasaje de S. Pablo en la epístola 1ª. a los de Corinto, en que hace aquel largo
panegírico de la caridad, que está sobre todas las virtudes incluso las restantes
teologales: «Y ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad: estas tres cosas;
empero la mayor de ellas es la caridad» (13,13). A ella incita a todos los cristianos:
«Sin embargo, procurad los mejores dones y todavía os muestro yo un camino el más
excelente» (12,31). Este es el de la caridad, cuyas alabanzas enumera a continuación,
terminando con estas palabras: «Andad tras la caridad» (14,1).

(1) Deut 6.5

San Gregorio Nacianceno

Porque de entre los que consiguen la salvación ya sé que hay tres clases, a saber: de
siervos, de mercenarios y de hijos. Si eres siervo, teme los golpes; si mercenario, espera
solamente el salario; pero si te levantas sobre éstos y eres hijo, reverencia a Dios como a
padre. Date a las buenas obras porque es bueno obedecer a su padre, aunque de ello
ninguna ganancia se hubiese de seguir. Complacer al padre, ello mismo es
recompensa. (1)
San Agustín, no obstante el encomio con que habla de la esperanza del premio, dice:
«El alma se dice mejor cuando se olvida de sí por el amor de Dios inmutable» (2). «Hay
que amar a Dios de tal modo que, si es posible, nos olvidemos de nosotros mismos» (3).

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Olvídese el alma de sí, pero amando al artífice del mundo» (4). Que todo mi corazón
sea abrasado en la llama de vuestro amor; que nada en mí quede para mí, ni siquiera
una mirada sobre mí (ne quo respiciam ad me ipsum) (5)
Cualquiera diría que hablaba Santa Margarita. Lo mismo afirman los demás SS. Padres,
sobre todo los griegos, como San Basilio, San Gregorio Niseno, etc., etc. Los latinos no
distinguen bien, a veces, el amor de caridad, que es puro y desinteresado, del amor de
esperanza, que no lo es. Los teólogos en cambio lo distinguen muy bien y se expresan
como los Padres antiguos. «El alma delicada casi abomina (quasi abominatur) amar a
Dios por modo de interés o de premio» (6), escribe San Alberto Magno con expresión
algo fuerte. Y Santo Tomás dice que el alma por el amor de caridad ponitur extra se,
sale fuera de sí misma; lo cual acaece de dos maneras: una de parte del entendimiento,
«en cuanto el amor - dice el Santo - hace meditar en el amado, como se ha dicho, y la
meditación intensa acerca de una cosa abstrae de las otras. La otra manera es de parte de
la voluntad, o, en general, de la facultad apetitiva: «en cuanto que - como dice el mismo
Santo - el afecto de uno sale simplemente fuera de sí, porque quiere el bien para el
amigo y obra ese bien, y como que tiene cuidado y providencia de él, por el mismo
amigo» (7).
Hemos insinuado estas ideas de Santo Tomás, porque explican muchas expresiones de
los confidentes del Corazón de Jesús.
De los Santos, ascetas y místicos, ocioso es decir que todos ellos, antiguos y modernos,
espolean a las almas a tender cada vez más a la caridad perfecta, como saben cuantos
hat~ leído un poco tales materias.

(1) Migne. P. G. t. 36, col. 573


(2) Migne. P. L. t. 32, col. 130
(3) Idem, 38, col. 779
(4) Migne. P. L., t. 38, col. 779
(5) Idem, t. 37, col. 1775
(6) Opera Omnia, t. 37, 1, p. 149. París 1898. Paradisus animae, c. 1
(7) Iª, 2ª, q. 28, ar. 3, in Corp.

2º. LA EXAGERACIÓN

Como apenas hay doctrina católica que no haya sido exagerada por la herejía o el error,
era natural que también lo fuese ésta.
Concretándonos a los tiempos modernos, el primero que pasó la raya fue el
Protestantismo, afirmando que todo acto hecho por esperanza del premio era pecado;
proposición condenada como herética por el Concilio de Trento.
Después vino el Jansenismo exagerando también la doctrina tradicional. Los
protestantes decían que todo acto realizado por el deseo de la felicidad en el cielo era
vicioso; Jansenio lo mitigó, añadiendo que el tal acto era pecado, si se hacía solamente
por la esperanza de la bienaventuranza eterna, pero que no lo seria si se hiciese por la
esperanza del cielo, mas considerando a éste, no en cuanto bien personal, sino en cuanto
medio supremo de glorificar a Dios.
Esto era sostener sencillamente que desear la gloria eterna era un acto pecaminoso, si no
se hacía por amor puro de Dios. Daba un rodeo para venir a decir lo mismo que los
protestantes. Rigorismo semejante fue proscrito por el Papa Clemente VIII.
Los quietistas y semiquietistas no van tan lejos en esta parte, pero continúan el camino

99
de las exageraciones. En el sistema seudomístico de Molinos y demás, el punto del amor
puro de Dios no entra como principio, sino como consecuencia; el principio básico de
su sistema y la finalidad que en él va buscando siempre es la aniquilación completa de
toda la actividad de las facultades humanas, con el fin de que Dios sea el único que
opere; el cual tanto menos puede actuar, cuanto más obrare el hombre. Como
consecuencia: «No debe el alma - dice la prop. 7ª condenada - pensar, ni en el premio,
ni en el castigo, ni en el paraíso, ni en el infierno, ni en la muerte, ni en la eternidad».
En rigor no debe pensar en nada.
No extreman tanto las cosas los semiquietistas, pero todavía van más allá de la verdad y
caen en el campo del error. ¿En qué consistió éste? No consistió en afirmar que el acto
de caridad sea aquel en que el alma ama puramente a Dios sin mezcla ninguna de
interés propio, pues esta afirmación no solamente no es falsa, sino que es la doctrina
verdadera. Y en este punto Bossuet, en sus disputas con Fenelón, no parece que siempre
tuviese ideas muy claras, como no las tienen algunos que hablan acerca de estas
materias. (1) Tampoco estuvo el error en suponer que puedan darse, y se den en este
mundo, actos de caridad semejantes, con más o menos frecuencia, según los grados de
perfección en que esté el hombre; porque suposición tal es la de la tradición y los
santos. Tampoco, en fin, consistió en exhortar a las almas a frecuentar más y más el
ejercicio de caridad pura y desinteresada, pues a ello han exhortado siempre la
Escritura, la Tradición y la Iglesia, según vimos más arriba. El error estuvo, como
escribía muy bien el teólogo Antonio Mayr, S. L., a raíz de la condenación del
semiquietismo: «no en que proponía un amor de pura caridad sin mezcla alguna de
motivo de interés propio, sin ninguna reflexión sobre el interés del que ama, no; jamás
ha sido reprobado el acto purísimo de amor para con Dios, tan familiar a las almas
santas: lo que ha sido condenado es únicamente que exista un estado habitual y
permanente, en el cual el alma piadosa elimine todos los actos que miren al interés
propio y, por consiguiente, todos los actos de esperanza. Esto se desprende del tenor
mismo de la proposición y del testimonio de los consultores de la causa» (2)
La causa de condenar semejante proposición es muy clara. En efecto, la fe, la esperanza
y la caridad son de necessitate medii y de precepto divino, y, por consiguiente, obligan a
todo el mundo y en todos los estados de vida espiritual; de donde admitir un estado
habitual y permanente, del cual quede definitivamente excluida cualquiera de estas tres
virtudes teologales, y. gr.: la esperanza, seria admitir un grado de perfección del que
yace eliminado definitivamente el cumplimiento de un mandamiento de Dios, negativo
y positivo, y un medio absolutamente necesario para la salvación, cosa enteramente
absurda.

(1) Para que un acto de amor sea de caridad, no basta que mire o tenga por objeto a
Dios; es necesario que le mire, no como bien mío (amor de esperanza), sino como bien
suyo.
(2) TheoI. schol. t. 1. De caritate, art. 2 Ingolstad. pág. 210

3º. EL JUSTO MEDIO

¿Por qué?

Decíamos que la esperanza, lo propio que la fe y la caridad, es de precepto divino; y no


puede negar - se que con un conocimiento perfectísimo de nuestra naturaleza impuso el
Creador este deber a todos sin excepción. El hombre es un compuesto de ángel y de

100
jumento, y hasta la hora de la muerte llevará ambos componentes; la vida espiritual es
larga, y a veces muy monótona y pesada; las luchas y tentaciones frecuentes, y en no
raras ocasiones muy reñidas; aun los grandes santos, y más ellos que ningunos, pasan
por períodos secos, como las arenas de un desierto; acaecen en la vida sucesos, se ve el
corazón humano en trances que, no sólo para no abandonar la vía de la perfección, pero
aun para guardar simplemente los mandamientos divinos será preciso echar mano de
cielo, infierno y eternidad y quizá todo sea poco. Por eso San Ignacio de Loyola, aquel
hombre de la caridad divina, al llegar a la meditación del infierno propone la siguiente
petición: «Pedir interno sentimiento de la pena que padecen los dañados, para que, si del
amor del Señor eterno me olvidare por mis faltas, a lo menos el temor de las penas me
ayude para no venir en pecado» (1). Estas son, tal vez, las razones del precepto
universal de la esperanza.

(1) Ejercicios espirit. 1º. sem. 5º ejer. 2º. preamb.

Otro extremo

Los hombres no acertamos casi nunca a andar por el medio del camino; de ordinario
avanzamos en zig zag, dando de un extremo en otro. Así, con motivo de la condenación
del semiquietismo, comenzaron a aparecer escritores y aun teólogos que, o falseaban la
virtud de la caridad convirtiéndola en amor interesado, o hacían sus actos poco menos
que imposibles, tachando por tanto de quijotesca la ascética que tendiese al amor
desinteresado de Cristo Nuestro Señor, o dejando escapar como al descuido ciertas
frases, v.gr. : «amor puro, carne pura», etc., que naturalmente no habían de producir
muy buen efecto en los fieles. Sin duda estas maneras de hablar han dado algún
fundamento a una acusación muy difundida entre filósofos, escritores de mística en el
campo heterodoxo, y, sobre todo, personas tocadas de teosofismo, de que la ascética y
la mística católicas son muy inferiores en elevación a otras, a causa del «egoísmo de
ultratumba» de que, según ellos dicen, están completamente impregnadas. Cierto, que si
se compara el modo de hablar de algunos teósofos con el que a las veces usa tal cual
escritor católico, se pensaría quizá que la acusación no carece de verdad; pero una cosa
es la manera como se expresó este o aquel individuo, y otra la doctrina tradicional de la
Iglesia.
Es verdad que la esperanza es de precepto divino, pero también es de precepto divino la
caridad. Además no hay que exagerar lo del precepto divino de la esperanza, porque,
poniendo las cosas en su punto, ¿a qué obliga? Incluye dos obligaciones: una negativa,
o sea, prohibición de acciones contrarias a esa virtud, como son la desesperación con
que el hombre desconfía por completo de salvarse, y la presunción con que espera
alcanzar la vida eterna sin poner los medios que Dios ha ordenado para ello; ya se ve
cuán razonable es la prohibición de ambas cosas. La otra parte es positiva, o sea, que
prescribe hacer actos de esperanza, como medio necesario para la salud eterna. El
precepto de ellos obliga a hacer un acto al principio, luego que se ha conocido el objeto
o verdades de la fe, y después en la vida prescribe que se hagan algunos más. Estos no
es preciso sean explícitos, pues los implícitos bastan, es decir, todas aquellas acciones
virtuosas que, aunque sean de otra virtud, llevan incluida en sí mismas la esperanza de ir
al cielo, acciones que los fieles efectúan a cada paso.
Además, cuando el hombre ha sucumbido a la desesperación; cuando alguna tentación
no pueda vencer - se de otra manera que recurriendo a los premios de la gloria; cuando
urge algún precepto cuyo cumplimiento supone en si la esperanza, ya se ve que en tales

101
casos es preciso ejercitarla.
La doctrina católica, por lo tanto, no es lo que los adversarios imaginan; pues,
exceptuando los extremos erróneos y perniciosos, la tendencia tradicional de la Iglesia
ha sido siempre impulsar más y más a lo mejor, o sea, a servir a Cristo Nuestro Señor
por caridad o amor desinteresado.

4º. EN ESTA DEVOCIÓN

Esa aspiración profunda del cristianismo se refleja en la devoción al Corazón de Jesús


con líneas sumamente vigorosas. ¿Recuerda el lector aquella serie de textos en que con
frases tan expresivas nos hablaban los amigos del Sagrado Corazón acerca del olvido de
sí mismo y de todo interés propio? Aquí tiene el principal significado de ellas: espolear
más y más a la caridad perfecta, pero sin ninguno de los extremos erróneos poco antes
enumerados.

Nada de quietismo

Dos son los capítulos por los que a primera vista pudiera ofrecer algún recelo la doctrina
expuesta por los grandes confidentes del Corazón de Jesús; el primero lo forman las
ideas y expresiones de confianza y abandono en manos de ese Corazón Divino, fiados
en que El arreglará nuestras cosas, ideas con que fácilmente podría venir a parar alguno
en cierto descuido de la propia perfección, en una ascética de mera pasividad, inepta
para domar las pasiones y poner en movimiento el espíritu. Sin embargo, nada más
ajeno de la realidad que esto; pocos caminos habrá de tanta actividad interior y exterior
como el de la devoción al Corazón de Jesús. La misma idea fundamental de la
consagración: «ocúpate de Mí y de mis cosas, que Yo me ocuparé de ti y de las tuyas».
«Él se encargará de santificarnos..., en la medida en que nosotros - nos encarguemos
de acrecentar su reinado», a simple vista aparece que es idea esencialmente dinámica o
de plena actividad. Por otra parte, léase la vida de Santa Margarita, sus cartas y, sobre
todo, sus avisos e instrucciones; léanse los escritos del P. La Colombiére, Hoyos, etc.,
etc., - como en parte iremos viendo - y se notará cómo hablan del vencimiento,
modificación, cruz, observancia regular en las cosas más pequeñas y de todas las
virtudes. No insistimos más por ahora en este punto, porque a cualquiera que leyere la
segunda parte de la consagración, que desarrollaremos en breve, no pensamos le pasará
por las mientes tachar de sistema estático a la devoción del Corazón de Jesús.
Pero entonces - se dirá - ¿cómo esto se compagina con el olvido de sí, aun en lo
espiritual y eterno, que tanto nos inculcaron arriba? De manera muy sencilla.

Dos aspectos de lo nuestro

Nuestra santificación en este mundo y nuestro grado de gloria en el cielo pueden ser
considerados bajo dos aspectos; uno en cuanto son bien nuestro, y otro en cuanto son
gusto y felicidad del Corazón de Jesús y medios eficacísimos de acrecentar su reinado.
Ahora bien, buscar nuestra santificación por este segundo aspecto, no solamente no lo
prohibe la consagración, sino todo lo contrario: manda desearla, anhelarla, procurarla
con todas nuestras energías vitales; porque cuanto más adelantemos aquí, más gloria
procuraremos al Divino Corazón; pero el aspecto de nuestro bien personal, del bien de

102
este yo, que en todo va buscando su interés, y todo quiere convertirlo a sí, ése, según la
consagración, hay que abandonarlo ciegamente en las manos del Corazón de Jesús.
Esto que acabamos de decir, tocante a los asuntos del alma, se ha de aplicar de igual
modo a nuestros deberes, negocios, cosas y personas de este mundo. Todo esto tiene
asimismo dos visos: el de nuestro bien individual, honra, comodidad, satisfacción de los
afectos naturales de nuestro corazón de carne; y el aspecto del agrado del Corazón de
Jesús, cumplimiento de su santa voluntad, mayor contribución de un modo o de otro a
su reinado en la tierra. Así, por ejemplo, un padre o una madre de familia, al trabajar y
afanarse por la crianza, educación y porvenir de sus hijos, puede hacerlo espoleado por
dos móviles: uno el amor natural que los padres tienen a sus propios hijos, sin levantar
su corazón y sus miras más arriba; otro el cumplir una obligación impuesta por ley
divina, y, por consiguiente, hacer una obra virtuosa, que, ofrecida por el reino del
Corazón de Jesús, será acto de apostolado. El primer móvil es un poco egoísta, porque,
como los hijos son carne y hueso de los padres, amarlos puramente por afecto natural es
amar algo que es como una parte suya, es amar una continuación de sí mismo. El otro
móvil o aspecto es de amor desinteresado al Divino Corazón. Pues bien, tocante al
primero: a lo nuestro en cuanto nuestro, abandono absoluto en su providencia amorosa,
y olvido tranquilo en ella. Respecto al segundo: esmerarse y trabajar con la mayor
diligencia, sabiendo que ello será apostolado del Corazón de Jesús. Lo mismo puede
decirse de nuestras faltas, miserias, tibiezas y demás de la vía espiritual, también tienen
sus dos visos: el de ser mal nuestro, humillación propia, empobrecimiento personal, y el
de ser ofensas del Sagrado Corazón, estorbos para su reinado, perjuicios para su causa
por el mal ejemplo que damos a los demás, etc., etc. Esta consideración ha de ser lo que,
sobre todo, nos debe llegar al alma, para sentir hondamente nuestras culpas y defectos, y
tomar todos los medios posibles para evitarlas.
Así que se pueden juntar muy bien gran olvido de sí mismo, y sumo cuidado de la
santificación personal y de todo lo demás que nos atañe. No es sino la práctica del amor
puro y desinteresado, o sea, de la caridad, de que hemos venido hablando, pero
dirigiéndola al Corazón de Jesús, a su reinado en la tierra, es decir: a amarle con amor
práctico, que consiste en desearle y procurarle el bien que le falta en cierto modo y que
nosotros podemos en parte darle.

Nada de semiquietismo

La devoción, pues, al Corazón de Jesús y su práctica perfecta tienden vigorosamente a


la caridad o amor desinteresado, como debe tender todo cristiano que aspire a la
perfección, pero dista mucho de caer en la exageración semiquietista, de querer eliminar
de la perfección por completo la esperanza. Y ¿qué digo eliminarla? Difícilmente se
hallará sistema de perfección que esté tan embalsamado de esta virtud. En efecto, la idea
fundamental de la consagración se halla cifrada en aquel: «Cuida tú de mi honra y de
mis cosas, que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas»; «Él se encargará de
santificarnos y hacernos grandes delante de su Padre en el cielo, en la medida en que
nosotros nos encarguemos de acrecentar el reinado de su amor en los corazones».
Ahora bien, este principio no solamente no rechaza la esperanza, sino que se halla
cimentado sobre ella, y no en un grado vulgar, sino en grado superior: en esperanza que
más bien sea confianza, la cual es una esperanza firme, segura, robusta:
«spes roborata», como Santo Tomás la define. Y si la confianza se quita, el olvido de sí
mismo cae por tierra: «me olvido y despreocupo de lo mío y de mí mismo, porque sé
que otro se está preocupando de ello», es la tendencia de este acto; en el cual, como se

103
ve, el olvido de sí mismo está en proporción directa de la confianza; y si por un
imposible alguien pudiese arribar en este mundo al desinterés y olvido propio absolutos,
sería por haber llegado también a la confianza absoluta en el Corazón Divino, o lo que
es igual, a la suma perfección de la esperanza cristiana. Por este camino, pues, no vacile
el corazón generoso en lanzarse a toda máquina al olvido de sí mismo, porque adelantar
aquí es crecer en confianza; y crecer en la flor de la esperanza es alejarse más y más del
vicioso extremo semiquietista.
Difícilmente se podría imaginar sistema más a propósito para empujar a las almas
fuertemente hacia el amor puro y desinteresado, sin peligro de parar en exageraciones
erróneas. Y como Dios va enviando medicinas a su Iglesia según las nuevas
enfermedades, quizá hubiese algo de providencial en aparecer el Corazón de Jesús a
Santa Margarita en la época del quietismo y semiquietismo, como remedio admirable,
que, por una parte llenase los anhelos hacia la caridad perfectísima, que desde entonces
acá han agitado las almas con más insistencia que en épocas precedentes, y, por otra, las
desviase de los falsos derroteros por donde algunas de ellas empezaban a extraviarse.
¡Qué diferencia entre el amor del jansenismo y quietismo, puro y desinteresado, es
verdad, mas frío y seco como el cierzo, y el que inspira la devoción al Corazón de Jesús,
tan suave y tan perfumado de ese aroma de azahar de la confianza tranquila!

APÉNDICE

El amor de la propia abyección

Con el olvido de sí juntan frecuentemente los amigos del Corazón de Jesús, sobre todo
Santa Margarita, una idea parecida: el amor de nuestra propia abyección. No es
solamente convencerse de su pequeñez, debilidad y miseria, sino amarlas, abrazar - se
con ellas, abismarse en ellas, y en ese abismo gozarse y saborearse, sin querer salir
jamás.
No se puede negar que es éste un modo radical, pero a la vez excelente, de enfocar esta
cuestión:
modo que después ha sido tan familiar a la virgen de Lisieux. Como tal virtud es tan
saliente en Santa Margarita y demás amigos del Divino Corazón, puede afirmarse, a
nuestro juicio, ser éste un efecto peculiar que esta santa devoción produce en las almas
que con decisión la abrazan, y que a la par arguye la excelencia de la causa que produce
tan estimables efectos; porque como dice muy bien Santa Margarita: «¡Dios mío, que
gran tesoro es, mi queridísima Hermana, el amor a la bajeza y a nuestra propia
abyección!» (1). Léanse sus cartas a la Hª. de La Barge, y se verá cuántas veces y con
qué elogio y cariño habla de esta difícil disposición del espíritu.
Tal virtud aparece varias veces como sinónimo de la humildad de corazón. La razón es
clara: porque si soberbia es el amor desordenado de la propia excelencia, el amor a
nuestra bajeza, que es lo diametralmente opuesto, será humildad; y como se trata de una
abyección que se ama, será, por consiguiente, humildad de corazón. Sin duda, en este
sentido dice Santa Margarita de este abismarse en su nada:
«En fin, está dicho todo con decir que es la virtud del Sagrado Corazón de Jesús» (2)
«Estoy muy contenta - escribía Santa Margarita - de que el Señor invite a V. a
abandonarse toda a El como un niño entre los brazos de su buen Padre, que es
todopoderoso para no dejarle perecer. Tome, pues, como dichas a V. estas palabras: «Si
no os hiciereis como un niño pequeño no entraréis en el reino de los cielos». Yo creo
que ello consiste en que se haga V. pequeña con la verdadera humildad de corazón y

104
simplicidad de espíritu... La primera la mantendrá toda anonadada en un perfecto olvido
y desprecio de si misma, recibiendo de buena voluntad, y como de la mano de su buen
Padre, las humillaciones y contradicciones que le sobrevinieren» (3)
Cuán propia sea esta virtud del Corazón de Jesús no es preciso recordarlo por ser
demasiado claro. «Humildad, humildad, siempre humildad - repetía a Benigna
Consolata el Corazón Divino - . Cuando hay humildad, doy; cuando encuentro más, doy
más; y cuando veo que un alma no vive sino de humildad, no desea más que
humillaciones, ese alma me atrae como un imán» (4)
«La humildad es como un microscopio espiritual; cuanto más se humilla el alma más
fina es la lente y más hace ver... Un alma fiel en humillarse y que jamás rehusa ningún
acto de humildad interior ni exterior es un alma que me roba el Corazón. (5)
Por eso ha de ser una virtud muy querida de toda alma consagrada.
Una de las razones que dan para amar las cruces, y sufrimientos, sobre todo
humillaciones, es porque dicen que son «otras tantas escaleras para hacer (a uno)
descender al abismo de su nada»(6).
La mansedumbre aparece también muchas veces incluida en este grupo. Es virtud muy
propia del Corazón de Jesús; ha de ser una de las predilectas de sus devotos y amigos;
es fruto de los más hermosos de este camino interior, y ha sido recomendada en gran
manera por todas la grandes almas que por él han dirigido sus pasos.
«Sea V. dulce - escribía Santa Margarita a una de sus novicias - si desea agradar al
Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, que no se complace sino en los mansos y
humildes de corazón» (7)
«Si desea y., mi muy amada Hermana, llegar a ser discípula e hija del Sagrado Corazón
de Jesús, debe V. proceder conforme a sus santas máximas, y hacerse mansa y humilde
como El; mansa para sobrellevar los disgustillos, mal humor, y tristezas del prójimo, sin
enojarse por las contradicciones que le proporcione, sino al contrario, haciéndole de
todo corazón los servicios que pudiere, porque éste es un gran medio de conquistarse la
gracia del Sagrado Corazón. Es necesario ser mansa para no inquietar - se ni turbarse,
no solamente por los acontecimientos contrarios a sus inclinaciones, sino aun por las
mismas faltas» (8)
«Huya y. la precipitación y procure formar su interior y su exterior según el modelo de
la humilde mansedumbre del Corazón amoroso de Jesús, haciendo cada una de sus
acciones con la misma tranquilidad que si no tuviese que hacer sino aquello» (9).
«Toda la perfección - dice el P. Hoyos - me la descubre cierta interior luz, colocada en
la santa libertad de espíritu y en la dulzura y humildad de corazón; en una palabra, en
ser perfecta copia de aquella doctrina: aprended de Mí que soy manso y humilde de
Corazón»(10). «Nada me admira - escribía el P. Loyola - de cuanto me refieren de la
dulzura y mansedumbre de corazón de Bernardo» (11), y, hablando el mismo Padre
Hoyos de su modo de proceder en el confesonario, dice: «La dulzura y suavidad
predominan en mi tribunal; aun me ha venido, tal vez, escrúpulo de no reprender
bastantemente el pecado por ponderar la grandeza de la misericordia» (12)
«Benigna, - decía el Corazón de Jesús a Sor B. Consolata - la caridad es ya dulce, pero
la suavidad de la caridad es mucho más. Que tus palabras sean un perfume de suavidad.
Quiero que seas en el Monasterio lo que es el perfume en una flor, cuyo aroma aun en la
oscuridad se siente. Yo te tendré en la oscuridad para tenerte segura, pero tú, Benigna,
no desistas de tu misión de traerme corazones con tu suavidad» (13).
La mansedumbre, además, entra en el grupo de virtudes que en la Sagrada Escritura se
ofrecen como muy propias del reinado del Mesías, y. gr.: Salmo 36, 75, 149; Isaías 11,
Sofonías, etc.; y es notable las veces que repiten la idea de que los mansos heredarán la
tierra. Así, p. ej., el Salmo 36 dice: «Pero los mansos heredarán la tierra y se recrearán

105
con abundancia de paz» (v. 11). Varios pasajes emplean otras expresiones, pero con la
misma idea, A la luz de estos testimonios aparecen como un eco de los antiguos
oráculos las palabras con que el divino Redentor expresó la segunda de las ocho
Bienaventuranzas: «Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra» (Mat.
5,6).
La obediencia y el anonadamiento aparecen varias veces a la par, y con razón, porque
aquélla es una de las maneras más prácticas y eficaces de amar la propia abyección; por
eso quizá ha sido virtud tan especialmente amada de los amigos del Corazón de Jesús.
«Un alma que en todo no es sumisa como un niño - escribía el B. La Colombiére - está
expuesta a todos los artificios del demonio, el cual jamás ha engañado ni engañará a un
alma verdaderamente obediente. Por mi parte hago tan gran caso de esta virtud, que las
otras me parecen nada, si ella no las conduce; reconozco que la determinación que
siempre he tenido de practicarla ha sido la causa de toda la felicidad de mi vida, y que a
ella debo todas las gracias que he recibido de Dios»... «Desearía que la obediencia
fuese en adelante su virtud predilecta, como lo fue de Jesucristo. Si algo mejor hubiese,
puede estar enteramente segura de que se lo diría, ¿por qué no?» (14), «Dejarse
gobernar como un niño de seis años, con el mismo candor y con la misma humildad que
si no supiese otra cosa que su Pater noster» (15), «¡Oh santas reglas! ¡Bienaventurada
el alma que ha sabido meteros en su corazón y conocer lo ventajosas que sois!» (16)
Santa Margarita, hablando de lo mucho que desagradan al Sagrado Corazón ciertas
faltas, añade:
«Sin embargo, nada es comparable a la falta de obediencia sea a los superiores, sea a las
reglas; y la menor réplica con muestras de repugnancia le es insoportable en un alma
religiosa... Una vez, habiendo terminado la disciplina de un Ave maris stella, que me
había sido ordenada, me dijo: «ésta es mi parte»; y como yo continuase, añadió: «ésta
que tomas ahora es la del demonio»; cosa que me hizo cesar al instante» (17)
«No quisiera ni aun respirar sino por obediencia (de los superiores)», escribía el P.
Hoyos. (18)
«Al alma que me es fiel - decía el Señor a Benigna Consolata - la llevo insensible, pero
eficazmente... a un hambre y sed de obediencia tales, que ni respirada otra cosa que
obediencia. Ésta es ciertamente un fruto preciosísimo del amor». «Alma religiosa,
déjate conducir en todo por el amor; el amor te llevará siempre al sacrificio por el
camino más breve: el de la obediencia» (19). «No debes buscar otras razones de las
gracias extraordinarias que te concedo, sino tu grande y constante fidelidad a las
recomendaciones de la obediencia. ¡Oh, si se supiese el valor de la obediencia...! Si yo
encontrase a todas las religiosas tan fieles como a ti, les concedería a todas las mismas
gracias y aún mayores»(20) .
Respecto de las faltas leves en que incurren las personas espirituales, los amigos del
Sagrado Corazón presentan una idea útil y práctica: «Es necesario que se mezcle con la
contrición de V. - escribía el B. La Colombiére - una cierta complacencia de verse
pobre, miserable, anonadado, desprovisto de todo mérito y de todas las virtudes» (21)
«Una cosa más le pido - escribía Santa Margarita a una de las novicias - y es que no se
turbe ni desanime en sus faltas, sino que ame y quiera la abyección quede ellas se nos
sigue, la cual es muy eficaz para unirnos al Sagrado Corazón de Nuestro Señor
Jesucristo» (22). Es decir, en cuanto las faltas son ofensas del Corazón de Jesús
arrepentimos de veras y proponer enmendarnos; pero ya que por desgracia hicimos el
mal, por lo menos sacar de él algún partido, cual es amar y querer la humillación ante
nosotros y ante los demás que de ahí se sigue. Santa Teresita apunta otro provecho que
se puede sacar de nuestros defectos, a saber: el consolarse por verse así más deudores,
necesitados y pendientes de Jesucristo. Estas ideas son muy útiles a las almas que se

106
abaten demasiado por sus caídas ligeras, abatimiento que procede muchas veces de
amor propio y de soberbia.
Con el amor de su nada - está ligado el cariño hacia la vida sencilla, llana y ordinaria en
lo exterior; porque, como decía el Señor a Benigna Consolata: «Nada oculta tan bien a
un alma como la vida común; la oculta no solamente a los ojos de los demás, sino
también a los propios» (23). Esta virtud es muy peculiar de la ascética del Corazón de
Jesús.
El P. Fernando Morales, que fue Superior del P. Hoyos, escribe acerca de él: «En fin,
concluyo este punto con la reflexión que varias veces he hecho y es que apenas podría
encontrarse virtud más llana que la suya, ni más distante de exterioridades
impertinentes...» «Así aun los que vivieron con él algunos años nunca llegaron a
conocer que el P. Bernardo fuese hombre de extraordinaria santidad» (24) , y el Padre
O’Brien, que fue su compañero durante cinco años, dice que lo que más le obligó a
«formar un cabal concepto de su rara prudencia y de su sólida y consumada virtud», fue
«que supo debajo de un exterior común ocultar un tesoro de tan singulares dones y
favores tan especiales como en todos estados pasaban por su interior. Digo un exterior
común por cuanto nada se echaba de ver en él de singular y extraordinario»(25)
«Por fuera - decía el Corazón de Jesús a Benigna Consolata - vida común, exacta sí,
pero nada de extraordinario; pero en lo interior todo extraordinario, comenzando por la
caridad, después la humildad y después la mortificación» (26). «Hacia siempre - dice la
M. María del Divino Corazón - todo cuanto me era posible para que nadie advirtiese
nada de lo que pasaba en mi» (27). Pasión por la vida desconocida, oculta, sepultada en
un eterno olvido ahora y siempre, como brillaba en Santa Margarita, es difícil hallarla
en otros; no citamos testimonios porque basta abrir sus cartas al azar, y es casi seguro
que se encontrará algún párrafo sobre esto. Véanse nuestras Meditaciones sobre las
Cartas de Santa Margarita.
Santa Margarita se animaba mucho a amar la propia abyección con el ejemplo de los
anonadamientos eucarísticos del Divino Corazón; amarla «para conformarnos
enteramente - dice - con su estado de sacrificio, de abandono y de amor en el Santísimo
Sacramento» (28). Es consideración piadosa y verdaderísima, pues difícilmente se
puede hallar estado de más anonadamiento, que el del Corazón de Jesús en el
Sacramento del altar.
Y ¿cuál es la finalidad y el motivo de este amor a la abyección de sí mismo? La
respuesta no es difícil; todo esto tiende al objeto a que apunta toda la primera parte de la
consagración personal y la mitad de la ascética católica: a la supresión del egoísmo, del
amor desordenado de sí, de ese yo centralista y absorbente, que es el obstáculo mayor de
la perfección cristiana, y del reinado del Corazón de Jesús en cada uno de nosotros: «Yo
te tornaré tan pobre, vil y abyecta a tus propios ojos - dijo un día el Corazón Divino a su
sierva Margarita - y te destruiré en tu pensamiento de tal modo, que pueda levantar el
edificio de Mí mismo sobre esta nada»(29)

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 79, pág. 378, ed. frc.
(2) idem
(3) Idem, part. 3ª, Aviso 9, pág. 647
(4) Vademecum... da un Pio A atore, pág. 63, ed. 1919. Como
(5) idem, pág. 84, ed. 1925. Toledo
(6) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª, cart. 81, pág. 385, ed. frc.
(7) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 3ª , Aviso 16, pág. 659, ed. frc.
(8) Idem, Aviso 50, pág. 711
(9) Idem, Aviso 33, pág. 692

107
(10) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. II, pág. 260, ed. 2ª.
(11) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. IV, cap. VIII, pág. 459, ed. 2ª.
(12) Idem, p. III, cap. XII, pág. 366
(13) Vida de Sor Benigna C., cap. IV, pág. 71, ed. 1926. Madrid
(14) Vida del P. La Colomblére. Pouplard, CXIII, pág. 219, ed. frc. 1875
(15) Idem, c. XXV, pág. 259
(16) Idem, c. XVII, pág. 234
(17) Vida y Obras, Autob. pág. 68
(18) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. IV, cap. III, pág. 413, ed. 2ª.
(19) Vademecum... da un Pio Autore, pág. 64, ed. 1919. Como
(20) Vida de Sor Benigna C., cap. IV, pág 62, ed. 1926
(21) Vida del P. La Colombiére. Pouplard, c. IX, pág. 204, ed. 1875
(22) Vida y Obras, ed. 3., t. II, p. 3ª., Aviso 7, pág. 645, ed. frc.
(23) Vademecum... da un Pio autore, pág. 100, ed. 1919. Como
(24) Uriarte, P. Hoyos, p. IV, pág. 394, ed. 2ª.
(25) Idem, pág. 392
(26) Vademecum... da un Pio autore, pág. 60, ed. 1919
(27) Soeur Marie du Dívin Coeur. Chasle, cap. II, pág. 46, ed. 1925. Paris
(28) Vida y Obras, ed. 3ª, t.II, p. 3ª, cart. 54, pág. 335, ed.frc.
(29) idem, p. 2., cart. 71, pág. 364

§ II

LA CONFIANZA

Virtud básica

Olvido de sí mismo además de la nota de humildad: olvido de sí por ser uno tan ruin
cósa, que no vale la pena de que se ocupen de ella, lleva otra muy dulce y consoladora,
y es la de la confianza: olvido de sí mismo y de todo interés propio en cuanto tal,
porque de eso quiere quedar encargado el Corazón de Jesús, a fin de estar ya nosotros
libres para ocuparnos de Él y de sus intereses divinos. Por eso la confianza es virtud
capitalísima en esta primera parte. Recuérdense los textos aducidos acerca del olvido de
sí mismo, de la donación del alma, y en general de todos los de la consagración, y se
verá cómo en todos ellos palpita una confianza firmísima, tranquila e imperturbable en
el Corazón Divino. Ya dijimos, y diremos más largamente después, que la paz del
corazón es uno de los efectos más propios de este camino interior y decíamos también
que el amor a nuestra propia abyección era una de sus causas productoras; ahora
decimos que otra, y, tal vez, más influyente, es la confianza segura e inquebrantable.
A medida que se estudia esta devoción con mayor profundidad, se convence el
entendimiento más y más de una idea que se ha escrito muchas veces, y que, si al
principio parece exagerada, en realidad es exacta, a saber: que en este culto
hermosísimo está la quinta esencia del cristianismo, o como dice Pío XI: «el compendio
de toda la religión» porque, en efecto, es notable con qué maestría soberana y trabazón
ingeniosa introduce en el alma, casi sin que se dé cuenta de ello, las virtudes más
genuinas de la religión cristiana. Una de estas virtudes, católicas como pocas, es la
confianza en Dios. Llama la atención lo mucho que la inculca la Escritura en el Antiguo
y en el Nuevo Testamento. Los Salmos a cada instante hablan de ella; y en aquellos

108
venerables patriarcas del pueblo de Dios, de espiritualidad tan poco complicada, cuya
virtud por lo sencilla y hermosa se parece a la arquitectura griega, la confianza humilde
y tranquila en Dios era una de sus notas distintivas. Pero este punto está copiosamente
tratado por los autores ascéticos, y así no queremos entretenernos en él; léanse, por
ejemplo, los capítulos 10 y 11 del tratado sobre la conformidad con la voluntad de Dios,
del P. Alonso Rodríguez, que tratan preciosamente este asunto.
Esta grande confianza, este descansar seguro y tranquilo en Él, lo exige con instancia el
Corazón de Jesús, como puede el lector verlo repasando los textos aducidos poco antes
sobre el olvido de sí; la misma idea aparece en los escritos de los PP. Hoyos y
Cardaveraz, aunque, sobre todo, en este último, con un tinte más amoroso y suave. En
este deseo del
Divino Corazón se halla, a nuestro juicio, la explicación de un fenómeno, que aparece
con frecuencia en las almas que se han distinguido en este culto, sobre todo en Santa
Margarita.

Santa Margarita. A ciegas

Se hallan no pocas veces en sus escritos, ya en una forma, ya en otra, ideas como la
siguiente.
Da cuenta al P. Croiset de su disposición interior; disposición de mucho sufrimiento,
pero de una paz inalterable, y añade:
«Pido encarecidamente a V., por todo el amor que tiene al Divino Corazón, le suplique
que le dé a conocer cuanto haya de malo en esta disposición, qué es lo que en mí le
desagrada, y haga V. la caridad de decírmelo sin rodeos. Porque soy una pobre ciega en
lo que a mi se refiere» (1)
«Digo todo esto a V. como creo que en sí es; pero ¡ay! que no sé si me engaño, porque
no siento en mi juicio ni discernimiento en todo lo que a mi toca. Dígame V. lo que
piensa acerca de esto» (2)
«Por lo demás, no me consulte V. nunca sobre todo cuanto se refiere a mi, porque en
orden a mi misma no tengo ni juicio, ni discernimiento» (3) .
Esta, sin duda, era la causa de sus temores de ser juguete de los engaños del diablo.
«Hágame V. el favor de decirme lisamente su opinión, porque tengo gran recelo de
andar engañada, sin que pueda desengañarme por más esfuerzos que haga, a causa de
que el espíritu que me conduce ha tomado un imperio tan absoluto sobre todo mi ser
espiritual y corporal, que me parece que Él vive y obra en mí más que yo misma» (4).
Adviértase de pasada esa mezcla curiosa, y al parecer contradictoria, y que no obstante
es muy propia de este sistema de espíritu: por una parte temor de ser engañada y dudas
sobre si su camino es de Dios o del demonio, y por otra imposibilidad de dejarlo. Y de
tal modo era ésta, que escribe al mismo P. Croiset:
«Y por lo que a mí se refiere, le estoy muy obligada por cuanto me dice V. referente a
las gracias continuas que recibo de este Soberano de mi alma, el cual me ha hecho hallar
en ello (en la respuesta del Padre) mucho consuelo y seguridad en medio de mis temores
de ser engañada; bien que puedo asegurarle que, aunque V. me hubiese dado a conocer
que todo cuanto ¡e he dicho no es sino ilusión y engaño hubiese quedado en paz» (5); y
da la razón ha poco vista: que ese espíritu ha tomado tal imperio sobre ella, que no
pudiera proceder de otra manera. Ya se ve que combinaciones tan originales solamente
puede hacerlas la mano clara y patente del Sagrado Corazón.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª t. II, p. 2ª, cart. 131, pág. 530, ed. frc.

109
(2) idem, cart. 133, pág. 566
(3) idem, cart. 135, pág. 599
(4) Vida y Obras, ed. 3ª., t. 11, p. 2., cart. 138, pág. 611, ed. frc.
(5) Idem, cart. 135, pág. 597

¿Por qué a ciegas?

Vemos, pues, la oscuridad en que la Sierva de Dios se encontraba de ordinario respecto


de su interior. Tal proceder de Nuestro Señor se explica perfectamente, si tenemos en
cuenta lo mucho que desea la esperanza quieta en Él de parte de aquellos que de lleno se
consagran, poniendo todo en sus manos bondadosas. Porque fiarse del Corazón de Jesús
y olvidarse de sí mismo cuando vemos lo bien que arregla nuestros asuntos interiores y
exteriores, ¿qué gracia y mérito tiene?; lo que prueba fe acendrada es olvidarse de sí y
no dudar un momento, cuando estamos a oscuras completamente, o con luz crepuscular
respecto del interior. Esta es confianza verdaderamente sólida; y como el Divino
Corazón tal la quiere en sus amigos, por eso poco a poco les va escondiendo la vela, a
fin de irlos avezando gradualmente a olvidarse de sí mismos y no dudar nunca de El,
aun en la noche cerrada. Además, el ver claramente al ojo los progresos interiores y el
éxito en los negocios engendraría fácilmente un amor y entusiasmo sumamente
interesados, cosa muy poco conforme con el espíritu de esta noble devoción.
Pero no se crea que tal proceder lo use el Señor desde el principio. Es mucho más hábil
que eso; porque si, habiendo emprendido este camino, viesen las almas que seguían sin
progresar, nadie continuaría en él. No lo hace así de ordinario; en los comienzos suele
marchar el esquife a plena vela, a fin de que fortalecido el espíritu con semejantes
auxilios, siga adelante su ruta; mientras tanto, corazón y voluntad van de manera
insensible, pero rápida, adhiriéndose al Corazón de Jesús; con eso la necesidad de los
socorros primeros es menor y se irán poco a poco suprimiendo, a fin de que el olvido,
confianza, amor y celo sean más desinteresados, y tendremos fácilmente aquel
fenómeno incomprensible a primera vista que vimos en Santa Margarita: una grande
oscuridad acerca de su interior, y aun temores de ir engañada e ilusa, y a la par un deseo
abrasador de acrecentar el reinado del Corazón de Jesús. Entonces sí que es meritorio y
fino ese trabajar a secas, y, sin embargo, con toda la intensidad del espíritu. No
obstante, creemos que aun a Santa Margarita, a pesar de sus tinieblas, no dejaban, sin
embargo, de llegar de cuando en cuando algunos rayos de luz que, a manera de
relámpagos, iluminaban de repente los contornos, haciéndole conocer la excelencia del
camino; porque al fin siempre seremos una combinación de ángel y de jumento, que
necesita a las veces el alivio.

Benedicto XV

Esta confianza y abandono obtuvieron un elogio en el discurso del Papa Benedicto XV


con motivo de la promulgación del Decreto acerca de la Heroicidad de las Virtudes de
Santa Téresita del Niño Jesús; porque, describiendo los caracteres de la infancia
espiritual, que es el camino de esta Santa, dice:
«La armonía que reina entre el orden de los sentidos y el del espíritu, permite explicar
por el primero los caracteres de la infancia espiritual. Contemplemos a un niño cuyos
pasos son inseguros todavía, y que no ha llegado al uso de la palabra. Si uno de su edad
le persigue, si otro más fuerte le amenaza, o una aparición repentina de cualquier animal

110
le asusta, ¿dónde corre a refugiarse?, ¿en dónde busca un abrigo? Entre los brazos de su
madre. Acogido por ella y apretado contra su corazón, depone todo temor y, dejando
escapar un suspiro, del que sus menudos pulmones aún no parecían capaces, mira con
valentía al objeto de su turbación y espanto y aun le provoca al combate, como
diciendo: Desde ahora me he entregado a un seguro defensor: en los brazos de mi madre
me abandono con una confianza plena de ser, no tan sólo protegido contra todo asalto
del enemigo, sino también conducido a donde convenga mejor para mi desarrollo físico.
Así, pues, la infancia espiritual está integrada de con fianza en Dios y de ciego
abandono en sus manos».
Y no es inútil hacer resaltar las cualidades de esta infancia espiritual, así en lo que
excluye, como en lo que supone. Excluye de hecho el sentir soberbio de sí mismo, la
presunción de esperar por medios humanos un fin sobrenatural, y la falaz veleidad de
bastarse a sí mismo en la hora del peligro y de la tentación. Por otra parte, supone una
fe viva en la existencia de Dios, un práctico homenaje a su poder y a su misericordia,
un recurso confiado a la providencia de Aquel que nos otorga la gracia de evitar todo
mal y de obtener todo bien. De este modo las cualidades de esa infancia espiritual son
admirables, tanto miradas desde el punto de vista negativo, como estudiadas desde el
punto de vista positivo; y entonces se comprende que Nuestro Señor Jesucristo la haya
indicado como condición necesaria para obtener la vida eterna».
Después prueba largamente cómo ella, en efecto, es necesaria, según se desprende de
aquel pasaje evangélico: «En verdad, en verdad os digo que si no os trocareis e
hiciereis como uno de estos niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mat. 18,3).

