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1 EDICION PARA EL USO DE LAS REPR
\ CION&S EXTRANJERAS A LA TRANSMISION \
\ DEL MANDO, 3 DE NOVIBMERE DE 1952. \
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DON CARLOS IBAÑEZ
P R E S I D E N T E D E C H I L E

P O R segunda vez el pueblo de Chile entrega


la magistratura suprema del poder ejecutivo a
don Carlos Ibáñez. E n la última elección pre-
sidencial, realizada el 4 de septiembre en todo
el país, con ejemplaridad democrática, triunfó
su candidatura popular, apoyada por grupos pe-
queños de partidos políticos, con más de cua-
trocientos cuarenta y seis mil votos. L a nación
encontró en este senador de la República, ge-
neral de división en retiro, el fiel abanderado
de sus anhelos.
Nació don Carlos Ibáñez del Campo en Li-
nares, el día 3 de noviembre de 1877. Sus
progenitores tenían afincamiento en esa Ciudad
capital desde su fundación por don Ambrosio
O'Higgins. Fueron sus padres don Francisco
Ibáñez Ibáñez, pequeño propietario agrícola d e
la región, y doña Nieves del Campo Leiva.
El fundador de su familia es un marino ir-
landés cuya nave naufragó en 1730 frente a
la costa de la Isla d e Chiloé. Trasladóse a San-
tiago con sus compañeros, y siete años más tar-
de aparece establecido en Chillán, ejerciendo
el comercio y figurando como capitán de las
reales milicias. E n 1769 prestaba sus servicios
en el cuerpo de caballería que resguardaba la
región de las incursiones que hacían los indios
por el paso de Longavi. F u é propietario de la
rica estancia d e Cato, cerca de Chillán. Este
caballero casó con la noble dama criolla doña
Manuela de Vizcarra, cuya familia se había
distinguido en las conquistas del territorio ame-
ricano. Nacieron del matrimonio Ibáñez-Viz-
carra once hijos, que casaron todos, forman-
do respetables hogares. Uno d e ellos fué don
Victoriano Ibáñez y Vizcarra, nacido en la es-
tancia que poseían sus padres en los alrededo-
res de Parral, hacia el año 1750. Este caballe-
ro, tatarabuelo del actual presidente de Chile,
fué uno de los vecinos fundadores de la villa
de San Ambrosio de Linares, hoy importante
ciudad, capital de la provincia de este nombre
y sede episcopal, en la que levantó sus casas
principales. Casó en la misma localidad con Ia
noble criolla doña Juana de Barros y Vásquez,
hija del capitán don Jerónimo de Barros y de
doña Angela Vásquez, dama esta que lleva e1
título de fundadora insigne de la ciudad de Li-
nares, por haber donado al rey las tierras de su
propiedad en que se dió asiento a esta nueva
población, creada por orden de don Ambrosio
O'Higgins. La escritura d e cesión de estos te-
rrenos fué extendida en 1788, y la fundación
se hizo, bajo la dirección del general don Fran-
cisco de la Mata Linares, en 1794. Don Mar-
celo Ibáñez Barros, respetado agricultor, ejer-
ció los cargos de regidor municipal y alcalde
en la ciudad de Linares. Contrajo matrimonio
con su prima doña Bartola Olivares y Barros,
procediendo de esta unión don Agustín Ibáñez
Olivares, que casó con su parienta doña Felisa
Ibáñez. Fruto de este matrimonio fué el nom-
brado don Francisco Ibáñez Ibáñez, padre del
actual Presidente de la República.
Don Carlos Ibáñez del Campo cursó los es- 1
tudios de humanidades en el Liceo de Linares.
