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Tratado ThomasH] obbe 5 S obre Edicion de Joaquin Rodriguez Feo el ciudadano CLAsicos yee ete Director de coleccién Jacobo Munoz © Editorial Trota, S.A., 1999 Sagasta, 33. 28004 Madrid Telefono: 91 593 90 40 Fox: 91 59391 11 Exnail: troto@infone.es hinp://wew.rota.es © Joaquin fodhiguez Feo, 1999 Disefo. Jooguin Galego ISBN: 8481642967 Deposito legal: VAGG4/99 Impresion Simoncas Ediciones, S.A. Pal Ind, San Cristal C/ Esta’o, parcola 152 A701 2 Voll lic INTRODUCCION En la filosofia moral y politica de la época moderna, Thomas Hobbes es un precedente de casi todas las ideas que han configurado la filosofia practica de los tiltimos siglos. Esté en el arranque de la corriente iusnaturalista, dentro de la Filosofia del Derecho, que conti- ntia, en sus versiones més recientes, aportando contenidos a la Teorfa del Derecho. Esté igualmente en el punto de partida de las teorfas con- tractualistas, que interpretan la vida social en términos de contrato, de Covenant o de Pactum, referencia también inexcusable para el contrat de Rousseau’ incluso para los neocontractualismos que no dejan de surgir en las teorias sociales més recientes. Su método fue igualmente innovador, y Hobbes fue uno de los que mds partido sacé a la secreta envidia que sentian hacia la ciencia, por su seguridad y su progreso, los que en aquellos afios se ocupaban de la filosofia prctica. Es imposible desligar el trabajo de Hobbes de las éticas more geomeirico que después se intentaron o de los varios discursos sobre el método que comenza- ron a proliferar desde entonces. De esta importancia y de su valor coyuntural Hobbes fue muy consciente cuando en la Carta Dedicato- tia a De Corpore al conde de Devonshire, dice: La fisica es una materia nueva. Pero la filosofia civil (politica) Jo es més atin, al no ser mds antigua (y esto lo digo ofendido y para que mis detractores sepan lo poco que han conseguido) que mi obra De Cive'. ee oes Podrfan seguir anotandose sus descubrimientos tedricos, como la importancia del deber en la ética, que Kant absorberfa e incorporaria con una enorme fuerza en su obra. Por todo ello, la lectura (0 relectura) de El cindadano no puede ser mas que estimulante para revisar tanto los aciertos como los errores, que forman parte ya de nuestra historia reciente. Y Opera Latina, I, de la edicién de Molesworth. Estas paginas estin sin numerar, pero por el orden correlativo a esta cita le corresponderia la p. CV. XI JOAQUIN RODRIGUEZ FEO EL CIUDADANO HOBBES Thomas Hobbes no fue clérigo ni profesor de Universidad. Para el mantenimiento propio y de su aficion a la filosofia eligid la formula de servicio a la nobleza, que le concedié una sorprendente independencia e hizo posible la satisfaccién de su pasién por los viajes. El resultado fue una obra original: la de un solitario, edit , que conocié personal- mente a los hombres de su tiempo que le interesaba conocer, que vivid todas las tormentas polfticas, intelectuales y religiosas que su siglo pro- dujo, y que disfruté de una vejez hicida y larga. Los interesados en la biografia de Hobbes deberan acudir a sus bié- grafos clasicos: Ténnies y Watkins sobre todo. Pero aqui serd titil pre- sentar una visién répida por esta raz6n: porque la vida de Hobbes (su historia personal, la de su pais y la de Europa) esta tan vinculada con su obra que sus escritos reflejaban lo que sucedfa en ese momento, aunque no aludieran a ello, E Su infancia, no demasiado feliz al ser hijo de un clérigo inculto y pendenciero, estuvo marcada por el miedo segtin propia confesién. A los doce afios pasé a depender de su tio, entonces alcalde de Malmes- bury que, al no tener hijos, se interesé por la educacién del sobrino en el que vefa facultades prometedoras. De los quince a los veinte afios estudié en el Magdalen Hall de Oxford, en un ambiente puritano, y al graduarse en bachillerato de artes, tiene lugar un suceso que va a influir decisivamente en su vida: el entonces barén Cavendish, después conde de Devonshire, le contrata como preceptor de su hijo, y ahi comienza una relacién que va a llenar toda su vida. A él precisamente, «Al exce- lentisimo sefior Guillermo, conde de Devonshire» dedica su De Cive. Con el joven Cavendish, aparte de cazar y conocer Londres, viaja por primera vez, a los veintidés afios, a Europa: Francia ¢ Italia, donde encuentra una cultura que juzga superior y cuyos idiomas, segtin T6n- nies, llega a leer y comprender. Otra de las pasiones que va a durarle toda la vida fue la de conocer personalmente a los hombres que consideraba relevantes para la cultu- ra. En Inglaterra entonces Bacon de Verulam era uno de ellos, y el Lord Canciller acostumbraba recibir en su posesion de Gorhambury a xi jévenes estudiantes a los que «becaba» a cambio de ayudas para sus tra- jos, especialmente en cuestiones de escritura y traduccién. Segtin parece acostumbraba a escribir dictando a su secretario mientras pasea- 4 por su finea, castigando la torpeza de su amanuense_con bastonazos en la cabeza. Tan incémodo ejercicio de secretaria lo experimentd Hobbes, aunque no consta que recibiera los golpes de Bacon ya que, al parecer, éste confesé que no habfa encontrado nunca un secretario tan dispuesto como el joven Thomas Hobbes. En cualquier caso, de este contacto a Hobbes le quedé una inagotable curiosidad por la historia natural y las ciencias. Aparte de la libertad de espiritu que Bacon man- tuyo en sus estudios, Contintia con sus aficiones a los clasicos grecolatinos, y de entre los historiadores prefiere a Tucfdides, al que traduce, y que le inicia en el interés por los problemas del derecho y de la justicia. Al morir su gran amigo Guillermo, conde de Devonshire, le deja una pensién anual de ochenta libras «para que no se viera obligado a servir», pensién que no era gran cosa pero que a Hobbes le bastaba para llevar su vida que nunca tuvo pretensiones econdmicas. Viajar era lo mas caro que hacia, pero siempre encontraba o¢asiones y ayudas. Un viaje de afio y medio a Paris estuvo sufragado por un noble irlandés, sir Gervase Clifton, que envid allf a su hijo acompafiado por Hobbes. En este viaje Hobbes tiene una revelacién decisiva, que es el descubrimien- to de Euclides y de su légica demostrativa. Tonnies lo relata asf: Pero fue en su viaje con el joven Clifton, principios del afio 1629 —tenfa cuarenta afios de edad—, cuando Hobbes empezé a estudiar a Euclides, casi por casualidad. El libro yacia abierto en la proposicién I, 47. Leyé la proposicién y exclamé; “;Imposible!”; siguié Ieyendo la demostracién, que le refirié a otra, y ésta a otra, hasta leerlas todas, con- venciéndose demostrativamente de la verdad de la proposicién. Los obje- tos mateméticos no le interesaban mucho —estaban muy lejos de la pol- tica y de la vida diaria—; pero el método le impresion, y su empefio mayor consistié en apropidrselo, ya que con él poscerfa un instrumento infalible para encontrar lo dificil, afirmar lo verdadero y deshacer lo falso. Peto zpot qué —se pregunta— el pensamicnto légico obtiene tan grandes resultados en este dominio de la geometrfa? Porque no estin frente a fren- te la verdad y el interés de los hombres. Pero éste es el caso cuando, en ugar de comparar lineas y figuras, tenemos que comparar hombres; inmediatamente tropezamos con su derecho y con su interés y somos rechazados. «Pues tan a menudo como la razon esté contra el hombre, tantas veces el hombre se pondrd contra la razén. Tonnies, F., «Vida y doctrina de Thomas Hobbes», Revista de Occidente, Madrid, 1932, p. 39. XIIL JOAQUIN RODRIGUEZ FEO Los viajes de Hobbes tienen como finalidad principal conocer a los hombres relevantes que pudieran ensefiarle algo directamente, y a la vex disponer de un tiempo libre de ocupaciones en los largos desplaza- mientos cuya incomodidad parece ignorar. Asi, en un viaje a Venecia le obsesiona la idea de que no hay més que una sola realidad que presenta formas diversas. Fsta idea le persigue dia y noche, en su viaje al mediodia francés y a Italia, a caballo, en coche, sobre el mar, y el poseerla le hace feliz’. Podria afiadirse también que los viajes le ofrecen una oportuna coartada cuando quiere alejarse de situaciones comprometidas en su propio pais, implicado en esos afios en una guerra civil y en drdsticos cambios politicos, asi como en fanatismos virulentos que més de una vez encontraron en Hobbes una victima muy significada. Los hombres excepcionales que conocié Hobbes, tanto en Inglate- rra como en el continente, constituyeron el patrimonio més estimado por él. Hablé latgamente con Galileo, en Pisa o en Arcetri, sobre la teorfa del movimiento y Galileo, al parecer, aprobé la idea de Hobbes de tratar la moral more geometrico. En ese mismo viaje concibié el esquema de su Grand Design: De Corpore, De Homine y De Cive. Pero el centro de sus «relaciones puiblicas» estaba en cl convento franciscano de Paris, cerca de la Place Royale, donde el padre Mersenne se relacio- naba con los personajes m4s notables de las ciencias y de las letras, y los relacionaba entre s{. Gassendi, Roberval, Martel, Du Prat, Cons- tantin, Huygens, Rivet y posiblemente Descartes. Con este ultimo las relaciones de Hobbes no fueron buenas, segiin parece. Fue amigo de Harvey, el médico de Bacon, con tanto entusiasmo que llegé a ser més harvelsta que el propio Harvey en la supremacia que concedia al coraz6n (...) como «la fuente de todos los sentidos»*. Conviene también tener en cuenta, para comprender la comple- jidad de las relaciones personales de esta época, que Harvey habia sido alumno de Galileo en Padua. Y conviene también tener presen- te que cuando Hobbes tenia treinta y siete afios, Grocio publicaba su De iure belli ac pacis, aunque no consta que se conocieran perso- nalmente. Finalmente, Hobbes llegé a ser un anciano licido e inquieto que a > Thid., p. 42. « Watkins, J. W. N., ;Qué ha dicho verdaderamente Hobbes? Doncel, Madrid, 1972. p, 131. xIV INTRODUCCION sus noventa y un afios, en visperas de su muerte, emprende la redac- cién de un tratado de Cyklometria. Sin embargo, cuando un lector actual acomete la lectura de Hob- bes recibe la impresién paradéjica de estar ante un innovador y un espiritu inquieto, a la vez que constata la presencia desconcertante de elementos y actitudes claramente medievales. Esta sensacién es la que refleja Roux en su trabajo Thomas Hobbes, un penseur entre deux mon- des°, que formula muy bien la esencia de esa paradoja: en Hobbes con- viven, de forma conflictiva, los residuos medievales de su educacién que operaban atin en la vida de su época, con el stil nuove del Renaci- miento que supuso la apertura a nuevos métodos, nuevas actitudes y nuevos temas. Tradicién y progreso, filosoffa y ciencia, individuo y sociedad, etc., son los titulos de las paradojas que a la vez desgarraron y enriquecieron a Hobbes. Estas tormentas no fueron sélo interiores. En el exterior Hobbes fue condenado y proscrito. El Parlamento inglés investigé sus obras y los estu- diantes de Oxford, azuzados por sus profesores, quemaron sus libros. Esto sucedfa en 1683, pero ya en 1654 Roma se habfa adelantado con un Decretum que situaba a De Cive entre los libros condenados y prohibidos, Hobbes fue en vida més admirado en el continente que en Inglate~ tra y, si se quiere tener de él y de sus paradojas un retrato psicolégico, éste es el que le hace Roux: ‘Au cours de nos études, nous découvrirons "enfant Hobbes qui, comme tous les enfants de son enfance élisabéthaine, révait d'aventures et de cartes du monde. L'homme, adulte, craint la multitude, et cette timidité est souvent prise pour de la misanthropie, 4 moins qu'elle ne V'ait engendrée. Il hétite de plusieurs modéles de pensée et son oeuvre philosophique occupe un peu plus du quart de sa vie sculement. Ancien sectétaite de Bacon, il est en dehors du courant empitique d'inspiration baconienne; du point de vue épistémologique, c'est un homme seul sur son ile comme sur le continent: il est Je chantre du progrés matériel, penseur du capitalisme, théoricien de l'expansion coloniale, et en méme temps c'est un esprit absurait et théorique, un découvreur de principes & cent lieues des applications de la science. C'est un homme secret, difficile & interpréter, un homme de controverse, dogmatique, caustique, didactique. C'est un témoin de son temps, théoricien de Vhistoire, qui a compris ct su analiser la guerre civile dont il a été le témoin, un idéologue qui veut intégrer l'histoire au modéle du discours scientifique: il a participé a la vie politique, il veut un souverain puis- sant & qui obéir: quand Charles IT lui interdit de publier Behemoth il * Roux, L., Thomas Hobbes, penseur entre deux mondes, Publications de l'Univer- sité de Saint-Etienne, 1981, p. 8. XV ic EE—=ETT Tl lL rLCUGUrlL_—=EE...TCCtC—“‘ENSCStsCSstst‘(...dd ee JOAQUIN RODRIGUEZ FEO ‘ obéit, ayant, pourrait-on dire, pratiqué d'avance I'auto-censure. Cet homme au tempérament actif, qui vilipende l'oisiveté, c'est aussi un penseur poéte, le peincre du royaume des ténebres. Au-deld de ces impressions, il y a l'ocuvre qui, elle aussi, révéle et cache a la fois®. Este fue el Thomas Hobbes admirado y aborrecido que dejé una | obra ambivalente pero de una fuerza innegable. Su biograffa coincide ‘con la de su ¢poca desgarrada y sangrienta que anunciaba ya un siglo \ nuevo: el de las Luces. LA INGLATERRA DE HOBBES De forma singular la vida de Hobbes reproduce la de Inglaterra en una época de radicalismos y de guerra civil. Al pretender explicar por qué publicaba De Cive en primer lugar, cuando en su proyecto ordena- do figuraba al final, después de De Corpore y De Homine, escribe: Y mientras completaba, ordenaba y escribfa lenta y cuidadosamente (porque yo no discuto sino que calculo), sucedié que mi patria, unos aiios antes de estallar la guerra civil, hervia en discusiones acerca del derecho del poder y de la obediencia debida por los ciudadanos, precur- soras de la guerra que se avecinaba, lo cual fue la causa de aplazar lo demés y madurar y terminar esta tercera parte. Y asi sucedié que lo que iba a estar en tiltimo lugar apareciese en el primero cronolégicamentes sobre todo porque pensaba que, al estar fundada en principios propios conocidos por la experiencia, no necesitaba de las anteriores” Cuando Hobbes escribe esto, anda por los cincuenta afios. En ese momento sube al trono Jacobo I y une las coronas de Escocia y de Inglaterra. Su excesivo apoyo en el derecho divino y su desprecio al Par- lamento dan lugar a una situacién contenciosa que se prolonga con Carlos I en una de las situaciones mds borrascosas de la historia de Inglaterra. El desorden interior (Carlos I gobierna once afios sin Parla- mento) se solapa con la guerra de los treinta aftos, a la que habia prece- dido la guerra con Fspafia, hasta que en 1640 (fecha en la que est redactando De Cive) la guerra-rebelién escocesa provoca la convocato- © Thid., pp. 8-9. ” Prélogo de Bl ciudadano. INTRODUCCION ria de! Parlamento Corto (abril-mayo de 1640), y en el Parlamento Largo (1640-1653) tiene lugar el nacimiento de dos partidos politicos pi iban a tener larga y gloriosa historia: el moderado (zories), proce- lente de la antigua aristocracia, y el radical (wighs), puritano, del que nacerfan el partido liberal inglés y el republicano de los Estados Uni- dos. Hobbes asiste como testigo preocupado a estos movimientos polf- ticos, y el afio de la publicacién de De Cive presencia el enfrentamiento del Rey con el Parlamento y la incubacién de la guerra civil. Al Rey le apoyan las dos Cémaras, la nobleza y la Iglesia del centro y norte de Inglaterra, y al Parlamento la armada, la ciudad de Londres y el Sur del pais, es decit, la burguesta y la gentry. Para matizar més la situacién, el Rey esté por la Iglesia episcopal y el Parlamento por el puritanismo presbiteriano, que se divide, y uno de sus sectores constituye el grupo més fuerte bajo Cromwell que, en la primera guerra, hace prisionero al Rey, etc. Pero Hobbes vivird atin lo suficiente como para asistir a la mucr- te de Cromwell y al regreso de Carlos II. Se puede anotar también que el trato que cecibié Hobbes tanto por parte de la monarqufa como por parte de las iglesias nacionales refor- madas (episcopaliana y presbiteriana) no reconocié en absoluto el mag- nifico servicio tedrico que Hobbes