Benigna Consolata

Pero, entre los grandes amigos del Sagrado Corazón, quien indudablemente ha dicho
acerca de la confianza ideas más delicadas ha sido Sor Benigna Consolata. Veamos
algunos pasajes:
«Todo el secreto de la santidad - decíale el Corazón de Jesús - está en estas dos
palabras:
desconfiar y confiar. Desconfiar de sí siempre, y luego no pararse ahí, sino subir en
seguida a la confianza en tu Dios; porque si soy bueno con todos, soy bonísimo con las
almas que confían en Mí».
«¿Sabes cuáles son las almas que gozan más de esta bondad mía? Aquellas que más
confían. Las almas que confían son los ladrones de mis gracias. Escribe, pues, que el
gusto que experimento en un alma que confía es indecible».
«Es cierto que cien pecados me ofenden más que uno, pero si este uno fuese de
desconfianza, me herirá el Corazón más que los otros cien; porque la desconfianza
hiere mi Corazón en lo más íntimo. ¡Amo tanto a los hombres!» (1)
«Aun sola esta oración cita: «Me fío de Ti», me roba el Corazón, porque en esta
diminuta plegaria se encierra la confianza, el amor y la humildad» (2)
«Si quieres complacerme, confía; si quieres complacerme más, confía más; si quieres
complacerme inmensamente, confía inmensamente: nunca jamás llegarás a confiar
según los deseos de mi Corazón. Un acto de confianza me agrada tanto, porque honra
mis atributos más queridos: la bondad y la misericordia» (3).
«Oye, Yo quisiera que especialmente las almas buenas, las almas piadosas,
comprendiesen de veras la lección que hoy te da mi Amor. ¿Por qué las almas que no
me ofenden con sus imperfecciones, por ser involuntarias, me quieren ofender después
con dudar de mi bondad? ¡Oh, si se supiese qué obstáculos pone a su perfección un

111
alma desconfiada! En vez de servirse de las imperfecciones que comete, como de
medios para unirse más a Mí mediante la humildad, la confianza y la caridad, aquella
alma se sirve de ellas como de otros tantos ganchos, que no sólo la detienen, sino que le
rasgan los vestidos que lleva encima» (4).
«Has sido pícara, María; sabes que me agradan los presentes, y no teniendo qué
ofrecerme, me has ofrecido tus miserias. Yo las he cambiado en piedras preciosas. No
es difícil ser bueno. ¿No es verdad, María, que no es difícil? » (5)
«Yo me contento, Benigna; Yo no soy exigente, como a menudo lo son las criaturas;
aunque Yo todo lo merezco, sin embargo, me contento con lo poco que me puede dar el
alma. ¡Arriba! ¡Ánimo!, Benigna. Escribelo, para consuelo de las almas: no hay miseria
de la cual no me compadezca; no hay dolor que Yo no alivie; no hay buena voluntad por
pequeña que sea que no acepte y haga valer con mis méritos infinitos; a Mí me basta
sólo con que el alma me dé el principio,’ después Yo hago todo lo demás, y lo hago
como Jesús. ¿Sabes qué significa hacerlo como Jesús? Significa hacerlo con una ternura
infinita, con una delicadeza exquisita, y después dejar creer al alma que es ella quien lo
hizo. Yo hago como hacen las madres con sus hijos pequeños que aprenden a escribir.
La madre conduce la mano, y en realidad es ella quien escribe, pero en la ternura de su
amor maternal deja al niño el placer de creer que es él quien ha escrito bien. Así hago
Yo con las almas; hago noventa y nueve y tres cuartos, y después todavía ayudo a
hacer aquel cuarto que falta para el ciento. Oye, Benigna, sin embargo, ¿sabes quiénes
disfrutan más de esta bondad mía? Aquellos que tienen más confianza. Las almas
confiadas son los ladrones de mis gracias. Me las llevan con tanta habilidad que Yo me
quedo mirándolas, y por cierto que no las incomodo gritando: ¡ladrón!, al contrario, las
animo a que tomen más. Para las almas confiadas siempre hay gracias» (6)

(1) Vida de B. Consolata, cap. V, pág. 84, ed. 1926, Madrid


(2) Vademecum... da un Pio autore, pág. 84, ed. 1919. Como
(3) Idem, pág. 84
(4) Revelaciones del Señor a Sor B. C. pág. 25, Montevideo 1928
(5) Idem, pág. 24
(6) Revelaciones del Señor a Sor B. C. pág. 14, Montevideo 1928

§ III

LA PAZ DEL ALMA

Una de las cosas que no reina mucho hoy en el mundo espiritual, es la paz del corazón.
Algo contribuye a ello nuestra constitución física, tan propensa al desarreglo nervioso,
al sutiliceo interior, a las aspiraciones soñadoras, al desaliento, al pesimismo. Sin
embargo, es una virtud preciosa en la vía del espíritu, y muy necesaria para adelantar en
ella. Un alma sin paz es terreno abonado para todas las tentaciones del diablo; un alma
con paz lo es para todas las mociones e inspiraciones de Dios.
No obstante lo difícil que parece esta encantadora virtud, es ella una de las que más
brillan en las grandes almas del Sagrado Corazón, y que Él infunde con notable rapidez
en los corazones que de lleno se le entregan. Vamos a confirmarlo con alguna
detención.

112
Santa Margarita

Andaba al parecer recelosa de entregarse a este camino, aun después de muchas


apariciones que venía años atrás recibiendo.
Habló con el B. La Colombiére y «él me mandó que nunca hiciese resistencia a este
espíritu, sino que me abandonase absolutamente a su voluntad, para permitirle hacer
según toda la extensión de su poder». Como se ve, esto era simplemente hacer su
primera consagración substancial al Divino Corazón; hízolo, y ¿qué sucedió después? A
continuación lo dice:
«Lo cual - continúa - dio una paz inalterable a mi alma» (1)
Según esto, uno de los primeros efectos de su entrega al Corazón de Jesús, fue la paz;
paz que hasta entonces parece no había gozado a pesar de su mucha perfección, y que
ya conservé toda su vida, según puede colegirse de muchos pasajes suyos, algunos de
los cuales vamos a ofrecer aquí.
«Confieso a V. que este amable Corazón es al presente toda mi ocupación, así en la
oración como en lo demás. En Él hallo un paraíso de paz, que me vuelve indiferente a
todo lo demds, que me parece en su comparación despreciable» (2)
«Suplico a V. el secreto y la gracia de decirme si debo apenarme de las consecuencias
desagradables que trae esta cruz, a causa de ser Dios en ello muy ofendido. (Alude al
revuelo que se levantó al despedir una postulante de familia principal). Esto, el ser Dios
ofendido, es toda mi pena. Todo lo demás no me quita una brizna de mi paz a pesar de
que me parece estar como encerrada en una oscura prisión, circundada de cruces que yo
abrazo una por una» (3)
«En el cual (en tiempo de carnaval) no había para mí consuelo ni alivio a mis males; no
podía dormir, ni comer, ni hablar, sino haciéndome una violencia extrema. Mas ¡ay!, mi
querida Madre, jamás tanta misericordia y bondad del Sagrado Corazón para conmigo,
el cual produce en mí una paz inalterable, aunque nunca he estado tan perezosa» (4)
«Únase V., pues, a Él en todo cuanto hiciere; dirijalo todo a su gloria; establezca su
morada en este amable Corazón de Jesús, y encontrará V. en El una paz inalterable» (5).
«Hagamos en Él (en el Corazón Divino) nuestra morada continua y perpetua; y nada
nos podrá turbar con tal que estemos por completo abandonadas a El... En este Sagrado
Corazón se goza de una paz inalterable» (6)
«El Señor me ha concedido la gracia de una enfermedad muy larga, durante la cual mi
cuerpo sufría verdaderamente, pero mi corazón y mi espíritu gozaban de un paraíso de
paz deliciosa, la cual encuentro con abundancia en el amable Corazón de nuestro
soberano Dueño» (7)
«A la cual (a sí propia) el adorable Corazón mantiene continuamente como sumergida
en un mar de amargura y en un abismo de humillación y confusión..., en donde
encuentro una paz inalterable, que me vuelve indiferente a las injurias o alabanzas de
las criaturas, pensando que todo esto no puede hacerme otra de la que soy en realidad
ante Dios» (8).
Son muchos los pasajes en que Santa Margarita expresa idénticos pensamientos. De
todo lo cual se deducen tres consecuencias: primera, que la Santa gozaba de una paz
inalterable; segunda, que eso acaecía aun en medio de grandes tribulaciones; tercera,
que toda ella era debida a la devoción al Corazón de Jesús, según la misma Santa
atestigua.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2., cart. 132, pág. 543, ed. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª.,t. II, p. 2., cart. 30, pág. 284, ed. frc.

113
(3) Idem, cart. 46, pág. 314
(4) Idem, cart. 62, pág. 348
(5) Idem, cart. 54, pág. 335
(6) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2., cart. 118, pág. 485, ed. frc.
(7) Idem, cart. 119, pág. 487 y la Nota
(8) Idem, cart. 131, pág. 530

B. La Colombiére

Esta idea de la paz es una de las que más trata en sus cartas, y con mayor energía:
«Confieso a V. - escribía - que no puedo perdonar un momento de inquietud a una
sierva de Jesucristo. Esto infiere una grande injuria a nuestro buen Señor; Él sufre,
conserva, colma de bienes a sus más grandes enemigos; piense V. si querrá perder a
aquellos que sólo anhelan servirle» (1).
«Hay que servir a Dios de todo corazón, nada olvidar por evitar sus ofensas, pero es
necesario hacer todo esto con gozo, con un corazón libre y lleno de confianza, a pesar
de todas las debilidades que se sientan y de todas las faltas que se cometan. Siempre que
esté V. turbada es por una causa mala o por efecto de su poca virtud. La verdadera
virtud anima, alienta, desea siempre adelantar; encuentra que no hace nada, pero no por
eso pierde su paz interior. Todo movimiento que inquieta al alma o que enflaquece en
ella la esperanza de adquirir la santidad, es infaliblemente del mal espíritu» (2),
Una de las razones por qué la consagración completa produce la paz del alma puede ser
la que el B. La Colombiére indica en estas líneas que siguen:
«Desde el momento en que se ha encendido un verdadero deseo de ser todo para Dios
se comienza a gozar de una gran paz», y no dudo que ésa, en que por la misericordia de
Nuestro Señor os encontráis, es efecto de la voluntad sincera y ferviente que Él os da de
servirle y de ser para Él sin reserva».
«Si os acontece alguna vez tener algún acceso de tristeza o. melancolía, yo os ruego
reflexionéis, si es que os queda todavía algún apego a la vida, a la salud, comodidades,
persona, o cosa, que debéis olvidar y despreciar, a fin de no desear ni amar sino a
Jesucristo» (3)
Véase cómo termina una carta:
«Viva ,V. en paz en medio de sus inquietudes. La Colombiére» (4)

(1) Vida del P. La Colombiére. Pouplard, cart. 9, pág. 200, ed. frc. 1875
(2) Idem, cart. 6, pág. 190
(3) Vida del B. La Colombiére, Pouplard, cart. 2, pág. 174, ed. frc. 1875
(4) Idem, cart. 5, pág. 188

P. Hoyos

Habla en los mismos términos que Santa Margarita. En aquellos tiempos en que tanto le
atormentaba el martirio de los «ímpetus de amor», de que tantas veces habla, describe
así el estado de su espíritu:
«Siempre espinado y siempre gozoso; siempre ansioso y siempre tranquilo» (1).
Se trataba de imprimir el «Tesoro escondido» y dice: «Las tardanzas del librito eran
torcedores, que por una parte apretaban mi corazón deseoso de que salga cuanto antes,
esperando de él grandes efectos, y por otra, después de darme que sentir, me dejaban

114
con una tranquilidad admirable de espíritu, abandonando todos mis deseos en el
Corazón mismo de Jesús, y yendo dulcemente o dejándome llevar de la amorosa
providencia de nuestro Dios, en el cual miraba con una inalterable paz todas las
dilaciones y demoras...»
«No sé cómo es - dice poco después - lo que en este punto de promover el culto del
Sagrado Corazón experimento y he experimentado; que las tardanzas y todo lo que
parece que contraría nuestros deseos en su progreso me dan bien que sentir, y al mismo
tiempo me dejan en una celestial serenidad e indiferencia, y seguro de que, aun lo que
parece desvío, son progresos y esmaltes con que hermosea el Señor, la encadenación
maravillosa, con que su providencia dirige la causa de su adorable Corazón. Ello parece
contradicción: unos deseos tan ardientes, con tanta tranquilidad,’ unos sentimientos tan
vivos en las dilaciones, con una paz dulcísima; pero ello pasa así: que tan diestro es
quien causa este admirable edificio de la perfección que va levantando en mi alma por
medios al parecer tan encontrados» (2).
Estaba gozosísimo corrigiendo las pruebas del anhelado librito, cuando llega orden del
P. Provincial, de que salga de Valladolid para acompañar una temporada a un Hermano
enfermo, habiendo por consiguiente de interrumpir la impresión.
«Es cierto - escribe - que ha logrado (el Señor) el intento de mortificarme, pero me ha
dado tal gracia, que en medio de la repugnancia estaba el alma dulce, tranquila,
pacífica y con una serenidad inalterable; y como quejándose amorosa con su Dios, le
protestaba que no sólo levantaría la mano por unos días, pero para siempre, si era su
voluntad; que por ésta he tomado con tanto ardor la causa de su Corazón, por ésta la he
proseguido; ésta quiere la deje ahora, sea su Corazón bendito. Con tanta paz estoy que
me admiro a vista de lo ardiente de mis deseos. En orden a moverme, estoy como si
jamás hubiera puesto mano en la cosa; del todo la dejo, en cuanto a lo exterior; pero mi
espíritu ahora más que nunca lo ‘tratará con Dios, pues esto no me lo quita» (3)
Diole el Señor a gustar algo de lo que sufrió su Sagrado Corazón, y escribe:
«Yo no sé cómo explicar lo que padecí con este sorbito que Jesús se dignó darme a
gustar del cáliz de su Corazón, sino diciendo que mi alma estuvo todo este tiempo
anegada en un mar de penas, y sumergida en un abismo de amargura tal, que muchas
veces me hubiera quitado la vida si el Señor no me hubiera fortalecido. Pero todo era
paz en aquella amargura tan amarga» (4)
Ni se crea que esto acaecía al P. Hoyos por ser alma extraordinaria, pues entre sus
compañeros tenemos, v. gr., al P. Juan de Loyola, a quien escribía el P. Cardaveraz:
«Créame V. R. que es para mí un prodigio de la gracia esa tranquilidad de ánimo en
las circunstancias de sequedad, tinieblas y tribulación del espíritu de V. R. Si V. R.
experimentara las inefables dulzuras de regalos divinos, no me parecerían semejantes
actos admirables ni de especial mérito; pero en V. R. me persuado de que son heroicos,
y carácter bien manifiesto de su predestinación» (5).
Como se ha visto, estas almas no solamente sentían una gran paz interior, sino que
además la atribuyen a su devoción al Corazón de Jesús, como no pueden menos de
atribuirla todas aquellas personas que, después de largo tiempo de vida espiritual sin
hallarla, la encuentran en pocos meses de práctica de esta devoción dulce y
pacificadora.

(1) Uriarte, P. Hoyos, p. III, cap. y, pág. 296, ed 2ª.


(2) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. V, pág. 296, ed. 2ª
(3) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. VI, pág. 308, ed. 2ª.
(4) Idem, cap. VIII, pág. 324
(5) Uriarte. Principios... c. II, n. 34, pág. 145, ed. 2ª.

115
¿Cuál es la causa?

Y ¿de dónde le viene semejante eficacia a este sistema de espíritu? Claro es que ante
todo y sobre todo de la voluntad de Dios que, como a él ha vinculado otras gracias. así
ha vinculado ésta; pero además no puede negarse que contiene este camino elementos
aptísimos ya de suyo para producir la paz.
El primero es aquel olvido de sí, aquel amor a nuestra abyección y nada, aquel
abandono y confianza segura e inquebrantable en las manos del Corazón de Jesús, que
en la primera parte de la consagración son ideas capitales.
Ya se ve lo eficaces que han de ser estos principios de ascética, para llevar la paz a los
corazones.
El segundo es el entusiasmo por el Corazón Divino, por su reinado en el mundo: aquel
ideal único, absorbente y exclusivo, que es el punto capital de la segunda parte de la
consagración, según veremos después. A medida que este ideal se va adueñando del
alma, van muriendo de inanición las aficiones a las cosas de la tierra, y entra aquella
secreta desilusión de todo lo de este mundo, que con trazos vigorosos nos ha de pintar
después Santa Margarita, y que tan bien describía el mismo Corazón de Jesús al P.
Hoyos:
«De este modo - bajo la imagen del sepulcro - me explicó, y aún no doy bien a
entenderlo, aquel despego, aquel remonte, aquel vuelo sobre todo lo que no es Dios y
su Corazón; lo cual veía más claro que la luz del sol, y penetraba toda la profundidad,
toda el alma y última esencia de la perfección que se me pedía; y desde luego empecé a
experimentar en mí un destello de este celestial estado, poniéndome el Señor
prácticamente en aquella desnudez de afectos que se me pedía» (1)
Que es lo mismo que experimentaba en sí el P. Croiset a los pocos años de marchar por
esta vía.
Las criaturas casi no tienen ya atractivo para mi, y aun estoy como insensible a todo lo
que no es Dios» (2)
Siendo éste uno de los efectos más propios de la devoción al Divino Corazón, pues nace
del entusiasmo por Él, que es el fruto primordial; y siendo por otra parte nuestro apego a
las cosas de la tierra una de las principales causas de nuestra falta de paz, ya se ve lo
eficaz que ha de ser este camino para la quietud del alma.
De paso conviene que reparemos en esa indiferencia y desprecio de las cosas
transitorias que hemos dicho produce la devoción al Divino Corazón, porque es ella una
virtud hermosísima y difícil, y de las que más avaloran este camino interior.
Por último, el amor a la cruz que por aquí se va infundiendo en el corazón, según
veremos después, y que suprime de raíz una gran parte de las inquietudes que nos
turban, es otra fuente de paz.

(1) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. IV, pág. 280, ed. 2ª.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2., cart. 104, pág. 448, ed. frc.

Virtud muy mesiánica

Los profetas del Antiguo Testamento al describir el imperio del Mesías en toda su
esplendidez, una de las principales propiedades que en él contemplan entusiasmados es
la paz; aduzcamos como muestra algún pasaje.

116
Ya vimos cómo describía el Salmo 71 el imperio universal del Rey futuro; ahora bien,
en ese salmo, después de afirmarse el hecho de que Cristo reinará, la primera propiedad
que a su reino se le asigna es la paz.
«Los montes lloverán paz al pueblo y los collados justicia (santidad)» (v. 3).
La misma idea vuelve a repetir en el versículo 7º: «Y en sus días florecerá la justicia (la
virtud) y la paz en abundancia» (v. 7).
Isaías, describiendo el mismo reino, dice:
«Y convertirán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces. No alzará su
espada una nación contra otra, ni se aprenderá más el arte de la guerra» (2,4).
Y en el capítulo 9: «Un niño nos ha nacido... Y se llamará Admirable... Príncipe de paz.
Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán término» (9,5).
En el capítulo 60, de que antes copiamos varios versos, añade:
«Y te daré por gobernadores la paz, y por magistrados la justicia» (v. 17).
Como éstos hay infinitos pasajes, v. gr.: «Todos tus hijos serán enseñados del Señor; tus
hijos gozarán de una gran paz» (54,13).
«Porque así dice el Señor: He aquí que Yo extiendo sobre ella paz como un río, y la
gloria de las gentes como un arroyo que sale de madre» (66,12).
«Y la rectitud habitará en el desierto, y en el campo labrado, la justicia. Y el efecto de la
justicia será paz, y el fruto de la justicia descanso y seguridad para siempre. Y mi
pueblo habitará en morada de paz y en habitaciones seguras y en quietudes de reposo»
(32 ,16-19).
«Y Él reinará sobre naciones numerosas y juzgará (gobernará) pueblos potentes hasta
muy lejos. Y forjarán sus espadas en azadones y sus lanzas en hoces; no levantará la
espada una nación contra otra... (como en Isaías). Y sentaráse cada uno debajo de su
parra y de su higuera y no habrá quien perturbe, porque la boca del Señor de los
ejércitos ha hablado» (Micheas, 4,3-4).
Ciertamente la paz es virtud característica en el reino del Mesías.
De paso se irá advirtiendo también cuán altamente escripturísticas y profundamente
mesiánicas son las ideas y virtudes de la devoción al Corazón de Jesús.

PARTE III

Consagración. Segundo elemento

Capítulo 1

EL APOSTOLADO

SUMARIO. § 1. - El apostolado es esencial. - Santa Margarita. - En el pacto. - El B. La


Colombiére. - P. Hoyos. - María del Divino Corazón. - Benigna Consolata. - § II. - Los
apóstoles y las predilecciones del Sagrado Corazón. - A) Es un gran don ser apóstol. -
Santa Margaritta - P. Hoyos. - P. Cardaveraz. - B) Cariño del Sagrado Corazón a sus
apóstoles. - Santa Margarita. - P. Cardaveraz. - C) Privilegios especiales. - Con letras de
oro en su Corazón - Las doce estrellas. - Un monumento de sus misericordias. - Gloria
de su Orden. - Hermosa idea. - D) Bendiciones sobre su familia y patria. - E) Él
premiará y castigará lo que a ellos se Izaga. - F) Para ellos las más ricas promesas. - O)
La muerte de los apóstoles. - Conclusión. - Las diez promesas a los apóstoles.

117
§1

EL APOSTOLADO ES ESENCIAL

Frecuentemente cuando se habla de la consagración personal al Corazón de Jesús, así en


devocionarios como en otras formas, se entiende únicamente una oferta, por la cual
colocamos en sus manos cuanto somos y tenemos. Es una acción recomendable y,
cuando otra cosa no se pueda conseguir, al menos que se haga esto; pero convendría
advertir que para conseguir las grandes promesas del Sagrado Corazón se requiere
mucho más, porque no venga después la desilusión y el consiguiente descrédito de este
culto. Lo que dejamos dicho constituye la primera parte, la menos principal por lo que a
nosotros toca; es más bien la parte del Corazón de Jesús, lo que El ha de hacer, la tarea
que le damos; la segunda, que explicaremos ahora, es la más importante para el
individuo, porque es la nuestra, lo que hemos de hacer nosotros.
«Cuida tú de mi honra y de mis cosas, que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas» (1),
decíamos que era la expresión más clara y precisa de la consagración. Con la primera
parte, hemos allanado el camino al Divino Corazón para que pueda cumplir Él su
cometido; porque para cuidar de nosotros y de nuestras cosas es preciso depositarias en
El, y con ese fin venía la donación, general; y una vez que todo está ya en sus manos y
El ha empeñado su palabra de tomarlo por su cuenta, sería una indelicadeza
entremetemos en ello, y una injuria a su leal fidelidad desconfiar, dudar y angustiamos
por lo que pueda resultar de nuestras cosas; y para eso venía aquel olvido de sí,
abandono en sus manos y confianza inquebrantable, que en la parte precedente eran las
virtudes capitales. Con la segunda parte entramos en nuestro oficio, en el miembro que
nos toca del pacto bilateral: «Cuida tú de mi honra y de mis cosas». Que el apostolado,
es decir: el trabajar por difundir este culto, sea un elemento esencial en la consagración,
es cosa no difícil de probar.

(1) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. II, pág. 260, ed. 2ª.

Santa Margarita

En efecto, recuérdense los pasajes en que esta Santa explica la consagración, y se verá
el relieve con que aparece la idea del apostolado. Así, por ejemplo, en aquel lugar de su
carta al P. Croiset, en que fe indicaba que, si quería subsistiese la comunidad de bienes
espirituales entre ellos, era preciso hiciese una donación de todo al Corazón de Jesús,
añadía:
«Consagrándose y dándose todo a este Divino Corazón de amor, para amarle y
glorificarle y procurarle todo el amor y la gloría de que Él le haga capaz por sí mismo,
sea de palabra o por escrito» (1).
La cosa es clara: consagrarse al Sagrado Corazón es «darse uno todo a Él para amarle,
glorificarle y procurarle todo el amor y la gloria de que El (nos) haga capaces por sí
mismo». Esta es la expresión clásica y típica, con que suele definir en breve Santa
Margarita la consagración.
Recordemos el trozo de la carta a su hermano el Sacerdote, en que le indicaba la
promesa que había hecho en nombre de él si el Señor le devolvía la salud:

118
«Todo esto he prometido al Corazón de Jesús por vos en el caso de que tengáis a bien
dar vuestro consentimiento, y que os consagraréis todo a este Corazón, para darle y
procurarle todo el amor, el honor y la gloria que estuviere en vuestra mano, así por vos
mismo como por aquellos que estuvieren a vuestro cargo» (2)
La misma frase de costumbre.
Escribe a la M. de Soudeilles, que, si desea ser de los amigos del Corazón de Jesús, es
preciso entregarse:
«Consagrándose toda a Él para darle y pro curarle todo el amor, el honor y la gloria
que en su mano estuviere; ello en la forma que El le inspire» (3)
Igualmente a la M. de Sanmaise:
«Es preciso... hacerle el sacrificio de sí misma, consagrándole todo su ser, para
emplearse en su servicio y procurarle toda la gloria, amor y alabanza que estuviere en
su mano» (4).
De Luis XIV dice la Santa que el Señor deseaba que hiciese «la consagración de sí
mismo a (su)
Corazón, que quiere triunfar del corazón del rey, y por su medio de los corazones de los
grandes de la tierra» (5).
De nuevo la consagración para el apostolado. El pasaje siguiente habla con todos en
general. Trata Santa Margarita de los grandes deseos que tiene el Señor de que esta
devoción se practique, y añade:
«Y me da a conocer ser este deseo tan grande, que todos aquellos que se consagraren y
sacrificaren a El, para darle el placer de rendirle y procurarle todo el amor, el honor y la
gloria que en su mano estuviere, siguiendo los medios que le proporcionare para ello,
no los dejará perecer, etc., etc.» (6)
Pero lo más significativo es que ya en la primera de las grandes revelaciones, después
de hablar de los tesoros inmensos que contenía este Corazón Divino, añade:
«A fin de que todos los que quisieren darle y procurarle todo el honor, el amor y la
gloria que estuviere en su mano, El los enriqueciese con abundancia y profusión de
estos divinos tesoros» (7)
La primera vez, por tanto, que descubre su Corazón el Señor, y la primera vez que habla
de comunicar sus bienes aparece en seguida el apostolado, y el apostolado para todos,
sin circunscribirlo a nadie.
Como se ha podido ver, Santa Margarita, al tratar con sacerdotes y religiosos, como el
P. Croiset y su hermano el párroco; al dirigirse a religiosas de vida contemplativa,
superioras y súbditas, como las Salesas; a personas seglares, como su hermano el
alcalde y Luis XIV, y en general a todo el mundo, como en los testimonios últimos, no
concibe la consagración sin el apostolado; y es ello de tal manera, que en la definición
compendiada de este acto: «darse todo al Corazón de Jesús, para darle y procurarle
todo el amor, honor y gloria que estuviere en nuestra mano», la idea que salta más a la
vista es la del apostolado, como que parece en la expresión de la Santa que al
apostolado va enfocada toda la consagración: darse todo para...; como quien dice: ése el
fin, ése el blanco; el darse todo es la condición o la base.

(1) Vida y Obras, ed. 3, t. II, p. 2ª., cart. 130, pág. 514, ed. frc.
(2) Arriba, pág. 179
(3) Idem, pág. 176
(4) Idem, pág. 177
(5) Idem, pág. 180
(6) Arriba. pág. 180
(7) Idem, pág. .30

119
En el pacto

Y cierto, para probar que el apostolado es elemento esencial de la consagración no


hubiese sido necesario aducir los textos precedentes, pues en el pacto tantas veces
repetido: «Cuida tú de mi honra y de mis cosas, que mi Corazón cuidará de ti y de las
tuyas», cifra de la consagración personal, aparece de modo vigorosísimo la idea del
apostolado; porque es descargar al hombre de toda preocupación, incluso la de sí
mismo, para darse en cuerpo y alma a la gloria e intereses del Corazón de Jesús;
difícilmente podrá encontrarse principio de tanto empuje apostólico.
En Santa Margarita, como vimos, la idea reviste otra forma. «Él cuidará - dice - de
santificarnos y hacernos grandes delante de su Padre, en la medida que nosotros
cuidemos de extender su reinado en los corazones». Así, con estas mismas palabras. lo
decía al P. Croiset. (1)
«A medida que V. trabajare aquí, este Divino Corazón le santificará con su misma
santidad», escribía al mismo Padre. (2)
«Él tendrá el cuidado de santificarnos a medida que nosotros tengamos el de
glorificarle», decía a su vez a la Hª. de la Barge. (3)
Ya la ferviente Hª. Magdalena Joly:
«El contempla a V. con placer y se aplica a purificarla y santificarla para unirla a Sí
mismo perfectamente, mientras y. se ocupa en glorificarle» (4).
Y de Luis XIV:
«El tomará el cuidado de elevarle y hacerle grande en el cielo delante de Dios su Padre,
tanto cuanto este gran monarca lo tomare de realzar ante los hombres los oprobios que
este Divino Corazón ante ellos ha sufrido; lo cual hará rindiéndole y procurándole los
honores, el amor y la gloria que El en este asunto espera» (5).
La expresión de Santa Margarita es más valientemente apostólica que la del P. Hoyos.
Esta dice simplemente: si tú cuidas de mi honra y de mis cosas, Yo cuidaré de las tuyas;
si eres apóstol mío, Yo seré proveedor tuyo. Según eso, está fórmula tiende a suprimir
el recelo de darse al apostolado por temor de que se deje abandonado lo propio. Santa
Margarita, en cambio, va más allá: no sólo apunta a quitar todo recelo a remover los
estorbos, sino a poner enérgicamente espuelas para la acción. «Cuanto más trabajares tú
por Mí, más cuidaré Yo de ti; cuanto menos te preocupes de mis cosas, menos miraré
Yo por las tuyas; en la proporción en que anheles por mi reino, anhelaré Yo por tu
provecho y tu gloria».
Es acicate eficacísimo. Como conoce el Señor la fuerza del amor propio en el hombre, y
cuán arduo es derrotarle en el ataque de frente, y por otra parte es una energía potente,
que mejor que destruirla es explotarla de lleno, dándole otra dirección, se vale de este
artificio habilísimo para enfocarla hacia Sí. No se puede negar que la tentación para el
egoísmo es grave. Es ciertamente una idea de la ascética católica, que, explotada cual se
hace en la devoción del Corazón de Jesús, tiene una singular maestría para sacar de sí al
hombre, y lanzarlo en pos de Cristo’ y su gloria, con el ímpetu y firmeza de la mayor
energía natural de nuestro ser, cual es el amor a su bien propio.

(1) Arriba, pág. 193


(2) Arriba, pág. 293
(3) Idem, pág. 194
(5) Idem, pág. 194
(5) Idem, pág. 195

120
B. La Colombiére

Véase lo que escribe en sus Retiros:


«Me he impuesto como una ley el procurar por cuantas vías sean posibles la ejecución
de lo que me fue prescrito de parte de mi adorable Salvador. Ya la he inspirado - la
devoción del Sagrado Corazón - a bastantes personas en Inglaterra y he escrito a
Francia» (1).
El P. Froment, contemporáneo del Beato, dice por su parte:
«De este modo algunas buenas almas han inspirado a otras la devoción al Corazón de
Jesús. Y así en sus conversaciones espirituales y con palabras enteramente de fuego el
P. Claudio de La Colombiére difundió entre los primeros esta devoción en Francia y en
Inglaterra» (2).

(1) Retiros, pág. 131 - 134


(2) La verdadera devoción al Sdo. Corazón, Lib. III, c. XII, pág. 2

P. Hoyos

De él y del P. Cardaveraz hemos de hablar más largamente después. Aquí sólo


queremos indicar este dato, que es muy significativo para ver el lugar que ocupa el
apostolado en la devoción al Corazón de Jesús.
«El P. Agustín (Cardaveraz) en carta que recibí el miércoles pasado (3 Abril) me pedía -
escribe el P. Hoyos - le trasladase (copiase) la institución de la fiesta del Corpus, y la
revelación y dificultades que para ello hubo, como lo refiere el P. Gallifet en el tomo de
Cultu Cordís Jesu; para lo que saqué de la librería este tomo el domingo (3 de Mayo).
Ésta fue una treta del P. Cardaveraz, a fin de hacer leer aquel libro al P. Hoyos. «Yo que
no había oído jamás tal cosa - continúa el mismo - empecé a leer el origen del culto del
Corazón de nuestro amor Jesús, y sentí en mi espíritu un extraordinario movimiento,
fuerte, suave y nada arrebatado ni impetuoso, con el cual me fui luego al punto delante
del Señor Sacramentado a ofrecerme a su Corazón, para cooperar cuanto pudiese, a lo
menos con oraciones, a la extensión de su culto» (1).
Nótese bien el caso: la primera idea que se ofrece al P. Hoyos al conocer la devoción del
Corazón Divino es la del apostolado. Aquí aparece ya en germen la consagración: «Fui
luego... a ofrecerme... para...»; lo mismo que vimos decía Santa Margarita: «consagrarse
es entregarse todo a Él para darle y procurarle todo el amor, honor y gloria que en
nuestra mano estuviere».
Un fenómeno parecido al del P. Hoyos se halla en Santa Margarita. Recibe la primera
gran revelación del Corazón de Jesús, y añade:
«Desde entonces las gracias de mi Soberano comenzaron a ser más continuas; y no
pudiendo yo contener las impresiones de amor que ellas me dejaban, procuraba
comunicarlas, así de palabra como por escrito, pensando que los demás recibían los
mismos favores y participaban de idénticos sentimientos. Pero fui desengañada, tanto
por el R. P. de La Colombiére, como por las humillaciones y persecuciones que esto me
atrajo» (2)
Conoce esta devoción, en seguida el deseo de difundirla de palabra y por escrito, no
obstante el carácter tímido y concentrado de la Santa.

121
(1) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. 1, pág. 245, ed. 2.’
(2) Vida y Obras ed. 3ª. t. II, 2ª. cart. 133, pág. 569, ed. frc.

María del Divino Corazón

Ya pudo observarse en ella los dos grados de devoción al Corazón de Jesús: la ordinaria
y la completa; y cómo ésta comenzó a raíz de aquel favor que más atrás referimos. Pues
bien, escribiendo ella los sentimientos que pasaban por entonces en su alma, dice:
«Empleaba todos los medios que estaban en mi mano para propagar la devoción del
Sagrado Corazón; con este fin distribuía entre los habitantes de la parroquia imágenes y
oraciones del Corazón de Jesús; y El me lo recompensaba siempre con nuevas pruebas
de amor» (1).
En seguida de la consagración, el celo espontáneamente.
En el voto particular de obediencia, que hizo a su confesor poco tiempo antes de morir,
se lee:
«La única recompensa que deseo es que su Sagrado Corazón sea siempre - más y más
glorificado y amado. Yo me consagro a Él de nuevo y sin reserva, para la propagación
del culto de su Divino Corazón, expiación de los sacrilegios, etc.» (2)
En la última consagración o renovación de ella, que el Corazón de Jesús le pidió, como
preparación próxima para su misión particular de lograr la consagración del mundo,
decía:
«Yo os prometo amaros, honraros hasta el último instante de mi vida, y propagar
cuanto pueda el culto de vuestro Sagrado Corazón» (3)
Pero, ¿a qué aducir frases sueltas, si la existencia de esta santa criatura parece que no
tuvo más objeto que llevar a cabo con la acción. y el sufrimiento la consagración del
mundo al Corazón de Jesús?

(1) SoeurMarie du Divin Coeur. Chasle, cap. II, pág. 51, ed. 1925. París
(2) Idem, cap. X, pág. 336
(3) Soeur Marie du Divin Coeur, Chasle, cap. II, pág. 351, ed. 1925. París

Benigna Consolata

Que la idea de apostolado sea muy saliente en esta alma, huelga el intentar probarlo,
sabiendo cuál fue su misión particular:
«Te he dado dos misiones: una hacer conocer las amabilidades de mi Corazón, las
ternuras de mi Corazón, etc. Tú tienes la misión de hacer con ocer la misericordia de
mi Corazón, los tesoros de su bondad infinita; ésta es tu misión, y tú debes cumplirla
escribiendo lo más que puedas». Benigna, escribe y da gloria a mi Corazón; porque
cuando con medios más ineptos se hacen las cosas, mayor gloria tiene el artista» (1)
«Tus escritos están destinados a hacer conocer mis misericordias. Cada palabra que
escribes es como un cantor de mis misericordias. ¡Escribe cuanto puedas!... » «El
Monasterio será el pálpito desde el cual me harás conocer. Yo me apoyo en tu
debilidad, porque no necesito fuerza; me sirvo de los ignorantes para confundir a los
fuertes» (2).
«Vosotras, almas queridas de mi sagrado Ministro y de mi fiel sierva..., unidas en un
mismo afecto en el Corazón de Dios, debéis aceptar la misión de hacerlo conocer y
amar cada vez más de los hombres» (3)

122
«Otra vez me dio a conocer - añade - que, siendo llamados los dos (el confesor y ella)
para trabajar por la difusión de la devoción al Corazón de Jesús, nuestra morada era su
Sacratísimo Corazón, no sólo durante esta vida, sino también por toda la eternidad» (4).

(1) Revelaciones del Señor a SorB. C., pág. 12, Montevideo, 1928
(2) Vademecum... Por un Piadoso autor, prólogo, ed. 1925 Toledo
(3) Vida de Sor Benigna C., cap. II, pág. 29, ed. 1926. Madrid
(4) Revelaciones del Señor a Sor B. C. pág. 10, Montevideo, 1928

§ II

LOS APÓSTOL ES Y LAS PREDILECCIONES DEL SAGRADO CORAZÓN

Que las predilecciones del Corazón Divino sean para aquellas personas que procuran
difundir por todas partes esta santa devoción, es cosa que advertirá fácilmente
cualquiera que estudie un poco este asunto. Las promesas verdaderamente espléndidas,
las expresiones singulares de cariño de parte del Sagrado Corazón, las pruebas
extraordinarias de amor se multiplican sin cesar, cuando se trata de personas entregadas
a establecer su reinado. Como es punto muy eficaz para enfervorizar las almas,
pensamos ser conveniente tratarlo con alguna detención. Reduciremos la materia a unos
cuantos capítulos generales.

A) Es un gran don ser apóstol

Santa Margarita

¡Qué felices! Esta expresión admirativa cómo brota de su corazón, cuando habla con los
apóstoles.
«¡Oh mi querida madre, - dice a la M. de Saumaise - qué feliz es V. por haberle hecho Él
tan útil para su gloria y para el progreso de su reino! Prefiere que esté V. en esta
ocupación más bien que en el gobierno de una Comunidad. Continúe V. en este santo
ejercicio, a pesar de todas las contradicciones y obstáculos que se opusieren. No puedo
dejar de creer que su nombre está grabado muy adentro en éste amable Corazón» (1)
«¡Oh mi querida hermana, - añade a la Hª. Joly - que deudores que somos a este Divino
Corazón, porque se ha dignado servirse de nosotros para la ejecución de sus designios!;
pues reserva tesoros de gracias para todos aquellos que se ocuparen en esto según todo
el poder que Él les diere. No puede V. imaginarse cuántas bendiciones derrama esta
devoción. Debe tener y. a gran dicha el haber sido empleada en esta santa obra» (2)
Habla al P. Croiset acerca de las promesas del Corazón de Jesús en general, y añade:
«Mas por lo que toca a aquellos que se emplean en hacerle conocer y amar, ¡oh!, si
pudiese, y si me fuese permitido expresarme, conforme a lo que me es dado a conocer,
tocante a las recompensas que recibirán de este amable Corazón, V. diría como yo: ¡qué
felices son aquellos que Él empleará en la ejecución de sus designios! Y a V. digo que
es dichoso por pertenecer a este número» (3)
«Espero - añadía en otra carta al mismo Padre - que V. será uno de los que Él se ha de
servir para introducir (esta devoción) en vuestra Orden. ¡Oh, qué gracia para V. si así
es, y si secunda V. sus designios!» (49

123
Crisóstomo Alacoque, alcalde y hermano de la Santa, había propuesto de su propia
iniciativa erigir en la Iglesia de su parroquia una capilla al Corazón de Jesús, y le
responde:
«¡Oh mi querido hermano!, ¡qué afortunado serás si Él te concede una gracia tan
grande, cual es el poder llevar a efecto tu empresa! Permanece, pues, firme, te lo
encargo con el mayor encarecimiento, en la ejecución de los sentimientos que Él te
comunica; a fin de que no frustres los designios que tiene de hacerte santo. Sus gracias
no te faltarán para ello» (5).

(1) Vida y Obras, ed. 3., t. II, p. 2., cart. 100, pág. 437, ed. frc..
(2) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2.~, cart. 108, pág. 461, ed. frc.
(3) Idem, cart. 132, pág. 546
(4) Idem, cart. 131, pág. 532
(5) Idem, cart. 68, pág. 359

P. Hoyos

Véase cómo habla él también respecto al valor de la gracia de ser apóstoles del Corazón
de Jesús. Era tiempo de Ejercicios, y había meditado acerca del fin del hombre.
«Entendí - dice - altísimas cosas del Corazón Divino, principio y centro de todas las
bondades; mostróseme el dichoso fin a que me habla destinado el Señor de propagar el
culto de su Corazón».
En otra ocasión «diole a entender - dice su biógrafo - que debía considerar en adelante
como uno de los mayores beneficios de su vida el haberle escogido El mismo entre
millares, para propagar la devoción y el culto de su Corazón» (1)
Es natural que al oir tan consoladoras ideas escribiese el santo joven alborozado al
Padre Loyola:
«¡Oh Padre mío, qué felices somos! ¡Qué dicha tan grande, que el Señor nos haya
abierto los tesoros de su Corazón! ¡Oh, qué fortuna, que nos haya querido, aunque tan
inútiles, por instrumentos para extender su culto! ¡Oh amado Padre, ofrezcámosle
nuestros corazones, nuestras vidas, y nuestra sangre: todo consagrado a su Corazón y a
la propagación de su culto! ¡Oh, si yo pudiera tener una voz que se oyese en todo el
mundo, para clamar y descubrir a los hombres este tesoro escondido!» (2)

1 Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. V, pág. 289, ed. 2.


2 Idem, cap. VI, pág. 311, ed. 3.~

P. Cardaveraz

«Su Majestad, elevando mi alma a un estado de felicidad y gloria, me mostró - dice -


algunos de sus escogidos y predestinados para su gloria y visión deliciosísima; y entre
los jesuitas V. R., Padre mío, era uno de los primeros a quien mi amor Jesús miraba con
más especial cariño y complacencia. Otro era nuestro P. Provincial, Juan de Villafañe,
como se lo escribí a S R. aquella noche, por orden que me dio Su Majestad de escribirle
y encargarle varias cosas en su nombre. Bien se ve y entenderá V. R., Padre mío, el
amor especialísimo de mi amor Jesús para con V. R. por lo que diré ahora; pues era V.
R. el objeto principal de estos consejos, avisos y encargos de mi Jesús».
«Díjome su Majestad, después de esta visión tan deseable y gustosa de sus escogidos,

124
que éstos eran los amigos de quienes antes me dijo se valdría para gloria de su adorable
nombre y conversión de las almas; que se lo dijese de su parte y en su nombre a su
siervo el P. Provincial, que muy en particular le vi» (1)
Es cosa curiosa la facilidad con que el Corazón de Jesús, lo mismo en Santa Margarita
que en los PP. Cardaveraz y Hoyos, revela la predestinación de sus amigos, procurando
que se enteren ellos mismos como aquí aparece.
«Yo, Padre mío, quisiera ser poderoso y tener todos los medios suficientes para servir a
V. R. y a cuantos veo en el Corazón adorable verdaderos adoradores y ansiosos de que
le adoren, todos tan laboriosos. ¡Ay, y cuán divino y sólido consuelo llena todo mi
corazón con la luz que me da este Señor en su Corazón Divino, al ver lo mucho que le
agrada el celo de algunos, y entre ellos el de V. R.! Quisiera ver a todos, y más a los
que yo bien quiero y debo, en el estado felicisimo que a estos pocos. Y ¡cuán
estrechamente los une el Corazón de nuestro amor Jesús que tiene mil atractivos!; y su
mismo amor infinito y las ansias amorosas de comunicarse a todos le obligan a no
desamparar estos dichosos instrumentos de su amor» (2)

(1) Uriarte. Principios.., cap. 1., nº. 10, pág. 38, ed. 2ª.
(2) Uriarte. Principios.., cap. III, nº 10, pág. 312, ed. 2ª.

B) Cariño del Sagrado Corazón a sus apóstoles

Santa Margarita

Las expresiones de amor de parte del Corazón Divino para con sus apóstoles que se
observan en los escritos de la Santa, son numerosísimas. Véanse algunas de las dirigidas
a sus primeros cooperadores en la difusión de este culto.
«El Sagrado Corazón me hace sentir - escribía al P. Croiset - el amor que le tiene, y el
deseo ardiente que experimenta de comunicarle con profusión, las riquezas inagotables
de este adorable Corazón» (1)
«Creo - decía a la M. de Saumaise - que ha sabido V. ganarse la sagrada ternura de este
Divino Corazón, por el celo ardiente que tiene de procurarle honor» (2)
A la M. de Soudeilles, gran apóstol del Corazón Divino, escribía:
«El Corazón de Jesucristo Nuestro Señor me parece que mira a y. como objeto de sus
complacencias, por el celo ardiente que tiene V. d~ amarle y de ser toda para Éi,
procurándole todo el honor y gloria que puede» (3).
Ya vimos cómo la ferviente Hª. Joly, temía olvidarse de sí por ocuparse tanto en los
asuntos del Corazón de Jesús, y cómo Santa Margarita procuró desvanecer su temor,
añadiendo:
«Él se complace en el trabajo de V. porque la ama; mas si V. pudiera comprender de
qué manera la ama, no guardaría V. medida en trabajar todo cuanto estuviere en su
mano» (4).
Hablando de esta Hª. a la M. de Saumaise le decía:
«Me parece que (el Sagrado Corazón) la ama tiernamente, y desea a su vez ser amado
de ella única y constantemente» (5).
«El alma de V. - escribía a la M. Dubuysson – le es singularmente querida, y el celo que
muestra V. tener, por hacer conocer y amar al Sagrado Corazón, le atraerá más y más el
colmo de su puro amor» (6).
«No puedo dejar de atestiguar a y. - escribía a la M. de Saumaise - el gozo que mi
corazón siente por el placer que, el señor confesor de V., su muy honorada Madre (M.

125
Desbarres) y vuestra Caridad, dan a mi Señor Jesucristo, con el celo que tienen de
hacerle conocer y amar. Continúe así, mi querida Madre, pues por este medio se tornará
V., delante de este Sagrado Corazón, en un perfume de suavidad» (7)
«Es para mí un dulce consuelo - decía a la misma - hablar a un corazón que le ama y
que es de Él amado tan tiernamente, que no puedo dejar de mirarlo como el de una de
sus más fieles amigas» (8).
Ya vimos cómo decía a la misma:
«No puedo dejar de creer que su nombre está grabado muy adentro en este amable
Corazón» (9).

(1) Vida y Obras ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 130, pág. 514, ed. frc.
(2) Idem, cart. 60, pág. 346
(3) Idem, cart. 61, pág. 347
(4) Idem, cart. 108, pág. 461. Nota
(5) Idem, cart. 80, pág. 383
(6) Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2ª., cart. 116, pág. 481, ed. frc.
(7) Idem, cart. 62, pág. 350. Nota
(8)Idem, cart. 64, pág. 353
(9) Idem, cart. 100, pág. 437

P. Cardaveraz

Uno de los escritos en que aparece con más dulces y delicados matices el amor del
Corazón Divino para con las personas que se dedican cuanto pueden a establecer su
reinado, son los de este ardoroso Padre. Véase cómo hablaba al P. Juan de Loyola, que
fue uno de los que más trabajaron en la Península por esta divina causa, y de cuya
pluma salió el primer librito, que por entonces se publicó sobre la materia, con el título
de «El tesoro escondido».
«Amérnosle, Padre mío, con un amor suave, eficaz y sagrado, ciertos de todo y muy
seguros de que nos ama con sin gularisimo y ternísimo amor y nos tiene en su
divinísimo Corazón, donde tenemos el lugar de nuestro refugio impenetrable a nuestros
enemigos» (1).
Al mismo P. Loyola que, sobre sus sequedades interiores ordinarias, parece le habían
llovido ciertas penas exteriores, dice en otra carta:
«Consuélese V. R. y anímese, porque es prueba amorosa de nuestro dulcísimo amor
Jesús, a quien ciertamente no desagrada y. R., sino que le agrada mucho con tanta
fidelidad y constancia, y le muestra el amor más fino y sincero de su fiel corazón. Su
Majestad le tiene muy en medio de su Divino Corazón y le mira con especialísimo amor
y providencia muy extraordinaria» (2)
En otro lugar, a propósito de esa «providencia muy extraordinaria» que el Corazón de
Jesús tenía sobre el P. Loyola, le escribe:
«Eso sí, Padre mío, las cosas que por V. R. pasan, y el espíritu de V. R., y el camino por
donde nuestro dulcísimo amor Jesús dirige a V. R., es una de las sendas más ocultas y
maravillosas de la amorosa providencia de nuestro Dios» (3)
Ideas parecidas leemos en las cartas dirigidas al ferviente apóstol e intrépido misionero,
Pedro de Calatayud. Andaba a la sazón en una de las muchas tribulaciones que solían
sobrevenirle, y le escribe:
«Ciertamente, Padre, no hay por qué; y así arroje V. R. su corazón en la presencia del
Señor, y póngale en sus suavísimas manos con entera y filial confianza, pues Su

126
Majestad está tan empeñado y encargado con tanto amor de las cosas mas menudas de
V. R.; y así el andar cavilando del buen éxito de sus deseos, dejados en las manos de tan
poderoso y amante Dueño, es agraviar en cierto modo sus especialísimas finezas y la
singular providencia con que este dulcísimo Amor gobierna a V. R.» (4)

(1) Uriarte. Prinéipios... c. 1, nº. 10, pág. 44


(2) Idem, cap. I, nº. 11, pág. 47, ed. 2ª.
(3) Uriarte. Principios.., cap. II, nº 11, pág. 143, ed. 2ª
(4) Idem, pág. 150

C) Privilegios especiales

Con letras de oro en su Corazón

Es uno de los privilegios más dulces del Corazón de Jesús a sus apóstoles. Ya vimos
cómo de la M. de Saumaise decía Santa Margarita que «su nombre estaba grabado muy
adentro» en el Corazón de Jesús.
Recuérdese cómo también el P. Bernardo de Hoyos al firmar su acto de consagración:
conocí - dice - por un modo suavlsimo, no tanto de visión, cuanto de tacto o experiencia
palpable, que «Jesús escribía mi nombre en su Corazón» (1)
Pero la gracia presente es todavía más hermosa.
En aquella aparición solemne, en que se hizo entrega del Corazón de Jesús a las
religiosas de la Visitación, dice Santa Margarita que éstas se hallaban abajo, y sus
corazones se velan en las manos de sus ángeles custodios, y continúa:
«Después de esto, todos los ángeles se acercaron para presentarle (al Sagrado Corazón)
los que tenían en sus manos, los cuales, habiendo tocado esta sagrada herida (la del
costado), quedaron bellos y lucientes como estrellas; otros había que no tenían tanto
resplandor; en cambio, hubo muchos cuyos nombres quedaron escritos con letras de
oro en el Sagrado Corazón, en el cual algunos de esos, de que hablo, se introdujeron y
abismaron con gran avidez y placer de una y otra parte, mientras se les decía: «En este
abismo de amor es donde está vuestra mansión y reposo para siempre». Estos eran los
corazones de aquellos que han trabajado más en hacerle conocer y amar. De este
número me parece, mi querida Madre, que era el vuestro» (2)
De aquí y de lo que la Santa afirma en otros lugares, se deduce que los nombres escritos
con letras de oro en el Corazón de Jesús, son los de sus apóstoles. Dice que estos
nombres fueron «muchos»; mas como entre ellos hay grados, los que trabajaron más
refiere que se abismaron en el Corazón Divino con gran avidez y gusto, así de ellos
como del mismo Corazón de Jesucristo, a fin de tener en Él su descanso para siempre.
Se trata, como se ve, de dos hermosas promesas: una es el tener el nombre escrito en el
Corazón de Jesús, que significa un amor especialisimo y hondo del Señor para con
ellos; pues sólo de las personas amadas con particular cariño suele decirse que se llevan
escritas en medio del corazón. También significa una particular providencia, un
recuerdo, un pensar continuo en ellos de parte del Sagrado Corazón, como acaece con
las cosas y personas que llevamos muy impresas en el alma. Y dice que estarán escritos
sus nombres con letras precisamente de oro, que acentúa más el afecto; porque como
oro significa amor, decir que están escritos en el Corazón y con letras de oro es recalcar
la ternura. Muestra, asimismo, el aprecio en que los tiene, pues en un escrito no suelen
escogerse letras de oro para nombres y cosas de importancia secundaria.
Algunos de los corazones escritos con letras de oro, añade que «se introdujeron y

127
abismaron en el Corazón Divino con gran avidez y placer de una y otra parte»
diciéndoseles: «En este abismo de amor es donde está vuestra mansión y reposo para
siempre». Aquí se insinúa una promesa magnífica: la gracia de vivir abismado en el
Corazón de Jesús, o sea, una especie de unión íntima y habitual con Él, que mantenga
el entendimiento, la voluntad y el afecto perennemente clavados en el amor y la gloria
de este Corazón Divino; y esto no por efecto de violencia, que sea como algo postizo,
sino como consecuencia de una fuerza de atracción, de una avidez - como dice la Santa
- que arrastre el espíritu hacia aquel divino imán. A todo lo cual se añade, como
resultado natural, una seguridad y reposo hondo y profundo, propios de quien ha hallado
su centro. Si además estas ideas se embalsaman con una esperanza grande de la propia
salvación, cual se colige de aquellas últimas palabras: «aquí está vuestra mansión y
reposo para siempre», tendremos la promesa por entero. No se puede negar que, a la par
de ser hermosa, es de gran utilidad y valor en la vía del espíritu.

(1) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. II, pág. 259, ed. 2ª.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 90, pág. 407, ed. frc.

Las doce estrellas

Precioso pasaje, y que dice mucho en favor del apostolado. «Otra vez - escribe - como ti
se entretuviese con su indigna esclava, le mostró y dio a entender, que se formarla una
corona de doce de sus más amados y que le hubiesen procurado más gloria sobre la
tierra, y que los colocaría cual doce estrellas brillantes en torno de su Sagrado
Corazón. Me parece que V. era de este número; pero no le diré más particularidades de
esto, porque en seguida que me doy cuenta de que tengo alguna parte en lo que digo, me
siento caer en un abismo de confusión, en que sufro una especie de martirio» (1).
En estas últimas palabras la Santa se hizo traición a si misma, pues dan a entender ser
ella otra de las doce estrellas. El hecho de que la M. Saumaise pertenezca también a ese
afortunado número es no poco consolador, pues, aunque esta religiosa trabajó mucho
por el Corazón ‘Divino, y en aquellas circunstancias esto era más meritorio que hoy, sin
embargo, no parece que su vida de apostolado sea tal que deba considerarse más
admirable que imitable.
Una idea parecida encontramos en las revelaciones del Corazón de Jesús a Benigna
Consolata.
«Mi Benigna, una cosa bella, que mi Padre quiere te diga Yo, es ésta: que me preparo
en el paraíso una corona de piedras preciosas, formada por las almas que han servido
para hacer conocer la bondad de mi Corazón. Serán como diamantes en su diadema, y
tú, Benigna, serás una de ellas» (2)
No queremos decir con esto que todos los que trabajan por el reino del Corazón de Jesús
hayan de tener los mismos privilegios, pues dentro del plano de apóstoles hay grande
variedad de grados; ni queremos tampoco ponernos a investigar en qué consistirá
exactamente el mencionado favor, únicamente deseamos hacer notar las grandezas
especiales que el Sagrado Corazón parece reserva a sus apóstoles.
Aunque no expresa la misma idea viene oportunamente aquí un parrafito del P.
Bernardo de Hoyos. Vio en el cielo a San Francisco de Sales y a «su hija la V. M.
Margarita Alacoque - escribe el santo joven - cuyo corazón, todo encendido en amor del
de Jesús, me pareció tenía uno como distintivo, divisa o blasón por su ardentísimo amor
al Corazón de Jesús, que la hermoseaba sobremanera» (3).

128
(1) Vida y Obras, ed. 3., t. II, p. 2ª., cart. 87, pág. 396, ed. frc.
(2) Revelaciones del Señor a Sor B. C. pág. 13, Montevideo, 1928
(3) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. IV, pág. 284, ed. 2.

Un monumento de sus misericordias

Hablando Santa Margarita a la M. de Saumaise acerca de la H.~ Magdalena Joly,


intrépida apóstol del Corazón de Jesús, dice:
«Espero que no estará jamás en desgracia del Sagrado Corazón, el cual, según creo,
hará de ella un monumento eterno de sus misericordias. Me parece que la ama con
ternura, y que desea a su vez ser amado de ella única y constantemente. ¡Qué cosa tan
buena es agradar a este Divino Corazón, que recompensará nuestras penas con placeres
eternos e incomprensibles! » (1)
La promesa es, al parecer espléndida: «la hará un monumento eterno de sus
misericordias». Como no hay razones para pensar lo contrario, creemos que lo propio
puede afirmarse de todos los que trabajan por el reinado del Corazón de Jesús, como
esta Hermana lo hizo.
Repárese también en aquella otra frase: «Espero que no estará jamás en desgracia del
Sagrado Corazón», en que parece que le promete su confirmación en gracia, o
sea, el inapreciable don de jamás caer en el pecado mortal; promesa que aparece
varias veces en los escritos de la Santa.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª,, t. II, p. 2., cart. 80, pág. 383, ed. frc.

Gloria de su Orden

Todos saben cómo por indicación divina comunicó Santa Margarita un mensaje al
monarca francés, a la sazón Luis XIV, con intento de que fuese rey del Corazón de
Jesús, con todas las obligaciones sociales y magníficas promesas que a semejante
elección correspondían. Tal paso había de darse mediante el confesor del rey, que
entonces era el E’. de La Chaise, a fin de que emplease en orden a este negocio todo
aquel grande ascendiente que tenía sobre el monarca; esto haciendo, bien puede estar
seguro - escribía la Santa - de que jamás ha hecho acción más útil para la gloria de Dios,
para la salud de su alma, ni por la cual sean mejor recompensados él y toda su santa
Congregación, de la que se constituirá por este medio el honor y la gloria, a causa de
los grandes tesoros de gracias y bendiciones que este Sagrado Corazón en él
derramará» (1)
El proyecto fracasó, ¿por culpa de quién?, no es fácil averiguarlo; para nuestro intento
basta saber la promesa hecha al P. de la Chaise: Seria el honor y la gloria de su Orden
si entraba por las vías apostólicas del Sagrado Corazón; promesa que en su tanto y a su
modo debe sin duda aplicarse a los demás que trabajen por esta divina causa.

(1) Vida y Obras, ed. 3, t. II, p. 2ª., cart. 107, pág. 456, ed. frc.

Hermosa idea

Lo es, en efecto, la contenida en aquellas palabras notables que leemos en una carta a la

129
M. de Saumaise:
«No nos aflijamos, si no vemos cumplidos en seguida nuestros deseos para la gloria del
Corazón de Jesús; no permite Él las tardanzas en esto, sino por el placer que
experimenta en ver aumentarse nuestro ardor y entusiasmo, y a fin de que el fervor de
esta santa devoción dure más tiempo, concediéndonos poco a poco las cosas que
deseamos; aunque, sin embargo, me apremia constantemente para hacerle conocer y
amar» (1)
Es cosa notable, pues, lo que agrada al Corazón de Jesús el ver trabajar a sus apóstoles.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 107, pág. 456, ed. frc.

D) Bendiciones sobre su familia y patria

El plan del Corazón de Jesús es, como hemos podido ver, sacar al hombre de si mismo y
de sus cosas y lanzarlo por completo al amor práctico y de obras, que consiste en dar al
Corazón de Jesús aquello de que carece y podemos procurarle por nosotros, es a saber:
corazones que le amen y en que reine de verdad. Ahora bien, como una de las
preocupaciones que más pueden inquietar, o al menos debilitar la tensión de los anhelos
hacia el único ideal, es el amor de la familia y el de la patria, por eso el Divino Corazón
promete tener un cuidado especial de ellas, a fin de que sus apóstoles queden más
desembarazados de extrañas preocupaciones. Muchos, en efecto, son los textos que
hablan en este sentido:
«Únicamente diré a V. - escribía a la Madre de Saumaise - que este Divino Corazón la
recompensará no solamente en su persona, sino también en las de sus parientes y
allegados, a los cuales mirará con ojos de misericordia, para socorrerlos en todas sus
necesidades, si acuden a El con confianza» (1)
«Todo el deseo de V. - decía a la M. Dubuysson - sea amar, honrar y glorificar a este
divino y amabilísimo Corazón. No perdone V. para ello ni cuidados, ni trabajos, porque
éste es el medio más eficaz para entrar en su amistad y atraer sobre V. y su santa
Comunidad abundancia de gracias santificantes y el reino de su ardiente caridad, cuya
unción Él derramará en vuestros corazones por la pureza de su santo amor» (2)
El Corazón de Jesús, no solamente bendecirá a sus apóstoles en las personas de su
familia, sino además en las de aquellos que estén bajo su cuidado.
«Me parece - escribía a la M. Dubuysson - que Él tendrá siempre una protección
particular sobre la casa de V., y que cuidará de ella, como lo espero de su amorosa
bondad, por el ardiente celo que tiene usted de hacerle conocer, honrar y amar, tanto
por medio de esos libritos, como por otras maneras» (3).
Muestra el gozo que experimenta por el celo de la M. de Saumaise, y añade:
«¡Ah, qué felicidad para aquellos que contribuyen a esto! Se atraen por este camino la
amistad y las bendiciones eternas de este amable Corazón, y V., por su parte, un
poderoso protector para su patria» (4)
El Corazón de Jesús no sólo bendecirá a sus apóstoles en sus familias y súbditos, sino
en su patria, a fin de que no les hagan daño las inquietudes de estos cuidados
patrióticos. Para sacerdotes y religiosos puede ser idea muy útil. Cuando a veces les da
por el patriotismo, son una calamidad: se olvidan frecuentemente hasta las ideas
elementales de la vida espiritual, sacerdotal, religiosa, y se hace en no pocas ocasiones
un papel en alto grado ridículo. A quienes tengan deseo de hacer provecho a su tierra,
aquí ofrece Santa Margarita un medio de realizarlo, no solamente sin peligro del
espíritu, sino con notable perfección; dejen esas preocupaciones humanas en manos del

130
Corazón de Jesús; dedíquense en cuerpo y alma a ser apóstoles suyos, y verán cuánto
bien hacen con eso a parientes y paisanos.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2. cart. 112, pág. 475, ed. frc.
(2) Idem, cart. 90, pág. 408
(3) Vida y Obras, ed. 3ª.. t. II, p. 2ª., cart. 95, pág. 421, ed. frc.
(4) Idem, cart. 97, pág. 424

E) El premiará o castigará lo que a ellos se haga.

Ya vimos cómo el Corazón Sagrado pidió a Santa Margarita la donación de todas sus
obras buenas, y cómo después le dijo:
«Y puesto que te has dado y sacrificado toda al beneplácito de mi Corazón, no debes
tener otra aplicación ni ocupación que amar y dejarte sacrificar e inmolar»; luego
continúa la Santa: «prometiéndome que Él ten dna cuidado de castigar o recompensar
todo lo que me fuere hecho, y que, como todos los bienes espirituales que se ofrecieren
por mí irían a quedar a disposición de su Sagrado Corazón, a causa de la donación que
yo le había hecho, todos los que pidieren por mi le causarían tanto agrado, que los
enriquecería con la abundancia de los tesoros de su Sagrado Corazón... Y ved por qué
aquellos que me ofrecen algún bien espiritual, no solamente participan de las riquezas
inmensas de su Corazón, sino que además le proporcionan gran gusto» (1).
Por la misma razón de estar toda consagrada a Él, dice en otra parte:
«Él ha prometido (a ella misma), si no me engaño, recompensar con los tesoros de su
Divino Corazón todo el bien que se le hiciere. Esto es de manera, que yo creo, que no
habrán de perder nada aquellos que me ofrecieren algún bien espiritual» (2)
Envióle el P. Croiset de regalo unos libritos y le contesta:
«Sintiendo yo un gran deseo de agradecer los libros, que V. había tenido la bondad de
enviarnos, y hallándome sin medios de retribuírselo en algo, porque soy enteramente
pobre, gracias a Dios, mi soberano Maestro me dio a entender que era necesario dejarle
el cuidado de esta gratitud, la cual Él pagaría con sus bienes infinitos. Así espero que
no perderá V. nada, y que Él mismo será su recompensa» (3)
Y para que se vea cómo cumplía el Señor esta promesa, cuenta la misma Santa que un
religioso prometió ofrecerle la Misa todos los Primeros Viernes, y que el Corazón de
Jesús se encargó de premiar esta generosidad:
«Cosa que Él hizo - añade la Santa - tan liberalmente que, según el mismo Padre ha
confesado, jamás había recibido tan grandes favores» (4).
Aunque estos pasajes hablan de sólo Santa Margarita, sin embargo, como Dios no es
aceptador de personas y la Santa, por otra parte, es tipo ejemplar, parece que esta
doctrina ha de aplicarse a todos cuantos realizaren lo que aquélla realizó. Y procede de
este modo el Sagrado Corazón, según vimos arriba, a fin de que sus amigos, libres de
preocupaciones extrañas, se entreguen completamente a amarle y glorificarle.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p.2., cart. 131, pág. 537, ed. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 131, pág. 537, ed. frc.
(3) Idem, cart. 131, pág. 534
(4) Idem, cart. 87, pág. 398. Nota

131
F) Para ellos las más ricas promesas

Las expresiones de tesoros de gracias, cúmulo de dones y otras parecidas que respiran
inusitada abundancia, aparecen de ordinario para las personas que propagan este culto.
«Si no me engaño - escribía a la M. Saumaise - estoy en el Corazón de Jesús como en
un abismo sin fondo, en donde me descubre tesoros de amor y de gracias para cuantas
personas se consagraren y sacrificaren a darle y procurarle todo el honor, el amor y la
gloria que estuviere en su mano. Mas estos tesoros son tan grandes, que no puedo
expresarme de otro modo sino llamando feliz a V. y a toda su santa Comunidad, por la
convicción en que estoy de que tiene en ellos buena parte; sobre todo el señor confesor
de V. (M. Charollais), su muy honorable Madre (M. Desbarres) y su Caridad» (1).
«No puedo expresar - escribía a la misma - el reconocimiento que siento en mi’ corazón
por las molestias y cuidados que se toma V. a fin de hacerle reinar, lo mismo que su
muy honorable Madre, su confesor y algunas de las Hermanas en particular. Me parece
que este Divino Corazón recibe en ello tanto gusto, que destina a V. tesoros de delicias
infinitas» (2)
«¡Qué de bendiciones y de gracias - dice a la misma - me parece se ha propuesto Él
derramar sobre nuestro querido Instituto, y en particular sobre las casas que le
procuraren más honor y más gloria!»(3)
«¡Oh mi querido hermano en este Divino Corazón, - escribía al P. Croiset - si me fuese
permitido manifestar las riquezas infinitas que están ocultas en este precioso tesoro, y
con las cuales enriquece y pone en posesión de ellas a sus fieles amigos! Si pudiésemos
comprenderlas no escatimaríamos nada en orden a procurarle el placer que desea con
tanto ardor» (4)
«El Señor quiere dar a V. por Sí mismo todo, y todo hacérlo en V., porque le ama -
decía al mismo - . Y le digo en particular, según me lo da a conocer, que los tesoros de
su Corazón le están abiertos, y veo que hará saque V. de ellos con abundancia, y aun El
mismo se los comunicará con profusión para el cumplimiento de esta grande obra, a la
cual me parece no puedo dudar que le haya destinado» (5)

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart 87, pág. 396, ed. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 88, pág. 402, ed. frc.
(3) Idem, cart. 97, pág. 428
(4) Idem, cart. 131, pág. 531
(5) Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2ª. cart. 132, pág. 555, ed. frc.

G) La muerte de los Apóstoles

Una de las promesas que más se repiten en los escritos de los grandes amigos del
Corazón de Jesús es la de una santa muerte. Morir en gracia de Dios, y ser ese Corazón
Divino un asilo seguro en aquella hora difícil y decisiva son ideas que salen a cada
instante; la llamada ¿gran promesa», vinculada a la Comunión de nueve Primeros
Viernes de mes sin interrupción, no es sino un caso particular; y en aquella preciosa
carta, de Santa Margarita, que copiamos más arriba, después de indicar que en este
Divino Corazón hallarán sus devotos un refugio durante la vida y, sobre todo, a la hora
de la muerte, exclamaba la Santa:
«¡Oh, qué dulce es morir después de haber tenido una tierna y constante devoción al
Sagrado Corazón de Jesucristo!» (1)
Esta promesa general no podía menos de cumplirse de una manera especial en los

132
apóstoles.
El 7 de Setiembre de 1688 se bendecía la primera capilla, levantada en honor del
Corazón de Jesús. El sitio fue el jardín del Monasterio de Paray, y la M. Superiora,
María Cristina Melin, fue quien la hizo construir. Las contemporáneas de Santa
Margarita, en la vida que de ésta escribieron, dicen que tal acto de la M. Melín «le atrajo
muchas gracias, según el sentir de nuestra virtuosa Hermana, la cual dijole que al
Sagrado Corazón había sido tan agradable el cuidado que había tenido de hacer erigir un
sitio en que fuese adorado este Sagrado Corazón, que en recompensa le prometía el
privilegio de morir en un acto de su puro amor» (2)
El autor del Reinado del Corazón de Jesús, y lo mismo la última de las promesas a los
propagadores extienden ese privilegio a los apóstoles. Y realmente, si por aquel solo
acto se prometió a la M. Melín, no es extraño que se prometa también a quien en cuerpo
y alma se entrega a procurar la gloria del Corazón de Jesús. De hecho la muerte de esos
grandes apóstoles suyos suele ir por este camino. Veamos como ejemplo algunas.

(1) Idem, cart. 142, pág. 624


(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. I, nº 267, pág. 245, ed. frc.

Santa Margarita

Las contemporáneas en la vida de Santa Margarita escriben: «nos había dicho muchas
veces el médico del Convento en sus enfermedades (de la Santa) que, como eran
causadas por el amor, no les hallaba remedio» (1) Poco antes de morir tuvo un período
de prueba, pero «algo después estos espantos se disiparon - continúan las
contemporáneas - su espíritu se encontró en una gran calma y seguridad de su salvación.
La alegría y la tranquilidad aparecieron de nuevo en su semblante, y exclamaba:
«Misericordias Domini in aeternum cantaboh! » (2) Y otras veces: «¡Qué quiero yo en
el cielo o qué deseo en la tierra, sino a Vos solo, oh Dios mio! » (3). Estaba tan
sofocada que no podía permanecer en el lecho, y era necesario sostenerla para que
tuviese alguna facilidad en respirar; con frecuencia decía:
«¡Ay, me abraso, me abraso!; si fuera de amor divino, qué consuelo, pero jamás he
sabido amar a mi Dios perfectamente». Y dirigiéndose a las que la sostenían decía:
«Pedidle perdón para mí, y amadle con todo vuestro corazón, para reparar todos los
momentos que yo no lo he hecho. ¡Qué dicha el amar a Dios, ah, qué dicha! ¡Amad,
pues, a este Amor, pero amadle perfectamente! » Esto decía en tales transportes, que se
veía claro estaba su corazón todo penetrado de este amor. A continuación se extendió
largamente acerca del amor de Dios para con sus criaturas, y la poca correspondencia de
parte de ellas... Una hora antes de morir pidió que le administrasen la Extremaunción, y
dio las gracias por las atenciones que con ella habían tenido. «Después de lo cual -
continúan las contemporáneas - quedó durante cierto espacio en gran calma, y, habiendo
pronunciado el santo nombre de Jesús, exhalé dulcemente su espíritu, en un exceso de
aquel ardiente amor a Jesucristo, que tan hondas raíces había echado en su alma desde la
cuna. Habiendo llegado el médico en el momento que acababa de expirar, se mostró
muy sorprendido, pues decía no haber encontrado ninguna señal en su enfermedad que
anunciase una muerte tan rápida; que durante su vida se había maravillado muchas
veces de que un cuerpo tan extenuado como el suyo pudiese soportar tantas
enfermedades como ella había tenido, pero que, como el amor era quien se las causaba,
no dudaba de que el amor había sido también el que le había acarreado la muerte en una
coyuntura en que se veían tan pocos síntomas de ella» (4).

133
Esto decía el médico. El P. Hoyos, hablando de la misma Santa, añade:
«Luego entendí cómo su muerte, tal día como hoy, fue un amoroso deliquio, fue un
recostarse dulcemente en el Corazón de su Amado, dando en El el último aliento. Y a
vista de muerte tan deseable, ¡oh buen Jesús, y qué asalto de amor tan fuerte sintió este
mi pobre corazón, tocado de una santa envidia!»(5)

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. I, nº 306, pág. 291


(2) Salmo 88,2
(3) Salmo 72,25
(4) Vida y Obras, ed. 3º, t. I, p. 1º., nº 306 - 308, pág. 293 - 295, ed. frc.
(5) Uriarte, Vida del P. Hoyos, p. III, cap. 1V

P. Hoyos

La santa envidia de que acaba de hablar pronto se le habla de cumplir, pues al mes de
escribir estas palabras murió. Unos años antes, 7 de Enero de 1730, «le revelé el Señor -
dice su biógrafo - cuán precioso había dé ser, llegada la hora, su tránsito a mejor vida, y
cómo le asistirían en él muchos santos y ángeles, con su príncipe San Miguel, nuestro P.
San Ignacio, San Francisco Javier, Santa Teresa y los demás sus devotos. Añadióle que
a su muerte se hallarían también presentes para recibir su alma Cristo Nuestro Señor y
su Madre Santísima, en cuyas manos daría su espíritu al salir del cuerpo, para que ella
se lo presentase a su Divino Hijo y éste al Eterno Padre. «¡Oh dicha felicísima!»,
exclama aquí el Hº. Bernardo, «levantaisme, Señor, del estiércol de ¡a nada y miseria
para colocarme entre los príncipes de vuestro reino» (1).
El mismo P. Bernardo, a propósito de aquella gracia de los «ímpetus> de amor, escribía:
«Yo espero, como la misma Santa (Santa Teresa), que en siendo la voluntad de Dios, he
de rendirla (la vida) a manos de tan amorosos matadores; que no es menester más para
eso, sino que el Señor deje que corresponda al cuerpo en igualdad lo que pasa en lo
interior, y suspenda por un momento el continuo milagro que está obrando en mí»(2)
Por eso: «yo he pensado - dice el P. Loyola - que... acaso su muerte fue de algún ímpetu
de amor divino sagradamente violento, como muchas veces le había ofrecido el Señor»
(3).
La santa religiosa amantísima del Corazón Divino y conocida de Bernardo, M.
Concepción (4), rogaba por el restablecimiento de éste: «cuando al revestirse una vez su
espíritu de nueva confianza, vio que, separándose del cuerpo el alma de su Hermano y
Padre tan queridó, volaba gloriosísima a esconderse en la haga abierta del Sagrado
Corazón» (5)
¡Así mueren los apóstoles del Corazón de Jesús!

(1) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. 1, cap. XIV, pág. 123, ed. 2ª.
(2) Idem, p. II, cap. 1, pág. 147
(3) Idem, p. III, cap. XIII, pág. 377
(4) Ana María de la Concepción, de la Recolección Cisterciense de Valladolid, muerta
en olor de santidad en 1764
(5) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. XIII, pág. 377, ed. 2ª.

CONCLUSIÓN

134
Las diez promesas a los Apóstoles

No queremos terminar este punto sin insertar aquí las diez promesas clásicas en favor
suyo, que, tanto por su antigüedad, como por contener en sí encerradas las gracias
principales de que hablan los grandes amigos del Corazón de Jesús, merecen
conservarse. No las explicaremos, porque en los documentos precedentes y en algunos
que citaremos después, están confirmadas todas ellas.
1ª. Los nombres de los apóstoles del Sagrado Corazón, estarán escritos en este Divino
Corazón y permanecerán eternamente en su recuerdo.
2ª Todos los divinos tesoros están abiertos para los apóstoles del Sagrado Corazón.
3º Los apóstoles del Corazón de Jesús, con la amistad de este Divino Corazón, tienen
segura la protección de la Santísima Virgen y la de los Santos, en especial la de Santa
Margarita.
4º Los apóstoles del Sagrado Corazón harán rápidos progresos en la perfección. Ellos
santificará y glorificará.
5º. Los apóstoles del Sagrado Corazón recibirán la gracia del puro amor divino.
6º Los apóstoles del Corazón de Jesús atraerán especiales bendiciones sobre su patria y
familia.
7º Están reservadas grandes bendiciones a las obras de celo emprendidas por las
personas que propagan el culto del Corazón de Jesús. Éstas harán grandes conversiones.
8º Los apóstoles del Sagrado Corazón alcanzarán la comprensión de la cruz y
entenderán su valor. En las penas de su apostolado recibirán fuerza y consuelo.
9º Los apóstoles del Corazón de Jesús obtendrán la gracia de la perseverancia final, y la
de una santa muerte en su divino amor.
10º El Sagrado Corazón será en Sí mismo la recompensa de sus apóstoles.

Capítulo II

MANERAS DE APOSTOLADO

SUMARIO.- § 1.- La oración. - Todos pueden ser apóstoles.- Frecuentes jaculatorias. -


Sta. Margarita. - P. Hoyos. - § II - El sacrificio. - A) Sacrificio pasivo o de aceptación. -
Sta. Margarita. - P. Croiset. - La Colombiére. - B) Sacrificio activo o de mortificación. -
Una táctica espiritual. - Sus ventajas.- Muy propia de esta devoción. - Sta. Margarita. -
P. La Colombiére. - Benigna Consolata. - Observaciones.- C) La devoción al Sdo.
Corazón dulcifica la Cruz .- 1) Testimonios claros.- 2) Ejemplos que lo confirman - Sta.
Margarita. - La Colombiére. - Hoyos. - María del Divino Corazón. - Benigna Consolata.
- § III - Acciones buenas. - Santificación propia. - El ejemplo.- § 1V - La Propaganda. -
A) Debe hacerse.- Dificultades. - Su importancia.- B) ¿Quién puede ejercer el
apostolado externo? - Personas pobres y despreciadas. - Ni milagros en general. - Lo
que Él exige. - Confirmándolo. - No forzar.

§1

135
LA ORACIÓN

Todos pueden ser apóstoles

Quizá alguno de nuestros lectores habrá dicho para sí al leer lo que antecede: veo
ciertamente que la consagración exige el apostolado, y lo exige esencialmente; veo
también que las tiernas predilecciones del Corazón de Jesús y las más ricas promesas
son para sus propagandistas; pero ¿qué podré hacer yo? Los predicadores, confesores,
escritores; las personas de trato, influencia, virtud, copiosos medios humanos, ya se ve...
pero ¡yo!... Si la devoción al Sagrado Corazón para todo el mundo es, también lo será
por tanto su práctica individual completa, o sea, la consagración; y como el apostolado
es elemento esencial de ésta, sin duda que debe estar al alcance. de toda clase de gente.
Lo está ciertamente, aun de los niños, como veremos al exponer seis maneras
principales.

Frecuentes jaculatorias

Las obras de Dios primero se decretan arriba y luego se realizan abajo; y de ley general
es que arriba se decreten en parte por oraciones; así que para que reine el Corazón de
Jesús es necesario ante todo la oración. Y cuando oración decimos, entendemos por ella
lo que entiende el Catecismo: «levantar el corazón a Dios y pedirle mercedes»; en
nuestro caso pedir el reinado universal del Sagrado Corazón. Esto, como se deja
entender, puede hacerse no solamente en el templo u oratorio, ni sólo a las horas
señaladas para nuestras devociones, sino que se puede y debe hacer por doquier y a
todas horas: en casa, en la calle, en el campo, en la oficina, en el taller, en la fábrica y en
todas las ocupaciones que traigamos entre manos; pues ¿qué lugar, ni qué tiempo, ni
qué acción puede impedir a uno exclamar oral o mentalmente: «que reines», «venga a
nosotros tu reino», etc.? Y así hemos de procurar habituarnos a esta continua oración,
de modo que a ser posible transcurran pocos minutos sin que haya salido disparada para
el cielo esta saeta apostólica. Bien se ve que para semejante apostolado no se necesita ni
carácter sacerdotal, ni talento, ni palabra, ni posición, ni influencia, ni nada: sólo se
necesita querer, y eso lo tiene quien quiera.
Esta primera manera de apostolado proponen a cada instante los amigos del Corazón de
Jesús con sus palabras y ejemplos.

Santa Margarita

Escribe a la M. de Saumaise y acaba:


«Roguemos continuamente, y trabaje V. sin descanso por los intereses del amable
Corazón de Jesucristo» (1)
Se trataba del mensaje a Luis XIV, y después de proponer la Santa varios medios
humanos que se ofrecían, concluye:
«Por lo demás es necesario mucho orar y hacer orar por este asunto» (2)
«Yo le pido con todo mi corazón que Él bendiga las santas empresas de V., y le dé valor
para afrontar con generosidad todas las dificultades» (3).
«Es necesario - escribía a la Hª. JoIy - suplicarle sin cesar que se haga conocer y amar,
y que derrame sus misericordias sobre todos los que recurran a El» (4)
«La Hª. N. N. saluda a V. - escribía a la Madre Greyfié -. Estaba apenada de no poder

136
ser útil en nada al Sagrado Corazón, pero Él le ha dado su oficio, haciéndola su
medianera para pedir al Eterno Padre que dé a conocer a este Sagrado Corazón, al
Espíritu Santo que le haga amar, y a la Virgen Santísima que emplee su valimiento, para
que el Corazón de Jesús haga sentir los efectos de su poder a cuantos se dirigen a Él.
Desea asimismo que en la Comunidad de V. haya una que le haga el mismo servicio»
(5)
«Me parece que todas mis plegarias y todo cuanto puedo hacer no tienden sino a este
solo objeto: establecer el reino de su Sagrado Corazón, y ahora obtener la admisión de
la solicitud que ha enviado V. a Roma con este objeto. No dejo de interesar en ello a la
Santísima Virgen y a nuestro bienaventurado P. La Colombiére, el cual espero nos ha de
servir en esto de poderoso socorro; porque si V. tiene su lugar en la tierra, yo creo que
él tiene también el de V. en el cielo, para amar y glorificar a este Divino Corazón» (6)
«Pidamos, mi buena Madre, a este amable Corazón, que sostenga esta devoción, y llene
de la unción de sus gracias y de su ardiente caridad a todos aquellos que encaminare a
nosotros» (7).
«No olvido a y. en su santa presencia - escribía a la Hª. Joly - como ni tampoco todas
esas santas empresas que ha tomado V. para su gloria, lo cual es la intención principal
que tengo en todas mis oraciones» (8)
«Puede V. estar seguro - escribía al P. Croiset - que lo poquito de fuerzas que me
quedan en todos estos estados de sufrimiento, las empleo en rogar por V., y también por
los que se ocupan con V. en hacer honrar al Divino Corazón de mi soberano Dueño»
(9).
«Voy a tomar mi descanso en este Sagrado Corazón, porque ya es tarde - escribía a una
de sus novicias -. Pídale y. mucho que difunda por todas partes su amor y el
conocimiento de Sí mismo» (10).
«Procure V. -decía a otra novicia- tener todas sus delicias en este Divino Corazón,
pidiendo a la Santísima Trinidad que haga sea conocido y amado de todos los
corazones que son capaces de ello» (11).
«Haga V., además todos los días quince actos de amor a este Sagrado Corazón,
pidiéndole que todos los corazones le amen ardientemente» (12)
De donde se ve cómo el Corazón de Jesús busca estas almas medianeras, estos apóstoles
de oración que den batería al cielo por su reinado en la tierra.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 57, pág. 341, ed. frc.
(2) Idem, cart. 107, pág. 456
(3) Idem, cart. 107, pág. 457
(4) Vida y Obras, ed. 3º., t. 11, p. 2º., cart. 118, pág. 487, ed. frc.
(5) Idem, cart. 50, pág. 323
(6) Idem, cart. 63, pág. 350
(7) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª, cart 83, pág. 390, ed. frc.
(8) Idem, cart. 108, pág. 463, texto y nota
(9) Idem, cart. 136, pág. 604
(10) Idem, part. III, aviso 2º, pág. 640
(11) Idem, aviso 17, pág. 661.
(12) Idem, aviso 51, pág. 713

P. Hoyos

El P. Hoyos muestra idénticos sentimientos. Cuando a 3 de Mayo de 1733 recibía la

137
primera idea y la primera moción referentes a este asunto: «fui luego al punto - dice -
delante del Señor Sacramentado, a ofrecerme a su Corazón para cooperar cuanto
pudiese, a lo menos con oraciones, a la extensión de su culto» (1)
Cuando poco después consultó sus proyectos apostólicos con la santa religiosa M. Ana
de la Concepción, lo primero en que convinieron fue que el asunto: «pedía fervorosas
oraciones y súplicas al mismo Sagrado Corazón» (2)
Durante la novena que hizo para prepararse a la primera fiesta del Corazón Sagrado:
«Todo - dice - ha sido deseos de resarcir el honor de Jesús, todo, súplicas al Eterno
Padre y a las demás personas divinas; todo clamores al cielo, para que se decrete en el
consistorio de la Santísima Trinidad la pronta extensión de este culto» (3).
Acababa de recibir unas noticias que parecían abrir remotamente camino para la
difusión de esta idea, y escribe en seguida alborozado al P. Juan de Loyola:
«Indecible consuelo me dan las esperanzas favorables de conseguir nuestros deseos para
gloria de aquel amantísimo y dulcísimo Corazón de Jesús, cuyo nombre no puede
formar la pluma sin teñirse los ojos en suaves lágrimas. Ahora ha de ser la batería de
los corazones amantes al pecho del Padre Eterno, para que mire al Corazón de su
Divino Hijo, y acabe ya de publicar a la Iglesia las inmensas riquezas de este oculto
tesoro» (4).
Refiere él mismo una gracia que recibió el día de Todos los Santos, y continúa:
«Y quedando toda el alma en aquel paso que llaman «sepultura interior», se explicaba
con el Eterno Padre con un lenguaje de fuego, presentándole el Corazón soberano de su
Unigénito, y pidiéndole con las mayores veras concediese ya a su Iglesia el favor de
que en ella se solemnizase públicamente el culto del Corazón Divino» (5)
Esta vida de oración continua, pidiendo precisamente el reinado del Corazón de Jesús,
es cosa genuinamente cristiana, y muy propia de los sentimientos de la primitiva Iglesia.
Ya Cristo Nuestro Señor había dicho que: «es necesario orar siempre y no desmayar»
(6); y preguntado después por los apóstoles cómo debían orar, les propuso el
Padrenuestro (7); ahora bien, en esta oración divina, después de la invocación: «Padre
nuestro que estás en los cielos», lo primero que manda Nuestro Señor que se pida es:
«santificado sea tu nombre»; y lo segundo: «adveniat regnum tuum», venga a nosotros
tu reino; el Evangelio dice solamente: «venga tu reino». Si, pues, hemos de orar
siempre, según el consejo de Cristo, y al orar lo primero que debemos pedir es que sea
santificado su nombre y que su reinado llegue, claro es que siempre deberíamos estar
pidiendo al cielo estas cosas; de donde la práctica de la devoción al Divino Corazón que
manda orar de continuo por el reino de este Corazón Sagrado, se ve cuán conforme es
con el espíritu de Cristo y del Evangelio.

(1) Uriarte, Vida P. Hoyos, part. III, cap. 1, pág. 246, ed. 2ª.
(2) Idem, pág. 253
(3) Idem, cap. II, pág. 258
(4) Uriarte. Vida P. Hoyos, part. III, cap. III, pág. 265, ed. 2ª.
(5) Idem, cap. V, pág. 289
(6) Luc. 18,1
(7) Mat. 6,9

§ II

138
EL SACRIFICIO

A) Sacrificio pasivo o de aceptación

Gran campo también es éste, muy sencillo y muy a mano de todos, para trabajar casi sin
interrupción por el reino del Corazón de Jesús. Aceptación voluntaria de tantos
sufrimientos, más o menos importantes, como suelen venirnos a cada paso sin que los
busquemos, y que en vez de estropearlos o neciamente perderlos con nuestra poca
paciencia, pudieran ser un gran medio de adelantar el reinado del Sagrado Corazón, si
con tal intención los aceptásemos. Unas veces serán dolencias del cuerpo por las
enfermedades; otras, dolencias del corazón por ciertas cosas que punzan, y quizá muy
hondamente; y otras, dolencias del alma a causa de las tentaciones, tristezas, miserias,
pasiones, faltas, etc., etc. En ocasiones serán penas que nos hemos merecido; en otras
vendrán sin culpa ninguna nuestra. Pues bien, en tales acaecimientos es preciso volver
los ojos al Corazón de Jesús y, aunque sea bramando por todo nuestro interior, decirle:
esto, Corazón Divino, y todo cuanto Tú quieras, lo acepto en silencio por que reines;
luego se cierran los ojos, se apura la copa entera, y... aquí no ha pasado nada.
Y conviene no admirarse, si el Corazón de Jesús nos envía algunas cosillas; porque la
idea del sufrir es muy propia de este camino interior.
Por eso, cuantos en él han brillado han sido almas de muchas penas y cruces; y por eso
en sus escritos la idea de padecer es, después de la del amor y el celo, la más familiar a
todos.

Santa Margarita

Recordemos en qué forma le pidió el Corazón de Jesús su consentimiento para la misión


de evangelista y apóstol a que la destinaba.
«Diré a V., pues,- escribía la misma al P. Croiset - que este Soberano, habiéndose un día
presentado a su indigna esclava, me dijo: «Yo busco una víctima para mi Corazón, que
quiera sacrificarse como una hostia de inmolación al cumplimiento de mis designios»
(1)
Los designios eran dar a conocer a todo el mundo su culto; para esto quería servirse de
ella; ahora bien, ¿cómo concebía el Señor esta misión? Como un sacrificarse e
inmolarse al cumplimiento de sus designios, a la obra de su reinado. Esta es la
definición de semejante apostolado. ¿Qué es, o debe ser, un apóstol del Corazón de
Jesús? Una víctima, una hostia que se inmola por su reinado en la tierra.
Muchas dificultades oponía la Santa.
«Mas era en vano - añade - que yo le resistiese, porque no me dejaba momento de
reposo, hasta que por orden de la obediencia me hube inmolado a todo lo que deseaba
de mí, que era constituirme una víctima sacrificada a toda suerte de sufrimientos, de
humillaciones, contradicciones, dolores y desprecios, sin otra pretensión que cumplir
sus designios».
«Después de esto - continúa - me comunicó sus gracias con tal profusión, que no me
conocía a mí misma» (2)
En seguida, según vimos más arriba, comenzó a difundir este culto: «Pero fui
desengañada de ello - escribe - tanto por medio del P. de La Colombiére, como por las
humillaciones y persecuciones que esto me atrajo» (3)
Obsérvese cómo apenas Santa Margarita empieza a desempeñar su papel de apóstol,
comienzan también a llover sobre ella cruces; para que se vea que, consagrarse de lleno

139
al Corazón de Jesús es, según Él decía a la Santa, ofrecerse como víctima inmolada a la
ejecución de sus designios. Por lo mismo, escribe la sierva de Dios en diversas
ocasiones:
«Estoy convencida de que nada se hará en esta obra sino a expensas mías, es decir, que
mis penas y sufrimientos de humillación, anonadamiento, desprecio, dolor o
contradicción se aumentarán a medida que el reino y el imperio de este amable corazón
se extendieren mediante esta devoción» (4).
«Confieso a V. - escribía al mismo P. Croiset - que los míos (los sufrimientos) se
aumentan en tan gran manera, a medida que la gloria del Divino Corazón crece, que a
veces me parece que todo el infierno se desencadena contra mí, para reducirme a la
nada» (5)
Por esto pudo escribir al mismo Padre:
«Mi porción (mi herencia) será el calvario hasta mi último suspiro, entre los azotes y
las espinas y los clavos y la cruz, sin más consuelo ni placer que el de no tener ninguno»
(6)

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 133, pág. 557, ed. frc.
(2) idem, cart. 133, pág. 562
(3) idem, cart. 133, pág. 570
(4) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 133, pág. 581, ed. frc.
(5) idem, cart. 136, pág. 602
(6) Idem, cart. 134, pág. 584

P. Croiset

No era esto solamente para Santa Margarita. Andaba el P. Croiset con alguna cruz de
supererogación, quiero decir, con algún sufrimiento extraordinario, y contéstale la Santa
para consolarle:
«Estoy regocijada por saber que V. sufre; esto me confirma más en que es de los
amados del amable Corazón de mi divino Señor. Aun no ha llegado V. al término de sus
penas; mas buen ánimo» (1), como quien dice: consuélese con esa cruz, porque todavía
le esperan otras mayores.
Seguían los sufrimientos, y el Padre se ve que se admiraba de ello, pues le responde la
Santa:
«Parece que eso le sorprende a V.; todavía no es nada, porque es preciso que sea V.
continuamente probado y purificado como el oro en el crisol, por la ejecución de los
designios de Dios. Son grandes, a la verdad, pero habrá que padecer mucho de parte del
demonio, de las criaturas y de V. mismo. Y lo que le parecerá más duro será imaginar
que Dios mismo se pone de la parte contraria, para hacerle padecer; pero no tiene V.
nada que temer, porque Éi le quiere de esta manera» (2)

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 136, pág. 605, ed. frc.
(2) idem, cart. 139, pág. 616

B. La Co1ombiére

Buen argumento es también de lo que vamos diciendo la respuesta que el mismo


Corazón Divino dio a Santa Margarita respecto a la enfermedad del B. La Colombiére, a

140
quien la tisis que le llevó al sepulcro en lo mejor de la edad, le tenía al parecer
inutilizado para un apostolado tan necesario al principio: me dijo: «que el siervo no era
más que su Señor, y que no había nada tan ventajoso como la conformidad (semejanza)
con su querido Señor. Y que si bien, según las trazas humanas, su salud era mejor para
la gloria de Dios, el sufrimiento se la procuraba incomparablemente mayor; porque hay
tiempo para todo: hay tiempo para sufrir y tiempo para hacer; hay un tiempo para
sembrar y otro para regar y cultivar». Esto es - añade la Santa - lo que él hace al
presente; porque el Señor tiene el placer de dar a sus sufrimientos un precio inestimable
por la unión que él tiene con los del mismo Señor, a fin de derramarlos después como
rocío celestial sobre esa semilla, que ha esparcido en tantos sitios, para hacerla crecer y
adelantar en su santo amor» (1)

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2., cart. 10, pág. 242, ed. frc.

