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Permiso escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

© MegaGrupo De Relatos, 2009

© Editorial Hidalgo Ediciones, 2009

Caracas, Venezuela.

Diseño de la cubierta: Hidalgo Ediciones

Ilustración de la cubierta:

Image © Hidalgo Ediciones

Primera edición: Octubre de 2009


Parte Primera:

La Luz
Y Vuelta a Empezar

La primavera había florecido, un manto de rosas, margaritas y gladiolos se

extendía por el suelo con un multicolor paisaje, dando a los sentidos un perfume

embriagador.

Había pasado el duro invierno en que no salí de mi rincón. La soledad y la tristeza

había sido mi única compañía y ahora al ver el sol en lo más alto del cielo quería

volver a creer y vivir.

Pero eran muchos los recuerdos que vagaban por mi cerebro como en un salón

de baile buscando a quien sacar a bailar, con la diferencia de que eran solo ellos, los

pensamientos, los que se movían por el desierto salón.

Salí a la calle resuelta a comerme el mundo, mi voluntario retiro había sido una

losa enorme que ahora me pesaba en el alma y me arrepentía de haberla aceptado.

Entre en un bar y pedí algo fuerte, quería tener sensaciones nuevas, vivir

alocadamente.

En la barra un joven rubio me miro y se acerco para entablar conversación, la

acepte como agua de mayo. Era agradable sentir de nuevo palpitar mi corazón,

deslizo su mano y rozo la mía, tenia una piel suave y cuidadas manos, cosa que me

agradó.

Sin saber como me encontré subiendo por una escalera empinada hacia el

apartamento del desconocido, estaba decidida a vivir una noche loca, a olvidar mis

prejuicios y entregarme al placer insaciable.

Es irónico como el rosa a veces puede volverse negro. O teñirse de rojo.

El sexo fue bueno. La charla amena. Los candados no me agradaron. Pero

oye, se trataba de vivir una aventura alocada, así que acepté que me encadenara a la

cama. Así que ahí estaba yo, sólo protegida por unas finas bragas, sumergida en un

cuarto oscuro.
Luego comenzó el juego. Al principio divertido. Luego morboso. Finalmente

caótico. Un gemido terminó en grito. Un susurro, acabó en llanto. La historia rosa se

tiñó de sangre. El silencio ahogó mis gritos. Pude verlo.

Más allá de la galería de imágenes, un mundo olvidado por sus dioses era

devorado por los demonios que caminaban en la tierra con sonrisas amables y roces

en las manos. Expertos en seducción que sólo deseaban saciar sus delirios sexuales

basándose en el horror que podían provocar sus delicadas manos.

Cuando él terminó conmigo, me dejó abandonada en el dormitorio, a que mis

heridas se desangraran solas. Me transformó en un monstruo. Había cortado mis

senos, me había dejado caer en el más cruel y destructor abismo. Me moría en una

agonía insoportable. Mis ojos se apagaban... Mi vista se volvía una sutil niebla... La

sombra se reía de mí.

Es irónico como el rosa puede volverse negro. Igual que el día en que mamá

me olvidó a la salida del colegio, y no regresó jamás... o la noche tormentosa en que

papá se suicidó. Yo sólo quería una aventura nueva, y ahí estaba. Sin senos,

desangrándome. Una aventura teñida de sangre.

Entonces supe la verdad. Yo era como todos los hijos de Dios. Una niña

sumergida en una crucifixión. Atada, desnuda, en una cama de sábanas que ahora se

volvían profundamente rojas. Era un Cristo sin nombre y sin gloria, oculto en la

inmensidad de un apartamento. Dios se había olvidado de sus hijos, de mí, de cada

huella. Yo era el eslabón perdido. Era la mujer afectada por las drogas de una bebida

insoportable. Era yo el Todo.

Así que, de alguna forma, logré salir de las amarras que mantenían mi cuerpo

inerte, y me arrastré fuera de la cama. Salí del dormitorio, tropezando con torpeza.

Caminé hacia la sala donde las voces se divertían. Muchos hombres se reían de la

nueva victima. Mis ojos se inyectaron de adrenalina. Apreté los dientes. Abrí la puerta.
Del otro lado, estaba la nada. Un túnel con final amargo. Caminé lentamente

hacia la luz. Una voz me llamaba. Susurró una palabra. Luego otra. Sentí un sabor

ácido en mis labios. Todo se desvaneció. Volví a la realidad.

Estaba en el cuarto donde siempre estuve. El cuarto 302 del Hospital

psiquiátrico de South Asfield. El sitio que fue mi hogar desde aquella noche en que un

joven me llevó a su apartamento, y cortó mis senos. La noche con la que sueño todos

los días.

La noche en que el rosa se volvió negro.

Se tiñó de rojo.
Fértil Para Abonar Otro Cuerpo

El encuentro estaba previsto para el atardecer de ese mismo día. Lo había

esperado con ansias; mis años juveniles habían pasado pronto y la perspectiva de la

soledad me atrapaba en pensamientos ateridos de nostalgia. Imaginaba cientos de

noches de invierno en espera de amaneceres que me devolverían a la vida de los

otros; la mía transcurría impávida, esperando el milagro del amor.

Provenía de una familia con estructuras del siglo pasado que no me habían

permitido ver con buenos ojos, el futuro de una mujer sola. 30 años eran bien pocos

para el siglo en que vivía, pero bastantes para una muchacha que todavía no había

sentido más que cariño hacia los hombres que la rodeaban.

Por intermedio de una comunidad cibernética de hombres y mujeres solos,

conocí a Diego… “Humus” se hacía llamar en la pantalla; y me costó esa vida de

ensueño darme cuenta del porqué.

El encuentro se concertó por teléfono. Su voz era suplicante… Creí, de veras,

en su dificultad de venir por mí. Fue determinante en sus expresiones: necesitaba

verme y su dirección era Francisco de Asís al 2998. No era difícil llegar, la línea 77 me

dejaría en la Terminal de trenes.

Uno solo era el que tenía destino al barrio que habitaba. Terminaba su corrido

en la calle en que vivía. No había forma de equivocarme, dijo.

Si bien no soy de hacer cosas alocadas, admito que el haber conocido a

Humus me había despertado una profunda curiosidad y dentro de mí se había

movilizado un regimiento de sentimientos que todos juntos enarbolaban la bandera del

enamoramiento.

A pesar de ello no podía dejar de reprocharme a mí misma que aquello sería

descabellado. Pero finalmente subí al tren y llegué al punto de encuentro.


La dirección que me dio era un viejo bar, con fachada colonial, enclavado en un

antiguo barrio de los suburbios de la capital. Dentro había unas pocas mesas

ocupadas, unos viejos cuadros pintados al óleo y una fuente de agua de la cual sorbía

un diminuto hilo de líquido evocando tal vez al modismo del Feng-Shui.

Entré y me senté en una mesa pegada a la vidriera. Un mozo sexagenario y

pulcramente vestido me tomó mi pedido y permanecí en silencio y expectante

escudriñando cada rostro de aquel lugar. ¿Cómo sería Humus?, ¿lo reconocería

físicamente o él me reconocería a mí primero?, mi cabeza se había empezado a

polucionar de preguntas sin respuestas lógicas y rápidas.

De mi bolso saqué un paquete de Marlboro y encendí un cigarrillo. El mozo me

trajo el pedido y le agradecí con una sonrisa mientras noté que él había clavado su

mirada en mi escote.

El tiempo parecía pasar más lentamente en aquel lugar. El atardecer dejaba

paso al anochecer y Humus no aparecía. Cuando había decidió irme siento que la

puerta del local se abre y una voz masculina, profunda y oscura, saluda, y como

respuesta a su saludo alguien dijo, “buenas noches, Diego”…

Al verlo no pude menos que sonreír... Sin embargo, algo en mi interior me

decía que las cosas no parecían tan bien como yo pensaba. Diego era atractivo, de

facciones delicadas, ojos profundamente verdes, y cuerpo esbelto. Parecía un

príncipe.

Me confesó que inevitablemente había terminado una relación hacía poco

tiempo, y estaba triste. Su mirada de niño me conmovió al instante, y aunque jamás

había hecho algo similar, acepté salir con el cordial joven que se me presentaba frente

a mí como el más dulce desconocido.

Esa noche cenamos en el más caro restaurante de la ciudad, bailamos hasta

que nos dolieron los pies, y bebimos muchas cervezas. Inevitablemente acabamos en

el interior de un hotel donde hizo de mi cuerpo su más preciado trofeo, y no pude

resistirme a la tentación de sus brazos, sus cálidas manos, o sus labios que sólo
tenían palabras de cariño que enloquecían mis sentidos más allá de mi profundo

estado de ebriedad.

Luego, fumamos un cigarrillo, intercambiamos algunas palabras y nos

dormimos en el dulce sueño de una historia que estaba a punto de comenzar. Quizás

la vida me sonreía finalmente...

...Finalmente...

...Finalmente he despertado, pienso. El ensueño hermoso ha desaparecido en

el limbo absoluto del recuerdo y el olvido. No sé dónde me encuentro, pero algo anda

mal. Diego no está aquí, y la habitación del hotel ha sido cambiada por un sucio baño

en cuya bañera me encuentro recostada.

Me duele el cuerpo, sobre todo por el hielo que hay bajo mío. En la pared un

cartel en letras rojas dice: "Llama a un doctor", junto a un número. Me cuesta

moverme, pero me pongo de pie... "Humus", murmuro... "Humus, deja de bromear"... y

doy un paso. Tiemblo, casi caigo, vuelvo a levantarme.

Me miro en el enorme y sucio espejo buscando alguna señal de anomalía. No

encuentro ninguna. Suspiro tranquila...

(suspiro)

...y siento una gota cálida rodar por mi espalda. Me doy vuelta. Lo veo. Hay dos

tajos enormes donde deberían estar mis riñones. Mi garganta ahoga un grito. Afuera

alguien viene... retrocedo... caigo en la bañera...

...Vuelvo a gritar...

Se nublan mis ojos, no veo nada... algo se apodera de mi garganta, y hace

presión...

Esta vez mi grito se ahoga en el vacío...

...se ahoga en el silencio...

Se hace de noche. Todo esta negro...

Pienso en Humus...

...para siempre.
Tan Inclemente Como El Tiempo

Ella deambulaba por la acera mojada, indiferente a la lluvia que caía

incesantemente, las manos metidas en los bolsillos, la cabeza cubierta por un

sombrero, con pasos inseguros y zigzagueando en la noche cerrada.

Era una fantasmal figura entre las brumas de la noche, el frío hacia presencia a

esas altas horas de la madrugada, nadie se cruzaba en su camino, la mayoría dormían

y los que se atrevían a estar fuera de sus casas, estaban en sitios bien reservados de

las inclemencias del tiempo.

Sus pensamientos eran la única compañía, tétricos e inquietantes.

Había pensado que salir un rato ante aquel tiempo atroz la distraería, tal vez

permanentemente, de esos recurrentes sueños que hacían a su cabeza dar vueltas,

que la llenaban de ideas locas y extrañas. Pero no fue así.

Con cada paso que daba sobre un pequeño charco, con cada rayo que

iluminaba y hacia retumbar los cielos, o con cada nueva brisa de frenético aire, podía

revivir aquellos sueños.

Ahí estaba ella corriendo por interminables pasillos, subiendo escaleras,

buscando a su presa, que siempre resultaba ser la misma persona: un hombre joven,

con porte desgarbado y rala barba castaña, que jamás había visto en su vida.

Después, y sin mas preámbulo que una mirada llena de suplica en el rostro del

joven, ella sacaba un arma de su bolsillo y daba 3 tiros, siempre en el mismo lugar:

rodilla derecha, mano izquierda y estomago.

Y siempre se quedaba observando ahí; riéndose y regodeándose con el dolor

de su victima, para después simplemente despertar.

Cada vez que tenía este sueño, le resultaba inevitable experimentar una

descomunal satisfacción. Unas terribles ganas de llevarlo a cabo, de experimentar


infligir dolor en los demás, de controlar; pensamientos que cada vez resultaban mas

difíciles de erradicar.

Siguió caminando bajo la lluvia que cada vez era más fuerte; cruzo el

restaurante Kings, que según ella, era el peor restaurante de la ciudad, no solo por sus

hamburguesas, si no por el chico flacucho que atendía por la noche, nunca había

entendido por que la gente, en especial los jóvenes les gustaba ir a comer ahí.

Sus pensamientos Psicópatas volvieron a abordar su cabeza, trato de caminar

más aprisa esperando olvidarlos, pero era imposible.

Dobló la esquina y entonces vio lo que había esperado, lo que había soñado, lo

que había perseguido, vio a ese hombre de pelo castaño y lo comprendió todo... era

su padre; el que los había abandonado a su madre y a ella hacia más de 30 años, no

era idéntico al de su sueño ya que lo recordaba más joven pero era el mismo, ahora

era calvo y pensó que la vida no lo había tratado muy bien...

La miro y trato de decirle algo, pero de repente un ruido sordo cruzo la acera,

su padre salio disparado hacia un costado, y al caer clavo sus ojos en los de ella

–Perdóname hija mía- le dijo.

Su mirada se perdió en la penumbra igual que su vida.

Una parte de ella deseaba lo que había ocurrido, mientras la otra quería

abrazarlo, besarlo y preguntarle por que se había ido, pero ya era demasiado tarde.

Miro el cuerpo sin vida de su padre y sintió un temblor desde la nunca hasta la

punta de los pies, en eso vio sus manos y noto que sostenía un arma, no sabía cómo

ni por que, lo único que sabia era que había matado a su padre, al cual nunca había

querido…
Estremecida En La Cama

Y de pronto abrí los ojos.

Me quede mirando fijamente el techo, que estaba conformado por pulcras

baldosas blancas. Estaba tratando de hilar ideas y recordar donde estaba.

Todo era muy raro: escuchaba un vago pero persistente rumor, sentía el

cuerpo muy pesado, me costaba mantener los ojos abiertos. Me sentía muy

confundida.

De pronto un grito de alarma, surgido de aquel ruido confuso que escuchaba,

me sobre saltó.

“¡Despertó! ¡Esta despierta!”

Un par de rostros curiosos se interpusieron entre las baldosas blancas que

observaba, y yo.

Parpadeé un par de veces, e intente incorporarme en la cama, pero me fue

inútil.

“¡Es un milagro”!, escuché gritar a una joven rubia que me miraba con ojos

llorosos. Jamás la había visto, pero tenía cierto aire familiar.

“¿Qué sucede?”, pregunté

“Señora”, dijo alguien que supuse era un doctor, “Usted acaba de despertar de

un coma de 7 años. Y justo el día que íbamos a desconectarla”.

Mis ideas eran confusas, negros nubarrones entre imágenes imprecisas, flash

en blanco y negro y un tremendo dolor de cabeza, mis miembros no me respondían,

era solo un pensamiento en un envoltorio inerte.

En un trasfondo de mil ruidos no determinados, voces desconocidas solo

quería oír una palabra amiga.

Esperanza de sentirme viva, pero por mas que intentaba moverme era inútil, mi

cuerpo estaba paralizado.


Una cara se acerco muy cerca y con una suave voz me dijo:

"No se mueva, intente descansar y después hablaremos"

Se hizo un silencio total en la sala, la luz se oscureció. Yo intente recordar que

había pasado, intente entender quien era y que me sucedía, presentía que había

tenido un accidente.

Los flash se hicieron mas repetitivos y persistentes, entonces empecé a ver

unas imágenes apenas descriptibles en medio de una nebulosa, vi...vi como una mano

se alzaba con algo punzante....vi...una cara...esa cara... ¡OH!, no, no, no podía ser,

era... ¡mi marido!

Y recordé entonces de quién huía. De los últimos días a su lado, los maltratos,

las humillaciones y mis planes para dejarlo. La chica rubia, seguía siendo su amante

después de tantos años. Pero no podía recordar con exactitud de qué manera había

ocurrido el accidente. No podía mover un solo músculo. Tanto tiempo sin usar el

cuerpo lo había atrofiado. Nada más tratar mover un dedo, era muy doloroso. Como si

no hubiera estado en un profundo sueño durante tanto tiempo me quedé dormida. Al

despertar, escuché de nuevo la voz que me era tan familiar.

Esta vez el flash vino con tanta violencia que una especie de corriente eléctrica

sacudió mi cuerpo.

Estaba yo en la cocina, sirviendo la cena. A uno de los platos le vaciaba un

polvo amarillento, arsénico. Tomé los platos y salí hacia la sala. Ahí estaba, él. Con su

sonrisa estúpida de siempre.

Luego el golpe en la cara, sus gritos diciéndome lo estúpida que era, que ni

siquiera era capaz de matarlo. Más golpes y entonces el cuchillo que le marcó la mitad

del rostro. Salí hacia la calle y huí en el auto, sin recordar que le había estropeado los

frenos por si el veneno fallaba. Luego el vuelo del auto al despeñarse en la primera

curva. Y dolor, mucho dolor.

-Despertaste, querida- dice la voz.

Yo quiero gritar, pero no puedo.


-Ya verás que nos llevaremos mejor...
Se Llamaba Margarita

Hacía unos días que a Elisa se le había ocurrido plantar Margaritas en el jardín.

Estando sola en casa, mientras tomaba una taza de te y mirando por su ventana,

contemplaba su jardín poco provisto de plantas. Dejó la taza, y con pala en mano, se

fue a preparar la tierra.

No muy especializada en el tema, notó casi enseguida el cansancio, pero no se

daba por vencida. Al poco rato, toca algo sólido con su pala, se arrodilla, escarba con

sus manos y encuentra una caja de acero; muy sellada por cierto. Al parecer llevaba

enterrada mucho tiempo, ¡tal vez años!

La caja tenía una pequeña cerradura para meter una llave, pero

evidentemente, Elisa no disponía de una llave tan pequeña, he intento abrirla de todos

modos: golpeándola, con un alambre, con otras llaves...hasta se le ocurrió coger la

vieja escopeta de caza de su padre y disparar sobre la cerradura.

En ese momento recordó que cuando era niña y su madre aun vivía, siempre

llevaba al cuello un viejo colgante con una pequeña llave. Elisa corrió a la habitación

de sus padres, que hacía años que no abría.

La llave estaba donde siempre, al lado del retrato de su madre con ella recién

nacida. Tardó poco tiempo en abrirla, pero mucho en recomponerse de la terrible

visión. Dentro se encontraba el esqueleto de un bebe y una nota enrollada. La nota

decía: “Hija, me imagino que has sido tu la que has encontrado la caja.

Esto que has descubierto tiene una explicación, que entiendo será difícil de

asimilar. Un año antes de que nacieras, conocí a un hombre fabuloso que me hizo

sentir el amor. Por miedo a la reacción que pudiera tener tu padre al enterarse de

nuestra relación decidimos mantenerlo en secreto.