Ingresó a la Escuela Militar en 1896, y dos
años más tarde salió destinado al Regimiento
Cazadores del General Baquedano, como alférez
de Caballería. En 1900 recibió sus despachos
de teniente, y como se destacara entre la joven
oficialidad de su noble arma, el Gobierno de
la República del Salvador solicitó sus servicios
profesionales para la organización de su Ejér-
cito. Por ley del 4 de septiembre de 1902 se
le concedió la autorización correspondiente pa-
ra que se trasladara en comisión a servir aquel
contrato. Su Capacidad como instructor militar
y sus dotes de caballerosidad conquistáronle
muchas simpatías en la América Central. E n
marzo de 1906, la República del Salvador s r
vió envuelta en una guerra con su vecina, Gua-
temala, que gobornaba el Presidente Estrada
Cabrera. Ibáiíez y dos compañeros más, los te-
nientes Julio Salinas y Armando Llanos, ofre-
cieron sus servicios al Gobierno, rogándole les
diera mando de tropas. Ibáñez era director de
la Escue!a Militar, y al mando de ella, movi-
lizada en un regimiento de Infanteria, que se
llamó Regimiento Vicentino, 'tomó parte en la
campaña, en las fuerzas de la región de Ahua-
chapán, que mandaba el general Cristales. Bri-
llante actuación le cupo al Regimiento Vicen-
tino; tuvo alrededor del 20% de bajas entre
muertos y heridos. Hizo la guerra como tenien-
t e coronel del Ejército salvadoreño, después fué
ascendido a coronel. En Chile era teniente has-
ta 1908, año en que ascendió a capitán, cuan-
do aun permanecía en El Salvador. Al año si-
guiente regresó a su patria, donde fué destinado
al Regimiento de Cazadores del General Ba-
quedano, que cubría guarnición en la capital,
Santiago.
Apartado del servicio de tropas para perfec-
cionar sus conocimientos profesionales, ingresó
en la Academia de Guerra en 1912, de la cual
se retiró en 1914, con su diploma de oficial de
Estado Mayor. En 1916 fué nombrado ayudan-
te de la Inspección de Caballería, pasando al
año siguiente como oficial de Estado Mayor a
la primera división del Ejército, y poco tiempo
después fué ascendido al grado de mayor y des-
tinado al Regimiento de Caballería Cazadores.
En 1918 se le designó director de la Escuela de
Carabineros, institución en la que su nombre
es venerado con justos títulos. En 1919 se le
nombró jefe de la sección Caballería del Mi-
nisterio de Guerra, donde conquistó el aprecio
de sus superiores y subalternos. Su prestigio
llegó hasta las esferas del Gobierno, y ante la
imperiosa necesidad de proveer el cargo de
prefecto de la Policía de Iquique en persona
de energía, pundonor y ecuanimidad, la persona
más idónea que en aquel momento se encon-
tró fué el mayor Ibáñez. La capital de Tara-
pacá había presenciado varios disturbios po-
pulares y hechos delictuosos que provocaron
interpelaciones en el Congreso Nacional. Para
mantener la calma en la región era precisa la
figura de un jefe especialmente dotado para
mantener el mando con autoridad inquebranta-
ble y en buena armonía con las autoridades ci-
viles y militares que allí gobernaban. El mayor
Ibáñez cumplih esta misión correctamente. Le
tocó responder del orden público durante las
elecciones que llevaron al solio presidencial a
don Arturo Alessandri en 1920. Esta reñida jor-
nada política se desarrolló en Xquique sin tener
que lamentar trastorno alguna por las previso-
ras y enérgicas medidas adoptadas por el ma-
yor Ibáñez desde la Prefectura. Al siguiente año
fué nombrado director de la Escuela de Caba-
llería, institución militar que ya tenía alto pres-
tigio como academia de armas. Brillante actua-
ción le cupo durante el mando de esta Escuela,
y llevando su representación, presidió la comi-
sión militar que acudió en 1922 al Brasil, con
motivo del centenario de la declaración de la
independencia, hecha por el emperador Pedro 1.
* * *

El 4 de septiembre d e 1924 fué designado


por los oficiales del Ejército para que formase
en la comisión militar que llevó al Presidente
de la República un pliego d e peticiones, paso
éste que trajo como consecuencia la dimisión
de Alessandri y la instalación de la Junta d e
Gobierno que encabezó el general Altamirano.
La Junta miró con cierto recelo la inmensa
simpatía que entre el elemento joven del Ejér-
cito gozaba Ibáñez. Los Ministros d e Estado
saben que se les fiscaliza en la comisión que
trabajó por instaurar en el país un nuevo régi-
men. Hay aspiraciones de bien público, alienta
las almas un deseo profundo de renovación po-
lítica y muchos encienden sus espíritus en la
llama del más .puro patriotismo. Naturalmente,
no faltarán individuos logreros entre el ámbito
idealista que envuelve las nobles intenciones.
