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“Bienaventurados los que tienen hambre y

sed de justicia, porque ellos será


saciados.”
Después de los artículos de navidad y de noche vieja, continuamos con nuestro
breve estudio de las bienaventuranzas. Para recordar un poco nuestro enfoque de las
mismas reiteramos que, en una primera instancia, lo que el Señor nos presenta en este
trecho del conocido Sermón del Monte son las características esenciales de un verdadero
cristiano. Aquí no encontramos características aisladas pertenecientes por naturaleza a
diferentes personas, sino las características esenciales del nuevo corazón del cristiano. En
segundo lugar e íntimamente relacionado al primero, aquí vemos a un hombre que es
verdaderamente feliz, esto es, la felicidad humana según Dios, el creador del hombre.
Estas razones hacen que nuestro acercamiento a las mismas sea de fundamental
importancia, especialmente en los conturbados días en los que vivimos.
Frente a nosotros tenemos la cuarta bienaventuranza, la cual de alguna manera
engloba las tres anteriores, y avanza más allá de las mismas. Si la humildad, el llanto
espiritual, y la mansedumbre de espíritu denotan un reconocimiento de nuestra verdadera
condición de absoluta pobreza e incapacidad espiritual, el hambre y sed de justicia es la
reacción natural que las precede. Al reconocer mi condición espiritual, comienza un
anhelo en mi corazón por ser restaurado y verdaderamente saciado. Así como el hambre y
la sed físicas no son el problema en si, sino que son el alerta del cuerpo frente a una
necesidad, la cual demanda una acción; el hambre y sed de justicia son la alarma del alma
frente a una real necesidad, y esta también conlleva una acción.
Ahora bien, si todos los hombres son profundamente necesitados de ser saciados
de la justicia de Dios, ¿Por qué este hambre y sed es tan raro? La razón por la que esto es
así es que el pecado, al mismo tiempo que mata al hombre, le ciega a esta realidad. Cual
veneno mortal que con la anestesia trae la muerte, el pecado mata al hombre sin que este
tenga claro conocimiento de lo que verdaderamente está ocurriendo. Por lo tanto, la
primera obra del Espíritu Santo en nuestros corazones es abrir nuestros ojos a la terrible
realidad del pecado, para que a su vez, pasemos a experimentar el verdadero hambre y
sed de justicia.
La siguiente pregunta que nos hacemos es: ¿a qué justicia se refiere esta
bienaventuranza? Negativamente decimos que no se refiere única y exclusivamente a un
deseo de justicia social del cual muchas veces oímos hablar. Aquí nuestro Señor nos
habla tanto de la justificación, esta es la justicia que nos es dada por el Padre en Cristo
Jesús, como de la santificación plena, la cual se refiere a la libertad absoluta de toda y
cualquier influencia del pecado. Un anhelo profundo por santidad es la marca que
siempre acompaña al verdadero cristiano, ya que este es un experimentado conocedor de
la terrible realidad del pecado en su propio corazón, y en el mundo que lo rodea.
Finalizando este pensamiento deseo que nos preguntemos sinceramente si este hambre y
sed es real en nuestro corazón. ¿Hemos reconocido nuestra necesidad? ¿Existe este
anhelo por santidad en nuestros corazones? Sólo aquellos que tienen hambre y sed de
justicia han de ser saciados. Que el Espíritu Santo abra nuestros ojos a esta patente
necesidad. Amén y amén.

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