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Cuaderno

Criterios para el correcto filosofar

Muchos de ustedes conocerán


personas que no quieren saber
nada con la filosofía, piensan que
los filósofos están en la Luna, que
los textos filosóficos aportan poco
para el vivir cotidiano. Los análisis
filosóficos pueden poseer algún
valor como ejercicio intelectual,
pero de alguna manera todo ese
pensamiento superprofundo
parece como que sólo sirviera para
mantener entretenido a los
filósofos en juegos de agudeza
intelectual, pero que poco valor
tienen para la vida real y sufriente
de las personas.

Supongamos que llegamos a un


Club de Ajedrez, ahí nos podemos encontrar con personas muy distintas unas de otras,
algunas calladas, otras más extrovertidas, algún jugador brillante, otros jugadores que no
ganan una partida ni muriendo el contrincante sobre el tablero pero que poseen una
capacidad de análisis tremenda, en teoría ven infinidad de variantes y posibilidades,
pueden realizar análisis a una profundidad increíble, ven cosas que los jugadores
experimentados y con gran fuerza de juego parece que no ven. ¿Cómo puede ocurrir esto?
¿Cómo puede ser que estos grandes analíticos, estos grandes teóricos con la lengua más
hábil que la mano que mueve las piezas jamás ganen una partida?

Bueno, podemos considerar que la vida es análoga al juego de ajedrez donde en cada
momento nos encontramos en una posición particular del juego. En la vida podemos tener
poder o no tenerlo, no tenerlo implica encontrarnos en una situación muy vulnerable. Vivir
implica ir construyendo un espacio propio en el mundo, un espacio con cierto poder para
actuar en el mundo y proveernos de lo que queremos. Muy similar a lo que ocurre en una
partida de ajedrez.

Muy bien, volvamos al Club de Ajedrez, supongamos que un día se decide dar una
charla acerca del ajedrez, teoría, aperturas, medio juego, finales. Estos Maestros podrían
considerarse como los filósofos del juego ciencia, nos proveerán de criterios para elaborar
estrategias de juego, sintetizarán su experiencia de manera de enseñarnos lo que han
aprendido. De todos los expositores, ¿a cual escucharemos? De seguro que si en una sala
está Kasparov hablando y en la otra me encuentro yo, la sala de Kasparov estará llena y
en la mía ni yo estaré porque no me perderé lo que Kasparov tenga para decir.

Lo mismo ocurre con la filosofía, los grandes jugadores del juego de la vida estarán
jugando, los grandes perdedores estarán creando esas filosofías donde reinará la fineza
en los análisis pero donde la mayoría podremos captar que el gran pensador está fuera
de sintonía y que ha sido expulsado de este mundo. Filosofará sobre la NADA, sobre el
SER, sobre el ENTE, etc. Sobre cuestiones que a nadie sano le interesa, porque cuando
alguien acude a lo que un pensador tenga para decir, lo hace para obtener conocimiento
sobre cómo jugar mejor el juego de la vida.

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Con las malas filosofías sentimos inmediatamente que se ha construido un castillo de


naipes pero con palabras. Sentimos que el pensador debió apelar a la razón para
construir deductivamente su sistema por falta de intuición. La intuición se construye con la
experiencia, un jugador de ajedrez con buena intuición no analiza todas las posibilidades,
capta la situación total, la pondera para encontrar las jugadas que pueden conducirlo
a ganar, y sólo analiza esas variantes. El charlatán, a falta de experiencia e intuición,
analiza todas las posibilidades, por lo que no puede llegar a nada con sentido. Le falta el
ancla de la experiencia para intuir qué cosa es importante y qué no lo es.

Por ejemplo, cuando me encuentro con un filósofo que pretende ponerse a analizar el
SER y su vinculación con la NADA, siento que está mal de la cabeza, que son cuestiones
completamente intrascendentes, que no me interesan, que no tienen mucho que ver con
el juego de la vida.

El mal jugador del juego de la vida generalmente se convierte en un charlatán, como


