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BRUJAS Y LOCAS

Historia (y algunos íconos) en la construcción de


la brujería y la locura femenina como formas
de discriminación, control y castigo de las conductas
desviadas de las mujeres*

Leticia A. Kabusacki

Introducción
La idea fundacional de este trabajo puede encontrarse en la convic-
ción de que la identidad de mujeres y hombres, la noción que cada uno
de nosotros tiene sobre sí mismo, es un concepto complejo conformado
por su género, su noción de raza, su situación social y económica, su iden-
tidad sexual y también por su ubicación como ser o no insano –“normal”,
“racional” o “loco”–. En gran medida, cada uno de estos componentes de
nuestra identidad como sujetos es una construcción social, es decir, es el
resultado de ciertas prácticas culturales, que luego resultan legitimadas
por los discursos científicos y sociales que se perpetúan y reproducen en
una sociedad. Entre estos discursos se incluye el Derecho que formaliza
ciertas “ficciones” y las reproduce como nociones de “verdad” y “realidad”
generando resultados muy diferentes en cada sociedad y momento dados.
Muchos ejemplos harían esta afirmación más o menos dramática,
más o menos controvertida, pero para acercarnos a los ejes de este comen-
tario, tomemos el caso de un importante número de países en donde el
derecho reproduce –por acción o por omisión– la “verdad” acerca de que
las mujeres, no siendo sujetos plenos de derecho, deben ser entregadas a
sus designados maridos –elegidos como sus legítimos adquirentes– en per-
fectas condiciones de “uso” y sin haber sido sexualmente “utilizadas” por
otro hombre. Para esto, numerosos pueblos someten a las mujeres a pro-
cedimientos quirúrgicos precarios para remover el clítoris o a las llamadas

* Versión reducida del paper Of Witches and Mad Mothers, presentado en el “Feminist Le-
gal Theory Seminar”, Columbia University School of law, octubre 1993.
Traducción de Martín SERRANO.

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Historia

infibulaciones1, intervención sobre el cuerpo que consiste en coser los la-


bios vaginales, de manera de garantizar la virginidad (y/o potenciar el go-
ce) a estos posibles adquirentes. Ambas operaciones tienen su base en
ciertas “verdades” construidas y reproducidas como rituales desde tiempos
ancestrales pero son amparadas o no prohibidas por los derechos locales
vigentes o, en la práctica, cuando normativamente prohibidas, no recha-
zadas por los operadores del Derecho. En estos ejemplos y a través de es-
tas prácticas legitimadas, las mujeres son mantenidas como sujetos con-
trolados –en sus derechos, sus obligaciones y sus cuerpos–. Cantidades
escandalosas de mujeres mueren en estas prácticas, padecen enfermeda-
des que les generan dolores o malformaciones irreversibles o tratan sin
éxito de escapar de las jurisdicciones en las que se encuentran sometidas
intentando obtener asilo político en otros países2.
Ahora bien, en el contexto del análisis de cómo se genera y opera el
control, discriminación y exclusión de los epicentros de poder de la mu-
jeres y su tratamiento como “no-sujetos” o “sujetos no-plenos”, es signi-
ficativo que el resultado importante de estas prácticas sea la producción de
un símbolo. En este sentido, como sugiere Valery WALKERDINE, “... la femi-
neidad y la masculinidad son ficciones vinculadas con el imaginario pro-
fundamente arraigado en el mundo social, que pueden tornarse en he-
chos al ser internalizadas por las fuertes prácticas que nos regulan”3.
En la regulación de estas prácticas ha jugado el Derecho aunque no
solo, sino que contando históricamente con la connivencia de otras disci-
plinas. En este orden de ideas, es interesante detenerse en la intersección
de las coordenadas de la “femineidad” y lo “irracional” (o bien el univer-
so de lo que no responde a la “Razón”). Podríamos afirmar que la locura
es una ficción vista como un hecho y percibida como una “realidad” por

1 Se incluyen los pueblos más numerosos e influyentes en Somalía, Etiopía, Nigeria,


Egipto (con excepción de las clases medias y altas, que son las que tienen acceso a educación
mayor), Gambia, Ghana, Tanzania; también en los Emiratos Árabes, Indonesia, Malasia. Ver
The Hosken’s Report, publ. por Win News. Pero también la resección del clítoris ha sido utiliza-
da sobre todo en el siglo XIX como tratamiento de ciertas llamadas “patologías sexuales” en
las sociedades occidentales (en particular, en las europeas). Ver más adelante en este trabajo,
en la Parte Segunda.
2 Ver, por ejemplo, “INS v. Abankuwah, Adelaide”, actualmente revocado luego de ape-
laciones, en el que la autoridad de aplicación de Estados Unidos deniega el asilo luego de
mantener encerrada a la peticionante en una cárcel de máxima seguridad. Los argumentos
esgrimidos más frecuentemente en este tipo de casos, es que la victimización de las mujeres
a través de estas prácticas no encuadra en la persecución requerida para configurarse los ca-
sos de asilo político.
3 Ver WALKERDINE, V., School Girl Fictions, Ed. Virago, Londres, 1990.

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Historia

ciertos individuos. Históricamente las connotaciones que acompañan a la


locura han jugado un papel peculiar al ser asociadas con las mujeres, po-
sicionando esta asociación a las mujeres como el Otro en el discurso pa-
triarcal4. La locura es una noción que ha sido específica y efectivamente
usada en el control de la mujer, contribuyendo a estigmatizarla como el
Otro5.
La locura ha sido la categoría empleada para etiquetar los temores y
la cólera de la mujer, un vehículo de exclusión de la mujer del mundo
“racional”, de la “normalidad” y también un vehículo de ridiculización de
la ira contenida por ser objeto de una sistemática marginación. Encontra-
mos un ejemplo de corte local en los primeros años de la dictadura mili-
tar, cuando mientras la mayor parte de la población rehuía todo enfren-
tamiento con las autoridades (militares y policiales), un grupo de
mujeres, madres, comenzó a demandar pública y ostensiblemente infor-
mación sobre la suerte de sus hijos secuestrados por esas autoridades más
la reaparición con vida de sus hijos. Estas mujeres fueron conocidas con
el tiempo como Las Madres de Plaza de Mayo. Las Madres denunciaron el
secuestro, detención clandestina, tortura y desaparición de jóvenes en
manos de las fuerzas militares, mientras la gran mayoría de la población
negaba la ocurrencia de violaciones a los derechos humanos en el país.
Las Madres no estaban en condiciones de probar sus dichos. No podían
confirmar sus testimonios ni legitimar su palabra. Ellas tan solo hacían de-
claraciones públicas intentando advertir acerca de peligrosos ejecutores de
los delitos más atroces. Como describió LYOTARD, “ellas estaban desenmas-
carando el crimen perfecto: los testigos habían sido silenciados, los jueces

4 Simone DE BEAUVOIR sugiere que el posicionamiento de la mujer como el “Otro” es


una categoría fundamental del pensamiento humano y explicaría la sumisión femenina. Y así
se preguntó: “¿Por qué es que las mujeres no disputan la hegemonía masculina? Ningún su-
jeto accedería voluntariamente a convertirse en objeto, en lo prescindible; no es el Otro en
busca de su definición como el Otro quien determina el Yo. El Otro es conceptualizado como
tal por el Yo en su proceso de definición como el Yo. Pero si el Otro no se dispone a recobrar
su estatus como partícipe del Yo, debe ser suficientemente sumiso para aceptar este punto de
vista ajeno. ¿De dónde proviene esta sumisión en el caso de las mujeres?” (DE BEAUVOIR, Si-
mone, The Second Sex, Ed. J. Cape, 1953, Introducción).
5 Shoshana FELMAN señala que cuando la mujer es apreciada en asociación con la locu-
ra, su locura es vista como la ausencia de femineidad. “La mujer es ‘locura’ desde que ella es
quien difiere del hombre. Pero la locura es la ausencia de femineidad en la medida en que di-
cha femineidad evoca al equivalente universal Masculino en la división polar de los roles se-
xuales. De ser así, la mujer es ‘locura’ desde que la mujer es diferencia; pero la ‘locura’ es la
negación de la mujer desde que la locura es la ausencia de aptitud evocativa. Lo que la eco-
nomía narcisista del equivalente universal Masculino trata de eliminar bajo el rótulo de ‘lo-
cura’, es ni más ni menos que la diferencia femenina” (FELMAN, S., Women and Madness: The
Critical Phallacy, en The Feminist Reader, Ed. Blackwell, 1991, p. 147).