B) Sacrificio pasivo o mortificación

Una táctica espiritual

Aquí tiene el lector otro campo amplísimo de apostolado; pero como, además de eso, es
una manera de táctica interior utilísima para cumplir bien toda la consagración, vamos a
desarrollarla un poco.
Entre las personas que se consagran al Corazón de Jesús, aunque todas lo hagan con
plena sinceridad, se advierten, sin embargo, grandes diferencias en la manera de
reducirla a la práctica. No encierra ello nada de maravilloso, dada la gran diversidad de
metales de que están hechos los hombres. Sin embargo, no pensamos que la escala de
grados de perfección dependa exclusivamente de las condiciones naturales del sujeto,
quizá,’ con mucha frecuencia, influya la diversidad de métodos. No condenamos
ninguno de vida espiritual de los que exponen los ascetas de la Iglesia, y conviene que
haya variedad de ellos, a fin de que cada alma tome el que se le acomode mejor;
nosotros vamos a exponer un poco uno muy conocido, pero no muy practicado, y que,
sin embargo, es de notable eficacia para llegar a la práctica de la consagración personal.
Lo han usado en grande todos los santos, pero San Ignacio de Loyola, ese gran maestro
de espíritu en la época moderna, le ha dado un relieve tan marcado como pocos lo
habrán hecho. El único inconveniente que tiene este linaje de táctica espiritual es el de
ofrecer una fachada terrible que fácilmente echa atrás a los espíritus.
Este sistema es el de la mortificación y vencimiento de sí mismo a la ofensiva. Hay dos
maneras de haberse en orden a la propia abnegación: una es a la defensiva, o sea,
mortificarse, dominarse, abstenerse siempre y cuando el peligro de pecado grave o leve
nos obligue a hacer un esfuerzo más o menos violento, con objeto de imponernos a
nuestra naturaleza rebelde. Otra es a la ofensiva, cuando sin que nadie nos apremie,
espontáneamente y de propia iniciativa nos lanzamos al ataque de este yo egoísta y
terrenal. Esto se hace negándonos interior y exteriormente lo que nos satisface y agrada
e imponiéndonos lo que nos cuesta y disgusta, aun en todas aquellas cosas que por ser
buenas y lícitas no hay obligación que apremie. Es el mortificarse y vencerse por
sistema. La táctica primera, o sea, a la defensiva, es la corriente en todas aquellas
personas que desean vivir bien; la segunda, a la ofensiva, si es continua, es la propia de
los santos.

141
Sus ventajas

Estar a la defensiva es muy expuesto a derrotas en materia leve o grave; porque es de


todos sabido que en la guerra el que lleva la ofensiva ése lleva de ordinario la victoria.
Y es claro que, si vamos en plan de mortificarnos sólo cuando urge el pecado, cada
derrota sufrida en ese terreno es una caída en la culpa, y como derrotas hemos de tener
no pocas, ya se ve cómo andará la conciencia. En cambio, quien va con la
determinación continua de vencerse aun en lo lícito, sus descalabros serán, de ordinario,
en esto, y, por consiguiente, rara vez llegarán a ser pecado; así es como las personas
vienen a gran pureza de alma.
Esta mortificación continua y a la ofensiva es un medio eficacísimo para lograr vigoroso
espíritu de sacrificio y gran dominio de sí. Se parece a la gimnasia: muchos ejercicios
leves, con cada uno de los cuales no se conseguiría gran cosa, pero que, seguidos por
algún tiempo, dan un desarrollo inesperado de miembros. En cambio, esfuerzos
extraordinarios, pero raros, vigorizan poco el organismo y frecuentemente son nocivos a
la salud.
El que está a la defensiva nunca perderá el temor al sacrificio; éste será siempre para él
un fantasma aterrador, precisamente porque lo mira de lejos; que si se acercase con
valentía y lo palpase, vería que es sólo apariencia. Esto es justamente lo que hace el
sistema a la ofensiva: lanzarse resueltamente a derribar por el suelo ese espantajo que el
demonio nos coloca en la vía del espíritu.

Muy propia de esta devoción

Aunque esta táctica interna ha sido propia de todos cuantos han llegado a señalarse en
virtud, no puede ponerse en duda que en los grandes confidentes del Divino Corazón
tiene singular relieve. Quizá semejante idea extrañe a algunas personas que se han
forjado la idea de que la devoción al Corazón de Jesús es un camino de suavidades de
amor. Hay de todo, como irá viendo el lector; y respecto al punto presente hay un
ambiente de mortificación enérgica a la ofensiva, cual no se halla con trazos tan
señalados en otros modos de ascética.

Santa Margarita

Como tanto habla esta Santa de olvido, abandono, etc., algunos sospecharán que el
sistema de mortificación activa y a la ofensiva no cuadrará bien con su espíritu. Sin
embargo, sus escritos están respirando vencimiento; sobre todo en los consejos escritos
a las novicias en que con más libertad y franqueza podía hablar, apenas se encuentra
uno en que no salga esta idea.
Unas veces la propone como medio para hallar el verdadero reposo del corazón:
«No permitirá El jamás que encuentre V. un verdadero reposo, si no es en el
desasimiento perfecto de las criaturas, el cual lo logrará huyendo de ellas. No alcanzará
la victoria, sino por el combate; resista, pues, con valor todos los ataques que sufriere,
porque nada se alcanza sin lucha, y el premio sólo se da al vencedor» (1).
Otras veces Como camino para unirse más con el Corazón de Jesús:
«El desea que le ofrezca V. sacrificios de todo lo que cuesta a la naturaleza siempre que
le presente ocasión... El amor (a Él) le hará abrazar en seguida todas las ocasiones de
mortificación y de humillación, como medios que Él le ofrece para unir/a consigo y

142
santificarla» (2)
«Sepa V., mi querida Hermana - decía a otra - que V. debe ser de aquellos violentos que
arrebatan el cielo a viva fuerza» (3).
«Quiebre V. su voluntad y subyugue su parecer tantas veces cuantas hallare ocasión,
porque me parece que esto es muy agradable a Dios» (4).
«No se haga ilusiones, querida Hermana: no conseguirá V. nada, sino a punta de lanza.
Esto quiere decir que se haga violencia, y que sea de aquellos que toman el cielo a viva
fuerza» (5).
«Persuádase que va al retiro, en primer lugar, a fin de transformarse en Jesucristo; y en
segundo, para conformar su voluntad con la de Él y con su vida pobre y humilde,
saliendo de sí misma con una entera renuncia de todo cuanto pueda proporcionar a la
naturaleza alguna satisfacción» (6)
Ya ve el lector que estamos en el aviso veintitrés tan solamente y, sin embargo, cuántas
veces ha repetido la idea del vencimiento. ¡Qué sería si recorriésemos los setenta y ocho
restantes y todos sus otros escritos! Además, es notable el sello de abnegación valerosa
que se advierte en toda aquella generación que tuvo a la Santa por Maestra de Novicias.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2., aviso 1, pág. 636, ed. frc.
(2) Idem, aviso 7, pág. 644
(3) Idem, aviso 20, pág. 664
(4) Idem, aviso 22, pág. 669
(5) Idem, aviso 23, pág. 670
(6) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., aviso 23, pág. 671, ed. frc.

P. La Colombiére

Este apóstol del Corazón de Jesús no podía menos de ser de la misma escuela. Sus
escritos, principalmente el epistolario, respiran una intrepidez de espíritu propio de las
grandes almas.
A una religiosa de carácter pusilánime que, imaginándose consistir todo el negocio de la
vida espiritual en no distraerse en la oración, se descuidaba a veces en otras cosas, le
escribe el siervo de Dios:
«El remedio está en no perdonarse en nada, en no escuchar repugnancia alguna, en
buscar el vencimiento perpetuo, en estar convencido de que es un poderoso motivo para
hacer una cosa sentir alguna dificultad en ello, y para no hacerla tener a ella
inclinación; siempre en la suposición de que no se hace nada contra la obediencia».
Dice luego que no se angustie por las distracciones involuntarias, y continúa: «Aunque
V., mi buena Hermana, fuese arrebatada en éxtasis veinticuatro veces al día, y yo
tuviese veinticuatro distracciones rezando un Avemaría, si yo fuese tan humilde y
mortificado como V., no cambiarla mis distracciones involuntarias por sus éxtasis sin
mérito. En una palabra, yo no conozco devoción donde no hay mortificación. Hágase
una violencia perpetua, sobre todo en lo interior; no sufra jamás que la naturaleza
mande, ni que el corazón se apegue a nada, sea lo que fuere, y yo le canonizaré, sin
meterme a preguntarle cómo hace V. la oración» (1).
Difícilmente podrán decirse las cosas con mayor energía de expresión. En el párrafo
siguiente apunta uno de los buenos frutos de la mortificación sistemática:
«Siento que mi silencio le haya mortificado; Dios ha permitido que mis cartas se
extraviasen, a fin de ayudar a V. a despegarse de todo y no esperar el socorro sino de El.
Le ruego que se acostumbre a explotar estas mortificaciones pequeñas de que está toda

143
la vida sembrada, y cuyo aprovechamiento conduce muy pronto al alma a una grande
familiaridad con Dios» (2)
«Sentir en eso gran repugnancia - escribía a otra persona - ¿no es suficiente razón para
obligarle a aprovechar esta ocasión de ofrecer al Señor un sacrificio? » (3)

(1) Vida del P. La Colombiére. Pouplard, cap. 6, pág. 191 - 2 ed. frc. 1875
(2) Idem, cap. XVI, pág. 231
(3) Idem, cap. XXIV, pág. 255

Benigna Consolata

Son notablemente instructivos a este propósito los escritos de este alma privilegiada.
Como en ellos campea la ternura del Señor con un perfume de misericordia, delicadeza
y dulzura, cual difícilmente se podrá encontrar en otros, parece que, si de alguna parte
habla de despegarse el espíritu de mortificación activa, habla de ser de estas páginas
suavísimas por eso tiene una fuerza especial cuanto ellas digan sobre el asunto presente.
«¿Por qué aun entre las religiosas hay pocas contemplativas, pocas almas a las que
pueda conceder gracias extraordinarias? - le decía un día el Señor - «porque hay poca
mortificación». Por mucho que la busco con linterna, encuentro poca; esto os hace muy
poco honor. Yo os amo mucho, esposas mías, y os compadezco, pero os lo digo por
amor y por el deseo que tengo de concederos grandes gracias, las cuales no os puedo
conceder si no sois mortificadas» (1)
Por aquí podremos ver, que cuando el Corazón de Jesús pide la mortificación no es por
deseo de atormentarnos. Si a su cariño atendiese, procuraría que no sufriésemos nada;
pero como sabe el bien que la mortificación y el sufrimiento nos traen, vence el amor
verdadero a la ternura.
A propósito de esta última idea, cuenta la vida de la misma religiosa que una vez la
hallaron llorando y preguntada por qué, respondió: «Lloro porque veo la violencia que
tiene que hacerse Jesús para hacerme sufrir» (2)
Ya en los escritos del B. La Colombiére se ve apuntado el mismo pensamiento:
«Nuestro Dios es bueno, mi muy amada Hª., le duelen nuestros males, y no permite que
sean eternos; le gusta probar nuestro amor por algún tiempo, porque sabe que estas
pruebas nos purifican y nos hacen más dignos de recibir sus más grandes gracias, pero
tiene extremadamente cuenta con nuestra debilidad; diríase que padece con nos. otros,
según es la solicitud que muestra por consolarnos» (3)
«Benigna, - le decía otra vez Jesús - pocas almas caminan con paso decisivo en el amor,
porque pocas entran con generosidad en el camino del sacrificio. Si se anda corto en el
sacrificio, se anda corto en el amor; si se titubea en el sacrificio, se titubea en el amor.
Benigna mía, no digas nunca basta en lo tocante al espíritu de sacrificio, porque dirías
basta al aumento del divino amor en ti. Nada hace crecer el amor en un alma tanto como
la cruz» (4)
«Alma religiosa, debes amar tanto la mortificación, que has de considerar como
perdido aquel momento en que no sufras de alguna manera». «El sacrificio es el atajo
que Jesús hace tomar a las almas que se abandonan al amor, para hacerlas llegar más
pronto a la perfección» (5). «La piedra de toque de la santidad es la mortificación; y el
amor del bienestar es la ruina de la santidad» (6) «¡Oh Benigna mía, si fuese mejor
entendida la virtud! Hay pocos santos porque hay pocos mortificados. Se debía vivir de
mortificación como se vive del pan, no obstante se huye de ella como de la peste». «No
permitas a tu cuerpo tantas satisfacciones; acostúmbralo a la vida de sacrificio; todo

144
aquello que te pida niégaselo resueltamente; es menester vencer o morir... Si practicas
la mortificación llegarás a un punto en que no tendrás necesidades corporales». «Si
quieres seguir siendo la preferida de Dios, su favorita y benjamina es menester que te
destruyas por medio de una rigurosa mortificación». «Contraríate siempre:
si quieres beber, come; si quieres comer, bebe; si quieres hablar, calla; si quieres callar,
habla. Es la mortificación como un canal por el que pasan mis especiales
comunicaciones. Si el canal es estrecho, pasa poco por él, si es ancho, pasa mucho.
Cuando dudes entre dos partidos y no sepas qué hacer, mira dónde hay más
mortificación, porque allí habrá más perfección» (7)
Como se ve, eso es hablar liso y claro. Si esta alma escogida por Nuestro Señor
Jesucristo para comunicar a los hombres todas las ternuras de su Corazón, objeto de
tantas delicadezas suyas, se expresa de esta manera acerca de la mortificación, no puede
ponerse en duda ser esta virtud propísima de la devoción al Corazón de Jesús.

1 Vida de Sor Benigna C., cap. IV, pág. 69, ed. castellana, 1926
(2) Vademecum... pág. 127, ed. 1925. Toledo
(3) Vida delP. La Colombiére. Pouplard, cap. XXV, pág. 258, ed. frc. 1875
(4) Vida de B. Consolata, cap. IV, pág. 70, ed. castellana 1925
(5) Vademecum... por un Piadoso Autor, pág. 91, ed. Castellana 1925
(6) Idem, pág. 93
(7) Idem, pág. 134

OBSERVACIONES

1. No es una vida imposible. - Lo primero que naturalmente se ocurrirá al leer las


páginas precedentes, será que plan de vida como éste no habrá quien pueda aguantarlo.
Por otros caminos de vida espiritual es probable que este punto envuelva no poca
dificultad, pero por la devoción al Corazón de Jesús se hace relativamente fácil. Más
adelante, al hablar de la cruz, hemos de tratar este punto con alguna detención. En aquel
lugar se verá la eficacia peculiar para suavizar la cruz que encierra esta devoción.
Entretanto, obsérvese cómo responde el Corazón Divino a la dificultad propuesta:
«Benigna, al paso que andas por el camino de la mortificación te vas acercando a Dios.
El comenzar es lo que cuesta... Después las consolaciones espirituales todo lo
compensarán» (1). En este punto, como en casi todos los de esta vía interior, en el
decidirse está la dificultad mayor; después se ve que no es el león tan fiero como la
imaginación lo pintaba.
Además, en este mundo todos hemos de gozar un poco; si uno se priva de los consuelos,
Dios se los da; si uno se los toma, Dios le priva de los suyos; por eso los santos de
mayores privaciones han sido ordinariamente los de alegrías mayores. Notemos
asimismo estas palabras que decía el Corazón de Jesús a su misma sierva: «¿Cómo
crees que se siente mayor alivio, buscando el regalo corporal o privándose de él por
amor? » (2). Es más alegre y llevadera la vida de los que se mortifican continuamente,
que la de los que no lo hacen. Se puede demostrar muy fácilmente. Todos alguna vez
hemos hecho actos de vencimiento notables; ¿no es verdad que después nos ha quedado
una satisfacción interior muy dulce y alentadora? Pues bien, si a cada momento
hiciésemos esos actos, a cada momento tendríamos satisfacciones; y una vida o un día
henchido de ratos dulces es día que no todo el mundo goza. Muy significativa al efecto
fue aquella visión que tuvo el P. Bernardo de Hoyos:

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«Vi - dice - una hermosa cruz en que estaba crucificada una persona con gran contento
suyo, pero con gran espanto de otros que desde el suelo la miraban elevándose hacia el
cielo; y este pasmo y espanto les nacía de su tibieza, porque éstos significaban los que
miran las cruces materialmente, horrorizándose de cargar con ellas. Muchos ángeles la
miraban con gran complacencia juntamente con otros bienaventurados. Aquella persona
o aquel cuerpo en la cruz, que representaba con este símbolo un alma afligida,
mortificada y atribulada, se iba elevando, hasta que finalmente entró en el cielo,
sirviéndole la cruz como de trono o carroza de gran gloria. Y luego oí una voz que me
dijo: «Nadie subirá acá sino crucificado con Cristo»; entendiendo que no hay otra
carroza más gloriosa para ir al cielo, ni otro camino sino el de la santa cruz» (3).
Es mucha verdad lo que aquí se dice. La mortificación horroriza a quien la mira, no a
quien la toma; y la razón de espantar es porque se mira materialmente, o sea, en su
corteza externa, y no se ve lo que hay dentro.
2. Se trata del ataque a la ofensiva, como decíamos al principio; no esperar a que
venga una tentación o una resistencia de la naturaleza al cumplimiento del deber, pues
esto sería simplemente defenderse; es el mortificarse por plan y por ejercicio; y así,
cuanto de cosa menos obligatoria se trate, tanto mejor. Esto es lo que comunica a tal
táctica ese tinte de bizarría militar, y una de las causas principales de su admirable
eficacia; coloca nuestro espíritu en un estado habitual de tonificación marcial, que
conserva perennemente el fervor, facilita la virtud y el trabajo, mata el desaliento, y
mantiene una sensación de bienestar espiritual, que se parece bastante a esa indefinida,
pero dulce y agradable, que experimenta el organismo cuando rebosa salud. Además, es
el sistema de la generosidad con Cristo; y como Él no quiere que los hombres le venzan
en generosos, a esta esplendidez del alma sigue otra mayor en Dios; por eso, como decía
antes Benigna, estas personas rumbosas en el espíritu son las que se llevan siempre las
gracias extraordinarias.
3. Ha de ser una ofensiva continua. - De lo contrario se le quita su eficacia. La fuerza
de ésta, como de toda gimnasia, estriba precisamente en la multiplicación de los actos,
porque como cada movimiento es cosa leve, si se hacen tan sólo de tarde en tarde,
apenas se logra nada. Además, casi todas sus excelencias radican en esa disposición
habitual batalladora en que constituye al hombre; ahora bien, no podrá ser habitual
disposición semejante, si el ejercicio de la mortificación no es asimismo habitual.
Por eso, el campo de lucha han de ser principalmente las cosas pequeñas que ocurren a
cada paso, porque, si esperamos las mayores, como éstas se ofrecen de tarde en tarde,
nos pasaremos casi todo el tiempo ociosos, nunca adquiriremos el hábito, no habrá
robustecimiento de espíritu, y así resultará en realidad que tampoco aprovecharemos las
grandes, porque nos encontraremos sin fuerza suficiente para ellas. Además, el valor de
la mortificación no depende de la materialidad de las cosas en que uno se domina, sino
del vencimiento de la propia naturaleza, el cual tiene lugar aun en las cosas menudas.
4.- Todo por el reino del Corazón de Jesús. - Éste ha de ser siempre el móvil de esas
batallas continuas; la mortificación no ha de ser fin, sino medio:
medio para conquistar el mundo al Divino Corazón. Si la separamos de Él, le quitamos
el encanto principal, reduciéndola a su crudeza nativa, y entonces será difícil perseverar
mucho tiempo, como la experiencia enseña. Por otra parte, la mortificación continua en
estas cosas pequeñas es un espléndido campo para trabajar por el reino del Corazón de
Jesús, como ya el mismo Señor lo decía a Benigna Consolata:
«Con acento tierno y compasivo me dijo: «Benigna mía, dame almas». Era tal el tono
lastimero del Sacratísimo Corazón de Jesús, que empecé a comprender mejor aquel
ternísimo Corazón, y le dije:
¿Qué debo hacer para darte almas? Y El me dice: «Con el sacrificio; sí, Benigna mía,

146
que estés en continuo estado de sacrificio. Cuando no te encuentres en este estado, te
debes sentir fuera de tu puesto; es menester encender continuamente en el corazón este
fuego.., las almas no se salvan con no hacer nada. Yo he muerto en la cruz para salvar
las almas... No te pido cosas grandes, no, Benigna mía, sino una palabra que se calla,
una mirada que se reprime, un pensamiento agradable que se corta; en una palabra, todo
aquello que mortifica. Une estas pequeñas cosas a mis méritos infinitos y adquirirán
gran valor... ¡Si se supiese cómo me agradan aquellas almas que así en silencio se
inmolan!» (4)
Como ve el lector, la mortificación en sí misma es un ejercicio magnífico de apostolado,
fuera de ser instrumento o modo especial de táctica, que ayuda admirablemente a
cumplir las otras partes de la consagración personal; es un templar y vigorizar el alma,
que de por si glorifica en gran manera al Corazón de Jesús, comunica su tonificante
influjo a toda la devoción, y cincela de día en día el espíritu para empresas ulteriores.
5. Precauciones. - Algunas hay que tener en este asunto, como en todos los demás.
Desde luego debemos de proceder sin angustias de conciencia. De la mortificación
solamente es obligatoria la parte que se requiere para no caer en pecado; la demás es de
supererogación y generosidad para con el Corazón Divino; por consiguiente no se ve a
qué han de venir las apreturas de espíritu que en este punto sienten algunas personas; si
a veces por debilidad o pereza negamos al Corazón de Jesús un acto de sacrificio, se le
pide humildemente perdón, se le promete la enmienda, se hacen tres o cuatro
mortificaciones nuevas para suplir la omitida, y se queda uno tranquilo.
Cuando se trata de penitencias corporales de importancia, que pueden estropear la salud,
es preciso consultar a personas entendidas. En los vencimientos interiores y en esos
externos leves, que a cada instante se ofrecen, no hay peligro. Conviene tener cuidado
especial en mortificarse de modo que no se den cuenta de ello las personas que nos
tratan.
Sería muy conveniente especificar en la fórmula de consagración este punto de la
mortificación continua y a la ofensiva, para darle cada día una martillada al renovarla.
Si no lo hacemos así, como es asunto costoso, es probable que vayamos sin pensar
dejándolo un poco al margen, hasta acabar por olvidarlo del todo. En la fórmula de
consagración que pondremos al final procuraremos insertarlo brevemente.

1 Vademecum... por un Piadoso Autor, pág. 134, ed. Castellana 1925


(2) Vademecum... por un Piadoso Autor, pág. 134, ed. castellana
(3) Uriarte, Vida P. Hoyos, part. IV, cap. IX, pág. 471, ed. 2ª.
(4) Vida de B. Consolata, cap. V, pág. 80, ed. castellana 1926

C) La devoción al Sagrado Corazón dulcifico el sacrificio

Hemos visto cómo esta devoción divina es ascética de notable abnegación, y quizá
afirmación semejante aterre a muchas personas. Mas al lado de esa verdad de aspecto un
poquito duro, hay otra consoladora, y es que difícilmente se hallará camino de vida
espiritual que tanto endulce la cruz, como la devoción honda al Sagrado Corazón; tal
vez sea éste uno de los frutos más preciosos de este camino interior. Si el Corazón de
Jesús exige tan sin rebozo a sus amigos el sacrificio y la cruz, es porque tiene confianza
de que puede exigirlo sin peligro, pues nadie mejor que El conoce la eficacia de este
culto. Vamos a ofrecer algunas pruebas en confirmación de. lo dicho.

147
1) Testimonios claros

Son muchos los lugares en que Santa Margarita afirma claramente esta propiedad en
gran manera estimable de la devoción .al Corazón de Jesús. Así, en carta a la M. de
Saumaise, dice:
«Todas las amarguras más amargas no son sino dulzuras en este adorable Corazón, en
que todo se trueca en amor» (1)
Las mismísimas palabras repite en la carta 85:
«Todas las más grandes amarguras no son sino dulzuras en este adorable Corazón, en
donde todo se cambia en amor» (2)
«Querer amar a Dios sin sufrir por su amor no es sino ilusión. Pero asimismo no puedo
comprender se diga que se sufre, cuando se ama verdaderamente al Sagrado Corazón de
Nuestro Señor Jesucristo; porque Él cambia todas las amarguras más amargas en
dulzuras, y hace gozar delicias en medio de las más grandes penas y humillaciones».
«Mas, querida Hª. mía, si el solo deseo de amar ardientemente al Sagrado Corazón
puede producir este efecto, ¿cuáles serán los que causará en los corazones que le aman
de verdad y cuyo sufrimiento más grande es el de no sufrir bastante? A la verdad creo
que todo se cambia en amor, y un alma que una vez se ha abrasado en este fuego
sagrado, no tiene otro ejercicio ni empleo que amar sufriendo» (3).
«¿Quién nos impedirá, pues, el serlo (santas), teniendo corazones para amar y cuerpos
para sufrir? Mas ¡ay! ¿se puede sufrir cuando se ama? No, querida amiga, ya no existen
sufrimientos para los que aman ardientemente al Sagrado Corazón de nuestro amable
Jesús; porque los dolores, las humillaciones, desprecios, contradicciones, y cuanto hay
de más amargo a la naturaleza se trueca en amor en el adorable Corazón» (4).
«Por más que digo que no quiero volver a escribir, no puedo dejar de hacerlo cuando se
trata de hablar del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, fuera del cual,
confieso a V. que todo lo demás es para mí un suplicio. Mas en este Divino Corazón
todo se cambia en amor, hasta las amarguras más amargas» (5)
«El amable Corazón de nuestro soberano Dueño nunca ofrece para mí testimonios tan
claros de que nos ama tiernamente, como cuando nos hace participar de estas amarguras
amargas. Mas un corazón que ame en verdad ¿podrá quejarse en la cruz, o mejor dicho,
en el Corazón de Jesucristo, en donde todo se cambia en amor? » (6)
Así podríamos multiplicar los testimonios; pero lo más consolador no son estos
testimonios, sino la plena realización de ellos que la historia nos ofrece; porque, en
efecto, es difícil hallar muchas personas cuyos escritos respiren tanta pasión por sufrir,
cual la que brilla en los amigos del Corazón de Jesús.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª t II p. 2ª., cart. 5, pág. 233, ed. frc.
(2) Idem, cárt. 85, pág. 394
(3) Idem, cart. 108, pág. 463. Nota
(4) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 110, pág. 469, ed. frc.
(5) Idem, cart. 118, pág. 486
(6) Idem, cart. 119, pág. 487

2) Ejemplos que lo confirman

Santa Margarita

«Si tuviera tiempo sería para mí una dulce satisfacción expresar mis sentimientos

148
tocante a las gracias que Dios me concede de sumergirme en humillaciones, las cuales
son tan queridas a mi espíritu, que consideraría yo como un enorme castigo el verme
privada de ellas y el pasar un momento sin sufrir; pues me parece que todas las horas
pasadas sin sufrir son perdidas para mí; puedo asimismo asegurar a V. que no deseo
vivir sino por tener la felicidad de sufrir. Hablar de esto con aquellos que yo amo es lo
único capaz de regocijar mi corazón y mi espíritu: no tengo otras noticias que contar;
pues todas las otras conversaciones son suplicios para mí, y todas las demás gracias no
son comparables a la de llevar la cruz por amor de Jesucristo. Dígame V. para mi
consuelo, si su Bondad la agracia al presente con este bien. Pero no vaya V. a creer que,
aunque hablo así del sufrimiento, sufro mucho. ¡Ay!, me parece no haber sufrido aún
nada, y por consiguiente nada hecho por Dios» (1)
«En esta miserable vida no hallo otro placer que el de sufrir continuamente para
conformarme a este Amado de nuestras almas, el cual imprime a la mía un hambre tan
ardiente, que una pobre famélica no podría recibir el alimento con avidez mayor, de la
que mi corazón siente por nutrirse del pan delicioso de los dolores, desprecios,
humillaciones, olvido de las criaturas y confusión; ésta es el agua saludable para mi
mal, y la que sola es capaz de dar algún refrigerio a la sed devoradora que me consume»
(2).
«No puedo vivir un momento sin sufrir, y mi alimento más dulce, y mi plato más
delicioso es la cruz, compuesta de toda suerte de dolores, penas, humillaciones, pobreza,
desprecios y contradicciones, sin otro apoyo ni consuelo que el amor y la privación.
¡Oh, qué felicidad poder participar aquí abajo de las angustias y abandonos del Sagrado
Corazón de Nuestro Señor Jesucristo! Pero veo que recreo demasiado al mío hablando
de la cruz» (3)
«Mas ¡ay! ¿qué haría yo, si la cruz se alejase de mí, puesto que ella es la que me hace
esperar en su misericordia? Ella es todo mí tesoro en el adorable Corazón de Jesucristo,
y ella constituye en Él todo mi placer, mis delicias y mi gozo... Me parece que mi alma
está algunas veces reducida a la agonía y en el último extremo, sin embargo del placer
que experimenta en sumergirse en este océano de amargura, que yo considero ser una de
las más tiernas caricias de nuestro divino Esposo. Por eso me veo muy indigna de estos
inestimábles favores... » «No sé qué decir a los qué amo, si no les hablo de la cruz de
Jesucristo; y cuando me preguntan las gracias que Nuestro Señor me concede, aunque
indigna pecadora, no hablaría sino de la dicha que se halla en sufrir con Jesucristo,
pues no veo cosa más preciosa que sufrir por su amor» (4).
Creo que si se abren al azar las cartas de Santa Margarita, casi siempre se hallará algún
pasaje sobre la cruz.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2., cart. II, pág. 245. ed. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª, cart. 132, pág. 547, ed. frc.
(3) Idem, cart. 132, pág. 547
(4) - Vida y Obras, ed. 3ª.., t. II, p. 2ª., cart. 8, pág. 238, ed. frc.

B. La Colombiére

Refiere a otro religioso su persecución y destierro de Inglaterra y añade:


«Lo que sí puedo decir a V. es que jamás me sentí más feliz que en medio de esta
tempestad; que me ha dolido salir de ella, y que estoy prontísimo a tornar de nuevo allá»
(1)
«Dadle gracias, os suplico, por haberme puesto en el estado en que estoy - escribía

149
cuando sentía ya el peso de la tisis que le llevó al sepulcro - . La enfermedad era para mí
una cosa necesaria en absoluto; sin ella yo no sé qué hubiera sido de mi. Estoy
persuadido que es tina de las más grandes misericordias que Dios ha ejercitado
conmigo. Si la hubiese aprovechado bien, ella me hubiera santificado» (2)
«Un corazón lleno de amor dé Dios tiene muy otras ocupaciones (que murmurar del
prójimo): no sueña sino en sufrir por el que ama, y ama a todos aquellos que le ofrecen
ocasión de sufrir por su amado» (3)
«Hágale ver (al Señor) que sabe amarle en las cruces lo mismo que en los consuelos, y
que la vía dolorosa de los santos no le espanta. Nunca he estado tan contento de V.
como desde que sufre» (4)
Varias veces termina sus cartas de esta manera:
«Todo suyo en la cruz y en el Corazón de Jesús. La Colombiére» (5).

(1) Vida del P. La Colombiére. Pouplard, cap. XVIII, pág. 238 ed. frc. 1875
(2) Idem, cap. 1X, pág. 203
(3) Vida del P. La Colombiére. Pouplard, cap. XIV, pág. 224, ed. frc. 1875
(4) Idem, cap. XIX, pág. 239
(5) Idem, p. III, cap. XXVII, pág. 264

P. Hoyos

Había meditado durante la Semana Santa del año 1735 los misterios dolorosos del
Sagrado Corazón, y dice:
«De todo este seguimiento, en que he ido en pos del Corazón de Jesús, he hallado en mí
por fruto un ardentísimo deseo de formar mi corazón a su imagen, no gloriosa, sino
triste, mortificada; y unas ansias grandes sobremanera de amar a este Corazón Divino
con un amor tan ardiente como paciente, abatido, perseguido, pobre, desnudo, oculto al
mundo, olvidado de él, despreciado de todos, y,en fin, muerto al amor y voluntad
propia» (1)
«El día del triunfo de la Santa Cruz, mirándola triunfante sobre el Corazón de mi
Salvador, la saludé amorosamente con íntimos deseos de verla enarbolada en el mío, en
señal de que la cruz tiene el dominio de mi corazón, en el cual deseo habite como en su
propia morada, pues la consagró el de Jesús colocándola en sí. Paréceme que el mayor
de los favores que puedo esperar es la cruz; la cruz amo, la cruz deseo, la cruz anhelo,
sin la cruz los mayores regalos me son amargos; con la esperanza de estrechar la cruz
en mi pecho me consuelo. Pero ¡ay! que en llegando la cruz se hace pesada; y esos
deseos parecen veleidades, no obstante que tal cual astilla de esta santa cruz, que no
suele faltar, aun cuando está presente me recrea, si bien se siente como cruz, porque si
no, dejaría de serlo» (2)
Lo mismo aparece en personas más modernas.

(1) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. XII, pág. 360, ed. 2ª.
(2) Idem

María del Divino Corazón

Ya vimos cómo a poco de su consagración total comenzó a experimentar el deseo de


sufrir: «Suspiraba más y mas por el sufrimiento - dice ella -» (1) «Yo suspiraba por los

150
sufrimientos y comprendía que mi vocación era la de sufrir con El y por amor suyo, y
además estar a El unida. Pedía a Nuestro Señor que me enviase sufrimientos, y sufría
por no poder sufrir más. La oración jaculatoria que en esta época repetía más era ésta:
«Jesús mío, más sufrimientos cada día, y cada día más amor». He padecido un
verdadero martirio a consecuencia de esta sed de sufrimientos que Nuestro Señor me
inspiraba, y que ha ido siempre creciendo hasta el presente, en que me hallo satisfecha,
clavada como estoy en la cruz con El» (2)
Habla de las obras que solía hacer por entonces, y añade: «Sin embargo, una sola cosa
me dolía: la de no sufrir bastante» (3).
Va describiendo más adelante el estado de su alma y dice: «El alma inflamada de este
deseo de amar y de poseer a Dios tiene al propio ‘tiempo necesidad de sufrimientos,
como de una especie de consuelo; ya no hay más vacilaciones: todo lo que modifica y
hace sufrir es un consuelo para ella. Se sienten los dolores, las humillaciones, el
abandono, pero jamás hay bastante, porque está inflamada del deseo de sufrir por amor
dé Nuestro Señor. Yo pasaba por tentaciones terribles, desalientos, tormentos de
conciencia, disgustos de la familia, sufrimientos físicos y morales; pero siempre sufría
de no poder sufrir bastante» (4).
«Vos veis - decía al Señor a lo último de su vida - que mi corona resulta cada día más
pesada,’ pero que cada día también crece mi deseo de sufrir por Vos y de consumirme
en el sufrimiento» (5)
Cuando ya se le declaró la enfermedad, que la había de clavar en la cruz hasta la muerte:
«Me siento tranquila en las manos de Dios - escribía - , demasiado feliz de estar
clavada en la cruz más estrechamente cada día. ¿Qué mejor puede anhelar una esposa
del Crucificado?» (6)
Una de las frases que más solía repetir era:
«Que Jesús reduzca mi ser al más completo aniquilamiento por medio de los
sufrimientos es mi mayor deseo» (7)

(1) Soeur Marie du Divin Coeur. Chasle, cap. II. pág 45, ed. 1925. París
(2) idem, pág. 47
(3) Idem, pág. 56
(4) Soeur Marie du Divin Coeur, Chasle, cap. II, pág. 81, ed. 1925. París
(5) Idem, cap. VII, pág. 197
(6) Idem, cap. VIII, pág. 220
(7) Idem, cap. IX, pág. 291

Benigna Consolata

Después de indicarle un día el Señor que la había de hacer pasar por muchos
sufrimientos, añadió:
«Será triturada y descoyuntada la naturaleza, pero el espíritu vivirá con nuevo vigor y tú
de estas penas, soportadas con paciencia heroica, sacarás tal deseo de sufrir, que ya no
te dejará descanso» (1)
«El amor a los desprecios me lo dio tan vivo, que casi me parece que no puedo resistir a
las amorosas solicitaciones de la gracia» (2)
«El amor quiere arrojarse sobre ti, el amor te investirá, el amor te consumirá; pero todo
con tal suavidad, que, aun sufriendo un martirio de amor, desearás siempre sufrir más»
(3)
Poco antes de morir decía a la M. Superiora:

151
«¡Si supiera qué ardorosa ansia de sufrir me ha puesto Jesús en el corazón! Quisiera
gritar: ¡siempre más, siempre más! Me queda poco tiempo y quisiera sufrir sin alivio, si
pudiese» (4).

(1) Vida de Sor Benigna C., cap. II, pág. 28, ed. 1926, Toledo
(2) Idem, cap. V, pég. 79
(3) Idem, pág. 81
(4) Idem, cap. VII, pág. 110

§ III

ACCIONES BUENAS

Si universales eran los medios de apostolado precedentes, no menos lo es éste. Sabemos


por la primera parte que nuestras obras no son nuestras, son del Corazón de Jesús. De
aquí se sigue que, cuanto más multipliquemos nuestros actos virtuosos en número y
perfección, más contribuiremos a la obra de su reinado. Ante todo hay acciones
obligatorias, cuales son el perfecto cumplimiento de nuestros propios deberes; cuanto
más en ellas nos esmeramos, más y mejores monedas enviaremos al tesoro del Divino
Corazón. ¡Qué mies de apostolado se nos ofrece a la vista! Se quejan a veces ciertas
personas de que sus quehaceres, los cuidados de su oficio, el cumplimiento de las
obligaciones de familia no les permiten la obra del apostolado; pero y de esos mismos
quehaceres, de esos cuidados, de esas obligaciones ¿qué hacemos? Cumplámolos con
esmero, con amor, con sacrificio, puesta la mirada en la gloria y el reinado del Corazón
de Jesús, y estaremos todo el día en un apostolado continuo. ¡Qué sin número de
pedazos de metal que podemos convertir en monedas preciosísimas con sólo ponerles el
cuño del Divino Corazón!
Además de nuestras obligaciones, que deben ser lo primero, se presentan a la vista mil
acciones virtuosas que, si bien no obligatorias, podemos libremente ejercitar por amor
del Corazón de Jesús. Obras de piedad y religión, obras de misericordia espirituales y
corporales, etc., etc.

Santificación propia

Y conviene que repare aquí el lector en un punto que tratamos al hablar del olvido de sí
mismo. Todo católico sabe que a medida que una persona es más santa, sus oraciones
serán más excelentes y eficaces, sus obras más meritorias, sus palabras y ejemplos más
impulsores, y, por consiguiente, su acción apostólica en pro del Corazón de Jesús en
cada uno de estos’ campos enunciados, más efectiva y fecunda. De aquí se sigue que,
persona consagrada al Divino Corazón y que desea procurarle la mayor gloria posible,
debe procurar con todas veras hacerse de día en día más santa con la supresión de
defectos y el aumento de virtudes, para lograr de ese modo que su actividad apostólica,
así interna como externa, preste mayor rendimiento. Es decir, hay que trabajar por ser
cada día mejores, pero a fin de dar más gloria al Corazón de Jesús; hay que tomar el
negocio de la santificación personal como obra de apostolado. De donde se ve que
ciertos temorcillos que a veces suelen asaltar a algunas almas al oír lo del olvido de sí
aun en los bienes de gracia, pensando pueda llevar a flojedad y tibieza, carecen de

152
fundamento. La devoción al Corazón de Jesús no tiende a suprimir el cuidado de
progresar en virtud, antes todo lo contrario; lo que tiende a suprimir es el buscar nada
más que los intereses propios en el ejercicio de la perfección cristiana.

El ejemplo

Éste es un campo de apostolado en que conviene advertir. Porque, si una persona


aparece ante los otros como entusiasta del Sagrado Corazón, y habrá de aparecerlo
aunque no quiera si trabaja ‘en el apostolado con brío, y por otra parte deja poco buen
olor de sí con sus imperfecciones y faltas, la. gente, que estará muy atenta a examinar su
conducta, exclamará en seguida: ¡tanta devoción al Corazón de Jesús y ahora salimos
con esas...! Se ve que estos ascetismos son cosa de mucho ruido, mas.., de poca
realidad. Claro está que de esta forma haríamos triste servicio a la causa del Divino
Corazón. Por consiguiente, cuidar mucho del ejemplo, al menos para no desacreditar
esta santa devoción.
«Una vez me dijo Él que debía ser apóstol de su Corazón: 1º. mostrando con mi alegría
en el sufrimiento,la dicha de un alma que está por completo unida a El, e inspirando así
a las otras deseos santos de amar y de alabar más y más a su Corazón Divino; 2º.
aprovechando las ocasiones que se presenten de conducir a El los corazones» (1)
Este motivo ejerce mucha influencia sobre personas deseosas de la gloria del Divino
Corazón; pero conviene no exagerarlo, porque fácilmente lleva a timidez excesiva. Pues
como siempre hemos de tener defectos, y éstos se verán más claros cuanto más se
adelante en humildad, puede ser que a medida, que se progrese en la devoción al
Corazón de Jesús sea mayor el miedo de perjudicar a su causa con nuestra imperfecta
manera de proceder, y se ocurra la idea de enmudecer y de encerrarse en su concha para
al menos no hacer daño.
Estos pensamientos son antiguos. Leyendo los escritos de Santa Margarita se ve en ella
un gran deseo de ser desconocida y vivir y morir en el olvido:
«Mas la gracia que pido a V. por el amor de este Sagrado Corazón, y lo que le suplico
encarecidamente por todo el amor que V. le tiene, es que todo esto quede en un
inviolable secreto, quemando estas dos últimas ‘cartas déspués de haberlas leído, y no
haciéndome hablar jamás (no citándome), ni de palabra, ni en sus escritos. Suplico a V.
que no me niegue esta gracia; ‘de lo contrario no responderé más a V., ni a nadie; tanto
es lo que deseo vivir y morir desconocida» (2)
Poco antes había escrito al mismo Padre Croiset:
«La segunda cosa es, que dé V. la seguridad de que todo cuanto le he dicho o le diré
quede oculto bajo el velo de un secreto inviolable, no hablando jamás de mí para darme
a conocer, ni durante mi vida, ni después de mi muerte; pues quiero quedar anonadada,
desconocida, sepultada en un olvido eterno; y para esto me hará V. el favor de quemar
todas mis cartas, a fin de que, en cuanto la gloria de mi divino Señor lo permita, no
quede memoria alguna de tan perversa criatura» (3)
Y ¿por qué tantos deseos de que nadie supiese jamás de ella? ¿Era por su humildad? Sin
duda; pero existía además otro motivo, según lo afirma ella misma. Habíale insinuado el
P. Croiset que tal vez seria necesario para la gloria del Sagrado Corazón darla un poco a
conocer, y contesta ella aterrada:
«¡Oh, que no suceda tal cosa!; se lo pido a V. con toda mi alma, por todo el amor que
tiene V. a mi soberano Dueño. Me parece que Él no exige esto de mí, por la horrible
pena que me hace sentir en ello. Es verdad que veo también aquí un poco de interés
propio; pero creo que el de su gloria no será afectado ni disminuido por esto. Al

153
contrario, si se dan cuenta de mf en el libro de V., esto sólo sería bastante para
aniquilarlo y quitarle toda fama y fruto» por no ser mi vida conforme a los grandes y
excesivos favores que recibo de mi Dios; ésta es una de las razones que me obligan a
tenerlos ocultos todo cuanto puedo» (4)
«De nuevo pido a V. - añade en otra carta - que yo no aparezca en su libro, y que so
cualquier pretexto no sea yo en él conocida; porque ¡si pudiese expresar a V. la pena
que sufro cuando me dan a entender la creencia de que tengo en esto alguna parte! Me
parece desde luego que todo el mundo se va a apartar disgustado de este asunto por mi
causa» (5)
La humilde Santa se veía entre la espada y la pared; por una parte tenía un deseo
ardentísimo de que todo el mundo conociese su querida devoción, para lo cual era
necesario que se manifestasen las comunicaciones divinas; mas por otra se veía tan llena
de imperfecciones que, si las gentes llegaban a conocerla, en su opinión esto sería
suficiente para desacreditar la devoción al Corazón de Jesús. De ahí su afán de hallar
industrias que diesen a conocer las cosas necesarias de este culto, sin que élla saliese a
relucir para nada. Teóricamente era solución muy buena, pero imposible en la práctica;
de aquí que le asaltasen con frecuencia grandes deseos de morirse, para no estorbar la
gloria del Corazón de Jesús. «No sirvo en este asunto (del Corazón de Jesús) sino de
obstáculo. Ésta es la causa por la cual desearla estar fuera de esta vida; sin embargo, no
ceso de aplicar únicamente al interés de la gloria de este Sagrado Corazón todo el bien
que puedo hacer y que se hace en mi favor» (6)
En ella este deseo no andaba descaminado, por otras razones ‘muy distintas de las que
se imaginaba, pero en los demás no sería ésta la resolución mejor de ley general.
Así que, lo más apto en tales dudas parece ser que cada cual haga cuanto buenamente
pueda para que su vida y obras no hagan daño a la causa que defiende, sino antes bien
sean una predicación muda; al mismo tiempo trabaje incansablemente por que reine el
Corazón de Jesús, y lo demás se abandone con toda paz y quietud en las manos
amorosas de ese Corazón Divino.

(1) Soeur Marie du Dívín Coeur, Chasle, cap. VIII, pág. 241 ed. 1925. París
(2) Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2., cart. 133, pág. 579, ed. frc.
(3) No sospechaba la pobre lo mucho que le iban a estropear sus deseos estas leves
restricciones.
(4) Vida y Obras, ed. 3ª., t. 11, p 2ª., cart. 139, pág. 615, ed. frc.
(5) Idem, cart. 138, pág. 615
(6) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 97, pág. 426, ed. frc.

§ IV

LA PROPAGANDA

A) Debe hacerse

De palabra, por escrito, con libros, folletos, hojas: repartidos, prestados o


recomendados; fomentando todo lo que fuere gloria del Corazón de Jesús, como fiestas,
procesiones, comunión de los nueve Primeros Viernes de mes, asociaciones,
consagraciones de familias, escuelas, fábricas, talleres, municipios, diputaciones,
parroquias, diócesis, naciones, etc., etc.; cada uno lo que pueda, según los medios y

154
recursos de que disponga.
Aunque todos deben procurar sacar de los demás cuanto puedan buenamente dar de sí,
sin embargo, lo que principalmente desea el Divino Corazón son almas en quienes reiné
de lleno; éste es el blanco principal a que apuntaba cuando se descubrió al mundo:
«arruinar y destruir el imperio de Satanás y establecer en todos los corazones el imperio
de su amor»; por eso éste ha de ser igualmente nuestro capital anhelo: ganar almas que
de lleno se consagren; almas que tomen la devoción al Corazón de Jesús en toda su
integridad, sin excluir absolutamente nada. Hay mucho de exterioridades y de puros
formulismos, y debemos acostumbrarnos a ir al corazón de las cosas.
Y no pensemos que las personas capaces de tal entrega sean raras; porque tú, lector
amigo, quizá te hayas consagrado ya, y sin embargo, no creo que te persuadas estar
fabricado de una madera distinta de los demás. Hay en todas partes, estados, sexos,
edades y condiciones, almas muy dispuestas y capaces para las ideas de este camino
interior; lo que faltan son apóstoles que las den a conocer.

Dificultades

El apostolado externo tiene sus dificultades, que no tienen los hasta aquí enumerados;
una de ellas es que en él es preciso dar la cara y mostrarse con franqueza y claridad
discípulo del Divino Corazón, y como el respeto humano es un terrible enemigo, y
flotan todavía en el ambiente determinados prejuicios contra esta devoción santa, se
necesita un poco de valentía para no tener reparo en aparecer por fuera, tal cual siente
uno por dentro.
Otra de las dificultades proviene de que en el apostolado externo hemos de tratar con
hombres; y como en ellos se encuentra tanta variedad de caracteres y gustos, y a veces
están de temple, y a veces no lo están tanto, no es difícil pase uno algunos ratos
amargos. Además, siempre se hallarán personas, aun de las que por su piedad era de
esperar algo distinto, que mirarán con recelo estas ideas; y con buena intención a veces,
y otras con algo de pasioncilla, no dejarán de molestar oculta o abiertamente a aquellos
que con brío trabajen por difundirlas. Sin duda que en todo esto hay frecuentemente
algo de intervención del infierno, cuyo odio a esta devoción estudiamos al principio; por
eso Santa Margarita amonesta a cada instante a los primeros colaboradores suyos a no
cejar en su empresa, a pesar de todos los contratiempos.