El mayor don Carlos Ibáñez, que conservaba
su cargo de director de la Escuela de Caballe-
ría, fué nombrado por el Gobierno adicto en
Francia. Era una diplomática forma de despren-
derse de su creciente influencia en los asuntos
públicos. La hora de su ausencia no llegó a mar-
carse en el reloj de la historia chilena. Al con-
trario, el puntero de las horas marcó las cinco
de la tarde del día 23 de enero de 1925 y
minutos después fué rodeado el severo y ma-
jestuoso palacio de La Moneda por dos escua-
drones de Cazadores y por el Regimiento de
Infantería Pudeto. La revolución estaba en
e
marcha y no sería posible detenerla por gran-
des esfuerzos que desplegasen los partidos polí-
ticos.
Organizada la Junta de Gobierno con el ge-
neral Dartnell y el almirante Ward, fué presi-
dida por el eminente estadista don Emilio Be-
llo Codesido, yerno del gran Presidente Balma-
ceda y destacada figura de la diplomacia. El
mayor don Carlos Ibáñez integró el Gabinete
ocupando la cartera de Guerra. Fueron sus pri-
meros compañeros en el Poder don Armando
Jaramillo, Ministro del Interior; don Jorge
Matte Gormaz, en el de Relaciones Exteriores;
don José Maza, desempeñando con talento la
cartera de Justicia e Instrucción Pública; el al-
mirante don Braulio Bahamonde, a carga de la
de Marina; don Francisco Mardones recibió la
de Obras Públicas; don Valentín Magallanes
recibió la de Hacienda; don Claudio Vicuña
Subercaseaux manejó la de Agricultura, Indus-
tria y Colonización; y la de Higiene, Asistencia
y Previsión Social fué encargada al doctor don
José Santos Salas, único Ministro de los aquí
nombrados que volvería a compartir con Ibá-
ñez las tareas gubernativas cuando asumiese el
Poder Supremo de la nación. El 20 de marzo
inmediato reasumió la Presidencia don Arturo
Alessandri, y al día siguiente confirmó en sus
cargos a todos los secretarios de Estado, conti-
nuando, en consecuencia, Ibáííez al frente del
Ministerio de Guerra. En el mes de agosto co-
menzó a tratarse sobre las candidaturas a la
Presidencia de la República, pues el 24 de di-
ciembre debería entregar el Poder don Arturo
Alessandri. Los comentarios se extendieron por
todos los círculos y brotaron los nombres de
muchos hombres públicos, sin concretarse nada
en forma positiva. El 18 de septiembre promul-
gó el Presidente Alessandri la reforma consti-
tucional y la firma de Ibáñez aparece honrosa-
mente al pie de tan importante documento de
derecho público.
[Pocas semanas antes se habían reunido nu-
merosos políticos de acreditado prestigio y se
trató en esa reunión de la designación de un
candidato para la Presidencia. Se aprobó la
preferencia del coronel don Carlos Ibáííez, y la
misma noche se le formuló el ofrecimiento, que
fué rechazado por Ibáñez. El 29 del mismo mes
de septiembre, el Presidente Alessandri estimó
que la situación política aconsejaba un cambio
de Gabinete.
Ibáñez, Ministro de Guerra, manifestó al se-
ñor Alessandri que no estimaba conveniente dar
a la publicidad la noticia de la crisis del Mi-
nisterio de Guerra, porque el país estaba en
situación anormal. El Congreso había sido di-
suelto por la Junta que presidió el general Al-
tamirano. E n consecuencia, debía procederse
con cuidado para no alterar la tranquilidad de
las fuerzas armadas, que recientemente habían
intervenido .dos veces en la política, es decir,
el 5 de septiembre y el 23 de enero.
Ibáñez le insinuó al Presidente que, sin darle
publicidad, le indicara el nombre del futuro
Ministro de Guerra, para hacerle entrega del
Ministerio, y comunicarlo a las autoridades y
a la prensa después de verificada esa entrega.