La mala fortuna hizo que me quedara embarazada. Pensé en muchas

ocasiones en suicidarme por lo que iba a descubrir tu padre. Sin embargo una terrible
solución milagro llegó con el alumbramiento en la soledad de la casa. Nacieron dos

bebes.

Uno eras tú, pero tu hermana tubo que ser sacrificada porque era negra. No

estoy orgullosa, pero pienso que fue un milagro de Dios con el que quiso castigarme y

salvarme a la vez. No espero tu perdón, sólo creo que debías saberlo."


Alianzas Inesperadas

-!Corre estúpida!

Sus gritos se oían desde el otro lado del angosto pasillo en el que nos

encontrábamos, las paredes de cemento pasaban a toda velocidad a mi alrededor y no

era consciente de a donde iba, solo seguía a aquel hombre cruel al que detestaba, a

mi enemigo...

Cuánto habían cambiado las cosas en tan poco tiempo, ayer hubiese

escupido sobre sus palabras si se hubiese atrevido a dirigir su sucia lengua hacia mi y

ahora lo seguía a través de este laberinto de hormigón, confiando mi vida a quien no

dudaría en extinguirla, pero sin embargo, ahora luchábamos contra un mal mayor, algo

que no ofrecía posibilidad de alianza, algo monstruoso surgido de las entrañas mismas

del infierno y al que nosotros habíamos despertado.

Jack se detuvo, sus ojos desorbitados miraban más allá de mí, estábamos

atrapados, lo comprendí cuando lo alcance, no había salida.

- !Maldita sea! esto no tenia que ser así.

La explosión había sido demasiado fuerte, todo se había derrumbado, a

nuestro alrededor todo era caos y destrucción, heridos por todas partes, alaridos y

lamentos, y entre los escombros cuerpos inertes que no se movían.

La impotencia nos embargo, nuestro espíritu para sobrevivir nos impulsaba a

continuar, pero ¿adonde?, el pasillo estaba cortado y aislado.

Nos sentamos uno al lado del otro, enemigos atrapados en un mismo

destino, ahora o nos salvábamos juntos o pereceríamos juntos.

Respiramos profundamente, nos miramos, quizás pensábamos igual, ¿Que

hacíamos allí?, ¿juntos?, pero ya no importaba, teníamos que intentar buscar una

salida, después arreglaríamos nuestras diferencias.


El sentimiento de animadversión se iba enfriando poco a poco, la experiencia

que vivíamos era más profunda que nuestras diferencias personales.

Ahora me di cuenta. No bastaba ser enemigos ahora para dejarnos ante la

inesperada batalla que debíamos de luchar. No podíamos dejarnos llevar por la

tentación contra nosotros, había allí algo más poderoso.

De repente apareció, nuestros corazones terminaron por batallar contra ellos

mismos para evitar su deceso por la rapidez con que distribuían la sangre a través de

las autopistas arteriales.

Otro estallido nos aviso que el fin estaba cercano, la sombra misteriosa y

deforme de aquel ser que nos acechaba iba saboreando las texturas químicas que

convivían en aquel devastado terreno en donde veríamos el punto final.

Al fin tuvimos de frente a aquel ser. Justo en ese instante recordé que a mi

derecha respiraba mi antiguo enemigo, que había decidido, al igual que yo, hacer caso

omiso de la memoria y unirse a esta mutua causa, y sentí que él estaba pensando lo

mismo, y me atreví a mirarlo por vez primera, y me arrepentí del pasado, de todo el

pasado.

Así llegó el fin. Nunca pensé finalizar mi vida al mismo tiempo que mi

enemigo y menos justo a su lado, protegiéndolo y él protegiéndome, y acabar como

los que más.

De pronto el ser extendió sus manos hacia nosotros, y sin saber por qué las

tomamos sin cuestionar, sin dudar ni pensar, y me maraville al voltear a ver a mi

enemigo y en vez de verlo observé nuestros cuerpos en el suelo, inertes.

Nos alejamos unos metros de estos con la compañía de aquel ser al que tanto

le temíamos y ahora considerábamos nueva amistad. Volteé a despedirme de mi

antigua vida, y una nueva y última explosión me anunció que ya no quedaban rastros

de mi paso por este mundo.


Amores Que Matan

Susana sube al ascensor mientras todavía siente en su boca el sabor amargo

de la despedida. Son las dos de la madrugada y sabe que no volverá a verle jamás, no

quiere que sus padres la vean llorar ni mucho menos que se enteren de la hora de su

llegada, así que contiene el aliento y se quita las botas.

Millones de minúsculos granitos de arena caen al suelo del rellano

esparciendo cada recuerdo allí donde pasará desapercibido a los ojos de los demás.

Entra en su casa de puntillas, con el sigilo de un felino. Se dirige al cuarto de baño,

todo sigue tranquilo, nadie la ha oído.

Cierra los ojos, se sienta sobre el borde de la bañera y saca de su bolsillo la

foto de Carlos, quizás con un poco de suerte el dolor que le produce aquel rostro

desaparecerá para siempre. Del armario saca un frasco color miel cuyo contenido

conoce desde hace mucho, con la ayuda de un poco de agua comienza a tragar una a

una las pastillas.

Su cabeza es un caos, pasan luces por encima, un ruido de voces, siente un

movimiento en todo su cuerpo como si se deslizara en una balsa.

Un pinchazo en su brazo y después nada.

Abre los ojos entre neblinas, su cabeza sigue girando y un tremendo dolor en

las mandíbulas, alguien se acerca a su cara y dice.

- ¡Ha despertado!

- ¿Como te sientes?

La boca la tenia seca y sus ojos pesaban para terminar de abrirlos, decidió

hacerse la dormida para no atender a las sucesivas preguntas.

Pero sus oídos no los puede cerrar.

- Lo que ha hecho es una tontería, ¡menos mal que hemos llegado a tiempo!
- Si, mi hijo la quiere, pero no se atreve a una relación mas intima, porque

tiene miedo de sufrir.

- ¡Pero eso se lo ha debido de aclarar!

- ¡El es así!

- ¡Y ahora?

- Ellos que hablen y decidan.

- ¡Ahora temo yo que mi hija sufra!

- ¡Es la vida, no podemos decidir por ellos!

- ¡Ojala sepan escoger lo mejor!

Estaba sorprendida.

¡Maldito!, ¿Cómo pude hacer semejante estupidez?

Casi moría por él, y el no sabía actuar de acuerdo a mis sentimientos. Estaba

perturbada, ahora odiaba al ser que más amaba.

Seguí haciéndome la dormida, no quería que notaran mi confusión ni mi

rabia, no podía permitirlo.

Me llevaron entonces a mi cama, y allí, al notar mis exitosos signos de vida,

me dejaron a mi soledad y tranquilidad. Necesitaba dialogar con mi propia existencia.


Apología Bajo El Temporal

La lluvia caía cada vez más fuerte, e inundaba las calles de esta desolada

ciudad, sede actual de mi despecho y sustento casual de mi ingrata desgracia.

Era ya imposible creer que hace solo 48 horas te tuve en mis brazos, y

sorprendente imaginar que solo unos cuantos gramos metálicos hubiesen podido mas

que un amor tan fuerte como el nuestro...

Seguí caminando, y en cada paso se intensificaba cada vez más la lluvia, y

las gotas iban creciendo, y el frío también iba aumentando, la brisa ya traía consigo

grandes bajas de temperatura corporal.

De pronto una gran tristeza abarcó todo mi ser, y mi psicología marxista fue

poco a poco abriendo paso a una nueva corriente psicológica, dominada por el hecho

de que ya no estás a mi lado.

Una piedra blanca cayó justo centímetros delante de mí. Un hermoso

ejemplar de granizado proveniente de sabrá cuantos metros de altura y que había sido

lo suficientemente fuerte para soportar semejante caída. Hubiese deseado que nuestro

amor hubiese sido así.

Otros granizados acompañaron al primero, y poco a poco todo fue

volviéndose blanco...

Lamenté que no luciese el sol, lamenté que tu recuerdo no abandonase mi

memoria. Crecía la distancia entre tú y yo, cada vez más blanca, más dura, al igual

que aquellas piedras inertes que me helaban en cuerpo y alma.

Es triste dejar que el rencor haga nido donde sólo debería existir la fuerza del

cariño.

Después de haber disfrutado de tantos besos olvidar este enfado debe ser

para ti una ardua tarea.


Estamos atrapados en el filtro de diez años de convivencia. Imposible

traspasarlo. He cometido demasiados errores.

Has desaparecido de mi vida tan súbitamente, que no consigo digerirme a mi

mismo.

Pero tú tampoco lo conseguirás, jamás te cerraré mis puertas, por mucho

dolor que tenga almacenado, ni siquiera con el vil metal de por medio. Te ruego. Te

suplico. Acércate a la mínima señal, no temas, castígame, devuélveme el daño.

A veces tu frialdad no deja demasiado lugar para el reencuentro, pero este

final aún no está escrito, en el fondo, sé que aún nos queremos.

Al menos ese es mi deseo.

Deambulaba por las mojadas calles de la ciudad, pasaba puentes y avenidas

con el pensamiento puesto en tu recuerdo, en tu cuerpo mojado bajo la ducha, en tu

carne rosada y sudorosa tras un encuentro de amor, en tus labios rojos carnosos y

embriagadores.

Era así como quería recordarte, esperar que un día vinieras a mí y de nuevo

nos enlazáramos en un amoroso abrazo de pasión.

Pero aquello ya quedo atrás, jamás volveríamos a encontrarnos en este

mundo. Aquella bala que iba dirigida a mí y que impacto en ti, porque te interpusiste

entre ella y yo, nos había separado para siempre.

Ya ves, me quisiste salvar la vida y lo que conseguiste fue matarme y

encarcelarme por siempre.

Mientras un rayo de existencia tenga, estaré muerto, porque tu me faltas y

eso es faltarme el sol por dentro.


Aspecto Repelente

El coche iba rodando por la carretera, los relámpagos se veían en el

horizonte y el agua caía con una abrumadora fuerza, parecía que fuera el fin del

mundo.

Al dar una curva había cesado de llover, las estrellas lucían en el firmamento.

Me tranquilice de poder seguir mi viaje con un tiempo más apaciguado y sin tormenta.

A lo lejos vi una brillante luz y pensé que todavía la tormenta no estaba lejos.

La luz se acerco con una rapidez asombrosa y en ella pude divisar un objeto

brillante, cilíndrico y con muchas lucecitas alrededor. De pronto desapareció entre los

árboles, pensé que era mi imaginación, pero al cabo de unos metros, unos hombres

pequeñitos me interceptaron el camino. Me quede paralizada de miedo, abrieron el

coche y con un gesto me invitaron a seguirlos.

Llegamos a una explanada en la que se veía el extraño objeto, de él se

deslizaba una luz a modo de rampa. Me hicieron subir por ella llegando a un amplio

receptáculo, limpio de muebles y con numerosos ordenadores en las paredes,

lucecitas que se encendían de distintos colores y se alternaban.

La rampa desapareció y una puerta se cerro tras de mi, me hicieron sentarme

en un raro sillón en el que mi cuerpo casi sin gravidez se sentía relajado y bien

acomodado.

De pronto la nave comenzó a elevarse, y vi desaparecer todo aquello que era

común a mi existencia y me había acompañado durante toda mi vida, y me embarqué

casi sin pensarlo en una nueva aventura.

Pocos segundos a la velocidad de la luz fueron suficientes para consumar el

viaje hacia nuestro destino, el cual desconocía pero ansiaba desde iniciarme en esta

loca travesía.
Era un planeta único, nunca había imaginado algo así, tan perfecto y

controlado. La nave fue disminuyendo la altura, hasta tocar tierra en una especie de

aeropuerto intergaláctico.

Las puertas se abrieron, pude ver la luz, y detallar la ciudad en la cual

estaba, pero una luz blanca que se acercaba me fue aclarando la vista, hasta que en

un instante no pude ver más, esa luz, de nuevo me dije, y no vi nada mas.

Pocas horas después, según calculé, había despertado. Mi cuerpo estaba

adolorido pero entero, me sentía cansada y no había hecho nada, y aparte sentía mis

huesos casi rotos.

Al mirar a mi alrededor el pánico me invadió. Cadáveres humanos y una gran

cantidad de huesos dispersos me acompañaban en una habitación cerrada totalmente,

con una sola ventana por donde una mínima luz entraba a perderse en la inmensidad

de la oscuridad. Me pregunté: ¿Qué diablos hago aquí? ¿Por qué vine?

Odié el momento en que esa desgraciada luz entró a mi vida.

Pasaron varias horas hasta que tuve la fuerza para poder levantarme, avancé

entre los huesos que crujían con cada paso que daba. Sin duda habían hecho

experimentos con mi cuerpo, mis brazos estaban llenos de piquetes de distinto

diámetro por el que salían hilillos de sangre y pus. Lo mismo mis piernas. Quizá ese

era el lugar donde nos dejaban hasta morir, pero no estaba dispuesta a irme sin

luchar.

De pronto, algo se movió en la oscuridad. El sonido de los huesos a mi

alrededor era cada vez más fuerte, se acercaba. Retrocedí y caí al tropezar con un

cráneo, un dolor espantoso recorrió todo mi cuerpo al fracturarme el brazo. Con el otro

busqué en el suelo algo con que defenderme hasta sentir algo lo bastante grande para

hacerlo.

El único hilo de luz que penetraba la habitación iluminó aquel ser que se

lanzaba hacia mí. Levanté el hueso de fémur y sentí como se encajaba en el aquel
cuerpo baboso y pestilente. Luego un sonido desgarrador y este empezó a retorcerse

como gusano sobre mí. De nuevo la luz blanca, dolor.

Ahora, mientras los pequeños seres me visten con la ropa ceremonial, me

pregunto si lo mejor hubiera sido dejarme devorar por aquél ser. Soy como una

especie de reina a la que adoran estos seres de gran inteligencia, pero de asqueroso

aspecto. Era una prueba y el experimento en mi cuerpo fue para convertirme en una

de ellos. Me miro al espejo y trato de hallar los últimos rasgos humanos en mi rostro,

maldigo una vez más la luz que entró en mi vida.


Instinto Inconsciente

Desperté aquel domingo con una extraña sensación de desasosiego, con

tensión acumulada en el estómago.

- ¿Qué pasó ayer? No soy capaz de recordar nada. ¿Qué se supone que

hice? ¿Bebí? No creo, hace mucho que no lo hago. Además, tampoco tengo resaca.

Entonces, ¿por qué no recuerdo nada?

Empezaba a aflorar en mí un miedo oculto, un terror a algo que pasó ayer.

En lo mas hondo de mi ser sabía qué había pasado, tenía la certeza de que algo

terrible había sucedido. De alguna manera, sin embargo, no era capaz de recordar

nada de nada.

Con un estremecimiento me incorporé en la cama. Un dolor agudísimo

recorrió todo mi cuerpo.

- ¡Uf! Me siento como si anoche me hubieran pegado una paliza tras otra...

Una luz de alarma se encendió en alguna parte de mi cerebro, como

avisándome de algo que debería saber, pero que me empeñaba en no recordar. Se

había creado una barrera infranqueable que repelía cualquier pensamiento

relacionado con la noche anterior.

Como pude, me levanté de la cama y fui al cuarto de baño. Encendí la luz y

di un grito de espanto al ver mi imagen reflejada en el espejo. Sin saber aún el motivo,

una escalofriante herida cruzaba mi pecho en diagonal, de derecha a izquierda. Sin

ser profunda, seguramente había sangrado bastante durante la noche y ahora tenía el

torso lleno de costras de sangre reseca. Tenía pinta de doler muchísimo y realmente

apenas notaba molestias. Estaba empezando a asustarme de verdad:

- ¿Por qué tengo esta herida? ¿Qué pasó ayer? ¿Me atacaron? O lo que es

peor... ¿ataqué yo a alguien? No tiene ningún sentido, maldita sea. ¿Por qué no

recuerdo nada de nada?


Inmediatamente me vino Laura a la cabeza.

- Claro, ella sabrá que pasó, voy a llamarla.

Laura tampoco recordaba nada. De hecho, estaba tan asustada como yo

pues, según explicó entre sollozos, otra herida exactamente igual a la mía cruzaba su

torso en diagonal. Había despertado igual, desorientada, indolente... y herida.

Tratamos de rememorar al unísono los pasos que habíamos seguido durante

la noche anterior. Fuimos al cine, cenamos, tomamos unas copas -no muchas- en

aquel local del centro, decidimos pasear hasta casa, caminamos... Y luego nada.

Vacío. Silencio. Excepto la luz. Ambos la recordábamos, y era nuestra última memoria

de la noche, aquella luz intensa que se cruzó de súbito en nuestro camino y que

reconocimos como origen del misterio.

Quedamos en vernos aquella misma tarde para ir al médico y, por supuesto,

tratar de penetrar juntos en la nebulosa de un pasado oscuro que, sin embargo,

intuíamos tan terrible que tal vez fuera mejor no desenterrar del fondo de la memoria.

Pero ese justamente era el problema y lo supe en cuanto colgué el teléfono;

¿de verdad quería saberlo? ¿No sería mejor dejar todo aquello atrás? ¿Acaso sería

cierto que hay respuestas que es preferible no conocer jamás?

A medida que las horas transcurrían mi desazón emocional crecía,

debatiéndose entre el deseo de ignorancia y la necesidad de conocimiento. Estuve a

punto de no acudir a la cita... Sólo fui capaz de tomar la decisión de seguir adelante

cuando descubrí aquellas cerdas duras, quitinosas, abriéndose paso entre los labios

de la brutal herida, y el miedo al saber fue expulsado por el terror de la carne.

En la sala de espera estábamos inmóviles, herméticos, nos daba medo

mirarnos, respirar, ambos pensábamos igual, pero era una idea que la descartábamos,

¡no era posible!, ¡eso no existía!

Nos habían hecho análisis de sangre y las cerdas peludas que de la herida

nos había nacido también las estaban analizando, pero lo peor era la marca del cuello.
Quise dejar de ensimismarme y cogí el periódico para distraerme leyendo,

¡mejor no lo hubiera hecho!, en primera pagina la fotografía de un oso peludo se

destacaba entre unos titulares escalofriantes, decía "Dos ejemplares no identificados

sembraron anoche el terror en la ciudad, hay cinco heridos que reconocen que se les

abalanzaron y les atacaron furiosamente"

El Dr. salio de la consulta con unos informes en la mano, su cara era enjuta y

seria, nos miro profundamente, y al fin nos dio los informes, se volvió a su consulta

mientras nosotros ávidos buscábamos los resultados de los análisis.

"No encontrados elementos en sangre anormales, vello extrañamente

engrosado en las heridas, de carácter humano, contusiones y golpes producidas por

un ser de gran tamaño".

Nos miramos y respiramos tranquilos, fuimos atacados por dos enormes

osos, los que decía el artículo.