Su importancia

Mas no obstante la dificultad que encierra el apostolado externo, es preciso practicarlo:


primero, porque la consagración exige trabajar por cuantos medios podamos, y éste es
uno; y segundo, a causa de su importancia en la práctica. Por lo pronto, es una cosa que
enseña la experiencia en este camino ascético, que cuando un alma consagrada se va
enfriando en el fervor, si comienza de nuevo la propaganda, en seguida empieza a
encenderse el entusiasmo; es un fenómeno que puede comprobar en sí cualquiera. Por
eso es muy conveniente el apostolado externo.
Es también indicio de su importancia los ratos de gran consuelo que proporciona a las
almas, cual ninguna de las otras maneras de apostolado enumeradas atrás. Y viceversa,
entonces generalmente comenzará el hombre a sentir la oposición y la guerra, más o
menos encubierta, cuando comience el apostolado externo; y cuanto mayor sea el brío,
el choque será más fuerte. Lo cual prueba que al infierno no acaba de satisfacer del todo

155
esta manera de amar al Corazón de Jesús. De hecho, mientras Santa Margarita tuvo esta
devoción callada, nadie se rozó con ella; pero cuando empezó a hablar, ya vimos antes
cómo la obligaron a recoger pronto velas: «las humillaciones y persecuciones que esto
me atrajo», según ella misma dice. (1). De la Hª. Joly, en quien pareció sobrevivir Santa
Margarita, según dicen las memorias de la Visitación, y que, muerta la Santa, «vino a
ser en cierto modo la principal promotora de la devoción al Sagrado Corazón»; esta
Hermana «pasó - dicen las mencionadas memorias - a los ojos de ciertos espíritus por
una temeraria y una orgullosa, que quería distinguirse en la casa y tener relaciones
fuera»; y «durante dieciocho años - añaden - se la vio beber a grandes sorbos el agua
amarguísima de las contradicciones y humillaciones, en que ella deseaba con ansia
verse corno sumergida» (2). Ni se crea que esto fue solamente a los principios; esto
sucedió al principio, esto sucedió al medio, y esto sucederá siempre a todo el que de
veras trabaje por el reino del Divino Corazón.
Que el apostolado externo haya sido sumamente practicado y enseñado por los grandes
amigos del Corazón de Jesús, es una cosa tan clara, para quien esté medianamente
versado en la historia de este culto, que sería ocioso insistiese en querer probarlo aquí;
tanto menos cuanto que en el decurso del libro han aparecido y aparecerán aún mil datos
que lo demuestren.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II p. 2ª., cart. 133, pág. 540, ed. frc.
(2) Idem, t. III, Hª Joly, pág. 450

B) ¿Quién puede ejercer el apostolado externo?

Personas pobres y despreciadas

Sin duda que pasará por la mente de algunos de mis lectores esta idea: ¿cómo habré de
ejercitar yo el apostolado externo, si soy una nulidad física, intelectual, espiritual y
social? ¿Quién va a hacer caso de mí?
«Debo confesar a y. - escribía Santa Margarita a la M. de Saumaise - que algunas veces
me he quejado a El de que no emplee personas de autoridad y de ciencia, que habrían
adelantado mucho las cosas con su prestigio. Me parece que me ha dado a conocer que
en este asunto el valer humano no le sirve para nada, porque la devoción y reino de este
Sagrado Corazón no se establecerán, sino mediante personas pobres y despreciadas y
en medio de contradicciones, a fin de que nada en esto se atribuya al poder humano» (1)
«Siento un particular (consuelo) a causa de lo que V. me dice, sobre todo por la feliz
nueva referente a ese buen P. Capuchino, que con tanto entusiasmo se ocupa en este
asunto (en el reinado del Corazón de Jesús). Porque Él recibe gran gusto con los
servicios de los pequeños y humildes de corazón y da grandes bendiciones a sus
trabajos» (2)
«Ya desde el principio mi divino Señor dio a conocer a su indigna esclava que Él había
escogido un instrumento vil para establecer (esta devoción) y atraer los corazones a
amar al suyo adorable... Y como yo le representase la cosa tan imposible de mi parte,
que era más a propósito para estorbar que para serle de alguna utilidad en sus designios,
me dijo no sabía yo que siendo Él todopoderoso podía hacer cuanto quisiese, y que en
esto no quería servirse de valer humano, sino de la dulce suavidad de su amor» (3)
«Estoy bien persuadida - escribía al P. Croiset - de la poca aptitud que dice V. tener para
esta obra; porque cuanto menos haya en ello de la criatura y del espíritu humano, más
habrá de Dios y de su divino espíritu; no quiere El servirse en esto sino de cosas

156
débiles, porque desea hacerlo todo por Sí, con tal de que nuestro amor y nuestra
confianza secunden su poder» (4).
Estas ideas demuestran que ser una persona pobre de cualidades brillantes interiores y
exteriores, no solamente no es óbice para trabajar con fruto por el reinado del Corazón
de Jesús, sino que más bien es un tanto a su favor; y de hecho la experiencia enseña
frecuentemente el efecto que en esta materia hacen algunas personas, de quienes nadie
pudiera imaginarse semejante resultado.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. III, pág. 473, ed. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 108, pág. 459, ed. frc.
(3) Idem, cart. 135, pág. 592
(4) Idem, cart. 139, pág. 616

Ni milagros en general

Viene a confirmar también las palabras de Santa Margarita aquel caso que refiere la
vida del P. Hoyos. Se celebraba en Valladolid la primera Novena pública del Sagrado
Corazón en el Colegio de San Ambrosio. Durante ella apareció un poseso del demonio;
algunos, y entre ellos el P. Hoyos, eran de opinión que se dijesen los exorcismos delante
de la imagen del Divino Corazón, para que con este suceso se acreditase más su
devoción entre el pueblo. Acudió el Padre al Señor, como solía, y Éste le dijo:
«Que sus pensamientos distaban de los de los hombres más que el cielo de la tierra...
Que (la devoción al Corazón de Jesús) era devoción muy seria, al paso que era tierna
para mover los corazones. Esto se me declaró más, enseñándome que, si el Señor
hiciese este milagro u otros, como le era fácil, por medio de su Corazón en esta Novena,
sería mucha la conmoción y mayores los concursos st, pero según es la flaqueza
humana, se quedaría en una devoción interesal y exterior, como otras muchas a que
sirven de atractivo los milagros; que el mayor milagro de su Corazón era irse
enseñoreando eficazmente de los corazones; .y que quería establecer esta devoción a
fuerza de fe, de adoración y de amor, para logro de sus altos designios en este punto;
aunque a su tiempo y según las disposiciones de su amorosa providencia no faltaría en
España, como no ha faltado en Francia, esta recomendación para los fieles que necesitan
de estos palpables atractivos» (1)
No sólo, pues, cualidades naturales, pero ni milagros o casos prodigiosos que. atraen
grandes concursos y producen gran conmoción en las gentes desea el Sagrado Corazón;
y si a veces los hará, será porque no habrá más remedio. Este sistema no es sistema
milagrero, ruidoso, de grandes escalofríos en las masas. Por eso quiere que sus
mensajeros sean personas «pobres y despreciadas»; y claro es, que si estuvieran
dotados de esos dones extraordinarios que excitan la admiración y veneración del
mundo, no serían despreciados. De aquí que aun a los fundadores y primeras columnas
de este culto cueste tanto elevar a los altares, entre otras razones por la de no hacer
milagros.
Mas de su peso se cae que el Divino Corazón no excluye de su apostolado las brillantes
condiciones de cualquier orden que sean, como por otra parte lo demuestra la
experiencia; pero no porque en este negocio sirvan de mucho esas prendas, sino porque
con ellas pueden hallarse las otras que Nuestro Señor desea y que, cuando existen,
bastan para trabajar con éxito. Pero en general, a estas grandes brillanteces les costará
mucho más tener la disposición de ánimo que requiere este negocio, y por eso sucederá
de hecho siempre, que la mayoría de los buenos elementos del Corazón de Jesús no

157
estarán cortados de esa cantera. Ello entra muy bien en sus planes; pues en este asunto
especial es el Señor más celoso que en los otros de que los hombres no atribuyan la obra
a sí, sino enteramente a Él; principio muy importante en este sistema ascético, según
vimos más arriba.

(1) Uriarte, Vida P. Hoyos, part. III, cap. XI, pág. 355, ed. 2.0

Lo que Él exige

¿Y cuáles son las condiciones que pide el Divino Corazón para que un alma pueda ser
buen instrumento de su reinado en la tierra? Naturalmente que hay grados; en esta
devoción hay muchas prácticas sueltas, v. gr. Primeros Viernes de mes, procesiones,
monumentos, consagraciones sociales, etc., en que hay mucho de externo, que en sí
mismos son actos muy apreciables y cuya utilidad percibe en seguida todo el mundo,
aunque sobre esta materia no tenga sino ideas generales. En este sentido puede trabajar
por el reino del Sagrado Corazón, y de hecho trabajará, según la experiencia enseña,
cualquier católico bueno, y aun en algunos de esos actos cualquier persona algo amante
del bien público. Pero, el reinado del Corazón de Jesús no consiste en solo eso, ni es ése
su elemento principal; éste se encuentra perfectamente expresado en aquel: «establecer
el imperio de su amor en todos los corazones», hacer que en todos los corazones impere
y mande por manera habitual y permanente el amor del Divino Corazón: que El sea en
el alma el emperador supremo. Ahora bien, para ser instrumento eficaz suyo en este
segundo grado se requiere mucho más; se requiere en resumen lo que santos y ascetas
enseñan, respecto a la predicación en general, y trae allá el P. Alonso Rodríguez, a
saber: que para producir en otros la forma de la humildad o de cualquiera virtud -
usando el modo de hablar de la filosofía aristotélica - se necesita que el agente la posea,
según el clásico axioma de que: «unumquodque operatur secundum quod est actu», que
en castellano diría: «nadie da lo que no tiene». Por consiguiente, para obtener que las
almas se entreguen de lleno al Corazón de Jesús es preciso que el apóstol esté de lleno
entregado, pues si no, le faltará ese acento persuasivo, arrollador, propio de los
convencidos, y que es siempre condición indispensable, aun en lo. humano, para
arrastrar a los hombres. Además, consagrarse un alma resueltamente no es un negocio
tan fácil: requiere gracias no leves del mismo Corazón santo, y es muy obvio que Él no
guste concederlas de ordinario sino a los trabajos y palabras de sus particulares amigos.
Por último, ya hemos dicho que aparece en el Corazón Divino un particular empeño de
que se vea claramente que la obra de su reinado en las almas es muy suya; ahora bien,
esto no podría aparecer, si el instrumento de que usa no tiene conciencia clara de su
impotencia, ni está en comunión con Él, cual un cable transmisor del fluido eléctrico
con la fuente productora; pero como quiera que esta comunicación se hace muy
principalmente con la confianza segura, la dependencia continua, la docilidad movible
para ser fácilmente manejado; y como por otra parte tales disposiciones de ánimo son
precisamente las propias de la consagración íntegra al Corazón de Jesús, se deduce en
conclusión, que difícilmente tomará Él por instrumento para reinar de lleno en los
corazones a persona que de veras no se le haya consagrado.

Confirmándolo

Esto que el raciocinio deduce, los testimonios lo afirman; y por cierto algunos, como el

158
siguiente, de un modo bien terminante. Va Santa Margarita exhortando a la Hermana
Joly a trabajar por el reinado del Sagrado Corazón, y añade:
«Porque El sabe bien las personas que ha destinado en particular para establecer su
reinado, de cuyo número creo a V. Y será en vano que otras se entremetan en ello,
porque no derramando El la unción de su gracia no podrán tener buen éxito» (1)
Hay diferentes pasajes de la Santa, que bajo otra forma distinta vienen a decir lo mismo:
«Mi divino Maestro me ha dado a conocer, que aquellos que trabajan por la salvación
de las almas lo harán con verdadero éxito, y sabrán el arte de mover los corazones más
endurecidos, si tienen una tierna devoción a su Sagrado Corazón y si trabajan por
inspirada y establecerla en todas partes» (2)
Para que el Sagrado Corazón dé eficacia a las palabras en orden a mover los corazones,
y como añade en otra parte, hacerlos susceptibles de su amor, pide como condición:
tenerle devoción tierna y trabajar por dilatar su reinado en todas partes; que viene a ser
en resumen la consagración perfecta.
Esta doctrina general a todos los que trabajan en ayudar a las almas aplícala de igual
modo a las promesas especiales hechas a la Compañía de Jesús. También aquí se
promete eficacia a las palabras para mover los corazones más duros, pero a condición de
que: «le tributen lo que de ellos espera, o sea, un homenaje de amor, de honor y de
alabanza, y que trabajen con todas sus fuerzas por el establecimiento de su reino en los
corazones» (3).
Lo mismo repite en la carta 100, después de promesa idéntica:
«Mas para ello es preciso que se esfuercen por sacar todas las luces del manantial del
Sagrado Corazón» (4); expresión que en una forma más vaga indica también la entrega,
pues difícilmente sin ella «se esforzará nadie por sacar todas sus luces del Corazón de
Jesús».
Por último, ya hemos dicho más atrás, cómo para los grandes confidentes del Sagrado
Corazón significa un beneficio muy grande ser instrumento de su reinado en las almas;
por lo cual parece muy natural que no conceda Él este grande beneficio a quien no le
haya entregado de lleno su corazón. No bastan, pues, cualidades naturales de ciencia,
elocuencia, buen talento; ante todo se, requieren entregas fundamentales.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª.. cart. 108, pág. 459, ed. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 141, pág. 624, ed. frc
(3) Véase arriba, p. 1ª., c. 1. § 2, B
(4) Idem

No forzar

Mas no quiere decir esto que todo el mundo a media palabra tuya’ se va a rendir por
cómpleto aunque estés muy entregado. A veces, sí, y en media hora se conquistan varias
almas; pero otras muchas veces .no, porque el Corazón Divino no quiere violentar a sus
criaturas, sino dominarlas dulcemente, y por eso de ordinario lleva la obra poco a poco.
Este es un punto en que conviene insistir, pues las almas una vez entusiasmadas
quisieran todo arrollarlo, y al encontrar ciertas pasividades inertes, y aun algo más,
pudieran desalentarse. Veamos algunos pasajes de Santa Margarita que dan mucha luz
sobre este punto.
«Hay que hacerlo todo dulce y suavemente, aunque fuerte y diligentemente, siguiendo
los medios que El nos proporcionare para ello porque en fin, mi querida Madre, es
preciso continuar la obra de Dios sin desistir ni cansarse, sean cuales fueren los

159
obstáculos y contradicciones que se nos pongan delante; porque El es bien fuerte y
poderoso para vencerlos y confundir a sus enemigos; mas este Corazón Divino no es
sino dulzura, humildad y paciencia, por lo cual es necesario esperar; Él sabrá hacer
cada cosa a su tiempo» (1)
«Estoy convencida de que Él quiere implantar su imperio por la dulzura y suavidad de
su amor, no por los rigores de su justicia» (2)
«No remite V. nada de su trabajo, mi querida Madre. Espero que Él lo hará fructuoso
para su gloria cuando llegue su tiempo. Porque los negocios que miran inmediatamente
a la gloria de Dios son bien diferentes de los del mundo; en éstos hay que desplegar
mucha actividad, pero en los de Dios es necesario contentarse con seguir su inspiración,
y después dejar hacer a la gracia y seguir sus movimientos con todas nuestras fuerzas,
como creo que hace V.» (3).
«La devoción de este Sagrado Corazón no debe ser forzada, sino que El mismo quiere
insinuar - se dulce y suavemente mediante su caridad en los corazones, a la manera del
óleo, o mejor de un precioso bálsamo, cuyo líquido y perfume se difunden dulcemente»
(4).
«Pero ésta es una devoción que no quiere ser forzada ni constreñida. Basta darla a
conocer, y después dejar a este Divino Corazón el cuidado de penetrar con la unción de
su gracia los corazones que El se tiene reservados. ¡Dichosos los que fueren de este
número!» (5).
El Señor no excluye a nadie de esta devoción, pero sucede que hay almas mejor
preparadas que otras; y algunas que lo están tanto que el Divino Corazón no podrá
menos de mirarlas ya cual suyas, y hacer todo lo posible para que llegue a sus oídos la
nueva que las arroje en sus brazos. En este sentido a veces se ven casos muy curiosos.
«Tocante a (esta devoción) - continúa Santa Margarita - basta hacer cuanto Él nos dé a
entender que depende de nosotros, y después que se ha echado la semilla hemos de
dejar obrar a la gracia de este Corazón Divino, el cual tomará el cuidado de cultivarla y
hacerla fructificar con la unción amorosa de su ardiente caridad, que quiere dar a
conocer por este medio aquellos que ha predestinado para ser sus verdaderos amigos, a
fin de amarle y glorificarle eternamente en el cielo, conforme a como se hubieren
ocupado en esto sobre la tierra» (6)
Aquí tiene el lector los medios de apostolado que con más frecuencia aparecen en los
amigos del Sagrado Corazón. De todo esto se habrá podido concluir cuán ancho campo
puede hallar toda persona de cualquier estado, edad, condición que sea, para cumplir,
tanto la primera, como la segunda parte de la consagración personal. Lo que hace falta
es querer:
que medios de trabajar por el reinado del Corazón de Jesús a nadie le faltarán.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. 11, p. 2ª., cart. 104, pág. 447, ed. frc.
(2) Idem, cart. 108, pág. 463
(3) Idem, cart. 112, pág. 475
(4) Idem
(5) Idem, cart. 108, pág. 485
(6) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2., cart. 133, pág. 581, ed. frc.

Capitulo III

160
LA REPARACIÓN

SUMARlO. - § 1. - La Reparación. - Institución de la fiesta. - Textos no eucarísticos. - ¿Por qué la


reparación? - ¿Cómo reparar? - Reparación y Eucaristía. - Otros aspectos. - No es cosa triste. - Carácter
redentor.

Aunque Santa Gertrudis casi no menciona la idea de reparación, y Santa Margarita


habla de ella unas treinta veces en sus cartas, la mayor parte de paso, mientras que sobre
el apostolado se cuentan por centenares sus textos, sin embargo, estos pasajes de la
santa confidente del Sagrado Corazón, los diversos documentos eclesiásticos, y sobre
todo, la Encíclica de Pío XI nos dicen ser éste un punto de importancia en la materia. Lo
es, en efecto, y muy hermoso además, si se entiende en toda su plenitud.

Institución de la fiesta

Dice mucho en favor de la reparación la aparición en que el Corazón Divino pidió se


estableciese su fiesta.
«Estando una vez delante del Santísimo Sacramento - escribe Santa Margarita - un día
de su octava, recibí de mi Dios gracias excesivas de su amor, y sintiéndome movida por
el deseo de algún retorno y de devolverle amor por amor, me dijo: no me lo puedes dar
mayor que haciendo lo que te he pedido tantas veces». Entonces me descubrió su
Divino Corazón: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres; que no ha
perdonado nada hasta agotarse y consumirse por testificarles su amor, y por
reconocimiento no recibo de la mayor parte sino ingratitudes con sus irreverencias y
sacrilegios, y con las frialdades y desprecios que tienen para conmigo en este
Sacramento de amor. Pero lo que es para Mí más sensible, es que sean corazones que
me están consagrados los que esto hacen. Por esto Yo te pido que el primer viernes
después de la octava del Santísimo Sacramento sea dedicado a una fiesta particular, para
honrar mi Corazón, comulgando ese día y haciéndole reparación del honor (an luí
faísant réparation d’ honeur), mediante una pública y contrita confesión de la culpa
(une amende honorable), para reparar las indignidades que ha recibido durante el
tiempo que ha estado expuesto en los altares. Yo te prometo también que mi Corazón se
dilatará para derramar con abundancia las influencias de su divino amor sobre aquellos
que le tributaren este honor, y los que procuraren que le sea tributado» (1)
Aquí aparece con mucho relieve la idea de reparación. No obstante, debe observarse
cómo la primera finalidad de la fiesta, según el mismo pasaje, es: «honrar mi Corazón».
«Yo quisiera poder vengar en mí misma todas las injurias que se han inferido a mi
Salvador Jesucristo en el Santísimo Sacramento» (2)
Habla al P. Croiset de los grandes sufrimientos que con frecuencia tenía, y añade:
«Pero ¡ay! yo sucumbiría muchas veces, si El no me sostuviera con potente gracia; y
éste era uno de los motivos por los que me mandó comulgase todos los Primeros
Viernes de cada mes, o más bien (el motivo era) reparar los ultrajes que Él ha recibido
durante el mes en el Santísimo Sacramento» (3)

1 Vida y Obras, ed. 35, t. II, p. 1ª., Autob. u. 92, pég. 102, ed. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2., cart. 5, pág. 233, ed. frc.
(3) Idem, cart. 133, pág. 576

161
Textos no eucarísticos

En los textos aducidos se habla de la reparación en la Eucaristía; en otros más


numerosos se entiende también fuera del Santísimo Sacramento.
La M. Melin, Superiora de Paray, para calmar la oposición levantada en la Comunidad
contra la nueva devoción prohibió a la Santa la comunión de los Primeros Viernes.
«Di a tu Superiora - comunicó a la sierva de Dios el Corazón de Jesús - que me ha
causado grande desagrado el que por complacer a las criaturas no haya temido
disgustarme a Mí, prohibiéndote la comunión que Yo te había mandado recibir los
primeros viernes de cada mes para que, ofreciéndome a mi Eterno Padre, satisfacieses
con ella ,a la divina justicia mediante los méritos de mi Corazón por las faltas de
caridad que acaso se cometan, ya que te he escogido para ser víctima de ella» (1)
«No conviene dejar de ir a visitar al Santísimo Sacramento por más repugnancia que V.
sienta sino ofrecerla allí a Nuestro Señor, para honrar la que Él quiso experimentar en el
Huerto de las Olivas» (2)
«El cual (el Corazón de Jesús) me pareció hacerme esta petición: que si quería yo
hacerle compañía en la Cruz en este tiempo en que está tan abandonado (era el tiempo
de Carnaval) por el afán de todo el mundo en divertirse; y que con las amarguras que
me haría gustar podría en algún modo dulcificar las que sobre su Sagrado Corazón
derraman los pecadores» (3)
«Él desea, pues, según creo - escribe a la M. de Saumaise - entrar con pompa y
magnificencia en el palacio de los príncipes y de los reyes, para ser honrado en ellos
tanto como fue ultrajado, despreciado y humillado en su Pasión; y para que reciba tanto
gusto de ver a los grandes de la tierra abajados y humillados delante de Él, como
amarguras sufrió al verse anonadado a sus pies» (4).
Además de la eucarística, aparece la reparación por los pecados actuales del mundo, por
las agonías del Huerto, por las humillaciones de la Pasión, especialmente las sufridas en
las casas de los grandes.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª. t. II, p. 2ª. cart. 34, pág. 293, ed. frc.
(2) Idem, cart. 81, pág. 386
(3) Idem, cart. 97, pág. 425
(4) Idem, cart. 100, pág. 436

¿Por qué la reparación?

Si se consideran bien las cosas, se ve que la reparación tiene una razón muy profunda,
muy consoladora para las personas amantes del Corazón de Jesús, y que descubre un
nuevo aspecto grandioso de esta devoción.
En rigor la reparación no es sino un nuevo elemento de la segunda parte de la
consagración personal; de aquel tomar por nuestra cuenta los intereses del Sagrado
Corazón. En efecto: dos son los resultados que en orden a ellos produce el pecado: el
primero es perder los hombres; el segundo injuriar y deshonrar a El; por el primero le
quita las almas, por el segundo le quita el honor. Según eso, ¿cuáles son sus divinos
intereses en el mundo? Dos: que las almas que aún no son suyas, lo sean y cada vez más
de lleno, y que las manchas, que oscurecen feamente su honor santo, se borren. Lo
primero se procura trabajando más y más por extender su reinado, lo segundo
esforzándose por reparar sus ultrajes; apostolado y reparación: he ahí los dos medios

162
capitales de interesarse por las cosas del Corazón de Jesús.
Pero el honor suyo afeado y manchado por las culpas de los hombres ¿puede ser
restituido a su primer esplendor? Claro que sí, como lo vemos de continuo entre los
hombres. Infiere uno grave injuria a otra persona; su honor queda deslustrado, pero si
después él ofensor da una satisfacción proporcionada a la injuria, bien sea
voluntariamente, bien sea impuesta por la autoridad legítima, en el concepto de todos
ese honor queda lavado. Y nótese que esto acaece muchas veces aunque la reparación
no la dé el ofensor precisamente; así la injuria inferida, v. gr.: por un hijo ineducado es a
las veces borrada por las satisfacciones de su padre o sus hermanos, porque, si bien en
todo rigor puede el ofendido no aceptar sino la reparación personal del ofensor, de
ordinario, sin embargo, se acepta la de un tercero, y en la opinión general es reputada
suficiente, sobre todo si este tal se halla muy unido al ofensor por la sangre u otros
vínculos estrechos. Claro está que en este caso la amistad entre ofensor y ofendido no
puede restituirse sin que el culpable se arrepienta de lo hecho; pero una cosa es la
restauración de la amistad y otra la restauración del honor.
Como se repara, pues, la honra ultrajada entre los hombres, se repara entre los hombres
y Dios. Debe ser ésta una idea de gran consuelo para las personas amantes del Corazón
de Jesús, pues con ella se les abre un nuevo campo para trabajar por El, a saber:
borrando los deshonores que le infieren los pecados de los hombres, y procurando
restituir a su gloria el brillo que cada día le roban. Esto puede hacerse perfectamente con
El, pues que recibe con gusto las satisfacciones que ofrecemos los hombres unos por
otros; porque si no fuese así no las pediría tantas veces, según vimos en los textos
precedentes; además de que por el hecho de aceptar el Eterno Padre las reparaciones de
su Hijo Jesucristo por los pecados, no suyos, sino de los otros hombres, aceptó también
las que le ofrezcan las almas en estado de gracia por sí y por los demás, ya que son
miembros vivientes de Jesucristo, y sus reparaciones son en cierto modo reparaciones
de Cristo. Además, como los hombres son hermanos entre sí, y, aunque unos más
perfectamente que otros, todos asimismo en algún modo miembros de Cristo Nuestro
Señor, no es extraño que El acepte nuestras satisfacciones reciprocas. Sólo por los
condenados, los cuales en ningún modo son ya miembros del Hijo de Dios, no se
admiten reparacionés ajenas: cada cual debe expiar por sí mismo lo que hizo.

¿Cómo reparar?

¿Cómo se repara el honor entre los hombres? De muchísimas maneras. A veces basta
que nos conste del arrepentimiento sincero del ofensor para darnos por desagraviados;
otras se exige pedir humildemente perdón; todo lo que sea prestar servicios y obsequios
es modo de reparar. Lo mismo acaece en lo divino. Ante todo el dolor sincero de las
ofensas así propias como ajenas; las oraciones y plegarias por los pecados del mundo;
toda clase de obsequios, servicios, buenas obras ofrecidas al Divino Corazón, vida
santa, pura, etc. Porque hay que tener presente que todas las acciones de los justos, aun
ésas que llamamos indiferentes, si no son desordenadas, tienen tres efectos: primero,
merecimiento de gracia y gloria en nuevos grados; segundo, fuerza impetratoria, o sea,
más facilidad de obtener de Dios beneficios y favores; tercero, virtud satisfactoria, o
eficacia peculiar para lavar, el honor divino manchado por el pecado. De aquí que
cuanto más actos de virtud multipliquemos, cuanto más santas y perfectas sean todas
nuestras acciones más eficazmente contribuiremos a devolver su esplendor al honor del
Corazón de Jesús. Ya se ve qué campo tan vasto se nos descubre.
«Una vez que yo me quejaba a Él - escribe la M. María del Divino Corazón - de no

163
poder a causa de mi debilidad recitar un acto de reparación, me respondió: «Si personas
extrañas ofenden a una madre, y un hijo la ama tiernamente y no cesa de darle pruebas
de su amor, ¿no es verdad que, aunque no le hable de reparación, su amor es para el
corazón de la madre una reparación amplia? ¿No olvida ella ante el amor de su hijo las
ofensas de los otros? Así tu amor es para mi Corazón un grande resarcimiento por los
pecados de otros, por los cuales querías ofrecer una reparación, aunque ésta no la hagas
formalmente». ¡Cuánto me consoló esto» (1)
¡Cuánto también puede consolar a las personas que le aman, y no piensan sino en
procurarle gloria! Y es que, como decía el mismo Señor a Benigna Consolata: «un acto
de amor repara por mil blasfemias» (2)
Sin embargo, como dijimos arriba, también pidió muchas veces la reparación expresa.
Pero al hablar de los medios de reparar, conviene tener presente una idea que puede dar
mucha luz. Todos saben cómo en la opinión común la pena, el sacrificio, la sangre,
tienen particular eficacia para lavar las injurias. Cuando las leyes quieren restaurar los
ultrajes inferidos en la sociedad, ¿cómo los restauran? o con multas, o con cárcel, o con
pena de la vida. Axioma ha sido de los duelistas en todos los tiempos, aunque axioma
erróneo e ilícito, que: honor con sangre se lava; o como dice allá el Romancero del Cid:
«Que la sangre dispercude - Mancha que finca en la honor, - Y ha de ser si bien me
lembro - Con sangre del malhechor» (3). Ya se sabe que la idea sacrificios y víctimas
para expiar las ofensas contra la divinidad es cosa general en todas las religiones. Todo
esto, pues, hace ver la eficacia peculiar que en el concepto de toda la humanidad tiene el
sacrificio, el dolor, la sangre, para deshacer las injurias inferidas al honor así de los
hombres como de Dios. De donde se concluye que, si bien todas las acciones buenas
tienen virtud de reparar las ofensas al Corazón de Jesús, sin embargo, a todas lleva la
palma el dolor y el sacrificio en cada una de sus formas. Conviene que todo esto lo
tengamos muy presente, a fin dé explotar para el Sagrado Corazón esa grande cantidad
de penas de que está tachonada nuestra Vida. También es cosa muy verosímil que
aquella falta de miedo a los sacrificios, ¿qué digo falta de miedo? aquella pasión
ardorosa de sufrir que se observa en los grandes confidentes del Corazón de Jesús, y que
es uno de los frutos peculiares de esta devoción suave, pero a la par sólida y maciza
como pocas, nazca en no pequeña parte de la idea reparadora, que tan ligada se halla
con el dolor y la cruz.
Entre los medios de reparación uno es el apostolado, no sólo en cuanto que es obra
buena, y toda obra buena, según hemos visto, tiene virtud de borrar los deshonores
divinos; ni sólo en cuanto que el procurar ganar almas para El es evitar nuevas ofensas
en lo por venir; sino a causa de que toda alma ganada por completo para su causa será
un nuevo reparador más, y claro es que más reparan diez que uno.
Por eso el R. Pontífice Pío XI en su Encíclica sobre la reparación, después de enumerar
diversos frutos que de esta idea han de brotar en el alma, añade: «Pero, ante todo
arderán en el deseo de procurar la salvación de las almas, al acostumbrarse a ponderar
los lamentos de aquella divina víctima:
¿Qué utilidad se ha seguido de mi sangre? (Salmo 19,10), y a la par la alegría que
sentirá el Sagrado Corazón «por un solo pecador que se mueva a penitencia». (Luc.
15,4) (4). Entre los sentimientos que la reparación causa o al menos debe causar, «ante
todo» es preciso enumerar, según el Papa, un ardoroso deseo o celo por llevar los
corazones al Corazón de Jesús.

(1) Soeur Marie du Divin Coeur. Chasle, cap. VIII, pág. 226, ed. 1925. París
(2) Vademecum... da un Pio Autore, pág. 83, ed. 1919. Como
(3) Reto del Cid al Conde Lozano.

164
(4) AAS tom. 20, pág. 178

Reparación y Eucaristía

Aunque la reparación no mira solamente a la Eucaristía, como vimos claramente en


Santa Margarita, expresamente lo afirman los documentos eclesiásticos, sobre todo la
Encíclica de Pío XI, y es cosa que se cae de su peso, ya que la reparación se extiende a
donde quiera se extienda esta devoción, y ella se dirige no sólo a la Eucaristía, sino al
Corazón de Jesús en cualquier lugar donde esté, según consta de infinitos documentos,
sin embargo, como se ha podido ver en los textos aducidos, el Santísimo Sacramento
ocupa en la idea reparadora el primer lugar de todos. La razón por otra parte es sencilla.
Siendo la devoción al Corazón de Jesús la devoción del amor, es natural que el
Sacramento del amor más tierno y fino del Redentor, sea el Sacramento peculiar del
Divino Corazón, como veremos muy pronto. De ahí se sigue que los pecados e injurias
que acerca de este Sacramento se cometen toquen al Corazón de Jesús más que
cualquiera de los otros, y por consiguiente deban ser objeto de la reparación con más
preferencia que ellos. Por eso después de honrar al Corazón Sagrado, que aparece en
primer término, el segundo objeto de su ‘fiesta es procurar lavar con nuestros obsequios
los deshonores e injurias que ha recibido durante el año en la Eucaristía sobre todo, así
como el segundo objeto de la comunión y fiesta del Primer Viernes de mes es hacer lo
propio respecto de las ofensas del mes, según dijo Santa Margarita arriba.

Otros aspectos

1º. En orden a ¡os pecadores la reparación produce mucho bien, pues, borrada la
injuria con la satisfacción ofrecida, es natural que Nuestro Señor esté mucho más
dispuesto a mirar con ojos de misericordia al culpable, y concederle mayores luces y
gracias para que torne a su amor. Así vemos en el mundo que, cuando una persona
allegada al ofensor ha dado una reparación adecuada del honor, el ofendido suele tener
mucha más facilidad para recibir en. su amistad nuevamente al que le injurió. Lo mismo
aparece con frecuencia en los escritos de la Santa; cuando ella ofrecía reparaciones por
algún alma. próxima a ser abandonada a su suerte, Nuestro Señor volvía a mirarla con
ojos de compasión. Por aquí se ve cómo la reparación tiene también un gran efecto
apostólico.
2º. Las injurias de la Pasión son también, como el lector ha podido ver en los pasajes
de Santa Margarita, objeto de las reparaciones especialmente nombrado. La razón de
ello no es difícil de entender;. pues como quiera que aquellos ultrajes no se hicieron a su
persona invisiblemente, como se hacen ahora,. sino ante sus mismos ojos, poniendo las
manos sacrílegas en sus propios miembros físicos, sin respeto a su mirada y presencia
corporal, tuvieron un carácter de oprobio y humillación tan marcado, que no es extraño
pidan reparación especial. Debe también advertirse que sufrió aquellos ultrajes mientras
hacía por los hombres el acto más grande de amor y misericordia, cual era morir por
ellos; circunstancia especial que era la causa de que tales deshonores hiriesen más
hondamente a su Corazón Divino. Por último en la Pasión fue en donde más padeció el
propio Corazón de Jesús; por lo cual aquellas penas son especialmente propias de esta
santa devoción. Conviene tener muy presente todo esto para que, al meditar la Pasión de
Cristo Nuestro Señor, materia que siempre fue tan del gusto de los fieles, sepamos
servirnos de ella para con mayor fervor sufrir y hacer muchas cosas por el Corazón

165
Divino. De aquí se verá también - aun prescindiendo de otras causas - cuan ligada se
halla con esta devoción la idea de la Pasión del Señor, y por qué ha sido materia muy
predilecta de los amigos del Corazón de Jesús. Además en la Pasión es donde aparece
Jesús por antonomasia víctima reparadora del honor divino manchado por los pecados
del mundo: allí es, pues, el ideal del amigo del Corazón de Jesús en cuanto reparador.
3º. La idea de consolar al Divino Corazón aparece con frecuencia así en Santa
Margarita, como en los otros libros que tratan de estas materias, y aparece como blanco
a que la reparación mira. Este modo de ver las cosas es muy verdadero. Porque, si el
consolar se toma en el sentido de proporcionar al Señor nueva alegría accidental, es
cosa cierta que todos los actos de amor, sacrificio, apostolado, reparación, que por El
efectuamos le proporcionan actualmente gloria y consuelo especiales. Si por consolar se
entiende aliviarle en las tristezas, como ahora no las tiene, el consuelo no puede en ese
sentido caber actualmente en Él, pero no por eso nuestras buenas obras dejan de surtir
su efecto consolador. La razón es clara: el Sagrado Corazón mientras su vida mortal, lo
propio que ahora, en cuanto Dios todo lo tenía presente, así lo actual de entonces, como
lo pasado y lo futuro. Por consiguiente, lo mismo los crímenes de toda la humanidad
que sus reparaciones actuaban en El como si delante de sus ojos y en aquel momento se
estuvieran realizando; y así de la misma manera que con nuestros pecados presentes
estamos causando actualmente las tristezas de entonces, también con nuestros obsequios
estamos ahora mismo siendo causa o produciendo los consuelos que mitigaron sus
penas. En esto no hay que mirar a cuestiones de pasado o de futuro, que estos asuntos
de tiempo en la materia presente no cuentan nada para Dios, que ve las cosas desde su
eternidad; sino a lo que hay que atender es a la razón de causa y efecto: este pecado,
esta falta, es causa de tristeza en el Corazón Divino; este acto de amor, de virtud, de
celo, es productor de consuelo para El. A esto solo hay que atender, que esotros
conceptos nuestros de tiempo no sirven sino de turbar la imaginación y disminuir el
fervor.
Esta última manera de enfocar la reparación viene en cierta manera a completar la
primera. En efecto, decíamos que el pecado, en orden al Corazón de Jesús, tenía dos
resultados: quitarle las almas, y quitarle el honor. En rigor sus efectos son tres: quitarle
las almas, quitarle el honor y entristecerle. Este último es efecto de los dos precedentes,
porque las aflicciones del Sagrado Corazón nacieron de ver las almas perdidas y la
honra de su Padre y suya vilipendiada. El primer efecto, o pérdida de las almas, se
remedia con el celo, con trabajar por que reine; el segundo, o mancha de la honra
divina, se remedia con la reparación; y el tercero, o aflicciones del Corazón de Jesús,
como quiera que nacen de la pérdida de las almas y del ultraje divino, quedan aliviadas
con los dos remedios precedentes de celo y reparación. Según eso, el consolar al Divino
Corazón es un fin que podemos tener presente lo mismo al trabajar por que reine, como
al reparar sus ultrajes.

No es cosa triste

Es frecuente en personas espirituales este prejuicio de la reparación; a lo cual pudiera


ser que hayan contribuido a veces ciertas maneras de presentarla que la hacen
excesivamente triste, y visten a toda esta devoción tan de luto riguroso, que a las almas,
hoy propensas grandemente al desaliento, las encoge y amilana. Si el lector ha leído lo
que llevamos escrito, habrá podido observar que la devoción al Corazón de Jesús no es
así, y aun esta misma parte suya de la reparación, si bien se considera, no tiene nada de
tétrico.

166
Porque ¿es acaso cosa triste esforzarse por que reine el Sagrado Corazón, por darle un
bien que le falta y ardientemente, desea? Claro que no; pues ¿por qué ha de serlo
entonces trabajar por deshacer los ultrajes de su honor; por apartar de El un mal que
detesta y aborrece, un mal que juntamente es la causa de sus penas, según antes
explicamos? Tan efecto del amor es el afán de procurar a la persona a quien se ama los
bienes de que carece, como el deseo de privarle de los males que le aquejan; y si la
reparación es efecto del amor, nunca ha sido cosa tétrica lo que del amor proviene. -
Pero es que la reparación parece que envuelve más la idea de sacrificio. - Cierto: la idea
de sacrificio así, a secas, es triste; pero la idea de sacrificio sólo por los intereses del
Corazón de Jesús, bien saben las almas que se han resuelto a ser suyas, que está muy
lejos de ser nada desconsoladora.
Es verdad que el pensar atentamente la soledad, abandono, frialdades y sacrilegios del
Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento; las injurias verdaderamente atroces y las
tristezas profundas que padeció en su vida y en su sagrada Pasión; los grandes e
innumerables ultrajes que ha recibido y recibe con los pecados del mundo, lleva un dejo
de tristeza muy natural y muy justa, pero no es de esas tristezas que encogen el alma y
engendran el desaliento. La razón de ello está en que a la tristeza natural de ver así
ofendido al Corazón de Jesús acompaña otra idea ,y otro sentimiento algo impreciso y
complejo, pero que a la par consuela, une íntimamente con Él y como que nos eleva y
dignifica. Porque en esa manera de considerar al Señor aparece Él a nuestros ojos como
necesitado y pobre en cierta manera, y nosotros algo así como quien le hace un favor, y
un favor libremente concedido. Ahora bien, esto le coloca a Él como en cierta posición
de deudor y a nosotros de acreedores; posición que engendra sentimientos muy
preciosos en la vida espiritual, y muy propios del espíritu de la devoción al Corazón de
Jesús.
En primer lugar, ver a todo un Dios deudor nuestro nos da una idea tal de la humildad,
sencillez y llaneza de Cristo Nuestro Señor que no puede menos de incitar a amarle de
corazón. En segundo lugar, produce la confianza, ya por razón de ver a un Dios tan
humilde, y las personas humildes y sencillas nos inspiran esos sentimientos fácilmente,
ya también porque el pensar que hacemos un favor y prestamos un servicio parece como
que nos quita el miedo de tratar con El y la desconfianza de si nos atenderá o no. De
donde se ve cómo la idea de reparación, en apariencia sombría y desconsoladora, en
realidad, bien sentida y practicada, no tiene nada de tal, antes a la larga va engendrando
poco a poco sentimientos hermosísimos casi sin que el hombre se dé cuenta; porque
todos esos raciocinios que he nos hecho, solemos realizarlos de ordinario sin que
advirtamos en ello. Por otra parte, que esos sentimientos sean propísimos de la devoción
al Sagrado Corazón, no es necesario hacerlo ver al lector que haya leído lo que hasta
aquí hemos escrito.

Carácter redentor

No puede negarse que con la reparación acaba de recibir este culto un carácter completo
de redención que lo engrandece en extremo. En efecto, ¿cuál fue la misión de Jesucristo
en la tierra? Su misión fue deshacer la obra del pecado, y como los efectos del pecado
pueden reducirse a dos: quitar las almas a Dios y manchar su honor divino, el plan del
Redentor fue asimismo doble: restituir á Dios las almas, y restaurar su honra ultrajada.
Y en realidad de verdad todas las acciones y penas de Jesucristo iban a este doble
objeto. Pero como la obra de la salvación de los hombres puede condensarse en la
fundación de la Iglesia, que es un reino particular o especie de sociedad, organizada a

167
maravilla y provista de todos los medios interiores y exteriores que podía el hombre
necesitar para realizar la obra de su restauración primitiva, perfeccionamiento moral y
divinización cada vez más acabada, de ahí que la obra de Jesucristo en concreto viene a
ser: la obra del Apóstol o fundador de la Iglesia, o Reino de Dios, que era el tema
habitual de sus sermones, según los Evangelistas, y la obra del Sacerdote y la Víctima,
que con las oraciones, obras y padecimientos de su Vida y su Pasión, pero, sobre todo,
con la inmolación sangrienta en el ara de la cruz expió completamente todos los ultrajes
y deshonras, con que los hombres mancharan el honor de la Majestad Divina.
Ahora bien, el lector habrá observado que la segunda parte de la consagración que,
como dijimos, contiene la tarea más propia nuestra, se reduce a dos ideas: al
apostolado, que consiste en procurar por cuantos medios podamos la implantación
general del :reino del Corazón de Jesús, y a la reparación, o séase, a lavar su honor
sagrado de las manchas que le infieren los pecados de los hombres, y restituirlo, según
nuestra pequeñez, a ~u primer esplendor; es completamente a la letra la misión de
Jesucristo en la tierra. De donde se ve cómo la devoción del Sagrado Corazón apunta de
modo maravilloso a formar de cada hombre un Cristo, un pequeño redentor.
¡‘Magnífica y dignificadora idea!

PARTE IV

Capitulo 1

LA EUCARISTÍA

SUMARIO. - § 1. - La Eucaristía. - Coincidencias. - Santa Gertrudis. - Sta. Margarita. -


P. Hoyos. - María del Divino Corazón. - Benigna Consolata. - Consecuencias. - § II. -
La devoción a la Virgen. - Sta. Gertrudis. - Sta. Margarita. - P. Hoyos. - María del
Divino Corazón. - S. Juan Evangelista. - En la fórmula de Consagración. Apendice: El
Sagrado Corazón y S. José. - § III. - El Corazón de Jesús y la caridad fraterna.

§1

LA EUCARISTÍA

Coincidencias

Aunque el culto del Sagrado Corazón no mira a Cristo en la Eucaristía únicamente, sino
que le mira en si, prescindiendo del lugar, sin embargo, no puede negase que la
Eucaristía, Sacramento por excelencia ¿el amor de Jesucristo, entra en este sagrado
culto de una manera especial.
Recordemos cómo, según la revelación del Padre Hoyos, antes citada (1), el designio de
manifestar a los hombres su Divino Corazón lo concibió Jesucristo al mismo tiempo que
determinaba quedarse en la Eucaristía, ya que aquella devoción había de tener, entre
otros, el objeto de avivar, renovar y encender entre los hombres el amor a su sagrada

168
Persona en el Santísimo Sacramento del altar.
Todos saben que las grandes revelaciones a Santa Margarita se hicieron ante el
Santísimo Sacramento; que la fiesta del Corazón de Jesús fue colocada por el mismo
Jesucristo en el viernes que sigue inmediatamente a la octava del Corpus, y uno de sus
fines fue reparar las ofensas que en el Santísimo Sacramento se le han inferido durante
el año; que la gran promesa está hecha a la Comunión de los nueve Primeros Viernes de
mes no interrumpidos; que la Hora Santa, la Comunión Reparadora, etc., son prácticas
propísimas de la devoción del Sagrado Corazón, y todas son en orden a la Eucaristía.
Por eso no es extraño que los primeros luminares de este cielo hayan sido a la par almas
en sumo grado eucarísticas.

(1) Uriarte. Vida P. Hoyos, p. III, cap. VII, pág. 313 - 14, ed 2ª

Santa Gertrudis

Su vida refiere de ella que: «sus visitas a Jesús Sacramentado eran casi continuas, pues
apenas podía disponer de algún tiempo, iba a postrarse ante el Tabernáculo...
Comulgaba sacramentalmente con toda la frecuencia que le permitían sus superiores,
pero puede decirse que toda su vida fue una continua comunión espiritual. Y, en efecto,
tal era la frecuencia con que recibía al Señor que alarmó a cierta persona de autoridad,
hasta el punto de censurar por ello públicamente ala Santa delante de toda la
Comunidad. En esta ocasión fue cuando, acudiendo a Nuestro Señor, recibió esta
consoladora doctrina
«Desde el momento en que cifro mis delicias en vivir con los hijos de los hombres y les
he dejado este Sacramento por un exceso de mi amor para hacer que se acuerden de Mí,
y habiéndome obligado a vivir en este Misterio con los fieles hasta la consumación de
los siglos, todos aquellos que con sus palabras o persuasiones aparten de este
Sacramento a quien no esté en pecado mortal, impiden o interrumpen las delicias que
podría encontrar en ello; y hacen como un maestro que llevase el exceso de su
severidad hasta el extremo de prohibir Con rigor al hijo del rey que hablase a los niños
de su edad de familias más modestas, con los que pudiera entretenerse, porque
entendiese que debía mirar más los honores debidos a su regio discípulo, que el placer
que éste pudiera recibir con la compañía de aquellos niños» (1)
Las gracias que recibió del Señor en este Sacramento fueron muchísimas y
delicadísimas, algunas de las cuales puede el lector ver en el compendio de su vida antes
citado.
En pocos santos se hallarán tantas cosas y tan hermosas sobre la comunión espiritual
como en Santa Gertrudis.
En cierta ocasión, p. ej., en que no pudiendo comulgar sentía grandes deseos de hacerlo,
vio .a Cristo que con vestiduras sacerdotales tomó en su mano las formas consagradas y
le dio la Comunión, y después la bendición con grande copia de gracias, diciéndole:
«Ves aquí el fruto de la comunión espiritual; y tu corazón, sazonado con fervorosos
deseos llenos de caridad, es para mí manjar suavísimo y de grandísima estima» (2)
En otra ocasión vio a varias religiosas adornadas de pedrería preciosísima, que
significaba las gracias que habían recibido con la comunión espiritual.
Como éstas recibió muchas ilustraciones sobre el asunto.

