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“Bienaventurados los humildes en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”

Si alguna característica de espíritu distingue a aquellos que han tenido un verdadero


encuentro con Dios, esta es la humildad. Además, no existe verdadera humildad que no
haya nacido de un encuentro con Dios. La Biblia enseña que el hombre es por naturaleza,
orgulloso, y esta es la esencia del pecado. Pero ¿A qué nos referimos al hablar de orgullo?
Además, ¿por qué la Biblia enseña que esta es una condición terrible en la que la
humanidad se encuentra? Empecemos por decir que el orgullo es una ficción del espíritu
humano. El orgullo es una dependencia en nosotros mismos y en nuestras fuerzas en todo
lo que concierne a nuestras propias vidas. Confiamos en nuestras fuerzas físicas,
emocionales e intelectuales para alcanzar todo aquello que nos proponemos. Junto a esto,
todo lo que hacemos tiene como fin la auto-preservación y nuestro pleno bien estar.
Aunque nuestra actitud sea la mencionada, vez tras vez volvemos a caer en cuenta de que
esta no es la realidad, que las circunstancias de nuestra vida y de nuestro alrededor no
están en nuestro control. Pero en esos momentos, ese mismo orgullo que nos lleva a
confiar en nosotros mismos, también nos impide reconocer esta verdad y entender que es
Dios el que verdaderamente tiene el control y es digno de que le busquemos. En esos
momentos tratamos de esconder nuestros más profundos miedos y temores bajo una
actitud de superficialidad burlona, o con la ayuda de todo tipo de medicamentos que nos
impidan enfrentar la realidad. ¿A caso controlamos el latir de nuestro corazón? ¿Podemos
evitar la aparición de un determinado cáncer? ¿Y un accidente? ¿Controlamos las lluvias
o la perfección de las leyes físicas que rigen nuestro planeta? ¿Y qué de nuestros seres
queridos? En toda la creación Dios ha dejado patente delante del hombre que es Él el que
tiene el control de todas las cosas. Si hoy podemos respirar y llevar alimento a nuestras
bocas, es porque su favor es para con nosotros. Por lo tanto, el orgullo no pasa de una
fantasía sarcástica que le impide al hombre reconocer su condición y pedir ayuda al único
que es capaz de suplir las necesidades más profundas de su corazón.
Continuando nuestro pensamiento, meditemos un poco en el significado de la
humildad. Si el orgullo es una falsa percepción de nuestra condición de dependencia, la
humildad es el sencillo reconocimiento de nuestro estado y necesidad. Es por eso que
cuando Jesús utiliza un ejemplo para hablar de la humildad, se refiere a un niño. Los
niños no tienen ninguna dificultad para aceptar su condición de dependencia e
incapacidad. Su seguridad nace en saber que sus padres cuidan de ellos. Así también sólo
aquel que reconoce tal dependencia e incapacidad, abrirá su corazón para aprender y
recibir de Aquel que es poderoso para suplir al hombre de todo lo que necesita. La
humildad es la aceptación de aquello que es real en cuanto a nosotros mismos, y el tomar
el lugar en el que somos vulnerables para aprender y recibir. Debemos concluir diciendo
que la única manera por la que el hombre es capaz de tener una idea real en cuanto a si
mismo, y por ende, alcanzar humildad, es tendiendo un encuentro con Dios. Cuando
empezamos a conocer quién es Dios, empezamos a conocer quiénes somos nosotros
mismos.

Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; y nadie viene al Padre si no por mi”
Juan 14:6
Ver: Job e Isaías cap. 6.

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