les habfa prestado al legitimar no s6lo el poder absoluto del monarca y su jefatura espiritual sobre la Igle- sia nacional sino también la independencia de ésta de las pretensiones soberanas de la Iglesia de Roma* Esto es lo que conviene no olvidar para poner nombres propios a los conceptos de Hobbes a lo largo de De Cive. La tesis de MacPherson de que el estado de naturaleza era una formulacién nada abstracta, ni siquicta metédica, sino una lectura de la sociedad inglesa del XVII, ha de entenderse en este sentido. Asi lo entiende también Bobbio en su Introduccién a De Cive®, y Warrender, en su edicién del texto que nos ocupa, hace ver que éste transparenta continuamente la historia con- temporanea de la Inglaterra de Hobbes. PRECEDENTES Y REFERENCIAS Los materiales previos con que contaba Hobbes para construir su sistema propio no los encontré excesivamente utiles, y por eso su acti- © Cap. XVIIL, § 21. » Pp. 109 ss. XVI JOAQUIN RODRIGUEZ FEO tud fue de ruptura con lo anterior. En la tradicién escolar de los colleges figuraba entonces Bodino, con su concepcién del Estado como tinico ordenamiento soberano, aparte de la mas extendida del derecho divino del Rey, teorfa procedente de Francia pero que en Inglaterra la habfan adoptado bien los Estuardos. Sin embargo, el nticleo de la teoria politi ca del momento era de raiz aristotélica: la familia como agrupacién natural originaria, que progresa mediante una asociacién provocada por necesidades superiores a la formacién de la aldea que, por el mis- mo procedimiento, llega a la ciudad, lugar en el que ya se satisfacen las condiciones de una buena existencia. Esta ciudad aristotélica es la polis, maxima unidad politica. Pero esta concepcién aristotélica, armoniosa y progresiva, no daba cuenta debidamente de los fenémenos contradictorios y agresivos que preocupaban a Hobbes. Por eso prefiere el modelo iusnaturalista (Gro, cio acababa de publicar De iure belli ac pacis) en el que se parte de un estado de naturaleza, de caracteristicas negativas para la vida humana, del que se ha de evolucionar hasta la constitucién del Estado, donde queda garantizada la supervivencia y la prosperidad de los ciudadanos. De qué forma y en qué etapas haya de producirse ese proceso es lo que caracteriza la teoria politica de Hobbes y lo que la diferencia, por ejem- plo, de la de Locke y de la de Rousseau. SISTEMA Y METODO Hobbes desarrolla toda su obra dentro del marco teérico de un supuesto sistema que establece las condiciones y los limites de su visién de la realidad. Las notas de este sistema serian, en primer lugar, el materialismo: no hay més que una sola realidad que oftece distintas formas segtin su complejidad, y esa realidad est4 constituida por la materia y cl movimiento. Las diversas agregaciones de materia con sus movimientos peculiares dan lugar a la vida, y los diversos movimientos y agregaciones de hombres dan lugar a la vida social, a la cévitas. Estos movimientos no son ordenados en principio, ni arménicos; son azaro- sos y por ello producen disfunciones y conflictos. El miedo y el propio interés es lo que mueve a los hombres a ordenar esos movimientos para crear una convivencia pacifica. La paz seria cl resultado feliz de una politica bien Llevada, 2 No entra en el sistema de Hobbes la consideracién del individuo a XVII x INTRODUCCION nO ser Como un elemento amorfo del estado de naturaleza, y todo su diseurso va orientado a la colectividad. Seguramente porque, desde su experiencia vital, consideraba més urgente recomponer la cosa puiblica. jEI bien del individuo habrfa de buscarselo cada uno dentro de una \civitas bien ordenada. Las preocupaciones liberales por el individuo estin fuera de la consideracion de Hobbes y mas atin el supuesto de que la suma de individuos abandonados a sus propios intereses Hevarfa a un orden espontanco. La cuestién de la validez de las explicaciones utilizadas para com- prender la materia cuando se aplican a las manifestaciones superiores de la vida, la resolvié Hobbes acudiendo al corazdén, que seria el 6rgano que recogeria todas las acciones e informaciones materiales llegadas a él a través de los sentidos, encargados a su vez de recoger los movimien- tos materiales exteriores, para interpretarlos. Parece que fue la admira- cién que le produjeron los descubrimientos de su amigo Harvey lo que le incliné a otorgar al corazén esa funcién superior, de forma andloga a la que Ilevaria a Descartes a confiar a la glindula pineal la funcién de eslabén entre el cuerpo y el espfritu. En todo caso, el materialismo de Hobbes es‘muy flexible, abierto a la religion y a las manifestaciones del espiritu, merced a movimientos y organizaciones superiores de una complejidad infinitamente mayor que la de los cuerpos materiales. Lo que sf es basico en Hobbes es la continuidad del proceso fisica - antropologfa - moral y politica, que retende dar unidad a su pensamiento. El desarrollo de este sistema se realiza con un método riguroso que no es otro que el método «resolutivo-compositivo» de Galileo, aplicado habilmente a terrivorios de la realidad no recorridos por éste. Este método es racional, frente al método de autoridad empleado hasta entonces. Podria ser la autoridad de la historia magistra vitae, como la utilizé Maquiavelo, o la autoridad de la Sagrada Escritura, empleada por los que sostenian el derecho divino de los reyes. Bodino mismo se habria servido de ambas. Hobbes, influido por su admira- cién_ ante la ciencia de su época y por la brillantez de los resultados obtenidos con su método racional, opta por este tiltimo con plena con- ciencia de su significacién: Mereceré la fama de haber sido el primero en sentar las bases de dos ciencias: la de la éptica que es la mas curiosa, y la de la justicia natural, expuesta en el libro De Cive, que es la mas titil de todas. © Citado por Bobbio, N., Thomas Hobbes, Paradigma, Barcelona, 1991, p. 125. XIX JOAQUIN RODRIGUEZ FEO, Mas adelante explicaré la razén de por qué convive, con esta conviccién racional profunda, el argumento de autoridad en forma de citas biblicas, pero se puede asegurar que se trata de otro residuo medieval en este «pensamiento entre dos mundos» que es el de Hobbes. En cualquier caso, y asf lo reconocen sin excepcién los que se han ocupado de cllo, el método es lo més original de Hobbes, junto con la fuerza de su argumentacién. En De Cive no discurre sobre el método, tarea que reserva en especial para la obra que en su sistema ocupaba el primer lugar: De Corpore, sino que se limita a aplicarlo con simples observaciones pasajeras como la del reloj mecdnico que se desarma y se vuelve a armar para comprender plenamente su funcionamiento. ESTADO DE NATURALEZA El estado de naturaleza constituye el principio bdsico de la teorfa politica de Hobbes, en el doble sentido de punto de partida y de pre- misa fundamental. Para poder aplicar el mérodo que se ha propuesto necesita partir de un objeto analizable que no es otro que el conjunto de los hombres que viven en sociedad. Este conjunto es «resoluble» en elementos individuales con sus instintos, especialmente los agresivos. Y lo que observa cuando estos elementos humanos se abandonan a sus instintos primarios es, por encima de otras caracteristicas, un estado de lucha de todos contra todos en la que sélo impera la ley del més fuerte, y que est4 invadido por un miedo generalizado, porque como todos, incluidos los mas débiles, son capaces de causar a otros la muerte, que es el mayor mal, nadie tiene garantizada su seguridad individual ni la tranquilidad colectiva. De esta forma Hobbes se separa de los supuestos habituales de la ‘edad de oro o de algun Paraiso primigenio. La especie humana, antes del Estado, es cruel y autodestructiva. Sdlo después de la constitucién del Estado es posible la convivencia y con ella la paz y la prosperidad. La forma en que se pasa del estado de naturaleza al estado civil no estd tan definida en Hobbes como el estado de naturaleza mismo. Segiin Bobbio", son dos las formas en que este paso puede producirse: por conquista o mediante pacto. La primera forma responde a una concep- " Bobbio, N., Thomas Hobbes, Paradigma, Barcelona, 1991, p. 266. xX INTRODUGCION eidn realista de la polftica segtin la cual los desérdenes de la vida civil han de ser controlados desde una instancia exterior a ella, y la segunda, del pacto, a una concepcién racionalista segtin la cual es la razén de los integrantes de esa sociedad la que puede regular la sociabilidad. De esta forma, la filosofia de Hobbes da lugar a las dos interpretaciones, en el sentido de que las dos tienen cabida, prevaleciendo una u otra segrin los casos. La tesis de MacPherson consiste en que ese hipotético estado (se diera 0 no en la realidad, ya que Hobbes no lo asegura, salvo en algu- nos pueblos americanos de los que tenfa noticias necesariamente con- fusas) es una copia disfrazada del desorden de la guerra civil y de las costumbres egofstas de que el propio Hobbes tuvo experiencia en la Inglaterra de su siglo, Una abstraccién légica la llama: Pocas dudas puede haber de que en De Cive, como en las otras dos obras [Flementosy Leviathan], el estado de naturaleza es una abstraccin Iégica extraida del comportamiento de los hombres en la sociedad civi- lizada. De hecho, en De Cive estd incluso m4 claro que en los otros dos tratamientos, que habia descubierto las tendencias «naturales» de los hombres mirando justo por debajo de la superficie de la sociedad de su tiempo, y que el estado de naturaleza es una abstraccién ldgica de segundo nivel, en el que las tendencias naturales del hombre han sido separadas de su montura civil y llevadas luego a su conclusién Iégica en el estado de guerra. Pues De Cive, omitiendo todo el andlisis fisiopsico- Idgico del hombre como sistema de materia en movimiento, se abre con una brillante diseccién del comportamiento del hombre en la sociedad de la época, que revela sus inclinaciones «naturales» y pasa directamente a la deduccién de su necesario desembocar en un estado de guerra si no existiera el soberano”, En efecto, en De Cive aparecen descripciones de reuniones egoistas © de asambleas libres en las que es el egoismo individual 0 de facciones el que decide las situaciones. Pero resulta dificil imaginar esas mismas situaciones en un estado precivil. En cualquier caso la tesis de Mac- Pherson podra resultar titil para acentuar mds o menos algun predeter- minismo sociolégico, pero no presta demasiada ayuda para la com- prensién del concepto del estado de naturaleza hobbesiano ya que el hecho de que haya sido influido por el estado real de su sociedad no resulta relevante. Hobbes reconoce que esa situacién pudo haberse dado o no en la realidad. Otra cuestién es la dificultad légica que MacPherson, C. B., The Political Theory of Possesive Individualism: Hobbes to Locke, Oxford University Press, Oxford, 1964. Hay traduccién espafiola en Fontane- Ila, Barcelona, 1970, p. 34. XXI JOAQUIN RODRIGUEZ FEO MacPherson propone a propésito del método «resolutivo-compositivon y que podrfa resumirse asf: Hobbes, al aplicar el método «resolutivo- compositivo» descompone una sociedad andrquica, egoista y agresiva, y lo que recompone es una civitas deslumbrante, bien ordenada y prés- pera. En realidad, y en esto MacPherson est4 de acuerdo con Watkins", cae en una falacia naturalista al deducir un deber ser de un mero ser. Hobbes deberia, seguin esta dificultad, haber recompuesto una civitas de acuerdo con la naturaleza de los hombres que analiza, es decir, sel- vatica, No debe olvidarse, para obviar esa dificultad, que el método adop- tado por Hobbes tiene en principio una finalidad descriptivoexplicati- va, pero puede tener también una finalidad terapéutica. En el ejemplo del propio Hobbes, al desmontar un reloj mecdnico y volverlo a armar para comprender su funcionamiento, serfa deseable que el final del proceso fuera idéntico al principio, sin que sobraran piezas, sin intro- ducir otras nuevas, y sin que se alterasen las funciones del mecanismo. Si se trata de un reloj que funcione bien. Pero si se trata de un reloj estropeado, que ejecute funciones extrafias o autodestructivas, el méto- do autoriza esas modificaciones. En este caso, alguien, exterior al reloj, debe saber cual es la finalidad deseada. Sin embargo, en el caso del orden social o de creacién del Estado, el relojero, que es el hombre, no es exterior al reloj. Watkins cree que la analogfa seria mas correcta si, mis fieles al contexto terapéutico en que nos movemos, se considera una enfermedad en la que el médico y el enfermo son la misma perso- na. Entonces sabe lo que quiere y lo que no quiere, prefiere la salud ala enfermedad y estima que debe curarse "'. En realidad, es lo que hace Hobbes: utiliza una de las piezas fundamentales del mecanismo anali- zado (cl egofsmo) para reconducirlo a la convivencia y no a la autodes- truccién. Y Ja pieza que introduce (el pacto) es algo que la naturaleza humana no rechaza sino que desea profundamente. En consecuencia, mas que incurrir en una falacia naturalista de paso indebido del ser al deber ser, lo que Hobbes realiza es el descubrimiento de un deseo de deber ser inscrito el propio ser del egofsmo: lo que el egofsta quiere en liltimo término cs vivir en paz, y el miedo permanente de mutua agre- i6n es un ser no deseado. En la practica, Hobbes no anula el egoismo ni introduce precepto alguno exterior sino que oftece una formula para satisfacer un deseo primario. Las dos cosas son congruentes con la naturaleza humana: la lucha de todos contra todos y el deseo de salir de ese estado. Y Hobbes no concibe una agrupacién humana que pre- “8 Tbid., pp. 92-93. “ Watkins, J. W.N., :Qué ha dicho verdaderamente Hobbes?, Doncel, Madrid, 1972, pp. 92-93. XXIL INTRODUCCION fiera lo primero y rechace lo segundo. En realidad lo que hace la mec4- nica de Hobbes es aprovechar la energia destructiva de los hombres que viven agrupados, y reconducirla a su aprovechamiento. Lo que nadie rechaza por naturaleza. IUSNATURALISMO La naturaleza es el nuevo punto de apoyo: no la Escritura ni la his- toria. Esto supone, en Filosofia del Derecho especialmente, el arranque de un nuevo movimiento, con lejanos precedentes en los estoicos, que parte de Grocio y de Hobbes, y que va a tener larga vida: el iusnatura- lismo. La teorfa del derecho natural sucede a su,inmediata predecesora, la del derecho divino de los reyes. El titulo de fundador de dicho modelo iusnaturalista se atribuye tanto a Grocio como a Hobbes, y no cs éste el lugar para entrar en esa polémica” ya que, en cualquier caso, como se dijo al principio, Hobbes (contempordneo de Grocio), esta en el arranque de ese movimiento ®. ; La caracteristica principal de este modelo, como sucesor del aristo- télico, consiste fundamentalmente en la sustitucién de la familia como base del proceso de formacién de la cévitas, Se puede seguir citando a Bobbio, que sintetiza la forma en que la teoria del derecho respondid a otro cambio radical en la organizacién social: © Ast resume Ténnics la cuestién de la paternidad del iusnaturalismo: «Los te6ri- cos del derecho natural mejor informades sabfan que Hobbes era el fundador de esa disciplina como sistema rigurosamente racional. “El primero que, aparténdose de la sistemAtica escolistica del Zuris naturae ha elaborado otra completamente nueva.” Asf se expresa el consejero de Corte de Gotinga Juan Jacobo Schumann, 1754 (Nuevo sis- tema del derecho de la naturaleea, p. 220), que afiade que la atribucién a Grocio — todavia hoy en boga— “es un prejuicio muy equivocado”, en especial al creer que Grocio ha removido el ixs naturae y lo ha limpiado de los grillos scholasticorum, y que tenga que ser considerado como reformador, restaurador, etc., ya que todo lo que nos dice acerca del derecho de la naturaleza no es otra cosa que la vieja doctrina escoldstica...» Ténnies, F., «Vida y doctrina de Thomas Hobbes», Revista de Occiden- te, Madrid, 1932, pp. 229-230. ® Bobbio prefiere hablar de madelo, tanto aqui como al tratar el estado de ba naturaleza, «no por vicio 0 por utilizar una palabra de ficil uso, sino s6lo para expre- sar de forma inmediata la idea de que una formacién histérico social como la descrita no ha existido nunca en la realidad». Bobbio, N., Thomas Hobbes, Paradigma, Barce- Jona, 1991, p. 19. XXII JOAQUIN RODRIGUBZ FLO La supresin y el abandono de a familia como sociedad prepolitica por excelencia y su sustitucién por el estado de naturaleza que va adqui- tiendo paulatinamente la representacién de Ia sociedad en que se desa~ trolla la red de relaciones elementales (hasta llegar a recibir el nombre de «sociedad burguesa» 0 «civil» en la teoria hegeliana), vistas a la luz de la diferenciacién entre momento econdmico y momento politico de una sociedad considerada globalmente, se pueden interpretar como cl reflejo a un nivel tedrico de la gran transformacién que caracteriza el paso de la sociedad feudal a la sociedad burguesa, de la economia como «gobierno de la casa», en el amplio sentido de «casa en su conjunto», a Ja economia de mercado; en otras palabras, como una tronera a través de la cual se ve la disolucién de la empresa familiar y la aparicién de la empresa agricola (comunitaria, en el sentido de Ténnies, 0 racional, en el sentido de Weber), caracterizada por la progresiva separacién entre el gobierno de la casa y el gobierno de la empresa, entre la funcién de pro- creacién y educacién de la prole que queda en la familia y la funcién més estrictamente econémica que se desarrolla por lo menos idealmente entre individuos libres ¢ iguales, y que queda confiada a formas de sociedad cuya estructura tiende a la organizacin del poder legal y racional ms que a un poder de tipo personal y tradicional”. Hobbes vivid ya ese cambio en una sociedad preindustrial, en lo econémico, que salfa del modo feudal en lo politico y que, en lo reli- gioso, se despegaba de una época dogmatica. En este sentido, el dere- cho natural supone un paso decisivo en un proceso de secularizacién que va a ser lento pero irreversible, y que va a traer como consecuencia un giro copernicano en las instituciones. No deben omitirse aquit las acusaciones a todo el movimiento iusna- turalista, que podrfan personalizarse en Horkheimer, seguin las cuales esta teoria no sdlo no serfa un avance respecto al modelo medieval sino inclu- so un retroceso: lejos de secularizar el precepto divino, lo que haria seria sacralizar la naturaleza ignorando de forma ingenua que el Estado de ahi derivado encubre intereses enfrentados dentro de la sociedad: La ingenuidad de Hobbes no sélo se manifiesta en este punto sino tambien, y de modo muy especial, en el hecho de que a pesar de consi- derar el régimen absolutista como condicién para el bienestar de todos, y expresarlo asi, no se contenta con dar ese fundamento inmediato y de principio a dicho régimen, sino que estima necesario hacerlo detivar del derecho natural, y en especial de los deberes inherentes al contrato Social. En su doctrina el derecho narural no es otra cosa que un sucedé- \\ neo del mandato divino medieval. Hasta el siglo XVIII, una parte de la filosofia moderna, apelando a la naturaleza y a la razdn, intenta ororgar A © Tbid., pp. 32-33. al nuevo ordenamiento la sacralizacién que habla sido conferida al anci- quo if medio de una religiosidad inquebrantable. (...) En la disputa londfiea que va desde Hobbes a la Ilustracién, la cuestién que se deba- te es si las instituciones politicas han sido fundadas por Dios 0 por la raz6n natural, Aunque esta ultima hipétesis resulte la mas avanzada para aquella época, ambas son ilusorias, ambas encubren los fundamen- tos reales del surgimiento del Estado. La fundamentacién mediante el derecho natural o mediante el contrato social encierra verdaderamente la idea de que el Estado ha surgido de los intereses vitales de los hom- bres, Pero que los hombres sean dispares, que puedan desunirse y trans- formarse y que, en virtud de ello, el Estado pueda dejar de ser expresién del interés general para convertirse en expresién de un interés particu- lar, es una consideracién a la que cierra el paso el mito del contrato". La critica de Horkheimer podrfa ser justa en términos absolutos y dirigida a nuestros contempordncos iusnaturalistas. Pero dirigida a Hobbes adolece de un cierto anacronismo que impide ver los avances reales que suponia su pensamiento sobre el derecho medieval. EL PACTO El pacto o contrato (Covenant, Pactum)", como elemento determi- nante de las relaciones entre ciudadanos, es una de las grandes aporta- ciones de Hobbes. Supone el abandono, y consiguiente liberacién, del argumento del derecho divino que sostenfa las monarqufas hasta el Renacimiento. Cierto es que en el contractualismo, como en todo pen- samiento que se precie, se pueden hallar rafces antiguas, generalmente en Grecia. En nuestro caso se pueden rastrear elementos contractualis- tas en la Repiiblica de Platén, en el libro II, 0 en los sofistas con su conocida contraposicién. nomos-physis. En éstos ya se observa la fuerza que podia tener el concepto de ley como acuerdo entre los hombre y, como observa acertadamente J. Muguerza: Horkheimer, M., Historia, metafisica, escepticirmo, Alianza Editorial, Madrid, 1982, pp. 63-64. ® Segiin Milton (Milton, P., «Did Hobbes translate De Cived, en History of Poli- tical Thoughi, vol. XI, n2 4, invierno, 1990, p. 635), en la versién inglesa de De Cive publicada por Richard Royston en 1651, Pactum se tracuice por Contract, Convenani, Compact/Pact, y otcos. Este hecho fundamenta sus dudas sobre la autorfa o la aproba~ cién por parte de Hobbes de esa versién inglesa. XXV JOAQUIN RODRIGUEZ FEO Al concebirlas [a las leyes] como fruto de un efectivo acuerdo entre los hombres, esos contractualistas primigenios estaban sus- trayéndolas no sdlo a su imposicién por parte de la naturaleza, sino también a su imposicién por parte de Zeus o de los dioses. O dicho de otro modo, que contribuye a poner de manifiesto cuanto puede haber de subyersivo en ef contractualismo, estaban convirtiendo a tales hombres, lisa y llanamente en duefios de su propio destino”, Este pacto, que Hobbes explica detenidamente”, puede adoptar muchas variantes segtin se articulen en su definicién los elementos de estado de naturaleza por una parte, y la forma y el contenido del pacto por oura. Bobbio establece la combinatoria siguiente para las variables del pacto: A) Segiin las caracteristicas del estado de naturaleza: 1) histérico © imaginado; 2) pacifico o belicoso; 3) integrado por individuos aislados o por agrupaciones sociales. B) Segiin la forma y el contenido del propio pacto: 1) establecido por los individuos en beneficio de la colecti dad 0 de un tercero; 2) si al acuerdo de los individuos entre si (pactum societatis) debe seguir 0 no otto entre el pueblo y el soberano (pac- tum subiectionis); 3) permanente o soluble; 4) con renuncia total 0 parcial a los derechos naturales; 5) el poder del soberano es absoluto o limitado. ‘Todos estos elementos producen infinidad de formas de pactos. En el de Hobbes, el estado de naturaleza no importa que sea histético 0 imaginado”, es belicoso y estd integrado por individuos aislados, libres ¢ iguales”. El pacto se realiza entre todos los individuos singulares, ” Muguerza, J., «Cara y cruz del contrato sociah, en Suberfleer, n.° 1, Madrid, enero de 1987. En este niimero de la revista de critica y libros de la Fundaci6n March, J. Muguerza hace un comentario del libro de J. Vallespin Nuevas teortas del contrato social: John Rawls, Robert Nozick y James Buchanam. "Es precisamente en De Cive donde explica con més pormenores la generacién de este pacto, como se verd algo més adelante. ® No importa, porque lo que Hobbes prerende no es hacer historia sino propo- ner una nueva forma de legitimacién del Estado ® Tguales porque, aunque unos sean més fuertes que otros, todos, incluso el mas débil, pucden dar muerte a otros (Capitulo I, § 3). XXVI ee INTRODUCCION aunque después se transfiere a un tercero (al soberano) el poder que cada uno tiene en el estado de naturaleza, de forma permanente ¢ irre- versible, salvo por abdicacién del soberano, y en él se renuncia sdlo parcialmente a derechos naturales. Locke y Rousseau construiran for- mas diferentes de contrato y de Estado, pero los elementos son los mismos. Posiblemente el momento més determinante en el proceso de constitucién del pacto es el paso de muchedumbre a pueblo, es decir, el momento en que las voluntades multiples de cada uno de los muchos individuos desaparecen para dejar paso a una tinica voluntad que luego se transferira al soberano. Esta cuestién, que ocupé larga- mente a Rousseau para establecer las caracteristicas y la génesis de la voluntad general, Hobbes la establece de forma inequivoca en el Capi- tulo V de El cindadano: De las causas y el origen del Estado. No es ocioso sefialar aqui la carga explosiva que llevaba en el siglo XVII el concepto de pacto en la claboracién de un nuevo sistema moral y juridico. Horkheimer observa: ' El hecho de que los profesores y estudiantes de Oxford condenaran las doctrinas de Hobbes y quemaran sus libros ¢s sefial de que se habjan dado cuenta de a peligrosidad de las teorfas del contrato social y del derecho natural *, 3Sospeché Hobbes las consecuencias de su modelo? Parece que si, no sdlo porque tuvo que defenderse de los ataques procedentes del Par- lamento, de la Universidad y de varias iglesias, y explicar el alcance de sus propuestas, sino ademas porque, de manera no formulada sabia que asistia a un cambio social de caracterfsticas histéricas, que él apo- yaba con sus tesis: que el mundo feudal tocaba a su fin y que nacfa un nuevo orden apoyado fundamentalmente en lo econdmico («el dinero es el nervio de la guerra y de la paz»); y el saber que la historia estaba de su parte, o que él favorecta ese cambio histérico, alimentaba la vita- lidad de sus escritos. aKa * Horkheimer, M., Historia, metaftsica, excepticismo, Alianza Editorial, Madrid, 1982, p. 60. XXVIL JOAQUIN RODRIGUEZ FEO. INTRODUCTION La importancia inmediata del pacto de Hobbes consiste en ser el punto de apoyo del paso de la sociedad tradicional a la sociedad indus- trial (la sociedad burguesa). Bobbio lo formula con absoluta claridad en el lugar citado mas arriba”: En la nocién de pacto va inscrita una potencia conceptual tan grande, y que Hobbes desarrolla con tanta agudeza, incluso con tanta astucia, con la claridad que le otorga un método seguro, que parece imposible que no tuviera continuacién en la historia de la filosofia del derecho, moral y politica. De hecho, asf ha sido: Locke fundamental- mente, y Rousseau, van a prolongar el poder del pacto-contrato y su trabajo se va a ver prolongado en nuestros dias, y con iguales limitacio- nes, en los neocontractualistas norteamericanos”*. Locke, atrafdo y preocupado por la ciencia y por sus métodos, como Hobbes, utiliza también los instrumentos proporcionados por éste de estado de naturaleza, de ley natural, de contrato, para llegar a una propuesta politica distinta de la de Hobbes pero deudora de él en lo fundamental. El caso de Rousseau es excepcional dentro de la teoria contractua- lista. Por eso la comparacién Hobbes-Rousseau entre los estudios del contractualismo se ha hecho inevitable. El primero que no lo evité fue el propio Rousseau, que manifesté repetidamente y con energia sus disconformidades con Hobbes, a la vez que dejaba ver su deuda con él y con la corriente de pensamiento originada por él. En esta relacién de amor-odio, segtin Cell-MacAdam”, el amor iba dirigido a la calidad intelectual y el odio, hacia la actitud moral de su aborrecido maestro. Esta actitud deja en Rousseau paradojas cuya explicacién va a resultar muy laboriosa, comospor ejemplo que admita la soberanfa absoluta propuesta por Hobbes y en cambio le acuse de despotismo. Sin embargo Rousseau manifiesta (casi siempre de forma no confe- sada) su deuda con Hobbes, en lo que acepta de éste. Coincide sobre todo en lo que separa a Hobbes de los filésofos morales anteriores y en la valentia con que sostiene que el hombre se mueve en su conducta mds por el amor propio que por el deber moral. Debe a Hobbes su concepcién del Estado como persona moral, su teoria de la soberanfa y su teorfa del derecho”. La ventaja de Rousseau sobre Hobbes habria que buscarla en una » Cfr. Bobbio, N., Thomas Hobbes, Paradigma, Barcelona, 1991, pp. 32-33. % Ver Ja obra de Fernando Vallespin Oita Nuevas teorias del contrato social: John Rawls, Robert Nozick y James Buchanam, Nlianza Editorial, Madrid, 1985. »” Ver Cell-MacAdam, Rousseai’s response to Hobbes, Peter Lang, Nueva York, 1988, p. VII. * Thid., p. 4. XXVII propuesta de mis libertad para una naturaleza humana contemplada mis amublemence y en la que se puede depositar una confianza mayor de condueta racional. La ventaja de Hobbes hay que situarla en la seguridad que otorga el partir del supuesto peor para evitar sorpresas {felerasd y conductas que pudieran sacar partido de una hipotética bondad que acarrearfa la indefensién de las gentes honestas. Esta cau- tela no parece ociosa cuando esta en juego el bien supremo de la socie- dad, que es la paz y la seguridad. Habra que recordar una vez mas la idea & ©, Schmitt segiin la cual las teorfas polfticas serias presuponen ta maldad humana, EI pesimismo de Hobbes, sin embargo, no se ajusta al tépico habi- tual, Reconoce que hay gentes honestas y generosas, como las hay des- honestas y egofstas. Simplificando: hay buenos y malos, 0 mejor: los mismos hombres a veces se conducen como buenos y 2 veces como malos. La dificultad practica estriba en que no hay elementos que per- mitan reconocer ni a unos nia otros como tales de antemano. Hay que tratarlos y conocerlos para saber lo que son, y ademds a cada uno (de nuevo el nominalismo); y a veces, si se trata de gente perversa, cuando se sabe es demasiado tarde. Por eso la prudencia aconseja que se consi- dere a los hombres como si fueran malos. Pero no por naturaleza: Porque aunque los malos fuesen menos que los buenos, al no poder reconocer a unos y a otros, aun los buenos y honrados se yen continua- mente en la necesidad de desconfiar, de precaverse, de anticiparse, de someter y de defenderse de cualquier modo. Pero no se sigue por ello que los malos lo sean por naturaleza®. Entre los extremos libertad-seguridad se juega la politica real con la que cualquier gobernante ha de habérselas a diario. Aqui se sitta tam- bién la llamada paradoja hobbesiana que consiste, segtin la formula de Baumgold, en «la derivacién de conclusiones absolutistas a partir de las premisas liberal-individualistas del derecho natural, del consenso y del interés propio del individu. Si es cierta la observacién de Ian Saphi- ro segtin la cual los principios politicos no son «intrinsecamente radi- cales 0 conservadores: las ideas que son radicales en un contexto se hacen conservadoras en otro, y a veces viceversa»”', el juicio de Hobbes deberia hacerse siempre sobre el fondo de la sociedad que lo hizo posi- ble. Distinto evidentemente del que hizo posible a Rousseau. » Del Prefacio al Lector. »® Baumgold, D., Hobbes Political Theory, Cambridge University Press, Cam- bridge, 1988, pp. 133-135. * Tbid., p. 34. JOAQUIN RODRIGUEZ FEO ESTADO MODERNO La obra de Hobbes se sittia también en el nacimiento del Estado moderno. Si hay alguna caracteristica que reivindique para si el Estado surgido a rafz del Renacimiento, ésta es la del reconocimiento de su supremacia sobre cualquier otro poder. Aqui el esfuerzo de Hobbes lle- gaa su limite al a la soberanfa absoluta dentro de la unidad total del Estado. Esta opcién pone un fin teérico a la pluralidad de ins- tancias que compartian el poder con el Estado o que incluso reclama- ban una superioridad sobre él. Dentro del Estado no hay més que un poder supremo, que es el del soberano, y fuera de él no hay ninguno en absoluto que pueda condicionarlo. La inequivoca claridad de Fob- bes a este respecto tiene como contrapartida el riesgo de absolutismo (despotismo para sus criticos) que constituye la mayor debilidad del sistema propuesto por Hobbes. La soberania absoluta y la unidad del Estado reclamaban, en el sistema, un mecanismo de seguridad que es el del no-retorno del poder una vez producida la transferencia de éste al soberano por parte del pueblo. La opinién generalizada de todos los pensadores politicos posteriores es que Hobbes se excedié en la seguri- dad reclamada y en Ja unidad monolitica pretendida. Esta unidad fue cortegida sobre todo, un siglo después de la publicacién del De Cive, por Ll esptritu de las leyes de Montesquieu con una divisién de poderes