(1) Apostolado de la Prensa.. Vida de Santa Gertrudis, pág. 132, ed. 1913
(2) Vida de Santa Gertrudis. Castañiza, part. 2ª., cap. XVIII, pág. 258, Madrid 1804

169
Santa Margarita

Cualquiera que haya leído su vida verá que puede afirmarse no ser fácil hallar en la
historia muchas almas que la hayan superado en amor a Jesús Sacramentado.
No recordamos haber leído en la biografía de ningún Santo anterior a Santa Margarita
un favor igual al que refiere ella misma en carta a la M. De Saumaise:
«No puedo contenerme de contar a V., mi querida Madre, la gracia que recibí el Viernes
Santo (28 Marzo 1687), en que hallándome con - un deseo ardiente de recibir a Nuestro
- Señor, le dije con muchas lágrimas estas palabras:«Amable Jesús, quiero consumirme
deseándoos, y ya que no puedo recibiros este día, no dejaré de desearos». Él vino a
consolarme con su dulce presencia y me dijo: «Hija mía, tu deseo ha penetrado en mi
Corazón tan adentro que, si no hubiera instituido este Sacramento de amor, lo
institúiría ahora para hacerme tu alimento» (1).
Como el lector ve, mucho dice ese pasaje en favor del amor a la Eucaristía que reinaba
en esta Santa.
«¡Oh, qué dichoso será V. - escribía al P. Croiset - en poder participar todos los días de
este divino Sacramento, tener a este Dios de amor entre sus manos e introducirlo en su
corazón! Yo no envidiaría sino tan sólo este bien, y el de consumirme, como una vela
encendida en su santa presencia, todos los momentos de vida que me quedan. Me parece
que y~ aceptaría por esto el sufrir todas las penas que se pueden imaginar, aun hasta el
día del juicio, a trueque de que no me viese ya obligada a apartarme de su presencia; y
esto sin otra finalidad que consumirme honrándole, y agradecer la ardiente caridad de
que nos da testimonio en este admirable Sacramento, en donde su amor le mantiene
cautivo hasta la consumación de los siglos» (2)
Llevando este ardor eucarístico dentro del pecho, no es extraño que, como refiere su
biografía, se pasase largas - horas, y aun a veces el día o la noche enteros, inmóvil como
una estatua delante del Corazón de Jesús sacramentado.
Andaba ya el P. Croiset en vías de publicar su libro sobre esta devoción, y le escribe la
Santa:
«Yo desearía mucho, si V. lo juzga conveniente, que pusiese en él (en el libro) al fin
una práctica para dirigir en las acciones del día todas las intenciones al Sagrado
Corazón en conformidad con las que El tiene en el Santísimo Sacramento del altar. Yo
tengo - aquí una, pero ésta es solamente para las personas religiosas y es demasiado
larga» (3)
También era cosa muy del gusto de la Santa estudiar y meditar los ejemplos admirables
de toda clase de virtudes, que nos da Nuestro Señor continuamente en el Santísimo
Sacramento.
Evidentemente que Santa Margarita es un alma de lo más eucarística que ha existido en
la historia de la ascética.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 71, pág. 364, ed. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª. cart. 130, pág. 515, ed. frc.
(3) Idem, cart. 139, pág. 619

P. Hoyos

«Como le tengo en el Sacramento augustísimo - escribe - allí es mi consuelo, allí mi

170
refugio. Parece que hay entre este divino Sacramento y mi corazón una celestial
simpatía, con que con instinto natural se me deja sentir su presencia. No es
aprehensión, sino experiencia, pues al ir a visitarle, aun cuando voy divertido, siento en
el corazón un no sé qué, que me recuerda del amado; este no sé qué, es la fragancia de
los divinos ungüentos perceptibles desde lejos. Siento las vísperas de comunión un
celestial impulso que previene al corazón con delicias y consuelos, causándome hastío
todo otro manjar terrestre. Aquí en las comuniones es donde tengo mi bienaventuranza
en la tierra, que creo no se distingue de la del cielo sino en la visión y claridad. Éste es
el teatro de los divinos favores: aquí recibe mi alma a su Dios y con Él nuevos alientos,
nuevas fuerzas, nuevos dones y favores inexplicables» (1)
La influencia del Corazón de Jesús en este punto está terminantemente expresada en lo
que sigue:
«Lo que ha que conozco su Corazón Divino siento grandemente aumentada la devoción
con este misterio de amor de nuestro Dios Sacramentado; su presencia aun de lejos se -
deja percibir de mi alma, y de cerca me asombra y me eleva a un tiempo. Cuando le
visito solo y sin que se pueda notar, le hago tres profundas reverencias, juntando mi
rostro con el polvo antes de hablarle. La más mínima distracción o menor atención en su
presencia se me representa gran falta; y esto me da materia para tener que llorar a veces
en mis confesiones por el menor. descuido; la menor irreverencia que vea, o hablando
en la Iglesia, o mirando, me traspasa el corazón. Las delicias que allí siento son
infinitas; no quisiera apartarme de allí ni de día ni de noche, y así cuanto se compadece
con las ocupaciones le hago frecuentes visitas, que pasarán de treinta todos los días, y
algunos de cincuenta. Las vísperas de comunión se alboroza mi espíritu, y el día es para
mí de notable inmutación; quisiera tenerle siempre en mi pecho» (2).
Lo que decimos del P. Hoyos podríamos decir del P. Agustín Cardaveraz; no queremos
repetirlo, pues ya sabemos que son de idéntico espíritu. Por eso andando en las
misiones: «dispongo - escribe - el confesionario de suerte que, si ser puede, siempre
esté cara a cara, donde pueda ver a este mi dulcísimo amor Jesús. Allí in icto oculi me
muestra su infinito amor y aquel volcán divino de su Corazón, que, siendo un horno
celestial inmenso, arde todo El y se abrasa en amor, en ansias, en deseos y en
compasión de los corazones humanos» (3)

(1) Uriarte. Vida del P. Hoyas, p. IV, cap. VII, pág. 457, ed. 2ª.
(2) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. IV, cap. VII, pág. 457, ed. 2ª.
(3) Uriarte. Principios... cap. III, n. 77, pág. 382, ed, 2ª.

María del Divino Corazón

Nunca he podido separar la devoción del Sagrado Corazón de Jesús de la del Santísimo
Sacramento, y nunca seré capaz de explicar cómo y cuánto se ha dignado favorecerme
el Sagrado Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento. El Santísimo Sacramento ha
sido siempre para mí un cielo, y casi siempre me representaba a Nuestro Señor bajo la
forma de esta imagen del Corazón de Jesús en la sagrada Eucaristía, como un sol
radiante que me atraía a Sí, me iluminaba y me inflamaba en amor. De ordinario las
gracias que he recibido me han sido concedidas en la Sagrada Comunión o delante del
Santísimo expuesto, pero muchas veces en relación con alguna fiesta o imagen del
Sagrado Corazón» (1).
No se puede decir con mayor claridad la unión que de estas dos santas devociones hacía.
«Hace algunos meses (esto era durante mi enfermedad) Nuestro Señor me dijo cuánto le

171
desagradaba que en algunos sitios se procediese todavía tan rígidamente respecto a la
comunión frecuente. Me dijo que hiciese cuanto me fuese posible porque esto cambiase,
y que cada vez que por mi mediación, aun indirecta, le abriese la entrada en un corazón
Él me daría un acrecentamiento de gloria eterna» (2)
El martes de carnaval pasé dos horas delante del Santísimo Sacramento y en la unión
más íntima con mi Esposo. Oraba por la conversión de los pecadores y me ofrecía con
todo mi corazón al Corazón Divino de Jesús en expiación y reparación de los crímenes
cometidos en este día. Me sentía toda abrasada en su divino amor y en santos deseos.
Nuestro Señor en su infinita misericordia se unía cada vez más a mí, y, sin acordarse de
mi miseria e ingratitud, me dijo en un exceso de su amor: Sí no hubiera instituido la
Sagrada Eucaristía, lo haría ahora por ti; tan grande es mi deseo de quedarme en tu
corazón, y hallar en él mi consuelo en medio de tantas ofensas cometidas en el mundo.
No puedo expresar lo que pasó en mí» (3)
Después de Santa Margarita ésta es la segunda alma, que sepamos, a quien Nuestro
Señor ha dicho tan notables palabras.

(1) Soeur Marie du Divin Coeur. Chasle, cap. 1, pág. 8, ed. 1925. París
(2) idem, cap. VIII, pág. 240
(3) Soeur Marie du Divín Coeur, Chasle. cap. X, pág. 312, ed 1925. París

Benigna Consolata

En esta Secretarita del Corazón de Jesús no podía faltar la nota eucarística. «¡Oh
Benigna mía, hazte apóstol de mi amor! Grita alto, que te oiga todo el mundo: que tengo
hambre, que tengo sed, que muero de deseos de que me reciban mis criaturas. Estoy en
el Sacramento de mi amor por mis criaturas, y ellas hacen tan poco caso. ¡Oh!, tú al
menos haz comuniones espirituales cuantas más puedas, para suplir por aquellos que no
las hacen sacramentales; además, hazlas más a menudo que cada cuarto de hora;
cambia también el modo de hacerlas; sean más breves, con tal que las hagas. Si una
esposa tuviese a su esposo muriendo de hambre, iría a pedir limosna... Benigna mía,
busca almas que reciban la Sagrada Comunión» (1)
«¡Oh mi Benigna!, ¿qué cosa es en suma la Comunión? Tú comes a tu Jesús, a tu Dios.
Es tal la gracia de una Santa Comunión, que ni una vida entera de preparación para ella
sería demasiado, ni una vida entera de agradecimiento sería excesivo. Mi Benigna, si la
Iglesia lo permitiese, Yo me daría a las almas aún más de una vez al día, y a mi Benigna
aún veinte veces al día».
«Benigna, hasta un pobre pecador, que no tuviese casi ningún mérito, sino sola la gracia
santificante (recibida en la absolución), si me recibe, me proporciona un gozo
grandísímo. ¡Qué decir, pues, de aquellas almas que todo el día agregan actos de virtud
a actos de virtud!»
«Cuando por la noche vas a dormir Yo cuento las horas y los minutos que faltan para
que mi Benigna venga a recibirme. Si todavía no hubiese instítuido la Eucaristía, por ti
la instituiría» (2)
Las tres veces que sepamos ha dicho Nuestro Señor estas palabras admirables, las tres
han sido a tres almas del Corazón de Jesús, para indicio del amor y espíritu de Sagrario
que infunde esta devoción.

(1) Vida de Sor B. Consolata, cap. V, pág. 89, ed. 1926. Madrid
(2) Revelaciones del Señor a Sor B. C. pág. 19 y 20, ed. 1928 Montevideo

172
Consecuencia

De aquí se deduce claramente que las almas consagradas al Corazón de Jesús han de
buscarle en el Sacramento de su amor, en el Sacramento de su Corazón, más que en
ningún otro sitio. Ante Él han de pasar todo el tiempo que pudieren; a El han de dirigir
sus pensamientos, sus miradas interiores, sus plegarias, cuando por otras ocupaciones
no pudieren estar corporalmente a los pies del tabernáculo; de manera que, aunque el
cuerpo no pueda estar siempre haciéndole compañía, el alma nunca se separe de El;
pero sobre todo a Él debemos acercarnos para recibirle y hospedarle en nuestro pecho
todo lo más a menudo que estuviere en nuestra mano. La Comunión diaria ha de ser en
esta parte uno de los propósitos más firmes de las almas consagradas. Y lo será
ciertamente; la devoción al Sagrado Corazón, como vimos al principio largamente, ha
de renovar el fervor de la primitiva Iglesia; ahora bien, en la Iglesia primitiva aquellos
primeros fieles participaban cada día del alimento eucarístico, y los mártires antes de
presentarse al martirio recibían a diario en sus prisiones el cuerpo del Salvador; luego si
el Corazón de Jesús ha de renovar aquellos fervientes tiempos, se explica perfectamente
que esta devoción regeneradora impulse y lleve a los fieles a la Comunión diaria. Y de
hecho, a medida que ella ha ido avanzando en la Iglesia, ha ido avanzando también la
Comunión frecuente; y al gran paso dado por el Corazón Divino desde la consagración
del mundo por León XIII, ha seguido el gran paso de la Comunión diaria, impulsado por
San Pío X. La devoción del Corazón de Jesús ni debe, ni puede ser separada del
Sacramento de Amor por excelencia.

§ II

LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN

¡Cómo olvidar a esta Madre cariñosa que, después del Corazón de Jesús, siempre ha de
ser la primera! La Virgen en la Iglesia ocupa un lugar importantísimo, y uno de los
grandes disparates de la herejía protestante fue abandonarla. Quizá si no la hubiera
abandonado, no hubiese rodado hasta el abismo a donde ha ido a parar. Claro es que el
Corazón de Jesús ha de tener la primacía en el alma, no sólo cuanto a la estima, sino
también cuanto al afecto y cariño; pues esto es lo que debe ser y lo que hace
continuamente en su liturgia la Iglesia. Cristo en la Iglesia es el esposo, y el primer
lugar en el corazón de la esposa su esposo lo ha de ocupar. Además, esto es lo que desea
la Virgen; ¿cómo pensar que haya de llevar a mal que el primer puesto en el afecto y
ternura de los hombres sea para el Corazón de Jesús? Pensar tal es ignorar que no existe
criatura que más humilde y olvidada de si sea, ni más ardorosamente anhele que todos
los corazones se apasionen por el Corazón Divino. Si los apóstoles de este Corazón
Sagrado por una centellita de amor y cariño que le tienen llevarían muy a mal que un
alma se olvidase un poco de Él por acordarse de ellos, ¿habrá alguien que imagine lo
contrario de aquel volcán ardoroso del Corazón de María?
Dada al Corazón de Jesús la primacía, cuanto mayores sean el amor y la ternura para
con nuestra Señora, mucho mejor; y viceversa, es imposible crecer en el amor al Divino
Corazón y no crecer en el amor a María; porque lo propio que los miembros en el
cuerpo, las virtudes en el alma crecen paralelamente; por eso todos los grandes amigos

173
del Corazón de Jesús han tenido amor muy tierno a la Santísima Virgen. Si quisiéramos
aducir pruebas de ello, llenaríamos un libro. Aquí sólo ofreceremos algunas que tiendan
a demostrar la unión de ambas devociones.

Santa Gertrudis

Hay un pasaje interesante en la vida de esta Santa. Como el amor que tenía a Cristo era
tan grande, todos. los homenajes que tributaba a la Santísima Virgen quería que fuesen
a parar a Jesucristo como objeto principal; pero comenzáronle a sobrevenir temores de
que con esto se disgustase María y lo atribuyese a falta de ternura para con ella.
Consultó su duda con el divino Maestro, el cual la tranquilizó con estas palabras:
«No temas, Gertrudis, tomarme por el principal objeto del honor y de las alabanzas que
tributas a mi muy querida Madre, porque esto es infinitamente agradable para ella» (1)
Entonces el Señor - y éste es el reverso de la medalla - dio a la Santa por Madre la
Virgen Inmaculada, para que cuidara de ella y la sostuviera en todo. Desde entonces a
esta Madre cariñosa confiaba Gertrudis todas sus penas y dudas con una confianza sin
límites y una ternura filial. Pero en quien se ve con carácter más saliente la unión del
Corazón de Jesús con la Santísima Virgen es en San Juan Eudes; como que su lema es
siempre: los Sagrados Corazones de Jesús y de María. No citarnos testimonios, porque
habría que alegar casi todos sus escritos.

(1) Apostolado 4e la Prensa. Vida de Santa Gertrudis, pág. 87, ed. 1913. MadrId

Santa Margarita

Es muy significativa la conocida visión que Santa Margarita tuvo el día de la Visitación
de la Virgen.
«Se me representó un lugar muy elevado, espacioso y admirable por su hermosura, en
medio del cual había un trono de llamas, en el que estaba el amable Corazón de Jesús
con su herida, que arrojaba de sí rayos tan ardientes y luminosos, que todo aquel paraje
estaba iluminado y abrasado». (Véanse de nuevo aquí los dos efectos de la devoción al
Sagrado Corazón: luz y calor). «La Santísima Virgen estaba a un lado, San Francisco de
Sales con el santo Padre de La Colombiére al otro, y las Hijas de la Visitación aparecían
en este lugar con los ángeles custodios a su lado, que tenía cada uno un corazón en la
mano; la Virgen Santísima nos invitaba con estas palabras:
«Venid, hijas mías queridas, acercaos, porque quiero constituiros como depositarias de
este precioso tesoro, que el divino Sol de justicia ha formado en la tierra virginal de mi
Corazón... »
«Y mostrándoles al Divino Corazón, esta Reina de bondad continuó diciéndoles: «He
aquí este precioso tesoro que se ha descubierto particularmente a vosotras, por la
ternura de amor que mi Hijo siente por vuestro Instituto, a quien mira y ama como a su
querido Benjamín; por lo cual ha querido aventajarlo con esta herencia sobre todos los
demás. Es necesario que no solamente se enriquezcan ellas de este tesoro, sino que
también distribuyan esta preciosa moneda con todas sus fuerzas y copiosamente,
procurando enriquecer a todo el mundo, sin temor de que se agote; porque cuanto más
tomaren de él más hallarán». (Véase la idea del apostolado).
«En seguida volviéndose al buen Padre de La Colombiére le dijo esta Madre de bondad:
«Y por lo que a ti hace, fiel servidor de mi Hijo, tú tienes gran parte en este precioso

174
tesoro; porque, si a las Hijas de la Visitación les ha sido otorgado conocerlo y
distribuirlo a los demás, está reservado a los Padres de vuestra Compañía hacer ver y
conocer su utilidad y valor» (1)
Como aparece claro, la Virgen Santísima entrega a la Visitación y a la Compañía la
devoción al Corazón de Jesús; por sus manos, pues, les llegó este tesoro divino;
¿sucederá tal vez lo mismo a cada alma en particular? ¿Sería ésta una imagen o figura
de lo que habría de acaecer continuamente en la Iglesia? En realidad las personas que se
han distinguido algo en el culto del Sagrado Corazón suelen haber tenido antes gran
devoción a la Virgen.
En el pasaje siguiente aparece una idea muy consoladora, y que demuestra el agrado con
que mira esta bondadosa Madre a las almas que trabajan por la gloria del Corazón de
Jesús.
Vio tres caños preciosos que corrían sin cesar del Corazón de Jesús; el primero para los
pecadores; el segundo para las personas que tendían a la perfección.
«Del tercero dimanan - dice - el amor y la luz para los perfectos amigos, que Él quiere
unir consigo, para comunicarles su ciencia y sus máximas, a fin de que se consagren
enteramente a procurarle gloria, cada cual a su manera. Y la Santísima Virgen será la
especial protectora de éstos, para hacerles llegar a esa vida perfecta» (2)
Por tanto, en este grupo tercero están las personas que de veras se consagran al Corazón
de Jesús, según explicamos más atrás. Sobre ellas, pues, cae de lleno esta consoladora
promesa. Así que no tengan miedo los fervientes entusiastas de esta devoción divina; la
Virgen Inmaculada tendrá sobre ellos «una especial protección»; y para que se vea con
qué gusto mira ella este precioso camino, su protección especial tendrá como principal
objeto: hacer llegar a esas almas a la mayor perfección en la práctica completa de la
devoción al Corazón de Jesús.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 90, pág. 405, ed. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 132, pág. 554, ed. frc.

P. Hoyos

Respecto a los Padres Hóyos y Cardaveraz, quien deseare ver idilios de ternuras
maternales de la Virgen, lea la vida del primero y los «Principios del reinado del
Corazón de Jesús en España», por el P. Uriarte, en donde se hallan muchos datos del
segundo.
A poco de consagrarse el P. Hoyos escribió al P. Loyola, y en la carta enviábale la
fórmula de consagración del B. La Colombiére.
«Remito - le dice - la copia de la fórmula con que el P. La Colombiére se consagró al
Corazón de Jesús siguiendo a la V. M. Margarita que lo hizo así por mandato del Señor.
El día ‘de la Asunción de nuestra Madre con este jurídico instrumento protestará V. R. a
los Divinos Corazones, porque lo que se hace por el Corazón de Jesús se hace
consiguientemente por el de su Madre, su amor y deseos de su mayor gloria» (1)
Cuán del agrado de la Madre cariñosa fuese el ardor por la gloria del Corazón de Jesús,
lo descubren estos datos; entre otros.
Estaba el P. Hoyos en vísperas de ordenarse; y tantas cosas de estudios, Corazón de
Jesús, sacerdocio, etc., le traían algo agobiado; a esta sazón escribió:
«Hoy, día de nuestra dulcísima Madre - probablemente la Inmaculada -, me consoló
incomparablemente una celestial, luz, que descubriéndome el poder de tan gran Reina
para con Dios, me mostró tenerle todo empeñado en mi favor» (2)

175
Escribe el P. Cardaveraz que el P. Hoyos en una visión había notado: «Que mi nombre -
dice - estaba escrito con letras de oro entre los favorecidos de esta dulcísima Madre e
hijos suyos; y añade (el Hermano Hoyos) el de mi carísimo y el mío juntos los dos, que
nos tiene juntos en su Corazón»(3)
Era la fiesta de la Asunción; por entonces padecía el P. Calatayud una de las molestas
persecuciones que sufrió en su vida de misionero.
«Se me mostró - escribe el P. Hoyos - el corazón del P. Pedro en su ser, quiero decir,
según sus fuerzas naturales y con las asistencias regulares de la divina gracia en medio
de la tempestad presente; y en. lo encogido y como sofocado conocí la fuerza con - que
naturalmente era combatido de las olas. Pero luego vi que nuestra dulcísima Madre le
acogía dentro de su purísimo Corazón, y que abrigado, protegido, esforzado y como
animado de nuevo espíritu se dilataba, ensanchaba y revestía de un esfuerzo y latitud
mayor que el mundo y que todos los trabajos que en él pueden acaecer. Entendí aquí
con sola esta visión y con mirar en los benéficos ojos con que en él se complacía María
Santísima, la especial protección que de él tiene; y que esta especialidad nace
particularmente del afecto del P. Pedro al Corazón Sagrado de su Santísimo Hijo: pues
por la conexión y correspondencia de estos dos soberanos Corazones, abrigaba el de la
purísima Madre al que tanto deseaba el culto del Corazón del hilo Santísimo, el cual
influía en el del P. Pedro por medio del de Nuestra Señora la beneficencia sagrada de su
amor» (4).
Preciosa confirmación de las palabras de Santa Margarita sobre los amigos del Sagrado
Corazón arriba expuestas: «La Santísima Virgen será su especial protectora».

(1) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. II, pág. 262, ed. 2ª.
(2) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. VIII, pág. 322, ed. 2ª
(3) Uriarte. Principios... nº. 6, pág. 23, ed. 2.ª
(4) Uriarte. Vida P. Hoyos, p. IV, cap. VI, pág. 450, ed. 2ª.

María del Divino Corazón

Iguales ideas aparecen en los otros apóstoles principales. La M. María del Divino
Corazón quería tener el nombre de Santa Gertrudis; el Señor se lo aprobó, mas
añadiendo: «Pero debes conservar el nombre de mi querida Madre; este nombre con el
cual te he llamado ya a Mí» este nombre cuya dulzura fue la que comenzó a mover mi
Corazón». Por aquí comprendí yo que debía al nombre de María, es decir, a la Santa
Madre de Dios, la gracia de ser una Sponsa Christi» (1)
Véanse algunas frases entresacadas de su consagración a la Virgen, o mejor dicho, de
una de las que andan esparcidas en sus escritos, y que dan bien a entender cómo unía
ambas devociones.
«Os consagro mi corazón y deseo ser vuestra en vida y en muerte. Vos sabéis, ¡oh
Madre mía!, que vuestro Divino Hijo en su infinita misericordia me ha escogido, a pesar
de mi miseria y de mis muchos pecados, no solamente por esposa de su Divino
Corazón, sino también como víctima, a fin de consolarle, reparar los sacrilegios y
alcanzar gracia y perdón para los pobres pecadores. Vos conocéis mi deseo de
corresponder a este llamamiento de su Corazón... Hoy vengo a ofrecer por vuestras
manos el entero sacrificio de mí misma... Pero reconociendo mi flaqueza, os pido, ¡oh
Virgen santa e Inmaculada!, me amparéis con vuestra maternal protección, y pidáis a
vuestro Divino Hijo las gracias que me hacen falta para perseverar. Ayúdadme a
cumplir mí sacrificio... Os encomiendo los días de vida que me restan... y sobre todo la

176
hora de mi muerte» (2)
Ya vimos cómo le ordenó el Corazón de Jesús que la carta segunda al Papa, que era la
que había de surtir efecto pleno en orden a la consagración del mundo, habla de ser
comenzada el día de la Inmaculada, como así se hizo. Quizá por la misma razón al gran
avance de la devoción al Corazón Divino con la consagración del mundo precedió el
gran avance de la devoción a la Inmaculada mediante la definición dogmática y las
apariciones de Lourdes; y quizá también por eso en la nación de la Inmaculada ha de
reinar el Corazón de Jesús, según su promesa al P. Hoyos, con más veneración que en
otras partes.

(1) Soeur Marie du Divin Coeur, Chasle, cap VIII, pág. 228, ed. 1925. París
(2) Idem, cap. X, pág. 305

San Juan Evangelista

Vimos en la primera parte de este libro cómo según varios documentos allí indicados el
Discípulo Amado sería quien primero conoció y practicó la devoción al Corazón de
Jesús. Ahora bien, entre todos los apóstoles el único que según la tradición acompañó a
la Santísima Virgen por la calle de la Amargura, y el único que según el Evangelio la
siguió hasta el Calvario, y se mantuvo a su lado al pie de la cruz con peligro grandísimo
de su vida, peligro mucho mayor para él que para las santas mujeres por ser
públicamente conocido como uno de los doce, fue San Juan Evangelista. Tendríamos,
pues, que los demás apóstoles y discípulos habían abandonado a María en su dolor, y
que únicamente el discípulo del Corazón de Jesús no la había abandonado.
Además, de entre todos los apóstoles ¿a quién confió el Señor al morir su santa Madre?
a San Juan Evangelista; por eso este santo apóstol no se fue a la predicación por el
mundo pagano hasta que la Virgen hubo muerto. Por último nos dice el Evangelio que
Nuestro Señor moribundo, al ver al pie de la cruz a su Madre y al Discípulo Amado,
dijo a aquélla: Mujer, he ahí a tu hijo, y a éste: he ahí a tu Madre. (1) «Desde el siglo
doce a esta parte - escribe el P. Mauricio Meschler, S. I. - la cristiandad se ha
complacido en interpretar este misterio de una manera conmovedora, considerando a
San Juan como el representante de todos los fieles; en su persona el Salvador nos dio a
María para que fuese la Madre de todos nosotros» (2). Esta opinión desde entonces es
sat communis, dice Knabenbauer; la defienden los mejores comentaristas de la Sagrada
Escritura en la época moderna, como Salmerón, Toledo, Barradas, Alápide, etc.; y lo
que es más importante, la enseñan León XIII en su Encíclica sobre el Rosario (3), y Pío
XI en aquélla con que abre el Año Jubilar por el decimonono centenario de la muerte
del Señor.
Tenemos, pues, que Nuestro Señor al dirigir a su Madre Santísima y a San Juan
respectivamente aquellas palabras: Mujer, he ahí a tu hijo; He ahí a tu Madre, en el
Evangelista estaban representados todos los hombres, los cuales, aunque por otras
razones son hijos de la Santísima Virgen, sin embargo, con aquellas palabras quedaron
oficialmente declarados como tales. Según eso, el primer hijo de María, el representante
al pie de la cruz de todos los hijos de la Virgen pasados, presentes y por venir fue San
Juan Evangelista. Y si fue el representante, el prototipo de los hijos de María, sin duda
que es el modelo ejemplar de ellos, según la manera ordinaria con que suele Dios obrar
en asuntos parecidos. Esto supuesto, en la hipótesis de que San Juan fuese el primero
que conoció la devoción al Corazón de Jesús, tendríamos la coincidencia de que el
primer discípulo del Divino Corazón fue asimismo el representante, el prototipo y el

177
modelo ejemplar de los hijos de la Santísima Virgen. De aquí se seguiría que la
devoción al Corazón de Jesús no aparta de María, sino todo lo contrario, pues el primero
que conoció aquélla fue el ejemplar de hijos de Esta; de aquí se seguiría también que,
silos amantes del Divino Corazón se han de parecer al primero, tienen que ser como él:
ejemplares de hijos fieles de nuestra Señora; y viceversa, los devotos de María, si
quieren asemejar - se al modelo y prototipo de ellos, tienen que ser como él: discípulos
amantísimos del Corazón de Jesús.

(1) Jn, XIX, 26


(2) Meditaciones t.III, pág. 240, ed. esp. 1914
(3) AAS t. 30, pág. 129

En la fórmula de consagración

Para en ella misma unir ambas devociones, convendría, a ejemplo de los grandes
amigos del Corazón de Jesús, dirigirse uno primero a la Stma. Virgen con todo el cariño
y confianza que se debe tener con una madre, y más con una madre como Ella, y
después de saludarla, pedirle tres cosas: a) Que tome por su cuenta la consagración y la
arregle a su placer antes de que llegue al Corazón de Jesús; pues consagración retocada
por tan primorosas manos, no podrá menos de ser agradabilísima a Él. b) Que la
presente Ella misma al Divino Corazón, pues partiendo de sus manos, sin duda que será
bien recibida. c) Que, por último, tome a su cargo el hacérnosla cumplir y el formarnos
amigos y apóstoles del Corazón de Jesús en toda la extensión de la palabra; de manera
que, si por este camino logramos conseguir algo, toda la gloria, después del Sagrado
Corazón, queremos se deba a Ella, y así deseamos que conste por toda la eternidad.
Luego conviene acudir a Ella siempre que la inspiración o la devoción nos mueva,
interesarla en todas nuestras empresas por el Corazón Divino, y aprovechar las
oportunidades de honrarla y de procurar que otros la honren también y veneren.

APÉNDICE

El Sagrado Corazón y San José

No queremos cerrar este asunto de la Santísima Virgen sin añadir dos palabras acerca de
San José, cuya santidad es del tipo de la santidad según el Corazón de Jesús, como
pocas lo habrán sido. Por eso no es extraño que Santa Juana Francisca F. de Chantal y
San Francisco de Sales, fundadores de la Orden depositaria de la devoción al Corazón
Divino y devotísimos ellos de este mismo Corazón, hayan sido dos de los grandes
promotores del culto de San José. Santa Teresa, precursora de la devoción del amor y
henchida de su espíritu, que en las apariciones del Corazón de Jesús al P. Hoyos casi
siempre venía al lado de la virgen de Paray, nadie ignora lo mucho que promovió el
amor y culto de San José. Parece asimismo que la devoción a San José ha seguido casi
los mismos pasos que la del Corazón de Jesús: oculta en gran parte a los principios, un
primer impulso a fines de la edad media, gran avance en el siglo XVII y desarrollo
mayor en los pontificados de Pío IX y León XIII.
Y es que, efectivamente, el espíritu de San José es tan parecido al de esta devoción, que
parece muy natural que a medida que ella avanza, avance la devoción hacia el Santo.

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Ante todo es bien sabido, y de lo dicho hasta aquí se habrá podido observar, que la
ascética del Sagrado Corazón es de una vida interior particularmente viva; por eso,
quien haya leído las biografías de las grandes figuras en este campo, habrá visto cómo
todas sin excepción fueron almas interiores en extremo: San Juan Evangelista, Santa
Gertrudis, Santa Margarita, PP. Hoyos y Cardaveraz, etc., etc. Ahora bien, es clásico
aquel pasaje del cap. 6 num. 3 de la vida de Santa Teresa, en que la Santa propone al
Patriarca San José como el gran Patrono y guía para la vida interior.
Además, una vida muy intensa por de dentro y muy llana por de fuera es, como hemos
advertido muchas veces, una nota especialísima de la ascética del Corazón de Jesús.
Que esta nota brille en San José de manera singular, salta a la vista.
San José es el hombre sencillo, manso, piadoso, trabajador, retirado y casto: virtudes
todas que siempre han sido las predilectas de los santos del Divino Corazón.
En fin, para no alargarnos más, el alma de la vida interior y exterior de San José fue el
amor ardiente y tierno hacia Jesucristo, la íntima y perpetua comunicación con Él, el
trabajar de continuo por Jesús tan directa e inmediatamente como pocos lo habrán
hecho. Recuérdese ahora lo dicho sobre la segunda parte de la consagración personal, y
se verá si existen conveniencias entre ella y la vida interior de San José. Así que la
devoción a este santo Patriarca debe ser muy familiar a las personas que se decidan a ir
por este camino espiritual que venimos describiendo.

§ III

EL CORAZÓN DE JESÚS Y LA CARIDAD FRATERNA

El distintivo del reino de Cristo

Por poquito que se estudien las Sagradas Escrituras se advertirá que en la intención y
deseos de Jesucristo la caridad fraternal había de ocupar un lugar preeminentísimo en la
Iglesia. Muchos son los testimonios del Nuevo Testamento en que esto se demuestra;
pero por ser cosa bastante clara solamente aduciremos un pasaje.
Todos conocen más o menos aquel divino sermón o alocución familiar que Nuestro
Señor pronunció la noche de su pasión en la cena en que instituyó la Sagrada Eucaristía,
y que es, tal vez, la joya más divina y más preciosa de toda la Sagrada Escritura; todos
saben que aquella última exhortación de su vida mortal fue como su testamento, la
manifestación de su última voluntad, la recapitulación de las ideas que más hondamente
llevaba en su Corazón y que más grabadas deseaba quedasen en sus apóstoles presentes
y en su Iglesia venidera. Ahora bien, la idea quizá más saliente en todo el sermón es la
caridad fraterna. Es verdaderamente notable que en una alocución no excesivamente
larga inculque diez veces al menos esta virtud.
«Vosotros me llamáis Maestro y Señor; y decís bien, porque lo soy: Si, pues, yo el
Señor y el Maestro he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavar los pies unos
a otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo lo he hecho con vosotros, así
vosotros lo hagáis. De verdad, de verdad os digo: El siervo no es mayor que su señor ni
el apóstol es mayor que quien le envía» (13,13-17). «Si sabéis estas cosas
bienaventurados seréis si las hiciereis» (13 17) «Hijitos míos, aún estaré un poco con
vosotros... Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros: que como yo os
he amado, así vosotros» (14,38-84). «En esto conocerán todos que sois mis discípulos,
si tuviereis amor los unos a los otros» (13 35). «Éste es mi mandamiento: Que os améis

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los unos a los otros como yo os he amado» (15,12). «Esto os mando: Que os améis los
tinos a los otros» (15 14) Esta alocución de la cena la terminó el Salvador con una
ternísima oración a su Eterno Padre apellidada con razón: la oración sacerdotal de
Jesús. Véase cuántas veces repite en ella la idea de la unión entre sus fieles, y con qué
expresiones tan encarecidas. «Padre Santo, a los que me has dado guarda en tu nombre,
para que sean uno como nosotros» (17 11). «Y no ruego solamente por éstos, sino
también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos para que todos sean uno»:
«como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean en nosotros uno»: «para que el
mundo crea que tú me has enviado» (17,20-21). Y yo la gloria que me diste les he dado
(la filiación divina), para que sean uno, como también nosotros somos uno» (17,22).
«Yo en ellos y tú en mí, para que sean uno consumadamente (en toda su perfección), y
conozca el mundo que tú me enviaste y que los has amado, como a mi me has amado»
(17,28)
De todo esto se ve que ni por las circunstancias de tiempo en que hablaba, ni por las
veces que lo repitió, ni por las maneras tiernas en que lo hizo, ni por las frases
ponderativas que usó, podía Nuestro Señor decir con más energía ni más encarecimiento
la importancia excepcional que en su Iglesia deseaba tuviese la caridad fraternal.

En esta devoción

Ahora bien, es cosa cierta que la caridad fraterna es una de las virtudes más propias de
la devoción al Corazón de Jesús y de todas las grandes almas que en ella han
sobresalido.
¡Con qué delicadeza habla siempre Santa Margarita de los sufrimientos que hubo de
padecer en casa de su familia, para no herir la caridad! ¡Con cuál lo hace cuando cuenta
aquellas otras molestias que soportó, siendo ya religiosa, por parte de la Comunidad, sin
atreverse a decir la causa:
«La cual no expresaré por temor de herir la santa caridad y al mismo tiempo al Corazón
de Jesucristo del cual tiene esta virtud su origen; ésta es la razón por la que no quiere
que se le toque por poco que sea y bajo ningún pretexto» (1)
Es muy significativo que el único de los cuatro evangelistas que no omitió en su
Evangelio el sermón de Nuestro Señor en la cena, que por muchos conceptos y en
muchos sentidos es el sermón de la caridad, fue San Juan: el primer discípulo según
vimos del Corazón de Jesús como dice el P. Hoyos. Todos saben igualmente que en la
Sagrada Escritura las Epístolas de San Juan Evangelista son notables en lo referente a la
caridad fraterna; y bien conocido es lo que dice San Jerónimo que el «amaos unos a
otros»,era una de las sentencias que más repetía a los fieles el Discípulo Amado en su
santa ancianidad.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 1ª., Autob. n. 73 - 74, pág. 86, ed. frc.

Unión de corazones

Uno de los efectos más salientes y más preciosos y dulces de la devoción al Corazón de
Jesús es la tendencia fuerte y particular que tiene a unir íntima y estrechamente las
almas que aman de veras al Divino Corazón. La cosa por otra parte es muy obvia, pues
uniendo tanto esta devoción de amor los corazones con el Corazón Divino, por fuerza

180
han de quedar unidos ellos mismos mutuamente, según aquella aserción de los
dialécticos: «dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí».
Ya desde los principios se advierte esta particularidad procurando el Corazón de Jesús
la unión de Santa Margarita con el Padre La Colombiére. Oigamos a la Santa: «El me
mostró su Sagrado Corazón como un horno encendido y otros dos (corazones) que iban
a unirse y abismarse en El, y me dijo: «Así es como mi amor puro une estos tres
corazones para siempre». Y después me dio a entender que esta unión era toda ella para
la gloria de su Sagrado Corazón, cuyos tesoros quería que yo le descubriese, a fin de
que los diese a conocer y publicase su valor y utilidad; y que para ello Él quería que
nosotros fuésemos como hermano y hermana de igual herencia de bienes espirituales»
(1). La misma unión y comunidad de bienes espirituales quiso el Corazón Divino que
existiese asimismo entre Santa Margarita y el P. Croiset como lo refiere muchas veces
en sus cartas. «No dude de que pido por V. - le escribe - pues ya sabe V. además que
tiene parte en el adorable Corazón de nuestro Soberano en todo el bien que yo pueda
hacer y sufrir con su gracia, puesto que El nos ha unido con igualdad de bienes
espirituales, como hermano y hermana, supliendo de su parte lo que falte a la mía; esto
es lo que me hace llamar a V. mi hermano en este Sagrado Corazón (2). En las cartas al
P. Croiset repite esta idea muchas veces.
Idéntica unión tenía la Santa con la M. de Soudeilles del Monasterio de Moulins:
«Dios puede, cuando quiere, sacar gloria de nuestras menores acciones, como espero lo
hará con el deseo que su bondad da a V. de que entremos en particular sociedad de
bienes. Puedo decir a V. que no tengo ningunos; mas Dios es tan bueno que permite me
apropie el tesoro de los verdaderos pobres, que es el Sagrado Corazón de Jesús, cuya
celestial abundancia puede satisfacer sin defecto nuestra necesitada indigencia. De este
bien precioso es del que debemos hacer nuestra asociación, poniendo en su Sagrado
Corazón todo el bien que podamos hacer con su gracia para cambiarle con los suyos que
ofreceremos al Eterno Padre en lugar de los nuestros» (3)
Asimismo estaba unida con la M. Desbarres del Monasterio de Dijón, con el confesor
de dicho Monasterio, Mr. Charollais y con la M. Saumaise. «Recibiendo la sagrada
Comunión quise cumplir el encargo que me dio V. - escribe a la M. de Saumaise - de
ofrecer a los tres (M. Desbarres, Saumaise, Mr. Charollais) a este amable Corazón. Me
parece que me fueron respondidas distintamente estas palabras: «Sí, yo los recibo para
siempre en la unidad de mi amor» (4). Véase por las últimas palabras cómo el Corazón
de Jesús mismo era quien inspiraba y bendecía estas uniones de almas. La M.
Dubuysson era otra de las unidas con la Santa, según consta de una carta de ésta, a cuyo
pie escribió la Madre lo que sigue:
«He rogado hoy a mi querida hermana Margarita María que me una a todas sus
plegarias y buenas obras, para alcanzarme de Nuestro Señor la gracia de hacer siempre
lo que le agrade en todos los momentos de mi vida, y que Él haga de mí todo cuanto le
plazca; y yo le he prometido hacer otro tanto en cuanto pueda» (5) Es de creer que la
Santa aceptaría. Parece que esto mismo iba extendiendo a otras personas Santa
Margarita, pues escribe al P. Croiset:
«Hemos acrecentado nuestros bienes espirituales porque un santo sacerdote se ha
ofrecido también a decirnos una Misa todos los Primeros Viernes de mes y yo le
ofreceré una Comunión» (6). También existía esta unión con la Hermana Joly: «En el
cual (en el Corazón de Jesús) es necesario - le escribe la Santa - que renovemos
frecuentemente la santa unión que Él ha hecho de los nuestros» (7). Igualmente con la
Hermana de la Barge: «No pudiera V., mi muy amada Hermana, comprometerme mejor
a una unión más estrecha con V. C., que amando al Sagrado Corazón de Jesucristo» (8)

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(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 1., Autob. Nº 82, pág. 93, ed. frc.
(2) Idem, p. 2., cart. 130, pág. 513
(3) Idem, cart. 4, pág. 231
(4) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª. cart. 87, pág. 396, ed. frc.
(5) Idem, cart. 116, pág. 483. Nota
(6) Idem, cart. 131, pág. 536
(7) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 108, pág. 463, ed. frc.
(8) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 54, pág. 334

Ellos entre sí

Cómo la Santa quería que los amantes del Divino Corazón estuviesen unidos, lo indica
el parrafillo siguiente que se halla en carta al Padre Croiset. «Debo confesar a V. antes
de terminar, una cosa que me siento apremiada a decir, y es que este Divino Corazón
recibiría, según creo, un gran placer de que hubiese una santa y estrecha unión en El
entre VV. tres, es decir, esos otros dos santos religiosos que le son también muy
agradables (los PP. Gette y Villette), para que de común acuerdo le glorifiquen VV.,
cada uno de la manera que Él les indique ser su gusto» (1). Y en fin, esa misma unión
deseaba Santa Margarita que existiese entre todos los amantes del Corazón de Jesús: «Si
se pudiera hacer una asociación de esta devoción en que estos asociados participasen de
tos bienes espirituales los unos de los otros, creo que ello proporcionaría un gran placer
a este Divino Corazón» (2)

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 133, pág. 582
(2) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 131, pág. 535, ed. frc.

Amor profundo

Esta unión de corazones nacía del amor que, a juzgar por las cartas de la Santa, era muy
grande entre ellos. Veamos algo de este amor en Santa Margarita sobre todo, ya que es
ella el ejemplar en quien esta devoción de caridad pudo realizar más de lleno sus
tendencias:
A la M. de Saumaise: «V. es siempre la Madre querida de mi corazón, el cual la quiere
en el de nuestro amable Salvador con todo el afecto de que es capaz» (1) «Me parece
que aunque quisiera no podría perder el recuerdo delante de Nuestro Señor de mi
queridísima Madre» (2). Igual afecto se ve para con la M. Soudeilles: «Debe V. de estar
persuadida que Nuestro Señor me ha dado una inclinación tan grande a amarla y
estimarla en su Sagrado Corazón que no la olvidaré nunca en su santa presencia, aun en
el caso de que V. me hubiese borrado enteramente de su memoria, como indigna de
ocupar en ella ningún lugar» (3). Lo mismo a la M. Greyfié, a quien escribe que: «De
cualquier manera que V. proceda conmigo yo seré siempre la misma en estima, amistad
y respeto por V. C., no creyendo que nada sea capaz de alterar por poco que sea la unión
de nuestros corazones en el de nuestro soberano Señor, el cual desea que persevere por
tiempo y eternidad» (4). A la Hª Joly escribe de igual manera: «El solo sabe lo querida
que a mi alma me ha hecho la de V., a quien no olvido en su santa presencia, de igual
modo que todas las santas empresas que V. toma para su gloria» (5). Idénticos
sentimientos muestra a la Hª. de la Barge: «Está muy adentro de mi ruin corazón, con
todo el amor del cual puedo asegurarle que, cuando juzgare, según me dice, que en algo

182
puedo serle útil, no tiene sino dármelo a entender, y entonces podrá V. ver lo que soy
para V. en el Sagrado Corazón de Jesucristo» (6).