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Historia

eran indiferentes y los testimonios parecían inconsistentes. No había na-


da que pudiese ser vinculado con los crímenes denunciados. Ningún or-
ganismo recababa las pruebas y nadie las aceptaba”. Así, las Madres de
Plaza de Mayo crearon la necesidad de conocer la verdad a la vez que con-
tribuyeron a publicitar una nueva figura política: los desaparecidos. En
forma paralela a este fenómeno, la Madres fueron descalificadas por el
monopolio de la razón que había sido construido por las autoridades. Fue-
ron así confinadas al ámbito de la sinrazón: tanto el régimen militar como
la prensa oficial aludían a este grupo de mujeres que se reunían todos los
jueves en la Plaza de Mayo como “las locas”. En ese contexto político par-
ticular, aquellas mujeres no fueron silenciadas. Por el contrario, el signifi-
cado de su testimonio y sus demandas fue distorsionado y una razón di-
ferente (o mejor dicho la ausencia de ésta) tiñó sus denuncias públicas. En
su carácter de actores políticos, las Madres representaban una voz desa-
fiante. Con todo, su propio protagonismo fue presentado como un error
demencial.
El ejemplo de las Madres muestra una de las reacciones posibles fren-
te a la participación de la mujer como actor político cuando ésta se atreve
a desafiar el poder dominante, usualmente estructurado alrededor de la
figura masculina. Estas mujeres desafiaban también la conducta de los
hombres como actores políticos frente al manejo de las desapariciones por
las Juntas de Gobierno. La Locura fue usada para restar legitimidad a la
palabra de mujeres que estaban ocupando el lugar de nuevos actores po-
líticos. Envolviendo sus alegatos en el velo de la locura, el establishment
político dominante eliminaba su protagonismo y descalificaba su versión
de la verdad.
En 1980, el gobierno militar inauguró un “diálogo político” con los
principales partidos políticos con la finalidad explícita de obtener un con-
senso civil para los actos perpetrados por las fuerzas armadas. Así, (hom-
bres) representantes de los principales partidos políticos reconocieron que
las desapariciones habían acontecido y asumieron públicamente (y fue
entonces tomado por “Verdad”) la imposibilidad de que los desaparecidos
estuvieran aún con vida. De esta forma se juzgó al reclamo permanente
de las Madres por la reaparición con vida de sus hijos como un signo de
Locura6. Esta reacción debe ser entendida no ya como una estrategia po-
lítica sino dentro del contexto de una ideología patriarcal que no toleró el
reto que plantearon las mujeres en la arena política.
Actualmente, el control, discriminación y castigo de las conductas de
las mujeres consideradas “desviadas” asume formas sutiles y sofisticadas,

6 Ver BONAFINI, H., Historias de vida, Ed. Fraterna, Buenos Aires, 1985.

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Historia

generalmente asociadas con la extensa (e intensa) presencia de la mujer


en la expansión de los fenómenos definidos a partir de las últimas déca-
das del siglo XX como “problemas sociales”. Esto es lo que la criminóloga
Tamar PITCH llama “la feminización del control social”7. En este ámbito
público, las mujeres que dependen de la asistencia del Estado, ya sea por
su condición de embarazadas, madres solteras o simplemente “pobres”,
son objeto de políticas punitivas8.
La mujer perpetradora de ciertas conductas consideradas “desviadas”
o también criminales es frecuentemente percibida como “fuera de lugar”
en el discurso de la “racionalidad” o de la “normalidad”. El hombre no es-
tá “fuera de lugar” y consecuentemente su comportamiento criminal es
explicado en forma diferente dentro del propio discurso de la normalidad
y racionalidad. Como señala Adam MORRIS, “la menstruación, las dolen-
cias mentales, la pobre socialización, los hogares rotos y todo los demás”,
es decir, dentro del discurso de la ir-racionalidad, explica el comporta-
miento criminal femenino9.
Específicamente, la Locura sirvió de pasaporte a un singular tipo de
punición que, legitimada por discursos tales como el legal y psiquiátrico,
adoptó las formas de “tratamiento” y confinación. En este trabajo, explo-
raremos cómo los discursos sobre la locura y la mujer han sido entrelaza-
dos, destacando el uso de la locura para la construcción del perfil de la
mujer de conducta desviada. Pero, nos preguntamos, ¿qué ocurrió antes
de que existiera la Locura como categoría, el encierro manicomial, la no-
ción de lo “irracional”? ¿De qué fue sustituta la Locura y quién, si alguien,
ocupaba este espacio reservado para estos sujetos excluidos? Pues las lo-
cas de antaño fueron las brujas. Su cacería y exterminio a través de la sis-
temática caza de brujas representa el antecedente histórico de la locura,
su tratamiento y confinación. La caza de brujas ha sido además la forma
de reacción política contra las mujeres que probablemente no consiguie-
ron ser asimiladas por el sistema político de estructura patriarcal.
En la Primera Parte de este trabajo, describiremos cómo la brujería
fue utilizada no sólo para castigar ciertos grupos conformados por muje-
res, sino para eliminar el saber detentado por ellas a la vez que desafiaban
la autoridad y el conocimiento impuesto por los hombres en la sociedad
patriarcal. En la Segunda Parte exploramos el impacto del Iluminismo y

7 PITCH, T., The feminization of social control, en “Research in Law” 7, Deviance and Social
Control, 1985, p. 112.
8 Ver FINEMAN, M., Images of Mothers in Poverty Discourses, en The Neutered Mother and Ot-
her XXth Century Tragedies (en imprenta).
9 Ver MORRIS, A., Sex and Sentencing, en “The Criminal Law Review” (England) 163,
marzo de 1988.

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Historia

del nacimiento del paradigma científico que desplaza a la caza de brujas y


sustituye la brujería por la Locura, se apropia de ésta para sus dominios y
eleva la construcción del manicomio para confinarla entre sus muros.
Luego, la fusión del manicomio y de la prisión constituirá lo que FOUCAULT
ha denominado “el gran encierro”, presentando la Locura y el Delito co-
mo mera versiones del confinamiento.
En la Tercera Parte abordaremos el papel que juega la Locura en la
teoría del control social en las sociedades industrializadas, donde a partir
de la tecnificación y la sofisticación de los mecanismos de control social se
generaron cambios a este respecto.