que flexibilizaba la dureza de la estructura hobbesiana. El riesgo de des- potismo era demasiado evidente para poner absolutamente todos los poderes en manos del soberano. Sin embargo Hobbes no pensaba tanto en la amenaza de ruptura por parte de elementos dentro del mismo poder civil sino mas bien exteriores a él. Véase el Capitulo XVII sobre el solapamiento del poder de la Iglesia universal de Roma o de las iglesias nacionales reformadas dentro de diversos Estados, para comprender en qué direccién se mo- vian las cautelas de Hobbes. Lo que pretendia era consolidar el proceso de secularizacién iniciado no hacfa mucho (tal vez con Maquiavelo o antes con Marsilio de Padua) como condicién indispensable de un Estado que pudiera responsabilizarse de la seguridad y de la paz de los ciudadanos, su principal misién. En cuanto al mecanismo de no-retorno del poder también se hicie- XXX FON Heeesarias medidas correctoras en un doble sentido: limitando el tiempo de la transferencia de poder a periodos fijados o bien estable- dead formas de tescisién de esa transferencia en casos determinados. Pero esto forma parte de teorfas posteriores de filosofia politica. En r aac examinaremos las debilidades de la propuesta de no-retorno de poder que hace Hobbes en el Capitulo VI de De Cive, el mas duro de toda la obra, Este es el comentario que le merece a Horkheimer esa cuestién: + A partir del momento en que el poder ha sido transferido y todos han renunciado a él, ningtin individuo puede retractarse de esa transfe- rencia aunque se alfe con todas los individuos que quiera. Inspirdndose en la filosofia natural, Hobbes hace aqui una comparacién entre el Esta- do, que nace por convencidn, y los conceptos mateméticos, que tam- bién se fijan por convencién. Sélo una vez se tiene libertad para decidir, y entonces se pueden definir los conceptos como uno quicta. Pero des- pués de conseguirse el acuerdo general no cabe revisién. En la geome- tria, el que contraviene las definiciones comete errores; en el Estado, el que infringe las leyes es un delincuente 0 un rebelde. Sin embargo él ve en este extremo hobbesiano su lado constructi- vo: en la idea de que es la libertad del pueblo y no el establecimiento de origen divino lo que constituye ¢l poder del gobernante y la ordena- cién social que de ahi se deriva; en definitiva, su papel de clausura del orden medieval. E] caracter absoluto del poder que se transfiere al soberano consti- tuye la parte mas polémica de la teoria politica de Hobbes porque en principio deja abierta la posibilidad del totalitarismo e incluso del des- poriamo, De esta dffcultad fue consciente Hobbes, por sf mismo y por jas observaciones que le hicieron los amigos que leyeron las primeras copias del libro. De hecho, en el Capitulo VI afiade una nota (la 3) en respuesta a esta objecién fundamental del riesgo de tirania. La explica- cién de Hobbes es ést: Por eso objetan contra el poder absoluto, en primer lugar, que si alguien alcanzase ese derecho la condicién de los ciudadanos seria mise- rable, Y piensan: robard, expoliar4, matard. Y todos se dan por conten- tos con no verse ya expoliados y muertos. Pero ;por qué iba a hacerlo? No porque pueda, porque si no quiere no lo hace. ;Acaso quiere despo- jar a los més en beneficio de uno 0 de pocos? En primer lugar, lo harfa con derecho, esto es, sin inferir injuria a nadie, pero no con justicia, es ® Horkheimer, M., Historia, metaftsica, escepticismo, Alianza Editorial, Madrid, 1982, p. 59. XXXI JOAQUIN RODRIGUEZ FEO decit, no sin violar las leyes naturales, ni sin injuriar a Dios. Por eso, del juramento de los principes sf se deriva alguna seguridad para los stibdi- tos. Peto ademés, aunque lo pudiera hacer con justicia 0 aunque el jura- mento no tuviera ningtin peso, no aparece razén alguna de por qué iba a querer expoliat a sus ciudadanos cuando eso no es bueno para dl. Aunque no se puede negar que a veces el principe puede tener inten- cién de obrar injustamente. Pero supongamos que se le ha concedido un poder no absoluto sino sélo suficiente para defendernos a nosotros mismos de las injurias de los demés, poder que hay que concederle si queremos salvaguardarnos; jacaso no habria que temer los mismos males? Porque el que tiene poder suficiente para proteger a todos lo tie- ne también para oprimir a todos. No hay por lo tanto en esto exceso alguno, salvo que las cosas humanas no pueden darse sin algin inconve- niente. Y este inconveniente procede de los ciudadanos, no del poder. Porque si los hombres pudiesen gobernarse con su propio poder indivi- dual, esto es, vivir segiin las leyes naturales, el Estado no harfa ninguna falta, ni tampoco seria necesario obligarse con un poder comiin. Es decir: no le interesa al soberano ser injusto. Obsérvese que no utiliza dos medidas para la calificacién moral de los hombres: una para el pueblo y otra para el soberano. También el soberano es egofsta € interesado. Pero este interés es precisamente el que garantiza un gobier- no moderado. Desgraciadamente la historia se encarga de desmentir periédicamente tan buenos prondsticos. Otro argumento de defensa que utiliza Hobbes contra los que le repro- chaban que liberaba al soberano de la ley civil, es que, en primer lugar, es la tinica forma de tener verdadero poder y que, en segundo lugar, de lo que no se libera al soberano es de la ley natural, que prescribe la justicia. En todo caso, la propuesta de Hobbes sigue siendo ambivalente. Fue Hobbes conservador? ;Fue progresista? Sus contempordneos se inclinaron a esto ultimo y consideraron su obra digna de la hoguera. Hoy en cambio el temor més extendido al leer a Hobbes es el de que es capaz de albergar bajo sus teorias regimenes totalitarios. EL CIUDADANO La obra que nos ocupa se sittia, dentro de la produccién de Hob- bes, en un lugar central. Publicada después de The Elements of Law Natural and Politic y antes de Leviathan contiene el nucleo de su pen- XXXII INTRODUCCION etico-politico. Ni en Leviathan puede encontrarse algin ele- significative que no esté ya en De Cive. Supone ademis, al ser el mo. e los momentos de su sistema (De Corpore, De Homine, De Clue) la conclusién de lo que a Hobbes le interesaba decir, siendo su Coymologfa y su Antropologia una propedéutica para su Filosofia Moral y Politica. Por todo ello, De Cive es un trabajo clave para cono- cer el niticleo del pensamiento de Hobbes, muy unitario y muy (tal vez demasiado) rigido. La obra esta dividida en dieciocho capitulos que siguen un discurso progresivo desde el estado de naturaleza a la construccién del Estado y sus atributos, con unos apoyos de argumentaciones biblico-teoldgicas para confirmar sus tesis. Esto precisamente (la yuxtaposicién no plena. Inente justificada de la argumentacién biblica de apoyo) es lo que mas sorprende en la Iectura de una obra que se anuncia como cientifico- racional, y sobre ello aftadiremos algo en breve. La carta dedicatoria al conde de Devonshire contiene su formulacién de principios filoséficos y de método: el conocimiento se configura de acuerdo con el modelo platénico®, y el método ha de aproximarse lo més posible al utilizado por la cienci: Si los filésofos morales hubieran desempefiado su oficio con parecido éxito, no veo cémo el esfuerzo del hombre habria podido contribuir mejor a su felicidad en esta vida, Pues si se conociera la razdn de las acciones humanas con el mismo grado de certeza con el que se conocen las razones de las dimensiones de las figuras, la ambicién y la avaticia, cuyo poder se apoya en las falsas opiniones del vulgo acerca de lo justo y de lo injusto, quedarian desarmadas... Este elemento lo repite como fundamental en el Prélogo, al expli- car sumariamente el proceso risolutivo-compositivo del método de ileo. En el Capitulo 1 y como punto de partida de un discurso que no va a romperse hasta el final, se sittia la afirmacién basica de que «En el comienzo de la sociedad civil est4 el miedo recfproco» (§ 2). En el principio era el miedo. De este hecho parte la descripcién del estado de naturaleza y del derecho natural, del que surgen las leyes naturales. De estas leyes naturales lo que le interesa a Hobbes es lo que se refiere a los contratos (Capitulo II), y en el Capitulo III analiza hasta la sigue el modelo socrético al identificar sabidurfa y bondad, cuando en el Capitulo [II equipara injuria y absucdo: «,..La injuria es un cierto absurdo en el trato, como el absurdoes una cierta injuria en la discusién» (Capitulo TIL, § 3). XXXII JOAQUIN RODRIGUEZ FEO vigésima. Seguramente hay més, pero éstas son las que Hobbes consi- dera que hay que tener en cuenta al abordar una explicacién de la sociedad civil. Ya aqui, al final del capitulo se introduce el elemento biblico que va a ir creciendo hasta cl final. En el § 33 dice: «Propia- mente hablando, la ley natural no es ley sino en cuanto se contiene en la Sagrada Escritura.» Y éste es precisamente el contenido de todo el Capitulo IV: La ley natural es la ley divina. El contenido politico se introduce en el Capitulo V De las causas y el origen del Estado, donde el Estado se establece como tinica forma de completar las leyes naturales para conservar la paz. En el Capitulo VI fija los derechos del soberano y es aqui donde deja asentado el meca- nismo de no-retorno en la diferencia del poder: ni siquiera se puede disolver el poder supremo por un acuerdo de aquéllos con cuyos pactos se habfa constituido (§ 20). También deja establecida la unidad de los poderes del Estado en los polémicos parrafos de la espada de la justicia y la espada de la guerra. Sélo hay un limite al poder del soberano: la ley natural. Ni siquiera las leyes civiles lo limitan. E] Capitulo VII estudia las formas posibles de gobierno: la democra- cia, Ia aristocracia y la monarqufa. Sobre esta tiltima, es deci, sobre la transferencia del poder a un solo hombre, no a una asamblea, caen las simpatias de Hobbes, que manifiesta con entusiasmo. Con el mismo con el que debis leer a Tucidides, que le hizo ver do funesta que era la demo- cracia», y en cuya lectura vefa la lamentable historia de su pafs en los afios recientes. Pero a esto ultimo dedicard el Capitulo X, después de haber hecho un paréntesis (del derecho de los sefiores sobre sus siervos en el Capitulo VIII, y del derecho de los padres sobre sus hijos y del rei- no patrimonial, en el Capitulo X), en el que aborda temas concretos que considerd no podrfan obviarse en un tratado que, al uso de la época, se ocupase del tema del derecho natural. E] Capitulo VI es el més sélido, y el més duro, en la formulacién del poder politico. Todos los pronuncia. mientos de Hobbes son firmes, sin vacilacién alguna e incluso sin mati- ces, y en él residen a la vez la energia de los postulados hobbesianos y el blanco de los ataques de sus adversarios, tedricos y practicos. A partir de aqui el discurso de Hobbes se remansa y se aproxima mis al lenguaje académico. En el Capitulo XII fija los principios que se oponen al tiranicidio, a la divisién de poderes y a la sedicién, y en el XIII se enumeran los deberes de los soberanos. * No se puede pasar por alto cl clemento prekantiano que aparece en su concep- cidn del deber cuando asegura: «Pero hay que llamar justo al hombre que hace las cosas justas en virtud del mandato de la ley-y s6lo por debilidad las injustas; e inyjusto al que hace las obras justas por temor al castigo que sefiala la ley, y las injustas por la maldad de su espfritu» (Capitulo Ill, § 5). XXXIV INTRODUCCION Yaa partir del XTV entramos en la anunciada coda biblica que, a urtir de las leyes y de los pecados, pasa por un estudio de lo que signi- ica el reino de Dios: a) por medio de la naturaleza (Capitulo XV), b) por el pacto antiguo (XVI) y c) por el nuevo pacto (XVID, para termi- har con una especie de corolario sacro Ileno de la majestad barroca de este oratorio teolégico-politico, que titula De las cosas necesarias para entrar en el reino de Dios (Capitulo XVI). ;Por qué la insistencia de Hobbes en afiadir dentro oal lado de su arguimentacién racional los elementos de autoridad que él mismo habfa descalificado? La respuesta debe ser matizada porque son varias las razones que le levaron a esa estructuracién: en primer lugar estaba el habito académico de confirmar con lugares de la Escritura los argu- mentos de Filosoffa Politica, que procedia de las universidades cons- truidas sobre modelos medievales y que van a tardar tiempo en asimilar el «nuevo estilo». La mayor parte no conseguirla desprenderse de los residuos medievales en varios siglos. Ademds, y en segundo lugar, esta- ba la resistencia no ya de las instituciones sino de las personas de diver- sos estamentos que reaccionaban fandticamente}y no s6lo en lo religio- so, contra cualquier cambio. Hobbes fue plenamente consciente de estos tiesgos de agresién y ast lo expresa en el Prefacio al Lector: Me he encontrado con reproches violentos de que habfa hecho un poder civil desmedido, pero provenian de eclesidsticos; de que habia eli- minado la libertad de conciencia, pero procedfan de scctarios; de que habla eximido a los gobernantes supremos de las leyes civiles, pero pro- venfan de juristas. Y en tercer lugar, aunque a Inglaterra apenas Ilegaba la amenaza de la Inquisicién, sf era real la de las iglesias reformadas que encontraban en Hobbes un clemento trahsgresor. Para obviar estos riesgos, Hobbes hizo evidentes concesiones de las que no es facil saber con exactitud cuales respondian a convicciones firmes y cudles a estrategias de caute- la. En todo caso, era mejor no presentarse como un atacante frontal a lo establecido sino con 4nimo conciliador. Asi en el Prdlogo: Lo que he afadido sobre el reino de Dios, lo he hecho con la inten- cin de que no pareciera que habfa contradiccién entre los mandatos de Dios que se contienen en la naturaleza y la ley natural que se contiene en las Escrituras. Bobbio apoya esta tercera razén cuando dice: Pero esta indagacién pdstuma y retrospectiva en los libros sagrados la XXXV JOAQUIN RODRIGUEZ FEO ee cposme pass cerrarles la boca a sus adversarios que por necesi- En lo que se refiere a la acusacién de atefsmo, en su versién fuerte, de defensa de los ateos, en su versién suave, Hobbes atendié las reco. mendaciones de los amigos que habfan lefdo el manuscrito y que con- sideraban un deber de amistad prevenirle contra los riesgos a los que su ingenuidad le exponfa. Por eso, en una nota afiadida posteriormente al texto, Hobbes redacta una profesién de no-ate(smo de cuya sinceridad no cabe dudar. De lo que ya es posible dudar, y escritos posteriores lo confirman, es de que la justificacién de Hobbes pudiera ser aceptada por sus enemigos como satisfactoria®*, _ Esto nos lleva a preguntarnos por la opinién de Hobbes sobre la religion, cuestionada permanentemente en su €poca, que llegé a identi- ficar el término chobbismo» con el de irreligiosidad, laicismo y ateis- mo. De la religiosidad de Hobbes a lo largo de su vida apenas hay dudas, pero es cierto que al final de sus dias se inclind, queriendo iden- tificar sus dos grandes respetos: el que sentia por la ciencia y el que sentia por la religién pura, no mediada por las iglesias, hacia una idee tificaci6n del mundo y Dios, no en su versién pantefsta 0 mistica sino en la versién pancosmista, de la que no es disparatado pensar que influyese en Spinoza, lector de Hobbes”. q Howard R. Cell recientemente ha vuelto a plantear* la cuestién de la teligiosidad de Hobbes, pero se apoya sobre todo en Leviathan, y no tiene en cuenta las opiniones de Rousseau, por ejemplo, que considera a Hobbes un autor cristiano, ni la opinién igualmente favorable de TOCIO. * Bobbio, N., Thomas Hobbes, Paradigma, Barcel » Bobbi ‘ igma, Barcelona, 1991, p. 125. Ver Capitulo XIV, nota 2 del texto original. ° ” Ver a este respecto Hobbes, de J. Rodriguer Feo, en Historia de la q a este 7 fs z 7 Gtica, Ml, edi- tada por Victoria Camps en Editorial Critica de Barcelona, 199, en ke on és ‘ * Cell-MacAdam, Rosseau'’s response to Hobbes, P ”Nueva"¥a 3 pp. 249 ss. eter Lang, Nueva York, 1988, XXXVI INTRODUCCION ETICA No hay una formulacién por parte de Hobbes de una Filosofia Moral separada de su Filosofia Politica. La separacién entre ambas se hard mas tarde, reservando para la ley moral la adhesién interna a la ley (0 a la conciencia), el «fuero interno», y dejando