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2., cart. 10, pág. 241
(2) Idem, cart, 11, pág. 244
(3) Idem, cart. 32, pág. 290
(4) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 119, pág. 487, cd. frc.
(5) Idem, cart. 108, pág. 463
(6) Idem, cart. 122, pág. 494

Por solo el Corazón de Jesús

En todo esto nada había de afecto natural; la causa de aquella intimidad honda, tierna,
franca y efusiva, que hemos visto, estaba únicamente en el Corazón de Jesús. Bien claro
sabía decirlo la Santa, aun a su propio hermano carnal: «Ámale, pues, si quieres que yo
te ame, porque yo no quiero amar sino lo que El ama» (1). Lo mismo expresaba sin
rodeos a las almas a quienes más hondamente amaba, como a la Hª. de la Barge:
«Confieso a V. que a pesar de los sentimientos de la más sincera amistad y afecto más
verdadero que El me ha dado para con y., sin embargo, si V. me llegase a mostrar
frialdad en amar a este Corazón amabilísimo de mi Jesús, o nuestra amistad pusiese
algún, obstáculo a su amor puro, o ella no fuese toda en El y para Él, le digo que me
apartarla de y. tan completamente que no habría ya comunicación alguna: (2) cosa que
no podría menos de ser muy ventajosa para V., siendo yo una pecadora tan mala e
indigna como soy. Pero, no obstante esto, no amo a V. sino porque este Divino Corazón
la ama, y me parece quiere que yo la ame» (3) Y lo que aquí dice de la Hermana de la
Barge. dice en otros pasajes de todos en general:
«No puedo amar a nadie sino a condición de que él amará al Sagrado Corazón de mi
Jesús, ni puedo amar ni inclinar mi corazón sino a lo que Él ama» (4)
Un amor, pues, tan puro y limpio por una parte, y por otra tan profundo y verdadero es,
sin duda, una de las cosas más divinas y más bellas de la devoción al Corazón de Jesús.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 59, pág. 345
(2) En estos pasajes se trata del amor especial, no del general que a todos debemos y
que la Santa tenía en gran manera.
(3)Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 110, pág. 469, ed. frc.
(4) Idem, cart. 113, pág. 476

El grupo español

Si, de aquel centro de amantes del Corazón de Jesús en Francia alrededor de Santa
Margarita, pasamos al otro centro posterior de España en torno de los PP. Hoyos y
Cardaveraz, hallaremos el mismo amor y la misma íntima unión. ¡Qué grupo tan
compacto, y con qué dulce y honda caridad unido!
Lo formaron, como todos saben, los Padres Hoyos, Cardaveraz, Loyola, Calatayud,
Lorenzo Jiménez, Carbajosa, Villafañe, Idiáquez, Mendiburo, Peñalosa, Puga, M. Ana
de la Concepción, etc. Hablando el P. Hoyos en cuenta de conciencia al P. Loyola de la
caridad, dice: «Aquellos a quienes el Señor lleva por un mismo camino conmigo,
porque regularmente les comunica a ellos más caridad, los amo con especialidad y

183
parece hay en el corazón uno como reclamo o simpatía con los tales...» «Pues ¿qué diré
de mis directores y Padres espirituales? (eran Loyola y Calatayud). No diré nada,
porque será nada cuanto dijere. Este amor parece naturaleza. No puedo dejar de amar a
VV. RR. sin dejar de amar a Dios, pues VV. RR. son los vicedioses míos. En las más
íntimas uniones cuando estoy con mi Dios estoy con VV. RR.; pido para VV. RR. lo
que para mí; flO me acuerdo de mí si no me acuerdo de VV. RR. y aun me acuerdo de
VV. RR. y no me acuerdo de mí. Fuera lo contrario una ingratitud inaudita, que me
horroriza sólo el pensar. ¡Oh Padre mío, y cuánto deseo ver a VV. RR. abrasados en el
divino amor! Son continuas mis súplicas a este fin: pido amor y luz; ésta para que VV.
RR. me dirijan y no me permitan errar en camino tan arduo; aquél para que se estreche
más la unión que de nuestros corazones ha fundido uno y se continúe en la gloria. ¡Oh
Padre mío, y cómo nos hemos de ver en la gloria y continuar nuestro amor!» (1)
«Advierto a mi carísimo - escribía el P. Cardaveraz al P. Hoyos - que en adelante no ha
de ofrecer a Nuestro Señor y a su dulcísima Madre nuestros corazones como muchos y
cada uno de por sí, sino con el suyo ha de suponer que ofrece los de los PP. Loyola y
Calatayud y el mío, pues no son muchos sino muy uno en los ojos de nuestro amor
Jesús, en su Corazón y en el de su sacratísima Madre, como yo los vi en el mes pasado»
(2) Y él mismo escribía al P. Calatayud: «Lo que tampoco puedo explicar a V. R., Padre
mío, es el amor y gozo y consuelo con que encomiendo a mi amor Jesús esas almas
predestinadas y felices de V. R., mi Padre, de mi P. Loyola, de mi P. Provincial
Villafañe, del amado Hº. Bernardo Hoyos, del P. Fernando de Morales, de la M. Ana
María y alguna otra» (3). Llámales felices y predestinados, porque muchas veces se los
había mostrado entre sus «Escogidos y predestinados para su gloria y visión dulcísima»
según vimos más arriba. (4). De este amor tan íntimo nacía aquella unidad de acción y
aquel apoyo sincero y rápido que entre ellos mediaba; bastaba que cualquiera propusiese
un plan o proyecto de la gloria del Corazón de Jesús para que todos lo mirasen como
propio. Cerraremos este punto con unas palabras tomadas del «Diario Ms. de la
expulsión de los jesuitas de España» por el P. Manuel Luengo. Hallábanse desterrados
por orden de Carlos III en Bolonia entre los PP. de la Provincia de Castilla el P.
Calatayud y Peñalosa, entusiasta este último también del Corazón de Jesús, traductor de
la obra del P. Croiset y fundador de las primeras congregaciones del Sagrado Corazón
en Navarra. Enfermé, pues, y «en uno de estos últimos días - escribe el Padre Luengo -
hubo un paso muy tierno, habiéndole visitado su condiscípulo el santo P. Pedro de
Calatayud, que vive en esta casa; porque fueron tan tiernas, tan afectuosas y tan
cordiales las expresiones con que los dos buenos ancianos se despidieron hasta la
eternidad, que sacaron las lágrimas a todos los que se hallaron presentes» (5) De estos
datos acerca de los orígenes de la devoción al Corazón de Jesús en España se confirma
lo que venimos diciendo tocante a la fuerza unificadora de amor profundo y caridad
ardiente y suave que lleva esta devoción divina.

(1)Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. IV, cap. III, pág. 437, ed. 2ª.
(2) Uriarte. Reinado, nº. 6, pág. 24, ed. 2ª.
(3) Uriarte. Reinado, cap. 1, nº. 9, pág. 34
(4) Ibid.
(5) Luengo VI. 311 - 12. Véase Uriarte, Reinado, nº. 88, pág. 439, ed. 2ª.

Familias. Comunidades

Teniendo, pues, esta devoción tal virtud unitiva de almas y de corazones, se explican

184
naturalmente, y ellas mismas a la vez son nueva confirmación» las promesas del
Corazón de Jesús a las familias y comunidades religiosas respecto a la paz y unión de
espíritu.
«Por lo que se refiere a las personas seglares, ellas hallarán por medio de esta amable
devoción todos los auxilios necesarios a su estado, esto es, la paz en sus familias, etc.»
(19). Que por este medio Él volvería a unir las familias desunidas, y asistiría y
protegería las que se hallasen en cualquier necesidad» (2) «Que Él volvería a unir las
familias desunidas» (3). «Además que Él volvería a unir por este medio las familias
desunidas» (4). Y ya vimos al principio de este libro cómo a las comunidades promete
el Divino Corazón: «Derramar con más abundancia sus gracias y bendiciones de amor y
de unión en vuestros corazones...» «Que Él tendrá una protección especial de amor y de
unión sobre las comunidades que le tributaren algún homenaje particular» (5). «Y que
El derramaría esta suave unción de su caridad en todas las comunidades religiosas en
que fuere honrado y se pusieren bajo su protección especial; que Él mantendría en -
ellas - todos los corazones unidos, para no formar sino uno solo con el suyo» (6)

(1) Vida y Obras, ed. 3, t. II, p. 2., cart. 141, pág. 622, ed. frc.
(2) Idem, cart. 36, pág. 296
(3) Idem, cart. 37. pág. 300
(4) Idem, cart. 131, pág. 528
(5) Idem, cart. 53, pág. 329 - 330
(6) Vida y Obras, ed. 3.~, t. 11, p. 2ª., cart. 131, pág. 528, ed. frc.

Esperanzas

Por todo lo dicho aparece claro que la devoción al Corazón de Jesús tiene una fuerza
peculiar muy vigorosa para unir profunda y tiernamente las almas, en virtud de la
ardiente, suave y dulce caridad que vierte en los corazones. Ni crea alguno que esto era
solamente en los tiempos primitivos de este culto; era entonces y es ahora, porque nace
de la naturaleza misma de esta devoción, y la naturaleza de las cosas no se muda con el
tiempo; además la experiencia lo confirma: no hay aglutinante de almas tan profundo y
tan sincero, y a la par tan sobrenatural, puro y desinteresado como la devoción al
Corazón de Jesús cuando llega a penetrar de lleno en los corazones. De donde se deduce
que a medida del vuelo que esta devoción vaya tomando en el mundo irá creciendo
también la caridad fraternal entré los hombres; y si, como decíamos al principio, ha de
llegar un día que el universo todo quede envuelto por los rayos de este sol vivificante,
síguese que también llegará un día en que el amor de unos con otros reine grande y
dulcemente por toda la redondez de la tierra, llegando de esta manera a realizarse en el
mundo los anhelos amorosos que dejó escapar Jesús de su Corazón Divino en el Sermón
de la cena.

Capítulo II

EL IDEAL DE LAS ALMAS CONSAGRADAS

185
SUMARIO - § 1 - Los grandes modelos. - A) Sta. Margarita. - Su única alegría. - 11 -
secreto para hacerle hablar - No puede amar sino a quien a Él ama. - Porque Él reine..,
aun el infierno. - Cree ha sido hecha para Él solo. - B» P. Bernardo de Hoyos. - Grandes
deseos. - C) Otros amigos del Corazón de Jesús. - P. Agustín Cardaveraz. - La
Colombiére, María del Divino Corazón y San Juan Eudes. - Consecuencia. § II - ¿Ee
ideal vara todos? - A) Sta. Margarita. - A diversas personas. - Todo o nada. - B) P.
Hoyos. - Las palomas. - Primer grupo. - Segundo grupo. - Tercer grupo. - El tesoro y la
perla. - § III - Aclaraciones sobre el Ideal. - Ideal único. Una objeción. - Todo o nada. -
No es para pocos. - § IV - Modo de hacer la consagración. – 1º. Pensarlo en serlo. – 2º.
Hacer una fórmula. - Su utilidad. - Sus condiciones. – 3º. Día y hora. 4º. Renovarla. -
Fórmula de Consagración. - Apéndice. - 1) San Luis Gonsaga. - Su relación con el
Sagrado Corazón - Palabras del Hº. Celestini. - II) Santa Teresita. - Acto de
Consagración.

§1

LOS GRANDES MODELOS

Cuál haya de ser el ideal de una persona por entero consagrada, lo verá el lector, mejor
que con nuestras palabras, oyendo a los grandes amigos del Sagrado Corazón. Tres
cosas determinamos hacer: primera, procurar ahondar un poco en el interior de esos
astros de primera magnitud en este culto, para ver lo que ellos eran y a lo que todos
deberíamos aspirar, ya que, según muchas veces hemos dicho, ellos son los modelos
ejemplares. Después veremos las enseñanzas que sobre el mismo punto ofrecen a los
demás, para que nos persuadamos que sus modos de sentir y proceder no eran cosas
individuales debidas a la misión particular que tenían personalmente en el mundo, sino
ideas y principios propios de esta devoción, y vigentes por lo mismo para cualquier
persona. Por último haremos algunas observaciones que ilustren la materia en sus
puntos algo oscuros.

A) Santa Margarita

Así como es la fuente más abundante en las cuestiones teóricas, así es el primer modelo
en la práctica. Si esta Santa apóstol hubiese sido hombre y se encuentra con libertad de
moverse, hubiera abrasado al mundo. ¡Qué deseos tan ardorosos respiran por doquiera
sus escritos, principalmente las cartas! Veamos algunos parrafitos, de entre los
muchísimos que se pudieran citar:
«Si supiera V. - escribia al P. Croiset - e/ ardiente deseo que me oprime de que Él sea
conocido, amado y glorificado, no me negaría y. emplearse en esto» (1).
«Mi deseo es únicamente proporcionar gloria a este Sagrado Corazón. ¡Qué feliz me
consideraría, si antes de morir le hubiese, podido procurar algún placer! ... Estoy
resuelta a morir o vencer los obstáculos, con la gracia de este adorable Corazón» (2).

(1) Vida y Obras, ed. 3º. t. 11, p. 2ª., cart. 130, pág. 513, cd. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 40, pág. 302, ed. frc.

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Su única alegría

Son ideas éstas muy repetidas también en los escritos de la Santa. Véase por via de
ejemplos:
«La vida es para mí una cruz - tan pesada, que no hay en ella ningún consuelo, si no es
el de ver reinar al Corazón, de mi adorable Salvador» (1).
«Moriría contenta, si pudiese conseguir que la Misa de este adorable Corazón fuese
autorizada por ¡a Santa ....... Hacerle conocer y amar. - .. aquí está todo cuanto yo deseo,
y lo que me puede proporcionar algún placer en esta vida miserable en donde todo me
atormenta» (2)~.
«No sé si me engaño en esto, mas no hallo otro placer en esta miserable vida que en lo
que toca a los intereses del Sagrado Corazón de Jesús» (3)
«Debo confesar que, aunque no quiero ya escribir más, no me puedo contener cuando
se. trata de hablar del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, fuera del cual
confieso, a V. que todo lo demás me es un suplicio... Todos los tormentos y la muerte
serían para mí un placer con tal de que Él reine. No hallo ya ningún consuelo en la vida
si no es con los progresos y feliz suceso de esta devoción del Sagrado Corazón de Jesús
y cuando se me dan noticias de ella» (4)
«Reinará este amable Corazón pese a Satán. Esta idea me transporta de alegría y
constituye todo mi consuelo» (5)
«Debo confesar a V. que no siento mí corazón susceptible de otra alegría - y consuelo,
que por lo que se refiere - al acrecentamiento de la gloria de este Divino Corazón» (6).
«No puedo decir el consuelo que me ha proporcionado V. enviándome la imagen de este
amable Corazón, como también queriéndonos ayudar a honrarle con toda su
Comunidad. Esto me causa un transporte de alegría mil veces más grande, que si me
pusiera V. en posesión de todos los tesoros de la tierra» (7).

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 5, pág. 233
(2) Idem, cart. 29, pág. 282
(3) Idem, cart. 35, pág. 295
(4) Vida y, Obras. ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 118, pág. 486, ed.frc.
(5) Idem, cart. 100, pág. 434
(6) Idem, cart. 108, pág. 459
(7) Idem, cart. 40, pág. 302

El secreto para hacerle hablar

Era la Santa muy reservada, y sumamente enemiga de escribir y de ir al locutorio, pero


en el momento en que se trataba de la gloria del Corazón de Jesús parece que se le iba el
alma y la pluma también. Así, mil veces hacía propósito de ‘no volver a escribir, y otras
mil lo quebrantaba de nuevo.
«Ha encontrado V. el secreto de hacérmelo interrumpir (el silencio) hablándome del
amable Corazón de nuestro buen Maestro, por el cual - el mío ruin no puede guardar
término ni medida. Mas ¡ay! que - todo esto no es sino palabrería vana» (1).
«Es para mí un consuelo no pequeño ver el desarrollo que toma esta devoción, que
visiblemente se sostiene y progresa por sí misma. No me puedo callar en este punto. No
sé escribir una carta, si no hablo de este Sagrado Corazón» (2)
«El estado de - sufrimiento en que me veo acabada y aniquilada me vuelve desconocida

187
a mí misma e impotente para todo bien. La única libertad que me queda es la de hablar
del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo» (3)

(1) Vida y Obras, ed 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 108, pág. 463, ed.frc.
(2) Idem, cart. 113, pág. 476
(3) Idem, cart. 36, pág. 296

No puede amar sino a quien a Él ama

Esta idea es muy reveladora de lo sobremanera invadido que estaba el corazón de la


Santa por el amor y la gloria del Corazón de Jesús. Y no es que careciese de
sentimientos de afecto, pues tenía un corazón sensible como pocos a la amistad y al
amor, pero todo él lo habla dado al Divino Corazón.
«No puedo amar a nadie, sino a condición de que él amará al Sagrado Corazón de mi
Jesús; ni puedo hacer que mi corazón se aficione o incline sino a lo que El ama» (1)
«No pudiera V., mi queridísima Hermana, comprometerme mejor a una unión más
estrecha con su caridad que amando al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo»
(2)
«¡Ah! verdaderamente que me habéis cogido por lo que hay de más, capaz para
impresionar mi corazón mezquino, que solo es sensible a esto, y que no anhela ni
respira sino por ver reinar el de nuestro buen Maestro en todos los corazones capaces de
amarle, Ahora es cuando no puedo dudar de la santa unión que su puro amor ha puesto
en nuestros corazones» (3).
«Amadle, pues, - escribía a su propio hermano - si queréis que yo os ame, porque no
quiero amar sino lo que Él ama» (4).
Más adelante volveremos otra vez sobre este punto. Por ahora baste lo dicho, para ver
cuál era y de qué notable modo el ideal de la Santa.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart 113, pág. 467, ed. frc.
(2) Idem, cart. 54, pág. 334
(3) Idem, cart. 82, pág. 388
(4) Idem, cart. 59, pág. 345

Porque Él reine ... aun el infierno

«Confieso a V. que me parece que este deseo de hacerle conocer y amar haría
entregarme de corazón a todos los tormentos más crueles, aun los mismos del infierno,
exceptuando el odiarle. Si pudiera hacerle reinar en las almas y establecer el imperio de
su amor en los corazones todos, ¡qué feliz me consideraría! Pero ¡ay!, qué dolor para mí
no servirle en esto sino de obstáculo» (1).
«¡Qué alegría sería la mía, si esto (hacer la primera imagen) se pudiese! Confieso a V.
que no hay penas ni tormentos que no me parezcan dulces, a trueque de hacerle reinar,
según su deseo, en todos los corazones de sus criaturas; por ello abrazaría con todo mi
corazón los suplicios del infierno, fuera de la privación de amarle. Es para mí un dulce
consuelo hablar a un corazón que le ama» (2)
«Me parece que no hay cosa alguna que yo no quisiera hacer y sufrir, para darle el
placer que Él desea con tanto ardor» (3)
«Quisiera tener millones de vidas, a fin de Sacrificarlas con todos los tormentos más

188
espantosos que se pueden imaginar, aun los mismos del infierno» exceptuando el odiar a
este amantísimo y amabilísimo Corazón; puesto que todos los demás suplicios serian
para mí una delicia por hacerle reinar. Nada exceptúo, según creo, sino esta privación de
su amor, que es un mal al que no me puedo rendir, pues tengo horror de sólo pensarlo.
Mas no obstante, si eso fuera necesario para el cumplimiento de sus designios, yo
sacrificaría todo sin reserva, porque mi corazón no es sensible, según creo, a nada fuera
de los intereses de este Divino Corazón» (4)
Difícilmente podría decirse cosa más fuerte en esta materia. Parece que la Santa se
resignaría al imposible por todos conceptos de sacrificar hasta la misma felicidad
esencial de amar y gozar del Corazón de Jesús en el cielo, si esto fuera necesario para
que El reinase en todos los - corazones. No puede ir más lejos el heroísmo del amor.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. lI. p. 2ª., cart. 130, pág. 516, ed. frc.
(2) Idem, cart 64, pág. 353
(3) Idem, cart. 132, pág. 552
(4) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª,•cart. 131, pág. 529, ed. frc.

Cree haber sido hecha para Él solo

Al verla expresarse de la manera que lo hace en los pasajes precedentes, no es de


maravillar se le ocurriese la idea de que el Señor la había expresamente formado y
enviado al mundo para el Corazón de Jesús, según lo dice en varios lugares de sus
escritos.
«Me parece que El me ha hecho y destinado para su Corazón amabilísimo de tal
manera, que Él solo constituye todo mi gozo, mi consuelo, mi tesoro y mi felicidad, y
fuera de El todo lo demás es nada para mí» (1)
«¡Si V. supiera en qué manera me siento apremiada a amar al Sagrado Corazón de
nuestro Señor Jesucristo! Me parece que/a vida me ha sido dada enteramente para
esto» (2)
Por los testimonios aducidos se ve claramente cuál era la disposición de ánimo en Santa
Margarita respecto a la gloria o al reinado del Corazón de Jesús.
Con razón la Sagrada Congregación de Ritos, en el Oficio de Santa Margarita; después
de referir las primeras apariciones, añade:
«Desde entonces la fidelísima esposa de Cristo una sola cosa parecía respirar a través
de sus palabras, escritos, ejemplos y perpetuo sacrificio de su vida, una sola cosa
anhelar: que todos rindiesen al Corazón santísimo de Jesús aquel culto interior y
exterior que Él había mostrado ser de su agrado; cosa que entonces comenzó a realizarse
por modo maravilloso, y después, aprobado por la Santa Sede, todo el orbe católico es
testigo con cuánto fruto se ha perfeccionado».
Ahí tenemos el modelo que copiar; comparemos con él nuestras ideas, sentimientos y
tendencias, y podremos conocer en qué parte del camino nos hallamos.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 132, pág. 552, ed. frc.
(2) Idem, cart. 37, pág. 299

P. Bernardo de Hoyos

Es éste, según indicamos en otra ocasión, uno de los ejemplares más completos de

189
apóstoles del Corazón de Jesús. Penetremos un poco en los sentimientos que anidaban
en aquel joven y ardoroso corazón.
A poco de consagrarse se le apareció el Señor y:
«Agradecióme - dice - el aliento con que le ofrecí hasta la última gota de mi sangre en
gloria de su Corazón; y para que yo experimentase cuán de su agrado era esta oferta por
lo mucho que se complacía en los deseos solos que yo tenía de extender su devoción por
el mundo, cerró y cubrió mi miserable corazón dentro del suyo... Desde este punto he
andado anegado y absorto en este Divino Corazón. Al comer, al dormir, al hablar, al
estudiar y en todas partes no parece palpa mi alma otra cosa que el Corazón de su
amado» (1)
«Este será mi reposo para siempre; aquí habitaré donde he deseado y elegido» (2) -
decía al terminar otra visión - . «Yo no salgo del Corazón de Jesús - escribía al Padre
Loyola - ; allí me encontrará V. R.» (3).

(1) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. 1, pág. 252, ed. 2ª.
(2) Idem, pág 251
(3) Idem, pág. 252

Grandes deseos

A veces, sobre todo después de la comunión, sentía tales ardores de celo, que para
desahogar el corazón prorrumpía, dice:
«En gemidos íntimos con que a veces el alma convocaba todas las criaturas a amar al
Corazón amantfsimo de Jesús; y, con una vehemencia más que humana, clamaba con
San Agustín: «corred, justos, corred pecadores; corred, pueblos; corred, todos y venid al
Corazón de Jesús». Aquí oí interiormente una voz suavísima que me dijo... «pídeme ¡o
que quieras por el Corazón santísimo de mi Hijo, y te oiré y concederé lo que me pidas;
y sin libertad pedí la extensión del reino del mismo Corazón Sagrado en España. y
entendí se me otorgaba; y con el gozo dulcísimo que me causó esta noticia quedó el
alma como sepultada en el Corazón Divino, en aquel paso. que llaman sepultura».
Muchas y repetidas veces he sentido estos asaltos de amor en estos días, dilatándose
tanto en deseos mi pobre corazón, que piensa extender hasta en el Nuevo Mundo el
amor de su amado Corazón de Jesús, y todo el universo se le hace poco» (1)
En estos días - escribía a su Director espiritual - : «ha andado el alma endiosada, o para
explicarme mejor encorazonada, en el Corazón dulcísimo de mi Amor Jesús; siempre le
hallaba conmigo o me hallaba a mí en El. Ni andar, ni hablar, ni comer, ni escribir, ni
leer, ni menearme, ni respirar puedo sin tener presente en mi alma aquel dulcísimo
Corazón, objeto de mis afectos, centro de mi amor, blanco de mis deseos, término de
mis esperanzas, campo de mis delicias, motivo de mis complacencias e incentivo de mis
gozos; en este Corazón habito;; en este Corazón vivo; en este ,Corazón amabilísimo
muero de amor» (2).
Por lo demás el mismo Señor se encargaba de inculcar a su siervo estas ideas,
diciéndole v. gr.:
«Que no había de vivir fuera de su Corazón; «aquí - me dijo - habitarás, aquí morirás,
aquí vivirás eternamente»; que todo lo que no fuese su Corazón o no mirase a él fuera
nada para mí... Que su Corazón Divino había de ser mi centro y mi elemento; que todo
lo que era estar o morar fuera de él fuese para mí como al pez estar fuera del agua y al
fuego fuera de su esfera» (3)
«Entre los tiernos afectos con que respiraba en su última enfermedad se le oía decir:

190
«¡Oh, cuán bueno es habitar en el Corazón de Jesús!». «No parece sabia pensar en otra
cosa que en este adorable Corazón» (4).
Así se consagra un hombre al Corazón de Jesús. Dos años y medio solamente (3 Mayo
1733 - 28 Noviembre 1735) conoció esta devoción, y al morir decía el P. Loyola: «En
poco más de dos años no ha quedado provincia, reino, ni ciudad apenas de nuestra
ínclita nación, que no haya recibido con piadoso aplauso y sagrado empeño la devoción
al Sagrado Corazón de Jesús» (5). Y el alma de todo’ esto era aquel joven endeble y
ocupado en sus faenas literarias.

(1) Uriarte Vida del P. Hoyos, p. III, cap. 111, pág. 273, ed. 2ª.
(2) Uriarte. Vida P. Hoyos, p. III, cap. XXXIV, pág. 287, ed. 2ª.
(3) Idem, cap. IV, pág. 279
(4) Idem, cap. XlII, pág. 376
(5) Uriarte. Reinado, nº. 67

C) Otros amigos del Corazón de Jesús

P. Agustín Cardaveraz

Véase cómo escribía al P. Juan de Loyola:


«Ruego a los santos ángeles que acompañan a los Nuestros, en especial que no se
consagran con todo empeño a dar esta complacencia tan justa y deseada a las ansias
continuas que oprimen el Corazón de nuestro amado Jesús, que ya que yo no puedo
pegar a los tales este fuego celestial, que ellos con su poder den asaltos y una santa
batería a sus corazones; que despierten a los dormidos, que aviven a los remisos, que
den voces interiores a todos, que les hagan experimentar cuán dulce cosa es amar a
Jesús y estar eternamente en su Corazón, para que todos a una se Conjuren santamente
a conquistar los de los fieles ignorantes, olvidados o ingratos, y dar este descanso al
Corazón afligidísimo de mi Amor Jesús».
«No hay que dar lugar, Padre mío, mientras V. R. viva a pensamiento menos digno ~y
generoso en este asunto: buscar trazas y valerse de todos los medios imaginables para
este fin, que tiene por premio vinculadas inefables bendiciones que, aunque conocidas
en este Divino Corazón claramente, non licet homini toqui. (1) ¡Oh, y cómo este Señor
cumple con suavísima providencia lo que tiene dicho: Abscondisti haec a sapientibus et
pruden tibus et revélásti ea parvulis!»(2)
Yo no puedo ni soy capaz de hacer cosa de provecho, pero si algo pudiera, cuantas
vidas ha habido y habrá las empleara sin reserva de una sola respiración en una
devoción que por sus fines es la devoción de las devociones» (3).
Y en otra carta añade:
En cuanto a la devoción divina del Corazón adorable de nuestro Amor Jesús, en general
puedo decir a V. R., Padre mío, que en todas las misiones la encargo y predico;.. Este es
uno de los fines principales y motivo de’ mis misiones, y del gusto y consuelo
indecibles con que las hago» (4).
Y, en efecto, lo que por el Corazón de Jesús hizo, y las innumerables congregaciones a
Él dedicadas que fundó en diez y nueve años de misiones por Navarra y las
Vascongadas, Dios lo sabe.
Ya vimos lo que decía Santá Margárita acerca del B. La Colombiére:
«Que estaba todo consagrado a Él (al Corazón de Jesús), y que no respiraba sino por

191
hacerle amar, honrar y glorificar» (5)
«Ya he inspirado (esta devoción) a bastantes personas en Inglaterra y he escrito a
Francia - decía el mismo B. La Colombiére - ... ¡Que no pueda yo, Señor, estar en todas
partes, y publicar lo que esperáis de vuestros servidores y amigos!» (6)
«Extender el culto del Corazón de Jesús cueste lo que éueste, he aquí mi más caro y mi
más ardiente deseo» (7), solía repetir con frecuencia la M. María del Divino Corazón.
San Juan Eudes decía que el Corazón de Jesús había de ser: «la herencia, el tesoro, el
principal patrono, el corazón, la vida y la regla de los verdaderos hijos de su
Congregación» (8). «¡Oh Corazón benditísimo! - solía repetir el mismo - Vos no habéis
estado jamás sin amarme; haced que mi corazón no respire tampoco sino por Vos» (9)
No queremos aducir más documentos, aunque idénticos sentimientos hallaríamos en el
P. Croiset:
«estad persuadida - escribe - que daría gustoso toda mi sangre por dar a conocer a mi
amable Salvador»; idénticos en la M. de Saumaise y Hª. Joly, de las cuales ya hemos
podido conocer algo en lo que llevamos escrito; idénticos en todos los demás.

(1) No es licito al hombre decirlas. II Cor. 12,4.


(2) Escondiste estas cosas a sabios y prudentes y las revélaste a los pequeñuelos. Mat.
II, 25
(3) Uriarte. Reinado, nº. 68, pág. 314
(4) Idem, nº. 77, pág. 376
(5) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª.. cart. 53, pág. 328, ed. frc.
(6) Retiros Espirituales... traduc. castellana, pág. 147, ed. 1929
(7) Soeur Marie du Divin Coeur, Chasle, cap IX, pág. 91, París 1925
(8) Vida del B. J. Eudes, Boulay, y. 1, cap. XV; y. IV, cap. II, pág. 189
(9) B. Eudes. Cuarenta aspiraciones... nº. 10

Consecuencia

Se ve, pues, que todos ellos eran almas de un solo ideal que llenaba con sus rayos el
campo de la conciencia; almas cuya obsesión era el reino del Corazón de Jesús, al que
habían consagrado todos sus amores, todos sus pensamientos, sus actividades todas;
para ellos las cosas del mundo eran cual si no existiesen: no veían más mundo que el
Corazón de Jesús; El constituía su todo; su reinado era el alma de sus almas.
Éstos son, pues, los modelos a que el hombre consagrado ha de aspirar desde el instante
que hace su consagración.

§ II

¿ES IDEAL PARA TODOS?

Pero al leer las páginas precedentes se ofrece en seguida al pensamiento una objeción.
Ciertamente que las almas, cuyas palabras acabamos de citar, estaban animadas por el
único ideal de extender el reinado del Corazón de Jesús, pero la razón de ello era porque
tenían de Dios esa misión especial; mas al común de los fieles que no tiene nuna misión
parecida ¿por qué exigirles lo mismo?

192
Por lo pronto, ya dijimos que precisamente por haber tenido esa misión, no solamente
son evangelistas, sino modelos; por consiguiente, tanto mejor se practicará esta
devoción cuanto más se aproximare uno a ellos. Pero la respuesta principal es, que no
solamente tenían para sí ese ideal, sino que lo proponían a todos sin distinción: es el cor
ómnibus omnia, «Corazón para todos y todas las cosas» que decía gráficamente San
Juan Eudes» (1).

(1) Oficio del Sagrado Corazón, Himn. de Mait.

A) Santa Margarita

A diversas personas

A la M. de Saumaise. «Es mucho para alegrar - se ver los progresos que en esos sitios
hace la devoción al Corazón de Jesús por medio de V. No se desanime. Me parece que
Él quiere que y. constituya en eso su único negocio, porque ello es lo que
principalmente formará su corona» (1)
No se puede decir la cosa con más energía; su único negocio, el reinado del Corazón de
Jesús; y nótese que esto escribía a una religiosa de vida contemplativa y particularmente
oculta, según se lo pide su Instituto a las religiosas de la Visitación.
A la M. Dubuysson. El Corazón de Jesús no negará a V. sus socorros para el
cumplimiento de sus designios:
«Con tal que se entregue confiadamente a los cuidados de su amorosa Providencia, y
que todos sus deseos sean amar, honrar y glorificar a este divino y amabilísimo
Corazón. No escatime V. en orden a ello, ni sus cuidados, ni sus penas» (2)
Se ve, pues, que «todos sus deseos», su único ideal por tanto debe ser el consabido: la
gloria del Sagrado Corazón.
A la M. Greyfié. Lo mismo expresa aquella frase concisa que escribía a esta religiosa,
pero como cosa para todos:
«He aquí una cosa que este adorable Corazón exige a sus amigos: esto es, pureza en la
intención, humildad en la obra y unidad en el blanco. No dudo de que V. lo entenderá
mejor que yo» (3)
«En fin, mi íntima Hermana, - escribía a la Hª. Joly - hay que amar a este Divino
Corazón de tal suerte que ya no vivamos sino para Él y por El» (4)
Idénticas ideas proponía con frecuencia a sus novicias.
«Al cual (al Sagrado Corazón) suplico de todo mi corazón que llene a V. de tal modo de
sí mismo, que no pueda V. tener, ni otro recuerdo en su memoria, ni otro pensamiento
en su entendimiento, ni otro afecto en su voluntad» (5).
Cuanto a los ejercicios del R. P. de La Colombiére no lea V. sino lo que trata del
Corazón amable de Jesucristo, el cual sólo debe ser su ocupación, su meditación, su
trato, su libro y toda su dirección. El debe llenar su memoria, iluminar su espíritu,
inflamar su voluntad, para que no tenga V. más recuerdo que para Él solo» (6)
El ideal único, pues, está con mucha energía expresado; sin embargo, aún hay otra
expresión más radical de esa unicidad de ideal propia de la verdadera consagración al
Corazón de Jesús, como lo es de todas las consagraciones llenas.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 92, pág. 414, ed. frc.
(2) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 93, pág. 417, ed. frc.
(3) Idem, cart 113, pág. 476

193
(4) Idem, cart. 118, pág. 485
(5) Idem, part. 3ª, nº. 22, pág. 670
(6) Vida y Obras, ed. 3ª, t, II, p. 3ª., nº 2, pág. 640, ed. frc.

Todo o nada

«Amemos, pues, mi querida Hermana, (al Sagrado Corazón) con todas nuestras fuerzas
y potencias y seamos del todo para Él sin reserva, porque Él quiere todo o nada» (1)
«En fin, querida amiga, hay que amarle cueste lo que costare; pero el puro amor quiere
todo o nada» (2)
«Acuérdese, mi muy querida Hermana, que tiene V. un Esposo celoso, que quiére, o
poseer en absoluto todo su corazón’, o no quiere nada de él. Si y. no arroja de él a las
criaturas, Él se saldrá; si no se aparta de ellas y su amor, Él se apartará de V. y le
retirará el suyo. No hay término medio: Él quiere todo o nada. Su Corazón vale muy
bien por lo menos el de V.» (3)
«El amor no quiere un corazón dividido: quiere todo o nada» (4)
«Sea V. fiel a Dios... dándole todo su amor y todo su corazón, sin partijas» (5)
Hasta en sus versos repite esta idea:
No corazón a medias - A este perfecto Amigo» (6)
- Point de coeur a demi - A ce parfait Ami».
Ya explicaremos más adelante el sentido en que parece habrá de tomarse el todo o
nada, que la Santa propone frecuentemente.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª, t, II,, cart. 96, pág 423
(2) Idem, p. 3ª., nº. 13, pág. 654
(3) VIda y Obras, ed. 3ª. t. II, part. 3ª., nº 13, pág. 654, ed. frc.
(4) Idem, nº 4, pág. 641
(5) Idem, nº. 6, pág. 634
(6) Idem, part. 4., nº 42, pág. 682

B) P. Hoyos

Esta doctrina del ideal único, supremo, que Santa Margarita ofrece a todos sin
distinción, también a todos sin distinción se propone en los escritos del Padre Bernardo
de Hoyos. Es lindísimo el famoso pasaje de las palomas, que vamos a presentar.

Las palomas

«El miércoles (30 de Septiembre) en tiempo de Misa vi - dice - al dulcísimo Jesús y la


llaga del costado muy hermosa, y dejaba ver por su concavidad el Divino Corazón. Una
multitud de purísimas palomas se metían por la haga hasta hacer su nido en el Corazón
Sagrado; otras andaban revoloteando, como que querían entrar; otras se recostaban
sobre el pecho amable del Señor por la parte de afuera. Entendí era éste el agujero de la
piedra a que el Espíritu Santo convida a la paloma cuando le dice:
«Ven, paloma mía; escóndete en los agujeros de la piedra, en el hueco de la cerca» (1),
y ésta la ventana del arca por donde entró la paloma con el ramo de oliva. Entendí mil
excelencias del Divino Corazón; en particular que era refugio a las almas santas, castas

194
palomas, cuando las cerca el gavilán; que era nido en donde habitaban otras más
amadas, etc. Porque, aunque está abierto para todos, pero con particularidad para las
almas que son palomas; y así, esta fiesta del Divino Corazón será el imán de las almas
santas» (2).
La visión es bonitas pero no menos instructiva.

(1) Cant. 10, 14


(2) Uriarte. Vida del P. Hoyos, p. III, cap. IV, pág. 277, ed. 2ª

Primer grupo

Como se ha visto, aparecen en escena tres clases de palomas: unas (procediendo por
orden inverso) «se recostaban sobre el pecho amable del Señor por la parte de afuera».
Estas son palomas; luego son almas buenas y espirituales; están por la parte de afuera
del pecho del Salvador, no dentro, no en el Corazón; están recostadas, es decir, están
quietas y tranquilas. ¡Qué magnífico retrato de muchas almas actuales! Hay personas, y
no pocas ciertamente en el campo de la ascética, a quienes atrae con fuerza la persona
amable de Jesucristo, y que hacen de su conocimiento y amor el centro de la vida
espiritual. Sin embargo, una gran parte de. ellas no ha entrado en el Corazón Divino,
bien sea por no haber tenido ninguna idea de esta hermosa devoción, como acaecía de
ordinario en otros tiempos, bien porque, aunque tengan alguna, se reduce a esa vulgar y
ligera que basta para ejercitar ciertas prácticas externas, pero no para constituir en el
Corazón Sagrado su punto central ascético. Ese primer grupo de almas, como no ha
tenido conocimiento completo de lo que hay en este culto,, está quieto con su sistema de
vida y no pretende cambiarlo; por eso no dan vueltas, no se afanan buscando otro
camino interior. Este grupo cada día será menos numeroso, porque conforme se vaya
conociendo plenamente la devoción del Corazón de Jesús, las almas que lo integraban
irán naturalmente pasándose al segundo o al tercero.

Segundo grupo

«Otras - dice - andaban revoloteando, como que querían entrar». Éstas, al igual que las
anteriores, están con Cristo por la parte de afuera, pero sin embargo no están quietas, no
están recostadas; andan revoloteando, buscan algo que no tienen y que no aciertan a
hallar. Dice: «como que querían entrar»; esto es, como si quisiesen entrar; daban
vueltas de la manera que las darían, si de hecho anduvieran buscando la entrada; aunque
si la buscaban o no, el P. Hoyos no lo dice.
También este retrato es magnifico. Hay otra serie de almas que giran en torno de ¡a
Persona de Cristo, pero no se hallan tranquilas; notan que les falta algo, no tienen paz
honda en el corazón, andan de acá para allá: un año con unas prácticas, al siguiente año
con otras; ahora toman por aquí, luego por allá, y ni por aquí ni por allá encuentran lo
que desean.
De estas personas algunas saben en torno de qué dan vueltas son almas que han llegado
a vislumbrar lo que es la devoción al Corazón de Jesús ó al menos sospechan que en ella
se trata de algo trascendente y serio, y que sería tal vez la solución que ellas buscan;
quizá ven claro que por allí deben ir, pero... no acaban de resolverse, tienen miedo,
creen ser mucho para ellas. A veces son prejuicios contra este camino espiritual lo que
les impide dar el paso decisivo; otras es un gran respeto humano de aparecer de repente

195
entusiastas del Sagrado Corazón delante de sus amigos. Estas almas revolotean con
conciencia de lo que hacen; y claro es que nunca hallarán la paz, mientras no tomen una
resolución decidida. Este grupo, o mejor este subgrupo, todavía no es numeroso, pero
irá poquito a poco aumentando, a medida que la idea de la devoción al Divino Corazón
en toda su magnificencia se vaya abriendo camino.
Pero dentro de la clase de las palomas que andan revoloteando, la porción más
numerosa es la de aquéllas que dan vueltas alrededor del Corazón de Jesús sin saber que
es alrededor de El. Son’ almas que están en el estado hace un momento descrito, sin
saber en dónde hallarán lo que les falta. Estas, una vez que llegan a barruntarlo, o pasan
al subgrupo precedente, o se consagran con «decisión admirable. Ciertamente los
mejores elementos suelen venir de este campo; sobre todo cuando se trata de almas que
han pasado mucho tiempo en ese estado interior. A veces es notable cómo a las cuatro
palabras parece que se les descorre un velo, y se abre ante sus ojos todo un horizonte
nuevo, hacia el cual se lanzan luego en seguida sin vacilación ninguna. Diríáse que se
hallaban esperando esta devoción divina, según es la prontitud con que la entienden y
abrazan. Estas jamás se vuelven atrás en la empresa comenzada.

Tercer grupo

«Una multitud de purísimas palomas - dice el P. Hoyos - se metían por la llaga hasta
hacer su nido en el Corazón Sagrado».
Esta idea del Corazón de Jesús como nido es bastante frecuente en los escritores
eclesiásticos. Así, v. gr.: Santo Tomás dé Villanueva escribe en uno de sus sermones:
«El nido de la tórtola es el pecho de su Amado, en el cual’ entra por la abertura del
costado y allí hace segura su nido». (1). Lo mismo afirma el Abad Guerrico y otros.
También esta imagen es sumamente expresiva. Ante todo eran: «una multitud»~, idea
muy conforme con lo que Santa Margarita escribía, de que el Corazón de Jesús
pretendía con su devoción: «formarse un número infinito de siervos fieles, de perfectos
amigos y de hijos enteramente reconocidos» (2). Añade: «que se metían por la Haga
hasta hacer su nido en el Corazón Sagrado». ¡Qué linda y exactamente está retratada
aquí la consagración perfecta:
hacer su nido en el Corazón Divino! ¿Qué es para una paloma el nido? Lo es todo.
Desde que comienza a construirlo hasta que los polluelos están completamente criados
el nido absorbe por completo la vida de la paloma. Cuando lo está fabricando, su
ocupación todo el día es tan sólo buscar pajas y arreglarlas.: ¡su . nido! Mientras
calienta los huevos se mueve lo estrictamente preciso para tomar alimento y luego otra
vez.., ¡al nido! Nacidos los pichoncitos, toda la ocupación de la paloma es hacer viaje
tras viaje,’ buscándoles el sustento durante el día y abrigándoles con su pluma durante
la noche..., ¡el nido! Y si pudiésemos penetrar en aquella cabecita, veríamos sólo una
idea o una imagen: la del nido. Según eso, ¿qué será tener un alma su nido en el
Corazón Divino? Hacer que para ella sea el Corazón de Jesús lo que es para la paloma
el nido. Es decir, su ideal único, sus únicos pensamientos, su corazón, su cariño, y, en
fin, el blanco exclusivo de toda su actividad, tanto interna como externa.
Pero conviene reparar en la frase del P. Hoyos, que es muy significativa: «Una multitud,
etc., se metían por la haga hasta hacer su nido, etc... » La palabra hasta... parece dar a
entender que eso de llegar a hacer el nido en el Corazón Divino no es cosa que se realiza
de un golpe y por manera automática, sino que se va consiguiendo poco a poco. Lo que
desde luego exige el Corazón de Jesús es que el alma se decida muy en serio a procurar
cuanto buenamente pueda colocar su nido en El; si esto se hace - y no parece que sea

196
ningún monte infranqueable - el nido viene, y viene relativamente pronto, porque el
Corazón Divino, más bien que nosotros mismos, será quien lo construirá.
Vemos, pues, que todos los grandes evangelistas y apóstoles de este culto, con su vida y
enseñanzas hablan de un ideal arrollador, absorbente, único. Ideal que ya está’ en
germen, y quizá algo más que en germen en aquel «os consagro todo mi amor y mi
corazón», que repiten a cada paso ‘las fórmulas; porque, en efecto, mientras el ideal no
sea todo únicamente del Corazón de Jesús, no lo es ni el amor ni el corazón, pues el
ideal en el hombre, si no es el amor y el corazón, es su más preciada flor:

(1) In Ascens. Domini Canc. 2


(2) Vida y Obras, ed. 3ª, t. II, p. 2ª., cart. 132, pág. 552, ed. frc.

El tesoro y la perla

Vamos a cerrar la lista de testimonios con una parábola del Evangelio, que, si Nuestro
Señor la hubiese dicho de intento mirando a esta devoción, no hubiera sido más apta.
No es extraño que le cuadre, porque como en la parábola’ se trata de los bienes
mesiánicos en conjunto, que es lo que aquí se significa por el reino de los cielos, y entre
los bienes traídos por el Redentor la devoción al Corazón de Jesús con todo lo que ella
encierra no ocupa el postrer lugar, de aquí que se le acomode con perfecta exactitud
cuanto de aquéllos se dice.
Se trata, pues, del pasaje del tesoro escondido y de la perla preciosa.
«Se parece el reino de los cielos al tesoro escondido en el campo,, el cual hallado, el
hombre que lo encuentra lo encubre, y gozoso por el hallazgo, va, vende todo lo que
tiene y compra aquel campo».
«También se asemeja el reino de los cielos a un traficante en perlas, que encontrando
una preciosa, fuese, vendió cuanto tenía y la compró» (1)
¡Qué bien cuadra todo ello a la devoción del Corazón de Jesús!
¡Se trata de un tesoro, es decir, de algo que encierra un conjunto de riquezas, como a
cada paso llaman a esta devoción sus evangelistas; se trata asimismo de una perla muy
preciosa, o sea, de un objeto, que en poco espacio compendia una gran fortuna, y que a
la par es bellísimo; de igual modo la devoción al Corazón de Jesús concentra toda la
vida espiritual en un punto precioso y encantador. Además el tesoro está oculto y
también la perla, pues el negociante parece que dio con ella por casualidad; mas la perla
está encubierta no en el sentido de que no fuese visible, pues parece que estaba a la
venta pública, sino en el de que, aunque exteriormente la pudieran todos ver, la
mayoría, sin embargo, no conocía su valor, y para ellos en rigor era joya escondida. Si
esto conviene o no a la devoción del Divino Corazón, lo dejamos a la consideración del
lector. Llega un mercader, los ve, conoce su valor, por lo menos así a bulto - pues no es
creíble que llegase a explorar y desenterrar el tesoro - se entusiasma, y se decide a
comprarlo; mas va a casa y ve con pena que le falta el dinero suficiente; echa sus
cuentas y saca que, como no venda campos, casas, muebles, alhajas, en una palabra:
todo, se queda sin la perla o el tesoro; pero es un hombre resuelto; no perdona
absolutamente nada, a pesar del sacrificio que debía de costarle desposeerse de objetos,
algunos de los cuales eran tal vez para él de dulcísimos recuerdos, y con su precio se
hace dueño de la perla. Observe el lector que lo vende todo, sin que nada se exceptúe,
pues da la casualidad de que, si reserva algo, no puede llevar a cabo la compra, ya que
el dinero parece que venia justo. En el mundo no acaecen de ordinario casualidades
como ésta, pero a Cristo convenía ponerlas en la parábola, porque sabía muy bien el

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blanco a donde apuntaba. Váyanse haciendo comparaciones con lo del ideal único, de
que ahora estamos tratando. Pero, aunque el comerciante vende todos sus haberes, no
los pierde; no hace sino cambiarlos con algo de valor mucho más grande, pues como el
dueño del campo no conocía el tesoro, y el de la perla tampoco la conocía sino a
medias, se los debieron vender a un precio insignificante, si se comparaba con el suyo
verdadero. Esto sucede a la letra con el ideal exclusivo del Corazón de Jesús; parece que
damos todo, que nos quedamos sin nada; que sólo nos resta el vacío hecho en el alma;
no hay tales: lo único que efectuamos es el cambio de nuestra ruin fortunilla por algo de
muy más subido precio, que ocupa menos espacio, que concentra y unifica nuestra
hacienda, y le da, aparte de la unidad, la hermosura irisada y esplendente de una perla
preciosísima.
Con mucha oportunidad llama al Corazón de Jesús uno de los oficios litúrgicos: «La
margarita preciosa y el tesoro escondido» (2) Y en el libro de «La Vid mística»,
atribuido a San Bernardo o San Buenaventura y del cual ha tomado la Iglesia algunas
lecciones para el Oficio del Corazón de Jesús, se lee: «Tu Corazón, ¡oh bonísimo Jesús!,
es rico tesoro y preciosa margarita... ¿Quién desechará esta margarita? ¿Qué digo?,
daré todas las margaritas, cambiaré mis pensamientos y mis afectos y me la compraré,
arrojando todas mis preocupaciones en el Corazón del buen Jesús, y Él cuidará con
seguridad de mí» (3). ¡Qué bella confirmación de las ideas que acabarnos de exponer!