I. Parte Primera
El arte femenino de la brujería desde el Malleus
Maleficarum al Iluminismo
De manera constante y desde tiempos muy remotos las mujeres han
sido el blanco de formas abominables de persecución en las que caen so-
bre ellas atroces actos de violencia. Esta continua perpetración de violen-
cia se funda ideológicamente en el patriarcado y la misoginia, fuerzas an-
cestrales que se han manifestado en diferentes formas y variaciones a lo
largo del tiempo –y en diversas culturas–. En los tiempos llamados “del os-
curantismo” –eras que no contaban con la “luz” de la ciencia tal como és-
ta se presenta a sí misma desde la Modernidad– fueron primordialmente
las mujeres quienes conformaron los perfiles del “peligro”, del “demonio”,
de lo “desdeñable”. En esos tiempos, mientras se ponían en marcha me-
canismos de segregación del creciente número de personas infectadas con
lepra y se creaba el castigo físico como vehículo para su purificación, un
temor colectivo de muerte dio origen a la necesidad frenética de encon-
trar la causa de esa desgraciada epidemia. Un acuerdo colectivo tácito ad-
judicó la presencia de la desgracia a la ira de Dios que –se interpretaba– se
manifestaba en la imposición divina de laceraciones en el cuerpo físico co-
mo método de expiación. En esa época, las guerras y la exploración de te-
rritorios desconocidos fueron seguidas por la propagación de enfermeda-
des infecciosas que cubrieron con sus muchas pestes los indefensos
cuerpos occidentales. Se cree que la lepra fue la plaga más terrible; por si-
glos su horror azotó a muchos pueblos.
Pero las enfermedades infecciosas fueron muchas durante los tiem-
pos del oscurantismo y sus efectos de gran magnitud, causando la pérdi-
da de cosechas, gran mortandad de animales y la ruina de economías en-
teras. Para explicar estas desgracias se atribuyó a ciertas mujeres
(generalmente marginadas o pobres) –las brujas– el despertar de la ira de
Dios a través de las fuerzas demoníacas que yacían en sus cuerpos. Jane
USHER escribe que “los grupos más vulnerables en la sociedad –las muje-
res, los pobres, los marginados sociales, aquellos necesitados de la cari-

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Historia

dad– fueron culpados por todo tipo de calamidades que no encontraban


ninguna otra explicación. Así, una mujer pobre en el seno de una cerra-
da comunidad aldeana, u otra contra la que se hubiera suscitado algún re-
sentimiento, se tornaba en un chivo expiatorio indefenso y conveniente”.
Informes oficiales describieron a las brujas como mujeres melancólicas y
endemoniadas, que se encontraban en “un estado depresivo caracteriza-
do ocasionalmente por un comportamiento sombrío y amenazador” y
personifica a las “brujas” como mujeres de edad avanzada, ermitañas, con
su mascota animal, su “familiar”, haciendo de única compañía en el soli-
tario invierno. Ahora bien, muy probablemente cualquier comportamien-
to peculiar por parte de estas mujeres fuera el resultado de su posición de
aislamiento social en la comunidad aldeana rural10.
Sin embargo, la bruja característica, inmortalizada tanto en los cuen-
tos infantiles como en textos de conocimiento para adultos, no siempre
era una mujer célibe, la “solterona” de la aldea: por el contrario, las mu-
jeres casadas fueron signadas como brujas en dos de cada tres oportuni-
dades. No obstante, el discurso de la bruja fea y malvada esconde la reali-
dad de las experiencias de suplicio que padeció un alto número de
mujeres bajo el estigma de la brujería, invitándonos a desechar la idea de
persecución, en vez de facultarnos para ignorar la retórica y examinar
aquellas experiencias.
Precisamente, es la descripción de las brujas como alienadas sexuales
e instigadoras de pasiones no naturales lo que vincula más claramente a
la Inquisición con otras formas de persecución de la mujer. Este vínculo
se manifiesta en forma clara cuando la lepra, la más letal de las epidemias,
tendió a desaparecer y las enfermedades venéreas amenazaron tomar su
lugar. Esta nueva amenaza fue también interpretada como el resultado de
la ira de Dios pero en este caso fue más fácil encontrar quiénes represen-
taban el disparador último de la incontenible calamidad. Se encontró así
que las víctimas de las enfermedades venéreas eran claros provocadores
de la ira Divina al dejarse caer en los pecados de la carne. No tomó mu-
cho tiempo el señalar a las mujeres como las principales instigadoras: las
mujeres provocaban a los provocadores de la ira de Dios, eran el mismísi-
mo Mal, el Demonio.
Para “erradicar” las enfermedades venéreas, el cuerpo de la mujer fue
sujeto a tratamientos que resultaban ser verdaderas torturas. Estos trata-
mientos eran considerados a la vez un castigo y una cura de la carne. Se
creía que la cura era alcanzada mediante la ruina del cuerpo ya que pre-
cisamente su salud era lo que en primer lugar atraía el pecado11.

10 USSHER, J., Women’s Madness – Misogyny or Mental Ilness?, Ed. De la Universidad de


Massachusetts, 1991, ps. 41-48.
11 FOUCAULT, M., Historia de la locura en la época clásica, Locura y Civilización, Ed. Fondo
de Cultura Económica, Buenos Aires, 1990.

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Historia

La intervención de la Iglesia Católica, una institución patriarcal, en el


diagnóstico y cura de las enfermedades favoreció la visión mítica del cuer-
po de la mujer como lugar donde se ocultaban las fuerzas oscuras, las
fuerzas del Mal. Fenómenos imposibles de entender por la elite patriarcal
tales como la menstruación, el embarazo y el alumbramiento fueron (en
ciertas ideologías, todavía son) asociados con lo sobrenatural. De hecho,
una de las bases del discurso de la mujer como el Otro, como peligrosa,
como propensa a la brujería, fue su fecundidad, y particularmente su
menstruación. R. SCOT, en 1584, nos decía: “Las mujeres son mensual-
mente inundadas por indeseables humores y con ellos hierve la sangre
melancólica de donde brotan hedores, que fluyen hacia arriba y se trans-
fieren a las fosas nasales y boca… para el encantamiento de lo que en-
cuentren a su paso. De ellas emana un cierto aliento con el cual hechizan
todo cuanto desean. Y de entre todas las mujeres, las viejas, flacas, con ce-
jas prominentes y espesas y de ojos hundidos son las más infecciosas”12.
Es interesante pensar que en el contexto de los juicios por brujería el
temor de los hombres a su propia impotencia y a la castración fue asocia-
do no solo con el sexo sino también con el fenómeno de la menstruación.
Se creía que mantener relaciones sexuales durante la menstruación traía
aparejada la castración del pene y/o era una fuente de horrores inimagi-
nables. Porque “quienquiera que yazca con una mujer con pérdidas de
sangre… no comete un acto mejor que el quemar el cadáver de su propio
hijo, nacido de su propio cuerpo, y muerto por la lanza, y tirar su grasa al
fuego”13. De hecho, el sexo durante la menstruación es todavía un tabú
en muchas culturas y las mujeres durante el período menstrual siguen
aún siendo percibidas como “impuras” por quienes interpretan de mane-
ra más ortodoxa las principales corrientes religiosas de Occidente, tales co-
mo el judaísmo.
Sin embargo, esto sólo permite explicar parcialmente el movimiento
de la caza de brujas. Las mujeres fueron victimizadas mediante la caza de
brujas y el estigma de la brujería en momentos en que el sistema político
estaba resquebrajándose. En este sentido, Jane USHER manifiesta que la
evolución de las cazas de brujas “fue una respuesta al desmoronamiento
del feudalismo y a las amenazas a la Iglesia en el período medieval. La mi-
seria agraria, la plaga, la guerra civil y los cambios e involuciones religio-
sos impuestos bajo la pena de muerte, resultaron en el quiebre de la so-
ciedad y del sistema de creencias que había mantenido el orden social.