al derecho la compe- tencia en el «fuero externo». Al derecho corresponderén los postulados condicionados y a la moral los absolutos. Una confirmacién de esto podria hallarse en el hecho de que casi nadie se ha ocupado de la ética de Hobbes. Gauthier es de los escasos entusiastas de esa supuesta ética y llega a pronunciarse por el «sistema moral de Hobbes» como «un edificio impresionante»®. Pero lo cierto ¢s que al identificar la ley moral con la ley natural y al deducir de ésta la legitimacién de las leyes civiles, unido al poco interés en desarrollar esa ley moral, la ética de Hobbes permanece muy subterranea, y se pue- de sacar a la superficie s6lo después de un laborioso trabajo de separa- cidn de su teoria politica, s Aun asf, esa ética hobbesiana esta condicionada por el nominalis- mo de base que subyace a todo su pensamiento, y por su empirismo. Si los conceptos universales son sélo apoyos del lenguaje para poder entendernos, algo parecido sucedera con los valores universales. Lo real es lo inmediato y lo experimentable. Consecuentemente, el bien, o lo bueno, es lo que me produce placer, lo que satisface mis demandas per- sonales, de las cuales la primera es la seguridad y la paz. Sdlo ahi podrén gratificarse los demas apetitos. En consecuencia, bueno sera lo que contribuya a la paz, y malo lo que produzca inseguridad y miedo. Pero no se trata de nada absoluto sino subjetivo. Intersubjetivo en el caso de los valores publicos. El escaso interés prestado por Hobbes al individuo, al considerarlo s6lo una pieza de la muchedumbre o del pueblo, segtin los casos, con utilidades meramente colectivas, es uno de los motivos de la también escasa influencia en la ética inmediatamente posterior, dedicada con preferencia a la moral individual. Gauthier, D., P., The Logie of Leviathan: The Moral and Political Theory of Thomas Hobbes, Clarendon Press, Oxford, 1969, pp. 89 ss. XXXVI JOAQUIN RODRIGUEZ FEO. EL CIUDADANO - LEVIATHAN Los elementos utilizados en esta Introduccién para presentar el pensamiento ético-politico de Hobbes se han limitado a la obra que es objeto de esta edicién: El ciudadano. Pero se puede preguntar con sen- tido qué aftade Leviathan, publicado en inglés nucve afios més tarde, € incluso, apurando la cuestién, :por qué escribié Leviathan? ;No lo habia dicho ya todo en El ciudadano? La respuesta académica a esta pregunta seria: todos los elementos de su teorfa politica estén efectivamente en El ciudadano, pero Hobbes tenfa en esos aftos la necesidad de acentuar el énfasis, e incluso de radi- calizarse en algunos puntos. La raz6n profunda habré que buscarla en cl mundo exterior: en ese espacio que media entre El ciudadano y Leviathan tienen lugar en Inglaterra la primera guerra civil (1642- 1646), las acciones militares y politicas de Cromwell, que incluso hace prisionero al Rey, la segunda guerra civil (1648 de abril a octubre) que gana Cromwell, y la ejecucién del rey Carlos I en enero de 1649. Leviathan mantiene, radicalizados en favor del poder absoluto, los contenidos de El cindadano y ademés, y dado que las iglesias reforma- das, tanto la presbiteriana como la episcopal, asi como la Iglesia caté- lica en el Ulster, estaban implicadas en las turbulencias histéricas de esos afios, acentta y amplfa su discurso biblico-teolégico para defender la soberanfa de las iglesias nacionales. Segtin Bobbio, El ciudadano es una obra mds precisa y rigurosa, pero Leviathan mas vigorosa y més rica. Por las paginas de Leviathan corre mucha més vida y més empu- je polémico, pero La légica de Leviathan“ no incluye ninguna argu- mentacién radicalmente nueva. En cualquier caso Hobbes sentia la necesidad, después de haber visto ya tres ediciones de El ciudadano en latin, de decir en inglés a todos sus compatriotas, para que todo cl mundo pudiera leerlo, lo que pensaba en cuestiones politicorreligiosas. Este trabajo lo cumplié durante su cxilio francés. Seguin Warrender, Leviathan contains the most developed account of «authorization» and The Elements of Law articulates some implications of Hobbes's psy- chology, De Cive also provides material what cannot be found elsewhe- re. It gives in many respects the fullest account of the laws of nature; also of the Kingdom of God by nature and how this differs from the © Bobbio, N., Thomas Hobbes, Paradigma, Barcelona, 1991, pp. 148-149. “ Gauthier, David P., The Logie of Leviathan, Clarendon Press, Oxford, reimpre- sién 1979. XXXVI ~INTRODUCCION of God by covenant, Chapter IV of De Cie is an attempt to 4, that the separate laws of nature arc also part of divine law and has no real parallel in Leviathan”. Lo que Hobbes, que nunca intervino activamente en politica, que- sl, et defender la unidad del Estado y sefialar un sitio para las iglesias y el Parlamento, protagonistas todos cllos de las turbulencias de su dpoca. Lo que temia, mas que el exceso de autoridad, era la anarqufa, y en este sentido esctibe Bobbio: El pensamiento politico de todos los tiempos esté dominado por dos grandes antitesis: opresién-libertad, anarquia-unidad. Hobbes per- tenece decididamente a la faccidn de aquellos cuyo pensamiento politi- co se inclina por la segunda antitesis. El ideal que defiende no es el de la libertad contra la opresidn, sino el de la unidad contra la anarquia®. ‘Tal vez con esta opinién se pueda dejar a Hobbes, un gran conser- vador, fuera de la acusacién de defensor del totalitarismo, Una vez mas Bobbio lo expresa con energfa: Pese a la persistencia y a la revivificacién (sobre todo a través de MacPherson) de la imagen de un Hobbes idedlogo de la naciente bur- guesia, Hobbes fue un conservador, porque, entre otras cosas, no se sin- tié vinculado ni material, ni sentimental, ni ideoldgicamente, a la clase en ascenso. Llevé la vida del sabio al servicio de una gran familia de la aristocracia inglesa, sin dejarse tentar nunca por el ejercicio de la activi- dad econémica; ademis, a diferencia de Locke, no sintié nunca un ver- dadero interés por el estudio de los problemas econémicos (cuya consi- deracién esté casi ausente en sus obras politicas). Admird, como se ha observado (segtin Keith Thomas en directa polémica con MacPherson), una virtud aristocratica como el valor, cxalté las extraordinarias «natura- leaas generosas», que son las tinicas que no respetan las leyes y a las que mueye sdlo el miedo“. Se podria cerrar este apartado con la opinidn, tantas veces recorda- da, al comparar El Principe con El ciudadano, diciendo que en la pri- mera obra Maquiavelo publicé un manual muy util para mandar, y que en la segunda Hobbes redacté las normas para obedecer. Warrender, H., Introduccién a la edicién de De Cive (versién latina), Claren- don Press, Oxford, 1983, p. 31. - % Bobbio, N., Thomas Hobbes, Paradigma, Barcelona, 1991, p. 52. Tbid., p. 106. XXXIX JOAQUIN RODRIGUEZ FEO. ESTA TRADUCCION La versién que presentamos aqui es la segunda que se hace al caste- lano de la obra de Hobbes De Cive, La primera la publicé el Instituto de Estudios Politicos de la Universidad Central de Venezuela, en Cara- cas, cl afio 1966, y es obra de Andrée Cathrysse. Se trata de una tra- duccién muy correcta y que ha prestado durante estos veinticinco afios un servicio inestimable a los lectores de habla espafiola®. En esa primera versién, realizada sobre la edicién de Molesworth de 1839 y Ia elzeviriana de De Cive de 1649, la uraductora opts por ofrecer un texto claro y de lectura facil, propésito que consiguié sin deformar cl significado basico del original. Aquf hemos preferido man- tener el caracter barroco de la sintaxis latina que utilizs Hobbes, asi como la longitud y arquitectura de sus parrafos con sus, a veces, pre- tendidos nexos Idgicos, por entender que ¢se es también un elemento significativo aunque no facilite la lectura. Creemos ademas que los veinticinco afios transcurridos desde la versién de Cathrysse son en sf mismos una razén para ofrecer una versién nueva. Pero ademés de éstas, la raz6n principal es la aparicién del nuevo texto latino editado por Howard Warrender en Clarendon Press, Oxford, 1983, a partir de documentos no tenidos en cuenta por Molesworth. El resultado de este trabajo de Warrender es un texto mds depurado y con mds aparato critico aunque no difiera sustancialmente del de Molesworth. Es sin embargo obligado para una nueva versién que se haga sobre el texto latino. EI texto original (De Cive) se publicé de forma semiclandestina, como manuscrito, en una edicién privada en Paris, en 1642. Al ser una edicién muy reducida, los ejemplares se consideraban objetos de valor. Fue Sorbiére, el médico filésofo (cuya carta se incluye en esta edicién) el que consiguié el permiso de Hobbes para reeditar la obra en Holan- * Cathtysse, A., Introduccién a Del ciudadano, Instituto de Estudios Politicos, Facultad de Derecho, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1966, p. 35. “ Esta traduccién ha sido reeditada por E. Lynch en Ediciones Peninsula, Barce- lona, 1987. Enrique Tierno Galvén publicé en Editorial Tecnos S, A., Madrid, 1965, reimpresa en 1976, una antologia de textos de Leviathan y De Cive. Como antologfa, sdlo publicé los capitulos IX, X y XVIII de esta tiltima obra, traducida del texto inglés. XL INTRODUCCION ‘ent Yew ya en una edicién mds amplia. Desde entonces no ha cesa- se”, ” oeaess y 1845 Molesworth edité las obras de Hobbes en dos series: Opera latina y English Works, edicién que ha sido la mas utiliza- da desde entonces. Warrender sin embargo considera que esas coleccio- nes contienen defectos y carencias. Para editar un texto mas fiable (el que sirye de base a esta edicién) utiliza las diversas versiones latinas aparecidas en vida de Hobbes: MS, Ly, Lo, Low Lay Ly Ls, Le y Ly. Las fechas de estas ediciones van de 1641 (el manuscrito de Chatsworth) a 1669 (la iltima de las ediciones de Elzevir) *. De todas ellas, el texto de Warrender se apoya en cuatro autoridades latinas (MS, L,, 1 y Ls), que considera las mas completas ®. El proceso que sigue para fijar el texto lo resume en este diagrama: MS> Ly L eho siendo E, la versién inglesa aprobada, segtin parece, por Hobbes, y publicada en 1651, Omitiré aqui las técnicas de presentacién de pasajes paralelos, variantes materiales y formales, divergencias, etc. Lo tinico que puede afiadirse es que Warrender nos acaba de dejar el texto mas fiable de De Cive. a La traduccién que aqui se presenta sigue la edici6n de Warrender excepto en lo siguiente: en la numeracién y en el uso de la cursiva, en lo que se ha seguido el criterio de Molesworth. Para la numeracién se han utilizado los ntimeros romanos para los capitulos y los 4rabes para los apartados, para evitar confusiones en las citas. De igual forma, en las citas biblicas los capitulos van en némeros romanos y los versiculos en Arabes. El empleo de la cursiva en Warrender es excesivo: el texto a veces se presenta como una jungla tipogréfica en la que la cursiva deja de nent significado. Warrender lo hizo asi seguramente por recoger esa variante for- mal de las distintas ediciones utilizadas, pero el criterio de Molesworth, mucho mis sobrio, ayuda a la claridad: es cl que seguimos aqui. Se incluyen en el texto que ahora ofrecemos dos cartas que figuran tanto en la edicién latina de Molesworth como en la de Warrender, y Gia Tonnies, F. «Vida y doctrina de Thomas Hobbes», Revista de Occidente, Madrid, 1932, p. 50. . am . , Mt Chr. Wartender, H., Introduccion a la ediciin de De Cive (versién latina), Cla- rendon Press, Oxford, 1983, pp. 34 ss. © Ibid, p. 52. * Sobre cota cuesti6n, ver Milton, Pay «Did Hobbes translate De Cine’, en His tory of Political Thought, vol. XI, n.° 4, invierno, 1990. XLI JOAQUIN RODRIGUEZ 0 que merecen ser reproducidas no sdlo por sus autores y destinatarios sino porque afiaden elementos de comprensién del texto. En cuanto a las citas biblicas, muy abundantes en algunos capitu- los, hemos preferido traducir el texto de la Vulgata que utilizé Hobbes, aunque en la actualidad se disponga de textos mas autorizados, La razon estriba en que con esta versién ofrecemos el material que utilizd Hobbes en su tiempo y que, presentado en versiones distintas, aunque més precisas, desvirtuarfan los comentarios del autor. No se debe finalizar esta Introduccién sin incluir una nota de agra- decimiento a los profesores compafieros de la Seccién de Filosofia de la Universidad Nacional de Educacién a Distancia, que han colaborado en la realizacién de la presente edicién. En particular a los profesores Fer- nando Quesada y José Marfa Hernandez, del Departamento de Eiloso- fia Moral y Politica, por sus valiosas informaciones sobre el tema. Del Departamento de Légica y Filosofia de la Ciencia, los profesores Luis Vega y Carlos Solis también proporcionaron informacién muy titil en cuestiones de historia y fllosofta de la ciencia. Madrid, enero de 1993. XLIL Tuomas Hosses ELEMENTOS DE FILOSOFIA SECCION TERCERA KL CIUDADANO Versién castellana de Joaquin Rodriguez. Feo Nobilis Anglu ea stadiis prep. AL EXCELENT{SIMO SENOR GUILLERMO, CONDE DE DEVONSHIRE, MI MUY HONORABLE SENOR Excelensisimo Senior: segiin el censor Marco Catén, era voz comin en pueblo romano, nada partidario de reyes por el recuerdo de los wanes por las ordenanzas de la ciudad, que todos los reyes eran del género de las bestias rapaces. Pero el propio pueblo romano, que habia devastado casi todo el orbe de la tierra, desde los africanos y las asidticos hasta los macedo- nos y los aqueos, y que habia expoliado a otros muchos, ;qué clase de bestia era? Poncio Telesino express atinadamente lo mismo que Catén cuando, al pasar revista a sus tropas en la guerra de la Puerta Collina contra Sila, gri- taba que a Roma habia que destruirla y arrasarla, y ahadia: «Nunca habrdn de faltar lobos, raptores de la libertad itdlica, a menos que se tale por completo el bosque en el que suelen refugiarse.» Por cierto que con razén se han dicho estas dos cosas: el hombre es un dios el hombr. Bomnbre egn lobo pare cl horabee 2 artnersdi to aplicea ta me ta de los conciudadanos; el segundo, a la de los Estados entre st. En el pri- mer caso, por la justicia, la caridad y las virtudes de la paz, se aproximan a la semejanza con Dios; en el segundo, por la depravacién de los malos, incluso los buenos tienen que recurrir, si quieren protegerse, a las virtudes de la guerray al engait, esto es, a la rapacidad animal. ¥ es el derecho natural que surge de la necesidad de la propia conservacién el que impide que esa rapacidad sea un vicio, aunque los hombres se la reprochen’ mutuamente por su inclinacién innata a proyectar en los demds sus acciones, viéndolas como en un espejo: la derecha a la izquierda y viceversa. Tal vex alguien se habra admirado de que en Catén, hombre de celebrada sabiduria, haya podido prevalecer tanto el odio sobre el juicio y la pasién sobre la razén, que Ulegase a considerar injusto en la conducta de los reyes lo que era justo en la del pueblo, pero ya hace tiempo que opino que nunca una idea eminente ha gustado al pueblo, ni el vulgo ha podido reconocer una sabidurta superior a '0 corriente porque, 0 no la comprende 0, si la comprende, la trivializa, Los dichos y hechos célebres de grieges y romanos han pasado a Ia historia no tanto por su razén como por su grandeza y, a menudo, por ese cardcter de lobos que todos reprueban; y la historia arrastra a lo largo de los siglos tanto Qa los hechos puiblicos como a sus actores. La verdadera sabidurta no es otra cosa que el conocimiento de la verdad en cualquier materia, Pero al deri- varse del recuerdo de las cosas, suscitado por denominaciones ciertas y deft- nidas, no es el resultado de un esptritu agudo ni de un impetu repentino 2 a de la recta i esto es, de la facie Ya que bar edi de Ee se al nt nacig los preceptos versales a partir contemplacion ray comm la filosofia i tantas ramas cuantos son los géneros ile las cosas en los que hay lugar para la razin humana, aunque se Hamen de modo diverso segiin la diversidad de las materias en cuestiOn. Pues el tra- tudo de las figuras revibe el nombre de geometrta; el del movimiento, el de fisica; el del derecho natural, el de moral; y todos ellos son filosofia. Como el mar, que aqui se llama Briténico, allt Atlantico, en otro lugar Indico, segiin sus costas, pero todo él es océano. Por cierto que los geémetras han ‘administrado muy bien