Nos cogimos de la mano y como dos niños pequeños después de una

travesura salimos de la consulta con un gran peso quitado de encima.

La mire y note que sus incisivos eran grandes y puntiagudos, me quede

anonadado, mientras ella me decía.

"Tus dientes, ¿que le ha pasado a tus dientes?"


Lo Siento

Han llovido muchas gotas frías desde aquella tarde en el parque. Ambos

apenas unos niños, los dos siempre jugueteando con nuestras sonrisas. Muchos días

de tormenta, tantos recuerdos de ti que me hacen magulladuras todavía. Sé que no fui

buena contigo, que te herí quizás a la edad que más tardan en curar las heridas.

Teníamos tan sólo catorce años y los días pasaban aún felices y sin prisas.

Hoy que te veo frente a mí, siento exactamente el mismo cosquilleo de

entonces. Pero no distingo ningún reproche en tu mirada. Increíblemente tus ojos

siguen reflejando aquel amor adolescente. Estás más maduro, al igual que yo, más

entrado en años y a pesar de que la visión de tu silla de ruedas me ha dejado sin

palabras, confieso que no has cambiado nada, eres el mismo chiquillo dicharachero de

siempre. Sigues siendo aquel niño con los rizos empapados cayéndote por la frente.

Pero yo, yo no sé quien soy ahora.

De todas formas. ¿Qué más da eso ahora? Estas frente a mí, a la altura de

mi cintura. Con esos mismos rizos de siempre, con tu mirada de siempre (más sincera

aún si cabe) y con tus nuevas y acauchadas piernas.

No sé. Igual es este sentimiento de culpa que me invade desde los catorce

años y que cada día crece más como un tumor maligno. Lo noto. Lo siento en la nuca.

Ahora más que nunca palpita y parece decirme que me agache y te bese. Como

nunca antes hice. Como hubieras merecido.

Claro que por otra parte no sé si este extraño sentimiento de culpa no es más

que compasión por un tullido. Al fin y al cabo es lo que eres ahora. El mismo de

siempre, sentado para siempre.

Soy un monstruo. Lo fui desde que te dejé. Pero hasta ahora no me había

dado cuenta.
La lluvia escampaba con delicadeza, en silencio, esperando algo.

Esperábamos los tres, mientras la luz se esfumaba tras las nubes que en su porfía se

esmeraban por quedarse y ocultarnos las primeras estrellas, pese a la fuerza del

viento que alzaba nuestros cabellos húmedos.

Mis labios se estremecieron de ansiedad. Los ojos se me llenaron de sal y

lluvia, y mi pecho se hundía... de vacío... De pronto, mi mano se escabulló de mi

voluntad, y fue a posarse sobre tu hombro con determinación, y no pude evitar estallar

en mudo llanto.

No alzas el rostro, sólo me muestras tu ondulada nuca. Y temo lo peor... y es

que mi daño haya borrado de tu memoria todos los recuerdos, los juegos, las noches

de luna creciente y el cariño de los dos como un perfume de primavera... esfumándose

en la brisa crepuscular de esta tarde.

No me he dado cuenta y he posado mis labios sobre el nido de rizos que

cultivas en tu coronilla. Siento la calidez que hay entre ambos, y el rubor que sube por

mi rostro hasta las sienes, con dolor al tratar de burlar mis frías lágrimas que caen

sobre tu rostro.

Entonces siento tus dedos acariciarme, secando mis mejillas, coloreando

paisajes sobre mi nariz... me espanto, mi razón me ordena quitarme y salir corriendo

detrás y abandonarte en la mitad de la calle. Pero mi corazón inflamado,

incendiándose por tus caricias, me implora que me quede ahí, tal como estamos,

contigo...

- ¿Quieres... -. Mi voz se ahoga en llanto y frío, pero siento que me escuchas

y detienes tu respiración-... ir al parque hoy, como antes?

- ¿Junto al río? - me preguntas, en voz baja y trémula.

No te respondo. Sólo te acaricio la mejilla, con el pretexto de apartar un rizo

rebelde de los ojos.


Me incorporo. Las nubes se han vuelto gris-azuladas, y entre ellas se atisba

un fragmento de la luna quebrada de emoción. Entonces tomo tu silla de ruedas, y

cruzamos la calle, en dirección a ella.


Ni Un Día Más Sin Ti

Sonriéndote a gran escala. Confundías mis pestañas con imperceptibles

destellos lunares, que sólo tu eres capaz de captar. La expresión serena de la luna te

hacía sentir esa calma que sólo eres capaz de sentir conmigo.

Y las nubes jugueteaban con mi rostro como mi cabello acostumbra a hacer,

en manos del viento. No pudiste evitar reír pensando que ésas dos oscuridades eran

mis ojos. Entonces, una estrella fugaz dibujó mi sonrisa y tú correspondiste con la

tuya, hermosa.

Temblando, los luceros hicieron destellar ésa expresión de júbilo que tantas

veces me has hecho sentir. Al estirar tu mano no encontraste más que la mía, que

apretó dos veces a distintas intensidades.

Yo, sentí mucho más que cinco dedos rodeándome. No me bastaban las

cuencas para abrir los ojos como quisiera haberlo hecho. No eran suficientes mis

reflejos para captar toda la información que necesitaba, y detestaba recibir al mismo

tiempo. Dos garras me separaron de ti, de la luna y del júbilo. Cuatro hicieron lo mismo

contigo.

Seis garras eran la muralla que nos alejaba poco a poco y cada vez más, sin

poder contrarrestar semejante fuerza y sin poder hacer más que esperar, aunque ya

no hubiese nada que esperar.

Sabía que algún día esta perfección tendría que acabar, nunca podría ser

eterna, aunque el mundo entero quisiera, nunca.

Entonces caí en las tinieblas, en la más remota e impenetrable oscuridad,

solo acompañada por mi presencia y la mía, más nadie más que yo.

Donde estabas, no lo sabía, y ese era mi más grande deseo, saber donde

estabas y cada segundo rezaba por tenerte a mi lado. Si tú estabas no me hacía falta

mas nada.
Pero una esperanza llegó a mí, y esta hizo transformar las tinieblas en luz, y

darme fuerzas para desatarme de mis opresoras y destinarme hacia ti, en busca de tu

paradero y a tratar de recuperar nuestro amor.

El mundo se había interpuesto entre los dos, hoy me rebelaba ante este

hecho y mi corazón latía fuertemente mientras mi mente me gritaba.

-¡Ve a por ella!

Entonces como si de una pesadilla despertara me lance a la calle y dirigí mis

pasos a tu antigua casa, me dijeron que te habías marchado hacia mucho tiempo a la

gran ciudad, solo sabían que ibas a trabajar al hospital central.

Compre un billete y me fui en tu busca, mis deseos de abrazarte eran

inmensos, me arrepentía de haber dejado pasar tanto tiempo sin hacer nada por

recuperarte, ahora estaba dispuesto a pedirte perdón y hacer todo lo que me pidieras

con tal vivir eternamente juntos.

La ciudad me pareció inhóspita e impersonal, tremendamente agitada con

idas y venidas sin calor de humanidad sino de humanidad enferma y fría.

En el hospital se miraron al decir tu nombre, me pasaron al director, este no

sabia como hablar, se le trababa la lengua y entre balbuceos entendí una terrible

verdad.

-¡Ha muerto!

Me hundí en el sillón, el mundo giraba a mi alrededor, todo se me volvió

negro, oía voces, susurros y caras sorprendidas.

¡Había llegado tarde!, el mundo con su crueldad había ganado la batalla, se

interpuso desde un principio a nuestro amor, ¿no era puro y verdadero?

¿Que me quedaba?, recuerdos amargos, deseos insatisfechos, palabras no

dichas, culpa no confesada.

Pasee por el puente, por aquel sitio en que nos besamos por primera vez, me

pare en el pretil y contemple las frías y turbias aguas, el fondo era profundo en el se
reflejaba mi triste figura, las aguas me llamaban con un canto suave y relajante, allí

terminarían mi inútil y vacía existencia.

Desde aquí veo el ataúd, nadie me acompaña, ¡que pocos amigos tenia!,

vienen a por mí, veo una luz en el fondo y en ella la figura de una joven sonriente,

avanza hacia mí y me alarga los brazos.

-Querido, olvida todo, ya estamos unidos eternamente.


Apariencia Oculta

La habitación oscura, la cama rígida coma una lápida, el sudor posado sobre la

frente, la respiración entre cortada y el corazón queriéndose salir. "Carolina, ¡no

vuelvas más a mis sueños! Estoy cansado de vivir así, recordándote todos los días,

extrañándote a morir y sin poder correr tras de ti por mi estúpida cobardía". "No hace

falta que lo digas, aquí estoy nuevamente". Los ojos se abrieron como queriéndose

escapar, los puños se apretaron contra las cobijas y el cerebro se nubló por segundos.

José Julián pensó que seguía soñando, pero no, estaba más despierto que nunca y

Carolina, el amor de su vida, que había partido hacia el lugar donde habitan los que ya

no vemos con nuestros ojos sino con el corazón, permanecía de pie, en el rincón de la

habitación donde siempre se había escondido en vida cuando huía de los cariños de

ese mismo hombre que hoy, inerme en la cama, no sabe qué hacer.

De entre las brumas de la noche sale el destello de una potente luz, se

transforma en figura humana que se acerca volando entre nubes de algodón, una capa

de seda blanca al aire izada, tan fantasmal figura avanzaba hacia él, traspasándole el

cuerpo y perdiéndose en la oscuridad, ¿era ella?, ¿verdad o imaginación?. Se paso

las manos por la cara sin creer lo que había visto, o había creído ver.

Abrió la ducha y se dejó acariciar por la fría y suave agua deslizándose por su

cuerpo desnudo, sus pensamientos a borbotones se mezclaban en un sin fin de

especulaciones, llegando a la conclusión de que su deseo le había jugado una mala

pasada.

Despertó con los ojos hinchados y la cara demudada, todo el día estuvo

arrastrando la mala noche pasada y recordando el fantasmal espectro.


La noche cayó sobre la gran ciudad y querida o añorada y también temida por

aquel hombre que entre sus delirios de amor esperaba no volver a vivir otro episodio

similar.

Cerró los ojos y se estiró entre las sábanas, sus manos buscaron con ansiedad

el cuerpo de su compañera, comprendió que una vez más su deseo le delataba.

La oscuridad era total, y de pronto una luz fugaz avanzo hacia él, desapareció

tras traspasar su cuerpo como la noche anterior.

Se levantó demudado, encendió la luz y se sentó en el diván, ¡no volvería a

cerrar los ojos!, ella venía noche tras noche para amedrentarlo y llevárselo al final.

Con terror miró aquel baúl. La ropa de Carolina estaba ahí dentro. Recuerdos

de su juventud que inútilmente quería borrar. Años de ver médicos, hormonas y

operaciones, no lograban cambiar todo aquello que noche tras noche lo atormentaba.

Se miró al espejo y se encontró perdido en los ojos color miel de Carolina. Ni todo el

vello de su rostro lograba callar a aquella confundida mujer que lo perseguía, su voz

no se había engrosado lo suficiente, sus pechos olvidados le avergonzaban y aquel

bulto inmaterial le incomodaba los deseos. Recordó con amargura su delicada figura

bailando en aquella falda del color de las flores, su madre reía, su padre mudo de

admiración y a él recorriéndole la viscosidad de lo ficticio y etéreo. La estúpida

colección de aretes, aquellas ridículas muñecas y el rosa, el eterno y espantoso color

rosa que le perseguía como si fuese una condena.

Carolina tenía que morir, no quería soñar más con ella. Nunca sería libre,

debía terminar con aquella sensación de extrañar y odiar. Con las manos temblorosas

tomó todas las pastillas y trago entre lágrimas, una a una, lenta y serenamente. Se

despidieron, prometieron olvidarse y nunca más volverse a encontrar. Se abrazó a la

almohada y juntos lloraron hasta que el sueño los venció.


El Método Científico De La Observación

La sala de espera estaba vacía. No se si hubiera preferido que hubiese una

cola de gente para diluirme en ella. Al fondo del local tras la ventanilla, la funcionaria

de turno me miraba y pacientemente esperaba que me acercara. Supuse que me tenía

que presentar e informar de mi llegada. Vi la puerta de la sexóloga a mi derecha.

¿Tendría ya conocimiento de lo que me llevaba a aquella consulta? Me resultaba muy

duro explicar a un extraño, por muy profesional que fuera, lo que me ocurría.

Me acerque a la ventanilla y la funcionaria me fue preguntando mis datos

personales e historial medico. Me temblaban las piernas. ¿Porque había ido solo?, ¿A

quién decirle que me acompañara? Me hablaba fríamente, con impersonalidad, pero

yo me figuraba que se reía de mí y de mi dolencia, se mofaba y me despreciaba en el

fondo.

Tras sus gafas a media nariz alzo los ojos y me miro.

-Joven, ¡Que le estoy hablando!

Creo que me dieron ganas de salir corriendo, de que me tragara el suelo, de

dejar de ser visible, mis mofletes me quemaban y mis manos estaban sudorosas.

-Pase a la consulta.

Me dijo secamente, con paso vacilante entre por la angosta puerta que me

parecía me llevaba al cadalso. Algo así tenían que sentir los franceses cuando subían

a la guillotina. El suelo se abría bajo mis pies, pero desgraciadamente no me tragaba.

Allí de frente, mirándome estaba el doctor.... ¡Una mujer!

Aquello no era posible, todo había sido en vano; no podía explicarle mi caso, y

no precisamente porque fuera una mujer. Mi perversión, al menos la que pretendía

que me tratase, consistía en exhibirme desnudo ante mi vecina de enfrente, y me


excitaba sobremanera que ella se me quedara mirando con curiosidad. Yo procuraba

tener todas las cortinas descorridas, y me paseaba por delante de las ventanas con las

luces encendidas, para que se me viera bien. Cuando ella miraba en mi dirección, yo

me acariciaba y le devolvía miradas lascivas.

Un día, vi que se había comprado un telescopio y seguía con él mis desnudas

evoluciones, y eso me excitó todavía más, pero después empezó a tomar notas y a

hacerme fotografías. Fue entonces cuando pensé que aquello estaba llegando

demasiado lejos y tenía que poner remedio. Busqué en la guía médica y pedí hora.

Finalmente, cuando entré en la consulta de la sexóloga, vi que era mi vecina de

enfrente.
Esperar Una Respuesta

Se dijo una y otra vez que sería la última. Antes le había dicho aquella tarde

desolada, mi perro sabrá tu nombre y te reconocerá en cualquier parte del mundo

donde estés. Sabía que no era cierto, que era sólo un enamorarse de palabras,

decirse y decirse, con el ciberespacio en el medio.

Pero esa noche comprendió lo que hasta entonces era enigma.

La realidad le atacaría muy pronto. Y supo que siempre se sentiría perseguida.

Decidió hacerse amiga de aquella oscuridad, soñar qué no había ocurrido, vagar otra

vez por aquellas mentiras, de una en una, como una sombra perdida, protagonista en

el escenario de aquella vida.

Se levanta el telón. Su cuerpo está apenas iluminado, tan sólo una finísima y

brillante línea vertical cae en picado hasta su pelo. Otorga a sus rasgos un aspecto

fantasmal. Mira al vacío. Cuando empieza a hablar, el sonido de sus palabras se dirige

justo hacia allí, a la negrura.

MUJER: ¿tampoco esta vez vas a pedirme perdón? siempre lo supiste todo.

Ahora sé que nunca debí entregarte mi alma. Ha sido duro, muy duro, descubrir que

eres un traidor infame.

OSCURIDAD: Silencio.

MUJER: Nunca más...

OSCURIDAD: Silencio.

Estaba harta ya de esperar una respuesta que sabía nunca iba a llegar, una

respuesta que claramente era estúpida utopía reservarse el derecho de querer

escuchar.
El ataque estaba cerca ya. Lo esperaba con una especie de gusto suicida,

injustificado pero elegante, sabía que debía enfrentar a la muerte tal cual a la

oscuridad, aunque de todas formas sospechaba que iba a ganar.

Volví a preguntar:

-¿Seguirás con tu orgullo desgraciado y preferirás "morir" con la pena que te

estableceré? Serás reconocido hasta en los otros mundos. No tienes salida.

Una sobria luz reflejó su poder en mi rostro, y por pocos segundos me cegó

completamente, mostrándome una salida que no estaba dispuesta a tomar.

Repentinamente todo se volvió oscuro, y una nube negra, mas negra que la

misma penumbra en la que estaba se posó a sólo medio metro de mí, y allí supe que

mi pregunta iba a ser prontamente respondida.


Chica Busca Chic@

Se conocieron en un Chat, como tantos otros desesperados. Un Chat sórdido,

triste, sucio casi siempre, lleno de frustraciones, de desengaños, de falsas ilusiones,

de verdaderas desilusiones. Siempre es lo mismo. Ella no quiere entrar más, pero su

naturaleza la empuja a hacerlo; el Chat la atrae de una manera fatal, como un canto

de sirena. Aquella noche, la noche no iba demasiado bien, como casi cada noche.

De pronto, un contacto prometedor, un brillo entre la mierda, una chispa de

esperanza, él. Él no parece frustrado, desengañado, desilusionado. Quizá lo esté, pero

no lo parece, aunque quizá lo esté... Su discurso es fresco, no está viciado por el argot

habitual del Chat. Él es simpático, no quiero decir gracioso, sino simpático de verdad.

La conversación discurre fluida, inteligente, cómoda.

Él le pide el teléfono, y ella, por primera vez en el Chat, se lo da. Durante el

largísimo segundo que sigue a este momento, ella no es capaz de procesar los

sentimientos que la invaden: miedo, excitación, sensación de peligro, el sexo sin sexo.

Todavía no ha pasado ni medio minuto y él ya está telefoneando.

Levantó el auricular.

—Sí, hola, soy Beatriz. ¿Es Fernando?

—Sí, Fernando. Soy Fernando.

—Tu voz suena extraña.

— ¿Extraña?

—Parece voz de mujer—pensó Beatriz.

— ¿Si fuera mujer tendrías alguna objeción?—continuó la voz del teléfono.

— ¿Qué digo, qué digo?—se preguntó Beatriz y no habló.

—Sigues allí, entonces significa que no hay problema. ¿No es verdad?


—No claro, quiero decir, sí claro. Bueno, no hay problema, el Chat es para

hacer amigos. ¿Tú nombre es Fernando?

—Fernanda, pero para ti seré Fernando.

—Espero acostumbrarme—pensó Beatriz.

—Quiero verte—dijo Fernanda.

Otro silencio de Beatriz.

—Estas de acuerdo, tu silencio me lo confirma.

Beatriz apenas tosió.

— ¿En media hora?

— ¿Dónde?—dijo con voz débil.

—Me escribiste que vives sola. Dame la dirección.

Recitó los datos y al final casi no se oyó su voz.