El Presidente le indicó el nombre del gene-
ral Véliz, quien se puso en comunicación con
Ibáñez, llegando al acuerdo de entregar y re-
cibirse del Ministerio a las 20 horas de ese día.
Pero ocurrió que Ibáñez sufrió una indisposi-
cion que le impidió concurrir a esa hora a ha-
cer la entrega del Ministerio al general Véliz.
Pasada la medianoche fué sorprendido Ibá-
ñez, en su alojamiento, con las noticias del
Consejo de Gabinete realizado en la mañana
del día anterior, o sea, el 29. Analizadas esas
noticias, que le llevaron, entre otros, el general
Barceló, el doctor José Santos Salas y algunos
periodistas, pudo comprobarse que no corres-
pondían a la realidad y se resolvió enviarle al
Presidente Alessandri la carta que motivó su
retiro del Gobierno.
La postdata estaba concebida, más o menos,
en los siguientes términos: "Creo de mi deber
poner en conocimiento de S. E. que, siendo el
suscrito el único ministro en ejercicio, las reso-
luciones de S. E., para que tengan valor cons-
titucional y sean cumplidas, deberán llevar mi
firma, 10 que ha sido comunicado a todas las
autoridades. Vale. Ibáñez."
Este incidente originó la renuncia del Presi-
dente Alessandri, formulada el le0 de octubre,
quedando a cargo del Gobierno, como Vicepre-
sidente, don Luis Barros Borgoño, quien condi-
cionó SU aceptación a que Ibáñez continuara
como Ministro de Guerra. En la misma tarde
de ese día juró el Gabinete. Ibáñez, Ministro
de Guerra, autorizado por el Vicepresidente,
convocó a los presidentes de los partidos polí-
ticos para invitarlos a que se pusieran de acuer-
do sobre la elección de un candidato único a la
Presidencia de la República. D e acuerdo con
disposiciones de la Ley y por exigencias del es-
calafón -a pesar d e que Ibáñez se resistía a
ascender y había promovido al grado superior
a compañeros menos antiguos-, él ya era co-
ronel. En esta reunión fué interrogado por el
presidente del Partido Radical, don Enrique
Oyarzún, sobre si él, el coronel Ibáñez, era
candidato. El Ministro contestó enfáticamente
que ncr lo era. Invitado entonces por el mismo
señor Oyarzún a dar su opinión sobre quién
podría ser el candidato único, el Ministro dijo:
"No me corresponde señalarlo, pero creo que
podría ser alguno de los generales o almiran-
tes, o algún político prestigioso, como los se-
ñores Emilio Bello Codesido o don Arturo
Alemparte, por ejemplo". Horas más tarde, los
presidentes de los partidos políticos se ponían
de acuerdo sobre el nombre de don Emiliano
Figueroa Larraín. Fué adversario de este can-
didato el doctor don José Santos Salas.
Triunfante el señor Figueroa Larraín, asumió
el poder el 23 de diciembre del mismo año, y
el coronel Ibáñez, por exigírselo el nuevo man-
datario, continuó al frente del Ministerio que
antes manejaba.
El 20 de noviembre del año siguiente se or-
ganizó un nuevo Gabinete, encabezado por el
notable hombre público don Manuel Rivas Vi-
cuña. Ibáñez continuaba firme en sus funciones
por quinta vez. Jamás en la historia de Chile
se había presentado un caso semejante de con-
tinuidad en la faena gubernativa, con tres dife-
rentes jefes del Estado.
La política continuaba agitada, las Cámaras
Legislativas combatían al Gobierno por la pre-
sencia del Ministro de Guerra. Las altas direc-
tivas políticas también combatían al Ministro.