su provincia. Ya que lo que redunda en beneficio de la vida humana de la observacién de los astros, de la descripcién de la tie- na, de la medida del tiernpo, de las largas navegaciones; lo que hay de bello on los edificios, de sblido en las fortificaciones, de maravilloso en las maqui. nas; en fin, lo que diferencia al tiempo presei la barbavie antigua, casi tedo se lo debemos ala geometria. Porque lo que debemos a la fisioa ella se lo debe a la geometrla. Y si los fildsofos morales hubieran desempenado su oficio con parecido éxito, no veo cémo el esfierzo del hombre habria podido contribuir mejor a su felicidad en esta vida. Pues Si se conociera la razin de |” Jas acciones humanas con el mismo grado de certeza con el que se conocen || las razones de las dimensiones de las figuras, la ambicién y la avaricia, cuyo | poder se apoya en las falsas opiniones del vulgo acerca de lo justo y de lo| injusto, quedartan desarmadas; y el género humano gozaria de una paz): tan sblida que no parece que hubiera que luchar en adelante (a no ser por ea espacio que requeriria el aumento de la poblacién). Pero ahora que la gue-\: rra con las armas o con la pluma no cesa, que no hay un mejor conacimien- to del derecho ni de las leyes naturales que antes, que en las sentencias de los filésofos cada parte se aferra a su opinién, que unos alaban y otros censuran ‘una misma accion, que alguien aprueba abora lo que en otro momento con- denaba y considera de distinta manera en los demds sus propias acciones; todo eso es un signo manifiesto de que lo que han escrito hasta ahora los fild- sofos morales no ha servido de nada para el conocimiento de la verdad, sino que ha gustado no tanto porque iluminaba el espiritu como porque confir- maba las opiniones temerariamente recibidas con sus discursos bellos y hala- _gadores, A esia parte de la filosofia le sucede lo mismo que a las vias pibli- cas por las que todos transitan y van y vienen, en las que unos se recrean y , otros discuten, pero en las que no se siembra nada. Y la razén de todo ello no es otra que el no haber dispuesto de un principio adecuado las que se han ocupado Z esas materias. Porque no podemos fijar a nuestro arbitrio el comienzo de la ciencia como sucede en un circulo. Ya que de las mismas tinieblas de la duda surge un hilo de razén por el que nos podemos guiat hasta la luz clarbsima: alli esta el principio de la ensenanza; y después, para resolver las dudas, hay que aportar la luz por el camino inverso. Siempre - 3 J EL CIUDADANO que un escritor abandona ese hilo por ignorancia o lo rompe por sus pasto~ nes, lo que describe con sus escritos no es el camino de la ciencia sino el de sus errores. Por lo cual, al volver mis pensamientos hacia la investigacién de la justicia natural, me vi aconsejado por el propio nombre de la justicia — que significa la voluntad constante de dar a cada uno su derecho—, de que lo primero que habria que averiguar era la razbn por la que alguien amase a una cosa suya en lugar de ajena. Porque como constase que tal cosa procedia no de la naturaleza sino del acuerdo de los hombres (ya que lo que la naruraleza proporcioné luego los hombres lo repartieron), de abi me vi llevado a otra cuestién, a saber: en razén de qué bien y de qué necesidad quisieron que las cosas fuesen mds bien propias de cada uno, siendo como eran de todos. Y veta que de la posesién en comin de las cosas surgia la gue- rra y de ahi todo género de calamidades al joes los hombres violenta- mente por su uso, cosa de la que todos natural ‘e huyen. Fijados pues dos postulados certisimos de la naturaleza ‘mumande dno el de la naturalrepdi- Heep fa cual todos quieren apropiarse del uso de las cosas comunes, Yrotro el de la razén natural por la que todos tratan de evitar la muerte violenta como el mal supremo de la naturaleza; de ahi me parece haber demostrado en esta obra con una deduccién evidentisima la necesidad de respetar los pactos y la fe dada y, consecuentemente, los elementos de la virtud moral y de los deberes civiles. Lo que he attadido sobre el reino de Dios, lo he hecho con la intencién de que no pareciera que habta contradiccién entre los man- datos de Dios que se contienen en la naturaleza y la ley natural que se con- tiene en las Escrituras. Me he esforzado también a lo largo de toda mi obra en no hablar de las leyes civiles de ninguna nacién, esto es, en no acercarme @ costas peligrosas por sus escollos o por sus actwales borrascas. Sé todo el tra- bajo que he puesto para investigar la verdad. Lo que haya resultado no lo sé, porque a todas nuestras obras las juzgamos con menos rectitud cegados por el amor. Por eso oftezco este libro mds a su censura que a su favor, pues tengo comprobado por una experiencia cierta que las opiniones que le resultan Savorables lo son no por la fama de su autor ni por su novedad ni por su calidad estética sino por la firmeza de sus razones. Si por fortuna le agrada- se, esto es, si resultara vigoroso, wtil, no vulgar, entonces se lo ofrezco, Exce- lentisimo Senior, mi defensa y mi gloria. Pero si hubiera errado, iendré al menos un testimonio de mi gratitud, de que el ocio concedido por su bondad lo he querido usar para merecer su favor. Que Dios, el mejor y el mds gran- de, protga a V. E., excelente ciudadano, en esta etapa terrena y que, una vez consumada lena de dias, le corone con la gloria'de la ciudad celestial. En Paris, a 1 de noviembre de 1646. El mds humilde servidor de su Excelencia, Thomas Hobbes. HL CIUDADANO: PREFACIO AL LECTOR Lectores: pongo desde aqui ante vuestros ojos las cosas que pueden hacer mas atenta esta lectura: la dignidad y utilidad del asunto a trarar, el método correcto de tratarlo, una causa y una intencidn honestas al escribirlo y, finalmente, la moderacién por mi parte. En esta obra se describen los deberes de los hombres: en primer lugar en cuanto hom- bres, después en cuanto ciudadanos y por tiltimo en cuanto ane Deberes en los que se contienen no sélo los elementos del — po natural y de gentes, y el origen y la fuerza de la justicia, sino tam! ite (en la medida en que mi propésito es capaz de ello), la esencia de la religion cristiana. . : ste cia Los sabios més antiguos juzgaron que este género de doctrina (excepto en lo que se refiere a la religién cristiana), habia que tran tirselo a la posteridad tinicamente adornado con poemas 0 cubierto con alegorias como si se tratase de un misterio de poder hermoso y sacrosanto, para que no se contaminase con las disputas de los particu- lares. En ese tiempo unos filésofos estudiaban, para bien del género humano, las formas y el movimiento de las cosas, y otros, sin dafio para nadie, su naturaleza y sus causas. Pero tuyo que pasar algin fee po hasta que, segtin se dice, Sécrates fuera él primero en enamorarse de esta ciencia civil, atin no plenamente comprendida pero ya de algtin modo entrevista en el régimen de la republica como a través de laa nube; y de tal manera se dedicé a ella que, desdefiadas y abandona las todas las demas partes de la filosofia, s6lo a ésta la juzgd dienaide su ingenio. Después de él, Plarén, Aristéreles, Cicerém, los demés so fos griegos y latinos y, en fin, no sélo los fil6sofos sino también eva - go de todos los pueblos la trataron y Ia siguen tratando como si fuera cosa facil, no necesitada de ningtin estudio, oftecida y disponible para el ingenio natural de cualquiera. Y lo que més contribuye a su dient dad es que los que consideran que Ia poseen 0 se encuentran en tales puestos que deberian poscerla, se complacen con tal vehemencia en esa apariencia, que consienten que a los estudiosos de las demés ciencias se les Ilame y se les tenga por ingeniosos, sabios o cruditos, Peto eo ni giin caso por prudentes. Pues consideran que este nombre se les d me slo a ellos por la superioridad de la ciencia civil. Ya que si la digni EL CIUDADANO de una ciencia ha de juzgarse por la dignidad de aquellos a quienes afecta o por el ntimero de los que han escrito sobre ‘lle 0 por el juicio de los més sabios, con toda seguridad hay que tener por la mds digna de todas las ciencias a ésta, que pertenece a los principes y a los que se ocupan del gobierno de los hombres, en la que casi todos se complacen aun en su yersién trivial, y a la que se han dedicado los més altos y mas competentes de los fildsofos. Y de su utilidad, siempre que se ensefie bien, esto es, deducida a partir de principios verdaderos, podremos juz- gar correctamente si consideramos los dafios que se derivan para el género humano de una versién falsa y superficial de la misma. Porque en las cosas sobre las que especulamos con el tinico fin de ejercitar el ingenio, aunque se deslizara algtin error, éste no supone dafio ni pérdi- da alguna a no ser de tiempo. Pero en aquello en lo que todos deben meditar porque en ello les ya la vida, es inevitable que surjan, y no sdlo por error sino también por ignorancia, ofensas, disensiones e incluso muertes. Y estos males son tan grandes como grande es la utilidad que se sigue de una doctrina de los deberes bien ensefiada. 3A cudntos reyes, aun siendo buenos, les maté un tinico error: que un stibdito tie- ne derecho a matar al tirano? Y este error, de pensar que se puede des- pojar de su reino al supremo principe por ciertos hombres y con ciertas causas, 3a cudntos ha yugulado? zA cudntos hombres ha matado esta etrénea doctrina de que los reyes no son los jefes de la multitud sino sus servidores? ;De cudntas rebeliones finalmente fue la causa la opi- nidn segtin la cual pertenece a los particulares entender sobre la justicia © injusticia de los mandatos reales, que no sélo pueden ser con todo derecho discutidos sino que ademés conviene que lo sean? Aparte de éstas hay otras muchas ideas en la filosoffa moral comtinmente acepta- da, no menos peligrosas, que no vale la pena enumerar. Estimo que los antiguos las tuvieron presentes cuando prefirieron que la ciencia de la justicia permaneciese encubierta bajo fébulas antes que expuesta a dis- cusiones. Porque antes de que comenzaran a agitarse semejantes cucs- tiones, los principes no suplicaban el poder supremo; simplemente lo gjercian. Y protegian su poder no argumentando sino castigando a los criminales y defendiendo a los honrados. Los ciudadanos, por su parte, no medfan la justicia por discursos privados sino por las leyes del Esta- do, y se mantenian en paz no por las discusiones sino por la fuerza de la autoridad. Mas atin, veneraban el poder supremo, ya residiera en un solo hombre o en un consejo, como si fuera una divinidad visible. Por eso, en absoluto se juntaban con ambiciosos y malvados como sucede ahora. Porque no les cabia en Ia cabeza la idea de no querer conservar aquello por lo que ellos mismos se conservaban. Es decir, la sencillez de aquellos tiempos no comprendfa una tonterfa tan docta. En conse- 6 EL.CIUDADANO: ‘Ja paz y la edad de oro que sdlo acabé cuando, expul- . comenzd a cnsefiarse que era licito levantarse en armas tra . ¥ sostengo que los antiguos no’sélo lo vieron asf sino ‘en wna de sus fabulas Jo significaron con acierto. Pues cuentan que isn se enamord de Juno y comenzé a cortejarla estando en un ban- quete inyitado por Jtipiter. ¥ que en lugar de la diosa se le ofrecid una ‘ube que tenia su figura. Que de ahf nacieron los centauros, gente - belicowa e inquieta, con naturaleza en parte humana y en parte equina. ‘Lo cual vale tanto como decir, con otras palabras, que los particulates, al ser llamados al consejo supremo del Estado, quisicron someter a su conoeimiento a la Justicia, esposa y hermana del poder supremo, y que al abrazar su figura, falsa y vana como una nube, engendraron los dog- mas biformes de los filésofos morales, rectos y hermosos por una parte, y salvajes y brutales por otra, que son la causa de todas las rencillas y de todos los crimenes. Por eso, como semejantes opiniones surgen a dia- tio, si alguien disipase aquellas nubes y mostrase con los mis firmes argumentos que no hay doctrina alguna aucgntica de lo justo y lo injusto, de lo bueno y lo malo, fuera de las leyes establecidas ¢n cada listado, y que no hay que preguntar a nadie a no ser a quienes ¢! | poder supremo ha encargado la interpretacién de sus leyes, si una accion ha de set justa 0 injusta, buena o mala, ese tal no sélo mostrar4 el camino teal de la paz sino las sendas tenebrosas y oscuras de la sedicién, que es la cosa mas util que pudiera pensarse. Por lo que se refiere al método, he crefdo que no bastaba el mero orden del discurso por notable que éste fuera, sino que habfa que comenzar por la materia del Estado para pasar despues a su generacion, a su forma y al origen primero de la justicia. Porque una cosa se conoce mejor a partir de aquello que la constituye. Ya que como sucede en un reloj mecfnico o en cualquier otra m4quina algo més complicada, que s6lo se puede conocer cudl sea la funcién de cada pieza y de cada rueda si se desmonta y se examina por separado la materia, la forma y el movimiento de cada parte, de igual manera, al investigar el derecho del Estado y los deberes de los ciudadanos, es necesario no desde luego desmontar el Estado pero sf considerarlo como si lo estuviese, es decis, que se comprenda cual sea la naturaleza humana, en qué sea apta o inepta para constituir un Estado, y cémo se deban poner de acuerdo entre si los que quieran aliarse. Siguiendo este método pongo en pri- mer lugar, como principio universalmente conocido por experiencia y no negado por nadie, que la condicién de los hombres es tal, por natu- raleza, que si no existe el miedo a un poder comin que los reprima, desconfiaran los unos de los otros y se temer4n mutuamente, y que al ver que todos pueden protegerse con sus propias fuerzas con derecho, 7 EL CIUDADANO. entonces necesariamente lo harén. Tal vez se me objete que algunos niegan esto. ;Acaso me contradigo al afirmar que las mismas personas lo afirman y lo niegan? No soy yo el que se contradice sino aquellos que lo afirman con sus obras y lo niegan con sus palabras. Pues vemos que todos los Estados, aunque estén en paz con sus vecinos, protegen sus fronteras con destacamentos de soldados y sus ciudades con mura- las, puertas y guardias. ;Para qué todo esto si no temicsen nada de sus vecinos? También vemos que en los propios Estados, en los que se han establecido leyes y castigos para los malhechores, los ciudadanos parti- culares ni viajan sin armas para defenderse ni duermen sin haber cerra- do bien no sdlo sus puertas, por sus conciudadanos, sino ademés sus arcas y sus cajas por sus domésticos. Se podrd significar con mas clari- dad la desconfianza de unos individuos para con otros y de todos en general? Precisamente porque ésta es la forma general de obrar, tanto los Estados como los hombres confiesan su miedo mutuo y su mutua desconfianza. Pero lo niegan en sus discusiones; esto es, por su afan de contradecir a los demds se contradicen a sf mismos. Algunos han obje- tado que, si se admite este principio, se sigue inmediatamente que todos los hombres son no sélo malos (lo que tal vez, por duro que sea, habria que admitir al aparecer claramente en las Sagradas Escrituras), sino ademas malos por naturaleza (cosa que no puede decirse sin impiedad). Pero que los hombres sean malos por naturaleza no se sigue de mi principio, Porque aunque los malos fuesen menos que los bue- nos, al no poder reconocer a unos y a otros, aun los buenos y honrados se ven continuamente en la necesidad de desconfiar, de precaverse, de anticiparse, de someter y de defenderse de cualquier modo. Pero no se sigue por ello que los malos lo sean por naturaleza. Porque aunque por naturaleza, esto es, desde su nacimiento, por nacer animales, inmedia- tamente deseen todo lo que les agrada y hagan lo posible, ante los males inminentes, por huir con miedo 0 por rechazarlos con ira, no por ello sc les suele tener por malos; ya que las afecciones del animo que provienen de la naturaleza animal no son en sf malas, pero s{ lo son a veces las acciones que de ellas provienen, a saber, cuando son nocivas y contrarias al deber. Los nifios, si no se les da todo lo que piden, lioran y se enfadan e incluso pegan a sus padres, y a esto les empuja la naturaleza; pero a pesar de ello no tienen culpa ni son malos, en primer lugar porque son incapaces de hacer dafio, y ademds porque los que no tienen uso de