12 SCOT, R., The Discovery of Witchcraft, Ed. Centaur Press, Nueva York, 1584, p. 210.
13 Texto de FAGAREL-ZOROASTRO, citado por USSHER en Women’s Madness - Misogyny or
Mental Ilness?, cit., p. 50.

290 Leticia A. Kabusacki


Historia

Como la explicación de la miseria e infecciones no podía ser encontrada


en el discurso religioso tradicional, que era cambiante e incierto, ésta de-
bió buscarse otra fuente. Y las mujeres se volvieron los chivos expiatorios.
Como las brujas, las mujeres eran una fuente conveniente de maldad,
puesto que su ausencia de moralidad era ‘conocida’. Ello dio continuidad
a las prácticas ancestrales en las cuales las mujeres han servido [el mismo
propósito] para el temor vil de los hombres a sí mismos”14.
En suma, todos esos elementos crearon un escenario perfecto para
una horrorosa persecución de las mujeres acusadas oficialmente de bruje-
ría. El Malleus Maleficarum15 –texto fundamental de la Inquisición– inclu-
yó una descripción detallada de los abominables crímenes de las brujas.
Pese a que los libros eran una rareza en aquellos tiempos, el Malleus Ma-
leficarum fue ampliamente distribuido entre la elite masculina encargada
de impartir justicia y controlar el acatamiento a las leyes. Jueces, clérigos
y doctos internalizaron el mensaje del texto y le dieron la importancia de
un mandato bíblico. Algunos autores no encuentran esto tan sorprenden-
te ya que aparentemente la misma Biblia contiene un discurso similar
condenatorio de la mujer como “endemoniada seductora”16.
Llamativamente, un gran número de mujeres acusadas de brujería
ejercían alguna forma de “medicina”. Así, “las brujas-curanderas fueron
perseguidas por ser practicantes de ‘magia’. Pero sin dudas fueron las bru-
jas quienes desarrollaron un conocimiento amplio del esqueleto y la mus-
culatura, de las hierbas y las drogas, mientras los médicos todavía deriva-
ban sus predicciones de la astrología y los alquimistas trataban de
convertir el plomo en oro. Tan importante era el conocimiento de las bru-
jas que en 1527, Paracelso, considerado ‘el padre de la medicina moder-
na’, quemó sus textos sobre fármacos, confesando que ‘él había aprendi-
do todo lo que sabía de las Brujas’ (Sórceres)...”17.
Como eficientísimas sanadoras, estas mujeres usaban remedios basa-
dos en hierbas para aliviar dolores y otros síntomas de las enfermedades

14 USSHER, Women’s Madness - Misogyny or Mental Ilness?, cit., p. 45.


15 Una copia es preservada en la Universidad de Salamanca., España.
16 MORGAN, F., A Misogynist’s Source Book, Ed. Jonathan Cape, Londres, 1989, p. 10.
MORGAN cita los dichos de SAN AMBROSIO quien enfatiza el papel de la mujer en la caída en
desgracia del hombre mediante la reinterpretación de la metáfora de ADÁN y EVA. SAN AMBRO-
SIO dijo, en el siglo tres después de CRISTO, que “Adán fue conducido al pecado por Eva y no
Eva por Adán. Es justo y correcto que la mujer acepte como señor y maestro a aquél a quien
ella arrastró al pecado”.
17 ENRENREICH, B. y ENGLISH, D., Witches, Midwives and Nursers: A History of the Women Hea-
lers 10, Compendio, Londres, 1974. Citado por USSHER, Women’s Madness - Misogyny or Mental
Ilness?, cit., p. 56.

La construcción de la brujería y la locura femenina 291


Historia

y también intervenían en los partos. Su conocimiento y comprensión del


cuerpo femenino les permitía tomar decisiones creativas (y curativas) en
embarazos y alumbramientos complicados. Eran igualmente expertas en
abortos. Considerando que en la Edad Media la mente y el cuerpo eran
vistos como dominios de los clérigos, estas mujeres se atrevieron a desa-
fiar con su conocimiento las bases mismas del conocimiento de los hom-
bres “normales” habilitados para administrar la verdad sobre ese conoci-
miento18. Así, acusándolas de practicar brujería, el conocimiento de las
mujeres fue descalificado, ellas mismas sacrificadas y sus cuerpos calcina-
dos en la hoguera19.
Es importante destacar que si bien la condena a la hoguera fue un
destino primordialmente prescripto para las brujas, este modo de ejecu-
ción de la mujer estuvo en vigencia en diferentes contextos (geográficos y
culturales) durante varios siglos. Por ejemplo, lejos del oscurantismo, du-
rante los siglos XVII y XVIII las mujeres negras sujetas a esclavitud en los
Estados Unidos, acusadas de haber participado en “rebeliones” o actos de
similar naturaleza fueron sistemáticamente condenadas a la hoguera.
Además de ser castigados de este modo sus supuestos crímenes, las auto-
ridades las consideraban seres (pese a que jurídicamente eran “cosas”,
propiedad” de sus dueños) carentes de temor hacia Dios, vehículos del
mal, lo cual aparentemente las hacía merecedoras de ser consumidas en
la hoguera, en contraposición a la suerte de sus compañeros de circuns-
tancias, a quienes usualmente se prefería ejecutar en la horca.
Finalmente, después del siglo XVIII, la persecución de las mujeres por
brujas y los juicios contra la brujería cayeron generalmente en desuso20.
La brutalidad usada contra ellas durante la tortura y ejecución pudo ha-
ber sido el motivo que disuadiese de su aplicación. Podría también alegar-
se que las brujas fueron erradicadas. No obstante ello, la “dispersión” de
las brujas coincide con el papel creciente de los paradigmas científicos que
se impusieron sobre la teología como filosofía fundacional del Estado. En
este sentido, Thomas SZASZ señala que tuvo lugar un “remplazo del con-
cepto teológico de herejía por el concepto médico de enfermedad mental,
y de las sanciones religiosas de confinamiento en mazmorras o la incine-
ración en hogueras por las sanciones psiquiátricas de confinamiento en
un hospital o torturas denominadas tratamientos”21.

18 FOUCAULT, Historia de la locura en la época clásica,citado.


19 Para una descripción detallada de los casos, ver GIDDINGS, Paula, When and Where I
Enter- The Impact of Black Women on Race and Sex in America, Ed. Bantam Books, Nueva York,
1984, p. 10.
20 Los juicios de brujas en Salem, Massachusetts, parecen configurar una excepción.
Ver USSHER, Women’s Madness - Misogyny or Mental Ilness?, cit., p. 60.
21 SZASZ, T., The Manufacture of Madness: A Comprartive Study of the Inquisition and the Men-
tal Health Movement, Ed. Routledge, Londres, 1971, p. 138.