En febrero de 1927 se produjo una crisis de
Gabinete y el Presidente Figueroa encargó al
coronel Ibáñez la organización de un nuevo
Ministerio, Ibáñez quiso llevar hombres nuevos
al Gobierno, y entre otros encargó a don Con-
rado Ríos Gallardo el Ministerio de Relaciones
Exteriores; a don Pablo Ramírez, el de Hacien-
da; a don Aquiles Vergara, el de Educación y
Justicia; a don José Santos Salas, el de Trabajo
y Bienestar. Ibáñez se reservó el Ministerio del
Interior. La opinión pública exigía exonerar a
algunos jueces y ministros de Corte. Por este
motivo se produjo un largo y duro entredicho
entre el Ministro del Interior y el presidente
de la Corte Suprema. En los primeros días de
abril el Presidente Figueroa quiso retirarse a
descansar a su posesión de Reñaca, en Viña del
Mar, y el 7 entregó el Poder a Ibáñez, quien lo
asumió como Vicepresidente, mientras duraba
la ausencia del titular. Era natural que no hu-
biera cambios en el Gabinete y no los hubo. El
Vicepresidente encargó el despacho del Interior
al Ministro de Marina, capitán de navío don
Carlos Froedden, hombre de talento y de gran
prestigio. A fines de abril el Presidente Figue-
roa invitó a Ibáñez a su casa de Reñaca y le
comunicó que había resuelto retirarse del Go-
bierno y deseaba ser nombrado Embajador en
la Liga de las Naciones, "porque estoy pobre",
dice Ibáñez que le agregó el Presidente; y con-
tinuó diciéndole: "Quiero que usted sea Presi-
dente; usted la ha acertado, lo sigue el pueblo;
yo me equivoqué". Ibáñez le habría contestado:
"S. E. manda, yo estoy bien donde S. E. dispon-
ga, aquí o fuera del país".
La renuncia del Presidente Figueroa Larraín
levantó horrible tempestad en el Congreso. E l
Senado se negó a darle pase para la Liga de
las Naciones, pero la renuncia fué aceptada y
se retiró del Poder, jubilado con la pensión de
presidente de la Corte Suprema.
* * $
E n los últimos días de mayo de 1927, Ibáñez
fué elegido Presidente de la República por una
abrumadora mayoría. E l 11 de julio fué procla-
mado Presidente Electo por el presidente del
Senado, don Enrique Oyarzún.
La solemne ceremonia del juramento pres-
crita por la Constitución, se realizó en el pala-
cio legislativo, dándole la investidura de1 Poder
Supremo el mismo ilustre senador, presidente
del Senado, el día 21 del mismo mes de julio.
El día anterior le había sido obsequiada la ban-
da'tricolor del Presidente Balmaceda, que usó
sobre su pecho Ibáñez en aquellos momentos.
El dueño de esta preciosa insignia era el nuevo
Ministro del Interior, don Enrique Balmaceda,
hijo del Presidente mártir. La había recibido
de sus manos poco antes de su sacrificio. Los
demás ministros continuaron en sus puestos:
Ríos Gallardo y Pablo Ramírez, que se habían
revelado grandes estadistas; Aquiles Vergara,
en Educación y Justicia; Ortiz Vega, en Obras
Públicas; Alemparte, en Agricultura, y Salas, en
Previsión y Trabajo. Froedden continuaba en
Marina, y el general Blanche, en Guerra.
A los pocos días el Ministro del Interior hizo
una declaración pública sobre el programa a
realizar por el Gobierno:
Igualdad social ante las leyes, al amparo de
una autoridad enérgica y prestigiosa por su alto
espíritu público; mantenimiento inflexible del
orden y disciplina social para dar confianza a
todas las iniciativas de trabajo; aplicación ri-
gurosa y justiciera de la legislación social; ad-
ministración realizada con criterio de absoluta
probidad y con funcionarios de acrisolada hon-
radez; actividad y eficiencia en el desempeño
de las autoridades y de todos los poderes pú-
blicos, dentro de las atribuciones constitucio-
nales de cada uno; y envolviendo este conjunto
de grandes propósitos, un enérgico anhelo de
confianza en los destinos de Chile.