Media hora después sonó el timbre de la puerta.

Y allí estaba, con aquel traje azul oscuro de corte impecable, con aquella

corbata azul claro… y Beatriz quiso decir algo pero las palabras se negaron a salir.

- ¿Puedo pasar?,-pregunto el recién llegado

- Claro, -balbuceó ella y se aparto de la puerta para dejar el paso libre.

Y cuando entró Fernando vio aquella casa tan recogida, con el sofá de flores y

las cortinas de cretona, tan semejante a lo que debía ser un hogar tradicional.

-¿Estas asustada?- Le pregunto a Beatriz que seguía mirando con cara de

asombro.

- Un poco extrañada – contesto ella- porque no se quién eres.

Y una carcajada salió de su garganta al ver lo asustada que estaba ella.


- Yo fui Fernanda pero ahora soy Fernando y para ti, Beatriz, puedo ser lo que

quieras.

- Vamos a empezar por ser amigos...- contesto Beatriz

Y sonrieron los dos miembros de la pareja y se sentaron en el sofá de flores,

de espaldas a las cortinas de cretona, de esa tradicional habitación, las dos, los dos.
Esto No Es Una Novela De Agatha Christie

En algunas novelas de Agatha Christie, el asesino suele ser el mayordomo,

eso lo sabe todo el mundo, pero esa hipótesis no resulta muy válida en esta ocasión.

¿Qué por qué? Muy fácil: el fiambre es el mayordomo y, además, esto no es una

novela de Agatha Christie.

He interrogado a todos los habitantes de la mansión y hasta el momento no he

podido atisbar ninguna fisura de importancia en las coartadas que me ha

proporcionado cada uno de ellos. A la hora del crimen, el jardinero estaba encamado

con la camarera, y me lo pudieron demostrar con una peliculita que se habían hecho,

“para recordar el momento”, en la que salía la hora, aunque eso es verdad que se

puede trucar. La cocinera había ido al cine con su novio, a ver “Terminator Salvation”,

y después se fueron a bailar salsa. Tienen testigos de todo ello. Los señores habían

salido a cenar con unos amigos, y el chófer los había llevado. No ha venido repartidor

alguno en los dos últimos días, y nadie extraño a la casa ha sido visto por los

alrededores.

Ahora estoy esperando al ama de llaves.

Sé que no vendrá… Hace apenas un par de minutos he recibido un mensaje,

en estos momentos, lo estoy leyendo. Unas letras oscuras en un fondo blanco

iluminado en mi móvil, me dicen lo siguiente “Mira por la ventana, pero primero mira

hacia atrás, siempre mira hacia atrás, sé como la mujer de Lot” Por supuesto hago

caso al mensaje, aunque me lo envían desde una página gratuita y tendré que

consultar a un colega antes de saber a quién pertenece dicha cuenta.

Me acerco al ventanal, el día está lúgubre y la niebla empieza a rodearlo todo;

el ambiente está teñido de azul, hasta el marco de la ventana parece azul. Pero me

estremezco sólo de pensar lo apartado que está todo esto, ya que esta cala del
mediterráneo no es un lugar ideal para veranear. Observo si hay algo fuera de lugar

más allá de los cristales y entonces veo que en la playa flota el cuerpo de una mujer

con un manojo de llaves atadas al cuello.

Han pasado un par de horas. El cadáver era del ama de llaves a la que habían

atado con una maroma al tronco de un árbol, para que la corriente no se lo llevara.

Sea quién sea, el asesino o asesina quiere que sepamos pronto quién es.

Suena mi teléfono y al otro lado de la línea está Diego, mi colega, dice que la

cuenta pertenece a un tal Carlos Valerio. Nos reímos, siempre nos reímos de los

nombres compuestos. Más que pertenecer, pertenecía al mayordomo al que hoy han

asesinado... o tal vez no. Alguien la ha usado en su lugar. Y por lo que supongo,

alguien de su confianza. La cosa está complicada y creo que necesitaré la ayuda de

otro de mis colegas, mi gran amigo Néstor.

"La mujer de Lot..." Exactamente así me sentía.

Volví a marcar el número de Néstor sin suerte, fuera de cobertura, ¡estúpido!

¿Por qué nunca estaba cuando más falta me hacía? Comencé a sentirme

extrañamente sola mientras la brisa me traía olor a muerte. Decidí atar cabos sueltos:

mayordomo estrangulado con corbata de seda, ama de llaves flotando en aquella

preciosa cala como un despojo deforme. Desde luego fuese quién fuera el asesino,

seguro que andaba cerca. Me sentía cada vez más sola y acaricié instintivamente la

funda de mi revólver. Marqué de nuevo el número que me aclararía la mente y los

nervios,... nada..., no hubo respuesta.

De pronto mi mente revolvió de nuevo aquellas palabras del mensaje

misterioso "mira hacia atrás, siempre hacia atrás”. Un crujido del picaporte de la puerta

me alertó, volví la cabeza y allí estaba. El puzzle encajado. Unos ojos conocidos pero

diferentes, malignos, unas manos aún manchadas de sangre, empapado en agua de

mar, impregnado de un hedor irrespirable... ¡¡NÉSTOR!!


Mi cabeza hilvanó de repente todas las respuestas en un segundo, en el mismo

momento en que él se abalanzó sobre mí. La lúgubre luz azulada sufrió un destello

blanco, un atronador silbido en la silenciosa oscuridad. Néstor cayó a mis pies, inerte y

arrebatado de toda maldad, nunca en mi vida me había sentido tan mal.

¡¡¡CORTEN!!!

- ¡Menudo alivio! Por fin, descanso para comer en un duro día de rodaje.

Suspiré relajada.
Gloria Es Un Infierno

Gloria es mi mujer. Bueno, lo era. La odio. Casi todo el tiempo. Antes la odiaba

sólo algunas veces. Ahora la odio casi todo el tiempo. No; todo el tiempo. La odio todo

el tiempo, sí.

Gloria es como una máquina tortura-maridos, un ingenio jode-vidas

engendrado por alguna feminista recalcitrante pseudo-mujer/odia-hombres. Bueno, lo

era. Ahora es como un montón de chatarra inservible. Ha quedado desmadejada y

atónita de pura perplejidad. Su marido, yo, la ha dejado. Pero ¿cómo? Si él nunca se

atreve ni a rechistar. Es sumiso, obediente, calzonazos. Está domesticado, es su obra.

Bueno, lo era.

Gloria es una mujer castrante. Yo, un hombre castrado. Bueno, lo era. Gloria

sigue siendo una mujer castrante, aunque ya no tiene a quien castrar. La he dejado.

Para siempre.

Me fui de repente, sin decir una palabra, sin un grito, sin un portazo, sin

llevarme nada.

La gota que colmó el vaso fue…

¡Qué felicidad, la gloria de vivir sin Gloria!

Nunca me encontrará, no se le ocurriría buscarme en este país tropical. ¡Y ya

tengo un año libre!, soy el dueño de mis decisiones. ¿Con quién me casé?, con una

mujer o con un asesor multiuso; siempre cualquier cosa que hiciera estaba mal y si lo

hubiera hecho como ella decía, entonces todo estaría perfecto.

¿El timbre, quién será a esta hora? En estas cabañas del hotel de playa se

supone que no hay vendedores toca-puertas. Mejor apago la luz y me asomo por la

ventana.
¡Dios mío!, se parece a Gloria. Imposible, se ve tan diferente. Muy diferente.

Pero ese pelo de bruja es inconfundible, y la mirada, la misma de zombi, los mismos

ojos que revisaban mi ropa interior por si acaso, decía ella. Y las manos, esos dedos

enormes que me torturaban. ¿Por qué brilla así? Parece fuego bajo sus pies, viene

caminando sobre candela. Yo sabía, no estuve equivocado: ¡Gloria es una bruja!

La puerta se está abriendo, ¿dónde me escondo?

En ese momento entra en mi habitación, se me queda mirando sin decirme

nada y yo me miro a mi mismo en un espejo, y... ¡soy gloria! no se que me esta

pasando, el surrealismo se apodera de mi, salgo a la calle y toda la gente que había

en esas cabañas son como clones de Gloria, que me persiguen pero no me hacen

nada. Me meto en una cabaña vacía y me encierro, pongo la tele y las noticias las está

presentando Gloria; pongo el canal de música y solo se oyen canciones de Gloria

Gaynor y la versión de Junco de "gloria, gloria, faltas en el aire, gloria". Vuelvo a salir a

la calle y hay una manifestación cuya cabecera reza: ¡Todos somos Gloria! Me voy

corriendo lo más lejos posible, hasta que veo a un hombre, el típico abuelo de pueblo

sentado en un banco, y le pregunto que pasa, el solo me responde:

- Estas en la gloria.
Grekatrols

— ¿Cómo es posible sentir terror frente a tal magnitud de belleza?— se

preguntó la prisionera, de pie en el puente de la embarcación, cuando vio el castillo de

los Grekatrols.

La transportaban en velero hacia la pequeña dársena incrustada entre los

arrecifes. El crepúsculo tenía los matices de la sangre fusionada con vino tinto, como

le gustaba al señor de esa fortificación. Sangre de cordero, pero sangre al fin.

De Reina casi omnipotente, a esclava, en menos de una noche; así había sido.

La traición de su astrólogo personal facilitó el golpe conspirador.

La embarcación golpeó los maderos del puerto, sonó como el último latido de

un corazón. En el pecho de Anciska, una serenata de miedo amenazaba romperle los

pulmones.

En un lugar recóndito de su cuerpo, llevaba escondido el pequeño fragmento

de gema pulida, rosada, dulce al tacto, como piel suave; sobre ese objeto pendían sus

últimas esperanzas. Aunque debiera entregar la vida.

—Si la leyenda es cierta, cuando toques esa perla de cristal será el fin de esta

desventura— pensó, con los dientes apretados.

—Llegamos señora— dijo el capitán de la embarcación.

— ¿Esperas mi gratitud?

—No señora, su odio.

—Ambicionas demasiado.

—Ódieme, o estaré condenado.

— ¡Explícate!
—Todos los seres que usted amó, han sido muertos.

Francisca sintió perder peso y hundirse en un abismo de insípida amargura,

saturada de llameante sufrimiento.

—La suerte habló. Es mi turno. —pensó, y pasó las manos temblorosas por su

bajo vientre.

De pronto una luz rosada invadió el cielo y el resto de la unión natural que los

rodeaba, solo quedaron intactos ella y el castillo de los Grekatrols, que al observar

semejante poder expresado decidieron ir en busca de la causa del mismo.

Un millón de Grekatrols fueron a por ella en solo instantes, pero ella se sentía

lo suficientemente poderosa como para derrotarlos a todos con solo un suspiro de su

corazón, y hacerlos millonésimas atómicas de su antigua existencia...

Solo bastó un pestañear de ojos y sus enemigos habían desaparecido, todos

menos el nuevo Rey, que al acercarse le preguntó:

-¿Quién eres?

-Quién era, querrás decir, puesto que mi astrólogo me ha traicionado, y he

perdido mi casi omnipotente Reino, ahora solo soy más omnipotente que antes, pero

más valiosa que mañana.

-Eras la prisionera que me traían, la que me entregaría sus reinos, ¿No? -.

Razonó el Rey de los Grekatrols -. Seguirás siendo mi prisionera, aunque con

derechos especiales. No me atreveré a tocarte, pero me gustaría que vinieras.

Apenas entré a aquel hermosamente deslumbrante castillo la luz rosada de mi

omnipotencia se apagó, y caí presa del Rey, del cual lo último que escuché fue:

-Caíste en la trampa. Y nunca volverás a estorbar.


Y así fue.... desde ese momento sintió algo muy extraño... sus fuerzas habían

disminuido notablemente, así lo sentía.... era como si un embrujo se hubiera

apoderado de su ser.

El mismo Rey de los Grekatrols le acompañó a una laberíntica caminata por

pasadizos oscuros, apenas iluminados por destellos de fuego. Llegaron ante una

enorme puerta maciza llena de tachones enormes y una extraña cerradura. Todo ese

tiempo había sentido algo extraño en el aire desde el comienzo: un aroma intenso a

ciertos vapores impregnados de inciensos muy densos y ácidos. La puerta se abrió

rechinando suavemente y al interior el aroma era más intenso, casi embriagador....

Despertó adormecida y con una sensación de fatiga enorme... pronto advirtió

una pequeña molestia en su mano izquierda que le dolía con intensidad creciente.... Al

ver las manchas de sangre entre su ropaje tomó recién conciencia del mal que la

aquejaba: había sido envenenada durante esa noche al ingresar al castillo con un

tenue rocío que sintió al cruzar el umbral. Toda su vida omnipotente había quedado

atrás y era el momento de entregar sus reinos al hombre que le cambiaría la vida por

el amor que le había despertado al verla....


La Otra

Quiero que hoy me despegues del pasado. Tú eres aquel que llena mi cuerpo

de escalofríos de amor. Eres quien decide sobre mi voluntad perdida.

Cada vez que tus labios rozan los míos y me apresan en su cárcel de saliva

ardiente.

Cada vez que tus brazos surcan mis curvas como un velero en alta mar,

acariciando mis olas de deseo.

Quiero que esta noche y todas las noches me hagas volar con tus susurros.

Antes de que ella vuelva. Antes de que se rompa la secreta magia que nos une, como

serpientes de fuego.

No quiero que se rompa este embrujo, no me delates, no me abandones.

Y yo me conformaré toda mi vida con ser "la otra".

No calles, dime algo, por favor.

Cuando nuestros cuerpos vibren de deseo, cuando estés tan dentro de mí que

en mi alma te sienta, cuando nuestros corazones latan al unísono juntos en el

embeleso del placer, pensaré que soy sólo yo la mujer que te hace suspirar así, la

mujer de tus deseos.

Soñaré que tenemos un mañana, que pasearemos juntos por el parque

gritando a los cuatro vientos nuestro amor.

Y cuando llegue la hora de la despedida para irte con ella, pensare que vas a

un viaje del que regresarás pronto, seré siempre la otra, pero embutida en el halo del

misterio y del olvido, del callado secreto y de la complicidad en la sombra.


Y como siempre seré la otra, a esa que llamas cuando tu cama ha sido

inundada con un vasto sentimiento de abandono, y me llamas y dices eso, eso que no

puedes dejar de hacer, eso a lo que tu cabeza aclama.

Relación gusto por gusto, el despejar las ideas de la mente y desarrollar esa

tela de pasión, y salir de esa etiqueta, la cual tiene un gran SOY TU AMANTE.

Y que pensarás cuando estés con ella, cuando tus manos pasajeras toquen su

cuerpo con delicadeza, con amor, con esa entrega que conmigo tienes cuando tu

cama se encuentra vacía.

Con dolor, apego y sentimientos, escribo esto que me ha dejado roto el

corazón, y es que compartir la dicha de sentirte dentro de mí no puedo dejar que así

sea.

Te dejo esta mi última carta para así, decirte que ya no aguanto más, y que en

la luz veraniega tu cuerpo ya no reposara junto al mío.

Amantes, buscando seducción y pasión, ojalá las noches se unieran para así

poder pasar más tiempo a tu lado.


La Viuda Negra

El humo de tabaco negro inundaba densamente el caldeado interior de la

taberna; tal era su espesura que apenas dejaba entrever el rostro de Anabel bajo la

mortecina y enfermiza luz de las lámparas amarillas.

Era difícil descifrar el significado de las facciones de su rostro y todavía, a día

de hoy, soy del todo incapaz de afirmar si comprendió realmente y en su totalidad las

condiciones de nuestro desesperado pacto de silencio como coartada del asesinato de

su marido.

Había resultado un trabajo sucio, sudoroso y sangriento...pero también

insultantemente fácil. Hay pocas cosas más sencillas que robarle la vida a alguien.

Todas esas mojigaterías, de los remordimientos que te corroen a posteriori, de súbitos

arrepentimientos que te obligan a descargar tu conciencia en cualquier confesionario

infecto, o de terribles y reveladoras pesadillas en las que se te aparece el alma en

pena de la víctima clamando justicia, no son mas que imbecilidades.

Matar es sencillo... e incluso agradable diría yo.

También Anabel disfrutó del momento.

Lo cierto es que la voracidad con que lo disfruto es la culpable de que estemos

sentados aquí y ahora. La voracidad te hace temerario; la voracidad te vuelve

descuidado; y es la temeridad y el descuido de Anabel lo que nos tiene aquí sentados,

urdiendo una mala coartada a toda prisa, antes de que toda la carga de caballería

policial se nos venga encima entrando en tropel por la puerta de este mismo antro de

mala muerte.

—Deja de mirarme así Anabel.

— ¿De qué manera?


— ¡Así! No me gusta, no sé qué piensas —le apreté un brazo y se dedicó a

oírme, desviando la mirada, en apariencia para no molestarme.

—Nos vemos en seis meses—dijo ella, hablando como el contestador

telefónico de algún banco, después que reajustamos los cabos sueltos de nuestras

coartadas.

— ¿Tiene miedo?—me pregunté—y tal vez no quiere demostrarlo—me dije al

final.

Se fue sin voltear atrás, el humo la ocultó hasta de mis pensamientos.

Parece que todo salió bien, la policía nada descubrió y yo tuve un semestre

descansado. Esta noche nos reuniremos en la misma taberna: “La Viuda Alegre”, yo la

llamaría “La Viuda Negra”, por lo oscura.

Anabel apareció entre el humo, lo cortaba como un tiburón el agua turbia.

Alguien venía con ella, y se quedó de pie en un rincón oscuro de la taberna, no lo

reconocí y eso me disgustó.

Ella tomó asiento y cuando vi su cara quedé extrañado, la frialdad de sus ojos

había sido sustituida por la de alguien perdido en la selva. Sus pupilas bailaban de un

lado a otro y las fosas nasales, dilatadas por la respiración, vibraban, dándole el

aspecto de un caballo perseguido por lobos. Me sobrepuse y, molesto, le pregunté:

— ¿Quién es ese que venía contigo?

— ¿Quién?—y comenzó a voltear, en ese instante la electricidad falló.

Al poco la luz volvió. El extraño ya no estaba en el bar.

- Nadie - contesté para quitarle hierro al asunto.

Todo esto me resultaba raro, como si ya lo hubiese vivido, pero de una forma

diferente.
Estuvimos hablando de cosas sin sentido, intentando que ella me prestara

atención, algo que yo no pude conseguir.

Cuando ella se cansó de oírme propuso salir a la calle a tomar el aire, decía

que el ambiente estaba muy cargado y necesitaba respirar, algo que nunca le había

importado.

Salimos por la puerta del bar, la densa niebla de una ciudad contaminada como

esta me impedía ver poco más allá de mi nariz, pero en una calle estrecha como esta

pude intuir una sombra al fondo, del mismo hombre que había entrado con Anabel al

bar, ese maldito extraño. En ese momento supe que mi destino y el del marido de

Anabel iban a ser parecidos.