292 Leticia A. Kabusacki


Historia

En suma, las mujeres que ocuparon el lugar de las brujas empezaron


a ser vistas como seres “enajenados”. Antecedentes de intentos de diag-
nosticar a las brujas como enfermas mentales, pueden, sin embargo, ras-
trearse tan tempranamente como en el año 1563, cuando un médico psi-
quiatra llamado Johann WEYER22, propuso concebir a las brujas como
enfermas mentales. Esta concepción ha sido aceptada como parte de la
historia de la psiquiatría. De hecho, algunos críticos que exploraron la his-
toria de la psiquiatría encontraron similitudes entre la descripción de las
brujas y aquélla de los pacientes que encuadraban en alguna definición
psiquiátrica de enfermedad. La concepción de las brujas como mujeres
mentalmente enfermas las colocó bajo el dominio de los psiquiatras que
tenían su propia versión de la cura mediante tratamientos “compasivos”
realizados bajo su supervisión. Un acercamiento crítico a la historia de la
psiquiatría y a la psiquiatría misma señala que, aun aceptando que las
brujas fueran dementes no diagnosticadas, la versión temprana de trata-
miento al que fueron sometidas no era sino una variación de la tortura y
castigo. En este sentido, Thomas SZASZ escribió: “El concepto de enferme-
dad mental tiene el mismo estatus lógico y empírico que el concepto de
brujería; en resumidas cuentas, brujería y enfermedad mental son con-
ceptos imprecisos y omniabarcativos, de libre aceptación para cualesquie-
ra de los usos que el sacerdote o el médico (o los ‘diagnosticadores’ legos)
quisieran aplicar”23.
Sin embargo, el acercamiento de brujas y dementes señalado no
coincide con la racionalización que acerca de la persecución de las muje-
res acusadas de practicar brujería realiza la llamada “psiquiatría tradicio-
nal”. Esta racionalización es un mecanismo que aparece frecuentemente
en el análisis de situaciones de espeluznante violencia cuando las mujeres
están involucradas como receptoras de esa violencia, impidiendo percibir
a las mujeres como víctimas. Los actos atroces de los perpetradores son ra-
cionalizados como meras intervenciones e intentos de resolver ciertas si-
tuaciones dadas (en cuya creación no intervinieron). En el ejemplo de las
brujas como alienadas, la explicación propuesta responsabiliza a las mis-
mas mujeres. Ellas traían consigo la brujería o su locura. La crueldad de
las prácticas arbitrarias a las que fueron sometidas por esa mera transpor-
tación de la brujería o la demencia no parece merecer el menor reparo.
Por el contrario, la modalidad de esas prácticas son interpretadas por la
psiquiatría tradicional (entre otros conocimientos) como un producto de

22 USSHER, Women’s Madness - Misogyny or Mental Ilness?, cit., p. 54.


23 SZASZ, The Manufacture of Madness, cit., p. xix.

La construcción de la brujería y la locura femenina 293


Historia

la época24. Así, la motivación misógina de los perpetradores de la perse-


cución y castigo de las mujeres caracterizadas como brujas se pierde entre
las llamas25.

II. Segunda Parte


La reorganización de la locura bajo el modelo
científico hegemónico

“Mientras el nombre del desorden femenino simbólico puede


cambiar entre un período histórico y otro, la asimetría del gé-
nero en la tradición de las representaciones permanece cons-
tante. De esta forma, la locura, aun cuando aqueja al hombre,
es metafórica y simbólicamente representada como mujer: un
mal femenino”.
SHOWALTER, E., The Female Malady.

II. 1. La utilización del manicomio y el encierro


Ya en el siglo XIX, el Estado comenzó la regulación de la locura y la
pobreza mediante la utilización del manicomio y la prisión. De esta forma,
manicomio y prisión representaron la expresión, tanto práctica como for-
mal, de un modelo de ejercicio del poder que comenzó contemporánea-
mente con el nacimiento del capitalismo. Desde diferentes lugares, esto fue
demostrado por estudiosos como FOUCAULT26, MELOSSI y PAVARINI27.
El efecto esencial del encierro es el cercenamiento de la libertad en
función del castigo o la protección28. Los espacios disciplinarios nacieron
como lugares de instrucción donde la exclusión no importaba una ruptu-
ra total con la vida en sociedad. Estos espacios reprodujeron la estructura
social hasta sus extremos: obediencia absoluta, jerarquía, sumisión y ad-

24 Sin embargo, una perspectiva diferente faculta la apreciación de otros aspectos del
perfil de las brujas. La pregunta sobre quién eran estas mujeres permite situar tanto a vícti-
mas como perseguidores en una relación de poder.
25 Shoshana FELMAN advierte problemas similares en los principales acercamientos de
la crítica literaria sobre la locura y las mujeres. Usando a modo de ejemplo el análisis de Adieu
de BALZAC por parte de críticos de renombre, demuestra cómo las mujeres son responsabiliza-
das por su sinrazón o cómo se supone que serán curadas por la razón de los demás y por la
infalible intervención (rescate) de los demás (siendo estos otros siempre hombres).
26 FOUCAULT, M., Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión, Ed. Pantheon, 1977.
27 MELLOSI, D. y PAVARINI, M., Cárcel y fábrica: los orígenes del sistema penitenciario, Siglos
XVI-XIX, Ed. Siglo XXI, 1987.
28 Ver Sistema Manicomio - Internamiento:una práctica alternativa del derecho, en “Revista
Jurisprudencia Penal”, Santa Fe 159, Ed. Juris, Rosario, 1990.

294 Leticia A. Kabusacki


Historia

hesión a los valores establecidos –características que conformaron tam-


bién los principios de los procesos terapéuticos de antaño–.
De esta manera, emergió una disciplina nueva y sin precedentes di-
rigida contra el cuerpo. La sociedad moderna requirió del cuerpo mucho
más que su lealtad política o la apropiación de los frutos de su trabajo.
Nuevas formas de disciplina regularon las operaciones, economía y efi-
ciencia de las fuerzas del cuerpo. Las prácticas disciplinarias que describió
FOUCAULT estaban claramente ligadas a la organización moderna de la es-
cuela, el hospital, la fábrica y la prisión que incrementaron el rendimien-
to del cuerpo. Se crearon los “cuerpos dóciles”, y para su obtención fue
necesaria una coerción ininterrumpida en todos y cada uno de los proce-
sos de la actividad corporal. Una “microfísica del poder” fragmentó y re-
partió los tiempos corporales, sus espacios y sus movimientos. Es en este
sentido que el diseño del panóptico de Jeremy BENTHAM capturó la esen-
cia de la sociedad disciplinaria.
Entonces, el confinamiento institucional surgió en el seno de la so-
ciedad burguesa cumpliendo diferentes funciones. Como parte de esto, los
llamados “sanatorios” funcionaron como lugares de producción y aplica-
ción de las leyes de mercado o simplemente como centros de represión e
intimidación. El encierro no surgió como corolario de una ideología pre-
concebida sino como un fenómeno contemporáneo a la construcción de
una nueva racionalidad política, social y económica. Este fenómeno fue
precisamente la acumulación primitiva del capital. En este contexto, se
erigió una nueva concepción del hombre y su ratio. FOUCAULT demostró
que hubo un traspaso de formas proscriptivas a formas prescriptivas de
poder, de un patrón jerárquico judicial a otro técnico y policéntrico. En
unas cuantas décadas desde el nacimiento de los estados, el loco, el crimi-
nal y el “desviado” dejaron de estar regidos por resoluciones judiciales.
Nuevos tipos de conocimientos (savoirs) centraron su atención en la discri-
minación entre individuos normales y anormales, entre buenos y malos
ciudadanos. Los médicos que detentaban exclusivamente la legitimación
de su conocimiento contribuyeron al surgimiento de la psiquiatría como
“disciplina científica”.