(1) Mat. XIII 44,45


(2) Nilles. De rationibus festorum, SS. CC. L. III, p. 1; pág. 252
(3) De Vita mystica, cap. III

§ III

ACLARACIONES SOBRE EL IDEAL

Como habremos observado a través de todos los documentos, esos grandes confidentes
del Sagrado Corazón eran almas de un encumbrado ideal que les absorbía la vida; que
comunicaban ese ideal arrollador a cuantas personas a su alrededor estaban, y lo
proponían a todos de parte suya y de parte del Señor. Es la consagración completa;
consagración e ideal único son sinónimos en la devoción al Corazón de Jesús. Pero, a
fin de completar la materia, vamos a hacer algunas observaciones acerca de esta
cuestión.

Ideal único

En los textos precedentes aparece sin duda cierto ideal, y ése único, como únicos fueron
siempre los grandes ideales de la historia, y únicos deben de serlo para tener eficacia
poderosa y duradera. Pero ya se ve que no es lo mismo unidad de Ideal y unidad de
ocupación; pueden dos personas hacer exactamente lo mismo (y de ordinario así pasa)
con muy distinto ideal; y viceversa, pueden darse ocupaciones enteramente distintas, y
estar, sin embargo, iluminadas por un ideal idéntico. El oficio, las ocupaciones, los
ministerios, etc., caminan a flor de tierra, se mueven en este plano inferior; el ideal es
una estrella que marcha por región más elevada, y así no hay peligro de que se estorben
el paso. Pueden cincuenta viajeros caminar por cincuenta vías distintas y cada cual a su

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modo, y, sin embargo, llevar todos su mirada siempre fija en un lucero que brilla en el
lejano horizonte. Recuerde el lector los medios que más arriba expusimos para trabajar
continuamente por el reinado en el mundo del Divino Corazón, y díganos si es posible
oficio u ocupación en la tierra que sean incompatibles con este único ideal; y ¿qué digo
que sean incompatibles?, que no se vean animados en seguida, vivificados, electrizados,
por expresarnos así, con este fluido potente.
Lo mismo se diga de todas las devociones, prácticas y obras piadosas que existen dentro
del catolicismo: todas son acciones buenas, y toda obra meritoria puede ser una moneda
que depositemos en el tesoro del Divino Corazón, si con ese fin la hacemos; todos son
medios diversos de perfección personal, y ya dijimos que cuanto más santos fuéremos,
más eficazmente podremos contribuir a la gloria del Corazón de Jesús; todas las
devociones a los ángeles y santos son amistades arriba; y ya sabemos que las amistades
con personas elevadas pueden ser de gran provecho para los varios asuntos que tenemos
entre manos.
En resumen, la unicidad de ideal puede ser perjudicial cuando se trata de ideales muy
estrechos; mas cuando se trata de uno que, sin perder nada de su unidad comprensiva,
tiene una extensión tan vasta, que cabe debajo de él toda la vida cristiana, es imposible
que pueda perjudicar.
Porque, en efecto, conviene recordar de nuevo aquí lo que al principio dijimos: que el
objeto de la devoción al Corazón de Jesús no es el corazón solamente; es Jesucristo todo
entero, pero bajo un aspecto especial: el de la bondad, mansedumbre, misericordia y
amor; es Jesús todo amor y todo corazón, como decía el P. Froment, amigo de Santa
Margarita. Pero como la bondad y el amor es lo más propio de Cristo, considerarle bajo
ese aspecto especial es considerarle de la manera más perfecta y más cristiana; por lo
cual escribía con mucha verdad el P. Ramiére que la devoción al Corazón de Jesús era
un nuevo avance de Cristo hacia los hombres; es un descorrer más el velo para que le
vean mejor, le conozcan con mayor exactitud, y, a través de esa concepción, le traten,
mediten, amen y sirvan.
Por consiguiente, el reino del Corazón de Jesús, que es el reino de Jesús, por la bondad
y el amor, es la manera de reinar propia de un Jesús humilde, bueno, misericordioso,
amante: de un Jesús cual es Jesús. Y tener como ideal ese reino encantador, es tener
como ideal el reino de Jesucristo en su forma más perfecta: en la forma en que parece
quiere Él reinar en el mundo, y en la forma en que de hecho ha de reinar algún día en
toda la redondez del - planeta. Además, dadas las promesas copiosísimas vinculadas a
este culto y su admirable eficacia, trabajar por el reinado del Corazón de Jesús es
trabajar por el reinado de Cristo de una manera tan certera y fructuosa, cual no es fácil
hallar otra en estos tiempos presentes. No hay, pues, exclusivismo nocivo en este único
ideal, que en resumen no es sino el ideal de la Iglesia, el ideal de Jesucristo, el - ideal de
Dios en la obra de la Encarnación del Verbo y Redención de los hombres.
La mayor parte de las dificultades en este punto radican en la concepción estrecha de
esta santa devoción. Es cosa curiosa, cómo hace más de treinta años escribía Granger:
«La devoción al Corazón de Jesús, como todas las cosas de Dios, debe ser considerada
en espíritu y en verdad. La obstinación en encerrarla dentro de los linderos de una
devoción particular es el último recurso del infierno, a fin de paralizar su desarrollo y
ahogar sus frutos. Cuando el demonio no puede aplastar, ni aniquilar, por lo menos
aminora, empequeñece, marchita, paraliza, encadena. Su obra es menos brutal, pero es
casi igualmente funesta» (1)

(1) Granger. - Archives de la devotion au Sacre Coeur... t. 1, Introd. CXXXIX-CXLVIII

199
Una objeción

Pero dirá alguno: si todos tuviesen este supremo ideal, todos querrían dedicarse a
propagar la devoción al Corazón de Jesús, y se abandonarían las ciencias, la enseñanza,
las cuestiones sociales y otras mil y mil obras católicas convenientes y necesarias para
el desenvolvimiento integral del cristianismo. Cuando se habla de ideal supremo único
no se entiende en tal sentido. El ideal de un labrador es lograr ver sus parcelas a la hora
del estío henchidas de abundantes y bien granados trigales, y, sin embargo, no reputa
como ajeno a ese ideal adquirir yuntas, preparar instrumentos de labranza, labrar y
estercolar el terreno. Al contrario, se reputaría por necio al que, llevado del buen deseo
de ir pronto a las inmediatas, no quisiese hacer otra operación que esparcir sin más
preámbulos acá y allá la semilla. Por igual manera el blanco de una campaña puede ser
tomar tal posición enemiga, y, no obstante, sería ineptísimo - jefe el que sin otros
preparativos y como ley general quisiese ir en seguida al asalto cuerpo a cuerpo. Se
requieren a veces mil operaciones previas, largos meses en construcciones de puentes,
carreteras, vías de hierro, trincheras, túneles, minas; todo lo cual es, sin duda, trabajar
por el único ideal, aunque no todo sea siempre la acción inmediata y última. El reinado
del Corazón de Jesús es una empresa vastísima, que exige y abraza en sí gran diversidad
de obras; unas son necesarias para preparar el campo, otras van directamente al punto, y
otras ayudan, y a veces son necesarias, para conservar lo hecho. En esta nobilísima
campaña cada cual ha de mirar el puesto que le ha cabido, y después actuar en él de
manera ya directa, ya indirecta, según viere que ha de ser más eficaz y más práctico en
aquellas circunstancias.

Todo o nada

Observamos cómo Santa Margarita repite varias veces la idea de que el Corazón de
Jesús quiere o todo o nada. Según se puede advertir por el contexto, la Santa en esos
pasajes de ordinario va hablando del corazón; por tanto quiere decir que el divino Rey
de amor desea todo el corazón, o hablando más en concreto, la unicidad de ideal, o si
no, no quiere nada. Esto último puede ofrecer alguna duda, y así vamos a exponerlo
brevemente.
La dificultad está en que el Corazón de Jesús acepta mucho, aunque no se le dé todo. Al
que, por ejemplo, comulga nueve Primeros Viernes de mes sin interrupción, promete
nada menos que la perseverancia final, luego es señal que aceptó y le fue grata esa obra,
aunque el hombre no le hubiese dado más. Lo mismo se diga de otras diversas prácticas
sueltas. La interpretación más razonable, conforme a todo lo dicho, nos parece la
siguiente: En la devoción al Divino Corazón hay que distinguir los dos grados varias
veces mencionados; uno es el de las prácticas sueltas, con las promesas
correspondientes a ellas, y en él esta devoción no pasa del nivel de las otras devociones
que hay en la Iglesia Católica. Aquellas frases de que el Sagrado Corazón quiere o todo
o nada no parece se refieran a este grado, según cada día se experimenta; aquí el
Corazón Divino acepta cuanto el hombre quiera darle.
Otro grado es el de la consagración completa, grado al que se hallan vinculadas las
promesas de este culto en toda aquella exuberancia que suena, y que es el que en
realidad ha de formar en la Iglesia aquella infinita muchedumbre de siervos fieles, de
perfectos amigos y de hijos verdaderamente agradecidos de que Santa Margarita habla.
Aquí es donde creemos se cumple aquello de que El quiere todo o nada. Quien pretenda

200
mantenerse en este plano es preciso que dé el corazón entero, que ocupe su mente y su
voluntad con aquel ideal único. Si a tanto no se resuelve y quiere reservar algo, pasará
al grado inferior. Santa Margarita no distingue estos dos casos, aplica en común el todo
o nada. No encierra ello nada de particular, porque cuando hablaba del Corazón de Jesús
tenía de ordinario en el pensamiento la devoción en toda su plenitud, y así fácilmente
decía de ella en general lo que debe entenderse del grado más superior; cosa que se
observa asimismo en los profetas del Antiguo Testamento cuando tratan del reinado del
Mesías.
Y no parecerá extraña esta idea de todo o nada, si se considera que cosa muy parecida y
que ilustra la presente, es natural entre los hombres. Una persona puede tener un gran
número de amigos, y ninguno de ellos se molestará por eso; pero si pasamos a un grado
de unión de los corazones más intimo que el de la simple amistad, todos saben que en él
no caben partijas: todo, o sencillamente nada. Para amigos basta algo, para el grado
superior es necesario dar todo. Con esta comparación creo se entenderá algo mejor la
doctrina precedente, y se observará de paso lo mucho a que aspira la consagración
completa en la devoción al Corazón de Jesús.

No es para pocos

Pero salimos de Escila y entramos en Caribdis; soltamos una dificultad, pero la solución
nos lleva a otra no menor. Si es verdad lo precedente, la consagración por fuerza ha de
ser para muy pocos, y entonces, ¿cómo compaginar esto con los testimonios insertados
más atrás que proponen esta práctica a todos sin distinción? La solución está, en que no
es cuestión tan ardua como al principio aparece. Porque, en efecto, si la consagración
exigiese que después de efectuada hubiese de quedar el hombre como automáticamente
olvidado por completo de sí mismo, e invadida enteramente su alma por el único ideal
de hacer reinar en el mundo al Corazón de Jesús, eso no sería difícil, sino punto menos
que imposible, sin un milagro de Dios. Pero la consagración no requiere ya al principio
tales Cosas; exige escoger ese programa, que ha de orientar para siempre nuestra vida,
resolverse de una vez a practicarlo, y luego hacer buenamente lo que en nuestra mano
esté por reducirlo a la obra; el olvido efectivo de sí mismo, y la invasión completa del
corazón por el único ideal vendrán espontáneamente por la fuerza que en sí encierra la
misma consagración. Puestas en este punto las cosas, no parece que se trate de empresa
dificilísima. Claro es que dentro de la consagración esencialmente completa existen
muchos grados en la práctica, como acaece entre los hombres, que, siendo todos
completos en la especie humana, o séase, animales racionales, hay sin embargo entre
ellos diferencias individuales tan diversas, cuales son p. ej. las que median entre el santo
más sublime y el forajido más malo, entre el sabio más profundo y el más inculto
hotentote; y de su peso se cae, que los efectos que producirá en las almas la devoción al
Corazón de Jesús han de ser proporcionales a tal variedad de grados. Esta observación
tan obvia hemos de tener presente, para juzgar con acierto acerca de la eficacia de este
camino interior. También se deben considerar las cualidades naturales del sujeto. Para
fallar acerca del mérito de un artista no basta considerar en sí misma la escultura por él
hecha; es preciso hacerse cargo también del material que ha tenido que emplear. Hay
materias tan desdichadas, que sacar de ellas una escultura decente supone una maravilla
de arte.

§ IV

201
MODO DE HACER LA CONSAGRACIÓN

Estudiadas las dos partes de la consagración personal, resta que hagamos algunas
observaciones en orden a su realización inmediata.

1º Pensarlo en serio

El lector habrá podido observar que se trata de una nueva orientación de la vida; de un
cambio de mira entero; de un enfocar las actividades todas hacia un ideal distinto del
hasta entonces tenido, y esto es acto de trascendencia, y de trascendencia tal, que abrirá,
como suele acontecer, una nueva era en la vida. Siendo así, es preciso meditarlo
seriamente, y no hacerlo a la ligera; porque hacerlo en esta forma sería sencillamente no
hacerlo.

2º. Hacer una fórmula

Todos los grandes amigos del Corazón de Jesús lo han hecho así, y todos lo
recomiendan. En la Iglesia todas las consagraciones se expresan generalmente con una
oración particular, de la cual es buen ejemplo la fórmula de la profesión religiosa.
No decimos que la fórmula sea un elemento esencial; lo esencial aquí es que el hombre
se consagre por completo en realidad al Corazón de Jesús, y que viva una vida
informada toda ella por las ideas, principios y sentimientos de que hemos venido
hablando; si esto existe, aunque no haya escrito fórmulas estará en la verdad
consagrado; y si esto falta, falta la consagración aunque haya escrito diez fórmulas; al
modo que en la vida religiosa no está el punto en leer la profesión o los votos, sino en
abrazar la vida de que es expresión la fórmula.

Su utilidad

Que ella sea cosa muy útil, se verá con sólo considerar lo que representa y en realidad
debe ser. No es una oración devota con que el hombre manifiesta lcs afectos de su alma
al Divino Corazón. Es una cosa parecida a lo que son las fórmulas de profesión en los
Institutos religiosos; es decir: una especie de programa, en que se hallan resumidos los
principios sustanciales de la Orden, que abrazados, profesados y vividos, ya tiene el
hombre en resumen el alma de su Instituto. Eso es la consagración en la devoción al
Corazón de Jesús: un programa, en que se hallan compendiados la armazón, el esqueleto
de este camino interior; por consiguiente el acto de consagrarse es algo así como la jura
de esta divina bandera; es la profesión solemne - si se permite la frase - en la orden de
los amigos del Divino Corazón. De aquí la utilidad de esta fórmula; porque es un tener
siempre ante sí los principios capitales de esta ascética, con lo cual pueden llegar
fácilmente a convertirse en nuestra propia sustancia e informar enteramente la vida.

Sus condiciones

Por esto no tanto hay que procurar que el acto de consagración sea bello, cuanto que sea

202
exacto, claro y completo. De aquí que no sea lo más laudable tomar uno de los varios
que corren acá y allá por los libros, generalmente copiados de Santa Margarita, del B.
La Colombiére o de otros grandes amigos del Sagrado Corazón. La razón es, porque
como esas almas notables eran como las columnas de este precioso edificio, escogidas
especialmente por Cristo para la nueva misión, Él mismo se encargó de consagrárselas,
y por Sí mismo grabó dentro de su corazón las ideas capitales de este camino de vida
espiritual; por esta razón, para ellos bastaba una fórmula cualquiera, y no parece que
nunca se pusiesen exprofeso a escribir una consagración enteramente cabal, si bien cada
una de ellas tiene casi todas las ideas principales, y todas en su conjunto encierran
cuanto hay de más importante en la práctica fundamental de este culto. Es cierto que,
sabiendo leer entre líneas, difícilmente se hallará fórmula alguna de las tenidas por
clásicas, en que no se encuentre todo; pero están demasiado comprimidas varias cosas, y
frecuentemente con no mucho orden científico; y aunque para las personas que se han
consagrado ya servirían quizá muy bien, en cambio, no son tan prácticas para los que
por el camino ordinario, que después de aquellos primeros apóstoles todos hemos de
seguir, han de llegar poco a poco y por sus pasos contados a la perfección completa de
esta santa devoción.
Es muy recomendable que cada uno se haga su consagración, si puede; pues aunque
todas deben forzosamente encerrar los mismos principios fundamentales, que son unos
para todos, sin embargo, a algunos será más útil ampliar ciertas ideas, introducir estas o
aquellas aplicaciones, añadir, quizá, algún punto que le sea muy a propósito para el
estado en que está. Y aun no es malo por lo mismo reformar cuando le plazca su
fórmula, a causa de alguna nueva aplicación o adición que las circunstancias del
momento hagan necesarias o útiles, aun dejando siempre intactos los principios
capitales.
Para más facilidad pondremos también al final de nuestro libro el esbozo de
consagración insertado en el opúsculo. ¿Y quién no sepa o no pueda leer y escribir? Se
entera bien de los puntos sustanciales, se fabrica mentalmente su consagración con
ellos, se la aprende de concepto, y la hace y torna a hacer cuando quiera.
La fórmula debe ser lo más completa posible, pero no excesivamente larga a fin de
poder renovarla diariamente, según diremos después.
No es necesario advertir que cada cual en su fórmula, después de la Sma. Virgen, puede
invocar asimismo a los Santos sus devotos, si le pareciere bien, y en la forma que le
agrade.

3º Día y hora

Éstas son también cosas muy accidentales y en que cada uno puede hacer lo que le
plazca. Mas para decirlo todo, indicaremos aquí lo que sobre esto aparece en los grandes
amigos del Corazón de Jesús.
Santa Margarita habla muchas veces del Primer Viernes de mes después de la
comunión:
«Si desea V. ser del número de sus amigos, le ofrecerá este sacrificio de sí misma un
Primer Viernes de mes después de la comunión, que con esta intención recibirá» (1)
«Es menester - añadía a la M. de Saumaise - comulgar un Primer Viernes de mes, y
después de la santa comunión hacerle el sacrificio de sí misma...» (2)
Lo mismo aconseja otras veces.
Al P. Croiset, como vimos, recomendaba hacerla: «el día que ofreciere V. el primer
santo Sacrificio en su misterio de amor» (3).

203
El B. La Colombiére hizo la suya el día del Sagrado Corazón, y en ese mismo el P.
Bernardo de Hoyos.
El P. Loyola el día de la Natividad de la Santísima Virgen...
Como ve el lector, aquí aparecen o las fiestas
principales de la Iglesia, o los Primeros Viernes de mes, o una fecha importante en la
vida del individuo; y siempre después de la comunión.

(1) Cartas Sta. Margarita, ed. F. Alcañiz, t. Saumaise, cart. VII pág. 65
(2) Idem, cart. 10, pág. 77
(3) Idem, t. Croiset, cart. 19, pág. 117

4º. Renovarla

Es práctica de importancia, para no volver atrás del camino comenzado. Es preciso


renovarla por lo menos cada día, con la misma seriedad que cuando por primera vez la
hicimos. La significación de tal acto y su eficacia está en decir todos los días al Corazón
de Jesús con humildad ciertamente, pero a la vez con firmeza: «Señor, bien sabéis mis
deficiencias; ya veis qué mal cumplo mi palabra; pero no obstante me ratifico en lo
dicho; mantengo mi decisión y quiero cumplirla hoy mejor que el día precedente».
Hombre que esto dice seriamente un día, una semana, un mes, un año y muchos años,
acabará en realidad por mantenerse en lo dicho. Y es que el Corazón Divino lo que
sobre todo exige es la voluntad humana: la decisión seria y firme de querer uno ser
suyo; si esto existe, todas las demás debilidades poco a poco hará Él que desaparezcan.
Ahora bien, esa determinación perpetua de la propia voluntad es el fruto más precioso
de la renovación diaria de nuestra consagración.
Decimos que ha de ser diaria; pero esto es solamente como mínimum. Santa Margarita
había colocado su consagración en una bolsita, que llevaba sobre el pecho, y muchas
veces al día procuraba renovarla mentalmente poniendo sobre ella la mano. Esta
práctica recomendaba asimismo a otras personas. Así» por ejemplo, escribiendo a una
religiosa ursulina, le decía:
«Invito a V. a consagrarse y sacrificarse toda al Sagrado Corazón después de la sagrada
comunión, que recibirá V. con esta intención. Y le envío al efecto una consagracioncita,
para que la lleve sobre su corazón con una estampa» (1).
A una persona muy unida con la M. de Saumaise le aconseja de parte del Corazón de
Jesús:
«Y todos los Primeros Viernes de mes haga decir tina Misa o la oiga, para colocarse ella
y todo lo que le pertenece bajo mi protección, y repita todos los días la consagración
pequeña» (2)
Como aquí quien habla es el Corazón Divino, ya se ve que El es también quien aconseja
esta práctica.

(1) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2ª., cart. 127, pág. 503, ed. frc.
(2) Idem, cart. 80, pág. 383

APÉNDICE

204
1) San Luis Gonzaga

Su relación con el Sagrado Corazón

Todos saben que San Luis es uno de los santos pertenecientes al grupo del Corazón de
Jesús. En efecto, el P. Croiset en su libro sobre la devoción al Corazón Divino, al tratar
de los medios para adquirirla, el sexto que ofrece es: «Una devoción singular a San Luis
Gonzaga» (1)
Santa Margarita, escribiendo al mismo Padre, le dice:
«Y como indica V., que es necesario orar al Bienaventurado Luis Gonzaga para
alcanzarla (la devoción al Corazón de Jesús), desearla mucho tuviese V. la bondad de
enviarnos un cuadro de él, grabado en dulce, y del mismo tamaño que los del P. La
Colombiére. Es para nuestra capilla del Sagrado Corazón» (2)
Pero lo que sin duda ha contribuido más a dar a conocer este aspecto de San Luis ha
sido el célebre testimonio de Santa M. a Magdalena de Pazzis, religiosa carmelita de
Florencia.
Siendo el P. Virgilio Cepari Rector del Colegio que la Compañía tenía en Florencia, fue
encargado de la dirección espiritual de la santa carmelita. Diole un día la vida y una
reliquia de San Luis Gonzaga. Mientras la santa partíala en diversos trozos, fue arrobada
en espíritu y comenzó a decir pausadamente:
«¡Oh, cuánta gloria goza Luis, hijo de Ignacio! Nunca lo hubiera creído, a no habérmelo
revelado mi Jesús. Paréceme en alguna manera no caber tanta gloria en el cielo, cuanta
veo que tiene Luis. Yo digo que Luis es un gran santo. Santos tenemos nosotros que no
creo tengan tanta gloria. Quisiera poder ir por todo el mundo a publicar que Luis, hijo
de Ignacio, es un gran santo, y desearía manifestar a todos la gloria que goza, para que
Dios fuese glorificado».
«Toda esta gloria ha logrado por haberse aplicado mucho a hacer actos internos. ¿Quién
será capaz de explicar el precio y eficacia de estos actos interiores? No tienen
comparación con los exteriores».
«Luis viviendo en la tierra tuvo abierta su boca a las miradas del Verbo, (fue prontísimo
en cumplir sus inspiraciones). Luis fue mártir incógnito, porque el que de veras te ama,
Dios mío, echa de ver que e res tan grande y tan infinitamente amable, que le es grande
martirio el ver que no te ama cuanto quisiera amarte, y que no seas amado, sino antes
ofendido de las criaturas. Hízose también mártir de si mismo».
«¡Oh, cuánto amó en la tierra!; y por eso ahora goza de Dios en el Cielo con una gran
plenitud de amor. Tiraba saetas al Corazón del Verbo cuando estaba en la tierra. Ahora
que está en el cielo aquellas saetas descansan en su corazón, porque aquella
comunicación que mereció en esta vida por sus actos de amor y unión con Dios (que
eran sus saetas) ahora la comprende y posee...»
Yo también quiero animarme a ayudar a las almas, a fin de que, si alguna fuere al cielo
con mi ayuda, ruegue por mí, como lo hace San Luis por quien en esta vida le ayudé»
(3)
Nótense las palabras que hemos subrayado. Sus actos de amor y unión eran las saetas, y
como éstas iban al Corazón del Verbo, se ve que su vida interna iba sobre todo dirigida
al Corazón de Jesús.
Además puede observarse en este testimonio, y es cosa por otra parte que todos sus
biógrafos afirman, cómo el carácter distintivo de la santidad de este ángel humanado fue
la caridad divina y la vida interior; virtudes ambas muy propias de la devoción al
Corazón sacrosanto. Lo mismo se diga de la pureza, y, sobre todo, de aquel su amor
ardentísimo a la santa Eucaristía. Su muerte viene a poner el sello a lo que llevamos

205
dicho. Expiré el último día de la octava del Corpus entre diez y once de la noche» casi
alboreando el día en que había más tarde de celebrarse la fiesta del Sagrado Corazón;
parece, pues, que el Señor quiso muriese entre el Santísimo Sacramento y el Corazón de
Jesús.

(1) Croiset. La devoción al Corazón de Jesús, t. I, part. 2ª, cap. IV. §6, pág. 208, ed. esp.
1881
(2) Vida y Obras, ed. 3ª., t. II, p. 2., cart. 131, pág. 537,. ed. frc.
(3) Véase cualquier vida de S. Luis; Cervós, Meschler, etc.

Palabras del Hº. Celestini

Después de lo que precede parecerá nada extraño el acontecimiento siguiente, que tanta
resonancia tuvo en el siglo diez y ocho. Nicolás Celestini, joven de noble familia
romana, entró en la Compañía en Junio de 1764 a los diez y siete años de edad; pero al
año siguiente se hallaba a las puertas de la muerte, víctima de terribles convulsiones.
«Dentro de dos horas morirá», dijo terminantemente médico. A poco, los que le asistían
vieron que se incorporaba, fijaba la mirada en un cuadro de San Luis que tenía en el
extremo del lecho, se le encendía el rostro y hablaba con el Santo. Estaban los presentes
pasmados de aquella escena, cuando de repente exclamó: «Estoy curado, estoy curado;
San Luis me ha devuelto la salud; le he visto, le he hablado; dadme los vestidos; ya
nada sufro». Acudió el P. Rector y el Hº. Celestini le refirió lo siguiente: «Durante el
último acceso, en lo más fuerte de mis convulsiones distinguí de repente el retrato de
San Luis, colgado en el extremo de mi lecho, y que hasta entonces no habla visto. Su
mano izquierda tenía un crucifijo, y con la derecha me hizo una señal para que me
acercase... Era tan hermoso su rostro, que no pude menos de exclamar: ¡qué hermoso
sois, oh mi San Luis, qué hermoso sois! ¿Qué quieres, - me preguntó el Santo - la salud
o la muerte? Fiat voluntas Dei - respondí yo. - Y San Luis replicó, sonriendo: puesto
que durante tu enfermedad lo único que has deseado ha sido recibir el santo Viático y te
has abandonado en todo lo demás a la voluntad de Dios, Nuestro Señor te concede por
mi intercesión la salud, para trabajar todavía en tu perfección y propagar con todas tus
fuerzas la devoción a su Sagrado Corazón que es devoción. agradabilisima en el cielo
(che é divozione graditisiima in cielo). Me dio luego algunos avisos secretos para mi
santificación, y me recomendó también como muy saludable, la devoción de los seis
domingos en honor de los seis años que él vivió en la Compañía... Al decir estas
palabras el Santo y darme su bendición, todos mis dolores desaparecieron» (1)
Se instruyó proceso jurídico sobre el caso, y el 5 de Junio se publicaba un decreto
declarando milagrosa la curación. Nótese que tres días antes del suceso se habla
publicado otro decreto aprobando la Misa y oficio del Sagrado Corazón; concesión que
por ser la primera de esta clase revestía importancia extraordinaria. Por toda Europa
corrió la narración del milagro, y doce obispos pidieron el mismo año la fiesta del
Corazón Divino para sus diócesis. El Hº. Celestini propagó esta devoción cuanto pudo,
y tres años después, 2 de Febrero de 1768, murió con fama de santo.

(1) Puede verse en la Vida de S. Luis: Cepari-Rodeles, pág. 311, Meschler, pág. 260, y
Tejada, Deudas, pág. 196, etc., etc.

206
II) Santa Teresita

La rapidez vertiginosa con que Dios ha llevado a esta Santita a poder de milagros al
honor de los altares, y la difusión rápida que su devoción ha tenido son indicios de que
el Señor tiene sobre ella algún plan en estos tiempos. ¿Cuál es? Vamos a indicar una
conjetura, dejando al lector que la acepte o la rechace según le pareciere mejor.
Hay una grande semejanza entre el espíritu de Santa Teresita y el de lá devoción al
Corazón de Jesús. En efecto, ¿cuáles son las notas más salientes de aquél? La primera es
el amor, quien lo dude lea’ el capítulo último de su autobiografía, y se convencerá. «¡Mi
vocación es el amor!... En el Corazón de la Iglesia, mi Madre, seré el Amor». La
segunda nota es el abandono de un niño en los brazos de Dios su Padre. No citamos
pasajes, porque esto lo conoce todo el mundo. Es su caminito de la infancia espiritual; el
cual, dice ella, «es el camino de la con - fianza y del total abandono». La tercera nota es
un ardor apostólico extraordinario. «Quisiera ser misionero - decía - no solamente
durante algunos años,’ sino que quisiera haberlo sido desde la creación del mundo, y
seguir siéndolo hasta la consumación de los siglos» (1). Por algo ha sido declaráda al
lado de San Francisco Javier patrona de las misiones.
Éstos son los tres rasgos más salientes de su espíritu. Compárelos el lector con los de la
devoción al Corazón de Jesús, según hemos venido observándolos, y verá si hay
semejanza. Lo que sí da un tinte peculiar a la confianza y abandono de Santa Teresita en
la nota infantil. Es verdad que son varios los pasajes en que Santa Margarita insiste en la
misma idea, y. gr.: Avisos, nº. 9; Id. Nº. 15; id. Nº. 23; id. nº. 45, etc. Lo mismo se diga
del B. La Colombiére, y. gr.: carta 25, id. 26, etc. (2). Es verdad también que la
devoción tierna al Niño Jesús fue virtud muy peculiar en los PP. Hoyos y Cardaveraz,
pero ninguno le dio el lugar preeminente que le ha dado e Santa Teresita; sin embargo
aun aquí, como se ve, no deja de existir su semejanza.
Repárese, en fin, en la consagración al Amor Misericordioso de la Santita, acto al cual
dio mucha importancia ella en su ofrecimiento como victima de amor, cosa tan usual en
los amigos del Divino Corazón; en su desolación continua, al menos en los últimos
años, como Santa Margarita y otros; en su espíritu llano y sencillo en lo exterior, nota
muy peculiar de la ascética del Corazón de Jesús, etc., y se advertirá de nuevo el notable
parecido de entrambos caminos de vida espiritual.
Por estas y otras razones conjeturamos que la misión de Santa Teresita consiste en
difundir de esa manera dulce, atrayente y sugestiva, propia de ella, las ideas y principios
capitales del Corazón de Jesús a fin de que, introducidas las almas sin darse cuenta en
su atmósfera y espíritu, baste luego un soplo muy ligero de la gracia para que a banderas
desplegadas entre en ellas a reinar profundamente el divino Rey de Amor. De hecho las
personas que algún tiempo han seguido las huellas de la Santita, ¡qué fácilmente
comprenden la devoción al Corazón de Jesús! Creemos, pues, que con mucha exactitud
ha dicho el Papa Pío XI, que esta Santa era: «una nueva flor que la caridad del Divino
Corazón ha. hecho surgir en el jardín del Carmelo».

(1) Autob., cap. XI


(2) Pouplard, Vida del P. La Colombiére

Acto de consagración

Madre mía Inmaculada, aunque indigno hijo tuyo, vengo a Ti, pues sé que en esta
ocasión te agradará mi deseo. Quiero ser todo del Corazón de Jesús, pero siendo Tú mi

207
Madre, no deseo dar un solo paso sin Ti. Aquí tienes mi pobre consagración, arréglala
como mejor te agradare y, después, en tus purísimas manos, o mejor, si te parece,
guardada dentro de tu dulce Corazón, preséntala al Corazón de tu Hijo; y luego, Madre
querida, toma a tu cargo el hacérmela cumplir, a fin de que eternamente conste que de
todo cuanto por esta vía alcanzare, la gloria, después del Corazón de Jesús, toda se
deberá a Ti.
¡Corazón dulcísimo de Jesús, Rey mío, Rey de bondad y de amor! Quiero ser tuyo por
completo y para siempre. Acepto gustosísimo ese pacto que deseas, tan dulce y tan
honroso, de cuidar Tú de mí y yo de. Ti, aunque temo que vas a salir perdiendo.
Aquí me tienes a mí y a todo lo mío; ya es tuyo; haz de ello como quisieres, sin atender
para nada a mi gusto o a mi disgusto; que aunque me mates, en Ti esperaré y de Ti me
fiaré.
Mi alma con sus potencias y su libertad, para que sin reparo uses de ella; mi salvación
eterna, mi grado de gloria en el cielo y de virtud en la tierra, mi progreso espiritual; no
quiero en todo esto más que lo que Tú quisieres, pues ya mis intereses son tuyos.
Mi cuerpo, salud y vida; dame la que a Ti te agrade y en la forma que sea de tu
voluntad.
Mis obras buenas hechas o por hacer, hasta mi postrer instante. De poco te servirán,
pero cuanto valgan, ahí las tienes. Como no son mías, ya no dispondré de ellas sino en
los casos de obligación, o si en otros, en que la caridad pide, será con la condición
expresa de si fuere de tu agrado. Cuanto por mí ofrecieren en vida y después de muerto.
Mis asuntos, familia, casa, hacienda, oficio, empresas, amigos, obras de celo, etc. Tú
sabes mejor que yo lo que conviene para tu gloria y bien mío; haz como a Ti te
agradare, aunque veas que me cueste.
En todo esto quiero hacer como si el éxito de - e pendiera de mi solo, pero luego el
resultado dejarélo todo a Ti, convencido de que Tú, no mis pobres diligencias, serás
quien lo ha de llevar a término.
Quiero, Dios mío, olvidarme por completo de mí mismo y de todo interés phpio, y
fiarme en absoluto de Ti, descansando con paz segura y tranquila en tu dulce
providencia. Ayúdame a conseguirlo.
Propongo hacer todo cuanto pueda para no tener más ideal en la tierra ni en el cielo que
tus intereses santos; trabajar por que reines en todos los corazones, sirviéndome para
ello de todos los medios que estuvieren en mi mano, a saber:
Oración. - Lo más continua que pueda, pidiendo tu reinado en todas partes y a todas
horas: en la Iglesia, en casa, por las calles, y en todas las ocupaciones diarias.
Sacrificio pasivo. - De aceptación resignada, y aun alegre, por que reines, de cuantos
sufrimientos vengan; de esas mil pequeñeces que se nos ofrecen a diario, y de otras
cosas más graves que la
Providencia permita; y activo, con penitencias externas y vencimientos internos de mi
carácter, genio, pasiones y malas inclinaciones; sobre todo tomando con valentía la
táctica de la mortificación continua y a la ofensiva en las mil cosas pequeñas que a cada
instante se ofrecen.
Actos de virtud. - Cumpliendo con esmero mis deberes religiosos, domésticos,
sociales, etc. Ejercitando otras virtudes: la caridad con el prójimo, la humildad, la
obediencia, la mansedumbre; santificándome todo lo más que pudiere, no por mi
interés, sino por darte más gloria, y dando muy buen ejemplo, pero sin llamar la
atención nada.
Propaganda oral y escrita: libros, folletos, fomentando cultos, consagraciones de
familias, talleres, fábricas, ayuntamientos, diputaciones, etc., y la comunión de los
nueve Primeros Viernes; pero sobre todo buscando almas que de lleno se consagren y

208
ayudándolas a que sigan consagradas.
Y como veo con pena que, además de no reinar en miles de corazones, tu honor santo es
ultrajado y traído por los suelos, a causa de nuestras culpas, sobre todo las que tocan al
Sacramento de Amor, yo quiero hacer lo posible con sufrimientos, plegarias, sacrificios,
vida santa, apostolado, para reparar tu honor y gloria divinos y restituirles, según mi
pequeñez y miseria, el lustre y el esplendor que tienen tan merecido.
Por último, yo propongo: 1º. Vida Eucarística, lo más intensa posible, con la comunión
frecuente, y en cuanto pueda diaria, sobre todo en los Primeros Viernes de mes; con
visitas al Santísimo, en persona cuantas pueda, y en espíritu continuas, etc.» etc.
2º. Leer y meditar, cuanto me sea posible, cosas de esta devoción para mejor
conocerla, practicarla y Propagarla 3º Renovar todos los días mi consagración, con la
mayor seriedad.
Mucho he determinado hacer, Corazón amabilísimo» pero como Tú, más que yo, serás
quien ha de hacerlo, no dudo de resolverme; todo lo espero de Ti; de mí yo no espero
nada y me alegro que así sea, a fin de que eternamente conste que toda la gloria es tuya,
y a mí no se debe cosa alguna.

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

SUMARIO. - Objeto de esta devoción. - Nuestro intento. - Fuentes. - Una observación.

PARTE 1
Excelencia de esta devoción

Capítulo 1
SANTA GERTRUDIS, SAN JUAN EUDES Y SANTA MARGARITA

SUMARIO. - §1- Sta. Gertrudis .- Notas biográficas.- Gran revelación.- Reenfervorizar


al mundo.- §II-S. Juan Eudes.- Su vida.- Su estima de esta devoción.- §III- Sta.
Margarita.- Palabras de Benedicto XV.- Una causa de su eficacia.- Su cerebro
incorrupto.- Primera gran revelación .-1. Una redención amorosa. ¿Qué significa?- 2.
Un último esfuerzo de su amor.- 3. Este gran designio de Dios.- 4. Tesoro, profusión de
gracias.- a) No puede decir cuanto sabe.- b) Cúmulo de gracias.- 5. Deseos vehementes
del Sdo. Corazón.- 6. Odio de Satanás a esta devoción.- 7. Virtud santificadora de este
culto.- A)Respecto de los individuos.- El librero. Un diseño. Dos monedas.- Otros
pasajes.- B) Respecto de las Comunidades religiosas.- Quiebras, cimientos.- Fervor
primitivo.- Unión de caridad. - Fines de cada Instituto.- Ricas promesas. -8. Remedio
soberano para las almas del Purgatorio.- Devoción de Sta. Margarita.- La. explicación.-
Preciosa carta resumen.

Capítulo II
OTROS AMIGOS DEL SAGRADO CORAZÓN

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SUMARIO.- § I- P. Bernardo de Hoyos. - Notas biográficas.- Revelación magnífica.- S.
Miguel y el pueblo hebreo. - S. Miguel y los últimos tiempos. - S. Miguel modelo.- Más
abundancia que nunca. - A la persona de Cristo. - Separación de los campos. - Una de
las mayores finezas .- Anhelos, riquezas.- § II-P. Agustín de Cardaveraz. - Breve
noticia. - Gran fragmento. - Deseos ardientes del Sagrado Corazón. - § III - María del
Divino Corazón. - Breve noticia. - Magnífica carta al Papa. - Resultado de la carta. - El
Corazón Divino según León XIII. - Porvenir del mundo.- Las promesas se cumplen. §
IV - Benigna Consolata Ferrero. - Breve noticia.- Tesoros, resurgimiento. – Deseos
ardientes del Divino Corazón. - § V- San Juan Evangelista. - A) ¿Conoció esta
devoción?. -B) La Herida del costado. - La iglesia y el costado. - La Iglesia y el
Corazón de Jesús.- Pruebas Litúrgicas. - Concilios provinciales, etc. -
Rejuvenecimiento. - El cuerpo místico. - Un don del Corazón Divino. - A las entrañas
del cristianismo. - La idea de progreso. - Un fenómeno de muchas esperanzas.

Capítulo III
EL REINO DEL CORAZÓN DE JESÚS

SUMARIO - § I El reino según los amigos del Sagrado Corazón. - Documentos


generales. - Concretando más. - Testimonio del P. Hoyos. - María del Divino Corazón.
§ II - El reino y la Encíclica Miserentissimus. - Importancia de esta devoción. - Reino
del Corazón de Jesús. - Reino universal. - La Misa de Cristo Rey. - § III.- Reino
universal de Cristo en la S. Escritura. - S. Pablo. - Los Patriarcas. - Salmo 71. - Isaías. -
Daniel. - § IV.- Conclusión. - La Iglesia y la importancia de esta devoción. - Concilios
provinciales. - PP, del Concilio Vaticano.

PARTE II
Consagración. Primer elemento

Capitulo 1
IMPORTANCIA DE LA CONSAGRACIÓN

SUMARIO. - § 1. - La práctica. - Dos grados. - Segundo grado. - § II. - La consagración


y la Iglesia. - Toda la Iglesia. - § III. - La consagración y Santa Margarita. - (M.
Soudeilles). - Descripción. - Promesas (M. Saumaise). - A su hermano. - A Luis XIV. -
Para todos. - § IV. - La consagración y otros amigos del Corazón Divino. - Los
compañeros de la Santa. - E1 Padre Hoyos y sus compañeros. - María del Divino
Corazón. - Consagración perfecta. - Conclusión.

Capítulo II
CONSAGRACIÓN 1ª PARTE: ENTREGA DE TODO

SUMARIO. - § 1. - ¿Qué es consagrarse?. - Según el nombre. - Un pacto - El pacto y el


Papa Pío Xll. - Entrega de todo. - §I. - Entrega del alma. - La libertad. - ¿Por qué a todos
la libertad? - Gracia y gloria. - En las fórmulas. - Sta. Margarita. - B. Consolata. - § III.
Entrega del cuerpo. - Sta. Margarita. - La idea de la salud. - § 1V. - Entrega de las obras.
- El testamento - En otros pasajes. - El B. La Colombiére. - Otros testimonios. - § V.

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Entrega de lo externo. - Sta. Margarita.

Capitulo III
VIRTUDES DE LA PRIMERA PARTE

SUMARIO. - § 1. - Olvido de sí mismo. - Un núcleo. - A) Testimonios. - El B. La


Colombiére. - Sta. Margarita. - María del Divino Corazón. - Benigna Consolata. - B) 1ª
Significación: no inquíetarse. - C) 2ª. Significación: desinterés. – C) 1ª La tradición. -
2.ª La exageración. - 3.0 El justo medio. - ¿Por qué? - Otro extremo. – 4º. En esta
devoción. - Nada de quietismo. - Dos aspectos de lo nuestro. - Nada de semiquietismo. -
Apéndice. - El amor a la propia abyección. -§ 1I. - La confianza. - Virtud básica. - Sta.
Margarita. - A ciegas. - ¿Por qué a ciegas? - Benedicto XV. - Benigna Consolata. - § III.
- La paz del alma. - Sta. Margarita. - B. La Colombiére. - P. Hoyos. - ¿Cuál es la causa?
- Virtud muy mesiánica.

PARTE III
Consagración. Segundo elemento

Capítulo 1
EL APOSTOLADO

SUMARIO. § 1. - El apostolado es esencial. - Santa Margarita. - En el pacto. - El B. La


Colombiére. - P. Hoyos. - María del Divino Corazón. - Benigna Consolata. - § II. - Los
apóstoles y las predilecciones del Sagrado Corazón. - A) Es un gran don ser apóstol. -
Santa Margaritta - P. Hoyos. - P. Cardaveraz. - B) Cariño del Sagrado Corazón a sus
apóstoles. - Santa Margarita. - P. Cardaveraz. - C) Privilegios especiales. - Con letras de
oro en su Corazón - Las doce estrellas. - Un monumento de sus misericordias. - Gloria
de su Orden. - Hermosa idea. - D) Bendiciones sobre su familia y patria. - E) Él
premiará y castigará lo que a ellos se Izaga. - F) Para ellos las más ricas promesas. -
O) La muerte de los apóstoles. - Conclusión. - Las diez promesas a los apóstoles.

Capítulo II
MANERAS DE APOSTOLADO

SUMARIO.- § 1.- La oración. - Todos pueden ser apóstoles.- Frecuentes jaculatorias. -


Sta. Margarita. - P. Hoyos. - § II - El sacrificio. - A) Sacrificio pasivo o de aceptación. -
Sta. Margarita. - P. Croiset. - La Colombiére. - B) Sacrificio activo o de mortificación. -
Una táctica espiritual. - Sus ventajas.- Muy propia de esta devoción. - Sta. Margarita. -
P. La Colombiére. - Benigna Consolata. - Observaciones.- C) La devoción al Sdo.
Corazón dulcifica la Cruz .- 1) Testimonios claros.- 2) Ejemplos que lo confirman - Sta.
Margarita. - La Colombiére. - Hoyos. - María del Divino Corazón. - Benigna Consolata.
- § III - Acciones buenas. - Santificación propia. - El ejemplo.- § 1V - La Propaganda. -
A) Debe hacerse.- Dificultades. - Su importancia.- B) ¿Quién puede ejercer el
apostolado externo? - Personas pobres y despreciadas. - Ni milagros en general. - Lo
que Él exige. - Confirmándolo. - No forzar.

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Capitulo III
LA REPARACIÓN

SUMARlO. - § 1. - La Reparación. - Institución de la fiesta. - Textos no eucarísticos. -


¿Por qué la reparación? - ¿Cómo reparar? - Reparación y Eucaristía. - Otros aspectos. -
No es cosa triste. - Carácter redentor.

PARTE IV

Capitulo 1
LA EUCARISTÍA

SUMARIO. - § 1. - La Eucaristía. - Coincidencias. - Santa Gertrudis. - Sta. Margarita. -


P. Hoyos. - María del Divino Corazón. - Benigna Consolata. - Consecuencias. - § II. -
La devoción a la Virgen. - Sta. Gertrudis. - Sta. Margarita. - P. Hoyos. - María del
Divino Corazón. - S. Juan Evangelista. - En la fórmula de Consagración. Apéndice: El
Sagrado Corazón y S. José. - § III. - El Corazón de Jesús y la caridad fraterna.

Capítulo II
EL IDEAL DE LAS ALMAS CONSAGRADAS

SUMARIO - § 1 - Los grandes modelos. - A) Sta. Margarita. - Su única alegría. - 11 -


secreto para hacerle hablar - No puede amar sino a quien a Él ama. - Porque Él reine..,
aun el infierno. - Cree ha sido hecha para Él solo. - B» P. Bernardo de Hoyos. - Grandes
deseos. - C) Otros amigos del Corazón de Jesús. - P. Agustín Cardaveraz. - La
Colombiére, María del Divino Corazón y San Juan Eudes. - Consecuencia. § II - ¿Es
ideal vara todos? - A) Sta. Margarita. - A diversas personas. - Todo o nada. - B) P.
Hoyos. - Las palomas. - Primer grupo. - Segundo grupo. - Tercer grupo. - El tesoro y la
perla. - § III - Aclaraciones sobre el Ideal. - Ideal único. Una objeción. - Todo o nada. -
No es para pocos. - § IV - Modo de hacer la consagración. – 1º. Pensarlo en serlo. – 2º.
Hacer una fórmula. - Su utilidad. - Sus condiciones. – 3º. Día y hora. 4º. Renovarla. -
Fórmula de Consagración. - Apéndice. - 1) San Luis Gonsaga. - Su relación con el
Sagrado Corazón - Palabras del Hº. Celestini. - II) Santa Teresita. - Acto de
Consagración.

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