Anabel quería seguir siendo "la viuda negra".


Salvaguardia De La Ilusión

Aún me acuerdo de aquella noche de reyes. Creo que nunca la olvidaré, pasen

los años que pasen. Aunque cada día tenga más arrugas, mis patas de gallo sean ya

casi de elefante y el momento de mi jubilación esté, por fin, a la vuelta de la esquina.

Esa noche había pedido una bicicleta. Una bicicleta BH roja. Roja como la

sangre que me correría por las piernas todas y cada una de las veces que perdería el

equilibrio hasta que diera con la manera de pedalear y seguir una ruta sin obstáculos

cabrones dispuestos a hacerme rodar por los suelos y ver mi cuerpo lleno de

moratones.

Aquella noche casi no dormí.

Estuve debatiéndome entre las sábanas frías hasta que la luz penetró

tímidamente por las rendijas de la desvencijada persiana de mi cuarto. Salté de la

cama con aquella agilidad de niño travieso que me caracterizaba. Mi bici... ¿Estaría

allí? A lo peor mi madre tenía razón y no me la merecía. Sentí el miedo infantil de no

haber cumplido con mis promesas de bondad, aquellas que hice a los Reyes Magos,

en secreto, por supuesto. Con diez años uno ya no puede reconocer ciertas cosas

delante de sus colegas. Se corre el riesgo de salir molido a palos. Me acerqué

sigilosamente al salón, despacito. Quería ser el primero en encontrar la respuesta a

mis plegarias, los pies descalzos empezaban a quejarse de aquel suelo helado de

enero, me temblaban las piernas y no dejaba de repetirme a mi mismo ¡Quiero mi

bicicleta! ¡Una BH roja, flamante! ¡Quiero que esté junto a mis zapatos!

En el momento en que deslicé mis pequeñas manos sobre el pomo de la

puerta, un brillo especial y malicioso se asomó a mis ojos.

Entre en el mal llamado salón, entre muebles y ropas mal puesta buscaba mi

bicicleta, se encendió la luz y mi madre me miro entre enfadada y triste,


- ¿Que haces?,

- ¿Busco la bicicleta?

- Acuéstate mi chiquillo, los reyes no pasan por esta casa.

Me acosté entre lágrimas, ¡Un hombre no debía llorar!, pero era un año más,

mis amigos tenían regalos y yo me quedaba sin nada, ¡que reyes más malos!

Lo que no oía eran los gemidos de angustia y furia de mi madre que en su

cama sollozaba, mientras su corazón se estremecía de dolor, un año mas no había

podido comprar nada, su pobre salario de lavandera no le daba para la comida, el

alquiler y la ropa, ¡ era una pobre viuda más!

Me levante tarde, ¿Para qué hacerlo antes y ver los juguetes de los demás?

Salí al mal llamado salón, a comerme el pan del día anterior con el vaso de

agua como todas las mañanas, ¡y allí, en el centro estaba!

Como había llegado no lo sabia, ni mi madre lo entendía,

¡Pero los reyes me habían dejado una bicicleta!


Tragedia Contagiada

La noche había caído sobre la gran ciudad. Ella miraba por la ventana en la

vieja buhardilla. Desde allí divisaba toda la ciudad, las torres, las azoteas vacías, las

calles abarrotadas de gente que iban y venían.

Las luces se habían ido encendiendo y al fin sólo se veía el paso de los coches

iluminando las calles que con la noche se iban vaciando.

El silencio, como un manto tenebroso, iba silenciando el griterío del día. La paz

caía sobre la gran ciudad, esperando la llegada del amanecer para de nuevo volver a

nacer la actividad cotidiana.

Sin embargo la noche guarda entre sus brazos el dolor y la desesperanza, la

alegría y el amor.

Desde aquella buhardilla podía divisar esas historias guardadas en lo más

profundo de los corazones, las tragedias que pasan inadvertidas y que son propias de

cada uno.

Tres veces fueron estrepitosa y elegantemente rozadas las estructuras

semimetálicas de la puerta de su casa, anunciando que su último affair acababa de

llegar, preparado para darle un poco de cada cosa que la vida distribuía tal cual

trasnacional, y ella dispuesta a aceptarlas de forma simple, lo cual había hecho

siempre.

Le abrí la puerta, y él se propuso entrar cómodamente y con paciencia, para no

delatar su sed de pasión, aunque él ya sabía que yo sabía que el la tenía, igual que

siempre.

No pasó mucho tiempo para que sólo brillaran las luces de unos automóviles

atravesando la calle que daba a mi alcoba, y las estrellas brillaran hacia nuestro amor.
Hacia rato ya cuando nuestra pasión nocturna había comenzado, cuando de

repente solté una lagrima y la tristeza había comenzado a maldecirme por dentro, y a

culparme de haber infectado a otra vida más con un virus mortal que invadía mis

venas y que ya lo había infectado a él en tiempos pasados.

Él cayó en la cuenta de mi llanto y se detuvo, me miró fijamente a los ojos

como esperando la peor decepción, pero yo la desterré diciéndole "No es eso amor"...

-¿Entonces qué es, Corazón?

-Es que quiero que me perdones... -. Más lágrimas salieron.

-De qué.

-De haberte asesinado...

Una mirada aterrorizada observó mis ojos expresando un miedo y odio tan

grandes que se unían en una sensación nueva y desconocida.

-¿Por qué? -. Me preguntó la destrozada víctima, al enterarse de semejante

forma que, desde ese momento, estaba al tanto de que en sus venas corría el mismo

veneno que en las mías, que tenía Sida...

Lo sentía, de verdad. Lamentaba haber jugado con tantas vidas, haber

castigado aquellos cuerpos inocentes, haber ensuciado su sangre con aquella mentira

enferma.

Los ojos de su amante seguían preguntando, implorando un por qué. Una

respuesta coherente, aún sabiendo que ya todo estaba perdido.

-¿Por qué?

- Por venganza.

-¿Venganza?

- Si, venganza oscura, envenenada de odio. Odio a todos y cada uno de los

que habéis habitado en mi lecho. Odio a mis venas portadoras de muerte. Nunca os
importó. Tan sólo queríais placer barato, mi vida no era mía, era vuestra, lo siento, eso

es todo.

- Mi amor, yo te amaba, te amo, te amaré siempre. Debiste confiar en mí...

- ¡Basta, calla, no quiero escucharte más!

Sintió el estruendo del portazo en cada poro de su piel, ahora estaba sola,

había cumplido su misión. Pero se daba asco a si misma.

Las lágrimas resbalaron por su tez morena, se deslizaron hacia su cuello

pasando a través de sus senos firmes, aquellos que pronto estarían heridos de sida.

Volvió a la ventana, las calles ahora estaban desiertas, observó de nuevo a los

escasos y atrevidos viandantes qué vagaban como cansados buscando su última

copa.

Y decidió que el resto de sus escasos días ya le pertenecían, que su vida ya

era suya, sin fingir, sin justificar.

Sola con su final en la misma buhardilla mugrienta donde todo había

comenzado.
Violencia De Género

Me encontraba en el suelo, sangrando abundantemente, la paliza había sido

mortal, ¡una más! Me arrastre al teléfono y marque el 016, recordaba muy bien como

me había dicho el comisario la última vez.

-En otra ocasión que le pegue marque el 016, es el teléfono para los maltratos

domésticos.

Oí una voz al otro lado del aparato, y grité.

-¡Ayuda, me han pegado!

Me pidieron los datos de mi domicilio e intentaron tranquilizarme, vendrían a

por mí y me llevarían a un lugar seguro.

Me quede atemorizada ¿no volvería antes de que vinieran a por mi? Ya no

podía aguantar más, y aunque le quería mucho no podía seguir con él. Había estado

ciega por amor, pero la venda se me caía de los ojos.

Mi marido no me quería, sólo era posesión lo que sentía por mí, tenía que

acabar con esta situación que ya estaba afectando a mis hijos. Ellos estaban en el

colegio, al salir no volverían a un hogar destrozado, tenían derecho a una vida

tranquila, a vivir en paz hasta que crecieran y tuvieran sus propios problemas.

Oí un hablar de gente al otro lado de la puerta, me acerqué arrastrando mi

cuerpo. ¡Eran ellos!, saldría de la casa, a la que llegue años antes con toda la ilusión

de quien empieza a vivir, no miraría atrás, con mis hijos me esperaba una nueva vida,

lucharía por ellos y lo superaría todo.

Abrí con dificultad y una mujer se inclinó hacia mí, me cogió con dulzura y me

dijo:

-Todo ha pasado, ya no tiene nada que temer.


Tan mal estaba en aquel momento que ni gracias pude regalarle a aquella

joven que tuvo la amabilidad de brindarme ayuda, una ayuda invaluable.

Me llevaron a un hospital cercano. Allí me atendieron meticulosamente y me

dejaron después descansar en una cómoda camilla, donde duré varios días.

Ya habían pasado dos semanas. Estaba con mis hijos, que habían decidido

venirse conmigo, en una nueva casa que había podido comprar y había comprado a

nombre de una prima de forma provisional para que él no pudiese encontrarme.

Recuerdo muy bien, era lunes, una noche de lunes hermosa, terminaba de

acomodar las cosas para el martes cuando escuché la puerta abrirse estrepitosamente

y escuché una voz, una voz que desde hacía poco odiaba.

- ¿Dónde Estás?, No te puedes esconder de mí.

- Es mejor que te vayas y no regreses nunca, ¡maldito desgraciado!

-¿Sí?, Eso ya lo veremos.

Se acercó a la cocina con una vara de aluminio hacia mí, yo busque el cuchillo

de cocina más grande.

Corrí hacia él, y mientras él me asestaba un golpe con la vara, logré clavarle el

cuchillo y hacerle una herida mortal en el pecho.

Lo único que pude decir mientras observaba su sangre fue:

-Querido, yo no era así… Hoy tengo que elegir entre tú y yo y aunque me duele

más que a ti, elijo mi vida.

Entonces aquel día comprobé hasta dónde puede llegar una persona

encolerizada; aquel día comprobé toda su furia, pero también la mía.

Peleamos hasta que oímos la sirena de la policía, pero ya era tarde para

empezar de nuevo o para que sucediese un milagro. Sé que ambos deseábamos que

el tiempo volviera atrás. Aún puedo recordar que varios hombres vestidos con el
uniforme de la policía entraron por una ventana. A él se lo llevaron enseguida, a mí…

no parecían hacerme caso.

Hoy regreso para despedirme de nuestros hijos y ver que será de tu vida ahora

que todos los días me dedicas besos, ahora que a cada instante hablas conmigo con

una dulzura que jamás llegué a sentir cuando ambos vivíamos.

Ojalá no hubiese esperado tanto para marcar el 016. Tendría que haberme

decidido antes, pero además de tenerte miedo, yo te amaba y quizá fue eso lo que me

hizo dudar.

Ahora que nuestros hijos vienen a vernos, hoy te digo que podríamos haber

sido muy felices. Y esas flores que nos dejan entre lágrimas y suspiros, no hubieran

sido necesarias. Quizá no estuvimos juntos en vida, pero ahora nuestros cuerpos

descansan juntos; y tú y yo caminamos de la mano hacia la eternidad.

Sólo me queda una cosa por la que aún vago como un alma en pena por este

mundo.

Gritarles a otras mujeres que no aguanten tanto y a otros hombres, que

piensen un poco más con el corazón y que dejen de beber del vino del odio y de los

celos. Pero yo, yo ya no tengo voz.


Yvic

Los graznidos se repitieron, parecían articular palabras incomprensibles, y

venían de la espesura apenas iluminada por la luna.

Marina los había oído por primera cuando desembarcaron, y no le dio

importancia. Ahora, tres días después, sus compañeros habían desaparecido. Avivó el

fuego de la hoguera, confiando en que alejaría el peligro.

Vestía pantalones ajustados y botas de cuero, el calor tropical la había

obligado a quitarse la chaqueta.

De súbito, apareció una de ellas y como pudo se defendió. Logró matarla,

clavándole una lanza encontrada entre los esqueletos de los aborígenes. No tuvo

tiempo de utilizar la espada de uno de sus compañeros desaparecidos.

Al examinarla con cuidado, a la luz de las llamas, descubrió insólitos detalles:

despedía un olor a perro mojado, la sangre era casi negra y las plumas eran duras

como cerdas de jabalí. Todavía, uno de los ojos enormes se movía entre espasmos de

garras y alas. La lengua espinosa, salía del pico enorme, como intentando saborear su

propia sangre derramada.

—A la luz del día vio pequeñas aves, muy parecidas, parecían pollitos muy

graciosos, —pensó— ¿qué es todo esto?

¡Bienvenida al maravilloso mundo de!…—la voz estentórea había venido de

sus espaldas, sin terminar la frase.

-...Yvic. -.

Rápidamente volteé y observé al dueño de las palabras. Lo reconocí de

inmediato, y me retiré hacia las sombras para evitar que él me reconociera a mí.
Seguí dando pasos hacia atrás, y un grito ahogado de susto casi me delata por

completo al sentir un agudo pico dividiendo mi espalda.

Di vuelta instantáneamente, y dos grandes aves me dedicaban miradas

asesinas, que contrarresté con una mirada doble de indiferencia.

- Llévensela -. Dictó el personaje ya identificado, y, sin oponer resistencia, deje

que me tomaran y me llevaran a Yvic... Llevaba tiempo buscándolo y no iba a perder la

oportunidad de estar allá.

Estábamos ya en aquel lugar más rápido de lo esperado, y me pareció menos

atractivo de noche. Era ya la segunda vez que me aparecía por ese lugar. Las aves

me dejaron en el centro de una gran estancia abierta a la luz de la luna.

- Así que vuelves -. Me dijo una nueva voz, también conocida.

- No creas que vas a desaparecerme así de fácil, padre.

- Dale gracias a Dios que sabía que eran compañeros tuyos, y están vivos. Y

además me debes un Ave.

Mi padre salió de la estancia y me dejo sola toda la noche...

Mi padre había mantenido oculto de mí el secreto de aquel lugar, y de los

experimentos realizados clonando a animales prehistóricos a partir de los huesos de

los museos que había dirigido en los años pasados.

Su orgullo le impedía anteponer su amor paternal, siempre actuaba así, y

ahora no era menos, me sacrificaría si era necesario para que no delatase mi

descubrimiento.

Me pasee por la enorme estancia, buscando una solución a la situación. Oí

gemidos procedentes de un compartimiento cercano. Busque la puerta para entrar y

palpando las paredes la encontré. En ella estaban mis compañeros atados con
grilletes. Los libere uno a uno y huimos hacia el monte, allí decidimos buscar la

embarcación con la que llegamos.

No nos resulto fácil, pero la encontramos escondida entre la maleza.

En la embarcación estaba el detonador de dinamita que nos sirviera en otras

ocasiones para las excavaciones, pensé con nostalgia, qué mejor ocasión de usarlo si

hubiese estado prevenida, así me vengaría de todos los sufrimientos de mi juventud.

Mi compañero me miro, como leyendo mis pensamientos y se acerco al

detonador presionando la palanca. Una enorme explosión se oyó en la isla. Se vio

como saltaban por el aire animales y plantas.

Se volvió a mí y me dijo:

- Pero a mi no se me ha pasado.
Parte Segunda:

La Luna
Abogado Del Pichón

Durante el tiempo que duró mi pasantía en el bufete de León y Perrote

abogados, aprendí más de las personas que de la profesión. Recuerdo que mis

compañeros de clase no daban crédito, yo… tampoco ¡el puesto era mío!

Al entrar en el famoso despacho, lo primero que llamó poderosamente mi

atención fue, el desmesurado óleo de una cacería que ocupaba casi por completo la

pared del fondo. Nunca olvidaré mi último día allí. El servicio de limpieza estaba en

huelga, por lo que me tocó a mí la grata tarea de limpiar. De mala gana pasaba el

plumero por todas partes, cuando sin querer un legajo cayó al suelo desde una de las

estanterías. Quedó abierto y mis ojos se clavaron en una frase en la que reconocí la

letra de Don Perrote que decía “Para mí cada cliente es como un pichón huérfano”.

¿Y qué se hace con un pichón huérfano? Se le cuida, se le alimenta, se la da cariño,

se le enseña a volar…

Todo esto no me cuadraba para nada con el carácter absolutista y despótico de

don Perrote. Él se había hecho con un nombre dentro de la profesión a base de jugar

sucio con las leyes en la mano, buscando siempre los tres pies al gato. Entonces,

¿qué querría decir con esa frase?

“… como un pichón huérfano”…

Una idea cruzó por mi cabeza: los pichones son considerados por algunas

personas como una delicia culinaria… ¿Se estaría refiriendo a “desplumar” y “devorar”

a los clientes? Pero esto tampoco tenía demasiado sentido, puesto que sus clientes

eran su medio de vida.

No podía dejar de pensar en ello, y cada vez estaba más intrigada.

Pasaron los años, y en estos días estaba alimentando pájaros en compañía de otras

ancianas en la plaza. Entonces una de ellas dijo:

— ¡Miren, un pichón huérfano!


El animalito estaba al pie de un árbol, parecía desplumado y abría la boca

pidiendo comida. Sus alas eran pequeños brazos sin manos, y los chillidos

desesperaban a cualquiera.

—Es mejor ahogarlo—dijo una de mis amigas—para que no sufra.

—Pongámoslo en otro nido, tal vez lo cuiden las demás aves.

— ¡No! Lo matarán los pichones o los padres.

—Está condenado, pobre animal—exclamó otra de las viejas mujeres.

—Robaré comida y lo cuidaré—intervino un vagabundo—, se la quitaré a otros

pájaros aunque tenga que abrirles la panza.

— ¿Por qué harás eso?—le pregunté.

— Cuando tenga fuerzas y los demás no puedan destruirlo, vendré y lo soltaré

aquí en el parque—y nos miró con ojos enfurecidos.

— ¿Para qué?—me atreví a exclamar.

—El canto de los pájaros es un grito de guerra, para alejar competidores de su

tierra o pretendientes de su pareja. Viéndolo retar a los que lo abandonaron, recordaré

mi vida y me sentiré vengado.

Miré las aves cantarinas en las ramas y pensé:

—Cómo nos engañamos, vemos belleza donde hay tragedia y maldad donde

hay dolor.
El Consuelo De Una Nota Amiga

Pagó al taxista y se apeó con dificultad. El color negro de la ropa acentuaba la

palidez del rostro y sus movimientos torpes le conferían una fragilidad extrema. El

portero del edificio se le acercó.

-¿Se encuentra bien, señora?

Contestó afirmativamente con la cabeza. Subió hasta la cuarta planta, a cada

peldaño su cuerpo se hacía más pesado. Cada escalón la acercaba más a la realidad

de la que había huido. Pero Andrea sabía que aquel era el lugar al que debía ir.