Ibáñez dió vigoroso impulso a la renovación
de los servicios administrativos y de todas las
instituciones nacionales. Escogió colaboradores
eficientes, amplió la intervención en la activi-
dad del Estado en términos no conocidos hasta
entonces en Chile, Las reorganizaciones de ser-
vicios con eliminación de empleados que no
eran indispensables produjeron grandes econo-
mías. Al mismo tiempo se preparó un vasto plan
de obras públicas: construcciones, ferrocarriles,
puertos, caminos, pavimentación de caminos,
tranques de regadío, canales, fomento de la
producción ganadera y agrícola; se crearon al-
gunos nuevos servicios, como la Contraloría
General de la República, la Sindicatura de
Quiebras, Superintendencia de Seguros y So-
ciedades Anónimas; el Instituto Bacteriológico,
el Instituto del Cáncer, la Oficina de Aprovi-
sionamiento del Estado, el Instituto de Crédito
Industrial, la Caja de Crédito Agrario. Fueron
organizados los servicios de las Tesorerías Pro-
vinciales y Comunales; se redactaron y pro-
mulgaron el Código de Minería, en 1930; la
Ley de Menores, que creó Juzgados especiales
para los menores delincuentes, y el Instituto
Politécnico Alcibiades Vicencio, para la rege-
neración y readaptación social de éstos; la Ley
N.4 4409, del Colegio de Abogados; la Ley d e
Registro y Matrimonio Civil que resolvió el an-
tiguo problema de la precedencia del matrimo-
nio civil al religioso; el Reglamento del Tra-
bajo Obligatorio en las Penitenciarías; la Ley
de Ventas a Plazo, etc. Se refundieron leyes
sociales en el libro que hoy se llama Código
del Trabajo. Se fusionaron las policías fiscales
y comunales para crear el Cuerpo de Carabi-
neros, cuya organización y funcionamiento po-
licial han sido tomados como modelo en diver-
sos países continentales, Se modernizó la Marina
de Guerra con la adquisición de seis destróyers,
trep submarinos de alta mar, diversos buques
auxiliares y la transformación del acorazado
"Almirante Latorre", aumentándole su poder
ofensivo y defensivo. Se amplió el servicio de
faros y balizas, facilitando la navegación en las
costas chilenas.
De territorios abandonados en el sur se creó
la Provincia de Aysén, hoy emporio de riqueza
y de gran porvenir.
Entre otras grandes iniciativas, después d e
una larga gestión, s e solucionó el viejo proble-
ma internacional de Tacna y Arica, afianzando
con ello la paz continental. Se reorganizó la
educación pública, dando la debida importancia
a los ramos técnicos industriales, y se dictó el
nuevo Estatuto Universitario, que dió la debida
autonomía a la Universidad del Estado.
El crédito del país estaba intacto; la deuda
exterior no pasaba de unos 250 millones d e dó-
lares. Para atender las cuantiosas inversiones
que se hacían, se preparó el financiamiento a
base d e empréstitos, que se contrataban anual-
mente en la banca mundial. La crisis económi-
ca que afectó al mundo desde 1929 repercutió
en Chile en 1931. Se cerraron los mercados del
salitre y del cobre y también los bancos que
financiaban los empréstitos. Para continuar los
trabajos en ejecución era necesario emitir, que-
brar el padrón de oro. Ibáñez no aceptó la des-
valorización de la moneda y prefirió dimitir,
retirándose del Gobierno. El 26 de julio entre-
gó el Poder al presidente del Senado, don Pe-
dro Opaso Letelier, con la condición de que
nombrara Ministro del Interior a su ex Minis-
tro don Juan Esteban Montero, que era el cau-
dillo levantado por la oposición. Según ha de-
clarado Ibáñez, no entregó el Poder al general
Blanche o al comandante Froedden, por no
comprometer a las fuerzas armadas en la polí-
tica, que mientras él estuvo en el Gobierno se
habían mantenido en el desempeño d e su fun-
ción técnica. Pero no fué acertada esta resolu-
ción, porque el profesionalis~mo político culpó
de mala fe a las fuerzas armadas de todos los
supuestos desastres, que, según ellos, había pro-
ducido Ibáñez al país.
El general Ibáñez, con sobria alocución, con
espartana sencillez, con el tono propio del par-
te que comunica una victoria definitiva, sin
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egoístas alabanzas personales, dijo ante el po-
der legislativo el 21 de mayo de 1930: "El he-
cho culminante de mi gobierno en 1929 fué la
celebración de nuestros acuerdos definitivos con
el Perú, merced a los cuales quedó totalmente
liquidado el problema de Tacna y Arica, y, en
consecuencia, resueltas en forma permanente
todas las cuestiones derivadas de la Guerra del
Pacífico".