lo son esos analistas que en el ajedrez no pueden ganar una partida pero que tienen
teorías muy sofisticadas sobre las cuestiones del juego. En la filosofía el charlatán es el
Sofista, que posee una cierta aptitud para enganchar la atención del oyente y pasearlo
por algunas de las cuestiones de la filosofía, especialmente aquellas que no están sujetas
a la experiencia, aquellas donde todo descansa en los argumentos y jamás en elementos
de la realidad. Un Sofista es un comentador de textos. Posee cierta habilidad para debatir
y mantener al otro enganchado llevándolo por distintos ámbitos, pues es muy escurridizo,
sabe como no cerrar jamás el debate manteniéndolo abierto, pues al mantenerlo abierto
mantiene la atención del otro enganchada, y mientras tenga enganchada la atención del
Otro, existe, mientras sienta que tiene algo para decir y que otros están interesados en lo
que diga, se sentirá reconocido. Pero al poco tiempo nos damos cuenta que no tiene nada
de valor para decir, que es un simple charlatán ilustrado. Que su único propósito consiste
en aparentar saber, pero que su discurso muy lleno de palabras provoca desazón,
aburrimiento, que todo no pasa de ser cháchara vacía. Para el Sofista las cosas que
dice están ponderadas por la ingeniosidad de los argumentos, por su sutileza, no por
la importancia de lo que se dice, de ahí que sus temas difícilmente pasen por cosas
reales, menos por las cosas que habitualmente conversan las personas, pues ahí quedará
en evidencia su desconocimiento de las cosas, de cosas que la mayoría conocen. El
Sofista tomará los supuestos problemas de la tradición filosófica, problemas que tienen
poco valor para el resto de los mortales. Gustará de tomar los grandes análisis sobre
cuestiones como el SER y la NADA, nos contará los argumentos desarrollados hasta la
fecha, hará una síntesis, etc. Todo su interés pasa por el comentario de los textos de la
tradición filosófica, y se entrena con ellos. Así, si se encuentra con un par de amigos que
están preocupados con la situación de Haití, inmediatamente buscará en su repertorio
de comentarios filosóficos aquellos que puedan de alguna manera traerse a colación.
Tratará de desviar la conversación del tema original y real a cuestiones filosóficas últimas,
trascendentes, que a los pobres amigos no le interesarán, por lo que deberán encontrar
la forma elegante para escapar de este amigo Sofista que tanto cree que tiene para decir.

Las personas intuitivamente captan cuando algo que se dice tiene valor o es cháchara,
palabra vacía. Pueden captar la palabra vacía debido a que poseen experiencias de vida
que le indican los caminos extraviados de la razón. Mientras mejores jugadores del juego
de la vida con mayor precisión podrán descartar la sofistiquería. En cambio, las personas
extraviadas, no podrán hacerlo y se engancharán con estos sofistas, hasta puede que los
consideren grandes maestros. En síntesis, mientras menos entiendan lo que estos sofistas
digan, mayor será la admiración que experimentarán por ellos.

Al Sofista se lo puede identificar por los temas que siempre lo acompañan, temas que
tratan sobre cuestiones ideales alejadas de la realidad, difícilmente se interesan por
cuestiones reales, pues desprecian aquello que no pueden controlar. Se sienten más
seguros en temas donde no sea fácil demostrar el error de sus argumentaciones que
descansan en otras argumentaciones y donde remiten en su mayoría a textos que pocos
conocen. Las personas sanas toman hechos reales para conversar porque la realidad es lo

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que les preocupa, el sofista, en cambio, quiere escapar de la realidad hacia un territorio
donde se siente seguro y donde nadie pueda demostrarle sus errores.

Así podemos encontrarnos con esos oscuros profesores de filosofía que se sienten
superiores al resto de los mortales pues han construido en su espacio mental la imagen de
un gran sabio, sabio que no gusta ensuciarse con las cosas terrenales tan contaminadas,
por lo que su interés correrá por lo espiritual intangible e indemostrable. Profesores
que han construido infinidad de teorías sobre los temas ideales más diversos con nula
aplicación en el mundo real. Conjunto de teorías complejas y sutiles, a las que pueden
apelar cuando sea necesario, pero que desgraciadamente quedan escondidas en la
interioridad de estos grandes hombres completamente desconocidos, pero con el gran
valor de alimentar la autoestima del pensador.

En fin, dirán estos grandes profesores de filosofía que su filosofía al menos les ayuda
a ellos a vivir mejor. Desgraciadamente el resto de los mortales prefieren prescindir de
tan exótico néctar avinagrado por el paso del tiempo y el resentimiento por la falta de
reconocimiento.

Admiramos los grandes logros, no las grandes argumentaciones que puedan explicar
el fracaso. La sutilidad de las argumentaciones no encandilan a quienes están bien
enraizados en la realidad, sólo pueden impresionar a quienes no lo están, a los perdidos
que buscan algún tipo de ayuda y donde el principio de realidad es inexistente en ellos,
por lo que dependerán de lo que otros puedan aconsejarle.

Los Sofistas tienen éxito con quienes están completamente perdidos, con quienes no
pueden distinguir un delirio de un saber real. Para los perdidos mientras más
extravagante y exótico sea el discurso del Sofista, mayor admiración experimentará.

El Sofista se siente crecer con cada libro que lee porque tiene algo más de lo que hablar.
Me llega la imagen de un loro repetidor, mientras más letra tenga para repetir mayores
aplausos cultivará.

Entonces, el criterio para el correcto filosofar consiste en conocer por experiencia propia
aquello de lo que se pretende hablar, y, claro, escuchar a quienes sentimos que tienen
algo interesante e importante para contarnos.

Fuente: Criterios para el correcto filosofar

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