Cuando estuvo frente a la puerta permaneció inmóvil.

-¡Buenos días! -espetó una voz áspera que salía de la puerta del piso de al

lado.

-¡Hola! -respondió sobresaltada.

Era su vecina. Desde que vivía allí sólo habían intercambiado palabras de

cortesía. Era una mujer de mirada inexpresiva y movimientos arrogantes que

contrastaban con el simpático aroma a mandarina que emanaba de su cuerpo. La

seguía un pastor alemán.

-¿Baja usted?

-¿Perdón? -Andrea no escuchaba.

¿Que si espera usted para bajar? -repitió.

-No, gracias.

Aquel rostro monótono se sintió aliviado y vomitó una sonrisa. El perro se

acercó a Andrea y le lamió una mano.

-Lo siento.

-No importa.

Andrea lo acarició. Por fin llegó el ascensor. Abrió su boca y engulló a aquellos

dos seres tan opuestos. De nuevo se encontró sola ante una puerta que no se atrevía
a traspasar. "Debería haberlos acompañado". Pero sólo pensarlo le produjo un

estremecimiento. Cuando tenía siete años quedó atrapada en un ascensor y todavía le

provocaban pánico.

Apoyó la espalda contra la puerta.

-Tengo que entrar -se dijo en voz alta para convencerse a sí misma.

-Tengo que entrar -se repitió.

Buscó sin prisa en su bolso. De nuevo titubeó al girarse e introducir la llave en

la cerradura.

-Tengo que entrar.

Se había perjurado que no regresaría a aquella casa sin su hijo.

Habían pasado más de dos años y Juan estaba a punto de cumplir su mayoría de

edad, si es que aun estaba vivo.

Seguía sin noticias fidedignas sobre su paradero, la policía, sus mas cercanos

amigos habían dejado de llamarla a su teléfono móvil y su desaparición nunca tuvo

una repercusión mediática importante, era uno de los miles de desaparecidos,

simplemente uno mas.

Después de todo este tiempo viajando y recorriendo miles de kilómetros

siguiendo pistas y corazonadas que no la llevaron a ningún lugar, su resentida cuenta

bancaria y su vida interior se habían desmoronado.

Aquel carácter desenfadado y luchador aunque excesivamente celoso de su

intimidad, se había teñido de un luto que le hacía ver la vida de un modo terrorífico.

Una vez dentro de la polvorienta vivienda, le dio un vuelco el corazón al ver unas

pisadas relativamente recientes que conducía a un cuarto de baño.

Solo Juan tenía las llaves del piso, Andrea se dirigió angustiada tras las huellas

y vio una nota sobre el lavabo.

"Estás poniendo mi vida en peligro mamá, deja de buscarme, no te puedo

contar mas, todo es muy complicado"


Andrea entonces salió corriendo del olvidado departamento, pensaba ir e

interrogar al portero sobre quién había entrado y a qué hora. Miro por un momento el

elevador, pero aún con la prisa, decidió bajar una vez más por las escaleras.

Con la prisa y el cansancio de haber subido y bajado en tan poco tiempo, sintió

náuseas y enseguida vomitó. Su pantalón quedó salpicado y, sin embargo, ella siguió

bajando sin inmutarse hasta que por fin llegó donde el portero.

-Dígame ¿Alguien que no viva en el edificio ha entrado ésta tarde? - Preguntó

jadeante y casi sin poder respirar.

El portero se quedó pensando dos segundos.

-Sí, vino una anciana, iba al quinto piso, específicamente, creo que al 502.

-¿Y algún muchacho, joven, de entre 17 y 18 años?

Y con una cara de perspicacia, como si imaginara el amorío de Andrea con un

adolescente, el portero respondió.

-No señora, le repito que la única persona ajena que ha entrado, es la señora,

incluso yo la ayudé a subir.

Entonces Andrea decepcionada volvió a subir una vez más mientras pensaba

en cómo pudo llegar esa nota al baño. Tal vez habían entrado por las escaleras de

emergencia que daban al callejón trasero o tal vez habían entrado mientras el portero

había ayudado a subir a la señora.

Sin duda, Andrea supo entonces, o al menos quiso pensar, que Juan estaba

bien y tenía una vida feliz. Pero enseguida llegó a ella el recuerdo de aquel lluvioso día

en que Juan, a sus dos años, había sido arrebatado de sus manos; no después de

haber recibido un fuerte golpe en la nuca. Razón por la que sufriría jaquecas

constantes toda su vida y cansancio abrupto.


Siniestro

El día había sido terrible, pero la noche prometía ser peor. En su mente se

agolpaban los recuerdos y el remordimiento, la culpa, la rabia. Las escenas dantescas

y las aciagas sensaciones que había sentido desde el momento del choque le

bombardeaban el pensamiento y no le dejaban dormir, pese a los calmantes. Primero

el accidente, después esperar a que los bomberos lo sacaran del coche, el olor a

gasolina y a aceite caliente, el calor insoportable que emanaba del asfalto de la

autopista, el dolor sordo del pecho, de la cabeza, del alma. El miedo.

El sueño de Formentera se había desvanecido, todos los planes que había

hecho para el verano se habían ido al traste, toda la ilusión, todos los proyectos, las

ansiadas vacaciones con Elvira, todo. Todo.

Elvira… No sabía si habría sobrevivido al accidente, no querían decirle nada.

En el coche la llamaba, pero ella no contestaba, inconsciente, o muerta. ¿Y los

ocupantes del otro vehículo? Por primera vez en su vida, se quería morir, y todo por

aquella tontería:

— ¿Me das un beso?

— Pero, Elvira, mujer, ¿cómo te voy a dar un beso a ciento cincuenta por hora?

— Si me quisieras, me lo darías. Y se lo dio.

El sueño de Formentera se había convertido en una pesadilla.

Sintió una terrible sensación, algo en su mente no funcionaba.

Donde debía haber sentido una sacudida, una suerte de violento escalofrío

ahora una plácida y terrorífica placidez le envolvía.

El dolor, la presión de sus costillas seguramente rotas habían desaparecido por

completo.

Trató de mover la mano... nada, la otra... nada.


Lloraba desconsolado, el calor, la textura de sus lágrimas le molestaban, le

abrasaban, mas le resultaba del todo imposible limpiarlas, sus miembros no

respondían.

Asustado observaba varias figuras materializarse al fondo de la cama de las

que una se aproximaba al lecho.

¿Elvira?

Bésame amor mío, bésame.

- Tranquilícese - le dijo una voz surgida de una de aquellas figuras- en su

estado no es aconsejable alterarse –

- ¿Elvira? - preguntó él.

- Duérmase - dijo otra voz, al tiempo que notaba una agradable sensación de

bienestar.

En su sueño, las pesadillas volvieron; el cuentakilómetros marcando ciento

cincuenta kilómetros por hora, el aroma que desprendía Elvira, el deseo...y el ruido, el

espantoso ruido de lo que, después, supo que había sido el choque...

Despertó de nuevo, sin conciencia del tiempo pasado, desorientado, con un

dolor sordo, un malestar físico enmascarado por el malestar psíquico que sentía.

Alcanzó a girar mínimamente la cabeza, lo que los vendajes e inmovilizadores

le permitían... y allí vio a Elvira, sonriéndole, pidiéndole, sin palabras un beso, un

último beso antes de despedirse para siempre. Y, junto a ella los que, de alguna

manera, supo que eran los ocupantes del otro vehículo...


Solución Sin Respuesta

De entre las miles de respuestas acumuladas a su alrededor, Delia extrajo una

pregunta: aprisionó, entre el pulgar y el índice, la esquina del signo de interrogación

inicial y la fue jalando hacia arriba hasta que quedó frente a sí. La frase suspendida se

balanceó brevemente de un lado al otro, mientras ella se cercioraba de que estuviera

intacta. "Ahí está", exclamó y acarició con un dedo el punto que cerraba la

interrogante. "¡Taimado!, siempre oculto bajo el signo que continúa, nunca das por

terminada la historia". La historia, repitió mentalmente Delia...

Pero casualmente o no, eso era realmente lo que sucedía; la historia nunca

acababa. Daba igual que la persona que observaba en ese preciso momento se

llamara Delia que cualquier otro nombre, la historia no tiene, nunca ha tenido - ni

tendrá - principio ni fin. Por eso, la pregunta que ahora ella sostenía en la mano no era

en realidad más que una declaración de intenciones, un querer saber hacia donde se

dirigía ahora esa narración.

En ese mismo momento, Delia se dio cuenta de que ella no era más que un

actor en aquellos sucesos, que tal vez ni siquiera existiese para el mundo real fuera de

aquella red de preguntas y respuestas; tenía la extraña sensación de que la pregunta,

en realidad, la había elegido a ella, como cuando un prestidigitador te hace elegir la

carta que él desea, haciéndote creer que tu elección es libre y voluntaria.

Asustada ante tales pensamientos, dejó caer la pregunta que había extraído, y

ésta se hizo añicos, fundiéndose con el polvo que tapizaba el suelo de la estancia

donde se encontraba Delia, reminiscencia de otras historias sin principio ni fin.

La pregunta, que había caído sobre el polvo del entablado hizo un esfuerzo

grande y logró tomar forma, se arrastró hasta el espejo de pared y cuando miró su

reflejo en la luna de cristal lanzó una carcajada cristalina logrando que Delia se

inclinara para buscarla.


Delia, que se había dado cuenta que no era más que un detalle en el arte de la

creación derramó una lágrima que el signo de interrogación recogió con elegancia.

Delia se arrodilló para tomarlo entre sus manos y mirándolo con ojos sorprendidos, le

dijo:

-Nunca me vas a abandonar, tengo que hacerme la idea de que viviré contigo

revoloteando en mi cabeza.

La pregunta sonrió y le estampó un beso en la mejilla colorada de Delia que se

movía entre las miles de respuestas que tenía a su alrededor.


Últimas Luces De Amor

El hombre grita y la mujer escribe poesía. Llega la noche y ahora los dos se

miran en silencio. La luz de la habitación está apagada y la luna llena provoca un

claroscuro de ternura. La mujer escribe algo en un viejo cuaderno de apuntes: "Una

luz extraña alumbra la carne de las falsas promesas. Ahora el lenguaje del amor es

mortal y la ley del tiempo arde sobre nuestras cabezas."

Con los ojos abatidos el hombre mira hacia la ventana. Empieza a llover y las

gotas de agua repiquetean sobre el vidrio creando una música melancólica. La mujer

mira hacia el hombre, da un resoplido y vuelve a ensimismarse en su cuaderno.

"La vida resucita como una vela vuelta a prender pero lista para ser apagada. La

respuesta del ojo es inmediata y sin piedad, emite ya sus ondas cargadas de utopías.

Nadie canta en el sueño azul ahora. Ninguna vibración excita al tacto. El dolor de los

olorosos cuerpos en la escena final del deseo es una mascota rabiosa que lame mi

rostro sin cesar."

- ¿Puedes escribir con tan poco luz? - Pregunta el hombre.

- Si, ya lo he hecho otras veces.

Ahora el hombre prende un cigarrillo y el humo crea una atmósfera enrarecida.

La punta del cigarrillo del hombre ilumina brevemente la estancia, y el humo adquiere,

con esa tenue iluminación, una falsa tridimensionalidad que convierte casi en irreal la

estancia en la que se desarrolla este drama íntimo-

-Por eso ya casi no existo para ti -exhala el hombre; no consigues ni verme

entre la escasa luz y tu menguada visión.

La mujer le dirige una mirada, ni compungida ni de conmiseración; sólo una

breve aceptación de que él sigue allí, entre el humo de su propio cigarrillo.

Una radio suena a lo lejos, uniendo la melodía de sus canciones, algo pasadas de

moda, a la que formaban las gotas de lluvia sobre el vidrio.


De repente, un relámpago ilumina la estancia, tornando más irreal si cabe la ya

de por sí irreal escena; las palabras que la mujer escribía sobre su viejo cuaderno,

parece salir del mismo y enlazarse con el humo del cigarrillo del hombre. Palabras,

frases, oraciones... se enroscan sobre el tenue hilo surgido del pequeño cilindro que el

hombre sostiene entre sus dedos. Pensamientos surgidos de la pluma de la mujer se

mezclan con el humo surgido de la boca de su acompañante, y penetran hacia su

interior, ocupando el sitio que antes ocupaba dicho humo.

Y la melancólica melodía parece aumentar en los oídos de ambos, mientras la

tormenta se acerca.

El cielo se estremece con la claridad de un relámpago, iluminando a ambos,

sus miradas se han buscado en la oscuridad, sus semblantes se dulcifican, sus manos

se buscan enlazándolas en un tenue roce, cada vez se hace más fuerte hasta que sus

cuerpos se acercan en tierno abrazo.

Ambos callan, pero no hacen falta palabras, sus corazones laten unidos y sus

latidos dicen que el amor no ha acabado, siempre ha estado presente, pero el paso de

los años ha olvidado el calor de la pasión.

Sus cuerpos envejecidos, se conservan vivos, siguen siendo uno.

Un rayo traspasa los cristales de la ventana, un estrepitoso ruido invade la

estancia, sus cuerpos caen inertes y carbonizados, sus manos están unidas en un

eterno abrazo y sus labios tienen una sonrisa fresca y joven llena de una dramática

felicidad.
Malévola Conciencia

La noche era oscura, la brisa invadía el paseo, las parejas se acurrucaban

dando rienda suelta a sus amores.

Una figura fantasmal paseaba entre los árboles buscando una presa en la que

desatar su furia, encerrada tantos años en su petrificado corazón.

Era parte de su maldición; el no poder, nunca más, volver a amar. Y, aunque

pareciera tópico, su falta de capacidad para amar le había llevado a desear el mal a

todo aquel enamorado que encontrase. Y, con el paso de los años, sus enfermizos

deseos se volvieron verdaderamente violentos, y pasó de simplemente odiar a los

amantes, a ir detrás de ellos, espiarles, asustarles y hacer que huyeran...era su forma

de purgar su malévola conciencia, un a modo de tortura que él mismo se auto inflingía.

Evidentemente, su propia conciencia se rebelaba contra aquello, exigiendo más

y más; ya no le bastaba solamente con acosar, sino que su propia mente le pedía

más...

Ahí estaba, oculto tras uno de los árboles del paseo. El aroma que exhalaban

los amantes le llegaba como un veneno arrastrado por el viento. Le dolían las caricias

y el murmullo de los besos, entonces la vio. Iba sola, con la tristeza en el andar y los

labios ávidos, se parece a mí, se dijo. Su rostro se crispó y los ojos le brillaron como

llamas malévolas, se arregló el cabello negro con sus manos heladas y le salió al

paso.

Ella no puso resistencia y se entregó a sus besos mortales. Un hilo de sangre

se esparció por el paseo espantando a los amantes que huyeron del lugar.

Su corazón estaba tranquilo, había logrado lo que quería y se alejó como ave

de mal agüero en la noche oscura.


En Compañía De Palabras

Tenía los pies helados. Era algo totalmente normal, pues en su manía de ir

descalzo por la casa en pleno Enero, no se incluía el menoscabo de perder

parcialmente el calor en esa zona.

Un silencio opresor decoraba con elegancia su casa, realmente era lo único

que decoraba, pues por decirlo de una manera elegante, era algo minimalista...es

decir: pobre.

Todo esto unido: el silencio, la falta de muebles, la falta de calzado...hacía de

su hogar algo amplio, amueblado realmente con palabras y sensaciones, un lugar de

cobijo para los rayos solares en pleno atardecer que; maquiavélicos ellos, glaseaban

de romanticismo tal estampa inusitada.

Lo único que le pertenecía, y por herencia, era una vieja pluma estilográfica

Montblanc, algo gastada, pero aún ágil en la escritura, unos folios que apilaba en dos

montones y té moruno que acompañaba con hierbabuena fresca.

Era practicante en el bello arte del insomnio, del baile silencioso y de la

escritura alargada y elegante. Era una persona silenciosa, extrovertidamente

introvertida, de sonrisa fácil y de gesto calculado. En cuanto a su aspecto físico,

podéis imaginar vosotros mismos, lo importante de su personalidad ya esta dicho.

Todo guardaba un especial equilibrio, un cálido equilibrio (pese a sus pies

fríos), todo era perfecto, hasta que tocaron insistentemente a la puerta...

Era imposible imaginar quién podía ser. Quién era capaz de molestarlo en su

soledad. Por un instante pensó en no abrir la puerta, pero el insistente sonido era tan

molesto, que la única forma de acabar con él, era abriendo la puerta.

Una mujer de edad imposible de determinar apareció en el umbral. Por un

momento él se quedó estupefacto, mientras que ella aguardó en silencio, esperando

que fuese él, el que comenzara a hablar.


Las palabras parecían atoradas en la garganta de él y miles de preguntas

pasaron por su mente. Ella sonrió, dándole un poco de valor para que lograra articular

alguna palabra.

Él se sintió avergonzado en un principio, porque deseó invitarla a pasar, pero

no tenía que ofrecerle. Aún así, preguntó.

-¿Te gustaría entrar?

Ella se sonrió y le contestó:

-Se nota que no me has reconocido.

Él, se quedó mirando aquella figura desconocida y a la vez tan familiar. Con su

sonrisa clara le contestó:

-No, perdona pero no puedo recordarte, aunque me parece familiar el olor que

exhalas.

Ella se le aproximó y acercando su cara a la de él le dijo:

-Huéleme.

El cerró los ojos y aspiró profundo, como buscando en el fondo del mar una

extraña perla. Luego de un rato abrió los ojos y dijo casi susurrando:

-Hueles a menta y a té moruno.

Una fresca brisa se coló por las hendijas y a pesar del frío, les hizo bien.

-Huelo a menta, tú lo has dicho.

Él se puso contento y la miró con descaro, ella se le acercó y se sentó sobre

sus rodillas mientras le decía:

-Necesito el calor de tu aliento para llenarme de vida. Me has vestido con la luz

del sol y las palabras de tu mente, me has dado un perfume, me has puesto un

nombre, has delineado hasta la última frontera de mi cuerpo. Ahora quiero el aliento de

tu boca para que se cumpla la última alquimia y me convierta en un ser de carne y

hueso.

Por fin la reconoció, entonces sonrió con alivio y le dijo:


-No, jamás podrás ser de carne y hueso. No creas que vas a abandonarme una

vez que has aparecido. Vivirás conmigo entre las letras de mis folios y te cambiaré

cuantas veces quiera con la elegancia y el estilo de mi pluma.

Ella comenzó a sollozar, pero él para consolarla le dijo:

-Bah! No es para tanto. Al menos vivirás en los sitios más bellos que yo

invente, asistirás a fiestas y banquetes. No envejecerás nunca y cuando tu cintura se

agrande un poco, mi pluma Montblanc te la delineará con finura.

Ella rió encantada y se aferró su pecho, él le acarició el cabello y se puso a

idear el próximo capítulo.