II. 2. La reasignación de la locura femenina: de lo demoníaco


a la sexualidad
La era victoriana y la lógica del Iluminismo marcaron un giro impor-
tante en los regímenes que confinaron y controlaron no sólo la locura si-
no también la sexualidad femenina. Fue durante este período que la aso-
ciación entre femineidad y patología quedó firmemente arraigada en los
discursos científico, literario y popular. Sin lugar a dudas fue en el siglo
XIX que la locura se volvió un sinónimo de “condición femenina”.
Como parte de la construcción de este fenómeno, en la ciencia que
se desarrolló en Occidente tuvieron lugar prácticas psiquiátricas revolu-

La construcción de la brujería y la locura femenina 295


Historia

cionarias. Estas innovaciones fueron principalmente una contribución de


Philip PINEL, quien es reconocido por haber “humanizado” los manicomios
y removido las cadenas que aprisionaron los cuerpos de los enfermos
mentales. Con anterioridad a este toque de “humanidad” introducido en
la época del Iluminismo, los hospicios habían sido depósitos de locos, los
que eran considerados como animales por percibirse en su pérdida de la
razón la pérdida de todo vestigio de humanidad. Como lo describió FOU-
CAULT, “la locura tomó prestado su rostro de la máscara de la bestia”, por
lo que, concluyó, si la locura era un rasgo de animalidad, “tan sólo podía
dominársela mediante la disciplina y brutalidad”. Una cita sobre La Salpe-
triere, el primer y más grande manicomio de Francia, corrobora con exac-
titud la imagen de FOUCAULT: “Las mujeres alienadas aquejadas por arre-
batos de violencia son encadenadas como perros a las puertas de sus
celdas y separadas de los cuidadores y otros visitantes por un corredor
protegido por una malla de acero; a través de esta malla se pasa su comi-
da y la paja sobre la que duermen; con un rastrillo, se limpia parte de la
suciedad que las rodea”29.
El predominio de una nueva lógica –la lógica de la razón– pronto
abarcó todos los aspectos de la organización política y social. La organiza-
ción de la locura acusó el impacto de la “era de la razón” al extremo de
reemplazar con orden, limpieza y “cuidado” el brutal “tratamiento” brin-
dado a quienes eran confinados. En forma paralela a esta nueva organiza-
ción tuvo lugar la formación de un establishment médico que, tal vez has-
ta el presente, ha monopolizado la construcción y manipulación de la
locura. El establishment de científicos expertos creó y formalizó la institu-
cionalización del cuidado de los enfermos mentales. Para ello contó con
un mandato del Estado.
Nada sorprende, pues, que quienes ocuparon la posición dominante
de quienes diagnostican y sanan –maestros de la razón– fueran hombres.
Ciertamente, las mujeres fueron excluidas del establishment. Sin embargo,
ellas participaron del patrón cordura-insania aunque sólo del lado de esta
última, del de los diagnosticados, del de los necesitados de cura y salvación.
Así como el cuerpo femenino fue objeto de persecución en los tiem-
pos de la caza de brujas, fue también centro de interés de los maestros de
la razón. Como señaló FOUCAULT, el sexo mismo –o , hasta cierto punto, el
sexo fuera de los confines del sagrado matrimonio– se volvió una patolo-
gía y fue “psiquiatrizado” en el siglo XIX. Es decir, no obstante que el dis-
curso por el cual se asoció la sexualidad con la insania y la patología pue-
de ser rastreado a través de la historia, su inclusión como una forma de
enfermedad junto con la masturbación, el embarazo ilegítimo, la homo-

29 FOUCAULT, Historia de la locura en la época clásica,citado.

296 Leticia A. Kabusacki


Historia

sexualidad, la frigidez, la promiscuidad y la ninfomanía bajo el paraguas


de la nosología psiquiátrica, fue un logro de los tiempos victorianos. A los
“desórdenes” en la mujer se los creyó capaces de transformar al ángel me-
tafórico en un monstruo voraz y sexuado30. La atención brindada a dichos
desórdenes (además de su consideración como desórdenes sexuales, estre-
chamente asociados con la reproducción) validaron científicamente la an-
tigua percepción de las mujeres a la que dieran cabida los tiempos de la
persecución de las brujas. Una cita de Henry MAUDSLEY, médico psiquiatra
del siglo XIX, lo muestra en forma elocuente cuando dice: “la irrigación de
los ovarios o el útero es a veces la causa directa de la ninfomanía –una en-
fermedad en la cual la mujer más casta y modesta se transforma en un ac-
ceso de lujuria–”31.
La patologización de la sexualidad femenina y su vínculo con la in-
sania condujo a la necesidad de encontrar un tratamiento adecuado. Y,
entre otros tratamientos posibles, la resección del clítoris fue sistemática-
mente practicada en muchas mujeres para curarlas de una sexualidad
anormal. El mero encarcelamiento en un hospicio fue también el castigo
para las mujeres que daban a luz hijos ilegítimos o para aquellas que eran
ultrajadas y consecuentemente traumatizadas por la violación. Las muje-
res consideradas promiscuas o sexualmente “activas” eran también candi-
datas para los manicomios. En efecto, cualquier mujer cuya imagen pu-
diera ser considerada como una amenaza a las representaciones
victorianas de la femineidad podía estar destinada a ser conducida por el
camino sin retorno del manicomio. De esta forma, el discurso científico le-
gitimó un sistema de control de la sexualidad femenina a la vez que puso
en práctica severos castigos, creando una clase de excluidos conformada
por modelos femeninos indignos.
A través de los tiempos, el sistema de control de la mujer se mantu-
vo sustancialmente inalterado. Sin embargo, el mismo fue influido por
cambios económicos, sociales y culturales que ocurrieron en forma distin-
ta en diferentes sociedades. Ahora bien, en todos los cambios con respec-
to al tratamiento de las conductas “desviadas” o punibles de las mujeres
evidenciados en las sociedades occidentales, desde el centro hasta la peri-
feria, continúa subyaciendo una (ir)racionalidad misógina.

30 FOUCAULT, Historia de la locura en la época clásica, citado.


31 USSHER, Women’s Madness - Misogyny or Mental Ilness?, cit., p. 72.

La construcción de la brujería y la locura femenina 297


Historia

III. Tercera Parte


La sofisticación del control social y los nuevos espacios
políticos de la locura en las sociedades industrializadas.
La pérdida de la hegemonía de las mujeres
En la segunda mitad del siglo XX, el control social en las sociedades
industrializadas alcanzó una gran sofisticación. Con la complicidad de la
tecnología y los cambios sociales y económicos se crearon mecanismos de
control tan diversos como sutiles. El poder ya no aparece ejercido por un
agente fácilmente identificable, sino antes bien como un recurso, desigual
aunque ampliamente distribuido. Como lo ha sugerido Tamar PITCH, en
un escenario en el cual los procesos de socialización tienden a ser asumi-
dos dentro de un marco institucional que “previene” y “rehabilita”, la no-
ción de control social arriesga describir demasiado o muy poco. “Consen-
so, disciplina, represión, coerción: ¿es posible aún distinguir con claridad
entre estos fenómenos?”32.
La noción de control social que se ha concebido en las últimas décadas
da cuenta de un conjunto de fenómenos que no son necesariamente unidi-
reccionales y que comprenden la actuación de agentes institucionales en los
que se delegó la potestad de definir y reglar de muy diversas formas lo que
es y lo que no es normal. Entre esos agentes se encuentran el sistema de
justicia criminal, el derecho y sus instituciones auxiliares y los servicios psi-
quiátricos y demás prestaciones vinculadas. El conjunto de fenómenos in-
cluye también la actuación de agentes institucionales que se encuentran in-
volucrados en la distribución selectiva de recursos y servicios (como ser los
legales, médicos y económicos), de forma tal que dicha actuación se basa y
a la vez contribuye a la producción de nociones sobre lo normal33.
Como resultado de lo antes dicho, los medios tradicionales de cons-
trucción y castigo de las “conductas desviadas” ya no son el elemento cen-
tral ni exclusivo en la marginalización del “sujeto desviado”. La Locura y
los centros de internación que la regían y controlaban atravesaron tam-
bién por grandes cambios en las sociedades industrializadas. Las paredes
de los institutos para enfermos mentales dejaron de ser necesarias para la
contención de la Locura y sus Otros al margen de la sociedad. Los cam-
bios reflejaron las nuevas miradas de las ciencias sociales y el impacto de
la ciencia médica en las estrategias empleadas por los diversos agentes de
control social.

