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El sentido de la vida es quizá el enigma más difícil de resolver, con el cual se enfrentan los
filósofos y todo ser humano. Ello va a influir, en gran medida, en el grado de realización que se
alcance.
Para que esta ruta o camino personal vaya cobrando sentido se requiere de reflexión, así como
de ir entendiendo los aspectos que encaminan o alejan de las metas.
A veces vivimos sin pensar qué queremos realmente, de qué manera y cómo lo podemos
conseguir, porque estamos enfrascados en lo cotidiano, en las demandas del contexto o en los
intereses personales actuales. Tomar las riendas de la vida supone exigirse coherencia y
autenticidad para mantenerse fiel a los propios proyectos. Nuestros proyectos buscan alcanzar
la felicidad.
El camino se inicia prestando atención a las necesidades, tanto físicas como emocionales, por
ejemplo: alimento, salud, libertad y autonomía, confianza en uno mismo, relaciones
interpersonales satisfactorias, buenos niveles de autoestima, sentirse capaz de lograr metas,
autorrealización.
El(la) adolescente está en proceso de descubrimiento de su identidad, por eso le es difícil tener
claridad sobre sus metas, sus deseos, su vocación. Por ello, la labor del docente es acompañar
y ayudar a clarificar el sentido de los pequeños pasos que va dando para la construcción de su
proyecto personal.
El psiquiatra austriaco Viktor Emil Frank dijo que la sociedad se olvida de “satisfacer la más
humana de todas las necesidades del hombre, la de encontrar sentido a la vida”.
Se tiene que ayudar a los(las) jóvenes a encontrar sentido a sus vidas, a encausar y armonizar
sus energías en pos de sus objetivos.