Sie sind auf Seite 1von 3

¿Qué hacemos con el 2010?

Por Andrés Oliveros

¿Qué hacer este 2010 con nuestro México? ¿qué hacer el 16 de septiembre y el 20
de noviembre de este año? ¿es posible festejar los doscientos años del inicio de la
lucha por la Independencia y los cien años del inicio de la Revolución en estos
momentos cuando nuestro tejido social se encuentra tan debilitado (Cfr. Conferencia
del Episcopado Mexicano, febrero 2010)?

Supongo que la respuesta es tan compleja como sencilla: ¿qué se hace con
un hijo al que se quiere mucho cuando se sabe que no va por el mejor de los
caminos? Nadie piensa en abandonarlo. Al revés: la familia se une para festejar su
cumpleaños, ese momento suyo. Le hacen ver que el cariño no le falta, que el apoyo
es sincero.

Jean Meyer, agudo historiador de México, escribió hace poco que “toda
nación debería entender su historia; ninguna nación puede permitirse ser dominada
por ella”. En este año de festejos podríamos aprovechar para hacer una
introspección. Desentrañar nuestras raíces “castellanas y moriscas”, nuestro pasado
“rayado de azteca” como diría Krauze, y mirar hacia el futuro con una clara memoria
de nuestra historia.

El autoconocimiento no es sólo individual; en una nación es también algo


colectivo. El imaginario colectivo histórico de los mexicanos es una realidad a la que
todos deberíamos buscar llegar.

Difícil cuestión: los mexicanos caminamos por un sendero riesgoso al querer


comprender nuestro pasado.

De un lado tenemos la pared de un pasado broncíneo, el muro de la historia


oficial, llena de hieráticos monumentos dedicados a héroes inalcanzables y místicos.
Y llena también de improperios al traidor y al enemigo (y que no se le ocurra a este
último profanar con su planta nuestro suelo).

Por otro lado se abre un ancho abismo, el abismo de la ignorancia. Éste nos
parece más atractivo por ser más divertido. Sólo tenemos que dejarnos llevar por los
festejos, por el mezcal, por somos mexicanos, hagamos maldades en Europa, por
los chistes de un alemán, un canadiense y un mexicano donde el mexicano es el
naco, el tramposo, y un largo epíteto de adjetivos afines.

Tanto una como otra manera de acercarnos a nuestra historia nos alejan del
verdadero México -que por cierto tiene mucho de ambas-.

Sin dejar los héroes y sin dejar las fiestas deberíamos aprovechar el
Bicentenario del inicio de la Revolución de Independencia –concepto utilizado por
los historiadores mexicanos de mediados del siglo XIX y abandonado a principios
del siglo XX– y el Centenario del inicio del Plan de San Luis para asincerarnos con
nosotros mismos y con nuestro pueblo. Que nos sirva para profundizar en el núcleo
de nuestra identidad sin los velos de las ideologías, de la proximidad en tiempo, de
los intereses. Conocernos como somos aceptando lo positivo de nuestra cultura,
reconociendo lo negativo de nuestros atrasos, corrigiendo los errores presentes.

Continúa Meyer: “Toda conmemoración debería ser la oportunidad


nietzscheana de curarnos de la enfermedad histórica, asumiendo los dramas de
nuestra Historia, con mayúscula, en lugar de disimular ciertos hechos, ciertos
actores, en lugar de juzgarlos como buenos y malos, según nuestros prejuicios”.
Que estas conmemoraciones sean una catarsis liberadora.

No hay porqué tener miedo al pasado. Decía un filósofo español a mediados


del siglo pasado que “el que no conoce el pasado está condenado a repetirlo”. No
hay porqué tener miedo a la verdad. Como diría Meyer con respecto a éste
trascendental: “la buscamos, intentamos honestamente buscarla y esa búsqueda
debe crear la disposición a defenderla, a servirla en la vida. La historia y el
historiador deben encontrarse al servicio de lo verdadero y justo, de la libertad y de
la fraternidad entre los hombres”. La historia está ahí. No podemos apropiarnos de
ella pero sí podemos dialogar con ella de tú a tú.

Quizá podríamos aprender de los franceses su manera de celebrar el


Bicentenario de la Revolución Francesa. Si uno busca bibliografía acerca de ese
gran evento histórico se topará con la grata sorpresa de que alrededor de 1989
aparecieron varias decenas de estudios franceses revisando los mitos creados
alrededor del movimiento jacobino. Supieron estar a la altura del momento y se
dedicaron a hacer un repaso académico de los hechos y de las fuentes más
importantes al respecto. Se pusieron a estudiar lo bueno y lo malo de su Revolución.
E. Faure, presidente de la Comisión francesa preparatoria de las celebraciones por
el Bicentenario de la Revolución Francesa celebrado en 1989, dijo que “no se
conmemoran los excesos, las masacres y todo eso. La fraternidad es lo que
celebraremos”.

Ahora bien, todo este esfuerzo intelectual no resolverá nuestros problemas


como nación, como economía, como Estado. Sin embargo, sí nos pondrá frente al
umbral de las verdaderas soluciones. Al fin y al cabo tenía razón cuando decía
Santayana que “La vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla”. A
México hay que intentar comprenderlo, pero más que nada hay que vivirlo.

Que este 2010 también sea un año –sea EL año– en el que nos sentemos
con los que no piensan con nosotros para poner las bases de un diálogo que tenga
como meta y objetivo la creación de un proyecto de país que incluya a todos los
Méxicos, a todos los mexicanos. Pues México no es un ente artificial sino las
decisiones de cada uno de los mexicanos. Aprovechemos la coyuntura histórica
para pisar fuerte.

Das könnte Ihnen auch gefallen