raz6n no estan sujetos a ningtin deber. Pero si esos mismos en la edad adulta, adquiridas ya las fuerzas fisicas que pueden hacer dafio, continian haciendo lo mismo, entonces ya empiezan a ser malos y a ser tenidos por tales. De tal forma que un adulto malo viene a ser como un nifio robusto, o un hombre con men- EL CIUDADANO te infantil, y la malicia se equipara a la falta de razén en una edad en cE que los hombres suelen tenerla por naturaleza, gobernada ésta por la educacién y por la experiencia de los dafios sufridos. Pues a meng aug se diga que los hombres han sido hechos por la naturaleza males pot ¢ hecho de que no tengan por naturaleza la educacién ni el uso de razén, se debera reconocer que los hombres ticnen pasiones, miedo, ira y demas afecciones animales por naturaleza sin que, a pesar de ello, sean por naturaleza malos. Fijado pues el fundamento propucsto, voy @ mostrar en primer Ingar que la condicién humana fuera de la sociedad civil (condicién que puede llamarse estado de naturaleza), no es otra que la guerra de todos contra todos y que en esa guerra todos tenet derecho a todo. Después mostraré que todos los hombres, sds ¢ momento cn que se dan cuenta de semejante miseria, desean salir de exe miserable y odioso estado. Lo cual sélo es posible si renuncian a su derecho a todo por medio de pactos. A continuacion explico y confir- mo cual es la naturaleza de esos pactos, csmo deben transferirse los derechos de uno a otro para que los pactos scan validos, ¢ igualmente qué derechos y a quién han de concederse para establecer la pat esto cs, qué dictamenes de la razén pueden propiamente Mamarse eyes naturales. Todo esto se contiene en la parte del libro titulada LIBER- Una vez sentado esto, muestro qué es, de cudntas clases y como se consticuye el Estado y el poder supremo dentro del mismo; qué dere- chos han de transferirse necesariamente por parte de cada hombre que vaya a formar parte del Estado al poder supremo, ya sea un hombre o una asamblea, de tal forma que si no se transfieren no se constituye Estado alguno y permanece el derecho de todos a todo, 0 sea el dere- cho de guerra, Distingo después las distintas clases de Estado: monar- quia, aristocracia, democracia, dominio paternal y despético; ensefio cémo se constituyen y comparo las ventajas y los inconveniences unos y de otros. Ademds expongo lo que destruye el Estado y cuil is son los deberes del que administra el poder supremo. Por ultimo expli- co la naturaleza de la ley y del pecado y distingo la ley del consejo, del pacto y del derecho. Todo lo cual se encierra bajo el titulo de PODER. En la ultima parte, titulada RELIGION, para que no parezca que ese derecho de los supremos gobernantes sobre los ciudadanos, que més atriba he confirmado con razones, se opone a las Sagradas Escrituras, muestro en primer lugar que no repugna al derecho divino por cuanto Dios manda sobre los gobernantes por medio de la naturaleza, esto es, por los dictémenes de la raz6n natural. En segundo lugas que ue repugna al derecho divino por cuanto Dios ejercié un poder peal iar sobre los judios por el antiguo pacto de la circuncisién. En tercer lugar, 9 EL CIUDADANO, que tampoco repugna al derecho divino por cuanto Dios tiene poder sobre los cristianos por el pacto bautismal, de tal forma que el derecho de los supremos gobernantes 0 derecho del Estado no se opone en absoluto a la religién. Mucstro por tiltimo cudles son los deberes que han de cumplirse necesariamente para entrar en el reino de los cielos; y demuestro de forma concluyente que de entre ellos la obediencia, que he afirmado que debe cada ciudadano a su principe cristiano, no puede repugnar a la religién cristiana, por los testimonios de la Sagrada Escri- tura segin Ja interpretacién mds comtinmente admitida, Una vex visto el método, ved ahora la causa y el objeto de este libro. Estaba yo dedicado a la filosofia por aficién, y reunia sus prime- ros elementos de toda clase escribiéndolos poco a poco en tres seccio- nes: en la primera se trataba del cuerpo y de sus propiedades generales; en la segunda del hombre, de sus facultades y afecciones; en la tercera del Estado y de los deberes de los ciudadanos. De esta forma, la prime- ra seccién contenia la filosofia primera y algunos elementos de fisica, y en clla se abordaban cuestiones sobre el tiempo, el lugar, la causa, la potencia, la relacién, la proporcién, la cantidad, la figura y el movi- miento. La segunda se ocupaba de la imaginacién, la memoria, la inte- ligencia, el raciocinio, el apetito, la voluntad, el bien, el mal, lo hones- to y lo torpe y cosas semejantes, El contenido de esta tercera parte ya queda dicho. Y mientras completaba, ordenaba y escribfa lenta y cui- dadosamente todo eso (porque yo no discuto sino que calculo), suce- dié que mi patria, unos afios antes de estallar la guerra civil, hervfa en discusiones acerca del detecho del poder y de la obediencia debida por los ciudadanos, precursores de la guerra que se avecinaba, lo cual fue la causa de aplazar lo demas y madurar y terminar esta tercera parte. Asi sucedié que lo que iba a estar en ultimo lugar apareciese en el primero cronolégicamente; sobre todo porque pensaba que, al estar fundado en principios propios conocidos por la experiencia, no necesitaba de las anteriores. Y lo hice no por desco de alabanzas (aunque si lo hubiera hecho podria haberme excusado diciendo que pocos son los que hacen cosas loables si no aman la alabanza), sino por vosotros, lectores, porque esperaba que al conocer y examinar la doctrina que presento preferi- fais soportar con ecuanimidad algunas incomodidades privadas, ya que las cosas humanas nunca se ven libres de inconvenientes, antes que perturbar el estado de las cosas piblicas. Y también para que no con- sintierais que los ambiciosos abusaran de vuestra sangre en beneficio de su poder, y midicrais la justicia de lo que pensdis hacer no segun las palabras y opiniones de particulares sino segtin las leyes del Estado; para que considerarais preferible disfrutar de la situacién presente, 10 CIUDADANO, aunque no fuera la mejor, a que mediante una guerra, y ya muertos vosotros o decrépitos, otros hombres u otros tiempos cuvieran un esta- do de cosas reformado. Lo hice ademds para que no tuvierais por ciu- dadianos sino por enemigos y espias a quienes no quieren someterse a la magistratura civil ni quieren aceptar las cargas piiblicas, pero preset den seguir en el Estado, y verse protegidos por él de la ea le injusticia; ni aceptarais a la ligera cuanto os propusieran, en publ ie en secreto, como palabra de Dios. Lo diré més claramente: si al gin predicador o confesor 0 casuista os dijera que cs conforme a la palabra de Dios la doctrina segin la cual un ciudadano puede justamente matar al soberano, o bien tramar justamente una rebelién, conjuracién o cualquier alianza de ciudadanos contra el Estado, no le credis y denunciad su nombre. El que esté de acuerdo con estas cosas juzgard también honesto mi propésito al escribirlas. Por tltimo, a lo largo de todo mi libro me he propuesto mantener esta norma: en primer lugar, no dictaminar nada acerca de la eae de acciones singulares sino dejarlo al dictamen de las leyes. En segundo lugar, no hablar en particular, de las leyes de ningun Estado; esto es, no decir cudles son sino qué son las leyes. En tercer lugar, no hacer ver que los ciudadanos deben una menor obediencia a un Estado arises tico o democritico que a otro monérquico. Pues aunque en el capitulo, décimo haya intentado persuadir con argumentos de que la mone es més apropiada que las demas clases de Estado, confieso que es la tinica cosa de este libro que no queda demostrada sino propuesta como probable, A pesar de ello digo expresamente y en varios lugares que a tedlo Estado hay que atrbuirle idéncico poder supremo. En cuarto lugar, acerca de las doctrinas de los tedlogos, me propongo no scm las en ninguna parte a no ser las que suprimen Ja obediencia de ce ius dadanos y socavan la solidez del Estado. Por iiltimo, para no pul lear imprudentemente algo que no deberia ser publicado, no he quenide que lo escrito se hiciera ptiblico inmediatamente; por eso he procurado distribuir entre amigos unos pocos ejemplares impresos para corregir, suavizar y explicar, una vez conocidos los juicios ajenos, lo que se hubiera deslizado de erréneo, duro u oscuro. ; Mc he encontrado con reproches violentos de que habia hecho un poder civil desmedido, pero provenian de eclesidsticos; de que habia eliminado la libertad de conciencia, pero procedian de sectarios; de que habfa eximido a los gobernantes supremos de las leyes civiles, pero procedian de juristas. Por eso no me han impresionado demasiado = reproches de quienes iban a lo suyo, a no ser para apretar los nudos més atin. En cambio, en razon de aquellos que objetaron los princi- pios mismos, es decir, la naturaleza de los pactos y el origen del Esta- W — _i__<<_ EL CIUDADANO. do, como en sus reproches no se habian guiado por sus Pasiones sino por su buen sentido, he afiadido algunas anotaciones en determinados lugares, que juzgué podrian satisfacer a los discrepantes. Me esforcé por ultimo permanentemente en no molestar a nadie excepto a aquellos a cuyos proyectos se opone lo que digo, y a quienes suele molestar toda opinién que les contradiga. Por todo ello, lectores, si encontraseis algunas cosas menos ciertas 0 dichas con més acritud de la necesaria, os ruego encarecidamente que os dignéis llevarlas con ecuanimidad, por estar dichas no para favorecer facciones sino la paz, y por quien merece se le perdone algo en razén del justo dolor por la actual calamidad de su patria. PEDRO GASSENDI AL MUY DOCTO Y GRAN AMIGO SAMUEL SORBIERE Recibf la pequefia carta que me enviaste a Calais a punto de hacer- me a la mar. No era necesario que te excusases de no haberme despedi- do personalmente, porque ya nuestro ilustre Martell me explicé lo imprevisto de tu marcha, y que me habfas estado buscando al no estar en casa. Lo que afiades, de que antes de tu partida lograste obtener por la fuerza de ese eximio Hobbes un ejemplar del libro De Cive con notas al margen de su propia mano, para intentar, cuando llegaras alli donde te deseo que estés sano y salvo, que se publique nuevamente, me agradé sobremanera. Porque se imprimieron tan pocos ejemplares del libro, que més que saciar la sed de él, la han provocado; ya que conoz- co a muchos que buscan ese libro ardientemente, pero en vano. El libro ciertamente no es vulgar, y sf digno de que lo tengan en sus manos todos los que gustan de cosas clevadas; y no conozco un escritor que aborde esos temas con més profundidad que él (si exceptuamos lo que se refiere a la religion, en la que somos érego5o€ou). ;Ojalé hubie- ras podido arrebatarle también del mismo modo lo demds en lo que se ha ocupado! Porque con su publicacién habrias hecho muy feliz a todo el gremio de los que filosofan con solidez; ya que no he conocido a nadie mas libre de prejuicios al filosofar ni que penetre més profunda- mente todo lo que trata. Pero ti conoces suficientemente a ese hombre y serfa superfluo lo que se aftadiera para su alabanza. Adiéds, y saluda a 12 HL CIUDADANO, amigos, sobre todo a Courcelles, a Heerebord, a Bornius y iad En Parts, a 28 de abril de 1646. MARINO MERSENNE | AL MUY SABIO DOCTOR MEDICO SAMUEL SORBIERE He ofdo, doctisimo Sorbiére, que has llevado contigo a La Haya la egregia obra De Cive del incomparable Hobbes, un inmenso tesoro lite- taro, aumentado con nuevas ideas que, al responder a cada una de las dificultades, facilitan el camino. Encargate pues de que algtin tipégrafo de calidad edite ese libro de oro, adornado y completado con piedras preciosas, y no permitas por més tiempo que lo echemos de menos. i ademés a su autor con todas tus fuerzas para que toda la obra filoséfica que su mente produce y su pluma explica no la encierre en un arca, que serfa fatal para nosotros, no sea que nos obligue a acudir a la firovidad real para forzar su envidiada arca. ;Verés la satisfaccion fue te procuramos cuando veas que esa noble filosofia se demuestra igu: que los Elementos de Euclides! (Con qué gusto renunciards a aquella tw época y a las simplezas de los escépticos cuando te veas obligado acon- fesar que estos principios se apoyan en bases firmisimas! Adiés. Cuan- do veas a Rivet y al admirable Huygens, quiero que les des mil saludos de mi parte, y ten la seguridad de que te recuerdo y estoy a tu disposi- cién. En Orledns, a 25 de abril de 1646. —- LIBERTAD CariTuto I Estado de los hombres fuera de toda sociedad Hah ladHo| 1, Introducci6n. 2, En el comienzo de la sociedad civil est4 el miedo recf- proco. 3. Los hombres, por naturaleza, son iguales entre si. 4. De dénde nace la voluntad de agredirse mutuamente. 5. La discordia que surge de la compa- racién de ingenios. 6. Del deseo de la misma cosa por muchos, 7. Definicién del derecho. 8. El derecho al fin da derecho a los medios necesarios, 9. Por derecho natural todo hombre es juez de los medios para su conscrvacién. 10 Por derecho natural todo es de todos. 11. Fl derecho de todos a todo es inttil. 12. Blestado de los hombres fuera de la sociedad es la guerra. Definiciones de guerra y paz, 13. La guerra se opone a la conservacién de los hombres. 14 Por derecho natural cualquiera puede obligar a otro que tenga en su poder a comprometerse a obedecer en lo sucesivo. 15. La naturaleza aconscja la bis- queda dela paz. —» ta cahyeln fa lo a tWanw center. of CIOL Gvo de HN fo Salley tees 4 ] tarda ho de 1 ewacdrio wee - ; 1. Las facultades de la naturaleza humana pueden reducirse a cuatro géneros la fuerza corporal, la experiencia, la razén y la pasié: brn esto como el principio de la doctrina siguiente, diremos ¢ primes ugar qué actitud tienen, unos respecto a otros, los hombres docados de dichas fculaes:y si han nacido aptos para vivir en socie- ad y para conservarse frente a la violencia mutua, y esto en vittud de qué facultad; pasaremos después a mostrar qué acuerdo es necesario fomnat en este terreno y cuales son las condiciones de la sociedad o de a paz humana; dicho de otra forma, expondremos cudles son las leyes fundamentales de la naturaleza. — 2, La mayor parte de los que han escrito sobre politica suponem, pretenden o exigen que el hombre es un animal que ha nacido apto! "Como de hecho vemos que los hombres viven en una sociedad ya constituida, que nadie vive fuera de la sociedad y que todos buscan la asociacién y el trato mutuo, puede parecer en cierto modo estiipido dejar sentado en el comienzo mismo de esta doctrina de la sociedad civil que el hombre no ha nacide apio para la sociedad. Por eso necesita ulterior explicacién, Es cierto que al hombre, por naturaleza, esto es, en cuanto hombre, desde el momento mismo de su nacimiento, le molesta la soledad prolongada. Porque los nifios necesitan de los demés para vivir, y los adultos para vivir bien. Por es0 no niego que los hombres por naturaleza tiendan a asoclarse aos 14 ee EL CIUDADANO Ja sociedad, Los griegos le laman|Z@ov_soActudvi y sobre ese mento construyen la doctrina de la sociedad civil como si para la conservacién de la paz y el gobierno de la humanidad bastara que los hombres consintiesen en ciertos pactos y condiciones que ya entonces llamaban leyes. Axioma que, aunque aceptado por muchos, es sin embargo falso; y el ercor procede de una consideracién excesivamente lige a la naturaleza humana. Ya que si consideramos més profunda- mente las causas por las que los hombres se agrupan y disfrutan de la mutua compafifa, se verd ficilmente que si eso sucede asf no es porque fio pueda suceder de otro modo, sino que sucede accidentalmente: Porque si el hombre amase al hombre naturalmente, esto es: en cuanto hombre, no podrfa aducirse raz6n alguna de por qué no iba a amar de igual forma a todos los demas, al ser igualmente hombres; 0 de por qué iba a juntarse més bien con aquellos de cuya compafifa iba a obtener, mas que de la de otros, honor y utilidad. No buscamos pues por natu; taleza compafieros, sino obtener de los demas honor o comodidad; esto es lo que buscamos en primer lugar, y a los dems secundariamen- te. Con qué objeto se agrupen los hombres se deduce de lo que hacen una vez agrupados. Ya que si se retinen por razones comerciales, cada uno busca su propio provecho, no el del socio, y si es por razén de algtin cargo, nace entonces una cierta amistad publica que tiene mas de micdo mutuo que de amor; por consiguiente, a veces surge una faccién pero nunca la benevolencia. Si se retinen para divertirse, cada uno se complace més en aquellas cosas que provocan la risa, de las que puede, dada la naturaleza del ridiculo, salir mejorado en su opinién al compa- rarse con la deformidad o con la debilidad ajena. Y aunque a veces esto sucede de forma inocente y sin dafio para nadie, es sin embargo mani- fiesto que los hombres se deleitan més con su vanagloria que con la con otros. Pero las sociedades civiles no son meras agrupaciones, sino alianzas, y para conseguirlas son necesarios la lealtad y-tox-pactos. Los nifios y los ignorantes descono- cen la fuerza de étos, y los que nunca han experimentado los daftos de la falta de sociedad, su utilidad. De donde se deduce que aquéllos no pueden formar parte de la sociedad porque no comprenden lo que ¢s, y étos porque, al no saber su provecho, ho se preocupan de ella, Esta claro, por lo tanto, que todos los hombres; al haber nacido nifios, han nacido ineptos pata la sociedad, y que muchos, tal vez la mayor parte, permancen ineptos toda su vida, bien por enfermedad del alma, o bien por falta de Eclucacién. Y sin embargo, tanto los nifios come los adultos tienen naturaleza huma- na. Por consiguiente, el hombre se hace apto para la sociedad no por naturaleza sino Ipor educacidn. Mas atin, aunque el hombre hubieta nacido con tal condicién que Eesease la sociedad, no se sigue de ahi que habria nacido apto para formar parte de cla, Ya que una cosa es desear y otra ser capaz. Pues la desean aquellos que sin embargo, por soberbia, no se dignan aceptar las condiciones justas sin las que la sociedad no puede darse. 