32 PITCH, T., The feminization of social control, cit., p. 112.


33 Ver PITCH, T. Al respecto, PITCH apunta que la construcción de los llamados “proble-
mas sociales” se ha tornado un punto de capital importancia. “Los ‘problemas sociales’ pue-
den ser medicalizados y/o reprivatizados y la idea de ‘prevención’ desplazada por la de ‘retri-
bución’”.

298 Leticia A. Kabusacki


Historia

Así, originados en las propias comunidades, las sociedades industria-


lizadas contaron con dos modelos distintos de des-institucionalización que
revelaron diferentes actitudes frente a la Locura. A su turno, estos dos
modelos acusaron un impacto diferente en la vida de las mujeres. Ellos
fueron los modelos paradigmáticos desarrollados, a modo de ejemplo, en
los Estados Unidos y en Italia, respectivamente.

III. 1. El desarrollo de nuevas racionalidades. La experiencia


estadounidense y el modelo italiano
En la segunda mitad del siglo XX se cuestionó la legitimidad de la
misma psiquiatría y se descorrió en cierto modo el velo de sus afiliaciones.
Las posiciones teóricas de la “antipsiquiatría” y los “psiquiatras radica-
les”34 expusieron sus críticas sobre las prácticas y nociones de la psiquia-
tría dentro de la profesión médica, las que se hicieron sentir particular-
mente en la psiquiatría pública.
Las funciones punitivas del confinamiento manicomial y los caracte-
res de control y custodio que presentaba el proceso de institucionalización
fueron también revelados desde otras disciplinas. A este respecto, los
avances teóricos de GOFFMAN35 en los Estados Unidos tuvieron una in-
mensa influencia en las ciencias sociales occidentales. Al considerar la lo-
cura como producto de las relaciones sociales, se denunció que el propio
proceso de exclusión de los enfermos mentales tiene comienzo en la so-
ciedad “normal” y que, en consecuencia, la prevención y el tratamiento
de la locura no debiera tener lugar en los hospicios sino en el seno mismo
de la vida comunitaria. Tanto GOFFMAN como otros teóricos consideraron
a los manicomios como la última etapa en un proceso de selección que
culminaba con la exclusión de una determinada parte de la población. Pe-
ro también en las postrimerías del siglo XX las sociedades de capitalismo
avanzado encontraron a los hospicios o instituciones mentales arcaicos e
inapropiados para sus necesidades. Esto fue denunciado por los teóricos
del control social quienes observaron que los “centros de salud mental”,
en esas sociedades en particular, habían sobrevivido más allá de la utili-
dad que alguna vez reportaron al Estado36.

34 Al respecto, la obra de Thomas SZASZ y Franco BASAGLIA marca una ruptura con la
psiquiatría tradicional.
35 GOFFMAN, E., Internados - Estudio sobre la condición de los enfermos mentales, Ed. Amo-
rrortu, Buenos Aires, 1981.
36 Ver, PAVARINI, D., Control y dominación - Teorías criminológicas burguesas y proyecto hege-
mónico, Ed. Siglo XXI, Buenos Aires, 1983; SCULL, A., A new Trade in Lunacy: The recommodifica-
tion of the mental patient, en “American Behavioral Scientist” 24, 1981, p. 741; SCULL, A., Decar-
ceration. Community Treatment and the Deviant: A Radical View, Ed. Rugters, 1984.

La construcción de la brujería y la locura femenina 299


Historia

La tecnologización y sofisticación del control social contaron con un


aliado muy poderoso que minó la necesidad de la materialidad de las pa-
redes de los hospitales psiquiátricos. Este aliado fue la creación y el uso de
psicotrópicos por los profesionales de la salud. El uso legítimo de drogas
fuertes para el control y modificación de la conducta de los pacientes
mentales permitió, una vez más, un nuevo toque de “humanidad” en el
tratamiento de la Locura37. Ciertamente la reducción de los pacientes a
niveles de fácil manipulación y la consecuente remoción del “peligro” si-
tuó a los profesionales de la medicina en un ambiente tal vez un tanto
más científico. Con independencia de la forma en que los profesionales de
la salud se perciban a sí mismos y a su arte, no hace falta indagar profun-
damente para notar las similitudes existentes entre las cadenas de suje-
ción y las químicas.
En suma, teorías, fármacos y política fueron aliados e inspiraron la
tendencia hacia la des-institucionalización –un movimiento que acompañó
el nacimiento de una nueva razón–. La ideología de la des-institucionaliza-
ción denunció el funcionamiento real de las instituciones para enfermos
mentales, señaló su preocupación por la suerte de los individuos allí confi-
nados. Denunció también al encierro como un medio de marginalización
de ciertas porciones de la población. Teniendo en cuenta que la inmensa
mayoría de los pacientes de los institutos mentales eran (son) pobres, la
ideología de la desinstitucionalización puso en el tapete la necesidad de
asumir una respuesta comunitaria a la exclusión institucionalizada. A este
respecto, los grupos feministas, defensores ante la discriminación de los ho-
mosexuales y de las minorías raciales fueron responsables de significativas
contribuciones al presentar retos permanentes a las ideologías tradiciona-
les, que poco a poco fueron incorporando perspectivas diferentes respecto
de los problemas sociales y las vastas relaciones de poder.
Así, fue la misma comunidad el centro de toda propuesta de cambio.
Ello presupuso la necesidad de devolver a los “locos” al seno de ésta. Esta
idea cobró materialidad en las experiencias italiana y estadounidense, só-
lo que en esta última38 encontró sus límites en el costado excluyente, rí-

37 Ver, en general, CASTEL, R., El orden psiquiátrico.


38 Frecuentemente se alude a la experiencia americana como política “estilo REAGAN”,
haciendo con ello referencia a su política como gobernador de California, mediante la cual
Ronald REAGAN promovió el vaciamiento de los hospitales como una estrategia de reducción
del gasto público, lo cual en gran medida dio origen a una vasta población de minorías “sin
techo” (primordialmente de raza negra) que nunca fue mezclada con el resto. Ver LOVELL, A.
y SCHEPER-HUGHES, N., Dangerous, Deviancy and Madnes, en “International Journal of Law and
Psychiatry” 9, 1986, p. 364.

