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LEY DE LA ATRACCION

La vista del águila

Cuando me refiero a la vista del águila, no estoy diciendo otra cosa que mirar al mundo
con la vista de nuestro Espíritu.

Es decir, mirar nuestro caminar sobre el mundo desde una perspectiva amplia, no sólo
por la visión que nos permite (el águila) sino que además abarca y “domina” todo (el
espíritu), porque éste como tal, usándolo con la mente “creativa” podemos dominar
nuestro propio mundo consiguiendo lo que deseamos.

Al mirar desde “arriba” nuestra vida, estamos separando nuestro pensamiento producido
por nuestro ego, el que nos ata a la tierra haciéndonos competir con nuestros
semejantes.

Y por contraposición aprendemos a mirar la vida con nuestro espíritu, el cual se


materializa con nuestra mente creativa, mirando a todos los que ocupan el mundo
simplemente como aquellos que nos acompañan en nuestro camino, ya que nuestro
objetivo (al manejarnos con nuestro espíritu y no con nuestro ego) es competir contra
nosotros mismos, queriendo ser cada día mejores que el anterior.

Obviamente que todo esto implica un cambio radical de pensamiento (del competitivo
al creativo), el cual no es fácil porque la mayoría de los que emprendemos el estudio de
la Ley de la atracción hace 30 ó 40 años que venimos pensando firmemente de la forma
equivocada.

¿Ahora bien, cómo cambiamos esta forma de pensar?

El ego que no fue creado por Dios, sino por nuestra propia mente se alimenta del temor,
y ante ello siempre esta a la defensiva contra todo el entorno.

Por eso siempre competimos con el prójimo y no estoy hablando de un partido


deportivo o con un compañero por el puesto vacante de supervisor, sino con aquel que
tenemos al lado o no y que queremos ser mejor que él, mostrándole que tenemos una
mejor casa, un mejor auto o una mejor campera.

Es decir que a causa de nuestro ego queremos ser superiores al otro, para contrarrestar
ese temor que alimenta continuamente al ego. De tal forma que al hacernos creer a
nosotros mismos que somos más que aquel, nuestro temor desaparece en ese momento o
se reduce.

Entonces como resumen vemos:

1º) Tenemos un ego que erróneamente creemos que nos hace triunfar en la vida.

2º) El ego se alimenta del temor.

¿Y en definitiva qué consecuencia es lo que produce el temor?


Pues el temor evita que el Espíritu Santo intervenga cumpliendo nuestro deseo, ya que
el mismo (subconsciente) es quien intercede entre nuestra conciencia y Dios
(supraconsciente).

Y aquí es donde se materializa ese “cambio de pensamiento” del que hablo más arriba.
No compitiendo con los demás y sacándonos el temor que nuestro ego nos hace creer
que tenemos.

¿Y cómo se logra lo anterior?

Contraponiendo al temor el amor, el amor a Dios (por Él mismo y a través del amor que
ofrecemos a nuestros semejantes) sabiendo que Dios nos dará todo lo que pedimos y
que nos corresponde, porque al brindarle amor no estamos haciendo otra cosa que
teniendo Fé en Él.

Cuando digo amor me refiero al sentimiento de desearle al otro lo mejor, aun cuando
esa persona no sea “buena” y hasta incluso nos haya hecho algo malo. No quiero decir
con esto que vayan y le den una palmada en la espalda, sino sólo con su propio espíritu
desearles (darle amor) lo mejor para él o élla.

Para que entiendan esto les voy a dar un ejemplo (siempre trato de materializar estas
enseñanzas que aprendo de otros autores consagrados, por medio de mis propias
experiencias prácticas).

Hace unos meses atrás pasé por afuera de una oficina de un “colega”, la cual recién la
había inaugurado (la misma estaba preciosa y con buen gusto). Ante ello y sabiendo que
su titular en el pasado no se había comportado profesionalmente en forma correcta
conmigo, yo podría haber actuado con envidia y deseándole lo peor. Sin embargo
actuando como la Ley de la Atracción dice, le desee interiormente lo mejor.

Luego de esto, a los dos o tres días vino a mí oficina (tengo una inmobiliaria) una
cliente a la que unas semanas atrás le había mostrado para comprar un departamento, y
que en ese momento no se había convencido para comprarlo.

Cuando esta mujer se sentó en mí escritorio delante de mí, me comentó que mientras
charlaba en la oficina de este “colega” del que hablo más arriba, vio sobre su escritorio
el diario de avisos de ese mismo día, donde le llamó la atención un aviso que yo había
publicado de ese departamento que a ella anteriormente no la había convencido; sin
embargo lo que decía ese aviso le cambio el sentimiento por el mismo.

¿Por lo tanto cómo terminó esta historia?

Pues ese mismo día fue nuevamente a ver ese departamento y ahora sí lo compró.

Es decir en la oficina de la persona que yo le desee el bien, aún cuando ésta en el pasado
me había perjudicado, trajo como consecuencia, que en esa misma oficina esta mujer se
decidiese por la compra que antes había descartado.
Algunos (lo que no creen en la ley de la atracción) dirán que es casualidad, pero para los
que saben el “secreto” en la ley de la atracción no hay coincidencias o casualidades, son
todas consecuencias de nuestros actos y pensamientos.

Entonces resumiendo esto último nos queda:

3º) El tener temor (de que deje de pasar tal cosa o que pase algo malo) evita que el
Espíritu Santo (el subcosciente) interceda para transformar nuestro deseo en realidad.

4º) El temor se lo anula contraponiendo el amor (hacia otro semejante o hacia Dios
mismo confiando en Él por medio de la Fé que depositamos en el mismo).

Ahora vemos que la forma de pensar y actuar correctamente es dejando de lado el temor
y procurando fijarse únicamente en uno mismo, guardándonos las críticas para nosotros,
para mejorar cada día y dejando las alabanzas para los demás, acompañando esto del
deseo interior de desearles el bien a quien tenemos adelante, incluso a nuestra
“competencia” porque esto redundará por “reacción” en mayor bienestar para nosotros
mismos.

Concluyendo, esa mirada de águila nos tiene que enseñar que debemos dejar de lado
nuestro ego, actuando con humildad y empezar a ver a nuestros semejantes con una
mirada de nuestro propio Espíritu.

Es hora ya de que dejemos de ver el árbol y empecemos a mirar el bosque.

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Desde Mar del Plata, Argentina, hacia todo el mundo, Walter Daniel Genga.

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