Este trascendental acontecimiento de la vi-
da americana mereció el aplauso de la opinión
pública y fué acogido en el mundo entero como
un aporte efectivo a la obra de paz y concilia-
ción que persigue la colectividad internacional.
"Tengo la íntima satisfacción de haber pres-
tado a mi país y a los altos ideales de la soli-
daridad continental un servicio de positiva im-
portancia, pues no sólo se ha eliminado una
gravísima causa d e discordia entre dos pueblos
hermanos, sino que se ha puesta de relieve el
hecho de que las naciones d e este continente
pueden solucionar sus más serios conflictos
cuando en ellas domina el sincero deseo de po-
nerles leal término."
26
Don Carlos Ibáñez, cumplido caballero, hom-
bre sencillo y austero mandatario, conquistó
con sus ponderadas condiciones personales un
ascendiente grande entre sus colaboradores.
Al Gobierno de Ibáñez, además del impaga-
ble servicio prestado, en la nobilísima causa de
la paz, con el tratado de Lima, se ha reconoci-
do como una etapa de progreso en el desarro-
llo de la vialidad, de honradez administrativa,
de tranquilidad pública y de connotado pres-
tigio internacional, La honda crisis económica
mundial, que trajo a Chile la falta de mercados
para su más rico producto, el salitre, tuvo que
manifestarse en el país en forma inevitable. Su
consecuencia fué el disfavor para el Gobierno,
fomentado, naturalmente, por cuantas personas
se habían considerado vejadas en sus privilegios
o defraudadas en sus ambiciones. E n secuela
de todo aquello, los elementos políticos despla-
zados buscaron una nueva oportunidad de vol-
ver al poder. Se empeñaron en recuperar posi-
ciones y aprovecharon el momento propicio de
reaparecer para continuar marcando rumbos en
la marcha d e la nación. E s imperativo d e la
democracia el remover con libre juzgo los re-
sortes del Poder, sin limitaciones, aun cuando
haya menoscabo de intereses vitales al país. No
es ctra la experiencia que acusa la desinteresa-
da observación de los fenómenos políticos, tan-
to en los grandes como en los pequeños Estados
del universo.
* ;S ::
El tiempo se encargó de dar a la personali-
dad de don Carlos Ibáiíez un relieve de gran
figura nacional. Por dos veces su candidatura
a la Presidencia de la República tuvo marcada
importancia. La primera vez, desde la prisión,
a donde lo llevó el Presidente Alessandri, al re-
tirar su nombre y sus banderas de la lucha, le
di6 el triunfo con sus fuerzas al candidato del
pueblo, don Pedro Aguirre Cerda. La segunda
vez se presentó con más probabilidades de éxi-
to, pero resultó vencido por don Juan Antonio
Ríos. Una nota de hondo interés humano, nun-
ca antes observada en la vida política chilena,
fué la visita de cortesia hecha por Ibáñez al
candidato triunfante la misma noche de la jor-
nada electoral.
Después de largo ostracismo en la Argenti-
na, donde su nombre es respetado y goza de
prestigio, don Carlos Ibáñez regresó al país.
Nuevamente, a instancias del Partido Agrario
Laborista y de numerosos amigos, aceptó vol-
ver a la vida política, accediendo a presentar
su candidatura para senador por Santiago. Así
fué cómo en los comicios celebrados para re-
novación del Congreso Nacional en marzo de
1949, obtuvo la más alta votación que se hu-
biera conocido en Chile. Ganó este sillón sena-
torial con inmensa ventaja sobre sus contendo-
res y obtuvo la primera mayoría con más de
27.000 votos.
Don Carlos Ibáñez contrajo matrimonio en
San Salvador (América Central) con la seño-
rita Rosa Quiroz Avila, con la cual tuvo dos
hijos: Rosa y Carlos. E n diciembre de 1927,
estando viudo, celebró nuevas nupcias en San-
tiago, cuando era Presidente de la República,
con la señorita Graciela Letelier Velasco. De
este enlace tiene cuatro hijos: Margarita, Ri-
cardo, Nieves y Gloria.
E M P R E S A
E D I T O R A
Z I G - Z A G , S . A.
Santiago de Chile
1952.

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