300 Leticia A. Kabusacki


Historia

gido y prejuicioso de las propias comunidades39. En efecto, la versión


americana de la desinstitucionalización fue más afín al abandono y desa-
tención de aquellos que alguna vez fueron encerrados. Más aún, las ins-
tituciones mentales nunca fueron cerradas. Por el contrario, las funciones
de custodia atribuidas a los manicomios fueron transferidas de los hospi-
tales administrados por los distintos estados a instituciones fundadas por
el gobierno federal o financiadas en forma privada40. De esta forma, una
situación conflictiva que aquejaba a la sociedad en su conjunto y como un
todo fue vista tan solo como una carga financiera para los contribuyentes
“sanos”.
No es por ello sorprendente que el sistema de justicia criminal de los
Estados Unidos “parece haber absorbido una parte aún mayor de la pobla-
ción que la que en años previos fuera confinada a los hospitales psiquiá-
tricos (...) Para otros potenciales internos psiquiátricos o aquellos que al-
guna vez estuvieron hospitalizados, la ‘comunidad’ es un ambiente hostil
y de rechazo, ya sea en el seno de las ciudades o en sus áreas periféricas,
donde ‘el nuevo intercambio de locura’ se encuentra en los albergues asis-
tenciales. Y para otros, inclusive, sólo restan las calles, los depósitos de
transporte, los umbrales de las puertas y refugios de emergencia. La co-
munidad a la que pertenecían estos individuos marginales, si acaso algu-
na, es aquélla compuesta por individuos como ellos, tratando de sobrevi-
vir en los márgenes o fuera de los sistemas regulatorios”41. De hecho, se
crearon nuevas categorías de conductas desviadas y cuestiones básicas ta-
les como la falta de techo, comida e ingresos contribuyeron a desdibujar
la línea entre psiquiatría y asistencia social; y la pobreza y abandono que
alguna vez se apreciara en los hospicios se vieron entonces reflejados en
las calles.
La experiencia estadounidense de des-institucionalización, pudiendo
haber desafiado la legitimidad del saber de la psiquiatría, sólo demostró
que aún está fuerte e intacta. La psiquiatría es todavía hoy un “agente del
Estado” y su poder no le ha sido disputado. El impacto de la ideología de
la desinstitucionalización ha sido más bien débil en tanto que el poder lo-
grado por las ciencias de la salud se ha ampliado y esparcido a un circuito
paralelo de servicios y respuestas terapéuticas alternativas a la locura42. El
espectro de posibilidades para el ejercicio del poder profesional y psiquiá-

39 Ver SCHEPER-HUGHES, N.: Dilemmas of Deinstitutionalization: A View From Inner-city Bos-


ton, en “Journal of Operational Psychiatry” 12, 1981, p. 90.
40 LOVELL y SCHEPER-HUGHES, Dangerous, Deviancy and Madnes, cit., p. 364.
41 Ídem.
42 Ver CASTEL, R. y otros, The Psychiatric Society, Ed. Columbia University Press, 1982.

La construcción de la brujería y la locura femenina 301


Historia

trico sobre los individuos descarriados ha sido expandido, reproduciendo lo


que FOUCAULT describió como un “archipiélago carcelario” con reglamenta-
ciones y controles permanentes tomando lugar en diversos puntos43.
Otro ejemplo que difiere con la experiencia americana fue el movi-
miento anti-institucional tuvo lugar en Italia desde los comienzos de la
década del 60 y generó una fuerte autocrítica dentro de la psiquiatría a la
vez que denunció su carácter de instrumento de control social. Este mo-
vimiento tuvo una expresión concreta en la reforma radical del hospital
psiquiátrico estatal de Gorizia y recibió apoyo de una reforma legal que to-
mó forma mediante la Ley 180. Guiada por Franco BASAGLIA, la comuni-
dad de Gorizia participó en el desmantelamiento de su manicomio. Médi-
cos, enfermeras, miembros de la comunidad y pacientes trabajaron en
forma conjunta para destruir el internado y reinsertar a los internados a
la vida en sociedad. Gracias a que el proceso fue entendido como parte de
un problema político más amplio y el desafío tuvo sus raíces en la propia
comunidad, el hospital mental de Gorizia fue transformado con éxito en
un conjunto de lugares “normales” tales como un bar, una guardería pa-
ra niños y una cooperativa de mudanza44.
En el centro de las reformas propuestas por BASAGLIA se encontraba
la deconstrucción de la locura como concepto médico. BASAGLIA decía: “No
sé qué es la locura. Puede ser cualquier cosa o nada. Es una condición hu-
mana. La locura se encuentra presente en cada uno de nosotros, de la
misma forma en que lo está la razón. El problema radica en que la socie-
dad, para ser capaz de llamarse a sí misma civilizada debería aceptar tan-
to la razón como la locura...”45.
Franco BASAGLIA, conjuntamente con Franca ONGARO BASAGLIA, sos-
tenían que la internación por razones mentales creaba su propia enferme-
dad mediante la exclusión y segregación de ciertos sectores de la pobla-
ción. Pusieron de manifiesto la imposibilidad de determinar fronteras
precisas de la dolencia y los efectos de la institucionalización y marginali-

43 FOUCAULT, Vigilar y castigar, citado.


44 Ver BASAGLIA, F., Dalla Psichiatria Fenomenologica All’Ésperienza Di Gorizia, Ed. Einau-
di, Turín, 1981. Franco BASAGLIA fue el Director del Hospital Psiquiátrico de Gorizia y desde
esa posición condujo la reforma. Una vez que el hospital fue totalmente desmantelado, los
numerosos edificios que lo comprendían recibieron un número municipal como cualquier
otro edificio en la ciudad. Los pacientes, familiares, amigos, doctores y enfermeras formaron
cooperativas. Participaron de actividades diversas. Una de ellas fue la filmación de comercia-
les aprovechando el talento de los pacientes quienes no se mostraban tímidos ante las cáma-
ras. Tan solo quedó una única unidad, con pacientes que necesitaban de atención médica pa-
ra el tratamiento de su esquizofrenia.
45 BASAGLIA, F., Conferenze Brasiliane [Conferencia Brasilera], en LOVELL y SCHEPER-HUG-
HES, Dangerous, Deviancy and Madnes, cit., p. 361.

302 Leticia A. Kabusacki


Historia

dad. Los síntomas de la supuesta locura eran construidos de acuerdo con


las formas en que la sociedad juzgaba necesario tratar con ella. Los insti-
tutos para enfermos mentales (manicomios) reprodujeron, así, todas las
perversiones presentes en las relaciones humanas, a la vez que creaban
una enfermedad que le era propia46. BASAGLIA escribió que el manicomio
“es una enorme caparazón repleta de cuerpos que no pueden sentirse a sí
mismos y que se sientan allí, esperando que alguien venga a medirlos y a
hacerlos vivir donde y como ellos decidan que encajan; vale decir (...) al
fin y al cabo (son) transformados en objetos…”47. “Cuando alguien alie-
nado ingresa a un hospicio, deja automáticamente de ser loco y es trans-
formado en una persona enferma. El problema es cómo deshacer el nu-
do, cómo superar la locura institucional y cómo reconocer la locura donde
sea que ella se origine, esto es, en la vida misma”48.

III. 2. La pérdida de la hegemonía femenina


A partir de estas experiencias y nuevas racionalidades, resulta intere-
sante observar que en su análisis teórico desde distintas disciplinas el
cuerpo es tratado permanentemente como si fuera uno y único, como si
las experiencias relacionadas con el cuerpo del hombre y la mujer no di-
firiesen, y como si el hombre y la mujer suscitaran un mismo vínculo con
las instituciones características de la vida moderna.
Sin embargo, a pesar de los últimos cambios a los que ha acudido el
multi-fenomenal control social de las mujeres, puede todavía detectarse la
vigencia de la noción de la Locura como un fenómeno “femenino” y qui-
zá, si tuviéramos la oportunidad de profundizar este trabajo y traerlo has-
ta el presente, encontremos la versión actual de aquellas brujas, las locas
de antaño.

46 BASAGLIA, F., La Distribuzione Dell’Ospedale Psichiatrico Come Luogo Di Istituzionalizzazione.


47 BASAGLIA, Dalla Psichiatria Fenomenologica All’Ésperienza Di Gorizia, cit., p. 251.
48 BASAGLIA, Dalla Psichiatria Fenomenologica All’Ésperienza Di Gorizia, citado.

La construcción de la brujería y la locura femenina 303

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