Las Palabras Se Las Lleva El Viento

Tras arduas peripecias entre las grutas de aquella cara de la montaña,

nuestros tres intrépidos escaladores coronaron la cima de la misma.

No era muy alta, pero si lo suficiente como sentirse orgullosos de la hazaña y

que esta pasara a ser lo más grande que habían hecho en sus vidas.

Comenzaron el montaje de un estudiado vivac clavando una piqueta aquí y una

allá. Inflaron sus pulmones henchidos de orgullo gozando el momento cuando oyeron

en la soledad de aquella cima pronunciar sus nombres con total claridad.

El corazón se les encogió y por un instante les dejó de bombear regularmente

su fluido vital.

Se miraron entre asombro y miedo, aunque más que miedo llegó a ser terror…

pero al instante siguiente explotaron a reír fuertemente, no podía ser que hubieran

escuchado lo que creyeron escuchar… palmearon los hombros de quien tenían a su

alrededor y sin decir una sola palabra volvieron a sus quehaceres, la noche se cernía

sobre ellos y la temperatura comenzó a bajar peligrosamente.

Un hornillo calentó unas latas que comenzaron a comer mientras se

regocijaban comentando las anécdotas de la subida, hasta que Juan, el más joven de

los tres dejó su cuchara sobre su plato dejando un metálico sonido en el aire… Miró a

sus compañeros y frunció su entrecejo…

- Amigos –dijo con voz temblorosa- ¿cómo es posible que los tres hayamos

tenido la misma percepción o alucinación?

Sus miradas se entrecruzaron mientras otro de ellos en voz baja comentaba

que era simplemente imposible. El tercero comentó algo acerca de la histeria colectiva,

pero no tuve repercusión dicho comentario.


La oscuridad de la noche envolvió unos rostros que comenzaron a reflejar

verdadero terror. Acabaron sus latas en silencio esperando cada uno que alguno de

sus compañeros tuviera algo genial que decir.

Finalmente, el sueño les fue venciendo. Uno a uno fueron presas de Morfeo, a

pesar del nerviosismo y el terror que les había infundido su última charla. Sólo Juan

permaneció un rato más que sus compañeros despierto. Aún así, acabó por caer

dormido también; pero, mientras iba cayendo en la inconsciencia liberadora de la

somnolencia, su mente llegó a registrar, entre los vapores del sueño, su nombre

repetido una y otra vez. Pero Juan ya dormía, aunque en su subconsciente se había

quedado grabado ese eco que repetía su nombre como si alguien, a su lado, estuviese

susurrándolo...

Llegó la mañana, y los tres compañeros comenzaron a despertar de un sueño

inquieto, velado por extraños sueños que no les habían dejado descansar casi nada.

Sus ánimos se encontraban casi como la mañana: gris, nublado, amenazando una

tormenta que, al parecer, se les echaría encima en no más de un par de horas. Ante

tal situación, decidieron que el mejor curso de acción sería bajar hasta la última gruta

por la que habían pasado, que se encontraba a unos cientos de metros de la cima.

Comenzaron a desmontar el vivac y a recoger todos los enseres que habían

desempaquetado la noche anterior cuando, al ir a lavar sus cazos con la nieve

acumulada en la trasera del vivac, encontraron horrorizados sus nombres escritos en

la nieve. Hacía horas que no había nevado, por lo que no podían saber cuando habían

sido escritos, pero el evidente terror de saber que alguien- o algo- había estado junto a

su refugio, a escasos metros de ellos, bastó para paralizarlos y hacer que sus

semblantes se tornaran del color del paisaje que les rodeaba. Entonces, para

aumentar aún más si cabe el pánico que les envolvía, volvieron a escuchar sus

nombres, más clara y cercanamente que el día anterior.

Empezó a nevar.

Juan, preso del pánico, comenzó a gritar a sus compañeros.


-Tenemos que salir de aquí cuanto antes, esto no me gusta nada.

-Tranquilízate, quieres Juan.

Le contesto Mateo, era el mas experimentado de los tres, siempre había

escalado, desde niño solía acompañar a su padre en sus expediciones.

-Escuchad, es probable que alguno de esos idiotas del pueblo de ahí abajo se

dedique a asustar a los forasteros, no seria la primera vez.

-No, no creo, que nadie en su sano juicio se arriesgue a subir hasta aquí solo

para divertirse asustando al personal.

Dijo francoise, el era el mas fuerte de los tres, y no tenia miedo como Juan,

pero tampoco estaba dispuesto a quedarse para comprobar que eran aquellas

misteriosas voces.

-Tu lo has dicho Frank, nadie en su sano juicio, desde luego debe ser algún

chiflado. -Repuso Mateo.

-Yo no aguanto ni un minuto más aquí.

Dijo Juan comenzando a descender apresuradamente con su mochila a la

espalda. Sus compañeros recogieron el material lo más rápido que pudieron.

Mateo grito -Juan, espéranos, es demasiado peligroso para ti solo; Pero Juan

había desaparecido de su vista.

Los dos amigos comenzaron a descender. Transcurridos unos quince minutos

volvieron a escuchar las voces, pero esta vez solo oyeron dos nombres, Mateo y

Francoise.

Se miraron a los ojos, esta vez los dos sintieron verdadero terror.

-Dios, que le habrá pasado -Dijo Mateo.

Francoise, descendía el primero, estaba muy nervioso, y bajaba demasiado

deprisa.

Mateo le inquirió -Frank, para un poco, estas bajando a lo loco, y eso te puede

costar...
No pudo terminar la frase, al ver como bajo sus pies Frank que levanto la

cabeza para mirarlo, perdía el apoyo de el pie izquierdo, y se precipitaba al vació.

Mateo comenzó a respirar azorado, presa del pánico, cuando unos minutos después

comenzó a tranquilizarse. Pensó en como era posible, unas horas antes se divertía

con sus amigos y ahora estaban muertos.

Se quedo absorto mirando los copos de nieve que pasaban a pocos

centímetros de sus ojos.

El sonido del viento no le impidió escuchar claramente su nombre, la voz no

procedía de ningún lugar, estaba dentro de su cabeza.


Tormenta De Verano

La primavera había florecido, los pájaros buscaban hacer su nido, el cielo lucia

con un azul claro, limpio de nubes.

En el valle los jóvenes preparaban la romería de su virgen, se aproximaban las

fiestas del pueblo y todos estaban expectantes ante tal evento, no eran muchos los

días de asueto y jolgorio para dejar pasar estas fiestas.

Sin embargo seria una romería que nadie olvidaría en la vida, quedaría

marcada en la historia trágica del lugar.

Porque como todo el mundo sabe, las tormentas de verano y primavera son

incluso más peligrosas que las de invierno. Sin embargo, esto es adelantarnos a los

hechos, ya que no estaba en la mente de los jóvenes, ni en la de casi ningún de los

lugareños, que en aquellos espléndidos días, se pudiera desatar una tormenta de tal

magnitud, y mucho menos que diera lugar a los hechos que a continuación devinieron.

Sí había, sin embargo, unos cuantos vecinos, de los más ancianos del lugar, que, una

vez acaecidos los sucesos, recordaron que años, realmente décadas, atrás, un suceso

similar estremeció toda la provincia.

Pero, como decimos, todo eso estaba muy lejano en sus mentes, nadie

pensaba que podría llegar a suceder nada como aquello.

Nadie, excepto la madre naturaleza dispuesta a seguir su curso, cruel, pero

suyo al fin y al cabo. Dispuesta a reclamar su reino.

Todo se dispuso lentamente, sin sospechas por parte de los felices romeros,

que disfrutaban fervorosamente de aquella fiesta. Algunos, postrados, le pedían

deseos a aquella María divina, otros bebían y cantaban, los niños chapoteaban en el

pequeño lago color azul inmenso. Sería por poco tiempo.


Un octogenario con el rostro plagado de surcos sabios elevó sus ojos al cielo,

al mismo tiempo que una mueca de miedo frunció sus arrugados labios. No hubo

tiempo de más.

Sopló fuerte el viento, comenzaron las gotas asesinas a caer, el agua buscó

presurosa su antiguo camino. Y aquella mirada vieja y suplicante que lo adivinó todo,

cesó.

Desde entonces, se cuenta la leyenda de que el rostro de la virgen aparece

plagado de lágrimas cada año, en esa misma fecha.


Diálogo De Luces Apagadas

A través de los cristales, Ana observaba cada noche la luna. Podía pasarse

horas y horas mirándola fijamente. Le gustaba especialmente cuando aparecía llena.

Se confiaban secretos, aquellas cosas que nadie más podía escuchar. Era su amiga

fiel, su única amiga verdadera. Quieta y siempre presta a escucharla. Siempre había

sido una niña solitaria. Y ahora, mientras la adolescencia comenzaba a invadirla tenía

miedo de todo, de nada, de no sabía qué.

En una preciosa noche colmada de estrellas se encontraron de nuevo cara a

cara, las dos mirándose, en silencio. Ana le susurro un nuevo secreto y cerró los ojos,

prestándose a escuchar lo que su eterna compañera le respondía. Y la luna con su

voz de luz habló.

LUNA: - Te destruirá lo que haces, es malo de verdad –

ANA: - No es nada serio, lo tengo bajo control –

LUNA: - Puede que tú no lo consideres serio, incluso que esto sea sólo un

juego para ti. Pero esto puede afectar a más cosas de las que crees.

ANA: - Da igual, sé perfectamente que no hay nada que puedas hacer para

detenerme, por eso te elegí como confidente.

LUNA: - Es verdad. Sólo puedo advertirte, como amiga tuya que creo que soy,

que lo dejes ya.

Ana rió, con una fuerte carcajada que en realidad no era más que una máscara

para el miedo que sentía.

La luna, compungida, se ocultó detrás de unas nubes pasajeras, y lloró.

Ana cerró las cortinas y volvió hacia su mesa de estudio. Se sentó, y abrió un

libro que había encontrado en el viejo cementerio por el que, como un rito, un

exorcismo, se obligaba a pasar algunas tardes, intentando purgar al menos parte de

su miedo.
Sin que ella lo notara, un rayo de luna se filtró entre las cortinas, e iluminó un trozo de

su mesa.

Ana advertiría los argumentos que tenía Luna para aconsejarla.

Luna sería una vez más, testigo inmóvil de una lucha cruel. Aquella que se hace

necesaria para gestar el alba lleno de amor y de nostalgias. La noche y el día se

batirían en cruel batalla y la primera ya agonizaba. El canto de los pájaros anunciaba

una vez más su triste despedida. Luna lloraba con doble motivo en esta poca oscura

fase de tiempo adornado con estrellas macabras. Noche sabía que moriría, que

mañana ya no estaba; que era como el río, que sigue su ciclo pero con otras aguas.

Luna era la misma desde las primeras hadas, la veía sonreír al despedirse, una y otra

vez para confundirse con las almas.

Ana estaba equivocada, y su alma condenada. Esa noche sus dos amigas se

fundirían, pero Ana ya estaba cansada.

Aunque entendió los leves susurros de Luna, sus venas ya estaban cortadas.

Empezó a romperse la noche, rayo tras rayo al despuntar la mañana. La luz entró por

la ventana, Luna no se guardaba, observaba con tristeza el enrojecido cuerpo de Ana.

Una y otra murieron. Luna marchó otra vez solitaria.


Esa Será Mi Muerte

Este día está marcado con lápiz rojo en mi calendario.

Como muchos otros.

Es el origen de mi desgracia, la puerta de entrada de todos mis demonios. Mi

alma es como un faro que atrae las desgracias, como si un ente telepático registrara

mi ser en busca de maldad, corrupción...

Hace que me vuelva esquizofrénico, hipocondríaco, que mi esencia no

signifique más que la de un mísero ratón, que un insecto…

Mi cuerpo falla. Mis células empiezan a morir. Mis átomos se disgregan;

electrones, protones, neutrones, escapan, como propulsados por una turbina, por una

hélice gigantesca.

Cojo el teléfono e intento una llamada. No puedo controlar mis manos. No

puedo clarificar mis pensamientos. La vista se me apaga, se estrecha mi campo de

visión; como el objetivo de una cámara, como un pequeño telescopio enfocado en una

estrella, un pequeño punto focal.

Mis oídos zumban, una enorme sirena de camión... de tren... no, de un

gigantesco barco.

La sangre se me escapa a borbotones, produciéndome el zumbido de oídos, la

pérdida de visión, la disgregación de mis átomos.

Ya no distingo si es verdad o se debe a mi esquizofrenia.

Elegí este día para suicidarme, lo marqué con lápiz rojo en mi calendario, el que

cuelga detrás de la puerta de mi camarote. El viaje en barco no me ha ayudado a

aclararme, no me clarifica el origen de esta sensación.

Muerte, susurro por el teléfono cuando al otro lado de la línea alguien lo

descuelga. Frenética carrera de electrones de mi boca a su oído, transformando las

palabras en corriente, y viceversa.


Una respiración pesada como única respuesta. Sé que me ha reconocido, pero

no dice nada. Tampoco tengo muy claro qué otra cosa esperaba.

Muerte, repito, y sé que ella lo comprende. Apenas reconozco mi propia voz. La

sangre llena mi garganta, y cada sílaba requiere más fuerzas de las que me quedan.

Aún así, concentro mis últimas energías y vuelvo a hablar.

¿Habría cambiado algo? La pregunta se pierde en el zumbido de la línea

telefónica. Ella no responde. Ni una última palabra de compasión. Probablemente no la

merezca.

Mi mano tiembla. Una gota de sangre perfecta sobre la pantalla del teléfono y

un charco cada vez mayor en el suelo. Me alegro de haber elegido esta vía. Durante

días estuve dudando. El mar parecía más poético, acogedor incluso. Sin embargo, mi

espíritu práctico se impuso, como siempre. Me bastó visualizar el agua salada

llenando mis pulmones, mi cuerpo corrompiéndose lentamente hasta convertirse en un

amasijo informe. Alimento de peces, basura en una red de pescadores.

No, así está mejor.

La realidad cada vez está más lejos. Puedo ver como las leyes físicas se

desmoronan a mi alrededor, carentes ya de sentido. Ya no soy células, ni átomos. Ya

no soy nada.

Apenas unos instantes para que todo acabe para siempre, y de repente, me

doy cuenta de que por fin ella está hablando. Intento aguantar unos segundos. Lo

suficiente para escuchar su voz.

-Sé que sabes que soy...-dijo serena, con un timbre aflautado de pájaro negro,

y fue un entregarme totalmente, como si esa voz destruyera todo lo que en mí

significaba ser una entidad. Sin nada físico que me sustentara ya, esa vorágine

destructora comenzó a someter mi conciencia, el último bastión.

-No soy tu muerte, tú si la eres...-no comprendí esas palabras, pero algo hizo

que recordara mi existencia hastiada de libertinaje y terminé repitiendo las palabras de

alguna amante exagerada.


-Soy tuyo- ¿o dije soy tuya? Terminé escuchando mi risa cada vez más

pequeña.

Sentí que esa ave gigante llamada muerte esperaba mi silencio. Me costó dejar

de reír.

-No soy tu muerte y tú lo sabes- la oí decir que ella estaba ahí sólo para

indicarme el camino final y que la verdadera muerte era mucho más dolorosa que todo

lo imaginado y que sería yo un testigo sin fin de ello.

Sentí una garra clavarse en mi brazo y una sensación de lava roja escapando

hacia el negro infinito y en esa absoluta ausencia de luz, emití el grito más seco que

jamás haya escuchado salir de mi boca, era como que todo el espacio se había

contraído hasta sentir que no era más grande que una caja de fósforos y en esa caja

estaba la muerte, mi conciencia y ese grito arenoso y antiguo. Nada más.

Los golpes insistentes y una voz nerviosa detrás de la puerta terminaron de

despertarme. El calendario tembló.

Sin poder dominar mi jadeo, vislumbré que me encontraba dormido en el

camarote de un barco y con el mayor de los espantos, caí en cuenta de que mi final

nunca llegará; estoy condenado a soñarlo y a despertarme por toda la eternidad. Esa

será mi muerte.
No Volví A Ser La Misma

Recuerdo el día en que el mundo que yo conocía cambió. Era un 6 de

septiembre cuando regresé a la casa de campo de mi abuela Lala con la cabeza

despejada y la juventud metida en cada poro de mi piel. Mi abuela, que sentada en un

sillón tejía con agujetas delgadas un chal blanco de seda, alzó la mirada y me dijo:

— Se nota que estás feliz.

— Sí, Lala. Es por el clima tan rico, el cielo azul y el agua de la piscina—

Contesté y le di dos besos grandes en las mejillas rosadas, frescas a pesar de los

años.

— Bueno, olvida la poesía y ponte elegante que hoy vienen visitas a almorzar.

— ¿Quién?

— Mi amiga Tere y su hijo Alonso.

Obedecí y me encaminé hacia mi dormitorio, abrí el closet de donde saqué la

ropa que mejor me sentaba, luego me coloqué frente al espejo del gabinete del baño y

me apliqué rimmel en las pestañas que quedaron más largas y negras que lo habitual,

recogí mi cabello oscuro y lo amarré con una banda color lila que dejaba parte de mi

pelo suelto. Quedé satisfecha con el brillo de mis ojos y la tersura de mi piel.

Regresé al salón principal, escuché unas voces y me detuve ante la puerta

semiabierta desde donde pude mirar a la extraña señora con su hijo alto y elegante.

No sé porqué me asusté, no conocía chicos de esa edad; yo tenía dieciséis y el joven

debía tener unos veinticuatro. Pensé que eran temores ridículos y entré con los

hombros rectos y mi mejor sonrisa. Dije:

— Hola, soy Ana y —No pude terminar porque sentí que mis mejillas se

encendían cuando él me miró con sus ojos marrones, de textura aterciopelada y me

dijo con sus labios perfectos:


— Sabemos eso, Lala nos contó todo sobre ti —Me dio un beso en la mejilla y

yo sentí su aliento metiéndose en mi garganta.

Bajaba tibio como gota de café mañanero. Cerré mis ojos y no pude evitar ver

los suyos dentro de los míos contemplando mi ser desnudo.

Sentía como su mirada resbalaba por mi carne y abría mis poros desde el

interior para permitir la penetración de su perfume.

Creo que fue sólo un instante, pero suficiente para despertar la mujer que en

mí dormía hasta entonces.

Su aliento se coló por mi nariz y cargaba entre sus manos una bandera de

colonización a la cual me rendí de inmediato.

Sus palabras sonaron como dulces órdenes que seguí sin querer si quiera

preguntarme hacia dónde me llevarían, aunque no hubiese objetado el destino si fuera

para estar entre sus apretados brazos, sobre su atlético cuerpo, que muy seguramente

luciría cubierto por un césped negro que me encantaría recorrer como si fuera un

insecto entre el jardín primaveral que soñaba noche a noche cuando siendo niña me

parecía ser dueña de una mansión fortificada.

