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LA CONJURA DE TLATELOLCO
Al día siguiente, mejor ubicados en el entorno citadino, los mercaderes y sus cargadores
son conducidos por un guía al centro cívico. En la zona residencial la situación luce
diferente: calles barridas, casas encaladas con lindas fachadas de madera, niños jugando
y corriendo, gente por todos lados entretenida en sus actividades.
La distancia del templo central Noh ek (El Castillo), al cenote de Xtoloc es de *3.115
Km = 3115m.; la distancia del templo central Noh ek (Venus, El castillo) al cenote de
los Sacrificios es de *5.521 Km = 5521m. Las distancias antes mencionadas,
comprenden un deslinde que abarca los diámetros de las circunferencias de los cenotes,
pasando exactamente por el centro de la pirámide Noh ek (El castillo) Una distancia
lineal = 3115m. más 5521m. = 8636m. (* No tomo números decimales en las
mediciones para encontrar el valor exacto de π (pi), porque los arqueólogos,
encargados de investigar la civilización de Yucatán, aseveran que los mayas no
ocupaban decimales en sus operaciones) Ahora bien, si dividimos 3115m./5521m.
obtenemos 0.5642093; y si dividimos 5521m./3115m. obtenemos como resultado
1.7723916; dividiendo los resultados 1.7723916/0.5642093 obtenemos el valor de pi =
3.1413725 (muy aproximado al valor actual de π = 3.141554, redondeado a 3.1416).
¡Magistral! Un conocimiento oculto a la vista de todo el mundo, tal y como se
mencionaba en el documento chene.
Con el transcurso de los días los comerciantes se percatan que la situación entre los
itzaes es complicada: la ciudad se encuentra en un marcado retroceso; los trabajos en vía
pública no se realizan; el autoritarismo coarta cualquier tipo de expresión; los impuestos
son elevados; la corrupción y la prepotencia alcanzan todos los niveles; el comercio está
restringido a las familias más pudientes y todos los productos tienen sobreprecio. En
suma, no hay libertades y las clases bajas no comprenden a donde va a parar el producto
de su esfuerzo. Efecto del mismo mal son la descomposición social que se refleja en el
vandalismo; la venganza arroja como saldo algún muertito a diario. La falta de
alimentos básicos debido a la sequía que ya dura años provoca hambrunas. Los
destrozos y saqueos amenazan con llevar a los estamentos sociales a la bancarrota; el
orden se resquebraja y la autoridad es rebasada por los desmanes. De un momento a
otro, la ciudad se paralizará. Entonces, Otlica decide enviar de regreso al pochtecah
Ahatzin y sus cargadores.
Ahatzin piensa que para viajar ligeros es conveniente llevar carga valiosa, manejable y
ligera, por eso adquieren las preciadas plumas multicolores que podrán comercializar a
buen precio. Terminado el negocio, empacan cuidadosamente la carga y salen de la
ciudad.
Otlica no permanece mucho tiempo solo, pues a escasos trece días de la marcha de sus
compañeros, Comitl, acompañado de su estado mayor, entra a Chichen-Itza, y debido a
que ahora sí respetó las reglas de la guerra, llega con vida. No hay nadie que coma
lumbre, piensa el viejo Otlica cuando el guerrero le platica su aventura.
Así dijo el rey y los nobles asienten pues son del mismo parecer. Terminada la
recepción el ahau y la corte se dirigen al salón de fiestas para departir con Comitl y su
estado mayor.
En un ambiente más informal, el rey Chac bromea y ríe festejando las ocurrencias de su
invitado y, sin proponérselo, la reunión se convierte en una fiesta; llegan músicos y la
nobleza, hombres y mujeres de lo más fiestero organizan el baile. El rey Chac-Xib-Chac
canturrea acompañado de Comitl; el banquete no se hace esperar. Ix Nahau Mohoc, una
doncella de lindas formas, se prende del brazo de Comitl y no se despega de él, de
hecho se convierte en su compañía femenina durante el resto de su estancia.
Con todo y la infausta profecía, Comitl se ofrece a proteger la salida de la gente. El ahau
Chac-Xib-Chac, impresionado por las cualidades de Comitl y considerándolo su amigo,
accede al ofrecimiento y le permite introducir al diezmado ejército azteca, que espera
estacionado a una distancia prudente de la populosa urbe; autorizándole a establecer
puestos defensivos en coordinación con los militares itzaes.
─A dos días que te fuiste y la manera de un viento impetuoso salí con mis hombres en
busca de los desertores. Cruzamos ríos, ciénagas y pantanos; terrenos insalubres, muy
difíciles de transitar. La vegetación, los insectos y el clima fueron a diario enemigos
acérrimos. Lo demandante de la región ocasionó que muchos hombres enfermaran,
aunque desgraciadamente los tuvimos que abandonar, para no retrasar la cacería, así
librándonos de los estorbos y con la ayuda de los guías superamos en poco tiempo una
gran distancia.
Los renegados, que de seguro conocen el modo de pensar del rey Itzcóatl, dejaron espías
que los mantuvieron informados sobre nuestros movimientos.
Doscientos cincuenta prisioneros quedaron en nuestro poder, a los que obligué a cavar
fosas donde sepultamos a los muertos. Como no podíamos cargar con ellos y para no
complacerlos en su deseo de morir, ordené se les cercenara la mitad del pie derecho y
los envié de regreso a Xicalanco para que fueran vendidos como esclavos, por cierto
que aproveche para mandar de regreso a Quetolzonzin Cozupa y sus cargadores. A
continuación me aboqué a hostigar al enemigo con los arcos, al puro estilo zapoteca, sin
presentarme nunca de frente, porque mi contingente quedó muy mermado. Cuando
comprendimos que no los detendríamos, decidimos cambiar el rumbo y venimos directo
a Chichen-Itza.
A pesar de la distancia hemos mantenido abierta la comunicación con México, y el
emperador Itzcóatl expidió una misiva que ya entregué al ahau Chac-Xib-Chac, en la
que ofrece su ayuda contra los traidores; mientras que a mí, me ha reiterado la orden de
no regresar a la isla sin la cabeza de esos siete; por eso, vamos a esperar los refuerzos
que ya vienen de Tenochtitlan, y ahora esos cobardes temerán la cólera de Itzcóatl,
porque si nosotros, un puñado de hombres mal armados, no les tenemos miedo, el rey,
con sus incalculables recursos, menos miedo les tendrá.─
En los días siguientes, Comitl y sus hombres pusieron manos a la obra y se dedicaron a
inspeccionar los puestos defensivos de la ciudad; pero todo es inútil porque Chichen-
Itza es tan grande, que puede ser asaltada con éxito desde muchos puntos, y aún cuando
se pone el mayor empeño en protegerla, nada se puede hacer, porque Chichen-Itza
agoniza afectada por un virus invisible y fatal, llamado Katún-ocho.
Para colmo de males, Comitl y sus guerreros quedan solos y abandonados a su suerte, a
razón de una inundación que se registra en la isla de Tenochtitlan donde muere ahogado
el tlatoani Itzcóatl. ¿Qué pasa con la misión en tierras mayas? Simplemente queda
relegada al olvido.