15 CIUDADANO, _compaf ic otros. Ademés, en semejantes reuniones, con frecuencia se ofende a los ausentes, se examinan, se juzgan, se condenan y se ridi- culizan toda su vida, sus dichos y sus hechos. Y no se ahorra ni a los mismos contertulios ¢l que les suceda lo mismo en cuanto se vayan de la reunién; de tal forma que no era absurda la decisién de aquel que solia salir el ultimo del lugar de la tertulia. Y éstas son las verdaderas delicias de la sociedad a las que nos vemos llevados por naturaleza, esto es: por Ia inclinacién innata en todo viviente; hasta que suceda, por escarmiento o por buenos consejos (cosa que en muchos nunca suce- de), que el deseo de lo presente se reprima por el recuerdo de lo pasa- do, sin lo cual el discurso de muchos hombres charlatanes en esta materia ¢s ocioso y vacio. Y si acontece que los presentes se ponen a contar anécdotas, y uno cuenta una acerca de si mismo, todos los demés se apresuran a hablar también de sf; si uno refiere algo maravi- oso, los demés cuentan milagros, si los tienen, y si no, los inventan. Finalmente, por hablar de aquellos que presumen saber més que los demds, si el motivo de la reunién es la filosofia, habra tantos que ense- fien a los demas cuantos sean los presentes, es decir: todos querran ser tenidos por maestros; y al no ser asi, los colegas no se amardn mutua- mente sino que se perseguirdn con odio. Por eso la experiencia ensefia, a todo el que considere con mas atencidn las cosas humanas, que toda reunién espontanea se produce, bien por mutua necesidad, bien para conseguir gloria; por eso los participantes tratan de conseguir algtin beneficio, o aquel évdonuuety, estimacién y honor de sus com- pafieros de reunién. Eso mismo se deduce racionalmente de la propia definicién de voluntad, bien, honor y utilidad. Y dado que la sociedad se forma voluntariamente, en toda sociedad se requiere un objeto de esa voluntad, esto es: aquello que parece a todos los miembros bueno para ellos. ‘Todo lo que parece bueno es agradable, y se refiere a los sen- tidos o a la mente. ¥ todo placer de la mente, o es la gloria (es decir, la buena opinién de si mismo), o se refiere en tiltimo término a la gloria; lo demés es sensual o lleva a lo sensual, y puede quedar comprendido bajo el nombre de conveniencia. Asi pues, toda sociedad se forma por A conyeniencia 0 por vanagloria, esto es: por amor propio, no de los ¢ ) dems. Ahora bien, por amor a la gloria no se puede concertar una alianza ni de muchos hombres ni por mucho tiempo; porque esta vanagloria, al igual que el honor, si la tienen todos no la tiene nadie, ya que consiste en la comparacién y en la excelencia; y para que alguien tenga en sf motivo de gloriarse, la sociedad de los demés no aporta nin- guna ayuda, puesto que alguien es tanto como puede ser sin apoyo de & los demés. Y aunque las comodidades de esta vida pueden aumentarse con la ayuda mutua, sin embargo, como eso se puede conseguir domi- 16 EL IUDADANO a lox demas mejor que asocidndose con ellos, nadie debe dudar Jos hombres por su naturaleza, si no existiera el miedo, se verfan nudow mds al dominio que a la sociedad. Por lo tanto hay que afir- que el origen de las soctedades grandes y duraderas no se ha debi- why neu ererolence de los hombres sino al miedo mutuo’. La causa del miedo mutuo consiste en parte en la igualdad ‘jatural de los hombres, y en parte en su voluntad de agredirse mutua- ‘Mente. Por 16 cual no somos capaces ni de esperar de los otros la segu- dad ni de proporciondrnosla nosotros mismos. Y si reparamos en los hombres maduros y vemos cudn fragil es la estructura del cuerpo humano (que al destruirse destruye también toda su fuerza, vigor y wabidurfa); y lo facil que es incluso para cl mas débil matar al mas fuer- {e, no hay raz6n para que alguien, fidndose de sus fuerzas, se crea que Iw navuraleza le haya hecho superior a los demés. Iguales son los que _/ pueden lo mismo unos contra otros. Ahora bien, los que pueden bm imiis, es decir, matar, tienen igual poder. Por lo tanto los hombres son por naturaleza iguales entre si. La desigualdad que ahora existe ha sido introducida por la ley civil. 4, En el estado de naturaleza se da en todos:una voluntad agresi- va, pero no se da por la misma causa, ni es igualmente condenable. Ya que algunos, segtin la igualdad natural, permiten a los demas lo mismo \ que se permiten ellos (lo cual es propio de hombres modestos y que _ valoran rectamente sus fuerzas). Otros en cambio, creyéndose superio- res a los demés, se permiten todo tinicamente a si mismos y se arrogan honor ante los demds (lo cual es propio de una condicién feroz). Para éstos, la voluntad agresiva nace de una vana gloria y de una falsa esti- ~ macidn de sus fuerzas; para aquellos, de la necesidad de defender sus cosas y su libertad contra estos tiltimos. 5. Ademéas, al ser muy grande la rivalidad de ingenios, necesaria- © ha objetado que es tan improbable que los hombres se unieran en sociedad civil por ef miedo que, si realmente se temieran, no habrfan podido soportar el verse unos 2 otros. Suponen, en mi opinién, que temerse es lo mismo que sentirse aterrori- zados. Yo sin embargo entiendo por temor cualquier previsién de un mal futuro. Y reo que es propio del miedo no sélo la huida sino también la desconfianza, la sos- pecha, la precaucién y las medidas pata no temer. Los que se van a dormir cierran sus puertas y el que se va de viaje lleva su arma, porque temen a los ladrones. Los Estados suelen proteger st tetritorio con tropas y sus ciudades con murallas por mie- do a los Estados vecinos; e incluso los ejércitos més fuertes y mejor preparados para la batalla, de vez en cuando celebran conversaciones de paz porque se temen mutua- mente y para no set vencidos, Los hombres se protegen por miedo, huyendo o escon- diéndose si piensan que no pueden defenderse de otro modo; y muy frecuentemente lo hacen con armas y ottos instrumentos de defensa, con lo cual, al arriesgarse a avan- var pueden conocer cada uno las posibilidades del otro. Asi es como suele hacer un Estado: por la victoria si ha habido lucha, o por acuerdos si es el caso. 7 EL CIUDADANO EL CIUDADANO, para saber si va contra la recta raz6n el que yo mismo juzgue de mi ropio peligro, que lo juzgue otro. Y ya que el otro juzga cosas que me ‘itafen a mi, por la misma razén, dado que somos iguales por naturale-— ta, yo juzgaré las cosas que a él le atafien. En consecuencia, es confor mea la recta raz6n, esto es, de derecho natural, el que yo juzgue la sen- tencia de aquel juez, a saber, si es util o no para mi conservacién. | 10, La naturaleza dio a todos derecho a todo: esto es, en el estado? imeramente natural o antes de que los hombres se vinculasen mutua- mente con pacto alguno, a todos les era Ifcito hacer lo que quisieran, asi como poseer, usar y disfrutar de todo lo que quisieran y pudieran. Porque todo lo que alguien quisiera le parecerfa bueno para él por el hecho de quererlo, y podria o bien conducir a su conservacién o al menos parecer que conducfa. Ahora bien, segtin el artfculo precedente, hemos constituido juez de si conduce 0 no, al mismo que juzga que tales cosas deben tenerse por necesarias y (por el articulo 7) son y se tienen por derechos naturales las cosas que conducen necesariamente @ la proteccién de la propia vida y de los miembros; de donde se sigue que en estado de naturaleza a todos les es Ifcito tener y hacer cualquier cosa. Esto es lo que sucle significarse cuando se dice: la naturaleza dio todo a todos. De ahi se comprende que en el estado de naturaleza la medida del derecho es la utilidad. 11. Pero no les fue util en absoluto a los hombres el que tuvieran de este modo un derecho comin a todo. Pues el efecto de tal derecho viene a ser como si no existiera derecho alguno. Y aunque cualquiera mente de ella se originan las mayores discordias. Pues resulta odioso tanto el luchar contra algo como el no llegar a un acuerdo. Ya que el no estar de acuerdo con alguien en alguna cosa, significa acusarle tic» tamente de error en esa cuesti6n, igual que en otras muchas ocasiones cl disentir es lo mismo que tenerlo por tonto; lo cual se deja ver por el hecho de que no hay guerras mas enconadas que las que se dan enue sectas de la misma religién y entre facciones del mismo Estado, donde el desacuerdo se refiere a la doctrina o a la prudencia politica. Y dado que todo placer del 4nimo y todo entusiasmo consiste en tener alguien con quien, al relacionarse, pueda uno sentirse satisfecho de si mismo, ¢s imposible que no se muestre alguna vez odio o desprecio por medio de la risa, de la palabra, del gesto o de otro signo, que son la cosa mas molesta para el 4nimo y de la que suele surgir el mayor deseo de ofender. 6. Pero la causa mas frecuente de que los hombres deseen hacerse mal unos a otros tiene su origen en que muchos apetecen a la vez la misma cosa, que muy frecuentemente no pueden ni disfrutar en comtin ni dividir; de donde se sigue que hay que drsela al més fuerte. Ahora bien, quién sea el mds fuerte es cosa que hay que dilucidar por medio de la lucha. 7. Asi pues, entre tantos peligros, el precaverse de las amenazas que a diario acechan a todos por la codicia natural de los hombres no es en absoluto censurable, porque no podemos obrar de otro modo. Todos se ven arrastrados a desear lo que es bueno para ellos y a huir de lo que es malo, sobre todo del mayor de los males naturales que es la muerte; y ello por una necesidad natural no menor que la que lleva la piedra hacia abajo. Por consiguiente nada tiene de absurdo ni de reprensible ni de contrario a la recta razdn, el que alguien dedique todo su esfuerzo a defender su propio cuerpo y sus miembros de la muerte y del dolor, y a conservarlo. Y lo que no va contra la recta razdn, todos dicen que esta hecho justamente y con derecho. Por el término derecho ho se significa otra cosa que la libertad que todo el mundo tiene para usar de sus facultades naturales segtin la recta razén. Y de este modo, el primer fundamento del derecho natural consiste en que el hombre prod teja, en cuanto pueda, su vida y sus miembros, 8. Como si se niega el derecho a los medios necesarios, el dere- cho al fin resulta vano, de ah{ se sigue que al tener todos derecho a conservarse, todos tengan también el derecho a usar de todos los medios 4 realizar cualquier accién sin la que no podrtan conservarse. 9. En la cuestién de si los medios que alguien va a usar y la accién que va a emprender para la conservacidn de su vida o de sus miembros son necesarios 0 no, él mismo es el juez, por derecho natural. cidn, se afiade el derecho de todos a todo, por el cual uno invade con todo derecho, y el otro con todo derecho resiste, de lo cual se originan perpetuas sospechas y celos de todos contra todos, y se afiade ademds la dificultad de detener a los enemigos, aunque tengan pocos hombres y pocos medios, si nos invaden con dnimo de destruirnos y oprimirnos, no se puede negar que el estado natural de los hombres antes de la for- macién de la sociedad fuera la fuerza: y no cualquier fuerza sino la de todos contra todos. ;Y qué es la GUERRA sino el tiempo en que la voluntad de enfrentarse por la fuerza se declara con palabras 0 con hechos? Al tiempo restante se le llama Paz. 13. _Facilmente se deduce lo poco idénea que es la guerra perpe- tua para la conservacién tanto del género humano como de cada hom- bre. Ahora bien, es perpetuo por su misma naturaleza lo que, por la igualdad de los combatientes, no puede terminar con ninguna victorias ya que a los vencedores les acecha siempre el peligro, de tal forma que habrfa que tener por milagro el que alguno, por muy fuerte que fuera, muriera en avanzada vejez. En el presente siglo tenemos un ejemplo de lo que digo en los americanos: en tiempos antiguos, gentes de otras naciones, que ahora son civilizadas y florecientes, fueron escasas, fero- ces, de vida corta, pobres, mal parecidas, privadas de todo aquello que fuera solaz y ornato de la vida y que suele ser el fruto de la paz y de la sociedad. Y todo el que pensase que habria que permanecer en aquel estado en el que todo es licito para todos, se contradice a si mismo. Ya que todo hombre, por necesidad natural, tiende a lo que es bueno para . él, y no hay nadie que considere que esta guerra de todos contra todos, que es inherente por naturaleza a aquel estado, sea bueno para sf. Por eso sucede, por el miedo reciproco, que consideremos que hay que salit de semejante estado y conseguir aliados para que, si es que ha de haber guerra, que no sea de todos contra todos ni sin ayuda. 14. Los aliados se consiguen por fuerza 0 mediante acuerdos: por fuerza, cuando el vencedor obliga al vencido a servirle por miedo a la muerte 0 por la fuerza de las cadenas; y por acuerdos, cuando se crea la sociedad para ayudarse mutuamente con el consentimiento de ambas partes y sin violencia. Puede sin embargo el vencedor obligar por derecho al vencido o el mas fuerte al mas débil (como el sano al enfermo o el adulto al nifio), a comprometerse a una futura obediencia si no quiere perder la vida. Y dado que el derecho a protegernos a noso- 20 EL CIUDADANO, 4 nuestro arbitrio procede de nuestro peligro, y el peligro igualdad, parece mas conforme a razén y més seguro para conseryacin, haciendo uso de la ventaja del momento, conse- para nosotros la seguridad buscada aceptando el compromiso, cuando ellos crezcan 0 se curen y salgan de nuestra potestad, Nos en tepetir después ese compromiso en una dudosa lucha. Y wirario, nada mds absurdo que dejar libre al débil que tenemos en sanios, con lo cual lo hacemos a la ver, fuerte y enemigo. De lo cual ‘sigue también como corolario que en el estado natural de los hom- ¢/ derecho concede un poder cierto ¢ irresistible para regir y gober- {aquellos que no pueden resistir; de cal forma que a la omnipoten- que de ahf se deriva le scomntale inmediata y esencialmente un ho sobre todo lo que haya de hacerse. on "t Pero a causa de aquella igualdad de fucrzas y de las dems uiliades humanas, no cabe esperar una conservacion duradera dest ‘limos a los hombres que se encuentran en estado de naturales, ext i, en estado de guerra. Por lo cual el buscar la paz alli donde apa na esperanza de conseguirla y, donde no existieda esa esperanza, el bite yp ayudas para la guerra, es un dictamen de la recta razén; esto ¢8, WN or /a naturaleza, como se mostrara enseguida. { Me cate oanirds udp yoga’ Lome com po tunddsale Both: la worded. gab athawa cshh Avid pur fos ‘lu: no hv« ; we. 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