No importaba que estuviera Lala, no importaba si mi nombre era Ana, no

importaba quién más estuviera en el recinto... estaba él, como lo había visto dibujado

en mis cuentos de hadas escrito para el disfrute de mi profesora de literatura en la

primaria. Todos los demás, familia, criados... todos no eran más que adornos como

una silla más, como una mesa más, como una planta más, quizá como un hermoso

cuadro. El universo de pronto éramos él y yo.

Me dejé envolver en sus ojos marrones, en su cálida mirada. Para ser sincera,

atrapé en ese instante de luz, su mirada para mí.

Todos parecieron entenderme, o quizá todo sucedió tan rápido que ni siquiera

él mismo notó el haber sido prisionero de mi primer sueño de amor.

Todo continuó su marcha. Era como si el tiempo se hubiera congelado y a mi

despertar libidinoso le hubiese permitido expandirse sin ningún miramiento, sin ningún
retraimiento. La cena inició y él, no dejaba de sonreír mientras me atrapaba en su

mirada profunda.

De pronto, mientras mi abuela y la doña Tere platicaban de sus tejidos y sus

gatos, Alfonso giró su rostro hacía el lado de la mesa donde me encontraba. Se

disponía a dirigirme la palabra:

- Esta tarde me gustaría ir a dar un paseo a los campos y fincas de su familia.

Sería un gran honor poder contar con su compañía.

¡Qué emoción y dicha sentía mi alma! No lo podría creer, mi corazón temblaba

de júbilo al escuchar su propuesta. Por supuesto que iba a decir que sí. Pensé que

soñaba, nunca imaginé que el amor verdadero podría aparecer en la puerta de mi

hogar. ¡Qué felices íbamos a ser! Sé que es algo prematuro, pero desde que lo vi

sabía que este gallardo joven sería el compañero de mi vida. Toda nuestra vida juntos

pasaba por mi cabeza en aquel momento: probablemente nos juraríamos amor eterno

aquella misma tarde a la luz de la luna bajo el establo, luego su madrastra o algún

familiar sin escrúpulos intentaría separarnos, pero nada iba a poder vencer al amor

verdadero, nos volveríamos a juntar venciendo toda adversidad.

Me disponía a contestar a su pregunta, pero algo sucedió. Su mirada había

calado en lo más profundo de mi ser y aquel gozo indescriptible parecía impedir mi

capacidad de articular palabra alguna. No podía hablar. No entendía lo que pasaba

pero después de su pregunta reinaba el silencio absoluto. – ¿Qué está pasando?- me

preguntaba a mí misma. Estaba inmóvil, y mientras más intentaba mover mi boca, más

difícil me era hablar. Ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado, pero él seguía

apuntando su mirada a mis ojos, esperando una respuesta que no llegaba. Él no decía

nada, al parecer seguía esperanzado en que en cualquier momento daría mi

respuesta, pero finalmente desistió:

- Disculpe mi insolencia. Apenas nos conocemos, espero que no se lo tome a

mal.
Mi corazón se destrozó en mil pedazos. No me volvió a hablar en toda la

velada. Aquella sería la última noche en que nos veríamos. El amor verdadero es

demasiado bueno para ser verdad.


Solo Oscuridad Y Silencio

Eran las dos, quizá las tres de la madrugada. Todo parecía en calma. La luna

no estaba pero en cambio un hermoso cúmulo de nubes que danzaban

magistralmente en el cielo aseguraba el paisaje noctámbulo.

La luz de la farola se encendió y con ella aparecieron espectrales sombras que

desconfiguraban el armonioso cuadro.

Las voces empezaron a romper el silencio himénico que dominaba hasta

entonces.

Una acalorada discusión violó sodomáticamente todo el encanto que había sido

respetado por las cigarras y los murciélagos.

De pronto un chillido y seguido de él, un sonido como de respiración difícil y

profunda y por fin, reinó de nuevo el silencio.

La luz dejó su brillo y las cigarras despertaron, aunque a la mañana aún le

faltaba para reinar.

Las cigarras comenzaron a tocar sus diminutos violines, y los murciélagos

volaron enloquecidos, confundidos sus sentidos por la mezcla de la innatural quietud

del ambiente y la chirriante melodía que emanaba de las cigarras.

A lo lejos, un sereno dio la hora, mientras un borracho se agarraba a la farola que,

apenas hacía unos momentos, había agotado toda su luz en un espasmo final casi

orgiástico.

El frenesí de la alborada empezaba a vislumbrarse entre los aleros de las

residencias más lejanas, y el silencio fue haciéndose cada vez más espeso, más

denso, como adquiriendo sustancia frente a las desvencijadas mentes que todavía

dormitaban en aquella localidad.


Las cigarras aumentaron el tono de sus "cric-crics" como si estuvieran

lamentándose, y los murciélagos chocaban, enloquecidos todavía, contra las paredes,

los postes y los árboles.

El silencio reinó finalmente, se adueñó de todo y de todos.

Y todavía no amanecía.

Por un momento sentí que algo extraordinario estaba a punto de ocurrir. Estaba

equivocado. Finalmente el amanecer hizo su aparición y aquella noche se convirtió en

una más, como cualquier otra. ¡Qué decepción! Por un momento entre las chicharras,

los serenos y los murciélagos sentí que algo prodigioso iba a acontecer. Sentí que

algún designio especial el destino me había preparado para aquella noche. Nada

ocurrió lamentablemente; ninguna chica con traje negro y gafas oscuras me vino a

pregonar que era el elegido, ningún conejo con prisa me hizo entrar a su agujero,

ningún alienígena aterrizo su platillo ante mis ojos trayendo paz o esclavitud a la

humanidad y ningún desastre nuclear me convertiría en el salvador de la humanidad

aquella noche. Incluso me hubiera contentado con alguna llamada que me informara

de una buena noticia, la que fuese.

Aquel silencio fue sin lugar a dudas uno de los momentos más felices que

había vivido en años. Ojalá que nunca hubiera terminado. ¿Por qué las cosas nunca

suceden cómo en las películas? Por qué no me podía escapar aquella mañana y

olvidarme de cómo llegar a fin de mes o de cómo pagar la hipoteca de una casa en la

que viven mi ex-mujer y su nuevo novio. Aquel silencio no fue un presagio de

absolutamente nada. En una hora tenía que estar listo para irme a un trabajo que odio

en una oficina gris y sin vida en la cual llevaba quince años ganando una miseria. La

vida nunca es como pensamos que sería. No soy especial y nunca lo seré. Sin

embargo, aquella noche no le debía nada al banco. Aquella noche de serenos y

farolas fue sólo mía.


Mis Ideas No Me Pertenecen

A veces, mi cabeza está fuera de mí. Mis ideas, mis pensamientos; siento que

no me corresponden, que, en realidad, me son ajenos por completo. Por eso relleno

más y más pantallas, utilizo más y más palabras, estigmatizo los segundos uno a uno,

como si en breve, se me fueran a acabar.

A veces, mi juicio parece abandonarme, y yo me entrego a la loca idea de

escribir, como si con ello purgase mi enfermedad, como si supurando conceptos, se

aliviaran mis padecimientos.

En ocasiones, veo letras formando palabras, construyendo frases que sé que

son mías, pero que no sé de donde han podido salir. Dejo que tomen forma, que se

acomoden a su gusto; relatos, poemas, cuentos, lo que quieran. Pero les pongo una

condición; que al final formen mi nombre, dado que parece ser que una vez fueron

mías.

Y firmo, dándome a conocer cuando mi cabeza está fuera de mí, cuando siento

que mis ideas no me pertenecen, purgando conceptos, supurando palabras.

Y tras mi nombre queda una estela de vacío, queda una espera, un pequeño trance

que me hace sentir que mi cordura desvaría. Cuando han tomado forma mis secretos,

después de haber desnudado mis sueños, siempre en la soledad de cada línea.

Anudo las ideas, entrelazo vidas ajenas, siento, no siento. Me dejo poseer por mis

musas, vivo a su antojo. Siempre bajo su influjo cruel, aquel que nació conmigo y que

día a día me ordena.

Sí. Escribir es una idea infame. Pero me ha poseído por completo. Demasiado

tarde para rectificar.

No sé si despierto cuando sale el sol y me levanto cada mañana para formar

parte del mundo que todos ven como real, o si esa tarde voy a tomar el té con una

marquesa o a escuchar música con un hombre alto de pelo alborotado que ama el
rock y el Socialismo del Siglo XXI. A veces me encuentro a lomo de un caballo blanco

de crin larga que cabalga en las madrugadas mientras un río caudaloso se desborda

bajo un puente de piedra.

En esos momentos cambio de idea y ya no me parece infame la idea de

escribir porque he creado mundos a los que acudo cada vez que mis dedos golpean

las teclas negras de mi computador.

Sé que mis ideas no me pertenecen y sin saber cómo ni cuándo han tomado la

forma de cuentos y relatos. Entonces pongo mi nombre y firmo con la esperanza de

que jamás me abandonen las palabras que saben acomodarse a su aire, como si

tuvieran voluntad y yo las contemplo en mi pantalla, admirando su certeza y valentía.


Infección Asesina

La joven que iba ataviada con uniforme verde intuyó la presencia de alguien en

la escalera. Sintió un súbito escalofrío por la espina dorsal que le llegó hasta la raíz del

pelo, una melena negra y lacia que le cubría los hombros. Agudizó el oído, pero no

pudo distinguir ningún sonido extraño, excepto el que provenía de su propia

respiración.

En aquel instante escuchó unos pasos pesados y lentos que caminaban por el

descansillo del cuarto piso. Se armo de valor y se asomó por el hueco de la barandilla.

Creyó distinguir una sombra justo antes de que se apagara la luz. Un hedor fétido e

irrespirable se acercó a su nuca y en su garganta creció una inmensa bola de miedo

que la ahogaba.

Sintió un ligero roce, livianísimo; tanto, que no sabía si había sido real o

producto de su alterada imaginación. Gritó, gritó con todas las fuerzas que le

quedaban, y empezó a correr escaleras abajo, con el corazón golpeándole

fuertemente en su pecho.

El sonido de su propio corazón, con la sangre bombeando alocadamente por

todo su ser y el latido de sus sienes, no le dejaba escuchar si era perseguida o aquello

que vislumbró- y olió- pisos más arriba se había quedado allí. Daba igual, sólo

pensaba en correr, escapar de lo que fuera que la rozó.

Tropezó en el último peldaño antes del descansillo que daba al recibidor de la

finca. Quedó tendida cuan larga era. Notó algo viscoso resbalándole por la cara: tal

vez aquel ser que la perseguía... pero no notaba aquél fétido olor que olió cuando la

rozó- o así lo creyó ella-

Era su propia sangre, brotando de una herida en la cabeza que se había

producido en la caída, al chocar con la barandilla. Ella ni lo había notado, tal era su

estado de terror.
Intentó levantarse, apoyándose en la barandilla, en la que notó el propio líquido

pegajoso que le corría por la cara, y que ella aún no sabía qué era. Finalmente, se

puso en pie, débil, temblorosa, con el corazón a punto de salirse de su pecho. Volvió a

notar aquella fetidez, aquel levísimo roce.

Se encendió la luz.¿Aquello la miraba? Si acaso su cara putrefacta apuntaba

hacia ella. De los orificios donde debían ir los ojos, salió un enorme gusano reptando

hacia la frente. Un sonido gutural, salió de aquella garganta hinchada de pus.

Hubiera jurado que "eso" le pedía ayuda. Arriba se escuchaban pasos, piernas

pesadas que se arrastraban en los escalones. No era uno solo, eran varios.

¿Cómo habían podido entrar? Había sellado completamente la propiedad, o

eso era lo que ella creyó.

De nada había servido matar a su familia cuando se infectaron del virus. El que

venía a sus espaldas le mordió el cuello arrancándole un gran pedazo de carne. Ahora

solo le quedaban dos balas. Primero le voló la cabeza al que le pedía ayuda, y sin

ningún tipo de remordimiento acomodó el revolver en la sien y acabó con su propio

sufrimiento.
Enemigos Y Elfos

Gara se escondía detrás de los arbustos mientras veía pasar los caballos.

- Elfos. ¡Los odio!

Sus ojos brillaron y su mano toco su espada.

- Ssssh.- susurró Ache agarrándola por la cintura.- ¡Tranquila!

Allí, en la oscuridad del refugio tras los arbustos, Gara podía oler el dulce

perfume de los elfos. Veía claramente su piel brillante, su pelo rubio flotando suave en

el aire. Oía su cántico dulce y triste. Un cántico que le llenaba el corazón de amargura.

- Callaos.- Gimió en voz baja.

- ¡Alto!- Gritó un elfo.- ¿Que ocurre mi señor? - se le acercó otro.

- He oído algo.

Ache agarró a Gara y tiró de ella para intentar alejarse.

- Esperadme aquí.- ordenó el elfo jefe.

Se acercaba a ellos y Ache apenas podía controlar a Gara, sabía lo fuerte que

era pero los enemigos eran elfos. Eran seres malignos y poderosos. Pero ella dejó de

luchar y su cuerpo se relajó. Entonces vio al elfo frente a ellos.

- Hola, Gara. Me alegro ver que estas bien, después de tanto tiempo.

- No puedo decir lo mismo.- dijo ella.

El elfo levantó su cabeza orgulloso.

- Solo estamos de paso. La guerra se acerca. ¿Estamos en el mismo bando?

- Que luchemos por lo mismo no nos une.

- Bueno. Al menos espero que no nos ataques a nosotros en la batalla. - Se rió

el elfo.

- No te prometo nada.

- ¿Eres su guardián? - preguntó el elfo a Ache.

Ache asintió con la cabeza.


- Cuídala. Tiene sangre de guerrero Güaire. Es de las pocas que quedan.

- ¡Como si te preocupara mucho!

El elfo abrió la boca para decirle algo pero no salió nada de sus labios. Sacudió

la cabeza como para quitarse una idea y se giró.

- Adiós, Gara.- le dijo mientras se alejaba.

Ache tuvo que hacer un nuevo esfuerzo por controlar a Gara, pues ésta estuvo

a punto de abalanzarse sobre el Señor Elfo en cuanto éste dio la vuelta para reunirse

con sus tropas.

Mientras el destacamento elfo se alejaba en dirección a la inminente batalla, de

la que ya se adivinaban sus huellas no muy lejanas, Gara se desembarazó casi con

violencia de los brazos que la agarraban. Pero se quedó quieta en el sitio, mirando a

los elfos. Hizo un extraño gesto con las manos en dirección a aquellos, escupió en el

suelo, y se giró hacia su acompañante.

- Sigamos - le dijo a Ache - Todavía quedan muchas aldeas que visitar antes

de poder formar un pequeño batallón para la defensa de nuestras tierras.

- Sí, sigamos - contestó Ache - Pero tengamos cuidado con los elfos, que

todavía se mueven por estos terrenos.

Ante la mención de los malignos elfos, que hacía siglos habían sido los

enemigos declarados de su clan, Gara repitió aquel extraño signo con las manos,

escupió en la dirección en que se habían marchado, y se encaminó justo en dirección

contraria con rápidos y furiosos pasos. Ache, compungido ante lo que se les

avecinaba, no tuvo más remedio que apretar el paso para poder seguirla.

En la lejanía, el destacamento élfico se aproximaba a las tierras donde se

había producido lo más cruento de la batalla. Contaban con encontrarse allí con otros

batallones de miembros de su propia raza, así como con otros formados por los

pueblos libres que todavía no habían caído en batalla.

Sin embargo, era una guerra que los pueblos libres iban a tener muy difícil, por

el largo historial de enfrentamientos entre ellos mismos; la desconfianza, el resquemor


e, incluso el puro odio a veces, hacía que aquella casi improvisada coalición no tuviera

excesivas perspectivas de funcionar. Todo eso lo sabía muy bien el Enemigo, y por

eso había atacado justamente entonces, cuando las rivalidades entre el resto de

pueblos casi alcanzaban su punto máximo.

Y, como un barril de pólvora a punto de estallar, en medio de todas aquellas

rencillas, temores y odios, estaba el antiguo y sangriento conflicto entre los Señores

elfos, y el casi extinto pueblo de los Güaire.

Gara y Ache caminaron sin descanso durante todo el día. Para cuando la

noche había caído, lograron vislumbrar su destino: El valle que se abría paso al pie de

tres pequeñas montañas.

Se acercaron con paso rápido.

Ahí, había varios batallones. Ninguno de ellos superaba a las 40 personas, y se

encontraban dispersados por todo el valle recibiendo órdenes, practicando tiros y

afilando lanzas.

- Vamos - indicó Ache, mientras señalaba con la cabeza a un reducido grupo.-

Nos esperan.

Ahí estaban los sobrevivientes del pueblo Güaire, que se preparaban

diestramente para lo que sería una dura batalla.

- ¡Gara! - exclamó el comandante del grupo - ¡Al fin has llegado! Rápido.

Únanse a los demás. El enemigo se acerca, hay rumores que dicen que mañana

llegaran al valle. Tenemos que estar listos. -Ache asintió, pero Gara se mantenía

distraída mirando con recelo a los elfos, al otro lado del valle.

- Por ahora son aliados - dijo el hombre, mirándolos con desagrado también -

No podemos tocarlos. Ni ellos a nosotros. Ya nos encargaremos después...

Pero los cálculos estaban mal. Apenas entrada la madrugada, las fuerzas

enemigas entraron al valle montadas en caballos, y comenzaron a rodear el lugar,

acorralando a los pequeños, pero numerosos batallones.


La pelea estaba siendo dura. Gara había logrado salir victoriosa de dos encuentros: un

hombre que intentó atacarla por la espalda, y otros dos que se habían dedicado a

cazarla. Los tres terminaron destrozados. Con una destreza y agilidad propia de su

raza, los aniquiló sin dificultad.

Pero un cuarto salio de la nada. Comenzó a atacarla. Inesperadamente la tiro a

suelo con su caballo, y puso una lanza en su pecho. El hombre la hundía despacio,

haciéndola sangrar. Hasta que tres flechas lo atravesaron al nivel del estomago. El

jinete se desplomó en el lomo de su animal, que comenzó a correr sin dirección.

Gara se incorporó para darse cuenta de que su salvador, había sido el jefe de los

elfos.

- No pienses que te daré las gracias - dijo.

- No hace falta que lo hagas, no podía dejar que te matara…

Inesperadamente, el elfo brincó hasta alcanzar el cuello de Gara y desgarrarlo

con una pequeña daga.

-…matar a los Güaire es mi trabajo.

Y el elfo se alejó mientras Gara caía al suelo arrepintiéndose de la única y

ultima vez en su vida que bajó la guardia ante un elfo.


Para conocer la autoría de cada uno de los relatos, por favor visite:

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o lea las ediciones anteriores, en donde también aparecerán (solo para la Primera parte)

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